Conciencia moral
DPE
 

SUMARIO: 1. Valores y contravalores en nuestra sociedad. - 2. Aspectos psicoevolutivos de la conciencia moral. - 3. Comprensión cristiana de la conciencia moral. 3.1. El anuncio del Reino y las propuestas éticas de Jesús. 3.2. Jesús al revelar al Padre revela lo que significa ser hombre. 3.3. El seguimiento de Jesús hoy y aquí. - 4. La formación de la conciencia moral. 4.1. Clarificar la naturaleza de la conciencia moral. 4.2. Educar la conciencia moral, educar la responsabilidad. 4.3. El ser y el deber íntimamente unidos. 4.4. La necesaria relación entre verdad y conciencia. 4.5. El sentido del pecado y la conversión constante. - 5. Orientaciones educativas.


El tema de fondo que vamos a abordar es la maduración global de la persona, y como la formación moral ayuda a dar coherencia interna a los diferentes elementos de la construcción de la persona, a la fundamentación del sentido de la vida y a la estructuración de las motivaciones que preceden y orientan el obrar humano.(cf. J. SASTRE, La educación moral como proceso de maduración de la persona: Sinite 124 (2000) 3-29) La formación moral preocupa e interesa a profesores, pedagogos y moralistas. Indudablemente estamos en una época de bastante anomía, muchos de nuestros conciudadanos declaran en las encuestas que no saben lo que está bien y lo que está mal en cuestiones éticas importantes, los adolescentes y jóvenes se encuentran con modelos plurales y confusos, y los padres y educadores no sabemos cómo educar la conciencia moral. El punto de partida tiene que ser necesariamente el análisis de la situación actual y la reflexión sobre qué es la conciencia moral, cómo surge y evoluciona; después aludiremos a lo que aporta la ética cristiana, para terminar dando algunas orientaciones sobre cómo formar hoy en los valores evangélicos.

1. Valores y contravalores

Estamos en un contexto sociocultural caracterizado por la crisis de la modernidad y el surgimiento de una cultura caracterizada por el mercado, la burguesía y el dinero. Las grandes cuestiones se han ubicado en la esfera de lo privado; la crisis de lo religioso ha llevado a una crisis ética que se manifiesta en la falta de sensibilidad hacia los valores, el relativismo moral (subjetivismo y moral de situación), confusión sobre lo ético y lo no ético, incoherencia entre lo pensado y lo practicado, entre las afirmaciones genéricas y los comportamientos concretos, y entre la manera de enfocar la bioética y la ética sexual por una parte, y la ética social por otra.

Los medios de comunicación nos acercan hechos, situaciones y opiniones, que sin ser mayoritarios terminan funcionando como modelos referenciales por el hecho de ser públicos y de presentarse en un medio social. El criterio de lo socialmente admitido juntamente con lo que espontáneamente apetece y lo que nos ayuda a conseguir rápidamente el fin propuesto constituyen las pautas de orientación moral. Los resultados se pueden apreciar en los diferentes ámbitos de la vida personal y social: las injusticias en el orden económico y político, la poca sensibilidad con el pobre y el inmigrante, la violación del derecho a la vida de personas y de pueblos, la manipulación de la intimidad, la fragilidad de las relaciones afectivas, los comportamientos sexuales cosificadores, las políticas basadas en la mentira y el interés, la manipulación de los datos y noticias, la búsqueda del enriquecimiento fácil, los comportamientos llamativamente inmaduros en no pocos jóvenes y adultos, etc.

Las causas de este panorama son múltiples, pero algunas de ellas tienen una importancia significativa; señalamos en primer lugar la crisis antropológica de nuestra cultura que obvia directamente las grandes cuestiones antropológicas; qué es el ser humano, cuál es su principio y su final, qué sentido tiene la vida humana, dónde se sustenta en último término la responsabilidad personal.

En una cultura "sin hombre" termina por faltar la capacidad de conocer la "gramática" que nos permite encontrar los significados de lo humano en las relaciones, la familia, el trabajo, la sexualidad, la política, la economía, etc. La carencia en lo antropológico lleva a un reforzamiento de lo subjetivo, los medios y la eficacia a cualquier precio. "Muchos jóvenes ni siquiera conocen la "gramática elemental" de la existencia, son nómadas; circulan sin pararse a nivel geográfico, afectivo, cultural, religioso, "van tanteando". En medio de la gran cantidad de informaciones, pero faltos de formación, aparecen distraídos, con pocas referencias y pocos modelos" (Obra pontificia de las vocaciones, Nuevas vocaciones para una nueva Europa, Cuadernos Confer, 20-21).

La moral cristiana es una moral de máximos que apunta a la realización humana y a la felicidad personal. La buena noticia del Evangelio necesita una preparación, pues el salto entre la realidad que tenemos y la propuesta de Jesucristo es tan grande, que corremos el peligro de no ser entendidos si no hay una preparación adecuada. Los padres y educadores necesitamos clarificar vitalmente algunas cuestiones que están en el fondo del problema que nos ocupa:

- La moral está íntimamente relacionada con el modo de vivir y entender lo humano. La moral no es un añadido, no cualquier planteamiento moral vale, del enfoque adecuado de la educación moral depende, en gran medida, la realización personal y la justicia social.

- Los aspectos científicos y técnicos no pueden plantearse al margen de la ética, pues directa o indirectamente van a revertir sobre lo humano; por lo mismo, siendo campos autónomos están en relación de interdependencia, sobre todo en las cuestiones que afectan al nacer, al morir, a la sexualidad y al campo de la política y la economía.

- La bondad de una acción moral no depende sólo de la intencionalidad del sujeto, de las circunstancias o de los fines conseguidos. La moralidad tiene un componente objetivo que exige que no sólo el fin sea bueno, sino que también los medios puestos para tal fin sean morales.

- La unidad de todo lo humano lleva a no proponer como distintas la moral personal y la moral social, pues parten y se ubican en la misma realidad: la persona en sí misma es social y comunitaria. Cabría hacer este mismo planteamiento al hablar de la ética sexual, de la bioética y de la ética social; hay una tendencia a plantearlas como independientes y sin que una tenga que ver con la otra. De este modo se llega a enfoques y soluciones completamente distintas según se trate de uno u otro campo. También aquí convendrá retomar la unidad antropológica del ser humano.

