Modelos de Iglesia
DPE
 

Nunca son buenas las alternativas radicales. La realidad enseña que una de las claves de lo verdadero es la integración de contrarios. Los contrastes, hechos dilemas, sofocan y fanatizan. Este breve preámbulo quiere denunciar algunos tipos estereotipados de opciones eclesiales que, cuando se unilateralizan, resultan peligrosos y falsos. Conviene tenerlos en cuenta en estos tiempos de nueva evangelización.

Así, los que quieren contraponer una Iglesia evangelizadora (del anuncio) frente a una Iglesia sacramentalizadora. Anuncio y sacramento se complementan y necesitan. Tampoco podemos enfrentar una Iglesia denominada democrática frente a otra autocrática. La comunión eclesial exige mucho más que cualquier forma democrática (exige fraternidad) y rompe los moldes autoritarios. No tiene sentido tampoco contraponer Iglesia carismática (también llamada' popular y de pequeños grupos o comunidades) frente a Iglesia institucional (o jerárquica y de masa). La única Iglesia sabe potenciar ministerios y carismas, vocaciones y funciones, al servicio y edificación común. Finalmente, ¿qué sentido tiene contraponer Iglesia profética frente a una Iglesia cultual? El profeta, cuando lo es de verdad, sabe que la transformación de la realidad viene desde el proyecto de Dios, no sólo humano. Y el sacerdote, cuando lo es de verdad, sabe que el culto que ofrece no es algo separado de la vida y de la realidad social, sino desde dentro de ella para transformarla.

Estamos en una Iglesia de comunión para la misión. Todos somos necesarios y corresponsables. Será el Espíritu quien deba marcar la grandes sendas por donde caminaremos desde el año 2000. A nosotros, como dice el evangelio, nos toca ser sencillos y dóciles como palomas, pero astutos y arriesgados como serpientes para saber y poder discernir lo que es adelantar y ayudar el Reino, de lo que son simplemente intereses personales o de colectivos con deseo de protagonismo o de poder. También en la Iglesia es una tentación.

Permítaseme ahondar aún más en lo expresado anteriormente: se suele llamar paradigma a un modelo o imagen que simboliza y aglutina, en una palabra o concepto, todo un conjunto de ideas, opiniones, posturas y acciones.

Si, desde la Iglesia, en esta hora presente, queremos hablar de paradigmas o símbolos, me atrevería a señalar los siguientes, bien entendido que, lejos de teorías, se traduce en posturas vividas, a nivel personal y comunitario: la Iglesia-roca en el mar proceloso de la cultura abierta y secularizada de hoy. En esta postura eclesial se potencia la identidad, la seguridad, el tener las cosas claras. Se pierde, por el contrario, fuerza misionera y necesario diálogo en una sociedad plural. El segundo modelo sería el de Iglesia-casa en un mundo sin hogar.

Se aboga por la fraternidad, el calor de hogar, una Iglesia de pequeñas comunidades. El peligro, grave, es perder la universalidad de lo eclesial, la catolicidad, y cerrarnos en visiones particularistas de Iglesias demasiado provincianas. Otro modelo, es la Iglesia-fermento. Se aboga por una Iglesia de cristianos militantes, luchadores en todos los frentes sociales. Una Iglesia de compromiso coherente. El peligro es el crear una Iglesia sólo "de los nuestros", de los puros, de los que son auténticos. Un penúltimo modelo sería el de una Iglesia-mediática, es decir, de marketing, de apariencias, de audiovisual, de grandes concentraciones y globos puntuales. Suele atraer y mover riadas, pero son como tormentas de verano. Es una Iglesia sin raíces. Finalmente, estaría la Iglesia-samaritana en su versión radical. Metida de lleno en todos los problemas y reivindicaciones sociales sin saber muy bien diferenciar lo humano del Reino evangélico, identificando cualquier causa aparentemente justa con la misión eclesial.

La Iglesia verdadera encierra, sin exclusivismos, lo mejor de los anteriores modelos: es identidad, hogar, fermento, anuncio y samaritana. Porque el criterio de catolicidad, de integración, es el criterio de verdad.

BIBL. — R. BERZOSA MARTÍNEZ, Para comprender y vivir la Iglesia Diocesana, Burgos 1998.

Raúl Berzosa Martínez