Justicia y libertad, pastoral de
DPE
 

SUMARIO: 1. Una pastoral que apuesta por la justicia y la libertad. — 2. Agentes de esta Pastoral. — 3. Destinatarios de esta Pastoral 4. Mediaciones pastorales: a) Algunas de las posibles mediaciones a realizar en el interior de nuestros Centros Penitenciarios; b) Mediaciones hacia fuera de los Centros Penitenciarios. — 5. Luces y sombras en la actualidad y perspectivas de futuro.


1. Una pastoral que apuesta por la justicia y la libertad

Con la denominación de "pastoral penitenciaria" se ha acogido hasta ahora toda actividad pastoral realizada en contacto directo e indirecto con personas privadas de libertad. Esta "pastoral penitenciaria" se identifica con "cárcel" y todo el rechazo social que ésta representa, en todos los niveles de nuestra sociedad, incluido el eclesial. Y es que la misma designación de "penitenciaria" encierra un componente negativo y doloroso, generalmente mal acogido y entendido. La palabra "penitenciaria" alude más a la pena que a la persona, más al castigo a cumplir, que a las posibilidades del que sufre encerrado entre cuatro paredes. Cualquier pastoral encerrada en la pena y el castigo, no puede ser expresión de gracia y libertad, y, por lo tanto, deja de ser pastoral: expresión de misericordia y Evangelio.. Por todo ello, se nos va a permitir hablar de una pastoral de justicia y libertad, de una pastoral que apuesta por la Vida, plasmada en el don más grandes que Dios ha concedido al hombre, a la hora de hacerle a su "imagen y semejanza": la libertad.

El quebrantamiento de normas y leyes ha sido constante en toda sociedad y cultura; la detención y retención física de los infractores de esa ley-norma ha sido uno de los argumentos represivos, utilizados por las autoridades más dispares, para tratar de imponer unos códigos y unas normativas. Hasta hace apenas 200 ó 300 años, los lugares de retención sólo eran un espacio intermedio ocasional entre el incumplimiento de normas y el cumplimiento de una sentencia drástica que sirviera de escarmiento a toda la población: la muerte o trabajos forzados en galeras o lugares similares. La realidad actual, cumplimiento de penas amplias en Centros Penitenciarios como sanción al delito cometido, es una situación bastante actual, dentro de todo el devenir histórico.

Quien, hoy, vive la cárcel no sufre sólo la privación de su libertad, sino otras realidades internas y externas que deterioran su personalidad: su intimidad, sus posibilidades sensoriales, su capacidad de elección, su capacidad de decisión, su relación familiar, su relación laboral, sus habilidades sociales. El quebrantamiento de la persona encerrada reside en no poder decidir ni su presente ni su futuro, sino quedar atrapado en el delito cometido que le marcará, condicionará y acosará toda su vida. Es tal la situación que Bernardino de Sandoval se atrevió a afirmar que "entre los pobres no hay otro más triste y más pobre que el preso y encarcelado". Es en este ámbito, cargado de morbo y esperpento, donde se masca el sufrimiento humano y donde la capacidad de perdonar y de ver al otro con la mirada de Dios se pone a prueba, por encima de toda posibilidad humana.

Jesús, el Buen Pastor, ha venido para que sus ovejas tengan vida en abundancia: su preocupación más explícita se manifiesta donde eclosiona con más ebullición la miseria y la pobreza: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido para que dé la buena noticia a los pobres. Me ha enviado para anunciar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos, para proclamar el año de gracia del Señor" (ls 61, 1-2; Lc 4,18-19). Toda la vida, ministerio y muerte de Jesús es una apuesta por la Verdad que hace libre al hombre; es un ejercicio de libertad, haciéndose Camino para todo el que crea en El. En la persona de Jesús se desborda la gracia en un derroche de justicia, quedando al descubierto la misericordia del Padre generoso, que con los brazos abiertos recibe en la fiesta del Reino a todos sus hijos pródigos.

