Kerigma
DPE
 

Entre los elementos dinámicos de la acción misionera de la Iglesia juega un papel de primer orden la realidad teológica y pastoral que nombramos con este vocablo griego y no traducido de "kerigma".

En su sentido más amplio puede entenderse como abarcador de todo el ámbito pastoral de la palabra: evangelización, misión, catequesis, catecumenado, testimonio, diálogo y compromiso caerían bajo su amplio arco (así C. Floristán Teología práctica, Salamanca 1993, pp. 359-419). Limitamos sin embargo el concepto a esta dimensión o momento de la acción misionera en el que se manifiesta el núcleo mismo del misterio cristiano: la persona de Jesucristo muerto y resucitado.

Subrayamos desde el principio su condición de elemento dinámico no de fase o periodo superable, como si fuese una etapa o circunstancia inicial que progresando se hubiera de abandonar. Surgido en el ámbito de la Palabra, sin embargo, es inconcebible sin el Espíritu, sin el testimonio y sin la fe. Por tanto, entra en la zona de los acontecimientos más que de los anuncios. De modo que su acontecer acompaña todos los estadios o procesos de la acción pastoral, y está, de hecho, presente en todos los ámbitos y sectores de la evangelización.

"La evangelización también debe contener siempre -como base, centro y a la vez culmen de su dinamismo- una clara proclamación (esto es kerigma) de que en Jesucristo, se ofrece la salvación a todos los hombres, como don de la gracia y de la misericordia de Dios" (RM 44).

Aspectos bíblicos

Kerigma se puede traducir por proclamación, anuncio o predicación, pero estas palabras no llegan a recubrir el contenido denso de esta realidad transida de brillante novedad cristiana, genuinamente cristiana. Su alta concentración de sentido y su difusión en la teología y en la catequesis posconciliar impiden su traducción.

En el NT que emplea mucho más el verbo (kerysso) que el sustantivo —ya en esto se atisba su condición de concepto dinámico— significa ordinaria y simultáneamente el acto de proclamar y el contenido mismo del mensaje proclamado. Sujeto de esta acción es siempre un mensajero cualificado, autorizado y deputado para ese fin. No todos pueden "proclamar" este mensaje.

De hecho el verbo, que en el NT únicamente se aplica a los apóstoles, no significa propiamente "predicar", exponer una doctrina, enseñar o hacer una exhortación, sino "proclamar un hecho".

El objeto directo del verbo proclamar o el contenido del sustantivo kerigma no es otro que "el evangelio" en 1Tes 2, 9; Gal, 2,2; Mc 1, 14; 13,10; 14,9; Mt 4, 23; 9, 35; 24,14; 26, 13; o Cristo Jesús en 1Cor 1, 23; 15,12; 2Cor, 1,19; 11, 4; en Lc preferentemente es el reino de Dios, (Lc 8,1; 9,2; Hch 20,25, 28,31; también en Mt 4,23; 9,35; 24,14) la vida, pasión muerte y resurrección de Cristo. Una llamada que se dirige a los oyentes comprometiéndoles y urgiéndoles.

Está su realidad presente ya en la vida terrena del Salvador, que aparece "proclamando" el reino de Dios, y se prolonga en la vida y trabajo de los apóstoles y de la entera comunidad cristiana: el núcleo mismo de la comunidad cristiana y por tanto el sentido y el fin primordial de su acción y de su presencia en el mundo es el acto de proclamar el kerigma, valga la redundancia. En cuanto acto o acontecimiento y en cuanto contenido el kerigma hace presente a los hombres que lo reciben la salvación misma.

En la forma que se presenta en el NT ordinariamente contiene un esquemático compendio de la vida, muerte y exaltación de Cristo. Tiene por tanto un componente de relato histórico, inserta a Jesús en la historia, partiendo de su humillación y preexistencia, y llegando a su resurrección y exaltación lo anuncia como el acontecimiento definitivo y escatológico. Los discursos de Pedro en Hechos pueden ser las mejores muestras de la forma de presentar el kerigma como proclamación de la irrupción del señorío o el reinado de Dios en la resurrección de Cristo, proclamación que se acompaña con signos, sucesos y acciones que lo manifiestan como algo nuevo, un nuevo orden, una situación distinta llena de abiertas posibilidades sorprendente.

