A los Venerables Hermanos Patriarcas, Primados,
Arzobispos, Obispos y demás Ordinarios en paz y comunión con la Sede Apostólica,
Venerables Hermanos Salud y Bendición Apostólica.
A).- NOTA LITÚRGICA DE LA REDENCIÓN
1. «El mediador entre Dios y los, hombres»[1],
el gran Pontífice que penetró en las cielos, Jesús, el Hijo de Dios[2],
al asumir la obra de Misericordia, mediante la cual enriquece al género humano
con beneficios sobrenaturales, deseó sin duda restablecer entre las hombres y
su Creador aquella relación de orden ‑que el pecado había perturbado y
conducir de nuevo la mísera descendencia de Adán, manchada por el pecado
original, al Padre celestial, primer principio y último fin.
2. Y por esto durante su morada en la tierra,
no sólo anunció el comienzo de la Redención y declaró inaugurado el Reino de
Dios, sino que se dedicó de lleno a procurar la salvación de las almas con el
continuo ejercicio de la oración y su propio sacrificio, hasta que en la cruz
se ofreció Víctima Inmaculada a Dios para limpiar nuestra conciencia de las
obras muertas, para servir al Dios vivo[3].
3. Así todos los hombres, felizmente
rescatados del camino que los arrastraba a la ruina y a la perdición, fueron
nuevamente encaminados a Dios a fin de que con su colaboración personal al
logro de la propia santificación, fruto de la Sangre del Cordero inmaculado,
diesen a Dios la gloria que le es debida.
B).- CONTINUACIÓN EN LA IGLESIA
4. El divino Redentor quiso también que la
vida sacerdotal iniciada por El en su cuerpo mortal con sus plegarias y su
sacrificio, no cesase en el transcurso de los siglos en su Cuerpo místico, que
es la Iglesia; y por esto instituyó un sacerdocio visible, para ofrecer en
todas partes la oblación pura[4],
a fin de que todos los hombres, del Oriente al Occidente, libres del pecado,
sirviesen espontánea y voluntariamente a Dios, por deber de conciencia.
5. La Iglesia, pues, fiel al mandato recibido
de su Fundador, continúa el oficio sacerdotal de Jesucristo, sobre todo por
medio de la Sagrada Liturgia. Esto lo hace en primer lugar en el Altar, donde es
perpetuamente representado y renovado el Sacrificio de la Cruz[5],
con la sola diferencia del modo de ofrecer[6];
después con los Sacramentos, que son instrumentos especiales, por los cuales
los hombres participan en la vida sobrenatural; y, por último, con el cotidiano
tributo de alabanzas ofrecidas a Dios Optimo Máximo.
6. « ¡Qué gozoso espectáculo! ‑decía
Nuestro predecesor Pío XI, de feliz memoria‑ ofrece al cielo y a la
tierra la Iglesia orante, cuando continuamente, durante todos los días y todas
las noches, se cantan en la tierra los Salmos escritos por inspiración divina:
no quedando hora alguna del día, que no esté consagrada con una Liturgia
propia; ni edad de la vida humana, que no tenga su puesto en la acción de
gracias, en las alabanzas, en las preces, en las aspiraciones de esta plegaria
común del Cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia»[7].
II. Ocasión
de la Encíclica
A) RENOVACIÓN LITÚRGICA
7. Bien sabéis, Venerables Hermanos, que
hacia finales del siglo pasado y comienzos del actual se despertó un singular
entusiasmo por los estudios litúrgicos, bien por el esfuerzo de algunos
particulares, bien, sobre todo, por la celosa y asidua diligencia de varios
monasterios de la ínclita Orden benedictina; y así, no sólo en muchas
regiones de Europa, sino también al otro lado del mar, se desarrolló un
apostolado útil, digno de toda alabanza. Las saludables consecuencias de este
intenso apostolado fueron visibles tanto en el terreno de las ciencias sagradas,
donde los ritos litúrgicos de la Iglesia occidental y oriental fueron más
amplia y profundamente estudiados y conocidos, como en la vida espiritual y
privada de muchos cristianos.
8. Las augustas ceremonias del Sacrificio del
Altar fueron mejor conocidas, comprendidas y estimadas; la participación en los
Sacramentos, mayor y más frecuente; las plegarias litúrgicas, más suavemente
gustadas; y el culto de la Sagrada Eucaristía considerado ‑como es en
realidad‑ fuente y centro de la verdadera piedad cristiana. También ha
llegado a entenderse más y más cómo todos los fieles constituyen un único y
compacto cuerpo, cuya Cabeza es Cristo, así como el deber del pueblo cristiano
de participar debidamente en los ritos litúrgicos.