Esta pastoral, en un ejercicio de libertad y justicia evangélica, tiene como misión seguir haciendo presente el año de gracia del Señor (todo el tiempo de la historia) entre quienes se sienten atrapados en el mal entendimiento de su ejercicio de libertad, que, por supuesto, ha reportado daños a terceras personas. Esta pastoral, curtida en la misericordia del Padre misericordioso, está llamada a ser expresión de perdón y renovación, superando las trincheras del rencor y la venganza personales y sociales.

2. Agentes de esta Pastoral

Todo cristiano es enviado por el Maestro a ser Buena Noticia con su vida (anuncio y ejemplo); quien sigue las huellas del Maestro conoce el difícil equilibrio de la libertad evangélica, en medio de los mares de este mundo. La Iglesia, como continuadora de la misión liberadora de su Fundador, se juega su identidad y su fidelidad evangélica allí donde el hombre sufre deterioro y su único lenguaje y articulación bucal es el llanto, mascullado en gritos de impotencia.

El sufrimiento, aceptado y asumido es oportunidad para crecer interiormente y como mediación de superación y maduración, quiebra todo individualismo, llevando a la conclusión de que todos formamos una gran familia: "todos somos responsables de todos" (Juan Pablo II. Sollicitudo rei socaaes n° 38). La cárcel, fábrica de llantos, es una interpelación humana y evangélica para todo el que quiera escucharla con los audífonos del Evangelio. La cárcel, más que ninguna otra realidad, es una llamada a todos los cristianos para deponer la "Ley del Talión" y expresar la misericordia que ha de impregnar la existencia cristiana.

Como en toda pastoral específica, el primer agente de esta pastoral ha de ser el Obispo, que con su esmero y cuidado ha de apoyar, alentar, sanar y reparar las heridas de sus ovejas; su presencia, su amplio conocimiento de los Centros Penitenciarios enclavados en su diócesis, su compromiso e implicación con quienes sufren privación de libertad manifestarán el talante de su labor y ministerio. En él, cada preso ha de encontrar una mano tendida y alguien que comparte su situación y lucha por su pronta liberación.

Las parroquias ocupan un lugar preeminente en esta pastoral: quienes están retenidos en Centros Penitenciarios, en su mayoría, son personas que un día recibieron el bautismo, que estuvieron sentados en los salones de catequesis, que hicieron su primera comunión, e incluso quisieron ratificar su fe mediante el sacramento de la Confirmación. Cada preso es una interpelación a los modos y formas de evangelización, así como una apuesta de toda la comunidad parroquial en la lucha por regular la vida de uno de sus miembros (y su familia) que soporta una situación anómala. Las parroquias deben acompañar en su equivocación y rehabilitación, desde una acertada conversión evangélica, a cada feligrés (y su familia), hasta alcanzar una adecuada madurez, que permita situar a cada persona en un proceso de auténtica libertad.

Asimismo, las parroquias deben ser ámbito de acogida para las víctimas de la delincuencia y la injusticia, y desde una vivencia profunda de la misericordia evangélica, ser capaces de invitar al perdón y la reconciliación.

Ejerciendo una labor puente entre el Obispo y las comunidades parroquiales, ha de estar el equipo de "pastoral de justicia y libertad" (hasta ahora, pastoral penitenciaria). Conjunto de personas creyentes que optan por vivir su compromiso cristiano en una apuesta evangélica con sus hermanos privados de libertad. Serán personas que han experimentado la fiesta del Reino y viven su vida en un regalo prolongado, proporcionando pistas de reencuentro y perdón, a quienes la vida les enseñó, por diversos motivos y circunstancias, senderos equivocados. Serán personas críticas que, con la profunda percepción del misterio que les sobrepasa, condenarán el delito pero no la persona, mirarán más el futuro que el pasado y posibilitarán en la persona, privada de libertad, el Camino que lleva a la Verdad, la única Verdad que proporciona la Libertad (Jn 8, 32). Este equipo estará integrado por los animadores de esta pastoral, los capellanes de los Centros Penitenciarios y miembros de diversas comunidades (laicos, religiosos, sacerdotes...).