Kerigma es pues un acto, una intervención viva y actual de Dios presente por la palabra del mensajero que no se guarda nada de lo que le han dicho, (Hch 24,12) y cuya palabra es mediadora de la oferta de salvación presente en ese acontecimiento.

Es algo nuevo en su contenido: no una nueva doctrina, ni una nueva visión de Dios, ni un nuevo culto. Lo decisivo del kerigma es la acción, la proclamación. Por la proclamación del hecho viene actualmente el Reino de Dios, se hace real el evangelio. Cristo se hace presente, la Palabra de Dios se pronuncia y actúa. "El kerigma apostólico era algo más que la simple prelación de un mensaje. Pablo fue a Corinto a llevar el mensaje; pero lo específico suyo, lo que lo contradistinguiría de los demás filósofos, no era precisamente lo que había de logos en el kerigma, sino lo que había de pneuma y de dínamis". Esto que tiene de fuerza y poder del Espíritu es lo que distingue al kerigma de otros actos de palabra también presentes y necesarios en la acción pastoral y evangelizadora: la confesión de fe, la didascalía cristiana, la catequesis o la profecía carismática, el himno litúrgico, etc.

"Resumiendo, podríamos decir que el kerygma es la proclamación oficial y autorizada del gran hecho cristiano: Cristo presente y activo en la historia humana, para conducirla desde dentro a su salvación final". (J. Mª. GONZALEZ Ruiz, s.v. en: Enciclopedia de la Biblia, col. 838).

Reflexión Teológica

a. Podemos definir el kerygma, como el hecho dinámico y progresivo de la salvación actuada por Cristo, en cuanto proclamado desde la Iglesia, en cuyo seno se realiza visiblemente la fuerza operante del Espíritu. Es proclamado por los enviados con la autoridad de la Iglesia. El kerygma se realiza envuelto en la fuerza y la obra visible del Espíritu, que va transformando al oyente que recibe el anuncio y responde con fe.

El kerigma es para la Iglesia una de sus formas de vida y actividad esenciales, imprescindibles e insustituibles. El kerigma identificado con la predicación así entendida y junto con la administración de los sacramentos, es el servicio principal que debe realizar la Iglesia. "La evangeli

zación también debe contener siempre -como base, centro y a la vez culmen de su dinamismo- una clara proclamación de que en Jesucristo, se ofrece la salvación a todos los hombres, como don de la gracia y de la misericordia de Dios". Todas las formas de la actividad misionera están orientadas a esta proclamación que revela e introduce el misterio escondido en los siglos y revelado en Cristo (cf. Ef 3, 3-9; Col 1, 25-29), el cual es el centro de la misión y de la vida de la Iglesia, como base de toda la evangelización (RM 44).

b. El kerigma tiene estos rasgos:

Es un relato cuyo objeto es en último término todo el conjunto de la revelación divina cuyo condensado y núcleo se encuentra en el misterio pascual. El kerigma presupone la palabra de Dios y está vinculado a todo lo que esta palabra revelado de la actividad salvífica de Dios en el pasado, presente y futuro. Pero el punto central de este relato es la persona v obra de Jesucristo, la palabra de Dios encarnada.

Es un relato vinculado siempre a la historia de salvación. El kerigma se vacía de Espíritu y deja de servir a la palabra de Dios cuando se mengua o se anula esta vinculación a la historia de la salvación. Queda así protegido de toda idealización y de toda desencarnación y atemporalidad. No puede prescindir de lo singular e irrepetible del acontecer histórico, pasado y presente.