A)
ACTITUD DE LA SANTA SEDE
FRENTE A LOS PROBLEMAS LITÚRGICOS
9. Sin duda conocéis muy bien cómo esta
Sede Apostólica ha cuidado en todo tiempo diligentemente de que el pueblo a
ella confiado se educase en un sentido litúrgico verdadero y práctico; y que
con no menos celo ha procurado que los sagrados ritos resplandezcan también al
exterior con la debida dignidad. Nos mismo, por esta razón, al dirigirnos, según
costumbre, a los predicadores cuaresmales de esta Nuestra ciudad en el afeo
1943, les habíamos exhortado calurosamente a recomendar a sus oyentes que
participasen ‑con creciente fervor en el Sacrificio eucarístico; y así
recientemente hemos hecho traducir de nuevo al latín, del texto original, el
libro de los Salmos, que tanta parte ocupa en las preces litúrgicas de la
Iglesia Católica, a fin de que estas preces fueren más exactamente
comprendidas, y su verdad y suavidad más fácilmente percibidas[8].
10. No obstante, aunque el apostolado litúrgico
Nos proporciona no poco consuelo por los saludables frutos que de él se
derivan, Nuestro deber Nos obliga a seguir con atención esta renovación, a la
manera en que algunos la conciben y de cuidar diligentemente que las iniciativas
no sean ni excesivas ni defectuosas.
11. Ahora bien, si por una parte comprobamos
con dolor que en algunas regiones el sentido, el conocimiento y el estudio de la
Liturgia son escasos o casi nulos, por otra notamos, con temerosa preocupación,
que algunos están demasiado ávidos de novedad y se alejan del camino de la
sana doctrina y de la prudencia, mezclando a la intención y al deseo de una
renovación litúrgica, algunos principios que, en teoría o en práctica,
comprometen esta santísima causa y a veces también la contaminan con errores
que afectan a la Fe católica y a la doctrina ascética.
12. La pureza de la Fe y de la Moral debe ser
la norma característica de esta sagrada disciplina, que debe conformarse
absolutamente a las sapientísimas enseñanzas de la Iglesia. Es, por tanto,
Nuestro deber alabar y aprobar todo aquello que está bien hecho y contener o
reprobar todo lo que se desvía del camino justo y verdadero.
13. No crean, sin embargo, los pusilánimes
que tienen nuestra aprobación porque reprendamos a los que yerran y pongamos
freno a los audaces; ni los imprudentes se crean alabados cuando corregimos a
los negligentes y perezosos.
C) LA ENCÍCLICA
14. Aunque en esta Nuestra Carta
Encíclica tratemos sobre todo de la Liturgia latina, esto no es debido a menor
estimación de las venerandas Liturgias de la Iglesia Oriental, cuyos ritos,
transmitidos por nobles y antiguos documentos, Nos son igualmente queridísimos;
sino que depende más que nada de las condiciones de la Iglesia occidental, que
son tales que requieren la intervención de Nuestra autoridad.
15. Escuchen, pues, todos los cristianos con
docilidad la voz del Padre común, que desea ardientemente que todos, unidos íntimamente
a El, se acerquen al Altar de Dios, profesando la misma Fe, obedeciendo a la
misma Ley, participando en el mismo Sacrificio, con un solo entendimiento y una
sola voluntad.
16. Lo requiere el honor debido a Dios, lo
exigen las necesidades de los tiempos actuales. Ahora que una cruel y larga
guerra acaba de dividir a los pueblos con sus rivalidades y ,estragos, los
hombres de buena de la mejor manera posible en llevarlos de nuevo a la
concordia.
17. Creemos, sin embargo, que ningún
proyecto ni ninguna iniciativa será en este caso más eficaz que un fervoroso
espíritu y celo religioso, de los que es necesario estén animados los
cristianos y se guíen por ellos, de forma que aceptando con ánimo sincero las
mismas verdades y obedeciendo dócilmente a los legítimos pastores en el
ejercicio del culto debido a Dios, constituyan una fraternal comunidad, ya que
«aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo todos los que participamos de un
mismo pan»[9].
I. La Liturgia, culto público
A) DEBER DE RELIGIÓN EN LOS HOMBRES
18. El deber fundamental del hombre es,
indudablemente, el de orientarse hacia Dios a sí mismo y a su propia vida. «A
El, en efecto, debemos principalmente unirnos como indefectible principio al que
debe orientarse constantemente nuestra elección como a último fin, que por
negligencia perdemos pecando y que debemos reconquistar por la fe y creyendo en
El»[10].
