Pequeñas comunidades, formación y proceso
DPE
 

SUMARIO: 1. De dónde partimos: Análisis de la realidad; Algunos rasgos fundamentales de la realidad de los jóvenes. — 2. A dónde queremos llegar: Propuesta: un itinerario catecumenal que desemboca en pequeñas comunidades. — 3. Metodología: un proceso por etapas.


1. De dónde partimos

Análisis de la realidad. De los procesos de pastoral en nuestras parroquias: La realidad pastoral que descubrimos en muchas parroquias es que después del sacramento de la Confirmación una parte de los jóvenes abandonan los grupos, la vida parroquial, e incluso la eucaristía dominical porque no existe una continuidad en el proceso de maduración cristiana. Se produce un abandono en el momento en que el adolescente vive la crucial transición hacia la juventud y posteriormente hacia la adultez. Como consecuencia de este vacío y del propio dinamismo psicosocial que viven los jóvenes, tienden a comprender la fe desde sus parámetros, y más que convertirse al Dios de Jesús, acomodan el Evangelio a sus propias motivaciones y conveniencias (J. SASTRE, Algunas claves para una pastoral renovada, Separata de Teología y Catequesis, núm. 74, abril-junio 2000. Centro de estudios San Dámaso, 62-63).

En la mayoría de los proyectos de confirmación ponemos nuestro esfuerzo en trabajar la respuesta de los catequizandos, para que sea lo más madura posible, y olvidamos la acción gratuita de Dios (J. SASTRE, Algunas claves para una pastoral renovada, Separata de Teología y Catequesis, 74 [2000] 47). Olvidamos que detrás de cada proyecto de pastoral hay una antropología y una teología, es decir, una forma de comprender la fe, de hablar de Dios, de la Iglesia, de los sacramentos y de la relación fe-vida. Es decir, nos olvidamos de conjugar el carácter gratuito de la salvación y la iniciativa amorosa del padre con la madurez personal de los adolescentes (Id.).

De los propios jóvenes: Desde la caída del muro de Berlín (1989), el mundo ha entrado en la era de la globalización económica y la cultura posmoderna. Esta se caracteriza por la vivencia desde el yo, el egocentrismo; el apoyo al pensamiento débil: los macrorrelatos, las grandes propuestas se miran con desconfianza, escepticismo e incredulidad y se acepta la pérdida de fundamento. Hoy la ciencia es la que lo explica y da respuesta a todo. La posmodernidad proclama el "fin de la historia": con el Estado de bienestar ya se han alcanzado los últimos objetivos, ya no existe un horizonte en el que situar los acontecimientos. Como diría J. E. Vecchi, la historia es "un presente continuamente renovado", en el que se obvia el pasado y se acorta el futuro. La posmodernidad se centra en lo privado frente a lo público, lo individual frente a lo colectivo, lo subjetivo frente a lo objetivo, produciéndose la pérdida de referencias. La religión ya no explica nada, ya no da sentido a los misterios del hombre. Y la ética la hace cada uno según le conviene.

Este ambiente postmoderno en el que vivimos determina en gran medida la personalidad de los jóvenes y su modo de ver y experimentar la realidad. Algunos aspectos fundamentales de ésta se podrían englobar en los siguientes: a) Ruptura entre el horizonte y lo cotidiano, b) presentismo, c) relativismo.

Ruptura entre el horizonte y lo cotidiano: valores clásicos de la juventud son su capacidad de soñar una sociedad mejor, su sensibilidad ante la injusticia, su generosidad, su rebeldía ante los convencionalismos, etc. Es intrínseco del joven posicionarse posjtivamente ante el horizonte. Pero una sociedad resignada a vivir lo cotidiano sin plantearse el sentido de la propia vida y del mundo difícilmente puede plantear alternativas y propuestas en lo concreto y ser referencia del joven en ese caminar hacia un horizonte común. Al final, el sueño se rompe, se convierte en un imposible y todo aquello que comporta sentido del deber y del sacrificio, que supone un esfuerzo, el joven lo vive rechazándolo. Desaparece la pregunta del sentido.

Presentismo: el paso de la adolescencia a la juventud viene marcada porque la persona tiene que comenzar a tomar decisiones que le cogen toda la vida (elección de carrera, búsqueda de trabajo, emancipación, formación de una familia, etc.) y sin embargo el joven se encuentra con una serie de dificultades sociales que tiene que afrontar y que se acompañan de una falta de referencias estables y definitivas, al contrario variadas y contradictorias, de una sociedad caracterizada por una mentalidad hedonista, liberal e insolidaria. Ante esta situación, el joven tiende a vivir sin proyección de futuro, sin opciones vitales, en un continuo presente, en la inmediatez de lo inmediato, en el compromiso puntual y no exigente.

Relativismo: el consumismo, el presentismo al que hacíamos referencia, la ruptura de los valores morales, la permisividad, la tolerancia, la fragmentación de la verdad,... de nuestra sociedad llevan a los jóvenes al todo vale, al todo da igual, a la ausencia de cosmovisiones y referencias que estructuren su personalidad y su vida.

La ausencia de metas en los procesos de pastoral juvenil: Hay parroquias que no saben qué hacer con los recién confirmados; éstos suelen engrosar durante uno o dos años el llamado grupo de postconfirmación o de jóvenes; realizan durante este tiempo alguna tarea apostólica, y terminan por dejar el grupo y la parroquia cuando la vida personal, afectiva, universitaria o profesional se complica un poco (J. SASTRE, Algunas claves para una pastoral renovada. Separata Teología y Catequesis 74 [2000] 46). En nuestras parroquias constatamos que la presencia y referencia de jóvenes cristianos maduros integrados y comprometidos con la comunidad eclesial es bien escasa. Como consecuencia de nuestra falta de creatividad y entusiasmo en las propuestas y metas de los procesos de pastoral nos conformamos con jóvenes creyentes sociológicos que se sienten cristianos por tradición familiar, por pertenecer a la Iglesia por el Bautismo, por frecuentar más o menos los sacramentos, pero sin llegar a asumir libre, madura y personalmente el estilo de vida gozoso que Jesús propone.

Ante esta realidad es pues, necesario y urgente ofrecer a los jóvenes desde la Iglesia un camino y una meta: un itinerario de profundización de la fe y una vivencia madura de la experiencia cristiana que Ileve a los jóvenes a vivir como creyentes dentro de la comunidad eclesial.

