1ª Estación.
JESÚS ES CONDENADO A MUERTE

Y no respondió a ninguna acusación.
(Mt. 27,14)

Te condenaron a muerte
tu silencio y mi silencio.

Las gargantas en tumulto
ante el Pretor somnoliento,
lapidaron con sus gritos
el mármol de tu silencio.

Tu mutismo era una estatua
de blancura y de misterio...

“¡Habla, Jesús, que te matan!
Arropada en tu silencio
la muerte viene volando
entre graznidos de cuervos.

¡Habla, Señor, tu palabra,
como un huracán de fuego,
salga de tu boca
y queme lo falso de los denuestos!

¿Por qué te quedas callado
si eres el Divino Verbo...?”

La boca de Dios
quedó baldía como el desierto.

Lo condenaron a muerte
su silencio y mi silencio.

Escupieron las gargantas
alaridos a mi miedo.

Al oleaje de gritos
debí levantar mi pecho
-dique de amor y diamante-
contra el torrente protervo.

Pero fui arena medrosa
que no supo defenderlo.

Debí gritarles:
“¡Judíos, yo soy,
yo soy el perverso;
a mí la hiel, las espinas,
a mí la cruz y el flagelo!”,
pero se anudó a mi voz
la vil serpiente del miedo.

¡Pastores, por cobardía
me mataron mi Cordero:
fue más fuerte que mi amor
el ladrido de los perros...!

Lo condenaron a muerte
su silencio y mi silencio
: uno, silencio de amor;
otro, silencio de miedo.

2ª Estación.
JESÚS SE ABRAZA CON LA CRUZ

Levántate, Amiga mía, hermosa mía, y ven.
(Cant. 2,13)

Acércate, Bienamada,
la de los brazos abiertos.

A ti corro enamorado
con un ciclón de deseos.

Tengo sed de tu regazo
para morir en silencio.

Amada, la presentida
desde los montes eternos,
la elegida por el Padre
para el Varón Unigénito,
eres morena de sol
y tienes olor a cedro;

yo pondré sobre tus hombros
el lino en flor de mi cuerpo
y un rojo manto prendido
con cinco rosas de fuego:

¡divino traje de bodas
en el abrazo supremo!
Ven a mis brazos, Amada,
la de los brazos abiertos.

Bajo la noche del odio
iremos por el sendero
relampagueante de gritos
y enraizado de tropiezos:

¡que el amor siempre camina
por sendas de sufrimiento!

Cuando estemos en la cumbre
unidos los dos y quietos,
en holocausto humeante,
transverberados de fuego,
una nueva epifanía
alumbrará tierra y cielo.

Serás llamada Señora
y Madre de muchos pueblos.

Vendrán a ti con sus dones
los reyes del mundo entero.

Con tus brazos extendidos
serás rosa de los vientos
que conduzca caminantes
a mi Corazón abierto.

Los que a Mí quieran venir
tendrán que amarte primero...

Salgamos ya, Bienamada,
la de los brazos abiertos.

3ª Estación.
BAJO EL PESO DE LA CRUZ JESÚS CAE
Y DA CON SU BOCA EN TIERRA

Béseme con el beso de su boca.
(Cant. 1,1)

¡Decidme quién me besó
con unos labios de fuego...!
Muchas veces he sentido
el ósculo del invierno.

Sus labios -copos de nieve-
al caer blancos y lentos
me visten con la pureza
de los glaciares eternos:

son un bautismo de gracia
que me renueva por dentro.

Al llegar la primavera
florida por los oteros,
la fecundidad despierta
en mis ateridos senos.

Con sus rojas amapolas
¡cómo me cubre de besos
y cascabeles de espigas
y música de jilgueros!

Pero nunca conocí
un beso como este beso:
¡si me ha dejado más blanca
que los altos ventisqueros
y me ha vuelto más fecunda
que los jardines del cielo!