19. Ahora bien, el hombre se vuelve
ordenadamente a Dios cuando reconoce su suprema majestad y su supremo
magisterio, cuando acepta con sumisión las verdades divinamente reveladas,
cuando observa religiosamente sus leyes, cuando hace converger en El todas sus
actividades, cuando ‑para decirlo brevemente‑ presta mediante la
virtud de la religión el debido culto al único y verdadero Dios.
20. Este es un deber que obliga ante todo a
cada uno de los hombres en singular, pero es también un deber colectivo de toda
la comunidad humana, unida entre sí con vínculos sociales, porque también
ella depende de la suprema autoridad de Dios.
B) RECONOCIMIENTO DE ESTE DEBER EN TODOS LOS TIEMPOS
1.°
Razón de esta universalidad.
21. Hemos de advertir que los hombres se
encuentran ligados por este deber, por haberlos Dios elevado a un orden
sobrenatural.
2.° En
el Antiguo Testamento.
22. Así, si consideramos a Dios como autor
de la Antigua Ley, le vemos proclamar también preceptos rituales y determinar
exactamente las normas que el pueblo debe observar al rendirle el legítimo
culto. Estableció, pues, varios sacrificios y designó varias ceremonias, con
arreglo a las cuales debían realizarse, y determinó claramente lo que se refería
al Arca de la Alianza, al Templo y a los días festivos; designó la tribu
sacerdotal y al Sumo Sacerdote, indicó y describió las ropas a usar por los
ministros sagrados y cuantas cosas más tenían relación con el culto divino»[11].
23. Ahora bien, este culto no era otra cosa
que la sombra[12] del que el Sumo Sacerdote
del Nuevo Testamento había de rendir al Padre celestial.
3 ° En
el Nuevo Testamento.
a) Jesús.
24. Y en verdad, apenas «el Verbo se hizo
carne»[13],
se manifiesta al mundo en su oficio sacerdotal, haciendo un acto de sumisión al
Padre eterno, acto de sumisión que había de durar toda su vida («entrando en
este mundo, dice...Heme aquí que vengo... para hacer, ¡oh Dios!, tu
voluntad...»)[14] y que había de ser
consumado en el sacrificio cruento de la cruz: «En virtud de esta voluntad
somos nosotros santificados por la oblación del Cuerpo de Jesucristo, hecha una
sola vez»[15].
25. Toda su actividad entre los hombres no
tiene otro fin. De niño, es presentado en el Templo al Señor; de adolescente,
vuelve a él; más tarde, acude allí a menudo para instruir al pueblo y para
orar. Antes de iniciar el ministerio público, ayuna durante cuarenta días, y
con su consejo y su ejemplo exhorta a todos que oren, lo mismo de día que de
noche. Como maestro de verdad «ilumina a todas los hombres»[16]
para que los mortales reconozcan debidamente al Dios inmortal y no «se
oculten para perdición, Sino que perseveren fieles para ganar el alma»[17].
Cómo pastor, pues, gobierna, a su grey,
la conduce a los pastos de la vida y le da una Ley que observar para que ninguno
se separe de El y del camino recto que El ha señalado; sino que todos vivan
santamente bajo su influjo y su acción. En la última Cena, con rito y aparato
solemnes, celebra la nueva Pascua y establece su continuación, mediante la institución
divina de la Eucaristía; al día siguiente, levantado entre el cielo y la
tierra, ofrece el Sacrificio de su vida; y de su pecho traspasado hace en cierto
modo brotar los Sacramentos que repartan a las almas los tesoros de la Redención.
Al hacer esto, tiene como único fin la gloria del Padre y la santificación
cada vez mayor, del hombre.
b) Continuación en la Iglesia
1. Cristo e Iglesia
26.