Es íntegro. Tal relato implica que el Kerigma de por sí es siempre íntegro: no ha de omitir ni añadir nada. En cuanto relato-acontecimiento, es cumplimiento de un mensaje. El que lo porta habla como embajador de Dios, condición que excluye todo modo autónomo o autocrático de hablar. El kerigma prohibe al portador la imposición de valoraciones y exigencias propias, o su rebaja. El anuncio no es, pues, un acto original creado por el mensajero, sino que su presencia y palabra es siempre instrumental, subordinada. El kerigma está al servicio a la palabra de Dios que es quien habla en el acontecimiento.

Actualización. Si "en el kerigma se da la presencialización y actualización de la palabra divina, dado que esta palabra es para el hombre palabra de la verdad y palabra de salvación, no puede permanecer en el pasado, sino que debe ser traída constantemente al presente y dicha a cada uno de los hombres" (CFT t. III "Predicación", p. 515).

c. Hay formas y grados diversos de ejercitarse el kerigma:

La lectura de la palabra divina fijada en la Escritura tiene el rango de predicación. Y en el culto eucarístico tiene su lugar más propio y eficaz.

Pero, también la presentación "ocasional" en la conversación privada, o en actos poco más formales que ésta, tiene lugar el kerigma, el cual siempre ha de precedido, acompañado y seguido de otros actos de preparación, de exposición y de aplicación a la situación de los oyentes.

Prescindiendo de otras diferencias accidentales, las dos formas fundamentales del kerigma son la predicación "primera" o misionera "ad gentes" y la predicación intraeclesial ante la asamblea de los fieles, que suele tener lugar de ordinario en el culto divino. Gracias a la presencia del Señor glorificado, la predicación kerigmática es un acontecimiento salvífico, pues la palabra de Dios no es sólo un lenguaje informativo o meramente revelador, sino una actividad divina salvífica. Es la "palabra de salvación" (Act 13,26) en el doble sentido de que en ella se anuncia salvación, pero también se ofrece y dispensa. La palabra de Dios, en efecto, es "fuerza de Dios para la salvación" (Rom 1,16). La actividad salvífica divina a través de la palabra no está en contradicción con la dispensación de gracia por parte de Dios a través de los sacramentos.

Son dos formas de actividad divina en esencial correlación: ambas poseen su función intransferible y se complementan mutuamente. Ni subrayar la fuerza salvífíca de la palabra divina significa quitar valor a la comunicación sacramental de gracia, ni ensalzar el sacramento representa una depreciación de la palabra. La perenne tensión entre evangelización y sacramentalización sin desaparecer se aclara en cuanto percibimos el sentido de una genuina predicación kerigmática.

De todos modos, ninguna forma de exposición o de adaptación explica o produce el contenido del misterioso acontecimiento temporal y escatológico que se da en el kerigma. Este misterio trasciende todo esfuerzo humano. Consiste en la presencia de la misma palabra encarnada, es decir, Jesucristo. Es Dios mismo quien hace presente su palabra mediante su Espíritu en el acto kerigmático. Por eso la proclamación de la palabra de Dios es un misterio: la presencia activa y salvífica de Dios bajo el velo de la palabra humana. Por lo mismo el núcleo más íntimo del kerigma sólo es accesible a la fe, pero la palabra viviente de Dios, no convierte al factor humano de la predicación en mera apariencia prescindible. La predicación kerigmática presenta la palabra de Dios envuelta en palabras del hombre. Es realidad de estructura sacramental, aunque no esté ritualizada.

El kerigma es público en el doble sentido de que no responde a la iniciativa autónoma del particular, pues el predicador está ligado de por vida a la misión que le es encomendada por Dios, ligado a través de Cristo, de sus apóstoles y de la Iglesia. Y como tal proclamación, por más que se pueda dar en el diálogo privado y ocasional, es actuación de destino común, no privado; está dada para todo el mundo y ante toda la creación se proclama. "A toda la tierra alcanza su pregón". Con la tarea de proclamar (Kerigma), a la Iglesia le fue concedido el poder de conservar la palabra divina (Sagrada Escritura) y dar su explicación auténtica (Magisterio). Todo esto sólo puede hacerlo la Iglesia mediante la asistencia del Espíritu Santo que le prometió el Señor. Sucesión apostólica y predicación dotada de autoridad están en esencial correlación con la función kerigmática de la comunidad y especialmente de los fieles cristianos que han sido ungidos y constituidos como profetas, mensajeros y testigos.