2. Aspectos psicoevolutivos de la conciencia moral

Los seres humanos nacemos con la capacidad de llegar a ser personas morales; esto va a depender de las relaciones, las posibilidades, la comprensión y el esfuerzo personal, el aprendizaje y la resolución de dificultades. Las diversas teorías que han abordado la génesis y el desarrollo de la conciencia moral insisten en uno u otro aspecto: la formación del superego a través de los procesos de identificación, idealización y sublimación (psicoanálisis), la interacción sujeto-ambiente y las estructuras cognitivas (Piaget y Kohiberg), y el aprendizaje de la acomodación a la realidad (conductismo). Como síntesis de todas ellas, y desde la consideración de la importancia de todos los elementos podemos seguir diciendo con Piaget, que la meta de la educación moral es la formación de "personas autónomas aptas para la cooperación". (cf. J PIAGET, El criterio moral en el niño, Barcelona 1971; W. KAY, El desarrollo moral, Buenos Aires 1976, 34-45 y 326-329; N. J. BULL; La educación moral, Verbo Divino 1976).

El surgimiento de la conciencia moral es un proceso lento que se va fraguando a lo largo de toda la vida; los pasos según una secuencia lineal temporal serían los siguientes: la toma de conciencia de los propios actos y sentimientos y la atribución de los mismos al yo (aspecto psicológico), las relaciones familiares y las valoraciones concretas que hacen las personas queridas (aspecto premoral), la relación entre las normas y los comportamientos en casa, en la escuela y en la sociedad (moral del deber), y la conexión positiva o negativa entre los comportamientos y Dios como Padre de todos (aspecto religioso). Estos aspectos se van integrando en una síntesis que permita a la persona ir configurando una opción fundamental generadora de actitudes caracterizada por la apertura a Dios y a los demás.

En este camino de maduración importa grandemente la experiencia de confianza existencial del niño desde los primeros años de su vida; se da si el clima en el que el niño crece es de cariño, atención, respeto y valoración. Estas relaciones le permiten desarrollar una actitud positiva ante la vida y le propician el apoyo necesario para ir solucionando las dificultades que se van presentando. El paso del hogar a la escuela permite el descubrimiento del significado objetivo de la norma que a todos iguala, y la necesidad de su cumplimiento (principio de realidad) para que todo funcione y uno se sienta positivamente reconocido. Superadas estas dos etapas de heteronomía, la etapa de socionomía (9-12 años) nos lleva a valorar la importancia del grupo de iguales y del dinamismo de alabanza/censura, el descubrimiento de lo justo (lo que quieras para ti quiérelo también para los demás) y de la objetividad más allá de los intereses. Con el comienzo de la adolescencia empieza la posibilidad del desarrollo de la autonomía moral, a condición de que sea explícitamente educada; esta etapa se caracteriza por el descubrimiento de los valores, la importancia de los modelos ideales y la referencia de las normas morales a las relaciones personales en verdad, fidelidad, coherencia y entrega.

La imagen de Dios que acompaña la maduración de la conciencia moral también va evolucionando. El niño va formando la idea de Dios a través de los dos ejes simbólicos: lo materno (amor incondicional) y lo paterno (amor condicionado por la ley, el modelo y la promesa). La percepción de Dios en el niño viene coloreada por los atributos de carácter extrínseco (poder, fuerza, saber, etc.) con los que se imagina a Dios; al llegar la adolescencia la imagen de Dios se colorea de los atributos afectivos (amigo, confidente, comprensivo, etc.).

Por este camino llegará a la comprensión de Dios como amor incondicional origen y fundamento de todo, como Tú cercano que ayuda y acoge, como exigencia que potencia lo mejor de nosotros mismos, y como promesa de plenitud que colma y desborda nuestras previsiones y logros.

La evolución de la conciencia moral es el paso de la heteronomía moral a la autonomía moral, de lo convencional a una actuación basada en principios universales (la persona como fin y no como medio) y de un Dios dador de normas al seguimiento de Jesucristo que configura un estilo de vida alternativo desde la revelación del rostro de Dios como Padre que nos acoge y perdona, y. quiere que vivamos como hermanos.

Los dinamismos que orientan la evolución de la convivencia moral son: la imitación como reproducción de lo que el niño ve para acomodarse mejor a la realidad; la sugestión por la que capta los sentimientos y emociones de las personas que le quieren y, en consecuencia, la identificación con los comportamientos de los adultos que ama y admira. A partir de estos dinamismos se va formando el yo ideal que se compone de motivaciones, afectos, exigencias e ideales; la obligación tiene que ver con la aceptación o rechazo de los deseos internos.

En la maduración de estos aspectos lo que menos ayuda, e incluso puede llegar a perjudicar, es el autoritarismo, el castigo físico y el adoctrinamiento, pues tienen que ver con los elementos afectivos y prescinden de los dinamismos psicoevolutivos del crecimiento de la persona. El aprendizaje moral se realiza de dos maneras: una directa y otra indirecta. El aprendizaje moral directo busca ampliar los conocimientos morales y la creación de actitudes guiadas por la verdad, la fidelidad y la solidaridad. La reflexión sobre las situaciones morales en la experiencia de lo cotidiano, así como el análisis de otras experiencias reales o imaginarias son la principal fuente del aprendizaje moral indirecto.

3. Comprensión cristiana de la conciencia moral

El término conciencia (syneidesis, conscientia) etimológicamente nos remite al conocimiento de nuestro yo personal en relación con todas las realidades y ámbitos de nuestra vida: la naturaleza, la sociedad, los otros y Dios mismo.

La tradición bíblica, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento usa el término corazón para indicar la raíz de donde brotan los sentimientos, los juicios y las decisiones. Esta interioridad específicamente humana es el ámbito más sagrado de la existencia humana. Pablo relaciona la "interioridad" de las personas con los dinamismos de las virtudes teologales; de ahí surgen los criterios adecuados y los comportamientos conformes al nuevo vivir en Cristo. Adentrarse en esta vida es vivir en la verdad que nos hace libres.

