«MENTI NOSTRAE»

SOBRE LA SANTIDAD DE LA VIDA SACERDOTAL

Exhortación Apostólica
del Papa Pío XII
promulgada el 23 de septiembre de 1950


III
NORMAS PRÁCTICAS

A) FORMACIÓN DEL CLERO
B) CULTURA, HOY NECESARIA
C) FORMACIÓN ESPIRITUAL

35. Hemos expuesto hasta ahora, en esta Nuestra Exhortación, las principales verdades y normas fundamentales sobre las que se basa el sacerdocio católico y el ejercicio de su ministerio. A estas verdades y a estas normas se conforman diligentemente en su práctica diaria todos los santos sacerdotes; pero, por lo contrario -y hemos de dolernos de ello- todos cuantos abandonaron o rehuyeron las obligaciones aceptadas en su sagrada ordenación, desgraciadamente se apartaron de aquéllas.

Ahora bien: para que esta Nuestra paternal Exhortación sea más eficaz, estimamos oportuno indicar con mayor detalle algunas cosas que se refieren de modo peculiar a la práctica de la vida diaria. Esto es tanto más necesario cuanto que en la vida moderna se dan algunas situaciones y se presentan de modo nuevo algunas cuestiones que requieren por Nuestra parte un examen más diligente y un más atento cuidado. Queremos, por eso, exhortar a todos los sacerdotes, y de modo particular a los Obispos, a que con toda solicitud promuevan todo cuanto se crea necesario en nuestros tiempos; y que, asimismo, hagan volverse a la verdad, a la rectitud y a la virtud, todo cuanto se hubiere desviado del recto camino o, lo que fuera peor, fuese plenamente depravado.

A) FORMACIÓN DEL CLERO

36. Bien sabéis cómo, después de las largas y variables alternativas de la reciente guerra, el número de los sacerdotes -así en las naciones católicas como en las tierras de misión- es plenamente insuficiente para las necesidades crecientes sin cesar. Por lo cual exhortamos a todos los sacerdotes, bien del clero diocesano, bien pertenecientes a órdenes y congregaciones religiosas, a que, apretados por los vínculos de la fraterna caridad, procedan en unión de fuerza y de voluntades hacia la meta común, que es el bien de la Iglesia, la santificación propia y la de los fieles. Todos, aun aquellos religiosos que pasan su vida escondida en el retiro y en el silencio, deben contribuir a la eficacia del apostolado sacerdotal con la oración y con el sacrificio; y, cuantos también puedan hacerlo con su actividad, lo hagan con entusiasmo y alegría.

Pero es también necesario reclutar, con la ayuda de la gracia divina, otros colaboradores y compañeros en el apostolado. Llamamos especialísimamente la atención de los Ordinarios, y de cuantos tienen cura de almas, sobre este importantísimo problema, que está íntimamente unido con el porvenir de la Iglesia. Es cierto que la Iglesia no carecerá jamás de los sacerdotes necesarios a su misión; pero todos hemos de estar vigilantes, trabajar, acordándonos de aquellas palabras del Señor: La mies es mucha, pero los operarios son pocos[69], usar de toda diligencia para dar a la Iglesia numerosos y santos ministros.

Ya nuestro mismo Divino Redentor nos indica el camino más seguro para tener numerosas vocaciones: Pedid al Señor de la mies para que mande operarios a su mies[70]. Por lo tanto, mediante una oración humilde y confiada, hemos de pedirlo así a Dios.

37. Pero es también necesario que las almas de los que por divina vocación son llamados al estado sacerdotal sean preparadas al impulso y a la acción invisible del Espíritu Santo; y a este fin se precisa la contribución que puedan dar los padres cristianos, los párrocos, los confesores, los superiores de seminario, los sacerdotes y todos los fieles que vivamente se preocupan de las necesidades y el incremento de la Iglesia. Los ministros de Dios procuren, no sólo en la predicación y en la instrucción catequística, sino también en las conversaciones privadas, disipar los prejuicios tan difundidos contra el estado sacerdotal, mostrando su dignidad excelsa, su belleza, su necesidad y su alto mérito. Todos los padres y madres cristianos, a cualquier clase social a que pertenezcan, deben pedir a Dios con todo su fervor que les haga dignos de que, al menos uno de sus hijos, sea llamado a su servicio. Todos los cristianos, en fin, deben sentir el deber de favorecer y ayudar a todos cuantos se sienten llamados al sacerdocio.

La selección de los candidatos al sacerdocio, que el Código de Derecho Canónico[71] confía y tanto les recomienda a los Pastores de almas, ha de constituir también en empeño singular de todos los sacerdotes, que no sólo deben dar humildes y generosas gracias a Dios por el don inestimable que ellos recibieron, sino que deben no tener nada por más querido y agradable que encontrar, y ayudarle por todos los medios, un sucesor entre aquellos jóvenes que sepan hallarse adornados de las dotes necesarias para tan alta dignidad. Para conseguir más eficaz éxito en ello, todo sacerdote debe esforzarse por ser y mostrarse ejemplo de vida sacerdotal que, para los jóvenes en cuya proximidad vive y en los cuales halle signos del divino llamamiento, pueda constituir un ideal que imitar.

38. Esta selección vigilante y discreta hágase siempre y en todas partes, no sólo entre jóvenes que están ya en el seminario, sino aun entre quienes en otras escuelas e instituciones realizan sus estudios, y de modo particular entre los que cooperan con su ayuda a las diversas formas y empresas del apostolado. Estos, aunque lleguen al sacerdocio en edad avanzada, están con frecuencia adornados de mayores y más sólidas virtudes, porque ya hubieron de luchar con las más graves dificultades y así reforzaron su espíritu entre las agitaciones de la vida y porque, además, colaboraron ya en obras de apostolado, estrechamente relacionadas con el ministerio sacerdotal.