2. A dónde queremos llegar: Propuesta, un itinerario catecumenal que desemboca en pequeñas comunidades

"Es evidente que el objetivo fundamental del itinerario de la evangelización y educación en la fe de los jóvenes, es que el joven descubra en Cristo la plenitud de sentido y el sentido de la totalidad de su vida, ,y busque la más plena identificación con El, con todas sus implicaciones, santidad de vida, la vida según el Espíritu, la configuración con Cristo. Por ello toda pastoral con jóvenes debe proponer y animar el encuentro con Cristo vivo que es, al mismo tiempo, el origen y el camino de este proceso. Ha de impulsar y además facilitar la participación en la vida de la comunidad y ha de promover y acompañar su compromiso en la acción evangelizadora de la Iglesia a favor del hombre y de la sociedad" (OPJ 33). Se trata de una pastoral globalizante, que coge toda la persona, que unifica la vida del cristiano desde la opción por la persona y el mensaje de Jesús, porque descubre en ella el fundamento, el núcleo desde el cual plantearse y vivir toda su existencia, e integrarse plenamente en la comunidad cristiana y en el mundo según su propia vocación y ministerio (Jóvenes en la Iglesia, cristianos en el mundo. Proyecto marco de pastoral de Juventud. Comisión episcopal de Apostolado Seglar, 1992).

Para ello se plantea una pastoral global en la que:

- Los jóvenes sean los protagonistas: La Iglesia tiene que estar presente en los ambientes juveniles, a través especialmente de los jóvenes cristianos, porque "es una exigencia que brota del ministerio de la encarnación del Hijo de Dios" (EN 18). "Los jóvenes, deben convertirse en los primeros e inmediatos apóstoles de los jóvenes, ejerciendo el apostolado entre sus propios compañeros, habida cuenta del medio social en que viven" (EN 18). "Si la evangelización define la Iglesia, la misión brota de la comunión y genera comunión. La Iglesia animada por el Espíritu, es comunidad misionera. Los jóvenes cristianos, corresponsables con toda la Iglesia de su misión evangelizadora, han de participar activamente en la comunión eclesial; han de expresar, celebrar y alimentar su fe en la comunidad, y han de reconocer y asumir sus responsabilidades en el seno de ésta. Por su parte, la comunidad ha de reconocer y promover la presencia y participación de los jóvenes en la vida de la misma. Los jóvenes no deben considerarse simplemente como objeto de la solicitud de la Iglesia, son de hecho -y deben ser incitados a serlo- sujetos activos, protagonistas de la evangelización y artífices de la renovación social" (Vaticano II, AA 12. OPJ 19).

La Iglesia convoca para que, continuando insertos en medio de los otros jóvenes, sean agentes de transformación de ese mundo, en todo lo que tenga de injusticia y deshumanización, y aporten los valores del Reino de Dios que van descubriendo, con todo lo que tienen de esperanza y de vida (Proyecto marco de pastoral juvenil, p. 45). Y sólo quien cree de corazón en el Evangelio de Jesucristo y tiene experiencia personal de su fuerza salvadora y liberadora puede evangelizar (Id, p. 47). De ahí, que los agentes de pastoral han de ser jóvenes que vivan este mismo proceso de profundización y tengan una experiencia cristiana madura y comprometida.

Admitir el protagonismo de los jóvenes supone una serie de actitudes y compromisos para toda la comunidad. Adoptar una actitud de escucha atenta a la cultura, costumbres, psicología de los jóvenes; que se construya "desde" ellos y "con" ellos y, no sólo "para" ellos (antropología de la pastoral). Hacer posible el crecimiento de unos jóvenes cristianos comprometidos en su mundo, pero que viven, expresan, celebran y alimentan su fe en la Iglesia, en la comunidad, en donde se pueden sentir protagonistas de esta Iglesia-comunión que surge también en medio de ellos (Id. 50).

- La Iglesia, referencia comunitaria: Jesús nos invita a seguirle y ésta es una llamada personal, insustituible e intransferible. Pero con su llamada nos invita a formar parte de la gran familia que es el Pueblos de Dios, nos invita a construir esa nueva humanidad de hijos de Dios y hermanos suyos, nos invita a crear una nueva comunidad en donde Dios reine entre nosotros. Pertenecer a esa comunidad, la Iglesia, el Pueblo de Dios supone no sólo una adhesión afectiva, sino activa: movida por el Espíritu Santo, la comunidad eclesial, el Pueblo de Dios, acepta a Jesús como Señor (celebración de la fe) y al Evangelio como estilo de vida (conducta moral) y su misión es dar testimonio de ello y proclamarlo al mundo hasta la parusía (compromiso apostólico). Desde la comunidad eclesial, los cristianos somos enviados al mundo para dar testimonio del mensaje de Jesús y desde el mundo volvemos los cristianos a la comunidad para buscar el pan y el agua viva que nos permiten seguir dando fruto, partiéndonos y repartiéndonos y para presentar al mundo como ofrenda que ha de ser transformada.

- Opción preferencial por los pobres. "La adhesión a Cristo y la comunión eclesial lleva al servicio del hombre y al compromiso por el bien común de la sociedad. "Cristo revela el hombre al hombre", la plenitud de su dignidad, la de ser hijo de Dios. Por su parte la Iglesia, cuerpo de Cristo, es fermento del Reino, de la nueva Humanidad. Por Cristo, cada hombre y todo hombre, especialmente los pobres y los que sufren, se convierten en camino para la Iglesia, que prolonga la encarnación de Cristo entre los pobres y su compromiso liberador" (OPJ 21).

"La opción por los pobres es una verdad teológica, porque hunde sus raíces en le misterio de Dios, partidario de los pobres, y en el misterio de Jesús el Cristo, cuya vida está al servicio de los pobres. Y por ser verdad teológica es también actitud moral y espiritual. Más aún: criterio normativo para todos los creyentes y condición necesaria para vivir un cristianismo evangélico" (JUAN JOSÉ TAMAYo-AcosTA, Hacia la comunidad, 1, Ed. Trotta, p. 19).

- Si el horizonte del Reino de Dios es la fraternidad universal y la liberación de todo aquello que aliena y oprime al hombre para devolverle a la vida, si para que ello suceda es necesario transformar el mundo, el compromiso cristiano pasa por:

- Mirar, ver el mundo de los pobres y de la pobreza con los ojos de los pobres y, descubrir desde ahí la necesidad de su transformación y la urgencia de su liberación.

- Hacer nuestra la causa de los pobres, que es la causa de la vida, porque es necesario devolver al hombre lo irrenunciable de su propia humanidad: su dignidad inalienable, su libertad, su cultura, su trabajo, su vivienda, etc.

- Insertarse y participar activamente en la lucha liberadora de los pobres, pues son ellos quienes deben ser los protagonistas de su propia liberación.

- Compartir la vida con los pobres, sus sufrimientos, sus necesidades, sus esperanzas, su lucha, su solidaridad y entrega.

- Analizar e identificar las causas que generan la pobreza, denunciarlas, buscar mecanismos alternativos que liberen al hombre, desde el amor y la justicia.

- Compromiso activo por transformar la realidad, pues la verdad teológica de la opción por los pobres tiene que desembocar en una acción humanitaria liberadora. El cristianismo no es sólo una teoría, sino una praxis y los cristianos tenemos que vivir unificándolo. La opción por los pobres se constituye de una verdad teológica, una actitud moral, una denuncia profética y un compromiso por la liberación.