A lo largo de la historia de la Iglesia la reflexión teológica, de una u otra manera, ha vinculado la conciencia con la voluntad de Dios, ya sea para que ésta sea esclarecida o para que sea cumplida. El Concilio Vaticano II superando la etapa casuística en la que predominaba el objetivismo de la ley y su obligatoriedad, recupera la visión de la conciencia como el manantial de la interioridad del ser humano: "el núcleo más secreto y sagrado del hombre, en el que se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquélla" (G.S. 16). En Veritatis Splendor Juan Pablo II desarrolla la relación intrínseca entre conciencia, verdad y ley. (nw 54-64). El Catecismo de la Iglesia Católica desarrolla los aspectos más importantes del dinamismo de la conciencia: la emisión del juicio moral, la importancia de una adecuada formación de la conciencia, la obligatoriedad de formar decisiones en conciencia y las consecuencias de una conciencia errónea (nQl 1777-1794).

Los seres humanos nacemos con la capacidad de llegar a ser personas morales, y nos definimos como "proyecto de ser"; por lo mismo, la vida moral constituye una unidad invisible y es como el hilo conductor del cotidiano vivir hacia la madurez. "Si tenemos presente que el objeto de la moral no son los actos, sino el éthos o personalidad moral unitaria, y puesto que la vida moral es tarea, quehacer y realización de una vocación o "esencia ética", claro está que lo primero que ha de hacerse es determinar en concreto y día tras día, al hilo de cada situación, mi vocación o tarea, lo que tengo que hacer porque nuestro ser resulta de nuestro hacer y nos hacemos a través de lo que hacemos." (J. L. L. ARANGUREN, Ética, Alianza Editorial, 1983, 224) Como las actitudes éticas y religiosas surgen al tiempo para las personas educadas en una fe, vamos a reflexionar sobre los aspectos fundamentales que configuran la ética cristiana.

3.1. El anuncio del Reino y la propuesta ética de Jesús

Según los Evangelios, lo central del mensaje de Jesús de Nazaret fue la irrupción del Reino como gracia que invita al cambio de los corazones (Lc. 1,15). Las actitudes de Jesús, sus juicios y gestos son coincidentes con el mensaje anunciado: Dios Padre está con los pequeños, pobres, marginados y pecadores, y es necesario vivir desde lo profundo la novedad de la Buena Noticia. Todo lo que Jesús dice y hace parte de la experiencia de sentirse el Hijo Amado del Padre y enviado a reunir a la humanidad como "hijos" de un mismo Dios y Padre (Mt. 5, 43-48). En consecuencia, todo brota de la actitud con que se acoge y vive esta novedad desde el interior (Mt. 5,28); del corazón salen las obras y somos responsables de lo bueno que dejamos de hacer (Mt. 25, 24-30; Fc. 19, 20-27). Esta misma fundamentación hace que nadie se considere justificado ante Dios y mejor que los demás, pues no son nuestras obras las que nos justifican, sino el don de Dios. En consecuencia la llamada a "ser perfectos como vuestro Padre celestial" (Mt. 5,48) incluye el perdón y la misericordia de Dios y de los hermanos.

"La categoría del Reino es el elemento fundamental del dinamismo de la moral evangélica; el Evangelio de Jesús cuestiona la realidad existente y abre un horizonte utópico expresado en las Bienaventuranzas y cimentado en la Resurrección de Jesús. En este contexto la caridad es el principio estructurante, pues está en él la actuación de Dios y de Jesús: compadecerse de la realidad, asumirla y salvarla" (J. SASTRE, Fe en Dios. Padre y ética cristiana, SPx, 1995, 217).

El Sermón del Monte, las Bienaventuranzas, proclaman lo esencial de la condición humana: la búsqueda de la felicidad. Además proponen medios concretos de conseguir esta meta que parece utópica: la solidaridad con los excluidos, la apuesta por un orden social distinto fundamentado en el amor benevolente, la paz y la pureza del corazón, la lucha por la justicia, y la seguridad de que la gracia de Dios es capaz de transformar toda situación de pecado.

Los primeros cristianos para hablar del amor de Dios revelado en Jesús y presente en la historia por la acción del Espíritu Santo, utilizaron el término ágape. La parábola del buen Padre (Lc. 15,20) y del buen Samaritano (Lc. 10,23) son la expresión concreta y universal de esta forma de amar que es "misericordia", "gracia", y "benevolencia". "A Dios nadie le ha visto nunca; si nos amamos mutuamente, Dios está en nosotros y su amor llega a través del nuestro a la consumación" (1 Jn. 4,12). Ser creyente es vivir desde ese amor fundante que todo lo penetra; por lo mismo, la moral para el cristiano es mucho más que cumplir las normas del bien obrar, es dejarse impregnar por el ágape y vivir dinamizado por el imperativo del amor fraternal, incondicional y universal (J. G. CAFFARENA, ¿Qué aporta el cristianismo a la ética? Curso ética y vida cristiana, n° 2, Cátedra de Teología Contemporánea, SM 1991, 12ss). Si amamos a los demás como hermanos es porque Dios es Padre, fuente de vida y amor, y si nos amamos como hermanos es porque hay un Dios Padre, como dice San Agustín al comentar a 1 Jn 4,12. En definitiva, Dios amó primero, y por eso tenemos que amarnos como hermanos.

3.2. Jesús al revelar al Padre revela lo que significa ser hombre

La vida de Jesús de Nazaret tiene sentido desde la experiencia de entrega amorosa al Padre y al cumplimiento de su voluntad. El nos manifestó cómo Dios es Padre de todos y El es el hombre-paralos-demás. Ser persona desde Jesús de Nazaret supone:

- Acoger el amor gratuito y desbordante del Padre;

- sentirse encontrado por el Padre que siempre perdona;

- vivir en confianza, libertad, servicio y disponibilidad;

- entrar en la dinámica de las paradojas evangélicas: la fortaleza en la debilidad, encontrar la vida en el darla, ser dichoso en el sufrimiento, dar para recibir, morir para vivir, etc., etc.

- relativizar todo lo que no es Dios y su justicia.