Pero es preciso examinar siempre con suma diligencia a cada uno de los aspirantes al sacerdocio para ver con qué intenciones y por qué causas han tomado esta resolución. De modo especial, cuando se trate de niños, es preciso indagar si están adornados de las necesarias dotes morales y físicas y si aspiran al sacerdocio únicamente por su dignidad y por la utilidad espiritual propia y ajena.

39. Vosotros sabéis, Venerables Hermanos, cuáles son las condiciones de idoneidad moral que la Iglesia requiere en los jóvenes que aspiran al sacerdocio, y creemos superfluo detenernos en exponer esta materia. Llamamos, en cambio, vuestra atención sobre las condiciones de idoneidad física; y esto tanto más cuanto que la reciente guerra ha dejado huellas funestas y ha perturbado en las más variadas formas a las generaciones jóvenes. Examínense, pues, con particular atención las cualidades físicas del candidato, recurriendo, si es necesario, aun al examen de un médico prudente.

Con esta selección de las vocaciones hechas con celo y prudencia, confiamos Nos que por todas partes surgirá una escogida y abundante pléyade de candidatos al sacerdocio.

40. Si muchos sagrados pastores están gravemente preocupados por la disminución de las vocaciones, no menos preocupación les sobrecoge cuando se trata de la formación de los jóvenes que han entrado ya en el Seminario. Reconocemos, Venerables Hermanos, cuán arduo es vuestro trabajo y cuántas dificultades presenta; pero, del cumplimiento obligado de tan grave deber, tendréis grandísimo consuelo en cuanto, como recuerda Nuestro predecesor León XIII, de los cuidados y de las solicitudes puestas en la formación de los sacerdotes, recibiréis frutos sumamente deseables y experimentaréis que vuestro oficio episcopal será más fácil de ejercitar y tanto más fecundo en frutos[72].

Estimamos, por lo tanto, oportuno daros algunas normas sugeridas por la necesidad, hoy más que nunca sentida, de educar santos sacerdotes.

Ante todo es preciso recordar que los alumnos de los seminarios menores, que son formados en los primeros estudios, no son sino adolescentes separados del ambiente natural de la familia. Es necesario, por ello, que la vida que esos jóvenes lleven en el seminario corresponda en cuanto sea posible a la vida normal de su edad; se dará, por lo tanto, gran importancia a la vida espiritual, pero en forma adecuada a su capacidad y a su grado de desarrollo; y cuidese de que todo ello se desenvuelva en lugares espaciosos y capaces. Pero, también en ello, obsérvese la justa medida y moderación, no sea que quienes han de ser formados en la abnegación y en las virtudes evangélicas, vivan en casas suntuosas, en refinadas delicadezas y con todas las comodidades[73].

41. En general, se ha de procurar la formación del carácter propio de cada niño; procúrese, de modo especial, el que se desarrolle cada vez mejor la conciencia de cada uno, examinando cómo se enfrenta con los peligros, cómo juzga de los hombres y de los acontecimientos, cómo, finalmente, se desarrolla en él el espíritu de iniciativa. Por esto, los que dirigen los seminarios deberán ser muy moderados en las reprensiones, aligerando, a medida que los jóvenes crecen en edad, el sistema de la vigilancia rigurosa y de las restricciones, para así lograr que los jóvenes lleguen a guiarse por sí mismos, a sentirse responsables de sus propias acciones. No sólo les concedan cierta libertad de acción en determinadas iniciativas, sino que habitúen a los alumnos a la propia reflexión para que más fácilmente lleguen a asimilarse las verdades teóricas y las normas prácticas; no teman tenerlos al corriente de los acontecimientos del día y, además de darles elementos necesarios para que puedan formarse y expresar un recto juicio sobre ellos, no rehuyan la discusión sobre los mismos, para así ayudarles y habituarles a juzgar y valorar con equilibrio los hechos y sus causas.

Si estas normas se guardaren con prudencia, los jóvenes formados en la honradez y en la lealtad, al estimar -en sí y en todos los demás- la firmeza y rectitud del carácter, llegarán al mismo tiempo a sentir aversión hacia toda forma de doblez y de simulación. Si se lograre esta rectitud y sinceridad, los superiores podrán ayudarles con mayor eficacia, cuando se trate de examinar si verdaderamente están llamados por Dios a la sagrada ordenación.

42. Si los jóvenes -especialmente los que han entrado en el seminario en tierna edad- se han formado en un ambiente demasiado retirado del mundo, cuando después salgan del seminario podrán encontrar serias dificultades en las relaciones con el pueblo y con el laicado culto, y puede así ocurrir o que tomen una actitud equivocada o falsa hacia los fieles o que consideren desfavorablemente la formación recibida. Por este motivo, es preciso disminuir gradualmente y con la debida prudencia la separación entre el pueblo y el futuro sacerdote, para que cuando éste, recibidas las sagradas órdenes, inicie su ministerio, no se sienta desorientado; lo cual no sólo perturbaría gravemente su espíritu, sino que también disminuiría mucho la eficacia de sus actividades sacerdotales.

B) CULTURA, HOY NECESARIA

43. Otro grave cuidado de los superiores ha de ser la formación intelectual de los alumnos.

Tenéis presentes, Venerables Hermanos, las órdenes y disposiciones que esta Sede Apostólica ha dado a este propósito y que Nos mismo hemos recomendado a todos desde el primer encuentro que tuvimos con los alumnos de los seminarios y colegios de Roma al comienzo de Nuestro Pontificado[74].