Entrando después en la sede de la santidad celestial, quiere que él culto
por El instituido y practicado durante su vida terrenal continúe
ininterrumpidamente, ya que El no ha dejado huérfano al género humanó, sino
qué; igual que lo asiste con su continuo y valioso patrocinio, haciéndose
nuestro abogado en el cielo cerca del Padre[18],
así lo ayuda, mediante su Iglesia, en la cual está indefectiblemente presente
en el curso de los siglos. Iglesia que EL ha constituido columna de la verdad[19]
y dispensadora de la gracia y que, con el sacrificio de la Cruz, fundó, consagró
y confirmó para toda la eternidad.[20]
27. La Iglesia, pues, tiene en común con el
Verbo encarnado, el fin; la tarea y la función de enseñar a todos la verdad,
regir y gobernar a los hombres, ofrecer á Dios sacrificios aceptables y gratos,
y así restablecer entré el Creador y las criaturas aquella unión
y armonía que el Apóstol
de los gentiles indica claramente con estas palabras: «Por tanto, ya no
sois extranjeros u huéspedes, sino conciudadanos de los santos y familiares de
Dios, edificados sobre el fundamento de los Apóstoles y de
los Profetas, siendo piedra angular el mismo Cristo
Jesús, en quien vosotros también sois edificados para morada de Dios en el Espíritu»[21]. Por esto la sociedad
fundada por el divino Redentor no tiene otro fin, sea con su doctrina y su
gobierno, sea con el sacrificio y los sacramentos por El instituidos, sea, por
fin, con el ministerio que El le confió, con sus plegarias y su sangre, que el
de crecer y dilatarse cada vez más; lo que sucede cuando Cristo es edificado y
dilatado en las almas de los mortales y cuando inversamente las almas de los
mortales son edificadas y dilatadas en Cristo, de manera que en este destierro
terrenal prospere el templo en que la divina majestad recibe el culto grato y
legítimo.
28. En toda acción litúrgica,
por tanto, juntamente con la Iglesia, está presente su Divino Fundador. Cristo
está presente en el Augusto Sacramento del Altar, bien en la persona de su
ministro, bien, principalmente, bajo las especies eucarísticas; está presente
en los Sacramentos con la virtud que en ellos transfunde para que sean
instrumentos eficaces de santidad; está presente, por fin, en las alabanzas y
en las súplicas dirigidas a Dios, cama está escrito: «Donde están dos
o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos»[22].
29.
La Sagrada Liturgia es, por tanto, el culto público que nuestro Redentor rinde
al Padre como Cabeza de la Iglesia, y es el culto que la sociedad de los fieles
rinde a su Cabeza, y, por medio de ella, al Padre eterno; es, para decirlo en
pocas palabras, el culto integral del Cuerpo místico de Jesucristo; esto es, de
la Cabeza y de sus miembros.
2. Práctica de esta doctrina
30. La acción litúrgica se
inicia con la misma fundación de la Iglesia. Los primeros cristianos, en
efecto, «perseveran en oír la enseñanza de los Apóstoles, y en la unión
en la fracción del pan y en la oración»[23].
En todas partes donde los pastores pueden reunir un grupo de fieles, erigen un
altar, sobre el que ofrecen el sacrificio, y en torno de éste son establecidos
otros ritos adecuados a la salvación de los hombres y a la glorificación de
Dios. Entre estos ritos, están en primer lugar los Sacramentos, es decir, las
siete fuentes principales de salvación; después las celebraciones de las
alabanzas divinas, con las que los fieles, también reunidos, obedecen a 1a
exhortación del Apóstol: «Enseñándoos y exhortándoos unos a otros
con toda sabiduría, con salmos, himnos y cánticos espirituales, cantando y
dando gracias a Dios en vuestros corazones»[24];
después la lectura de la ‑Ley, de los profetas; del Evangelio y de las Epístolas
apostólicas, y; por fin, la homilía, con la cual el presidente de la asamblea
recuerda y comenta útilmente los preceptos del Divino Maestro y los
acontecimientos principales de su vida. y amonesta a todos los presentes con
oportunas exhortaciones y ejemplos.
31. El culto se organiza y se
desarrolla según las circunstancias y las necesidades de los cristianos, se
enriquece con nuevos ritos, ceremonias y fórmulas, siempre con la misma intención,
esto es, «a fin de que nos sintamos estimulados por estos signos..., nos
sea conocido el progresó realizado y nos sintamos solicitados a aumentarlo con
mayor vigor, ya que el efecto es tanto más digno cuánto más ardiente es él
afectó que lo precede»[25].
32. Así el alma se eleva más y mejor hacia Dios; así
el ‑Sacerdocio de Jesucristo se mantiene activo en la sucesión de los
tiempos, no siendo otra cosa la Liturgia qué el ejercicio de este Sacerdocio.