El kerigma tiene como fin la conversión y la fe del hombre. De forma que el hombre salvado por la fe y elevado a la vida eterna se halla al fin del camino que Dios describe en su palabra. Pero la salvación sólo se da sobre la base de la aceptación de la propia situación con un conocimiento sereno y realista.

Reflexión pastoral

a. No hay predicación kerigmática atemporal ni utópica aunque siempre sea escatológica. La tarea de predicar y actuar el kerigma inmutable de Dios sólo puede ser sostenida y culminada si se intenta realizar en formas siempre nuevas, adaptadas a los diferentes tiempos. Está ampliamente extendido el reproche de que la predicación, por estar ligada a unas formas de pensamiento y expresión ajenas a la vida actual, superadas y en parte empapadas de clericalismo, no afecta al hombre de hoy.

La tarea indudablemente muy difícil de anunciar el kerigma, la palabra de Dios, al hombre de la moderna sociedad masificada y técnica exige como presupuesto ineludible poseer un conocimiento realista y objetivo del hombre y de su entorno. El kerigma no es mágico, es sacramental, no es fundamentalista, es católico y misionero. Sus portadores deben tomar en serio los problemas del hombre de hoy y anunciar el kerigma cristiano como la respuesta verdaderamente clarificadora, liberadora de y absolutamente fiel a estos problemas y situaciones.

El conocimiento de la situación real del hombre actual aparece entonces como primer presupuesto pastoral para una auténtica predicación kerigmática.

Para no caer en el gran peligro de una descripción individualista, espiritualista y moralista, en el que no raras veces cayó la predicación de los últimos siglos, se debe predicar, más de lo que se hizo hasta ahora, el Evangelio como mensaje de Dios, que ofrece en Jesucristo la salvación a todo el mundo.

b. Sobre todo, incumbe hoy a la predicación hacer patente a los hombres,

Sólo cuando las múltiples exigencias de la palabra de Dios vayan acompañadas, por parte del predicador, de una voluntad sincera y fraternal de convivir y conllevar las angustias, problemas y dudas del hombre actual, podrá el mismo predicador abrigar la esperanza de que los hombres vuelvan a ser capaces de oír con ánimo pronto y bien dispuesto la palabra de Dios.

Ni el presente es indiferente al kerigma ni el kerigma se desentiende del presente. Cierto que solamente se podrá hablar de predicación en el sentido del NT, cuando las palabras humanas procedan del conocimiento de la misión y la promesa dadas por Dios de una vez para siempre. Por eso, sería pretensión injustificada manejar el concepto de kerigma, como si el acontecimiento fuera manipulable y desentendiéndonos del contenido dado y atendiendo solo a las "demandas" si no a las modas.

Es posible afirmar en buen sentido que el presente constituye el texto de la predicación, como sostiene la línea empirico-crítica de la teología, pero llevado al extremo significa reducir a sabiendas la historia de salvación manifestada en la vida, palabra pasión y exaltación de Cristo al presente, y además se acerca peligrosamente al riesgo de someter la necesidad urgente y la relevancia perentoria del kerigma al capricho de los hombres o a las modas de las generaciones. Esa línea teológica tiene ciertamente razón al indicar que hoy día hay que dar testimonio del significado de Jesús dentro del contexto y del conjunto de las formas actuales de vida. Pero el dar testimonio y proclamar incluye asimismo, más allá de la exposición y el anuncio, el sufrir y el no ser comprendido, pues no es el discípulo más que su Maestro. Sólo podrá haber kerigma cuando la palabra es anunciada y vivida (cf. 2 Cor 3, 3: sois carta de Cristo). La vida es la mejor interpretación y adaptación.