La opción por los pobres ha de realizarse en dos dimensiones: la personal y la colectiva. Es decir, cada creyente ha de hacer una opción personal por los pobres en su propia vida dando testimonio personal de austeridad, solidaridad, sencillez. Cada creyente hace suya la causa de los pobres y la encarna en su vida cotidiana. Pero además, la opción por los pobres tiene una dimensión comunitaria, pues toda la Iglesia, todo el Pueblo de Dios, tiene como misión prioritaria la lucha por la justicia, la instauración del Reino de Dios aquí y ahora (J. J. TaMAYO-AcosTA, Hacia la comunidad, 1. Ed. Trotta. p. 28, 29, 30).

En 1985, Año Internacional de la Juventud, el Papa insta a los jóvenes a que se comprometan en la construcción de la historia, en la liberación de las estructuras que alienan al hombre y a la sociedad, desde una dimensión personalista, en la que debemos tener una profunda confianza en la vocación humana, porque luchar por la dignidad inviolable de cada persona es la tarea central y unificante de la Iglesia. "La afirmación que exalta más radicalmente el valor de todo ser humano la ha hecho el Hijo de Dios encarnándose en el seno de una mujer". Además de la dimensión personalista de servir a la persona, la Iglesia nos invita al servicio desde una dimensión comunitaria, los cristianos tenemos la obligación de servir a los pueblos y estar atentos a toda estructura que manifieste la gran injusticia socioeconómica internacional, denunciándolas, luchando contra ellas y planteando alternativas desde los valores del Reino de Dios (Jóvenes en la Iglesia, cristianos en el mundo. Proyecto marco de pastoral juvenil. Comisión Episcopal de Apostolado Seglar. 1992, p. 46).

- Una espiritualidad que integre la fe y la vida. El Concilio Vaticano II en el Decreto Apostolicam actuositatem, sobre el apostolado de los laicos dice que entre todas las formas organizadas de apostolado hay que dar prioridad a las que favorezcan la unión entre la vida y la fe. Desde aquí entendemos que el compromiso cristiano tiene dos características fundamentales: se vive desde la identidad cristiana, que es la participación en el ser y vivir de Cristo; y es vocacional ya que afecta a todas las facetas de la persona y de la existencia. Por lo tanto no se puede presentar como una actividad que se hace o se deja de hacer según la situación personal. El compromiso cristiano coge a toda la persona, se transforma en un estilo de vida vocacionado, que se concreta en una vida de oración y celebración en el encuentro cotidiano personal y comunitario con Dios Padre, que desarrolla el sentido de la vida en la vivencia de la fraternidad y que vive la opción por los pobres de una manera encarnada y comprometida en el mundo desde y entre los pobres.

Creemos que para que los jóvenes alcancen, desde su concreta situación, la plena madurez cristiana es necesario que establezcamos un proceso a través del cual la comunidad cristiana los conduzca y acompañe. Un proceso que requiere tiempo, pues es el joven quien descubre su propia vida y es ahí donde puede encontrarse con Cristo por la fe.

La preparación de la Confirmación ayuda al adolescente y al joven a darse cuenta de que el sacramento no es el final del proceso sino un momento muy importante que requiere continuidad, pues muchos aspectos a los que han sido iniciados necesitan un desarrollo posterior: la experiencia de oración, el análisis crítico-creyente de la realidad, la profundización y maduración de la fe, la experiencia comunitaria, la disponibilidad vocacional. Es el momento en que los jóvenes entre 18-25 años toman las grandes opciones en la vida, por lo tanto, es el momento de ayudar y acompañar a los jóvenes en la integración fe-vida, como respuesta totalizante y unificadora de la persona.

Un aspecto nuclear de la pastoral con jóvenes es que debe ser vocacional: "Por pastoral de jóvenes entendemos toda aquella presencia y todo un conjunto de acciones a través de los cuales la Iglesia ayuda a los jóvenes a preguntarse y descubrir el sentido de la vida, a descubrir y asimilar la dignidad y exigencias del ser cristiano, les propone diversas posibilidades de vivir la vocación cristiana en la Iglesia y en la sociedad y les anima en su compromiso por la construcción del Reino" (OPJ, 14).

La fe adulta tiene mucho que ver con la apertura a la voluntad de Dios para con cada uno de sus hijos; la disponibilidad vocacional depende de la medida en que el amor de Dios revelado en Jesucristo y las necesidades de los hermanos hayan tocado nuestro corazón. Dejar a Dios ser Dios y permitir que los pobres sean liberados implica hacer de la vida una respuesta en entrega gratuita y total. Sólo desde esta disponibilidad se puede escuchar en lo más hondo del corazón la vocación concreta a la que Dios nos llama a cada uno. El ser laico, religioso o presbítero es la necesaria concreción de la vocación bautismal que se plenifica en la confirmación y sacramentaliza todas sus dimensiones en la mesa eucarística (J. SASTRE, Algunas claves para una pastoral renovada. Separata de Teología y catequesis, núm. 74. 2000, p. 70).

La pastoral con jóvenes termina cuando éstos se incorporan plenamente a la vida adulta. Esto lleva a una reformulación del seguimiento de Jesús, de la participación eclesial y del compromiso evangelizador desde opciones definitivas. Es decir, es el momento de concretar el seguimiento de Jesús: cómo, dónde, con quienes, para qué. Las respuestas a estos interrogantes son personales (proyecto personal de vida y discernimiento vocacional), pero también del pequeño grupo dentro de la comunidad local y al servicio del Reino. Si el grupo juvenil persevera en este proceso de pastoral se suelen dar dos finales válidos: la formación de una comunidad laical, o bien la inserción de los miembros del grupo en otras comunidades para seguir sus vocaciones específicas (religiosa, presbiterial, misionera, contemplativa, etc.).

En el caminar hacia la comunidad de uno u otro tipo, tenemos mucho más claro lo que queremos, que el camino para conseguirlo. La meta es ser una comunidad que viva vocacionalmente la fe, y que actúe como mediación de discernimiento vocacional para con sus miembros; en consecuencia, la pedagogía utilizada será la de la oración personal, la revisión de vida y el discernimiento comunitario. La relación frecuente con otras comunidades y grupos que estén en las mismas búsquedas puede ayudar a la formación y al encuentro de pistas sugerentes (Id., p. 70-71).

Desde este proceso es desde donde se entiende y plantea la desembocadura en pequeñas comunidades y la necesidad de modelos de referencia de un estilo de vida comunitario para los jóvenes en la pastoral juvenil.

La desembocadura comunitaria de la pastoral juvenil. A raíz del Concilio Vaticano II surge un fenómeno comunitario plural que entronca con el cristianismo de los orígenes. Con el Vaticano II se presenta un nuevo modelo de Iglesia con dos dimensiones: en el interior, la conciencia de la Iglesia como pueblo de Dios en marcha; en el exterior, con la nueva ubicación de la Iglesia en el corazón de la sociedad (J. J. TAMAYO-ACOSTA, Hacia la comunidad, II. Ed.Trotta, p. 132). Se abre el camino de la Iglesia-comunidad, la Iglesia como comunidad de comunidades. Desde ahí surgen en el seno de la Iglesia diferentes tipos de comunidades en las que se recupera la referencia y el modelo de las primitivas comunidades cristianas fundamentadas en el estilo de vida comunitario de Jesús.