Aquí queremos recomendar, ante todo, que la cultura literaria y científica de los futuros sacerdotes sea, por lo menos, no inferior a la de los seglares que asisten a análogos cursos de estudios. De este modo no sólo se asegurará la seriedad de la formación intelectual, sino que se facilitará también, en cada caso, la elección de los candidatos. Y, así formados, los seminaristas se sentirán con la más plena libertad, cuando traten definitivamente de su elección de estado; y no habrá el peligro de que, por falta de una suficiente preparación cultural que pueda asegurarles una colocación en el mundo, alguno se sienta en cierto modo obligado a proseguir un camino que no es el suyo, haciéndose las cuentas del administrador infiel: Para cavar no valgo, de mendigar me avergüenzo[75]. Y si ocurriese que alguno, sobre el que había concebido buenas esperanzas la Iglesia, se alejara del seminario, esto no debe preocupar, porque el joven que ha conseguido encontrar su camino, más tarde no podrá menos de recordar los beneficios recibidos en el seminario, y con sus actividades podrá proporcionar una notable contribución de bien en las obras del laicado católico.

44. En la formación intelectual de los seminaristas, aun no olvidando los demás estudios, entre los que debemos recordar los pertenecientes a los problemas sociales, hoy tan necesarios, dése la máxima importancia a la doctrina filosófica y teológica, según la norma del Doctor Angélico[76], que deberá ir unida con un pleno conocimiento de los problemas y errores de nuestros tiempos. El estudio de estas cuestiones y doctrinas es de suma importancia y utilidad, lo mismo para el espíritu del sacerdote que para el pueblo. Y los maestros de la vida espiritual afirman que tales estudios, con tal de que se enseñen del modo debido, son una ayuda eficacísima para conservar y alimentar el espíritu de fe, refrenar las pasiones, mantener el alma unida a Dios.

Añádase que el sacerdote, que es como la sal de la tierra y la luz del mundo[77], debe entregarse con todo empeño a la defensa de la fe, predicando el Evangelio y refutando los errores de las doctrinas adversas, diseminados hoy entre el pueblo por todos los medios. Mas no se pueden combatir eficazmente tales errores sino se conocen a fondo los inconmovibles principios de la filosofía y de la teología católica.

Y en ello no está fuera de lugar el recordar que el método de enseñanza que tiene ya tanto abolengo en las escuelas católicas, tiene particular eficacia así para dar conceptos claros como para demostrar que las doctrinas confiadas en sagrado depósito a la Iglesia, maestra de los cristianos, están entre sí orgánicamente conexas y coherentes. No faltan, sin embargo, quienes actualmente, desentendiéndose de las más recientes enseñanzas de la Iglesia, y descuidando la claridad y la precisión de las ideas, no sólo se alejan del sano método escolástico, sino que abren el camino a opiniones falsas o falaces, como una triste experiencia demuestra.

Para impedir, por lo tanto, que en los estudios eclesiásticos hayan de lamentarse vaivenes o incertidumbres, os exhortamos, Venerables Hermanos, a que vigiléis asiduamente para que las normas precisas dadas por esta Sede Apostólica sobre tales estudios sean fielmente acogidas y llevadas a la práctica en toda su integridad.

C) FORMACIÓN ESPIRITUAL

Si con solicitud tanta, en virtud de Nuestro deber apostólico, hasta aquí Nos hemos ocupado de la eficaz preparación intelectual que al clero ha de darse, no es difícil entender cuánta es Nuestra preocupación porque la formación espiritual y moral de los jóvenes clérigos sea lo más recta posible; pues si de otro modo sucediere, su ciencia, por muy eminente que fuere, a causa de la soberbia y de la arrogancia, que fácilmente se adueñan de los corazones, podría ocasionar las máximas ruinas. Por ello la Santa Madre Iglesia quiere, sobre todo, que en los seminarios se pongan sólidos fundamentos de santidad a aquellos jóvenes; santidad, que el ministro de Dios deberá luego ofrecer y practicar en todo el decurso de su vida.

46. Como ya hemos dicho de los sacerdotes, así ahora insistimos en que todos los seminaristas deben tener una plena convicción, sincera y muy profunda, de la necesidad de una exquisita vida espiritual, constituida por todas las virtudes, que con todo empeño han de tratar de conservar luego con fortaleza y aun aumentarlas con entusiasmo durante su vida, una vez que antes las hubiesen adquirido.

Cuando en el decurso de cada día, casi siempre a las mismas horas, los jóvenes seminaristas lleven a cabo las diversas prácticas religiosas, puede temerse el que un movimiento interior de su alma no responda plenamente al exterior ejercicio de la piedad; lo cual, en virtud de la costumbre, pudiera resultar habitual y hasta agravarse cuando, ya fuera del seminario, el ministro de Dios se encuentre como arrebatado por la obligada necesidad de acción en el desempeño total de sus ministerios.

Así, pues, póngase el máximo empeño y cuidado para que los jóvenes seminaristas se formen plenamente en una vida interior alimentada por un espíritu sobrenatural y movida por el mismo espíritu sobrenatural que la gobierna. Que ellos lo hagan todo guiados por la luz de la fe y unidos íntimamente con Cristo Jesús, plenamente convencidos de que éste es un grave deber de conciencia que se impone a quienes más tarde habrán de ser consagrados sacerdotes y deberán, por lo tanto, representar a la misma persona del Divino Maestro en la Iglesia. Ha de ser la vida interior, para los seminaristas, el medio más eficaz para que logren adquirir las condignas virtudes sacerdotales, para vencer totalmente toda clase de dificultades, y para llevar a la práctica plenamente los más altos propósitos.

