Pobres
DPE
 

La salvación que ofrece la Iglesia al hombre de hoy responde a una comprensión integral de la persona (EN. 31 y C.A. 58). La opción de los pobres es consecuencia del amor misericordioso de Dios Padre revelado en Jesucristo y de la buena noticia del anuncio del Reino; los pobre son "sacramento de Cristo". La Comisión Episcopal de Pastoral Social (21-11-1994) publicó el documento "La Iglesia y los pobres", y la Conferencia Episcopal Española "La Caridad en la vida de la Iglesia" (10-XI-1994).

1. Los pobres de nuestro tiempo y las causas de su pobreza

El concepto de pobreza puede tener muchas acepciones, pues la realidad de la pobreza es muy variada. A modo de ejemplo podemos citar: la miseria, la marginación, la xenofobia, el racismo, el paro, la droga, el SIDA, la emigración, la exclusión de los beneficios sociales, la cárcel, el maltrato a las mujeres, la soledad de los ancianos, el subdesarrollo de los países del Tercer Mundo, etc.

Podemos decir que la injusticia es la causa fundamental de la pobreza; la globalización de la economía y la política económica internacional ahonda la separación entre países del Norte y el Sur; la deuda internacional es su ejemplo más patente. Los países pobres viven explotados; igualmente los que se deciden a venir a países desarrollados, arriesgando su vida, son también explotados aquí. El neoliberalismo imperante en los países desarrollados genera una mentalidad materialista que aumenta las diferencias entre pobres y ricos; entre nosotros aparece el problema del paro, del trabajo precario y de los contratos llamados "basura".

En la raíz de todos estos males generados por la injusticia está el corazón egoísta que vela únicamente por los propios intereses, a cualquier precio, y utilizando los medios que procuran el enriquecimiento fácil y rápido. El pecado personal está en la base de las actitudes, relaciones y estructuras injustas, que son las que generan pobreza y marginación.

2. Iluminación teológica

En el A.T. la pobreza y cualquier otro mal se consideran consecuencia del pecado; la abundancia de bienes se percibía como bendición de Dios. El libro de Job cuestiona este planteamiento, pues aparece la fidelidad de Job a Dios cuando se encuentra en la enfermedad, la pobreza y el abandono. En el éxodo los israelitas tienen la experiencia de que todo es de todos; la prioridad y la itinerancia son compatibles con la posesión; cuando el pueblo se asienta y con la monarquía aparece la propiedad privada, las desigualdades sociales y los explotados por un sistema injusto. Los profetas fustigan constantemente a un pueblo que realiza un culto solemne, pero es duro de corazón con el necesitado. "Esto dice el Señor, por tres crímenes de Israel y por cuatro no le perdonaré, porque ha vendido al inocente por dinero y al pobre por un par de sandalias; porque aplastan contra el polvo de la tierra la cabeza de los necesitados y no hacen justicia a los pobres" (Am 2, 6-7). Los textos sapienciales hablan con frecuencia del peligro de las riquezas que llevan al hombre a alejarse de Dios y a ser injusto con los demás.

En el exilio en Babilonia aparece la figura del Siervo de Yahvé que se solidariza con los que sufren, es fiel a Dios, entrega la vida y salva al pueblo. Los pobres y humildes (anawim) son los que mantienen la esperanza de la reconciliación universal anunciada por los profetas (Is. 49, 5-6; 53,11). Dios aparece como el Padre del pobres, del huérfano y de la viuda (Sal 68,6); también se habla de estos términos del Mesías esperado (Sal 71).

En la legislación del pueblo israelita aparecen una serie de medidas para proteger al necesitado; este es el sentido del año jubilar, el préstamo sin intereses, el pago del diezmo, el derecho de rebusca, etc. (Dt. 15,11: "abre tu mano al pobre").