Por ello, la referencia y modelo que tomamos para esta desembocadura de la pastoral no es otra que la referencia del mismo Jesús, quien propone e inicia una alternativa comunitaria de vida. Desde el principio de su vida pública, Jesús llama a un grupo de hombres para que le sigan (Mc 1, 16-20), para que compartan su vida y su misión, porque el seguimiento que Jesús quiere, siendo personal e intransferible, es compartido. Del seguimiento común nace una nueva familia, una fraternidad que no se apoya en los lazos de la sangre, sino que se alimenta de la común respuesta a la común llamada (J. J. BARTOLOMÉ, Marcos. Un manual de formación para el seguimiento de Jesús. Cuadernos CPC, Proyecto catequista 9. Ed. CCS). La comunidad que Jesús propone es una comunidad de hermanos (Mc 3,31-35), de hombres libres (Mc 2,19-22; 25-27) e iguales al servicio de todos (Mc 9,33-36), donde no tienen lugar estructuras de dominación (Mc 10,42-45). El origen, el motivo de la llamada de Jesús para seguirle es la predicación del Reino de Dios: una misión común. Jesús llama para que el discípulo se ponga al servicio del Reino, les descubre las actitudes del Reino (Mc 4,3-34), el modo en que han de vivir (Lc 6, 17-26), la ley por la que se han de regir (Jn 15, 12-13) y desde el grupo los envía de dos en dos a proclamar la Buena Nueva. Ser discípulos de Jesús es el rasgo que identifica a todos los cristianos y este seguimiento es el que constituye la exigencia prioritaria de la nueva comunidad que acompaña a Jesús. Por tanto "es Jesús, presente en medio de quienes se reúnen en su nombre (Mt 18,20), quien fundamenta y sustenta, como piedra angular (Ef 2,20; 1 Ped 2,4), la existencia de la comunidad" (SECUNDINO MOVILLA, Las comunidades cristianas Juveniles en la Diócesis de Madrid (1965-1995). Extracto de la tesis doctoral. Universidad Pontificia de Salamanca. 1999).

Los hechos de los Apóstoles y las Cartas paulinas, sobre todo, dan testimonio elocuente de lo que era la vida y el sentir de las primeras comunidades y nos permiten conocer los principales rasgos, gestos y actitudes del estilo de vida que llevaban. Eran comunidades pequeñas, sencillas, de estructura doméstica y fraternal, dispuestas a acoger a los convertidos, preferentemente los pobres, sometidas a tensiones y conflictos, a veces en el interior de ellas mismas, y sobre todo con el mundo exterior, comunidades que no dudan el llamarse a sí mismas la "ekklesía de Dios" y que guiadas por el Espíritu, son referencia y modelo para el resto de las comunidades (Id., p. 25).

La desembocadura en pequeñas comunidades en el proceso de pastoral juvenil quiere ser una propuesta de vida para nuestros jóvenes creyentes, porque es el estilo de vida propuesto por el mismo Jesús y después la Iglesia primitiva para vivir de forma madura e integrada nuestra fe, porque es el modelo de Iglesia que propone el Concilio Vaticano II y al que tenemos que tender como pueblo de Dios que somos.

En la meta del proceso de pastoral juvenil proponemos la formación natural de pequeñas comunidades constituidas por los miembros del grupo con el que se ha ido profundizando y madurando en la fe y con quienes se ha ido compartiendo la vida y el camino iniciados tras el sacramento de la confirmación. Pequeñas comunidades formadas por jóvenes creyentes maduros que quieren ser discípulos de Jesús y seguirle con otros discípulos en el camino. Pequeñas comunidades congregadas por la Palabra en una actitud de constante y atenta escucha a la Palabra de Dios y a los signos de los tiempos. Pequeñas comunidades insertas en la Iglesia, especialmente la local y en comunión con otras comunidades y la Iglesia Universal. Pequeñas comunidades donde se aprende a vivir en fraternidad, como anticipo del Reino que ha de llegar para todos los hombres. Pequeñas comunidades donde se comparte y se celebran la fe y la vida en un clima siempre festivo. Pequeñas comunidades encarnadas entre y con los pobres, presentes en la sociedad con un compromiso sociopolítico transformador y en la Iglesia local compartiendo su misión apostólica. Pequeñas comunidades que facilitan vivir la vocación del discípulo de estar en el mundo sin ser del mundo (Jn 17, 13-18).

En el proceso de pastoral de pequeñas comunidades pretendemos responder con una propuesta global a las necesidades y carencias que los jóvenes de hoy presentan, porque unifica el horizonte y lo cotidiano, plantea una propuesta de futuro y una alternativa de vida a los valores que la sociedad presenta. Es decir, el joven entra en la dinámica de la nueva sociedad proyectada por Jesús, en la que el poseer se transforma en compartir, el dominar en servir y el tener en ser; en la que se lucha por la vida, la liberación personal y colectiva de todo aquello que nos esclaviza desde dentro o desde fuera, en la que se da la última palabra a la verdad y al amor incondicional al hermano. Y que incluye la promesa de felicidad para todos los hombres, la felicidad de las Bienaventuranzas.

3. Metodología: Un proceso por etapas

El proceso de pastoral juvenil que proponemos es un proceso de inspiración catecumenal, es decir, que el proceso es una iniciación cristiana íntegra, que tiene su origen, lugar y meta en la comunidad cristiana. Este proceso sólo se entiende con relación a un modelo de Iglesia y desde unas opciones básicas:

El modelo eclesial de referencia es la Iglesia como Comunidad de comunidades, es un modelo relacional. La clave no es la pertenencia sino la identificación, personalizar la fe en el seno de la comunidad cristiana.

Personalizar la fe significa vivirla conscientemente en libertad, en referencia a los otros, en disposición de compartirla, en actitud de búsqueda y de conversión continua, dejándose cuestionar por ella, y procurando que integre todos los aspectos de la persona.

Todo el proceso se apoya en las tres opciones que engloban los valores nucleares del Mensaje cristiano y las diversas actitudes que suscitan en la persona: la conversión, la comunidad y el Reino.

  1. Etapa de convocatoria (14-15 años)

  2. Etapa de propuesta (16-17 años)

  3. Etapa de iniciación (18-20 años)

  4. Etapa de profundización (21-23 años)

  5. Etapa de desembocadura (24-...)

Las dos primeras etapas de la pastoral juvenil vocacional corresponden a la preparación del sacramento de la Confirmación, como una auténtica iniciación cristiana madura. Y las tres últimas se corresponden con el proceso de profundización de la fe que consideramos necesario para que los jóvenes vivan una fe madura y personalizada, comprometida en lo cotidiano con coherencia entre fe y vida, asumiendo un proyecto de vida concreto desde la vocación específica que descubra e inserto activa y corresponsablemente en una comunidad local con un compromiso concreto por la transformación de la realidad.