Decidme quién me besó
con unos labios de fuego.
¡Qué dulce, cuando el estío
con sus labios de aguacero
deja el cauce de mis trenzas
constelado con sus besos,
y mis arenas febriles
ungidas de refrigerio!

¡Qué triste el beso de otoño,
cuando, al impulso del viento,
besa con sus hojas secas
la planta de mis senderos
y me deja en la garganta
sabor a muerte y a duelo!

Pero nunca conocí un beso
como este beso:
tan lleno de suavidades,
de tristeza y de misterio...

Eternos labios heridos,
divinos labios de fuego
que, quemando, purifican
y sirven de refrigerio;

labios de Cristo,
caído en el camino tremendo,
¿a la Tierra, vuestra esclava,
así la tratáis, a besos...?

¡OH labios, yo no soy digna,
pero... besadme de nuevo!



4ª Estación
JESÚS SE ENCUENTRA CON SU MADRE

¿A dónde se te fue el amado, oh tú, la más hermosa de las mujeres?
(Cant. 5,17)

Cristo, Niño mío,
¿para dónde vas?
María, Mar de lágrimas,
¿quién te lo dirá?

Piececitos como lirios
que en mi regazo crecieron,
¿por qué lleváis a mi Niño
por tan ingratos senderos:

alfombras: charcos de sangre,
sandalias: llagas de fuego?
Manecitas de jazmines
que en diciembre florecieron,

¿por qué os alejáis crispadas
sobre ese oscuro madero
y ni podéis despediros de mí,
perfumando al viento?

Cristo, Niño mío,
¿para dónde vas?
María, Mar de lágrimas,
¿quién te lo dirá?

¡Oh cabeza de mi Niño
que durmió sobre mi pecho,
negras espinas te ciñen,
ya no dulcísimos besos;

dolor y llanto te arrullan,
ya no cantares maternos!
¡Oh puñadito de mirra
que perfumaste mi seno!

¿Por qué vas con esos hombres
y a mí me dejas gimiendo?
Yo, por Tí, diera mi vida, ellos...
¡dan treinta dineros!

Cristo, Niño mío;
¿para dónde vas?
Pobre María, Mar de lágrimas,
no te canses de llorar.

5ª Estación.
EL CIRINEO AYUDA A JESÚS A LLEVAR LA CRUZ

Mi Amado para mí, y yo para Él.
(Cant. 2,16)

Yo seré tu cirineo,
Tú, Jesús, serás el mío,
Eres de mi mismo barro,
Dios sudoroso y herido,
te faltan muchas caídas
para llegar al patíbulo.

Tu vida puede quebrarse
a la mitad del camino,
y si mueres a deshora
nos dejas sin crucifijo,
sin testamento, sin Madre,
sin el Refugio Divino de tu Corazón,
abierto por la lanza de Longinos...

Tienes que llegar al ara muerto de dolor..,
y vivo; si te abruma mucho
el peso de tu amor y mis delitos,
yo seré tu cirineo...

¡Vayamos al Sacrificio!
Y después, cuando en la vida
se cambien nuestros destinos,
cuando Tú, resucitado todo balsámico
y limpio me esperes en los trigales viviente
pero escondido, y yo cruce ante tus ojos
hecho temblor y martirio,
llevando mi cruz a cuestas,
de dolor desmorecido,
Tú serás el cirineo
que me lleve al Sacrificio.

Eres, como yo, de barro;
hazme, como Tú, de trigo;
exprímeme sobre el monte
como maduro racimo;
y los dos, compenetrados,
hechos de harina y de vino,
en la cumbre amanecida
seremos un Sacrificio.

6ª Estación.
LA VERÓNICA ENJUGA EL ROSTRO DE JESUS

Como una marca de fuego sobre el corazón.
(Cant. 8,6)

Así quiero que me pintes
sobre mi pecho tu rostro.