47. Quienes están consagrados a la formación moral de los seminaristas han de tener siempre muy presente el hacerles conquistar todas aquellas virtudes que la Iglesia exige a sus sacerdotes. Ya hemos tratado de ellas en otra parte Nuestra Exhortación; por ello no es necesario volvamos a repetir lo dicho. Pero, entre todas las virtudes que han de adornar a los aspirantes al sacerdocio, no podemos Nos menos de incitarles singularmente a que procuren aquellas sobre las cuales, como sobre firmes fundamentos, se apoya toda la santidad sacerdotal.

Muy necesario es que los jóvenes adquieran de tal modo el espíritu de la obediencia que se acostumbren a someter sinceramente su voluntad a la voluntad de Dios, manifestada siempre por medio de la autoridad de los superiores del seminario. Y así, en su modo de obrar nunca haya nada que no esté conforme a la voluntad divina. Obediencia, que debe siempre inspirarse, para los jóvenes, en el modelo perfecto del Divino Redentor, que en la tierra tan sólo tuvo este programa: que yo haga, Dios mío, tu voluntad[78].

Que los jóvenes seminaristas se dispongan, ya desde los primeros años a obedecer filial y sinceramente a sus superiores, de suerte que en su día estén dispuestos a obedecer con la máxima docilidad a la voluntad de sus Obispos, según el mandato del muy invicto atleta de Cristo, Ignacio de Antioquía: Obedeced todos al Obispo, como Jesucristo a su Padre[79]. Quien honra al Obispo, honrado es de Dios; quien obra algo a escondidas del Obispo, al demonio sirve[80]. Nada hagáis nunca sin el Obispo, guardad vuestro cuerpo cual templo de Dios, amad la unión, evitad las discordias, sed imitadores de Jesucristo como El lo fue de su Padre[81].

48. Suma diligencia y solicitud, además, ha de emplearse para que los seminaristas estimen, amen y defiendan en su espíritu la castidad, porque su elección del estado sacerdotal y la perseverancia en él dependen en gran parte de esta virtud. Y estando ella tan sujeta a peligros tan grandes, dentro de la humana sociedad, ha de ser sólidamente poseída y largamente probada por quienes aspiran al sacerdocio. Por ello, en el momento oportuno, sean bien instruidos los seminaristas sobre la naturaleza del celibato eclesiástico y la consiguiente castidad que ellos han de guardar[82], así como sobre los deberes todos que lleva consigo, y no dejen de ser bien avisados acerca de todos los peligros que en esta materia les pueden ocurrir. Asimismo, los seminaristas han de ser muy bien prevenidos, aun desde su edad más tierna, a guardarse bien de los peligros, recurriendo fielmente a todos los medios que la ascética cristiana aconseja para refrenar las pasiones; porque cuanto más firme y eficaz sea el dominio sobre éstas, tanto más podrá el alma avanzar en las demás virtudes y tanto más abundantes serán en su día, los frutos de la actividad sacerdotal. Por todo ello, si en esta materia algún seminarista mostrare torcidas tendencias, y, dado algún tiempo para una prueba conveniente, se mostrara incorregible en tan perversa inclinación, absolutamente deberá ser despedido del seminario, antes de ser admitido a las órdenes sagradas.

49. Esta y todas las demás virtudes que dignifican al sacerdote, y de las que hemos hablado, las deberán adquirir fácilmente los seminaristas, si ya desde jóvenes se alimentaren con aquella sincera y tierna piedad hacia Jesucristo, presente verdadera, real y sustancialmente, entre nosotros, en el augusto Sacramento de su amor; y si al mismo tiempo fueran movidos por el mismo Cristo y sólo en El vieran el fin de todas sus acciones, así como de sus aspiraciones y sacrificios. Y muy grande será la alegría de la santa Iglesia, si ya desde jovencitos, a la piedad hacia el Santísimo Sacramento de la Eucaristía vinieren a unir una singular devoción filial hacia la Santísima Virgen María; devoción y piedad decimos, en virtud de la cual su alma se abandone totalmente a la Madre de Dios, sintiéndose movida a imitar los ejemplos de sus virtudes, porque jamás podrá faltar el fruto de un ministerio ardiente y celoso en un sacerdote, cuya adolecencia se haya nutrido principalmente del amor a Jesús y a María.

50. Y en este momento, Venerables Hermanos, no podemos menos de exhortaros a que tengáis un cuidado muy especial de los jóvenes sacerdotes.

El paso, de la vida sosegada y tranquila del seminario a la actividad apostólica de sus ministerios, puede ser bastante peligrosa para los sacerdotes que entran en el campo abierto de su apostolado, si antes no estuvieran suficientemente preparados para semejante género de nueva vida. Por ello, oportunamente habréis de considerar muy bien que todas las esperanzas puestas en los jóvenes sacerdotes pueden fallar por completo, sino se les introdujere poco a poco y con cuidado en el trabajo, y si alguien prudentemente no les vigilare y moderare paternalmente en su primer acceso a los trabajos en su ministerio.