La pastoral de adolescentes y jóvenes es un largo proceso que tiene sus etapas, que debemos vivir con desprendimiento, paciencia y sentido pedagógico. En esta pedagogía no interesa tanto las actividades sueltas sino una acción seria, continuada y planificada, según las etapas de crecimiento. La pastoral de jóvenes ha de ser dinámica y creativa, teniendo en cuenta la sicología de la edad, así como los valores culturales a los que son sensibles.

Este proceso conlleva una iniciación integral a la vida cristiana, realizada en el ámbito del grupo. Para ello en cada etapa y desde el inicio del proceso se plantean unos objetivos generales y por ámbitos (oración-celebración, formación, compromiso, relación en el grupo) encaminados a la integración de la fe en la vida del joven de forma personal y comunitaria. Incluye también elementos que dinamizan el desarrollo de la etapa y los integran en el proceso de pastoral juvenil y en la comunidad parroquial (convivencias de cada grupo y de todos los que integran la etapa, celebraciones de acogida, de paso a la siguiente etapa, etc. integradas en las celebraciones eucarísticas de la comunidad parroquial, celebración de la eucaristía dominical con toda la comunidad de jóvenes, etc.).

Todo grupo está animado preferiblemente por dos animadores. Son personas que tienen una formación adecuada y un caminar dentro de la comunidad. Son los responsables de velar por la marcha del grupo para que cumpla los objetivos correspondientes de la etapa. Además ayudarán a cada miembro del grupo a personalizar su proceso de fe mediante el acompañamiento personal.

Cada etapa del proceso tiene asignada una duración determinada, pero habrá de ser flexible porque el camino del proceso no es cuestión de edad, ni tiempo, sino de actitudes ante la vida y la fe.

a) Etapa de convocatoria

Los destinatarios pueden ser adolescentes alejados de la fe, pero abiertos a plantearse la vida en serio y adolescentes procedentes de la catequesis de postcomunión o que desean preparar el sacramento de la confirmación.

En esta etapa la Iglesia invita a los jóvenes a conocer e interesarse por la propuesta cristiana. Teniendo en cuenta la experiencia cristiana vivida hasta el momento de los adolescentes y las diversas razones por las que se acercan a la pastoral, esta etapa tiene como objetivo fundamental la consolidación del grupo humano, en el que se acerca y se plantea el estilo de vida de Jesús como diferenciador con otros grupos de talla humana y se acoge e integra a los grupos en la dinámica de la pastoral juvenil.

Para ello se anima a la oración de grupo con cada tema desde lo que han visto y experimentado y se invita a la oración personal. Se fomenta la celebración desde lo experiencial, con signos y símbolos que ayuden a expresar sus vivencias. Los temas van dirigidos a descubrir los valores humanos y cuestionar los valores y contravalores de la sociedad, la reflexión sobre su propia persona, las relaciones con que establecen con los demás y desde ahí presentar a Jesús como modelo de persona.

En esta etapa los jóvenes se comprometen a asistir al grupo y a realizar compromisos puntuales de servicio dentro de la comunidad parroquial. Como dinámica dentro del grupo se fomenta una comunicación fluida entre sus miembros, se potencia el ocio común alternativo y salidas que ayuden a la integración. Es fundamental iniciar en este momento el acompañamiento personal de cada joven, para lo cual el animador debe fomentar la entrevista personal con cada unos de los miembros del grupo.

b) Etapa de propuesta

Esta etapa va dirigida a jóvenes que buscan una respuesta a los grandes interrogantes vitales que se les plantean y están interesados en lo que Jesús y su mensaje pueda descubrirles.

El objetivo principal es la presentación de Jesús como respuesta de vida. Para ello se presenta a Jesús según los rasgos psicológicos de joven: frente a sí mismo, Jesús ama y acoge incondicionalmente (Reconciliación); frente a los otros, Jesús comparte y vive en comunidad. Jesús es quien convoca en el grupo; frente al mundo, los valores que Jesús proclama y vive son una alternativa (justicia, fraternidad, paz, servicio); frente a Dios, Jesús se identifica con su Padre, dándose entre ellos un diálogo afectivo (oración).

Se presenta a la Iglesia como esos amigos de Jesús que encarnan sus valores en la Historia y que celebran los sacramentos como expresión de esa encarnación. Se ayuda a la personalización de lo que se va viviendo en la etapa y desde ahí se ayuda a tomar la decisión de realizar un camino de maduración personal en la fe dentro de la comunidad parroquial (confirmación). Y se destapan las necesidades latentes en el joven de infinito, de búsqueda de sentido, de respuesta, de "algo que llene", es decir, se destapan sus deseos profundos y se suscita la pregunta religiosa.

Para poder hacer experiencial todo ello, se inician caminos de oración comunitaria, se fomenta la oración personal en clave de petición de respuesta a esos deseos profundos, se anima a participar activamente y vivir la Eucaristía y demás celebraciones de la comunidad juvenil, se experimenta la Reconciliación como expresión del amor del Padre, que acoge incondicionalmente; se proponen momentos de silencio para iniciar el camino de la revisión de vida y la elaboración de un proyecto de vida del grupo que se revisa periódicamente. El acompañamiento personal del animador con cada miembro del grupo debe ayudar a personalizar los aspectos de maduración personal, la integración en el grupo y en la vida comunitaria.

En esta etapa los jóvenes se comprometen puntualmente con alguna realidad marginal. Se suscita en el grupo la necesidad de compartir desde el corazón, procurando una comunicación más profunda; se fomenta la relación con otros grupos de la comunidad parroquial para que vayan tomando conciencia de Iglesia y se identifiquen con ella y se anima a vivir juntos, como grupo, las experiencias importantes del año (Pascua, convivencias, encuentro de verano...), así como las celebraciones de paso de una etapa a otra y sobre todo, el sacramento de la confirmación.

c) Etapa de iniciación

Los jóvenes que llegan a esta etapa se sienten atraídos por Jesús y su mensaje y tratan de plantearse su vida desde Él. En esta etapa el grupo ya tiene entidad como tal. Sus miembros están inquietos por el contraste que experimentan entre su vida real y el mensaje de Jesús. Desean que el grupo les ayude a interiorizar la experiencia cristiana y llevarla a sus vidas. Se inicia el proceso de integración fe-vida.

El objetivo de esta etapa es descubrir a Dios presente en su vida y en la historia. Abrirse a la intepelación que Jesús hace en su propia vida, porque seguirle supone adhesión a su persona, a su mensaje y a su proyecto: el Reino de Dios. Para ello es importante fomentar una actitud de disponibilidad: cómo estar atento, abierto, inquieto y en búsqueda. Y vivir la vida teniendo presente esta actitud. Buscamos pasar de una intuición a un encuentro personal (de conversión) con Jesús, es decir, sentir que Dios se coloca en el centro de la vida, es el motor de lo cotidiano y descubrir que Cristo está vivo y está aquí. Para ello es necesario que el joven lea su vida y su historia como encuentro con Cristo y como relación personal con Él. Pero para que este encuentro se produzca es necesario mantener el interrogante, por tanto es esencial cultivar la insatisfacción, el deseo de búsqueda.