En el pesebre, de niño,
eras estrellita de oro;
de joven, entre los lirios,
el más fragante de todos;

bajo los soles maduros
pareciste el más hermoso;
mas hoy, cuando todos dicen
que no tienes ni decoro,
es cuando me gustas más:
eres ¡el Divino Rostro!

Así quiero que te pintes
en mis entrañas muy hondo,
con pinceladas de sangre,
de salivas y de polvo;
morado de bofetadas,
palidecido de oprobios.

Me enamoras como nunca
porque en tu cara conozco
todo el amor que me tienes
encendido y doloroso.

Mi corazón es el lienzo
para que pintes tu rostro.
En Tí quiero retratarme
como un espejo en el otro.

¡Que no me falten espinas
ni lágrimas en los ojos,
ni sudor, ni bofetadas,
ni manchas de sangre y lodo!

Con tal que a Tí me parezca,
sufrir me parece poco.

7ª Estación.
JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ

Hasta los perrillos comen las migajas que caen de la mesa.
(Mt. 15,27)

¿Quién tiró el Pan de los hijos
para dárselo a los perros?

Viviente Copo de harina
caído sobre el sendero,
Pedazo de pan cocido
en hornos de sufrimiento,

Migajita resbalada
desde el regazo paterno,

¿para caer en el polvo
descendiste de los cielos?

Escándalo de los hijos,
Ludibrio de todo el pueblo,
¿así quieres que te coman
los ricos, los opulentos?

Eres tan poquita cosa,
estás tan sucio y tan feo
que ni el hijo más humilde
ni el mendigo más hambriento
se dignarían inclinarse
por recogerte del suelo.

¿Quién tiró el Pan de los hijos
para dárselo a los perros?

Yo bendigo tu caída
que me infunde atrevimiento.

Con lágrimas y temblores
de ternura a Tí me acerco.

Yo soy el pobre perrillo
punzado de hambre y de miedo.

Si no te hubieras caído,
como lluvia, en mi desierto,
lleno de angustia y miseria
yo moriría sin remedio.

¡Estabas, oh Dios, tan alto
y yo tan vil y pequeño!
Bajo tu disfraz de polvo escondido,
te presiento tan lleno de resplandores
como en la gloria del cielo.

Si los hombres no te quieren,
ven, y descansa en mi pecho.

Migaja de pan,
caído para el hambre de los perros:
¡el amor que me tuviste
te puso en tales extremos!

8ª Estación.
JESÚS CONSUELA A LAS PIADOSAS MUJERES

No lloréis por mí, llorad sobre vosotras.
(Lc. 23,28)

No quiero llorar por Tí:
quiero llorar mis pecados.

Las almas vienen siguiendo
la púrpura de tus pasos;
todas quieren consolarte
¡y todos vienen llorando!,

yo, Señor, aunque te miro
todo del Amor llagado,
no quiero llorar por Tí,
oh divino Enamorado.

Yo sé que por fuera sufres,
mas, por dentro, estás gozando,
porque el Amor, cuando hiere,
es como aroma de bálsamo
que mientras más nos traspasa
es más suave y delicado.

Las heridas de amor saben
a miel y huelen a nardo.

¿Por qué entonces, sin quererlo,
van mis lágrimas brotando?

¡Señor, no lloro por Tí:
que lloro por mis pecados!

No lloro de verte herido,
lloro de haberte olvidado.
Déjame llorar, Señor,
para siempre, sin descanso.

Déjame llorar, Señor,
-lluvia de pétalos blancos-
de mis ojos doloridos
caigan las gotas de llanto,
y laven con su blancura
lo negro de mis pecados.

Tu amor y yo, frente a frente,
a solas, los dos estamos;
y mis dos ojos te dicen
lo que no puede mi labio.

Mira quebrado a tus pies
mi corazón de alabastro,

¡tan duro para quererte,
para olvidarte, tan blando!
mira cómo, de la herida mana
el olor de mis nardos...

Tu amor y yo, frente a frente,
a solas, los dos estamos.