51. Razón ésta por la cual Nos aprobamos de buen grado el que los nuevos sacerdotes, allí donde fuere posible, durante algunos años, sean acogidos en especiales colegios o institutos, en los cuales, bajo la guía de hombres de prudencia y experiencia probadas, puedan ejercitarse más profundamente en la piedad y en las sagradas disciplinas, capacitándose, cada uno según su ingenio, para los ministerios sacerdotales. Por este motivo quisiéramos Nos que semejantes colegios se fundaran en todas y cada una de las diócesis o, si las circunstancias lo exigieren, uniéndose varias diócesis para ello en lo que a Nuestra alma Ciudad toca, Nos mismo ya Nos hemos cuidado de ello pues, al cumplirse el quincuagésimo aniversario de Nuestra ordenación sacerdotal, hemos erigido el Instituto de San Eugenio dedicado singularmente a los jóvenes sacerdotes[83]. Os exhortamos, pues, Venerables Hermanos, para que evitéis, cuanto posible sea, el lanzar hacia la plenitud de la actividad sacerdotal a sacerdotes todavía inexpertos o el mandarlos a lugares muy apartados de la capital de su diócesis o de las ciudades más importantes de ésta; porque si se hallaren en semejante situación, aislados, inexpertos, expuestos a los peligros, lejos de prudentes maestros, tan sólo se seguirán graves daños así para ellos como para su actividad ministerial.

52. También aprobamos Nos de buen grado, Venerables Hermanos, el que estos jóvenes sacerdotes vivan algún tiempo junto a algún párroco y sus coadjutores, porque de este modo, con el ejemplo y guía de personas más avisadas, podrán adiestrarse más fácilmente para cumplir los deberes de su sagrado ministerio al mismo tiempo que perfeccionarse más aún en el espíritu de piedad. Por ello recordamos a todos los Pastores de almas que con el futuro éxito de estos sacerdotes jóvenes está, en gran parte en sus propias manos. Porque el celo ardiente y el generoso entusiasmo de que se encuentran ellos animados, cuando por primera vez inician su ministerio, ciertamente puede disiparse, o al menos debilitarse por el ejemplo mismo de los ya ancianos, si estos no brillan con el esplendor de sus virtudes, o si, so pretexto de no cambiar las viejas costumbres a que se hayan habituados, se muestran muy inclinados a un género de vida ya acostumbrado.

53. Cuanto ya hace tiempo deseaba la Iglesia[84], Nos lo aprobamos y recomendamos vivamente, esto es, que se introduzca y se extienda la vida común en los sacerdotes de una misma parroquia o de parroquias limítrofes.

Práctica esta de la vida común, que ciertamente puede llevar consigo ciertas dificultades, pero que indudablemente tiene grandísimas ventajas: ante todo, alimentar cotidianamente, cada vez más y más, entre los sacerdotes el celo y el espíritu de caridad; además, el que den admirable ejemplo a los fieles en su separación -la de los ministros de Dios- de sus propios intereses y aun de sus propias familias; finalmente, el que den testimonio, ante todos, de su escrupulosa solicitud por salvaguardar la virtud de la castidad sacerdotal.

54. Por lo demás, necesario es que los sacerdotes se consagren plenamente al estudio, según manda el Código de Derecho Canónico: Los clérigos en ningún modo interrumpan sus estudios principalmente los sagrados, después que hubieren recibido el sacerdocio[85].

Y el mismo Código, además de exigir que los sacerdotes jóvenes se sometan a examen todos los años en el decurso de un trienio completo[86], manda que con la mayor frecuencia, cada año, tengan ellos reuniones encaminadas a promover la ciencia y la piedad[87].

55. Y para bien favorecer tales estudios, que a veces son difíciles a los sacerdotes a causa de las precarias condiciones económicas, sería muy oportuno el que los Ordinarios, siguiendo la antigua y luminosa tradición de la Iglesia, se cuidaran de devolver su antigua dignidad a las bibliotecas, catedrales, colegiales y parroquiales.

Bibliotecas estas eclesiásticas que, no obstante las muchas expoliaciones y destrucciones sufridas, poseen con frecuencia una preciosa herencia así de documentos como de códices manuscritos o de libros impresos, testimonio muy preclaro, en verdad, de la gran actividad y autoridad de la Iglesia, así como de la fe y piedad de nuestros mayores, de sus estudios y de su refinada distinción[88]. Que jamás estas bibliotecas sean consideradas como abandonados almacenes de libros, sino que presenten más bien una organización viva, de suerte que haya en ellas una sala dedicada a la consulta y estudio de libros. Pero, sobre todo, que dichas bibliotecas se hallen puestas al día, cuidando de proveerlas con toda clase de publicaciones, singularmente de las que tocan a las cuestiones religiosas y sociales de nuestro tiempo. Y así, tanto los profesores como los párrocos, y singularmente los jóvenes sacerdotes, podrá buscar en ellas, la doctrina necesaria ya para difundir las verdades del Evangelio, ya para combatir todos los errores.

 

IV
PROBLEMAS ACTUALES

A) "NOVEDADES" PELIGROSAS
B) "MÉTODOS" DE APOSTOLADO
C) LA "CUESTIÓN SOCIAL"
D) EL CLERO "POBRE"

56. Finalmente, Venerables Hermanos, juzgamos que pertenece a Nuestro oficio el dirigiros una especial advertencia sobre las dificultades propias de nuestros tiempos. Bien habéis advertido, y tenéis muy comprobado, que entre los sacerdotes, singularmente entre los menos dotados de doctrina y de una vida severa, cada día se va difundiendo, más grave y más extenso, cierto afán de novedades.

Novedad, por sí misma, nunca es un criterio cierto de verdad, y tampoco puede ser laudable, sino cuando, al mismo tiempo que confirma la verdad, conduce a la rectitud y a la probidad.