En la oración y la celebración, el joven profundiza su relación personal con Jesús y asume un rato de oración diaria. Se buscan momentos de oración comunitaria para ir creciendo en el compartir, para sentir que no están solos, que son comunidad. Se ahonda en el conocimiento de los sacramentos, se celebra la Eucaristía, no como rutina, sino como presencia de Jesús vivo y se profundiza en el sentido de la Reconciliación.

El grupo se vive como el lugar donde se cultiva la actitud de búsqueda y disponibilidad y donde se facilita el encuentro personal con Cristo. Las relaciones entre los miembros del grupo se viven como "convertidos", basadas en que Cristo mantiene la unidad por encima de conflictos, apetencias o altibajos en la relación. Se anima a que compartan y pongan su vida delante de los demás y a que acepten que los demás pueden entrar en ella. Y se fomentan las relaciones con otros grupos de la Comunidad parroquial atendiendo a la necesidad de ser interpelados por quienes caminan delante de ellos en el proceso y también ser referencia para los grupos que vienen por detrás.

En el compromiso van descubriendo los signos de Dios en el mundo y se dejan interpelar por ellos, así como por las necesidades de la propia comunidad. Se inician en la acción solidaria responsable mediante compromisos estables. Se asume el conflicto como parte de la experiencia cristiana por la diferencia de valores entre los que hay que optar.

Se debe fomentar el acompañamiento personal, desde la confrontación e interpelación de los valores que cada joven va descubriendo. Y se les anima a que elaboren su proyecto personal y a que lo compartan con los miembros del grupo.

d) Etapa de profundización

En esta etapa los miembros del grupo se han abierto a un camino de conversión, viven una actitud inicial de disponibilidad y tratan de conformar su vida con el estilo de encarnación de Jesús.

El objetivo fundamental de esta etapa es reconocer a Jesús como la persona capaz de dar sentido y unificar la vida, asumiendo que esta conversión supone introducirse en la dinámica del Reino y reconocerlo como don, como gracia. Asumir el protagonismo en la construcción del Reino como tarea inacabada y descubrir la comunidad cristiana como ámbito en el cual caminar y madurar las opciones.

Para ello la catequesis irá dirigida a profundizar en el Reino de Dios: el Amor del Padre como don gratuito e incondicional, como fuerza transformadora y como pilar fundamental del Reino; la relación con Dios (oración) como fuente del Reino; el análisis crítico creyente de la realidad y las bienaventuranzas como programa de vida del Reino; la búsqueda de la voluntad de Dios desde la confianza y la disponibilidad; el Reino como creación del Espíritu y la comunidad como instrumentos que lo hacen posible.

La oración y la celebración se centran en la contemplación de signos del Reino de Dios, su cumplimiento en Jesús, la búsqueda de lo que Dios quiere para nosotros y en pedir la fuerza del Espíritu para vivirlo. Se anima y revisa la oración diaria de los miembros del grupo y se fomentan momentos de oración comunes y con la comunidad de jóvenes y parroquial. Se celebran con frecuencia los sacramentos de la reconciliación y la eucaristía, no sólo la dominical.

Los jóvenes comienzan a entender el compromiso como forma de ir integrando en la vida lo que les va pasando, lo que van haciendo... y cómo van poniendo su vida en clave del Reino. Es decir, comienzan a comprometer globalmente su vida, ya no es sólo el tiempo, sino toda su persona. En el compromiso descubren el Reino como tarea del hombre, además de don. Reconocen las urgencias históricas del Reino y proponen acciones que permitan ir viviendo la acción del Reino de manera globalizante, se inician en la lectura crítico-creyente de la realidad y orientan el futuro como respuesta a cómo van descubriendo que Dios quiere que construyan su Reino.

En el grupo se realiza y fundamenta el proyecto personal en la vivencia de los valores del Reino de Dios; se inician en la revisión de vida; se comienza a vivir la fraternidad haciendo cotidianas actitudes como la aceptación del otro desde lo que es, asumiendo sus limitaciones y reconociendo al hermano como don; se aprende a perdonar y a escuchar sin juicio, intentando no dar soluciones a todo; se comparte desde lo profundo de cada uno, desde el corazón; y se comienza a vivir desde la gratuidad. Se plantean compromisos comunes desde el servicio a la comunidad y al mundo.

Y cada joven vive una relación de acompañamiento espiritual estable en la que contrasta su proyecto personal y se le ayuda a clarificar las opciones que se siente llamado a discernir.

e) Etapa de desembocadura

En esta etapa los jóvenes confirmados ya han hecho su opción fundamental por Jesús y sienten la necesidad de responder a la llamada que Dios les hace para elaborar su proyecto de vida. Los jóvenes se encuentran en disposición de encontrar su lugar en la comunidad cristiana desde un servicio concreto en la construcción del Reino. El objetivo de esta etapa será que los jóvenes descubran dónde y cómo son llamados a vivir como cristianos adultos, desde una actitud de escucha y disponibilidad a la voluntad de Dios.

Esta etapa se inicia con un retiro de discernimiento vocacional en el que se propone clarificar al máximo lo espiritual cristiano, es decir aquellos niveles de la interioridad humana que están siendo transformados por el Espíritu Santo, de tal modo que le permiten a la persona conocer, sentir y querer como hijo de Dios. "El Espíritu lo escudriña todo, incluso las profundidades de Dios. Pues ¿quién conoce lo íntimo del hombre, a no ser el mismo espíritu del hombre que está en él? Del mismo modo, sólo el Espíritu de Dios conoce las cosas de Dios. En cuanto a nosotros, no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para que conozcamos lo que Dios nos ha dado gratuitamente. Y de esto es de lo que hablamos, no con palabras aprendidas de la sabiduría humana, sino aprendidas del Espíritu, adaptando lo que es espiritual a quienes poseen el Espíritu de Dios. El hombre natural no capta las cosas del Espíritu de Dios: carecen de sentido para él, y no puede entenderlas, porque sólo a la luz del Espíritu pueden ser discernidas. Por el contrario, quien posee el Espíritu lo discierne todo y no depende del juicio de nadie. Porque ¿quién conoce el pensamiento del Señor para poder darle lecciones? Nosotros, sin embargo, poseemos el modo de pensar de Cristo" (1 Cor 2, 10-16).

Este conocimiento es, simultáneamente, discernimiento, es decir, la capacidad de distinguir lo que es verdaderamente de Dios, de lo que se le parece. Todo se desarrolla en la conciencia, pero sólo a posteriori, cuando uno vive a la luz del Espíritu Santo, distingue entre la vida fundamentada en la fe en Dios y el "inconsciente espiritual". Este conocimiento no consiste en conceptos, sino por conexión vital entre interioridad humana e interioridad de Dios.