3. Destinatarios de esta Pastoral

Sin duda alguna, los destinatarios primigenios de esta pastoral han de ser todas las personas recluidas en Centros Penitenciarios. Ellos son uno de los sectores que más precisan sentir la misión liberadora del Ungido de Dios. Los que habitan nuestras cárceles son hombres y mujeres desmotivados, sin ilusión ni personalidad, o al menos no la pueden ejercer. Viven una situación forzosa, contraria a su voluntad: no podemos pedir a esta persona que sea partícipe de su propia humillación. Es difícil hablar de libertad a quien no puede desarrollar sus iniciativas y responsabilidades, ni expresar y dar rienda suelta a su impotencia. Son personas que experimentan una mutación de su "yo", a expensas de los demás, que parecen ser quienes deciden su futuro, jugando con su vida y destino; lo cual lleva a engendrar personas desconfiadas ante los demás y que• consideran a la sociedad como enemigo: la sociedad le ha recluido no para hacerlo mejor, si no para protegerse de sus hechos. Se origina, pues, una actitud de rechazo, lo que provoca una visión traumática de la libertad. Los recintos penitenciarios crean una desconexión personal con la realidad social, lo que provocará que quien sufre la cárcel la siga sufriendo una vez cumplida la pena impuesta.

Otro de los condicionamientos de la cárcel es la presencia habitual de la droga, que atrapa la vida y voluntad de un 70% de la población reclusa de un modo violento y con unas condiciones altamente desagradables.

Unidos en el mismo dolor están sus familiares. La familia sufre la carencia afectiva, laboral, social y personal de uno de sus miembros. La dinámica familiar se ve seriamente afectada en el dolor y la ausencia del miembro que sufre la cárcel. Es una situación forzada y forzosa ante la que muy poco se puede hacer. Los estigmas con que estigmatiza la cárcel marcarán todo el devenir familiar. Con cierta frecuencia, la familia no manifiesta, por vergüenza o por sentimiento de fracaso, la situación que vive este miembro suyo privado de libertad, por lo que, con cierta frecuencia, se cierra al acompañamiento y comprensión de los demás.

Las víctimas de la delincuencia y la injusticia. En esos momentos en que, más que nunca sin venir a cuento, la persona se ve agredida en su persona o en sus bienes, es cuando más se necesita la presencia de alguien que sepa ver más allá del delito y la agresión. Una presencia curativa y sanadora, que repare la herida inferida y sitúe en una perspectiva honda y amplia de a realidad vivida.

Cuantos trabajan en los Centros Penitenciarios necesitan un trato cercano y personal, ya que el moverse laboralmente en un espacio precintado negativo, día tras día, año tras año, va, poco a poco, dejando secuelas, que precisan atenciones correctas para no caer en la trampa de la agresividad y el malestar personal. La labor de este colectivo es, generalmente, mal percibida y valorada, tanto dentro como fuera de los recintos Penitenciarios.

Los creyentes de las comunidades parroquiales. Todos formamos el Pueblo de Dios, "todos somos responsables de todos". En el dolor del otro se expresa nuestro propio dolor y en nuestro corazón brota la libertad evangélica que queremos compartir con quienes se han extraviado. Quien ha experimentado en su experiencia personal la salvación de Dios en Jesucristo sabe que ante la equivocación del hermano, hay que fijarse sobre todo en sus posibilidades de cambio, para interpelarlas y provocarlas, y no tanto en el hecho delictivo en sí mismo. La salvación encarnada en la Iglesia ha de vivir lo positivo, desarrollando los valores y talentos latentes en el interior de todo ser humano: la "imagen de Dios" sigue intacta en cada hombre, más allá de toda equivocación y magnicidio. Desde la dinámica evangélica, sabemos que donde abundó el pecado sobreabundó la gracia (Rom 5, 20). Acompañando al hombre en la noche oscura de su equivocación, somos, con él, peregrinos hacia la meta de su identidad personal y sentido vital.