Los dos, con el alma rota;
los dos, transidos de bálsamo.

¡Y tus dos ojos me dicen:
“Mucho se te ha perdonado”!

9ª Estación.
JESÚS CAE POR TERCERA VEZ

Levántate y anda.
(Mt. 9,5)

Triplicaste tu caída
entre sollozos y lágrimas.

La magnolia de tu veste yace en tierra,
deshojada y el caudal de tus cabellos
hontanar de limpias aguas
sobre las piedras desnudas
dormido se desparrama...

¡Qué desfallecer del cuerpo,
qué desaliento en el alma!
¡Cuánta sed de abandonarse
y no proseguir la marcha,
suspender eternamente
el ritmo de las pisadas!

¿Por qué un grito se me sube
tembloroso a la garganta
un grito para gritarte:
“Jesús, levántate y anda”?

Porque otras muchas caídas
tus tres caídas retratan:
el azoro de los niños
caídos de madrugada;

el derrumbe de los jóvenes
desde las cumbres nevadas;
las caídas de los viejos
tan negras y tan amargas...

Porque mil negras pupilas
ansiosas en Tí se clavan
por ver si quedas caído
o mirar sí te levantas
por eso mi voz te grita:
“Jesús, levántate y anda.

Levántate aunque el cansancio
se desploma en tus entrañas
Levántate, aunque el suplicio
con vivas lumbres te aguarda.

Levántate, que la meta
se mira ya muy cercana”

Enséñales a los hombres
esa ciencia necesaria
de resurgir varoniles
cuando en el camino caigan.

Si Tú te quedas caído
derrumbas nuestra esperanza.

Somos flores de los campos
que hasta un soplo desarraiga,
y ¡es tan fácil que en la vida
se quede caída el alma,
cuando ha sentido el abrazo
cenagoso de las charcas
que ofrecen lotos de oro
y víboras anidadas!

¡Y es tan duro levantarse
para proseguir la marcha
cuando en las venas hay frío
y anochece en las entrañas...!

Jesús, por los pecadores
mi voz te grita angustiada,
por nosotros pecadores,
Jesús, ¡levántate y anda!

10ª Estación.
JESÚS ES DESNUDADO Y ABREVADO CON HIEL Y VINAGRE

Revestíos de Cristo
(Rom. 18,14)

Así, desnudo, Dios mío,
¡qué pena me da mirarte,
escultura de vergüenza
cincelado en nieve y sangre!

Tienes todo el desamparo
de nuestros Primeros Padres,
al esconderse llorosos
y desnudos tras los árboles
con el sabor del pecado
amargándoles las fauces.

También hay entre tus labios
sabor a hiel y vinagre:
amargura de pecados que,
sin beberla, probaste.

Las saetas de los ojos
y de las risas procaces
sobre tu cuerpo desnudo
volando van a clavarse.

¡Oh si pudieras correr,
como un niño, hasta tu Madre,
y esconderte entre sus brazos,
y en su regazo anidarte!

¿En dónde estarán ahora
aquellos limpios pañales
de la luminosa noche;
dónde los lirios del valle
que tejen túnicas blancas
sin ruecas y sin telares;

dónde están los corderitos
vestidos de lana suave
que te ven a Tí desnudo
y no corren a abrigarte?

Pero, bien visto,
¿qué importa Si los soldados
reparten entre sí tus vestiduras
llenas de sudor y sangre?

Tienes oh Dios,
una túnica que nadie podrá arrancarte:
la túnica de tu cuerpo
que te tejiera tu Madre
en el telar de su seno
con el lino de su carne.

¡De esa veste,
ni la muerte podrá jamás despojarte!

Mira, Señor,
a mi alma también desnuda y sangrante:
se jugaron a los dados
entre el Demonio y la Carne
mi túnica de la gracia
en frenético aquelarre,

mientras el Mundo miraba
mi angustia sin inmutarse...
¡No me dejaron ni el manto
para cubrir mis maldades!

y, ante los ojos del mundo,
tan crueles y tan cobardes,
ser pecador descubierto
es ser dos veces culpable.