A) "NOVEDADES" PELIGROSAS

Ciertamente que son graves los errores de la época que vivimos: sistemas filosóficos, que nacen y mueren sin haber logrado mejorar en nada las costumbres de los hombres; manifestaciones artísticas verdaderamente monstruosas, que pretenden mostrarse bajo el falso nombre cristiano; sistemas de gobernación pública, que atienden más bien a las ventajas de los individuos que al bien común, y ello en no pocos lugares; organizaciones económicas y sociales, que maquinan mayores peligros para los honrados que para los hombres sin escrúpulos. De donde necesariamente se sigue que no faltan, en estos nuestros tiempos, sacerdotes inficionados de alguna manera por semejante contagio; que con frecuencia manifiestan tales opiniones y llevan un género tal de vida, aun en su propio vestir y en el porte de su persona, que ciertamente están muy ajenos así a su dignidad como a su ministerio; que se dejan llevar por el afán de novedad, así cuando predican a los fieles como cuando combaten los errores de los adversarios; y que, finalmente, al obrar así, no sólo debilitan la fe de su propia alma, sino que, pisoteada su fama personal, aniquilan totalmente la eficacia de su ministerio.

B) "MÉTODOS" DE APOSTOLADO

57. Sobre todas estas cosas, Venerables Hermanos, llamamos vivamente vuestra atención, bien seguros de que vosotros, en medio del desmesurado afán -que hoy se ha apoderado de no pocos-, de admirar ora los tiempos pasados ora los futuros, usaréis aquella prudencia, que, unida con la sabiduría y la vigilancia, sepa encontrar los nuevos métodos para la actividad y la lucha por el triunfo de la verdad. Estamos muy lejos de pensar que el apostolado no deba adaptarse a las realidades de la vida moderna y de que las iniciativas actuales no deban corresponder a las exigencias de nuestro tiempo. Pero como quiera que todo apostolado, que en la Iglesia se desarrolla, necesariamente ha de organizarse por los grados de la dignidad legítima, no se han de introducir nuevos métodos sino tan sólo con el beneplácito del Ordinario. Que los sagrados Pastores de una misma región o nación procuren en esta materia comunicar entre sí sus criterios, proveyendo de modo conveniente a las necesidades de sus regiones y estudiando seriamente los métodos más idóneos y ajustados al apostolado religioso. Y si todo esto se hiciera con orden y disciplina, nunca jamás podrá faltar la correspondiente eficacia a la acción sacerdotal. Pero que todos estén bien persuadidos de esto: que es preciso obedecer más bien a la voluntad de Dios que a la de los hombres, y que la actividad del apostolado no deberá regularse según las opiniones personales, sino más bien según las leyes y las normas de la Jerarquía. Vana ilusión es creer que cualquiera pueda ocultar su pobreza espiritual y dedicarse eficazmente a la difusión del reinado de Cristo tan sólo porque empleare extravagantes y absurdos métodos de actuación externa.

C) LA "CUESTIÓN SOCIAL"

58. Y también juzgamos que se requiere una posición igualmente recta, por parte de los sacerdotes, cuando se trata de las doctrinas sociales, tal como se presentan en la época presente.

Porque no faltan actualmente quienes, frente a las maquinaciones de los comunistas, que, al prometer un perfecto bienestar temporal, intentan arrancar la fe a aquellos mismos a quienes prometen la plena felicidad temporal, no sólo se muestran temerosos sino que se hallan agitados; pero esta Sede Apostólica, en muy recientes documentos, ha indicado con toda claridad el camino que todos han de seguir y del que nadie puede apartarse, si no quiere faltar a la conciencia de su deber.

Pero otros se muestran no menos temerosos e inciertos ante aquel sistema económico que se llama capitalismo; cuyas graves consecuencias la Iglesia repetidas veces ha denunciado claramente. La Iglesia, en efecto, ha indicado no sólo los abusos del capital y del exagerado derecho de propiedad que semejante sistema promueve y defiende, sino que ha enseñado también que el capital y la propiedad han de ser instrumentos adecuados de la producción en beneficio así de toda la sociedad como del sostenimiento y defensa de la libertad y dignidad humanas. Los daños consiguientes a ambos sistemas económicos deben persuadir a todos, pero singularmente a los sacerdotes, a que se mantengan siempre fieles a la doctrina social enseñada por la Iglesia, y a que la propaguen entre los demás y la lleven por todos los medios a la práctica. En efecto; esta doctrina es la única que puede curar los males que cada día crecen en mayor extensión; porque ella sola es la que une y perfecciona conjuntamente las exigencias todas de la justicia junto con los deberes de la caridad y promueve un orden social que ni oprime a los individuos, ni los separa mutuamente por los exagerados afanes de las propias ventajas, antes bien los une en admirable armonía de relaciones y con el vínculo de la caridad fraternal.

59. Los sacerdotes, imitando los ejemplos del Divino Maestro, deberán ir por todos los medios al encuentro de las necesidades de los pobres y de los trabajadores, y aun de todos aquellos que gimen en la angustia y la miseria, entre los cuales han de contarse no pocos de la clase media y aun del mismo orden sacerdotal. Pero de ningún modo olviden jamás a aquellos que, abundando en las riquezas, son muy pobres en su espíritu y que, por lo tanto, han de ser llamados a una plena renovación de su vida, siguiendo el ejemplo de Zaqueo, que dijo: La mitad de mis bienes... la doy a los pobres; y, si en algo he defraudado a alguno, le restituyo el cuádruplo[89]. En el fervor de las disputas sociales, los sacerdotales jamás deberán olvidar la finalidad de su ministerio: con valor y sin temor alguno, propongan siempre aquellos principios doctrinales que, en las diversas clases sociales, se refieren ya al derecho de propiedad, ya a las riquezas o a la justicia y a la caridad; pero cuiden bien de enseñar con su ejemplo, en la forma más perfecta, aquellos mismos principios.