El hombre nuevo del Evangelio y de la Pascua es el que vive desde el corazón; por eso todo empieza por dejarse convertir por Dios, es decir, por dejar que Dios y su proyecto de salvación nos renueve y desborde. Corazón convertido es el que reconociendo su pequeñez y debilidad, se siente acogido y amado en plenitud por su Creador y Redentor.

El camino de la conversión es la persona de Jesús; supone escuchar, y seguir a Jesús con todo lo que tiene de novedad en la manera de entender a Dios, al mundo y al ser humano. Y la persona de Jesús es inseparable de su estilo, y de su causa. La fe de Jesucristo llena de peso ontológico la vida en cada uno de sus momentos; el creyente vive en tensión escatológica hacia una plenitud que se va tejiendo y anticipando en las pequeñas y grandes decisiones de cada día. El presente cuando es vivido desde la fe nos impide "pasar de largo"; por eso el amor cristiano se encarna en lo histórico concreto.

La 2a parte del G.S. es un análisis de los valores que hay que potenciar; su tratamiento es interdisciplinar y comunitario. Los cristianos comprometidos hacen presente la iluminación de la fe, la fuerza de la caridad y el horizonte de la esperanza en las tareas de cada pequeña comunidad. Aceptar la forma de entender la vida tal como la concretó Jesús e interiorizar sus actitudes es la manera de entrar en comunión con Él para llegar a tener sus mismos sentimientos (Flp. 2, 1-5). Se trata de una identificación personal con Jesucristo por el Bautismo (Ron 6, 1-11) hasta que él llegue en nosotros a plenitud (Gál. 2,2c). El Espíritu Santo es quien alienta en los creyentes el seguimiento de Jesús que nunca realizaremos de forma plena y definitiva, pues es una tarea que al tiempo que nos colma de alegría sobrepasa nuestras posibilidades; por eso necesitamos constantemente el auxilio de la gracia.

"Para la Escritura y la tradición la relación y tensión fundamental no es alma-cuerpo, hombre-mundo, espíritu-materia, individuo-sociedad, hombre-humanidad, sino Dios-hombre, Dios-mundo, creador-criatura. La integración de los polos de tensión dentro de la antropología y el mundo es posible únicamente, si el hombre como totalidad se supera en dirección a Dios, pues sólo El como creador abarca todas estas dimensiones como su unidad unificante. Pues si se rompe la comunión entre Dios y hombre, entonces se llega como consecuencia, a la desintegración en el hombre, entre los hombres, así como entre el mundo y el hombre" (W. KASPER, Jesús el Cristo, Sígueme 1992, 249-250).

3.3. El seguimiento de Jesús hoy y aquí

No se trata de imitación, sino del seguimiento; para los creyentes la historia de Jesús es referencia normativa que orienta los comportamientos morales. La reflexión, las ciencias humanas y el diálogo ayudan a la concreción de los valores y decisiones morales. Los principios morales fundamentales buscan la liberación del hombre y se concretan en juicios prácticos y concretos según las circunstancias. Lo moral tiene que ver siempre con los otros, la sociedad y la humanidad entera; esta referencia apunta el aspecto objetivo de las normas morales.

El cristiano vive su fe dentro de la comunidad eclesial, que a través del Magisterio, del servicio de los teólogos y de los ministerios y carismas, ilumina el buen hacer de los fieles. Sin lugar a duda, los santos, los mártires y los profetas son los que mejor han percibido y encarnado los valores de la moral cristiana.

El perfil del seguidor de Jesús debe tener los siguientes rasgos (J. SASTRE, o.c, 217-220):

— Cree en Jesucristo como el hombre total y experimenta en su vida los aspectos humanos de la salvación cristiana.

— Siente la vida humana y todas sus posibilidades como un don de Dios que acoge con corazón agradecido.

— Entiende la libertad humana como disponibilidad para lo que Dios quiera y los hermanos necesiten.

— El amor incondicional de Dios Padre por la humanidad fundamenta el compromiso social en favor de los hermanos.

— El Espíritu Santo que el cristiano recibe en el Bautismo y la Confirmación le permite vivir el seguimiento de Jesús en la Iglesia, signo e instrumento del Reino para la humanidad.

— El cristiano vive en el presente con tensión escatológica; por eso se trata de vivir cada momento como si fuera el último, y no "pasa" de las situaciones que le pidan una respuesta.

"Considerar y tratar a cada ser humano como hijo de Dios es una aportación grande del cristianismo a la ética. Este Amor primero se ha explicitado de manera definitiva en Jesús, pero también está en la antropología de cada persona, y la comunidad cristiana interpreta y hace viva en cada época histórica. Amor a Dios sin amar al prójimo es caer en la mayor de las mentiras; por eso la fe cristiana alienta una manera de vivir, una ética que va más allá de lows límites de la fe y es capaz de aglutinar muchos esfuerzos por la libertad, la justicia y la dignidad humanas" (J. SASTRE, O.C., 221).

— El amor incondicional de Dios Padre por la humanidad fundamenta el perfil del seguidor de Jesús

— Cree en Jesucristo como el hombre total y experimenta en su vida los aspectos humanos de la salvación cristiana.

4. La formación de la conciencia moral

La formación moral es el elemento más importante en la maduración global de la persona, supuestas unas condiciones psicológicas y socioambientales normales. La educación moral cristiana se inscribe en el ámbito de la educación de la fe y parte de un análisis crítico de la realidad sociocultural en la que estamos. Las propuestas para una educación moral hoy deben partir de los estudios que tratan de elaborar el marco teórico- práctico que les sirven de referencia. La ética cristiana tiene una tarea no exenta de dificultades a la hora de formular una propuesta válida para el mundo actual, y que sea capaz de generar mecanismos educativos en los adolescentes y jóvenes. Los retos más importantes para el teólogo moralista y el educador cristiano son los siguientes: la profundización de la fundamentación en la ética de la autonomía teónoma, la formulación de la ética cristiana desde los pobres y la oferta de valores educativos alternativos a la ética prevalente.