Por lo que atañe a los destinatarios y a los métodos el kerigma de por sí se dirige no tanto a confirmar a los que se hallan ya dentro de la fe, cuanto al acto misionero de ir y proclamar, de salir y llevar el mensaje a los de lejos. Su ámbito más apropiado no es la propia comunidad, que es más que destinataria mediadora del kerigma y su caja de resonancia, sino la humanidad, el universo entero. A eso tiende el evangelio. Es una proclamación que tiene lugar públicamente y a todos se dirige. Aunque se proclame en el interior del culto, su destino no es la asamblea litúrgica allí convocada a pesar de que muchas veces tome la forma de monólogo ante un auditorio eclesial y sociológicamente cerrado.

Por otra parte el kerigma no está vinculado exclusivamente a las formas o métodos de comunicación que son usuales hoy. Ciertamente puede y de hecho se lleva a cabo mediante todas las formas en uso: la proclamación, el diálogo, el relato, la información, la enseñanza, etc; pero aun parece que no hemos prestado suficiente atención a formas de comunicación potenciadas por los nuevos medios. A nuevos areópagos (RM 37), nuevos modos de kerigma. En todo caso, una realidad tan indisolublemente ligada al testimonio y a los" signos" o acontecimientos concomitantes, no puede prescindir de la presencia y cercanía personales. De ahí que el anuncio tenga que prepararse por una larga etapa de prestar atención al oyente, al lugar y a las circunstancias y conveniencias metodológicas que en cada caso son tanto más adecuadas al anuncio expreso. "En este sentido, hay que reflexionar sobre la importancia histórico salvífica de un desarrollo, en el que, gracias a las técnicas electrónicas de información, se hace posible la simultaneidad global de las experiencias, y un alcance de la información, que llega hasta a penetrar en los hogares, cosa apenas imaginable hace solo unos pocos decenios" (L. COENEN, S.V. Mensaje, en DTNT, Salamanca 1983, p. 66).

La RM en su capítulo V, n° 44 ha dado indicaciones preciosas sobre el modo y condiciones del primer anuncio o kerigma. En la compleja realidad de la misión, el primer anuncio tiene una función central e insustituible, porque introduce "en el misterio del amor de Dios, quien lo llamó a iniciar una comunicación personal con él en Cristo (AG 13) y abre la vía para la conversión".

c. Actitudes que acompañan al kerigma:

Está hecho en comunión con toda la comunidad eclesial. "Debe hacerse con una actitud de amor y de estima hacia quien escucha, con un lenguaje concreto y adaptado a las circunstancias" (ib.)

Entusiasmo y parresía. "El anuncio está animado por la fe, que suscita entusiasmo y fervor en el misionero, con esa actitud que se designa con la palabra parresía, que significa hablar con franqueza y valentía. "Confiados en nuestro Dios, tuvimos la valentía de predicaros el Evangelio de Dios entre frecuentes luchas" (1 Tes 2, 2).

Confianza en el hombre y en las semillas del verbo que preceden a todo anuncio y lo previenen con la esperanza. "Al anunciar a Cristo a los no cristianos, el misionero está convencido de que existe ya en las personas y en los pueblos, por la acción del Espíritu, una espera, aunque sea inconsciente, por conocer la verdad sobre Dios, sobre el hombre, sobre el camino que lleva a la liberación del pecado y de la muerte".

Perseverancia y resistencia. "El entusiasmo por anunciar a Cristo deriva de la convicción de responder a esta esperanza, de modo que el misionero no se desalienta ni desiste en su testimonio, incluso cuando es llamado a manifestar su fe en un ambiente hostil o indiferente" (RM 45).

Algunas dificultades especiales se presentan hoy para el kerigma. Pero precisamente por su novedad y su diferencia y trascendencia el kerigma no es de esta tierra ni es tierra, es semilla, es diferente y germinal. Proclamar y "testimoniar esta buena noticia no es hoy fácil a causa de la increencia moderna, del auge de los sustitutivos religiosos y del crecimiento de algunos fenómenos sectarios religiosos".