Lo mismo que su Cabeza divina; también la Iglesia asiste continuamente a sus
hijos, los ayuda, los exhorta a la santidad, para qué adornados con está
dignidad sobrenatural, puedan un día retornar al Padre, que está en los
cielos. Devuelve la vida‑ celestial a los nacidos a la vida terrenal,
los llena del Espíritu Santo para la lucha contra el enemigo implacable;
congrega a los cristianos alrededor de los altares y con insistentes
invitaciones los exhorta a celebrar y tomar parte en el Sacrificio Eucarístico,
y los alimenta con el pan de los Ángeles para que estén cada vez más fuertes;
purifica y consuela á aquellos a quienes el pecado hirió y manchó; consagra
con legítimo rito a aquellos que por vocación se sienten llamados al
ministerio sacerdotal; revigoriza con gracias y dones divinos el casto connubio
de aquellos que están destinados a fundar y constituir la familia cristiana;
después de haberlos, confortado y restaurado con el viático eucarístico y la
santa, Unción, en sus últimas horas de vida terrena, acompaña al sepulcro con
suma piedad los despojos de sus hijos, los compone religiosamente y los protege
al amparo de la cruz, para que, puedan resucitar un día triunfantes sobre la
muerte; bendice con particular solemnidad a cuantos dedican su vida al servicio
divino, en el logro de la perfección religiosa, y extiende su mano auxiliadora
a las almas que en las llamas de la purificación imploran oraciones y
sacrificios para conducirlas finalmente a la eterna beatitud.
A)EXTERNO
33. Todo el culto que la Iglesia rinde a Dios
debe ser interno y externo. Es externo, porque así lo reclama la naturaleza del
hombre, compuesto de alma y cuerpo; porque Dios ha dispuesto que «conociéndolo
por medio de las cosas visibles, seamos atraídos al amor de las cosas
invisibles»[26].
Además, todo lo que sale del alma es expresado naturalmente con los sentidos; y
el culto divino pertenece no solamente al individuo, sino también a la
colectividad humana, y por lo tanto, es necesario que sea social, lo que es
imposible, incluso en el terreno religioso, sin vínculos y manifestaciones
externas. Por último, es un medio que pone de relieve la unidad del Cuerpo místico,
acrecienta sus santos entusiasmos, aumenta sus fuerzas e intensifica su acción,
«si bien, en efecto, las ceremonias en sí mismas no contengan ninguna
perfección o santidad, no obstante son actos externos de religión que, como
signos, estimulan el alma a la veneración de las Cosas sagradas, elevan la
mente a la realidad sobrenatural, nutren la piedad, fomentan la caridad,
aumentan la fe, robustecen la devoción, instruyen aun a los más sencillos,
adornan el culto de Dios, conservan la religión y distinguen a los verdaderos
de los falsos cristianos y de los heterodoxos»[27].
B)
INTERNO
1) Es
elemento esencial.
34. Pero el elemento esencial del
culto debe ser el interno: es necesario, en efecto, vivir siempre en Cristo,
dedicarse por entero a El, a fin de que en El y por El se dé gloria al Padre.
2) Así
lo exigen la Liturgia, Cristo y la Iglesia.
35. La Sagrada Liturgia exige que estos dos
elementos estén íntimamente unidos, lo que no se cansa dé repetir cada vez
que prescribe un acto externo del culto. Así, por ejemplo, a propósito del
ayuno nos exhorta: «A fin de que lo que nuestra observancia profesa
exteriormente se obre de hecho en nuestro interior»[28].
De otra forma la religión se convierte en un ritualismo sin fundamento y sin
sentido.
36. Vosotros sabéis, Venerables
Hermanos, que el divino Maestro considera indignos del templo sagrado y expulsa
de él a aquellos que creen honrar a Dios sólo con el sonido de frases bien
construidas y con posturas teatrales, y están convencidos de poder proveer a su
eterna salvación sin desarraigar de su alma sus inveterados vicios[29].
37. La Iglesia, por tanto, quiere
que todos los fieles se postren a los pies del Redentor para profesarle su amor
y su veneración; quiere que las multitudes, como los niños que salieron con
gozosas aclamaciones al encuentro de Cristo cuando entraba en Jerusalén,
saluden y acompañen, al Rey de reyes y al Sumo Autor de todas las cosas buenas
con el canto de gloria y la acción de gracias; quiere que en sus labios haya
plegarias, bien sean de súplica, bien de alegría y gratitud, con las cuales,
lo mismo que los Apóstoles junto al lago de Tiberiades, puedan experimentar la
ayuda de su misericordia y de su potencia, o como Pedro en el monte Tabor, se
abandonen a Dios en los místicos transportes de la contemplación.
