«POPULORUM PROGRESSIO»
SOBRE
"EL DESARROLLO DE LOS PUEBLOS"



Carta Encíclica del
Papa Pablo VI
promulgada el 26 de Marzo de 1967


 

PARTE SEGUNDA

HACIA EL DESARROLLO SOLIDARIO DE LA HUMANIDAD

43. El desarrollo integral del hombre no puede realizarse sin el desarrollo solidario de la humanidad, mediante un mutuo y común esfuerzo. Nos lo decíamos en Bombay: "El hombre debe encontrar al hombre, las naciones se deben encontrar como hermanos y hermanas, como hijos de Dios. Dentro de esta comprensión y de esta amistad mutua, en esta sacra comunión, debemos también comenzar a trabajar juntos para edificar el futuro común de la humanidad". Sugeríamos también la búsqueda de medios concretos y prácticos de carácter organizativo y cooperativo a fin de reunir en común todos los recursos disponibles y realizar así una verdadera comunión entre las naciones todas.

44. Este deber concierne, en primer lugar, a los más favorecidos. Sus obligaciones se fundan radicalmente en la fraternidad humana y sobrenatural y se presentan bajo un triple aspecto: deber de solidaridad, esto es, la ayuda que las naciones ricas deben aportar a las naciones que se hallan en vías de desarrollo; deber de justicia social, esto es, enderezar las relaciones comerciales defectuosas entre pueblos fuerte y pueblos débil; deber de caridad universal, esto es, la promoción de un mundo más humano para todos, donde todos tengan algo que dar y que recibir, sin que el progreso de los unos constituya un obstáculo para el desarrollo de los demás. Grave es el problema: de su solución depende el porvenir de la civilización mundial.[48]

1. ASISTENCIA A LOS DÉBILES

45. Si el hermano o la hermana están desnudos -dice Santiago- y les falta el cotidiano alimento, y alguno de vosotros les dijere: "Id en paz, calentaos y hartaos", pero no les diereis con qué satisfacer lo necesario para su cuerpo, ¿qué provecho les vendría?[49]. Hoy, ya nadie puede ignorarlo, en continentes enteros son innumerables los hombres y las mujeres torturados por el hambre, innumerables los niños subalimentados, hasta tal punto que un buen número de ellos muere en la flor de su vida, el crecimiento físico y el desarrollo mental de otros muchos queda impedido por la misma causa, por todo lo cual regiones enteras desfallecen con la tristeza y el sufrimiento.

46. Angustiosos llamamientos ya han resonado, solicitando auxilios. El de Juan XXIII fue calurosamente acogido[50]. Nos mismo lo reiteramos en Nuestro radiomensaje navideño de 1963[51], y luego de nuevo, en favor de la India, en 1966[52]. La campaña contra el hambre, emprendida por la Organización Internacional para la Alimentación y la Agricultura (FAO), y alentada por la Santa Sede, ha sido secundada con generosidad. Nuestra Caritas Internationalis actúa en todas partes y numerosos católicos, bajo el impulso de Nuestros hermanos en el Episcopado, dan y se entregan sin reserva, aun personalmente, para ayudar a los necesitados, ensanchando progresivamente el círculo de cuantos reconocen como prójimos suyos.

47. Mas todo ello no puede bastar, como no bastan las inversiones privadas y públicas ya realizadas, las ayudas y los préstamos otorgados. No se trata tan sólo de vencer el hambre, y ni siquiera de hacer que retroceda la pobreza. La lucha contra la miseria, aunque es urgente y necesaria, es insuficiente. Se trata de construir un mundo en el que cada hombre, sin exclusión alguna por raza, religión o nacionalidad, pueda vivir una vida plenamente humana, liberada de las servidumbres debidas a los hombres o a una naturaleza insuficientemente dominada; un mundo, en el que la libertad no sea palabra vana y en donde el pobre Lázaro pueda sentarse a la mesa misma del rico[53]. Ello exige a este último mucha generosidad, numerosos sufrimientos espontáneamente tolerados y un esfuerzo siempre continuado. Cada uno examine su conciencia, que tiene una voz nueva para nuestra época. ¿Está cada uno dispuesto a ayudar, con su propio dinero, a sostener las obras y empresas debidamente constituidas en favor de los más pobres? ¿A soportar mayores impuestos, para que los poderes públicos puedan intensificar su esfuerzo en pro del desarrollo? ¿A pagar más caros los productos importados, para así otorgar una remuneración más justa al productor? ¿A emigrar de su patria, si así conviniere y se hallare en edad juvenil, para ayudar a este crecimiento de las naciones jóvenes?

48. El deber de solidaridad, que está vigente entre las personas, vale también para los pueblos: "Deber gravísimo de los pueblos ya desarrollados es el ayudar a los pueblos que aún se desarrollan"[54]. Hay, pues, que llevar a la práctica esta enseñanza del Concilio. Si es normal que una población sea la primera en beneficiarse con los dones que le ha hecho la Providencia como frutos de su trabajo, ningún pueblo puede, sin embargo, pretender la reserva, para exclusivo uso suyo, de sus riquezas. Cada pueblo debe producir más y mejor a fin de, por un lado, poder ofrecer a sus conciudadanos un nivel de vida verdaderamente humano, y, por otro, contribuir también, al mismo tiempo, al desarrollo solidario de la humanidad. Frente a la creciente indigencia de los países en vías de desarrollo, debe considerarse como normal que un país ya desarrollado consagre una parte de su producción a satisfacer las necesidades de aquéllos; igualmente es normal que se preocupe de formar educadores, ingenieros, técnicos, sabios que pongan su ciencia y su competencia al servicio de aquéllos.