4.1. Clarificar la naturaleza de la conciencia moral

La conciencia es la persona misma que articula coherentemente los diferentes ámbitos de su vida hacia la realización personal y social. La conciencia brota de lo más íntimo y profundo del ser humano donde percibe con verdad su vida, se encuentra con Dios y toma decisiones importantes. En la conciencia moral se implica la persona entera, se expresa el yo, se mantiene el sentido de la existencia, se perciben los valores morales y aplican los principios y normas que aseguran la adecuada orientación de la persona. Como síntesis de todo lo anterior, la conciencia juzga en qué medida cada persona responde,- en situaciones concretas,-a lo que debe hacer. Cuando se tiene correcta percepción de la situación moral y los diversos elementos y dinamismos funcionan adecuadamente podemos hablar de conciencia moral autónoma.

La conciencia moral madura se consolida a través de dos preguntas inseparablemente unidas entre sí: qué es lo bueno, y qué tengo que hacer. Es decir, la conciencia es testigo de lo que somos y hacemos, valora las actuaciones, ilumina los nuevos interrogantes, y nos compromete en las decisiones concretas. La conciencia no es origen de la moralidad, sino el ámbito propio donde ésta se manifiesta. En su función mediadora, la conciencia acerca lo cotidiano de la vida a los principios y valores morales; muchas limitaciones impiden a la conciencia ver, valorar y decidir adecuadamente; por eso, la importancia de la formación moral y el contraste de pareceres antes de tomar una decisión importante. En la adecuación de los comportamientos concretos a la verdad reside la bondad de la acción y, en consecuencia, la obligatoriedad interna de seguir el dictamen de la propia conciencia cuando está debidamente formada. El que u comportamiento esté de acuerdo con lo que uno ve en la conciencia no es criterio suficiente para justificar la realidad de la acción. También la conciencia tiene que contrastarse con el aspecto objetivo de la moralidad. La realidad entre lo que objetivamente debemos hacer y la propia conciencia es el origen del juicio práctico que indica lo que hay que cumplir. La fuerza de las convicciones debe ser coincidente con el valor objetivo de lo que se va a hacer.

4.2. Educar la conciencia moral, educar la responsabilidad

El término responsabilidad hace referencia a la capacidad de estar disponible para responder a lo que los imperativos morales nos pidan a través de las mediaciones. La persona responsable es la que busca lo mejor para ella misma y para los demás, desde el conocimiento y análisis de los valores/contravalores de su ambiente, sintiéndose implicada en un proyecto común y con la apertura fundante y plenificadora en Dios.

La responsabilidad constituye un talante de persona, se ejercita constantemente en la vida, y se dinamiza desde la llamada opción fundamental. Consiste en "decir sí a Dios en Cristo, poniendo el hombre en esta respuesta toda su persona en fe- caridad-esperanza y, por consiguiente, centrando en la humanidad resucitada de Cristo todas las realidades que forman su existencia concreta" (E HERRÁEZ, La opción fundamental, Sígueme, 136).

Esta definición, -desde la teología cristiana-, supone una persona que trata de integrar los diferentes aspectos de su vida desde el dominio de sí misma y en relación interpersonal con los demás. En la opción fundamental cristiana confluyen el esfuerzo del hombre por entender coherentemente su vida desde un núcleo que centra y globaliza la existencia, y la gracia de Dios que lleva a su plenitud en nosotros la vida de Cristo por la acción del Espíritu Santo y en la comunión de la Iglesia. La opción fundamental cristiana crece constantemente en la medida que se hace patente en las decisiones concretas y se alimenta en el misterio trinitario, fuente inagotable de la vida teologal y del existir nuevo en Cristo.

4.3. El ser y el deber ser íntimamente unidos

El deber ser constituye el modo fundamental a través del cuál el ser llega a su plena realización; en este sentido, el deber ser está implícito en el ser y no se puede

separar de él. Quizás una de las mayores tragedias de nuestra cultura es la separación entre el ser y el deber ser, y la vinculación de éste último a la decisión personal y subjetiva, muchas veces dominada por los deseos, y sin ninguna otra referencia significativa. Esta ruptura invalida en gran medida la competencia moral de muchas personas, pues las ha desvinculado de la fuente de la experiencia moral: la relación intrínseca entre ontología y ética. Así mismo, en la relación entre lo que el hombre es y lo que puede llegar a ser sucede la puesta en práctica de la libertad por la toma de decisiones; ahí es donde se juega la moralidad, es decir, la realización de lo humano para que no quede reducido a los dinamismos básicos de las necesidades más elementales.

La fe cristiana ilumina claramente la doble relación entre lo que somos y lo que estamos llamados a ser por naturaleza y por gracia. El dato fundamental de la revelación, al afirmar que el hombre es "imagen de Dios" da a la persona una dignidad, una fundamentación y un horizonte insospechados. Hemos sido creados y recreados por el amor de Dios Amor; y nuestra vida es "en Cristo" y "para los hermanos", especialmente para los más pequeños, que son los más cercanos al corazón del Padre.

La fe en Cristo Resucitado y la participación en su misma vida nos dicen que la muerte, el pecado, el dolor y el sinsentido serán definitivamente vencidos; sabemos también que "Dios está sobre nuestra conciencia" (1 Jn. 3,20), y que la vida cristiana consiste en anticipar aquí y ahora los bienes definitivos: la libertad, el amor, la paz, la fraternidad y el perdón.

4.4. La necesaria relación entre verdad y conciencia

En la cultura actual prima la visión subjetiva de la ética y de la fe, y se subraya el valor de las decisiones personales sin más referencia que el propio parecer, gusto o necesidad. La tradición cristiana siempre ha afirmado el deber que cada persona tiene de seguir los dictados de su conciencia; pero la conciencia ha de seguir el criterio de verdad para que sea una buena conciencia. La existencia de una verdad moral, el procurar encontrarla y el querer llevarla a la práctica son tres afirmaciones que no se pueden separar entre sí, ni de la toma de decisiones personales.