Pero sean seglares quienes se encarguen de que semejantes principios sean llevados a la práctica. Si aquéllos no estuvieran bien capacitados para ello, al sacerdote le corresponde el instruirlos y prepararlos.

D) EL CLERO "POBRE"

60. Creemos ahora oportuno tratar también algún tanto de las difíciles condiciones económicas que afligen a la mayoría de los sacerdotes después de la última guerra, principalmente en aquellas regiones que, o por causa de ella o por los trastornos políticos, más han sufrido. Semejante estado de cosas Nos angustia profundamente, y nada hemos omitido, en cuanto estuviera en Nuestras posibilidades, para aliviar los sufrimientos, tristezas y extrema pobreza de muchos.

Bien sabéis vosotros, Venerables Hermanos, cómo Nos -en aquellos lugares en donde la necesidad parecía sentirse mayor- por medio de la Sagrada Congregación del Concilio, hemos concedido extraordinarias facultades a los Obispos y les hemos dado normas singulares, por las cuales pudieran de algún modo eliminarse las más grandes diferencias, en la situación económica, entre sacerdotes pertenecientes a una misma diócesis. Nos consta muy bien que en determinados lugares no pocos sacerdotes, dignos en verdad del mayor encomio, han obedecido a la invitación de sus Pastores; pero en otras partes, por razón de ciertas dificultades, dichas normas no han surtido íntegramente los efectos deseados. Por ello os exhortamos a que, con un espíritu verdaderamente paternal, prosigáis el camino empezado, pues de ningún modo es admisible que falte el pan cotidiano a los obreros enviados a la viña del Señor. Y en esta materia, asimismo, no dejéis de comunicarnos el éxito que hayan tenido vuestros intentos.

61. Alabamos, además, y recomendamos mucho, Venerables Hermanos, las iniciativas que toméis de común acuerdo para que no sólo no falte actualmente lo necesario a los sacerdotes, sino que se provea también a lo futuro con aquel sistema de previsión -que celebramos que se haya aplicado ya en otras clases de la sociedad civil-, y ello principalmente cuando los sacerdotes se hallaren enfermos, o sufran enfermedades, o desfallezcan por vejez. De este modo aliviaréis por completo a los sacerdotes en todo lo que toca a la incertidumbre de su porvenir.

A este propósito Nos place el manifestar paternal complacencia hacia todos aquellos sacerdotes que, aun a costa de grandes sacrificios, han auxiliado y auxilian en las necesidades de sus hermanos indigentes, especialmente si éstos se hallan enfermos o ancianos. Haciendo esto, dan una prueba luminosa de aquella caridad que Cristo señaló como divisa clara de sus discípulos, para que todos los reconocieran: En ello conocerán todos que sois mis discípulos, si os amareis los unos a los otros[90]. Y deseamos Nos que los sacerdotes de todas las naciones se unan cada vez más con los vínculos más estrechos de la caridad fraterna, para que cada vez se ponga más de manifiesto que ellos, al ser ministros de Dios, Padre universal, se hallan unidos entre sí por el fuego de la caridad, cualquiera que sea la nación a que pertenezcan.

62. Pero bien comprendéis que este problema tan grave no se puede resolver adecuadamente, si los fieles no se convencen de que están íntimamente obligados a auxiliar al clero, cada uno según sus propias posibilidades, y si no se adoptan toda las medidas bien conducentes a semejante fin.

Por ello haced comprender bien a los fieles encomendados a vuestra pastoral solicitud la obligación que tienen de socorrer a los propios sacerdotes que se hallaren necesitados, porque siempre mantiene su valor aquella palabra del Salvador: El operario es digno de su paga[91]. ¿Cómo, pues, se podrá esperar una entusiasta actividad de los sacerdotes en su ministerio, si les faltare lo necesario? Por lo demás, los fieles que se olvidan de semejante deber, sepan que preparan, aun sin quererlo, el camino a los enemigos de la Iglesia, que en no pocos países buscan precisamente condenar al clero a la miseria para así mejor poder separarlo de sus legítimos pastores.

También los poderes públicos, según la diversa condición de cada nación, tienen obligación de proveer a las necesidades del clero, de cuyo ministerio bien cumplido recibe la misma sociedad muchos beneficios espirituales y morales, así en los individuos como en sí misma.

EXHORTACIÓN FINAL

A) DESEOS Y RUEGOS DE PADRE
B) MARÍA, MADRE

63. Finalmente, antes de terminar Nuestra Exhortación, no podemos menos de resumir y reiterar todo cuanto deseamos que continuamente tengáis ante vuestros ojos, como normas que son muy principales de vuestra vida y de vuestra actividad. Siendo sacerdotes de Cristo, necesario es que con todas nuestras fuerzas trabajemos para que la Redención, por El llevada a cabo, tenga la máxima eficacia en todas las almas. Al considerar atentamente las gravísimas necesidades de nuestra época, hemos de empeñarnos con todo esfuerzo para hacer que vuelvan a Cristo los hermanos desviados del recto camino, o los cegados por las pasiones; para iluminar a los pueblos con la luz de la doctrina cristiana, formándoles en una más perfecta conciencia de sus deberes de cristianos según las rectas normas de nuestra religión y, finalmente, para excitar a todos a que se entreguen con valentía a las batallas por la verdad y por la justicia.

Pero tan sólo alcanzaremos la meta deseada, cuando antes hayamos llegado a tal grado de santidad que podamos comunicar a los demás aquella virtud y vida que de Cristo hayamos derivado hasta nosotros.