La voluntad de Dios es un amor, de Dios en Cristo, que atrae al hombre hacia una determinada figura de hombre, de Iglesia y de sociedad. Es decir, Jesús desde la cruz, nos atrae hacia sí mismo, nos configura con Él. Nos configura no sólo como personas, sino como pareja, como comunidad, como Iglesia, como humanidad. La voluntad de Dios es que todos las personas alcancen la plenitud de su estatura moral, humana, en Cristo.

Con el retiro de discernimiento vocacional, el joven desde una actitud de escucha y disponibilidad a la voluntad de Dios, va descubriendo que Dios invita al seguimiento desde opciones concretas y va desarrollando, junto a su grupo y el acompañamiento espiritual, las actitudes necesarias para abrirse a esa llamada, discernirla y acogerla. El momento vocacional no está exento de dificultades y autoengaños que se clarifican en el grupo y, sobre todo, con el acompañamiento espiritual que ayuda a personalizar la fe.

Por ello el grupo se convierte en el ámbito privilegiado desde el que se buscan las opciones de vida, se confronta la coherencia entre vida y Evangelio, se relee la historia de cada uno en clave de Fe y Reino y se plantean los criterios cristianos respecto al trabajo, los bienes, el estilo de vida, las relaciones interpersonales, y se comienzan a vivir de manera adulta.

En este momento es clave cultivar la llamada de cada uno desde la oración personal diaria, la oración comunitaria, los sacramentos, la meditación de la Palabra, vivida, compartida y revisada comunitariamente. Es imprescindible vivir en clave de discernimiento personal para ir descubriendo el cómo se concreta la llamada de Dios en la vida, abiertos a las distintas opciones comunitarias que el Evangelio y la Iglesia proponen (religiosa, presbiterial, laical, contemplativa, etc) para servir más y mejor al Reino de Dios, desde la vocación personal de cada uno.

El paso del grupo a comunidad es la culminación del proceso de pastoral vocacional. Tras un largo recorrido en el que cada miembro ha ido madurando su opción de vida desde unas claves evangélicas, llega el momento de la decisión final: optar por seguir a Jesús en comunidad, compartiendo la vida, la fe, los bienes, compromisos. Este paso ha de ser fruto de una seria y honda reflexión para que la decisión personal sea dada libre y responsablemente desde la propia vivencia de fe. Sólo desde una experiencia de encuentro sólida con el Señor Jesús se puede ser creador de fraternidad, signo visible de la presencia del Reino entre los hombres. El paso a comunidad se dará cuando todo el grupo, o la mayoría de sus miembros, considere que está preparado y dispuesto a ello. En ese momento el grupo iniciará la reflexión sobre el proyecto comunitario y plasmará sus concreciones específicas, objetivos y medios, dentro del marco del proyecto comunitario, válido para todos los grupos que llegan a esta etapa.

El paso a comunidad ha de celebrarse públicamente y toda la comunidad parroquial debe participar en esta celebración, pues se convierte en sacramento, encuentro y compromiso, de la comunidad que da el paso y de la Iglesia que la acoge.

La comunidad es un grupo de talla humana formada por jóvenes adultos, capaces de establecer unas relaciones interpersonales fraternas cada vez más profundas, compartiendo lo que son, con sus dones y sus limitaciones, con confianza y sinceridad. Sus miembros son mayores de 24 años y llevan viviendo el proceso pastoral al menos durante 4 años. Todos han asumido el proyecto de Jesús y desean compartir su vida a la luz del Evangelio y comprometerse juntos en la realización del Reino de Dios.

4. La comunidad es, a la vez, don y tarea. Es ante todo:

Una comunidad de fe porque su raíz es que Dios es Padre y Él es quien les congrega como hijos y hermanos. La comunidad es donde comparten y crece su fe a través de la oración, de los sacramentos como signos de salvación, de la búsqueda de la voluntad de Dios, de la escucha de la Palabra y de su eco, de la reconciliación, de la lectura creyente de la realidad, de la corrección fraterna, de compartir lo que son, lo que quieren y lo que tienen, de crear comunión.

Una comunidad de vida porque se construye una fraternidad de iguales. Siempre está en proceso hacia una plenitud de entrega. Es lugar de crecimiento humano, de maduración afectiva; es una escuela del amor, del diálogo, de la escucha y del servicio. Y pasa por compartir las cosas más sencillas.

Una comunidad profética porque es parábola del Reino: la comunidad frente al individualismo y al consumismo o ansia de tener. Es una profecía de solidaridad, de amor y de entrega.

Una comunidad encarnada porque pretende ser presencia en el entorno social (trabajo, barrio, ciudad) y entre los hombres, especialmente los más pobres, potenciando semillas del Reino, denunciando situaciones injustas y planteando alternativas para cambiarlas.

La comunidad es un proyecto siempre en marcha porque nunca está plenamente realizada. Corresponde al día a día, desde el amor y la entrega a los hermanos que Dios les ha confiado, acogiendo a cada uno como es y comprometiéndose a sostenerles en entrega y fidelidad a la opción realizada.

Existen una serie de actitudes evangélicas que favorecen la construcción de la comunidad. Destacaremos:

- La disponibilidad y la gratuidad, estar dispuestos a sumir los servicios y responsabilidades que la comunidad desee confiarles, reconociendo que el bien común está por encima de los intereses personales. Esto requiere un descentramiento permanente y una gran libertad de corazón.

- La corresponsabilidad activa no sólo en las tareas asumidas, sino en el crecimiento de todos los miembros. Para ello es necesario interpelar y dejarse interpelar, reconociendo que la corrección fraterna vivida con amor y sinceridad en una ayuda inestimable y una exigencia evangélica (Mt 18, 15-17).

- Confianza en la comunidad para ir superando todo individualismo y desde la libertad puesta al servicio del bien común.

- El compartir. Jesús les invita a poner en común todo lo son, sus dones y aptitudes; pero también todo lo que tienen, bienes, sueldos, tiempo, etc.

- El perdón, como corazón de la comunidad, porque se reconocen limitados, pequeños y frágiles, en definitiva, pecadores.

- El discernimiento personal vocacional, durante el cual cada uno va descubriendo cuál es la voluntad de Dios en su vida y en el que la comunidad es el lugar donde se acompaña, se acoge y se impulsa la vocación de cada miembro. Y el discernimiento comunitario para las decisiones que se tomen en el seno de la comunidad lo sean desde la luz del Evangelio y el asentimiento de corazones.

- Sentido de la misión: todos los miembros de la comunidad descubren que no están allí para ellos mismos ni para su propia realización, sino para acoger el don de Dios y servir a los hombres, especialmente a los más pobres. Por ello, el objeto normal de su reflexión será la misión de la comunidad: el análisis de la realidad en la que vive, la vida diaria y el compromiso de sus miembros como tarea de extender el Reino.