Para el cristiano esto resulta plenamente evidente, pues entiende su existencia desde la persona de Jesús, Camino, Verdad y Vida; los criterios y actitudes evangélicos son para él referenciales y normativos, pues en ellos encuentra la mejor forma de acercarse a Dios, de ser él mismo en plenitud y de solidarizarse con el prójimo. La Palabra de Dios como "norma normaras" y el magisterio de la Iglesia al servicio de la Palabra y de la comunidad, son referencias que nos ayudan a encontrar la verdad moral objetiva en medio del pluralismo divergente en el que estamos. En el corazón de la relación entre verdad y conciencia está el discernimiento propio del cristiano que ha llegado a la edad adulta. Creyente maduro es el que es capaz de descubrir la voluntad de Dios (Ef. 5, 8-10); para ello hay que conocer la "gramática" con la que Dios habla, analizar los signos de los tiempos y pasar los acontecimientos por el corazón, para que se vivan como experiencia cargada de humanidad, es decir, de compromiso con la libertad y la solidaridad.

El discernimiento moral no es posible sin un corazón convertido que busca ante todo y sobretodo el bien. Supuesta esta actitud, hay que poner en cuestión la moral prevalente que intenta presentar como valores algunos antivalores, e iluminar con los criterios evangélicos la realidad en la que hay que tomar las decisiones concretas.

4.5. El sentido del pecado y la conversión constante

"Suscitar en el corazón del hombre la conversión y la penitencia y ofrecerle el don de la reconciliación es la misión connatural de la Iglesia, confirmadora de la obra redentora de su divino fundador" (R.P. 23).

El reconocimiento del pecado y la necesidad de conversión tiene que ver con la sensibilidad de la conciencia, la búsqueda de los auténticos valores, y la sinceridad para reconocer los fallos, y lo que nos falta para llegar a ser personas moralmente buenas. La fe personal en Dios aviva en la conciencia el sentido del pecado y la necesidad de reconciliación. En la época actual somos sensibles a los males sociales que aquejan a gran parte de la humanidad, pero nos cuesta encontrar las causas de fondo, es decir, las actitudes de pecado personal que causan los males sociales. También nos falta en el momento presente una lista de pecados actualizada, que por su valor pedagógico, nos ayuda a encontrar lo que realmente nos separa de Dios y perjudica a nuestros hermanos. La conversión plantea en positivo la opción por Jesucristo como una forma de entender la vida como totalidad y de estructurar la personalidad moral.

5. Orientaciones educativas

La conciencia moral "tiene necesidad de crecer, de ser formada, de ejercitarse en un proceso que avance gradualmente en la búsqueda de la verdad y en la progresiva interacción de valores y normas morales" (VhL 39).

La conciencia es una realidad inseparable de la persona, pues afecta a toda la realidad humana; tiene que ver con los criterios, las sensibilidades, las implicaciones y las decisiones. La conciencia estructura la personalidad, es juicio moral e impulso para la acción; la conciencia moral madura apunta a la autonomía, es decir, a la libertad interior, a la responsabilidad en la toma de decisiones, asunción de los propios actos, y al dominio de sí para no ahogar las referencias a Dios, a los demás y a la realidad circundante.

5.1. Las relaciones humanas son el ámbito de la educación moral

Los valores o contravalores toman cuerpo en las relaciones humanas en los diferentes lugares donde se desarrolla cotidianamente la existencia humana. (cf. R. CARBALLO, El hombre como encuentro, Alfaguara 1973; J. L. TizóN GARCÍA, Psicología basada en la relación, Barcelona 1982). La tarea de la formación moral consiste en la concretización de los grandes valores evangélicos a las situaciones reales en la familia, el trabajo, el ocio, la política, la economía, la marginación, etc., etc. El seguimiento de Jesús es la referencia inspiradora del actuar del cristiano para que este mundo sea más justo, solidario y, si cabe, más fraterno.

Estamos en una sociedad bastante desmoralizada por la constatación de que es muy difícil mejorar y por habernos acostumbrados a aceptar como normal la distancia entre lo que hay y lo que debería ser. Urge retornar la confianza básica en las posibilidades de las personas y en la posibilidad del acercamiento progresivo entre la realidad y la utopía. La convergencia entre las necesidades, los proyectos y los ideales es lo que puede hacer avanzar más lo humano y propiciar en mayor medida la unidad interior de la persona.

5.2. Educar en los criterios de moralidad

Un aspecto importante en la educación moral está en la fundamentación de los criterios que llevan a aconsejar o desaconsejar un determinado comportamiento. Se trata de descubrir lo que da sentido a una determinada acción moral, y hace que la norma moral a ella referida se pueda presentar como la mejor opción para que los valores morales sean preservados y evidenciados. Nos referimos a los siguientes criterios:

Criterio de universalidad. Que aquello que se haga se pueda presentar a los demás como un comportamiento bueno y recomendable por lo que tiene de humanización.

Criterio de coherencia. Se refiere a la lógica interna a un comportamiento moral y a la norma que lo sustenta. La argumentación racional es convincente para uno mismo y para los demás.

— La relación medios- fin. Busca los fines que motiva la acción, la puesta en práctica de los medios más eficaces y la necesidad de que los medios sean moralmente aceptables para un fin moralmente bueno.

— Las motivaciones profundas. Dinamizan al ser humano para que se acorte la distancia entre lo que se hace y lo que se debería hacer; la fragilidad de las fuerzas humanas por la influencia de los egoísmos sólo se supera con una pasión mayor por el bien y la virtud.

5.3. La unidad antropológica del amor humano desde la caridad

El amor llamado ágape es la categoría central del N.T. Jesús nos revela el amor del Padre que nos llama a vivir de ese amor. La forma en que Dios nos ha amado en Jesucristo es la fuerza que orienta y transforma la realidad humana de forma total y definitiva. El amor evangélico da unidad a todas las exigencias morales y religiosas en el mandamiento nuevo de amar a Dios y al prójimo como Cristo nos ha amado. ¿Cómo entender la unidad del amor humano desde el ágape? Cuando la comunión de vida con la persona de Jesús se concreta en el amor fraternal, incondicional y universal al prójimo. Se expresa en las siguientes actitudes: el respeto a los demás y el darles buen ejemplo, la aceptación incondicional de los otros, el estar al lado del necesitado, la promoción de los derechos humanos, el ser constructor de paz, el perdonar a quién nos ofende, la actitud de servicio y de humildad, y el apostar por lo utópico a pesar de todo. (A. TORNOS, Antropología del amor desde su radicación social y psicológica, Sal Terrae 64 (1976) 64).

