8ava. Estación.

JESÚS CONSUELA A LAS PIADOSAS MUJERES

 

No lloréis por mí, llorad sobre vosotras.

(Lc. 23,28)

 

No quiero llorar por Tí:

quiero llorar mis pecados.

 

Las almas vienen siguiendo

la púrpura de tus pasos;

todas quieren consolarte

¡y todos vienen llorando!,

 

 yo, Señor, aunque te miro

todo del Amor llagado,

no quiero llorar por Tí,

oh divino Enamorado.

 

Yo sé que por fuera sufres,

mas, por dentro, estás gozando,

porque el Amor, cuando hiere,

es como aroma de bálsamo

que mientras más nos traspasa

es más suave y delicado.

 

Las heridas de amor saben

a miel y huelen a nardo.

 

¿Por qué entonces, sin quererlo,

van mis lágrimas brotando?

 

¡Señor, no lloro por Tí:

que lloro por mis pecados!

 

No lloro de verte herido,

lloro de haberte olvidado.

Déjame llorar, Señor,

para siempre, sin descanso.

 

Déjame llorar, Señor,

-lluvia de pétalos blancos-

de mis ojos doloridos

caigan las gotas de llanto,

y laven con su blancura

lo negro de mis pecados.

 

Tu amor y yo, frente a frente,

a solas, los dos estamos;

y mis dos ojos te dicen

lo que no puede mi labio.

 

Mira quebrado a tus pies

mi corazón de alabastro,

 

¡tan duro para quererte,

para olvidarte, tan blando!

mira cómo, de la herida mana

el olor de mis nardos...

 

Tu amor y yo, frente a frente,

a solas, los dos estamos.

 

Los dos, con el alma rota;

los dos, transidos de bálsamo.

 

¡Y tus dos ojos me dicen:

“Mucho se te ha perdonado”!



 
 
Romancero de la vía dolorosa
   8ava. Estación. JESÚS CONSUELA A LAS PIADOSAS MUJERES. Arte Francisco Ros Gascóns