La sociedad en general, tan propensa a juzgar superficialmente y paliar la agresividad ambiental en la condena de los demás. Evangelizar exige corregir las pautas y pistas que desembocan en marginación; romper esquemas falsos de felicidad y libertad; seguir apostando por la familia como ámbito imprescindible para nacer y crecer en el afecto y la estima que tejen el mesurado equilibrio personal; provocar una prolongada, adecuada y correcta educación; potenciar valores humanos que sitúen una oblativa afectividad de los ciudadanos; ayudar a releer noticias y mensajes en un mundo llevado y condicionado por los medios de comunicación; ser capaces de leer los signos de los tiempos para alcanzar y disfrutar la profundidad de la vida.

Los medios de comunicación, dada su amplia cobertura, difusión e influencia, han de ser un instrumento habitual para verter en la sociedad una seria y real información de este mundo de la cárcel, tan dado a dado a ser vertebrado en noticias tan mórbidas y macabras como parciales y propensas al equívoco.

El medio en que se desarrolla esta pastoral de la justicia y libertad es hostil y cargado de implicaciones y complicaciones, pues todo espacio cargado de negatividad afecta a las personas en su realidad profunda, aunque, si se sabe encauzar, puede ser también un momento propicio para adentrarse en los caminos del espíritu. En medio de esta tensa situación, la pastoral de la justicia y la libertad está llamada a desarrollar una amplia y renovada originalidad que capte la atención y motive corazones, apagados y atrapados por el pasado, pero sedientos de esa Verdad que nunca pudieron o supieron saborear.

En el marco de la cárcel, el Evangelio necesita vertirse en catequesis tan sencillas como sugerentes para tocar corazones heridos por el desafecto, la falta de atención y una percepción religiosa cargada de exigencias y represiones agresivas. En esta situación de aislamiento, el misterio es tan inquerido como buscado, tan contradictorio como sugerente, tan cercano como lejano. La persona recluida, más tarde o más temprano, se ve obligada a interpelar la situación que padece desde la perspectiva de Dios: las contradicciones de los Salmos se viven en estos lugares, de modo pleno.

La labor de esta pastoral se desarrolla en dos espacios, delimitados por los mismos muros de nuestros Centros Penitenciarios: hacia el interior, y hacia el exterior. En el fondo es el mismo espacio, pues cada Centro Penitenciario es expresión de la realidad social que vivimos; bien examinado, es el mejor Laboratorio para examinar la salud de nuestro modus vivendi. Por todo ello, esta pastoral ha de servir como puente entre estos dos mundos, quebrando con la fuerza del Evangelio la distinción entre buenos y malos, a la que estamos han habituados.

a) Algunas de las posibles mediaciones a realizar en el interior de nuestros Centros Penitenciarios

La actividad más plausible y fecunda es el diálogo directo y sin ambages con las personas privadas de libertad. Una de las sensaciones más habituales de quienes se encuentran encerrados en nuestros Centros Penitenciarios es la de no sentirse escuchados. En el diálogo claro y sencillo se aprende a confiar, a saber recibir y a crear modos de expresión desahogada; se aprende a sonreír, se entrena a abrir las manos y el corazón y hacer posible la comunión. El agente de esta pastoral es consciente, por tanto, de que Jesús está en su mirada, en su palabra cálida, en su mano tendida, en el gesto de compartir una experiencia, un libro, un chiste; es consciente de que Jesús le llama y le necesita para hacer un poco más feliz la vida de quien rompe las cláusulas de su corazón, aunque su cuerpo esté precintado por muros y rejas.

Cuando el diálogo es fecundo, el hombre que sufre la cárcel, descubre en su vida algo fundamental: hay alguien a su lado que comparte su dolor y este se atempera; alguien que comparte sus esperanzas y estas se agrandan. Este diálogo ha de ir redimiendo todos los monólogos de su vida íntima, familiar, educativa, social, laboral, religiosa... Y es que, casi nos atreveríamos a decir, que la cárcel es el final del tobogán de un estridente monólogo tan reducido como avernal.

Una de las carencias que se perciben en quienes atiborran nuestros Centros Penitenciarios es una sana autoestima, así como una adecuada escala de valores humanos. Las múltiples contradicciones que han soportando a lo largo de su vida, la necesidad existencial de justificar, en muchos casos, su quehacer delictivo han propiciado unos contravalores, que se encargan de mimar y regar el mismo medio que ahora viven. Por ello, una paciente formación que inicie un proceso de interiorización, a la par que una adecuada reconciliación, será otra de las mediaciones a desarrollar por esta pastoral.