3)
Falsedad y Verdad
38. No tienen por esto una exacta noción de
la Sagrada Liturgia aquellos que la consideran como una parte exclusivamente
externa y sensibles del culto divino ó como un ceremonial decorativo; ni yerran
menos aquellos que la consideran como una mera suma de leyes y
de preceptos, con los cuales la Jerarquía eclesiástica ordena al
cumplimiento de los ritos.
39. Por tanto, deben todos tener
bien sabido que no se puede honrar dignamente a Dios si el alma no se dirige al
logro de la perfección de la vida, y que el culto rendido a Dios por la
Iglesia, en unión con su Cabeza divina, tiene la máxima eficacia de
santificación.
40. Esta eficiencia, si se trata
del sacrificio eucarístico y de los sacramentos, proviene ante todo del valor
de la acción en sí misma («ex opere, operato»); sí después se considera
también la actividad propia de la Esposa inmaculada de Jesucristo, con la que
ésta adorna de plegarias y ceremonias sagradas el sacrificio eucarístico o los
sacramentos; o si se :trata de los sacramentales, y otros ritos, instituidos por
la jerarquía eclesiástica, entonces la eficacia se deriva, ante todo, de la
acción de la iglesia («ex opere operantis Ecclesiae»), en cuanto que ésta es
santa, y obra siempre en íntima unión con su Cabeza.
1)
Nueva teoría
de la piedad “objetiva”
41. A este propósito, Venerables
Hermanos, deseamos que dediquéis vuestra atención a las nuevas teorías
sobre" la piedad «objetiva», las cuales, al esforzarse en poner de
manifiesto el misterio del Cuerpo místico, la realidad efectiva de la gracia
santificante y la acción divina de los sacramentos y del sacrificio eucarístico,
tratan de posponer o hacer desaparecer la piedad «subjetiva» o personal.
42. En las celebraciones litúrgicas,
y en particular en el augusto sacrificio del altar, se continúa sin duda la
obra de nuestra redención y se aplican sus frutos. Cristo obra nuestra salvación
cada día en los sacramentos y en su sacrificio, y por medio de ellos
continuamente purifica y consagra a Dios el género humano. Por tanto, esos
sacramentos y ese sacrificio tienen una virtud «objetiva», con la
cual hacen partícipes a nuestras almas de la vida divina de Jesucristo. Tienen,
pues, no por nuestra virtud, sino por virtud divina, la eficacia de unir la
piedad de los miembros con la piedad de la Cabeza, y de hacerla en cierto modo
acción de toda la comunidad.
43. De estos profundos argumentos
concluyen algunos, que toda la piedad cristiana debe consistir en el misterio
del Cuerpo Místico de Cristo, sin ninguna consideración del elemento
<personal> o <subjetivo>; y por esto creen que se deben abandonar
todas las prácticas religiosas que no sean estrictamente litúrgicas y se
realicen fuera del culto público.
Todos, sin embargo, podrán darse cuenta de
que estas conclusiones acerca de las dos especies de piedad, aunque los
principios arriba expuestos sean óptimos, son completamente falsas, insidiosas
y dañosísimas.
5)
Doctrina verdadera.
44. Es cierto que los sacramentos y el
sacrificio del altar tienen una virtud intrínseca en cuanto son acciones del
'mismo Cristo, que comunica y difunde la gracia de la Cabeza divina en los
miembros del Cuerpo místico; pero para tener la debida eficacia exigen una
buena disposición de nuestra alma. Por esto advierte San Pablo, a propósito de
la Eucaristía: «Examínese cada uno a sí mismo y después coma de este
pan y beba de este cáliz»[30].
Por esto la Iglesia define breve y claramente todos los ejercicios con que
nuestra alma se purifica, especialmente durante la Cuaresma, como «el
entrenamiento de la milicia cristiana»[31].
Son, pues, acciones de los miembros que con la ayuda de la gracia quieren
adherirse a su Cabeza, a fin de que repitiendo las palabras de San Agustín «se nos manifieste en nuestra Cabeza la fuente misma de la gracia»[32]. Pero hay que advertir
que estos miembros están vivos, dotados de razón; y de voluntad propia, y por
esto es necesario que acercando los, labios a la fuente, tomen y asimilen el
alimento vital y eliminen todo lo que pueda impedir su eficacia. Hay pues, que
afirmar, que la obra de la Redención, independiente en sí de nuestra voluntad
requiere el último esfuerzo de nuestra alma para que podamos conseguir la
eterna salvación.