¡Cómo duelen las miradas
que en mí vienen a clavarse!
¡Qué amargas son estas culpas
de ceniza y de vinagre!

¿Y cómo entraré desnudo
a tus festines nupciales?

Si viene el Rey y me mira
me arrojarán a la calle...

Cuando tú subas glorioso,
por los caminos del aire,
revísteme con tu veste de fuego santificante;
revísteme con la túnica inconsútil de tu sangre.

Y así, vestido de Cristo,
ceñido de claridades,
mientras los ángeles cantan
el cantar de los cantares,
iré a hundirme en el regazo
oceánico de tu Padre.

11ª Estación.
JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ

Y golpearás la Roca, y brotará de Ella el agua para que beba el pueblo.
(Exod. 17,6)

Eres la Roca de la luz
con entrañas de agua nueva;
nosotros somos el barro
amasado con tinieblas.

Hay en tus claros abismos
veneros de vida eterna;
nosotros tenemos sed
en nuestras áridas venas.

Nuestra sed es infinita,
nuestra sequedad, tremenda;
el ardor de los desiertos
en nuestras almas llamea.

Espejismos de locura,
en la mente reverberan
y sube un grito de fuego
desde las entrañas secas.

En los íntimos jardines
se requemó la azucena,
y la rosa enamorada,
de sed, ha quedado muerta.

El oro dulce del trigo
vuela al aire hecho pavesas
y las viñas bajo un cielo
de lumbre crujen sedientas...

Así, sin vino, sin rosas,
sin pan y sin azucenas,
y con este fuego oscuro
que se arrastra por las venas,

¿qué vida puede vivirse?
¿Qué muerte será más negra?...

Eres la Roca que guarda
torrentes de vida eterna;
nosotros somos la sed
coagulada de la tierra.

Será preciso que el hombre,
en un rato de demencia taladre
sin compasión la noble Roca serena...

¡Si no podemos vivir,
sí están nuestras almas secas...
Extiende tus pies y manos en cruz
sobre la madera y deja
que nuestros golpes
penetren en tus arterias.

¡Ya sale huyendo tu sangre
a los cauces de la tierra,
en divina transfusión
de tus venas a sus venas!

¡Ya se apagan nuestros fuegos
en estas aguas eternas,
ya vuelve a lanzar la vida
su canción en las arterias!

Cuando en tus miembros exangües
caiga la noche suprema,
un amanecer de lirios
alumbrará las praderas.

Y nacerás repetido en las castas azucenas,
y estarás en cada rosa,
cuando las rosas florezcan,
y cuando el dulce racimo
su jugo en el cáliz vierta,

allí beberán los hombres
sorbos de tu sangre nueva;
y cuando el trigo maduro
se triture entre las piedras,

en cada pan hallaremos
el sabor de tu presencia.

Porque tu sangre ha corrido
por nuestros cauces de tierra;
se eterniza entre los hombres
tu invisible permanencia: ¡
nosotros en Tí vivimos,
Tú vives en nuestras venas!

12ª Estación.
JESÚS MUERE EN LA CRUZ

Me levantaré e iré a mi Padre
(Lc. 15,18)

Vuelve ya a tu casa,
Pródigo el de las manos vacías.

¿A dónde vino a parar
toda tu gloria: divina,
oh mi Dios, encarcelado
en una cárcel de arcilla?

Tú que colmas los abismos
con tu presencia infinita
cabes entre cuatro clavos
y una corona de espinas.

Dejaste el seno del Padre
por el seno de María;
del cielo huiste trayendo
toda tu herencia divina:

la diste a los pecadores
y a las mujeres perdidas.