Ellos mismos, percibirán en quienes así les escuchan y dedican parte de sus vidas una atención especial, lo que será el momento preciso para introducirles en la misericordia divina, que tendrá su máxima expresión en la celebración eucarística. Celebrar la apuesta de Dios por un ajusticiado en la altitud de un patíbulo, máxima expresión de la justicia humana, es la mejor manera de experimentar la misericordia divina rompiendo y superando nuestras raquíticas concepciones de justicia. Celebrar el triunfo de Jesús, juzgado y condenado como ellos, exige relativizar toda condena y toda cárcel, desde la amplia mirada del Padre misericordioso. Por ello, cada cárcel que exista en el mundo, es un marco privilegiado para celebrar el misterio eucarístico: Dios asume cuerpos y espíritu rotos y destrozados para convertirlos en su Cuerpo y Sangre. Este es y seguirá siendo el misterio y sacramento de nuestra Fe.

Esta experiencia intensa de Fe se hace patente también en otras celebraciones y en la recepción de otros sacramentos (bautismo, confirmación, reconciliación, matrimonio, unción de enfermos); asimismo se han de aprovechar ocasiones y tiempos fuertes (Adviento y Navidad, Cuaresma y Pascua) para intensificar catequesis y vivencias.

Junto a estas tres mediaciones, mediación de gracia, aparecen otras labores quizá más secundarias, pero no menos gratuitas y necesarias:

b) Mediaciones hacia fuera de los Centros Penitenciarios

La impresión, real y auténtica, de que lo que sucede en el interior de los recintos penitenciarios no afecta al devenir de la sociedad es una estúpida equivocación que crea abandono y rechazo brutales con las personas que habitan los Centros Penitenciarios. Una labor especifica e importante de esta Pastoral específica será, pues, romper la distancia que existe entre el interior de nuestros Centros Penitenciarios y la sociedad en sí misma. Quienes sufren hoy la cárcel, mañana necesitarán (así como lo necesita la misma sociedad) sentirse parte de esa misma sociedad que hoy parece discriminarles en el olvido y la postergación.

Este distanciamiento social, también es eclesial en bastantes ocasiones. Si la Pastoral que se realiza ad intra de los Centros Penitenciarios no está integrada en la Pastoral de Conjunto Diocesana, y no es expresión de la solicitud real de las comunidades por sus miembros que sufren la privación de libertad, nos encontraremos con una Pastoral desvirtuada y bastante descafeinada.

Una adecuada información de lo que ocurre en el interior de nuestros Centros Penitenciarios para crear una acertada sensibilización será una de las tareas de esta Pastoral. Ésta será siempre una labor ingrata, pues la cárcel, vista desde una panorámica más amplia de la que habitualmente estamos acostumbrados, plantea fuertes interrogantes sobre el modo social actual de percibir la familia, la educación, el trabajo, los bienes materiales, la diversión, las relaciones sociales, el misterio... El fracaso social de quienes sufren privación de libertad cuestionará los valores que están en boga, las metas que ansiamos, la clase de felicidad que apetecemos, el futuro que nos espera...

El acierto en esta labor concreta, llevará a crear medios y medidas acertadas que acentúen la prevención en aquellos colectivos más propicios para caer en áreas de marginación, drogadicción y delincuencia, así como la reinserción de quienes han sufrido, sufren y sufrirán privación de libertad en Centros Penitenciarios.

La presencia en juzgados, ante jueces y abogados, el contacto continuo y mimado con las víctimas de la delincuencia será, del mismo modo, una labor prolongada y paciente de esta Pastoral que apuesta por la justicia y la libertad de todo ser humano. También ésta será una labor difícil pues el mundo de la jurisprudencia se sentirá interpelado, y quizá no respetado, y las víctimas, quizá, más agredidas, al no encontrar apoyo en sus reivindicaciones y en su sed de justicia.