5. Elementos del proyecto comunitario

Cada núcleo comunitario tendrá su propio proyecto en el que plasmará su fundamento, sus motivaciones, sus objetivos y medios para caminar juntos. En él se recogerán los siguientes aspectos:

- Identidad del grupo: historia y composición actual. Credo de la comunidad en el que se exprese el fundamento de sus vidas, aquello por lo que existen, viven y luchan. Un credo que sea el principio integrador de sus vidas, la perla que han encontrado y desde la cual orientan todos los aspectos de su vida.

- Oración: el seguimiento de Jesús se revela ante todo como don gratuito. Él ha tomado la iniciativa, ha llamado a cada uno los ha reunido en comunidad. Es en la oración donde se comunica este don de Dios. Desde aquí crece en todos el deseo de ser más hijos y mejores hermanos en la medida en que se abren y se dejan modificar por su presencia y se les lanza a la construcción del Reino. Para ello se ve la necesidad de reservar unos tiempo para vivir el encuentro personal y comunitario con Jesús, de "entrar en amistad con Aquel que sabemos que nos ama" lo que supone poner medios concretos para ello y fijar la frecuencia y el tiempo con que se van a llevar a cabo.

- Celebración: celebrar es constitutivo de cualquier cristiano y es otra de las fuentes de donde mana la gracia desde la cual se vive. Celebración como oración encarnada en la vida, como momento palpable de la presencia de Dios y de la comunidad unida. La Eucaristía y la reconciliación son pilares fundamentales de la vida comunitaria y en los medios que se concreten tienen un lugar importante. Además la comunidad sacramentaliza los acontecimientos de la vida porque son lugares cotidianos del encuentro y compromiso de la comunidad con Dios Padre y con los hermanos.

- Vida común: formar comunidad conlleva un estilo de vida que se va adquiriendo progresivamente. Para ello es necesario concretar en cada momento las actitudes que tendrán que cultivarse para que la comunidad crezca en fraternidad, confianza y testimonio evangélico. Se establecerá el ritmo de reuniones comunitarias y de cualquier otro tipo de encuentro que ayuden a vivir de forma cotidiana dichas actitudes, se buscarán momentos de ocio comunes (salidas, vacaciones, etc). Se establecerán los servicios ministeriales o acciones de amor por el resto de los hermanos que los miembros de la comunidad van a asumir desde las actitudes de disponibilidad y gratuidad. Así como su funcionamiento, tiempo de duración, etc. Los ministerios o servicios tienen como misión dinamizar y enriquecer la comunidad, por ello es importante que existan en aquellos aspectos que la comunidad considera fundamentales para su crecimiento. Por ejemplo, el ministerio de oración velará y animará con creatividad la oración personal de cada uno de los miembros y de la propia comunidad.

- Misión compartida especialmente al servicio de los pobres: la comunidad cristiana se entiende como un proyecto de Dios, no como un proyecto humano, y por lo tanto tiene que aparecer en el contexto socio político como una alternativa, tanto a los valores como a los procedimientos de la sociedad. Además el Señor confía a la comunidad la misión de evangelizar, de hacer presente el Reino entre los hombres. Desde esta llamada y teniendo en cuenta la vocación específica y los carismas de cada uno, la comunidad debe ir discerniendo su misión compartida tanto en el campo de la evangelización de la fe, exigiendo un mayor protagonismo y responsabilidad en la comunidad eclesial, como al servicio de los pobres, desde la militancia socio-política.

- Compartir los bienes: fruto de la opción por los pobres y del estilo de vida en fraternidad, la comunidad se pregunta la forma de poner los bienes en común, los sueldos, la cantidad que se comparte y quienes son los beneficiarios de esos dones. Se comienza a vivir en un estilo de austeridad compartida, discerniendo qué bienes son realmente necesarios y cuáles son prescindibles o superfluos. Se desarrollan mecanismos dentro de la comunidad para revisar cómo se vive este aspecto en lo cotidiano.

- Formación: porque es una necesidad para el Reino, para responder a los retos y a las injusticias que existen en el mundo, en la sociedad. Porque el camino de fe que comienza necesita alimentarse para crecer como creyentes y para poder ofrecerlo a otros.

- Discernimiento comunitario: porque es el medio para descifrar los designios del Señor y enfrentarse a las situaciones que se irán planteando en la vida de la comunidad: encarnación (dónde, con quién, cómo, para qué), misión compartida, bolsa común, destino del dinero que se va a compartir, etc.

La pastoral de pequeñas comunidades es imprescindible para que la Iglesia sea misionera y entre en la nueva evangelización, porque representan una alternativa de vida a lo que la sociedad y el mundo presentan, porque son modelo de referencia para otros grupos de jóvenes por el recorrido y las búsquedas que han realizado, porque encarnan un perfil de creyente comunitario, y comprometido con los valores del Evangelio en ámbitos parroquiales, porque con el estilo de vida comunitario al que optan, sencillo, encarnado y comprometido con los problemas sociales, testimonian, sin complejos, una fe confesante y comprometida desde la experiencia del Dios de Jesús y llevan a la práctica cotidiana los valores del Reino, viviendo como real y posible el ideal utópico del mismo.

6. Dificultades y autoengaños de la vida comunitaria

La vida en comunidad no es un camino fácil, está lleno de autoengaños, limitaciones, errores, pues quienes forman la comunidad no son más que personas, con sus virtudes y sus defectos, en definitiva pecadores, insertos en una sociedad que plantea una vida totalmente contraria a lo que la comunidad aspira. La vida en comunidad exige un continuo aprendizaje y un estado de alerta permanente para no caer en Caminar contracorriente supone también desgaste, cansancio e incluso, acomodo a lo que hay, a donde se ha llegado, y a engañarnos creyendo que ya no podemos hacer más, que ya hemos alcanzado la meta de vivir con coherencia e íntegramente nuestra vida cristiana: vivimos en comunidad, optamos por los pobres, rezamos y celebramos.

El paso a comunidad no es más que el inicio de la vida del discípulo de Jesús. El seguimiento de Jesús es tarea de toda la vida y exige seguir aprendiendo de El a través de la Palabra, que es la fuente de vida de la comunidad. Una Palabra que no puede ser manipulada, pero que por falta de conocimientos o por creer que ya lo sabemos todo, a veces se utiliza a conveniencia.

Es necesario que la Iglesia tome en serio estas pequeñas comunidades, que sepa acogerlas y acompañarlas

No es suficiente mientras el Reino de Dios siga necesitando obreros que entreguen su vida por El. Por ello remarcar que este es el inicio del camino, que la fuerza y el aliento de las comunidades no somos las personas, sino Jesús que nos congrega y su Espíritu quien empuja y que el único camino posible para ser felices es vivir las Bienaventuranzas. La comunidad tiene que aprender a vivir en equilibrio la realidad y la utopía para que el servicio al Reino sea eficaz y duradero.

Comunidad Escaguis