El mosto de las granadas,
coronó tus sienes limpias
con su locura de fuego
bajo la huerta sombría

y así saliste, embriagado,
por la clara mañanita,
a derrochar tus tesoros
con amor y sin medida.
Tus manos fueron sembrando
su lluvia de rosas finas
en el surco azul del aire
sobre las tierras baldías...

Ya estás ahí, manirroto,
en cruz sobre la colina;
¿qué te queda ya por dar de
tus riquezas divinas?

Por tener las manos rotas
se te quedaron vacías.

Junto a tu Padre,
en la luz inaccesible vivías;
hoy estás entre tinieblas
como una estrella caída.

En tu palacio,
un enjambre de arcángeles te servía;
hoy estás entre mujeres
que lloran y hombres que gritan.

Antes eras el Ungido
con bálsamo de alegría;
hoy navegas en un mar
de tristeza sin orillas.

Dijiste que entre los hombres
vivir era una delicia;
y no hay dolor comparable
a tu tremenda agonía...

¡Pródigo de manos rotas ...
y eres la Sabiduría!

Oh Cisne de Dios
que cantas a la muerte presentida:
ya van tus siete palabras
cantando en la lejanía...

¿qué esperas para que salga,
de tu corazón, la vida?
¡Vuelve ya a tu casa,
Pródigo el de las manos heridas!

En su palacio tu Padre,
el Gran Anciano de días,
escrutando los senderos
con sus eternas pupilas,

espera ya tu retorno
por las sendas florecidas.

Las lámparas del Paráclito
orladas de siempre vivas
para iluminar tus pasos
también están encendidas....

Pero, ya sé lo que esperas
para que vuelva tu vida,
por el túnel de la muerte,
a las mansiones divinas:

buscas a quien regalar
tus clavos y tus heridas;
y buscas otra cabeza
para poner tus espinas.

¡Dámelas a mí, Señor,
ansiosos, por recibirlas,
esperan mis pies,
mis manos y mis sienes doloridas!
ante tu suprema dádiva
está mi fe de rodillas.

Yo subiré sobre el monte
al quedar tu cruz vacía,
y dormiré mis ensueños
sobre tu lecho de mirra.

Ahí dejaré que irrumpan
mis cataratas dormidas,
por completar en mi cuerpo
tu pasión interrumpida.

Pero ya vuelve, Dios mío,
a las mansiones divinas.
Vuelve a encender
en los labios de tu Padre, la sonrisa.

Ve a desatar las hogueras,
del Paráclito, cautivas.
Ve a devolver a los cielos
su inextinguible alegría:
¡si todo está consumado,
si ya tienes otra víctima!

13ª Estación.
JESÚS ES DESCLAVADO DE LA CRUZ
Y PUESTO EN LOS BRAZOS DE SU MADRE

María guardaba todo esto en su corazón.
(Lc. 2,19)

Mi Jesús, tiene sueño,
por el camino se me durmió
tres veces el pobrecillo.

Hijito, duerme, duerme,
que en esta noche,
no habrá quien te despierte.

De mañanita, llorando,
por los caminos del cielo,
salió mi niño a buscar
su rebaño de corderos.

Todos andaban perdidos
entre los barrancos negros....
En un bosque de alaridos
y brazos en alto tensos,
entró mi Niño temblando
de soledad y de miedo...

Las flores eran de sangre,
las ramas eran flagelos,
las maldiciones volaban,
como pájaros, al viento.

¡Era tan largo el camino,
estaba el aire tan negro,
que mi Niño se cayó
tres veces en el sendero;

y cuando a los ojos de agua
se acercó a beber sediento
le dieron a beber mirra
aquellos crueles veneros!

Por fin se subió mi Niño
sobre las ramas de un cedro
por ver si de las alturas
divisaba sus corderos.

Su séptuple canto
triste rodó por el universo.

Como un gorrioncito herido
-todo púrpura su pecho-
quedó dormido mi Niño
sobre las ramas del cedro;

las nubes le acariciaban
con devoción los cabellos..
Dormidito lo encontraron
en el camino del cielo,
y dormidito, a mis brazos,
de noche, me lo trajeron.