Uno de los campos que esta Pastoral ha de atender con esmero es el de las familias de quienes están en los Centros Penitenciarios. La cercanía, el acompañamiento en los problemas que provoca la ausencia del padre, la madre, el hijo/a, hermano/a..., la atención directa a sus carencias, será una de las mejores maneras de ser Evangelio para quienes sufren en sus carnes esta situación angustiosa.

La Pastoral de la justicia y la libertad ha de estar integrada en la pastoral de conjunto diocesana y en especial permanecer siempre en contacto con otras pastorales específicas, relacionadas más estrechamente con este campo, dentro de una bien estructurada pastoral socio-caritativa diocesana.

La presencia en las parroquias para urgir, con respeto y cariño, la necesidad de ser comunidad samaritana con el hermano, que en la herida y quebranto del hermano, ha revelado su carencia enfermiza y necesita la medicina de la solicitud y el afecto que le levanten de su postergamiento. Todo ello en un clima de oración, que prolongue en el afán parroquial la diligencia de Cristo, el Buen Samaritano por excelencia.

Otra mediación plausible, dado el rechazo y olvido de quienes sufren y han sufrido la cárcel, es la de fomentar espacios físicos de acogida para el reencuentro progresivo del privado de libertad con la sociedad, que favorezca su integración social, superando las trabas y condicionamientos adquiridos.

La mentalización y sensibilización social, así como la denuncia son labores a realizar constantemente. Sugerir y provocar medidas alternativas a la cárcel, solicitar que las personas drogodependientes sean ingresadas en lugares concordes con su situación. Solicitar y apoyar la creación y habilitación de casas de acogida para situaciones crónicas terminales, donde puedan concluir con dignidad sus vidas, personas que mueren en la cárcel en condiciones infrahumanas.

5. Luces y sombras en la actualidad y perspectivas de futuro

La presencia de la Iglesia en lugares de retención y reclusión ha sido constante a lo largo de la historia, pero esta presencia podemos calificarla de parcial en el tiempo y en el espacio, ya que no era una presencia organizada, sino representada en personas que descubrieron la persona del Cristo sufriente en esos seres, que por diversas circunstancias, justas o injustas, se veían aherrojadas.

Esta presencia se ha prolongado, hasta hace muy pocas fechas, en la figura del capellán que cumplía sus funciones en cada Centro Penitenciario; este sacerdote formaba parte del organigrama de la misma Institución Penitenciaria, pero su raigambre y conexión diocesanas era más bien escasa, o al menos bastante ambigua.

Ha sido en esta última década, sobre todo, cuando esta Pastoral ha ido emergiendo de un modo serio y organizado. La figura del capellán dejó pasó a la capellanía, y ésta, en estos momentos avanza para entrar dentro de la Pastoral de cada diócesis, a través de una Delegación o Secretariado diocesanos. Ya no es una figura personal (el capellán) el que capitaliza y absolutiza esta función, sino todo un equipo de personas creyentes, que sirven de punto de enganche entre quienes viven privados de libertad y sus respectivas comunidades, en un afán de situar sus vidas en la dinámica de la misericordia y reconciliación evangélicas. Esto ha llevado a que hoy en España haya más de 2000 voluntarios trabajando como agentes de pastoral en las capellanías de nuestros Centros Penitenciarios. Un número de personas que están sensibilizadas con este complejo mundo tan distante como real para nuestra sociedad, y todavía para una gran parte de nuestra Iglesia. Toda esta dimensión pastoral se ha concretizado en un Secretariado Nacional de Pastoral Penitenciaria, integrado dentro de la Comisión Espiscopal de Pastoral Social.

Junto con esta positiva evolución de la pastoral, también ha evolucionado la figura del recluso: del rechazo se va pasando a una acogida de la persona más allá del delito o delitos cometidos; de la simple ejecución de la pena se ha dado el salto a revaluar las posibilidades interiores de cada interno; del concepto de castigo para rehabilitar un error se insiste más en la fuerza de la misericordia.