A) DESEOS Y RUEGOS DE PADRE

64. Así, pues, a todo sacerdote le repetimos aquellas palabras del Apóstol: No descuides la gracia que está en ti, que te ha sido dada... por la imposición de las manos del presbiterio[92]. En todas las cosas muéstrate como modelo de buenas obras, en la doctrina, en la integridad, en la gravedad; que el hablar (sea) sano, irreprensible, de tal suerte que los enemigos queden confundidos, al no tener nada que decir contra nosotros[93].

Amados hijos: Tened en suma estima la gracia de vuestra vocación, y vividla de tal modo que se mantenga siempre fuerte y produzca los frutos más copiosos así para la edificación espiritual de la Iglesia como para la conversión de sus enemigos.

Y para que esta Nuestra Exhortación consiga el fin que persigue, una y otra vez os avisamos con estas palabras, que tan oportunas resultan sobre todo al declinar ya el Año Santo: Renovaos... en el espíritu de vuestra mente y revestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y en la santidad de la verdad[94]; sed... imitadores de Dios, como hijos muy predilectos, y caminad en el amor como Cristo nos amó y se dio a sí mismo a Dios como oblación y como hostia[95]; llenaos del Espíritu Santo, hablando entre vosotros con salmos e himnos, con cánticos espirituales, cantando y diciendo salmos en vuestro corazón al Señor[96], velando con toda perseverancia y orando por todos los santos[97].

Al meditar en el espíritu estas exhortaciones del Apóstol de las Gentes, Nos parece oportuno el aconsejaros que antes de terminar este mismo Año Santo, hagáis un curso extraordinario de Ejercicios Espirituales, de tal suerte que, movidos por una ferviente piedad, que allí lograréis, podáis conducir mucho mejor las otras almas a que se gocen en los tesoros de la divina misericordia.

B) MARÍA, MADRE

65. Y cuando experimentareis la gran dificultad de seguir por el arduo camino de la santidad y de cumplir los deberes de vuestro ministerio, dirigid entonces confiadamente vuestros ojos y vuestro espíritu a aquella que es Madre del Eterno Sacerdote y que, por ello mismo, es la Madre amantísima de todos los sacerdotes católicos. Bien conocida os es la bondad de esta Madre; y en muchas regiones habéis sido instrumento de la misericordia del Inmaculado Corazón de María en el despertar así la fe como la caridad del pueblo cristiano.

Si María ama a todos con tiernísimo amor, de modo singular ama a los sacerdotes, que llevan en sí viva la imagen de Jesús. Y así, luego que con gran consuelo de vuestra alma hubiereis plenamente considerado el singular amor y la especial protección de la Bienaventurada Virgen María hacia cada uno de vosotros, sentiréis entonces cómo son mucho más llevaderas las fatigas así de vuestra santificación como de vuestro ministerio sacerdotal.

Y Nos con todo amor confiamos todos los sacerdotes del mundo entero a la Santa Madre de Dios, medianera de todas las gracias celestiales, de suerte que, por su intercesión, Dios haga descender una muy exuberante efusión de su espíritu, que a todos los ministros del altar empuje hacia la santidad y que renueve espiritualmente a todo el linaje humano.

Confiados en la poderosa intercesión y en el patrocinio de la Inmaculada Virgen María para la realización de todos estos deseos, imploramos la abundancia de las gracias divinas para todos; pero de modo singular para los Obispos y sacerdotes que en el cumplimiento de su deber, por defender los derechos y la libertad de la Iglesia, padecen persecución, cárcel y destierro. Singular amor es el que les profesamos; y les exhortamos paternalmente a que continúen dando buen ejemplo de la fortaleza y virtud sacerdotal.

Sea auspicio de estas gracias celestiales y prueba de Nuestra benevolencia la Bendición Apostólica, que con todo amor damos a cada uno de vosotros, Venerables Hermanos, y también a todos vuestros sacerdotes.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 23 de septiembre de 1950, año del gran jubileo y duodécimo de Nuestro Pontificado.


69 Luc. 10, 2.

70 Ibid.

71 Cf. can. 1353.

72 Enc. Quod multum ad Epp. Hungariae, 22 aug. 1886: A.L. 6, 158.

73 Cf. Allocut. 25 nov. 1948: A.A.S. 40, 552.

74 Cf. Orat. 24 iun. 1939: A.A.S. 31, 245-251.

75 Luc. 16, 3.

76 Cf. C.I.C. can. 1366, 2.

77 Cf. Mat. 5, 13. 14.

78 Hebr. 10, 7.

79 Ad Smyrnaeos 8, 1; PG 8, 714.

80 Ibid. 9, 1: 714, 715.

81 Ad Philadelphienses 7, 2; PG 5, 700.

82 Cf. C.I.C. can. 132.

83 Cf. A.A.S. 41 (1949) 165-167.

84 Cf. C.I.C. can. 134.

85 Can. 129.

86 Can. 130, 1.

87 Can. 131, 1.

88 Cf. Epist. Emmi. Card. Patri Gasparri, a publicis negotiis, ad Italiae Epp. d. 15 ap. 1923: in Enchiri- dion clericorum (Typ. Pol. Vat. 1937) 613.

89 Luc. 19, 8.

90 Io. 13, 35.

91 Luc. 10, 7.

92 1 Tim. 4, 14.

93 Tit. 2, 8. 8.

94 Eph. 4, 23. 24.

95 Ibid. 5, 1. 2.

96 Ibid. 5, 18. 19.

97 Ibid. 6, 18.