Jesús de Nazaret nace fuera de la ciudad, es reconocido por los pequeños y sencillos, y es perseguido por los poderosos que temen perder su poder y se reino. Jesús proclama en la sinagoga el texto de Is. 61, 1-2 (ver Lc. 4,18-21) donde dice que ha sido enviado a dar la "Buena Noticia a los pobres". Toda su vida, del nacimiento a la cruz ha estado marcada por la pobreza y los pobres: conoce las privaciones (Lc. 9, 58), se identifica con los pobres y pone en el amor liberador la condición para entrar en la bienaventuranza celestial. (Mt. 25, 31-46). Jesús invita a los pobres y pecadores a gustar la misericordia del Padre bueno (Lc. 15, 11-22) y a sentarse en el banquete del Reino (Mc. 2, 17). Jesús enseña a los apóstoles a dar gratis lo que han recibido gratis (Mt. 10,8) y a reconocer su presencia en el anuncio de la Buena Nueva a los pobres (Mt. 11, 5; Lc. 1, 18). "La religión pura e intachable ante Dios Padre es esta: visitar a los huérfanos y a las viudas en su tribulación y conservarse incontaminado del mundo" (St. 1,27); la misma carta de Santiago emplea términos muy duros para los que ponen su corazón en la riqueza y se cierran a la necesidad de los hermanos. Las primeras comunidades tuvieron muy claro y presente el ejemplo de Jesús que vino para servir (Mt. 20, 28; Jn. 3, 4-12) y dar la vida por todos. La actitud y el camino de pobreza radical de Jesucristo lo expresa Pablo en el texto de Flp 2, 6-11, que se podría sintetizar en los siguientes términos: no se aferró a lo propio, se vació, se abajo, se puso en nuestro lugar y dio la vida por nosotros. "Bien sabéis lo generoso que ha sido nuestro Señor Jesucristo: siendo rico, por vosotros se hizo pobre para que vosotros con su pobreza os hagáis ricos" (2 Cr. 8,9).

Los Santos Padres hacen con frecuencia referencia al misterio de la Kénosis (vaciamiento) de Cristo y sacan las consecuencias para la vida del cristianismo. "Cuando damos a los pobres las cosas indispensables no les hacemos liberalidades personales sino que les devolvemos lo que es suyo. Más que realizar un acto de caridad, lo que hacemos es cumplir un deber de justicia". (S. Gregorio Magno, Past. 3,21).

El Concilio Vaticano II, el Magisterio Pontificio y las reuniones del Episcopado Latinoamericano abordan constantemente el tema de los pobres. Pablo VI en EN dice: "¿cómo proclamar el mandamiento nuevo sin promover, mediante la justicia, la paz, el verdadero, el auténtico crecimiento del hombre? (n°. 31). Juan Pablo II en Puebla habló de la "hipoteca social de la propiedad privada" desde la realidad de pobreza; la situación no ha cambiado mucho. En Sto. Domingo se sigue afirmando que los pueblos padecen "el déficit fiscal, el peso de la deuda externa y el desorden monetario, la destrucción de las economías estatales por la pérdida de recursos fiscales, la inflación y la corrupción" (n°. 198). La pobreza alcanza a pueblos y continentes enteros, no sólo a individuos; es básico reconocer en ellos "los rasgos sufrientes de Cristo" (Puebla 31-39 y Sto. Domingo 178). Esta realidad de pobreza es el mayor pecado de la humanidad. El amor de la Iglesia a los pobres tiene como referencia la persona de Jesús y el Evangelio que proclamó, y su compromiso real con los necesitados (Mc. 12, 41-44). "El hombre es el camino de la Iglesia" (SRS. cap. VI).