Tiene en sus pies dos claveles,
y en sus manos dos luceros
y en su Corazón un sol
tres veces santo y abierto.

Hijito, que entre mis brazos
yaces cansado y deshecho,
duérmete sin ansiedades
por tus perdidos corderos.

En esta noche de luna
los has juntado en el cielo;
por la inmensidad azul

vagan cándidos,
paciendo entre rosas inmortales
y remansos de luceros.

Innumerables y puros,
como los copos de invierno,
de todos los horizontes
ascienden al firmamento

Cuando la luz te despierte
ya sin dolor y sin sueño,
¡oh cómo habrás de alegrarte
por tus hallados corderos!

Hijito, que entre mis brazos yaces
desnudo y deshecho,
sigue durmiendo en la cuna
de mi amor y de mis besos....

Estos besos son los últimos
pero mi amor es eterno.

Sigue durmiendo en mis brazos,
aunque sabes que tu sueño
es espada de dos filos
que me traspasa por dentro...

Duerme que, para velarte,
está mi dolor despierto.
Mi Jesús tiene sueño,
por el camino se me durmió
tres veces el pobrecillo.

Hijito duerme, duerme,
que en la alborada vendrá
la luz divina que te despierte.

14ª Estación.
EL CUERPO DE JESÚS ES DEPOSITADO EN EL SEPULCRO

De ida, llorando caminaban, arrojando la semilla.
(Ps 125,6)

Niña que llevas al pecho
siete puñales clavados,
Madre que vas a sembrar
a Dios bajo los granados:
ya vienen los sembradores,
con la semilla, llorando;
ya traen el cuerpo de Cristo
blanco sobre el lino blanco.

¡Señora, yo no quisiera
ni mirarte, ni mirarlo!

Tú me lo entregaste niño
como manojo de nardos;
yo te lo devuelvo muerto
como racimo pisado.

Trae mucha noche en las venas
y mucha nieve en los labios.

Se le congeló la vida
en el Corazón quebrado...

¡Señora, yo no quisiera
ni mirarte, ni mirarlo!

Ven y deshoja
la última flor de tu beso
en sus labios
y deja que lo sembremos
en este surco de llanto.

Quien sabe si ya mañana
cosechemos el milagro
de que retoñen
los dulces latidos
en su costado!

¿Si es un augurio de espigas
la muerte de cada grano,
si está la resurrección
bajo la tumba esperando,
por qué sembrar a los muertos
resultará tan amargo?

¡Qué diluvio de silencio
se vació sobre los campos....
La soledad, con sus aguas,
cubrió los montes más altos!

Niña que llevas al pecho
siete puñales clavados:
bajo el sepulcro,
dejaste tu corazón, olvidado...

¿Por qué florece el silencio
con un inaudito cántico?
¿Y quién se pone a cantar
cuando los hombres lloramos?

¡Señora, los muertos cantan,
los muertos están cantando!
Entre las sombras agitan
el címbalo de sus manos:
que también para los muertos
llegó el Domingo de Ramos.

Ya va el Señor descendiendo
por caminos subterráneos:
de todos los cementerios
sube un clamor a su paso
mientras se impregna de vida la tierra,
con su contacto.

Un soplo de primavera
sacude los huesos áridos
y retrocede la Muerte
entre las tumbas aullando.

¿En dónde está tu victoria,
oh Muerte de dedos pálidos?
Ya van bajo los cipreses
las siemprevivas brotando...

Madrecita que sembraste
a Dios bajo los granados:
sobre el surco de tus lágrimas
han florecido los cánticos;
mañana, cuando el lucero del alba
bese tus párpados,
la tierra dará su fruto inmortal y perfumado...

Entonces, cierra tus ojos;
entonces, abre tus labios
para que bebas el vino
del Hijo resucitado.