Desde el amor cristiano urge recuperar el modo de entender el amor humano; la unidad antropológica del amor nos permite recuperar un fondo común de donde parten las dos expresiones principales del amor humano: la vida afectivo-sexual, y los compromisos sociopolíticos; terminan en ámbitos distintos pero parten de una misma persona y, en consecuencia, deben estar íntimamente unidas estas dos expresiones del amor.

5.4. La transmisión de valores

Los valores aparecen en las relaciones y se transmiten, sobre todo, por medio de la comunicación de quien los hace presente a través de los hechos, los juicios de valor, la toma de postura y los compromisos. Lo que más se educa es la calidad de las personas con las que nos relacionamos, su forma de situarse ante las dificultades y las motivaciones profundas que las impulsan a actuar.

Los valores se van educando en los procesos por donde discurre lo cotidiano y en los que nos vamos haciendo personas. Es necesario educar la estimativa moral para poder percibir los valores, distinguir los valores de los contravalores, y para potenciar la expresión creativa y comprometida de los mismos en las relaciones y estructuras humanas. El aspecto nuclear que nos permite comprobar si un valor está incorporado a la estructura profunda de nuestra persona es preguntarnos si este valor nos hace felices, y si le percibimos como gozosamente realizador de nuestras posibilidades de crear en lo humano. Los valores libremente incorporados se transforman en fuerzas dinamizadoras de lo que testimoniamos y de aquello a lo que dedicamos tiempo y posibilidades, en definitiva, algo es verdadero en nuestra vida cuando influye en lo cotidiano y nos lleva a la creación de conciencia y a la militancia.

Los valores debidamente organizados en y por la persona se manifiestan de múltiples formas y configura el estilo de vida; el cristianismo inspirado por los valores evangélicos tiene tres características: se siente alcanzado por Jesucristo, se alimenta de la vida teologal, hace de las Bienaventuranzas el proyecto de vida y acción, está al servicio de los más necesitados, y siente la alegría que brota de la paz del corazón.

5.5. "Dar razones para vivir y motivos para esperar" (G.S. 31)

Frente a la atomización del pensamiento, de los saberes y de la vida urge recuperar el sentido que ayuda a interpretar la existencia. En una cultura del fragmento se deteriora lo antropológico de la persona; el problema denominador común de nuestro tiempo es la "mutilación de la realidad humana" (J. Marías). Esta mutilación de lo humano influye en la misma comprensión y vivencia de lo religioso. "La convicción es la réplica a la crisis: la jerarquización de las preferencias me obliga. No soy un fugitivo ni un espectador desinteresado" (P. Ricoeur).

Una educación moral desde el sentido ayuda a superar el talante de la sociedad impregnado por el egoísmo, lo incoherente, el deseo, lo privado y lo inmediato. En este contexto los educadores debemos poner el acento en:

5.6. Una pedagogía moral del diálogo y la convicción

En la educación moral podemos emplear alguno de los tres métodos que funcionan en la práctica: la invitación por la explicación a la actuación adecuada, la habituación en las normas y la motivación desde la relación interpersonal. Pensamos que el último es el verdaderamente eficaz porque trabaja la interioridad de la persona. El diálogo moral debe abordar dos cuestiones fundamentales; una de fondo: cómo ser feliz; y la otra sobre los medios necesarios para ser feliz: cómo llevar una vida honesta. La relación educativa que aborda personalmente estas cuestiones estará guiada por la escucha, el respeto a los ritmos personales, el diálogo sincero y el aprecio del otro por él mismo.

Es exitosa y eficaz una educación moral que cultiva las motivaciones profundas que son las que llevan a la toma de decisiones y a implicarse, incluso cuando la presión social no es favorable. Ahora bien, las motivaciones no se adquieren a través de procesos cognitivos de tipo deductivo, sino a través de la lectura de la realidad, el sentirse afectado por lo que se ve, y la implicación en acciones transformadoras de la realidad. En este proceso interior hay un elemento claro: el pasar los acontecimientos por el corazón, el sentirse afectado por ellos, y el percibir en estos signos la llamada de Dios a comprometerse con la mejora de la realidad. Las acciones imperativo- transformadoras de la realidad ayudan a la formación de las motivaciones interiorizadas.

La pedagogía moral procura que la persona llegue a la madurez a través de los medios siguientes:

- El desarrollo del conocimiento moral y del pensamiento moral. Para llegar a fundamentar adecuadamente las propias opciones morales hay que reflexionar sobre el contenido moral y comprobar si la manera de argumentar es válida..

- La manera de situarse ante los valores, los conflictos morales y las normas morales. Sin una disposición positiva y de búsqueda de lo bueno no es posible llegar a comprometerse por la justicia y la igualdad. La madurez moral tiene que ver con un corazón y una mente apasionados por lo mejor para todos, y empezando por los que están en una situación de menor igualdad ética de oportunidades. El barómetro de nuestra calidad moral está indudablemente en los resultados de humanización que nuestros comportamientos producen en las personas, las estructuras y las instituciones.

- El contrastar con otros, los criterios y enfoques morales como paso previo a la decisión en conciencia. Para poder contrastar, previamente, hay que informarse, reflexionar y someter a crítica las motivaciones y comportamientos; es importante que los que nos aprecian y quieren nuestro bien nos aporten su criterio valorativo. La referencia al magisterio y la consulta a especialistas en teología moral nos permite oír opiniones objetivas y cualificadas.

- La actuación moral. Una exigencia intrínseca de la moral está en la obligación de poner en práctica lo que se ha descubierto como moralmente bueno. Recordamos aquí las dos interrogantes que han estado presente en toda esta reflexión sobre la formación de la conciencia moral: qué es lo bueno y qué tengo que hacer. La acción moral pasa por la superación de las dificultades internas (poca voluntad, comodidad e ir responsabilidad, etc.) y externas (miedo al que dirán, presión ambiental, etc.) y por la puesta en práctica de los medios que ayudan: la vigilancia, el dominio propio, el examen de conciencia y el esfuerzo por superar poco a poco los defectos.