45. Si la piedad privada e interna de los individuos
descuidase el augusto sacrificio del altar, y se sustrajese al influjo salvador
que emana de la Cabeza a los miembros, esto sería, sin duda, reprochable y
estéril; pero cuándo todos los consejos y actos de piedad que no son estrictamente
litúrgicos fijan la mirada del alma en los actos humanos, únicamente para
dirigirlos a nuestro Padre, que está en los cielos; para estimular,
saludablemente a los hombres á la penitencia y al temor de Dios y para; una vez
arrancados de los atractivos del mundo y, de los vicios, conducirlas felizmente
por el arduo camino a la cima de la santidad, entonces son no solamente loables,
sino necesarios, porque descubren los peligros de la vida espiritual,
nos mueven a la adquisición de la virtud y aumentan el fervor con que
todos debemos, dedicarnos al servicio de Jesucristo.
6) Necesidad de meditación y prácticas
espirituales.
46. La genuina y verdadera piedad, aquella
que el Doctor Angélico llamo, «devoción» y que es el acto
principal de la virtud de la religión, por la que los hombres se orientan
debidamente, se dirigen conveniente a Dios y se dedican al culto divino[33],
tiene necesidad de la meditación de las verdades sobrenaturales y de las prácticas
espirituales, para alimentarse, estimularse y vigorizarse, y para animarnos a la
perfección. Porque la religión Cristiana, debidamente practicada, requiere
ante todo que la voluntad se consagre a Dios e influya sobre las demás
facultades del alma. Pero todo acto de voluntad. supone el ejercicio de la
inteligencia y antes de que se conciba el deseo y el propósito de darse a Dios
por medio del sacrificio, es absolutamente necesario el conocimiento de los
argumentos, y de los motivos que imponen la religión, como por ejemplo, el fin
último del hombre y la grandeza de la divina Majestad, el deber de sujeción al
Creador, los tesoros inagotables del. Amor con que El nos quiere enriquecer, la
necesidad de la gracia para llegar a la meta señalada y el camino particular
que la divina Providencia nos ha preparado, ya qué todos, como miembros de un
cuerpo, hemos sido unidos con Jesucristo nuestra Cabeza. Y pues que no siempre
los motivos del amor hacen mella en el alma agitada por las pasiones, es muy
oportuno que nos impresione también la saludable consideración de la divina
Justicia, para reducirnos a la humildad cristiana, a la penitencia y a la
enmienda de las costumbres.
47. Todas estas consideraciones no deben ser
una vacía y abstracta reminiscencia, sino que deben tender, efectivamente, a
someter nuestros sentidos y facultades a la razón iluminada por la fe; a
purificar nuestra alma, uniéndola cada día más íntimamente a Cristo, conformándola
cada vez más a El, y sacando de El la inspiración y la fuerza divina de que
tiene necesidad; a convertirse en estímulos cada vez más eficaces, que exciten
a los hombres al bien, a la fidelidad al propio deber, a la práctica de la
religión y al ferviente ejercicio de la virtud: «Vosotros sois de
Cristo, y Cristo de Dios»[34].
Sea, pues, todo orgánico y, por decirlo así, «teocéntrico», si
verdaderamente queremos que todo se encamine a la gloria de Dios por la vida y
la virtud que nos viene de nuestra Cabeza divina: «Teniendo, pues,
hermanos, en virtud de la Sangre de Cristo, firme confianza de entrar en el
Santuario, que El nos abrió, como
camino nuevo y vivo a través del velo, esto es, de su Sangre; y teniendo
un gran Sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos con sincero corazón, con
la fe perfecta, purificados los corazones de toda conciencia mala y lavado el
cuerpo con el agua pura. Retengamos firme la confesión de la esperanza...
Miremos los unos por los otros para excitarnos a la caridad y a las buenas
obras»[35].
48. De aquí se deriva el armonioso
equilibrio de los miembros del Cuerpo místico de Jesucristo. Con la enseñanza
de la fe católica, con la exhortación a la observancia de los preceptos
cristianos, la Iglesia prepara el camino a su acción propiamente sacerdotal y
santificadora; nos dispone a una más íntima contemplación de la vida del
Divino Redentor, y nos conduce a un conocimiento más profundo de los misterios
de la fe, para que de ellos obtengamos el alimento sobrenatural, con el que,
fortalecidos, podamos adelantar seguros hacia la perfección de la vida por
Cristo. No sólo por obra de sus ministros, sino también por la de todos los
fieles, de tal modo impregnados del espíritu de Jesucristo, la Iglesia se
esfuerza en empapar de este mismo espíritu la vida y la actividad privada,
conyugal, social y, por último, económica y política de los hombres, para que
todos aquellos que se llaman hijos de Dios puedan más fácilmente conseguir su
fin.