En medio de esta evolución positiva hacia una pastoral de la justicia y la libertad, hemos de apuntar algunas sombras, que sirvan para marcar pistas y pautas a nivel personal, comunitario y eclesial. Es preciso seguir mentalizando en la línea evangélica del perdón y la misericordia, pues todavía hay sectores de Iglesia (Obispos, sacerdotes, comunidades) que piensan que los Centros Penitenciarios son entidades asociales, en las que se ha de resolver la situación de personas, asimismo asociales; en sus corazones sigue resonando, todavía, con más fuerza la ley del Talión ("ojo por ojo, diente por diente"), que el espíritu de la misericordia evangélica.

Son bastantes las diócesis que ya se han tomado esta Pastoral en serio, creando Delegaciones o Secretariados, pero, asimismo, son también bastantes las diócesis que, desgraciadamente, siguen pensando que esta Pastoral ha de desarrollarse dentro del perímetro de los Centros Penitenciarios y que cualquier trabajo pastoral hacia fuera de estos Centros es mera especulación.

Es urgente que esta Pastoral sea situada dentro de una bien encauzada Pastoral Social y Caritativa, para que, encajada en el organigrama diocesano de la Pastoral de Conjunto atienda a los más pobres entre los pobres, superando, así, el desconcierto y desorientación que provocan en algunos Centros Penitenciarios la presencia descontrolada y sin coordinación alguna de grupos de diversa índole eclesial. El equipo de esta pastoral de justicia y libertad ha de estar bien conjuntado y acompañado con una solicitud constante por Obispo y por cada comunidad, dado el complicado e intrincado medio en el que se mueve.

No son demasiadas las parroquias que han sabido asumir esta pastoral dentro de su programación pastoral. Nuestras comunidades han de ser espacios abiertos de acogida donde se haga una adecuada prevención y desde donde se agilice una correcta rehabilitación de quienes salen de nuestros Centros Penitenciarios. A nivel diocesano (no sólo a nivel del equipo de esta pastoral específica), ha de verse la necesidad de crear y potenciar casas diocesanas y centros de acogida, que acompañen y faciliten la labor de reintegración social, a nivel familiar, laboral, relacional, de quienes abandonan los recintos Penitenciarios. Dentro de estas preferencias afectivas evangélicas, un punto relevante lo tienen que ocupar las víctimas de la injusticia y la delincuencia: acompañándoles, ayudándoles, compartiendo sus heridas y su dolor, situándose con ellos en una perspectiva de perdón y Vida.

Consideramos escasas las ocasiones que la Iglesia como Institución ha dejado oír su voz en relación con la situación que se ha vivido y vive en el interior de los Centros Penitenciarios. Desde la implicación en la situación negativa que viven las personas privadas de libertad, se han de denunciar los abusos y conculcación de derechos que se produzcan en Comisarias y Centros Penitenciarios; ha de ser la voz autorizada que conciencie a la sociedad sobre la realidad de nuestras cárceles, más allá del mórbido sentimiento de venganza y compensación.

Asimismo, desde el prisma de lo que se vive en los Centros Penitenciarios (allí están los marginados de los marginados, los pobres, los desfavorecidos por la vida), la Iglesia ha de denunciar y condenar todos los modos y modas de vivir que provocan marginación y, de un modo especial, la hipocresía social que envuelve el mundo de la droga y estupefacientes, y que son el origen del mayor porcentaje de delitos que hoy día, conducen a la cárcel a mujeres y hombres. Ello exigirá una claridad y nitidez en todas sus formas y estructuras, así como una lucha clara y decidida contra esta lacra social.

Al concluir esta breve visión pastoral de este mundo olvidado y oscuro, nos abrimos a la esperanza que suscita en nuestros corazones el Espíritu, que sigue haciendo posible, a través del ejercicio esforzado de tantas personas buenas implicadas en este mundo, la misma apuesta por la libertad que llenó la vida y ministerio de Jesús, el Cristo. A todas ellas nuestro agradecimiento eclesial y la gratitud de todos esos hermanos nuestros que, en la privación de libertad, han compartido su vida hecha Evangelio.

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José Fernández de Pinedo Arnaiz