- El diálogo moral en pequeño grupo. En el pensamiento filosófico moderno y en los tratados de pedagogía moral el diálogo aparece como la mediación más importante para la formación moral.

La primera dificultad que encontramos en los jóvenes y en los adultos, en general, es la poca motivación para un diálogo con contenido moral, guiado por la búsqueda de la verdad y desde la responsabilidad personal. Como lo más importante es la estructura del razonamiento, el diálogo moral exige disciplina en el método, atención constante y expresión desde los niveles más profundos de la persona. Sabemos que esto no es fácil y requiere aprendizaje. Además, los modelos de grupo de diálogo o mesas redondas que nos presentan los medios de comunicación buscan la audiencia, y dotan al programa de las características del espectáculo que suscita el interés, -no exento de morbo-, en el espectador, al que se le exige una actitud de simple consumidor.

La discusión parte de la comunicación de los puntos de vista sobre una cuestión o dilema moral; el diálogo debe transcurrir por la exposición y el contraste de la fundamentación de los diferentes enfoques; el final supone la búsqueda de la mejor argumentación y, en consecuencia, la norma moral que mejor defienda los derechos fundamentales de los seres humanos. Según esto, el afianzarse en la posición inicial o el cambiarla dependerá del razonamiento (fundamentación) que sea más coherente y valioso en sí porque defiende mejor los valores morales.

- El aprendizaje de la solución de conflictos. Las relaciones humanas, interpersonales o sociales, son el ámbito en el que se pueden producir los problemas humanos de convivencia o de reivindicación de derechos políticos, laborales, económicos, etc. La solución de estos conflictos exige un aprendizaje moral, tanto por el talante que supone como por el método que exige para llegar a una solución adecuada. Ló primero es la creación de un ambiente que favorezca el encuentro y la comunicación, que en un principio aparece básicamente como negociación.

A la hora del diálogo conviene centrarse en las necesidades (intereses) de cada una de las partes, no tanto en la toma de postura que manifiestan. El tercer momento requiere un análisis sereno y desinteresado (perspectiva universal) de lo que se seguiría para todos de tomar una u otra opción. Al llegar aquí conviene tener presente que los valores de libertad e igualdad no siempre se pueden salvar al tiempo y de la misma forma; en caso de conflicto entre ellos creemos que hay que apostar solidariamente por la igualdad para que todos podamos vivir en libertad, es decir, en igualdad ética de oportunidades (J. EscÁMEZ, Hacia un programa de educación moral, en La formación moral de la juventud, Bruño 1998, 73-87; LICKONA Th. Educating for character. How our schools can teach respect and responsability, Bantan Book, New York, 1991, 53ss).

5.7. El acompañamiento personal

Los temas morales por su propia naturaleza, en muchos casos, exigen un clima de confianza y de competencia en la persona a la que se consulta para que puedan ser abordados con sinceridad. El diálogo personal no es alternativa a los otros medios de educación moral, sino un complemento necesario a las clases, catequesis, grupos, etc. (J. SASTRE, El acompañamiento espiritual, S. Pablo, 19942, 102-105). Más aún, la relación de ayuda suele ser el ámbito donde terminan de clarificarse y de personalizarse muchos temas que aparecen en los diálogos de grupo. Siguiendo a W.Kay (Cf. El desarrollo moral, Buenos Aires 1976) podemos decir que las cuestiones principales que hay que abordar en el acompañamiento personal en lo referente a la formación de la conciencia moral son las siguientes:

Conclusión. La formación de la conciencia moral tiene como meta la formación de personas autónomas que, al tiempo, sean profundamente solidarias. Esto supone una educación moral para lo positivo y desde lo positivo que parte de la confianza en el niño y el adolescente para que se sienten incondicionalmente queridos y aceptados. El seguimiento de Jesús es el camino para acoger los valores del Reino; la conversión nos capacita para descubrir un horizonte insospechado que supera la misma ética, aunque la incluye y la redimensiona. La posibilidad de vivir como hijos de un mismo Padre y como hermanos en Cristo desde la comunidad cristiana es el soporte de una nueva existencia estructurada por los valores del ser, el servir y el compartir, que anticipan aquí y ahora la vida que no tendrá fin. El esfuerzo, la entrega, la austeridad y el dominio propio cuentan con la fuerza del Espíritu Santo que llevara a buen término la obra que Dios comenzó en nosotros cuando nos llamó a la vida.

BIBL. – AA.W., Conciencia y libertad humana, Cete, Toledo 1988; AA.W., Hombre en crisis y relación de ayuda, Aretes 1986; ALBURQUERQUE, E, Conciencia moral. Orientaciones pedagógicas, Nuevo Diccionario de Catequética, San Pablo 1999, 506-521; BULL, N., La educación moral, Verbo Divino 1976; CARBONEAU, P., Educar. Problemas de la juventud, Herder 1979; DELHAYE, Ph., La conciencia moral del cristiano, CCS 1988; GIAMMAMCHER, E. y PERTTI, M., La educación moral, Herder 1981; GArTI, G., Etica cristiana y educación moral, CCS, 1988; GÓMEZ, C., Conciencia, en GAFO, J. (ed.), 10 palabras clave en bioética, Verbo Divino 1993; HORTELANO, A., Problemas actuales de moral 1. Introducción a la teología moral. La conciencia moral, Sígueme 1976; KAv, W., El desarrollo moral, Buenos Aires 1976; LAUN, A., La conciencia, Eiunsa 1993; MAJORANO, S., La coscienza. Per una lettura cristiana, San Pablo, Milán 1994; MIETH, D., Conciencia, en BOCKLE, F y otros, «Fe cristiana y sociedad moderna» XII, S.M. 1986; NIRANDA, V., Conciencia moral, en VIDAL GARCÍA M., Conceptos fundamentales de ética teológica, Trotta 1992; MIFSUD, A., El desarrollo moral según L. Kohlberg: exposición y valoración desde la ética cristiana, tesis doctoral, U.P.C. 1979; SASTRE, J., Fe en Dios Padre y ética, SPx 1995; VALADIER, P., Elogio de la conciencia, PPC 1995; VIDAL, M., La educación moral en la escuela. Propuesta y materiales, Paulinas y Verbo Divino 1981.

Jesús Sastre