49. De esta manera, la acción privada y el
esfuerzo ascético dirigido a la purificación del alma estimulan las energías
de los fieles y les disponen a participar más aptamente en el Sacrificio
augusto del Altar, a recibir los Sacramentos con más fruto, y a celebrar los
ritos sagrados de modo que salgan de ellos más animados y formados en la oración
y la abnegación cristiana; a cooperar activamente a las inspiraciones y a las
llamadas de la gracia y a imitar cada día más las virtudes del Redentor, no sólo
por su propio beneficio, sino también para el de todo el Cuerpo de la Iglesia,
en el cual todo el bien que se realiza proviene de la virtud de la Cabeza y
redunda en beneficio de los miembros.
C) NO HAY REPUGNANCIA
50. Por esto en la vida espiritual no puede
haber ninguna oposición o repugnancia entre la acción divina, que infunde la
gracia en las almas, para continuar nuestra Redención, y la colaboración
activa del hombre, que no debe hacer infructuoso el don de Dios[36];
entre la eficacia del rito externo de los Sacramentos, que proviene del valor
intrínseco de los mismos («ex opere operato») y el mérito del
que los administra o recibe («ex opere operantis»); entre las
oraciones privadas y las plegarias públicas; entre la ética y la contemplación
de las verdades sobrenaturales; entre la vida ascética y la piedad litúrgica;
entre el poder de jurisdicción y de legítimo magisterio y la potestad
eminentemente sacerdotal que se ejercita en el mismo ministerio sagrado.
51. Por graves motivos la Iglesia prescribe a
los ministros de los altares y a los religiosos que en los tiempos señalados
atiendan a piadosa meditación, al diligente examen y enmienda de la conciencia
y a los demás ejercicios espirituales[37],
puesto que están destinados de manera particular a cumplir las funciones litúrgicas
del sacrificio y de la alabanza divina.
52. Sin duda, la plegaria litúrgica, siendo
como es oración pública de la Esposa Santa de Jesucristo, tiene mayor dignidad
que las oraciones privadas; pero esta superioridad no quiere decir que entre los
dos géneros de oración haya ningún contraste u oposición. Pues estando
animadas de un mismo espíritu, las dos se funden y armonizan, según aquello: «porque Cristo lo es todo en todos»[38]
y tienden al mismo fin: a formar a Cristo en nosotros[39].
[1] I Tim. II, 5.
[2] Hebr. IV, 14.
[3] Hebr. IX, 14.
[4] Mal. I, 11.
[5] Conc. Trid. Ses. XXII, cap. 1.
[6] Ibid., cap. 2.
[7]
Encíclica. « Caritate Christi», 3 mayo 1932.
[8]
Motu Proprio. «In cotidianis precibus», 24 marzo, 1945.
[9] I Cor. X, 17.
[10] S. Thom. Sum. Theol. II‑II, 81, 1.
[11] Cfr. Lib. Levítico.
[12] 12 Hebr. X, 1.
[13] 13 Jn., I, 14.
[14]Hebr. X, 5‑7.
[15] Hebr. X, 10.
[16] Jn., I, 9.
[17] Hebr. X, 39.
[18] I Jn., II, 1.
[19] I Tim. III, 15.
[20]Cfr. Bonif. IX, «Ab origine mundi», 7%‑1391. Calixt. III, . « Summus Pontifex», 1 I‑1456. Pío II «Triumphans Pastor», 12‑IV‑1459. Innoc. XI, «Triumphans Pastor», 3‑X‑1678.
[21]Efes. II, 19‑22.
[22]Mt.
XVIII, 20.
[23]Act. II, 42.
[24]Col. III, 16.
[25]S.
August. Ep. 130, Ad Probam. 18.
[26]Misal
Romano. Prefacio de Navidad.
[27]I
Card. Bona, De divina Psalmodia, cap. 19, 111, 1.
[28]Misal Romano, Secr. Fer. V post. Dom. II Quadrag.
[29]Me. VII, 6, Is. XXIX, 13.
[30]I
Cor. XI, 28.
[31]Misal Romano, Fer. IV Cin. Or. post imposit. cin.
[32]De praedest. Sanct. 31.
[33] II‑II, 82, 1.
[34] I Cor. III, 23.
[35] Hebr. X, 19‑24.
[36] II Cor. VI, 1.
[37] C. I. C.: can. 123, 125, 565, 571, 595, 1.357.
[38] Col. III, 11.
[39] Gal. IV, 19.