La opción preferencial por lo pobres impone al kerigma este campo de partida y este lugar de desde el que se lanza el anuncio, sin ese' respaldo la voz del mensajero queda expuesta a malentendidos que se le podrían evitar desde este lugar social. "La evangelización, como proceso de salvación liberadora o de liberación va dirigida a todos los hombres a partir de las exigencias del reino de Dios. Por esta razón tiene unos destinatarios y unos portadores privilegiados, que son los pobres, a los que Dios ama y defiende porque quiere que se implante la justicia de su reino" (C. FLORISTÁN, ib., p. 377).

La proclamación kerigmática está siempre acompañada y necesitada del compromiso y el testimonio. La revelación de Dios, que se condensa en el kerigma se cumple "por hechos y palabras íntimamente trabados entre sí" (DV 2), de tal modo que las obras corroboran la doctrina y las palabras proclaman las obras. También la EN afirma que Jesús evangelizó mediante la predicación infatigable de una palabra (EN 11) y por medio de innumerables signos (EN 12) o acciones. Es cierto que el primer significado de kerigma es proclamación verbal de un mensaje (EN 42), pero se ha de acompañar del testimonio de vida (EN 21, 41, 76, 78) y de la indispensable acción transformadora (EN 4), asistencial o liberadora (EN 30).

Si el objetivo del kerigma es la conversión y la fe, se ha avisar siempre que esta conversión implica cambios personales y sociales. El mensaje busca dar sentido y luz a la totalidad de la existencia humana encarnada y de índole social y comunitaria.

El kerigma ha de contar con el actual pluralismo cultural y por tanto se ha de interpretar de diverso modo según esos mismos contextos culturales y dar respuesta en ellos a los dolores y gozos, angustias y esperanzas humanas.

El respeto y ejercicio del pluralismo lleva consigo una fuerte apuesta por la inculturación del kerigma que significa y promueve una íntima transformación de los auténticos valores culturales por la integración del todos ellos en el cristianismo. Reconozcamos que en la sociedad tecnificada y secularizada actual, la fe cristiana para muchos es "una opción más". Si ya no vivimos en ámbito de mayorías "culturalmente" cristianas o católicas necesitaremos cambiar muchos lenguajes, formulaciones, vías de penetración, con los consiguientes respaldos de complejos y prejuicios que hasta aquí nos han condicionado..

Exigencia de la actualidad del kerigma es por tanto la asunción de la realidad social en la que se proclama. Es decir que para hacer efectiva y entendible su proclamación el cristiano heraldo ha de estar atento a la situación personal, social y política de los hombres en la sociedad concreta que escucha su clamor. Y sabrá que le ha precedido el poder del Espíritu pues descubre, con ojos de fe, el desarrollo de la obra de Dios en la acción de los hombres. El mensaje aunque se encuentra fijado en la Escritura, está por así decir como anticipado en múltiples facetas de la vida humana. "Al anunciar a Cristo a los no cristianos, el misionero está convencido de que existe ya en las personas y en los pueblos, por la acción del Espíritu, una espera, aunque sea inconsciente, por conocer la verdad sobre Dios, sobre el hombre, sobre el camino que lleva a la liberación del pecado y de la muerte" (RM 45).

BIBL. – F. X. ARNOLD, Al servicio de la fe, Buenos Aires, 1963; Ch. MOELLER, Mentalidad moderna y evangelización, Barcelona, 1964; Anuncio del Evangelio hoy, Barcelona, 1964; L. MALDONADO, El mensaje de los cristianos. Introducción a la pastoral de la predicación, Barcelona, 1965; K. RAHNER, Teología de la predicación, Buenos Aires 1950, J. A. UBIETA, El Kerygma apostólico y los evangelios, en EstB, 18 (1959) 21-61; J. Ma GONZÁLEZ Ruiz, s.v. Enciclopedia de la Biblia, Barcelona 1967; L. COENEN, DTNT, s. v. Mensaje. Salamanca 1983. CFT., s.v. Predicación, vol. III.

Gabriel Castro Martínez