3. La pobreza de corazón

Jesús se propone a los discípulos como la única riqueza; nada ni nadie puede anteponerse al Reino de Dios y su justicia. "Bienaventurados los pobres en el espíritu" (Mt. 5,3); supone abrirse a un horizonte de gracia, felicidad, y entrega. Parte del abandono a la Providencia (Mt. 6, 25-34), el fiarse de las invitaciones que hace Jesús y el compromiso con la pobreza. Se nos propone amar la pobreza, es decir, ser pobre y comprometerse con la pobreza; esto no es posible sin dejar que el amor de Dios coja el corazón y sin liberarse de la obsesión por el poseer (Mt. 19,24; 13,22; 6,24; 1 Tim. 6, 9-10). El siguiente paso está en el compartir lo que se es y tiene, como Jesús que se dio plenamente y a todos sin distinción; donde está nuestro tesoro allí está nuestro corazón (Lc. 12, 33-34). Para amar a los pobres afectiva y efectivamente conviene recordar el himno de la Caridad (1 Cor. 13, 1-13). Somos y estamos llamados a ser un solo corazón y una sola alma (Sumario de los Hechos); esto expresa el señorío de Cristo: que todos seamos hermanos.

El Documento "La Iglesia y los pobres" sugiere las siguientes notas para una espiritualidad cristiana de la pobreza según las propuestas de la D.S.I: inserción (cfr. Flp. 2, 6-7), con entrañas de misericordia (lPe 2, 24; 2 Cor. 5, 21 y Lc. 19,10) y con actitud pascual (ayudar al hermano a llevar la cruz: Lc. 9,23; Gál. 6,2). Todo parte de la confesión central de la fe en Dios Padre (Gál. 4,6), pues esta confesión nos lleva a sentirnos hermanos unos de otros (Jn. 13,1; 13, 34.35). Esto supone: querer y tratar a todos como hermanos, incluso a los enemigos (Lc. 6, 27-35; Rom. 12-21) con una caridad liberadora del pecado (VS 69-70) y de todas sus consecuencias (VS 33 ss; SRS 46). En el compromiso con los más pobres el creyente vive la "caridad escatológica", es decir, el presente en la perspectiva de la plenitud hacia la que caminamos; las características de la caridad escatológica son: conjugar el horizonte final y la urgencia del presente, con humildad y esperanza, en constancia y fidelidad y sintiéndose peregrinos hacia la consumación de la historia humana (Ef. 1,10; Col 1,20; LG 48; GS 39.45) y sabiendo que seremos examinados del Amor (Mt. 25, 31-40).

En el "ya sí, pero todavía no" se conforma el ser y el hacer de la Iglesia, desde la opción preferencial por los pobres que lleva a afirmar que los bienes están "originariamente destinados a todos" (GS 69; PP 22) y, que sobre ellos pesa una "hipoteca social" (SRS 42). Los cristianos estamos llamados a encarnar actitudes, proyectos y estructuras que expresen aquello en lo que creemos: que Dios es Padre y que somos hermanos.

4. Orientaciones pastorales

El amor de Dios revelado en Jesús impulsa a los cristianos a promover la justicia, la solidaridad, la cercanía y la paz (SRS 40). Los creyentes deben encontrar en la comunidad cristiana la luz y la fuerza para vivir más encarnados, comprometidos y con talante evangélico (CVP 174). Las propuestas contenidas en el documento de la CEE "La caridad en la vida de la Iglesia" son las siguientes:

- Promover la justicia y la solidaridad en la acción pastoral. Para ello: conocer las formas de pobreza y marginación, los procesos sociales que las originan, cómo hacer un discernimiento comunitario a la uz del Evangelio que denuncie lo que margina a las personas, y anuncie el Reino posibilitando las condiciones que lleven a superar las situaciones de pobreza y exclusión social. El compromiso debe alcanzar a las estructuras de solidaridad y justicia.

- Promover la diaconía de la Iglesia en todos los niveles, del ámbito parroquial al nacional, y alentar los carismas que están al servicio de la caridad. La comunión y la solidaridad deben llegar también a los Países del Tercer Mundo a través de iniciativas como el 0,7, los grupos de solidaridad, campañas de concientización, etc.

- La formación de las comunidades cristianas en la justicia y la caridad. En consecuencia, es necesario articular Escuelas Diocesanas de formación socio-política, articular desde la formación un proyecto de pastoral diocesano, y promover la formación específica de cristianos en la vida socio- política.

Jesús Sastre