49. Una cosa se ha de repetir con firmeza: lo superfluo de los países ricos debe servir a los países pobres. La regla, valedera en un tiempo, en favor de los más próximos, ahora debe aplicarse a la totalidad de los necesitados del mundo. Por lo demás, los ricos serán los primeros en beneficiarse de ello. Mas si, por lo contrario, se obstinaren en su avaricia, no podrán menos de suscitar el juicio de Dios y la cólera de los pobres, con consecuencias difíciles de prever. Replegadas dentro de su coraza, las civilizaciones actualmente florecientes terminarían atentando a sus valores más altos, sacrificando la voluntad de ser más al deseo de tener más. Y se les habría de aplicar aquella parábola del hombre rico, cuycas tierras habían producido tanto que no sabía dónde almacenar su cosecha: Dios le dijo: "Insensato, esta misma noche te pediran el alma"[55].

50. Para obtener su plena eficacia, estos esfuerzos no deberían permanecer dispersos o aislados, menos aún opuestos los unos a los otros por motivos de prestigio o de poderío: la situación exige programas concertados. En realidad, un programa es algo más y mejor que una ayuda ocasional dejada a la buena voluntad de cada uno. Supone, Nos ya lo hemos dicho antes, estudios profundos, precisión de objetivos, determinación de medios, unión de esfuerzos con que responder a las necesidades presentes y a las previsibles exigencias futuras. Pero es aún mucho más, porque sobrepasa las perspectivas del simple crecimiento económico y del progreso social y confiere sentido y valor a la obra que ha de realizarse. Al trabajar por el mejor ordenamiento del mundo, valoriza al hombre mismo.

51. Pero ha de irse más lejos. En Bombay, Nos pedíamos la constitución de un gran Fondo mundial, alimentado con una parte de los gastos militares, a fin de venir en ayuda de los desheredados[56]. Lo que vale para la lucha inmediata contra la miseria vale también para el nivel en escala de desarrollo. Sólo una colaboración mundial, de la cual un fondo común sería a la par señal e instrumento, permitiría superar rivalidades estériles y suscitar un diálogo fecundo y pacífico entre todos los pueblos.

52. No hay duda de que acuerdos bilaterales o multilaterales pueden útilmente mantenerse, puesto que permiten sustituir aquellas relaciones de dependencia y los rencores, herencia de la época colonial, por provechosas relaciones de amistad, desarrolladas sobre el plano de igualdad jurídica y política. Pero, al estar incorporados en un programa de colaboración mundial, se mantendrían libres de toda sospecha. Las desconfianzas de los beneficiarios también se atenuarían, porque habrían de temer mucho menos el que, encubiertas por la ayuda financiera o la asistencia técnica, se ocultasen ciertas manifestaciones de lo que se ha dado en llamar neocolonialismo; fenómeno que se caracteriza por la disminución de la libertad política o por la imposición de carga económicas: todo ello para defender o conquistar una hegemonía dominadora.

53. ¿Y quién, por otra parte, no ve que tal fondo facilitaría la reducción de ciertos despilfarros, fruto del temor o del orgullo? Cuando tantos pueblos tienen hambre, cuando tantas familias son víctimas de la más absoluta miseria, cuando viven tantos hombres sumergidos en la ignorancia, cuando quedan por construir tantas escuelas, tantos hospitales, tantas viviendas dignas de tal nombre, todos los despilfarros privados o públicos, todos los gastos hechos, privada o nacionalmente, en plan de ostentación, y finalmente toda -aniquiladora- carrera de armamentos, todo esto, decimos, resulta un escándalo intolerable. Nuestro gravísimo deber Nos obliga a denunciarlo. ¡Ojalá Nos escuchen los que en sus manos tienen el poder antes de que sea demasiado tarde!

54. Todo ello significa que es indispensable establecer, entre todos, un diálogo, por el que formábamos los más intensos deseos ya en Nuestra primera Encíclica, Ecclesiam Suam[57]. Semejante diálogo, entre los que aporten los medios y los que hayan de beneficiarse con ellos, fácilmente logrará que las aportaciones se midan justamente no sólo según la generosidad y disponibilidad de los unos, sino también según el criterio de las necesidades reales y de las posibilidades de empleo de los otros. Entonces los países en vías de desarrollo ya no correrán en adelante el peligro de verse ahogados por las deudas, cuya satisfacción absorbe la mayor parte de sus beneficios. Una y otra parte podrán estipular tanto los intereses como el tiempo de duración de los préstamos, todo ello en condiciones soportables para los unos y los otros, logrando el equilibrio por las ayudas gratuitas, los préstamos sin interés alguno o bien con un interés mínimo, así como por la duración de las amortizaciones. A quienes proporcionen medios financieros se les habrán de dar garantías sobre el empleo del dinero, de suerte que todo se cumpla según el plan convenido y con razonable preocupación de eficacia, puesto que no se trata de favorecer ni a perezosos ni a parásitos. Los beneficiarios, a su vez, podrán exigir que no haya injerencia alguna en su política y que no se perturben sus estructuras sociales. Por ser Estados soberanos, sólo a ellos les corresponde dirigir con autonomía sus asuntos, precisar su política, orientarse libremente hacia el tipo de sociedad que prefirieren. Es, por lo tanto, una colaboración lo que se desea instaurar, una eficaz coparticipación de los unos con los otros, en un clima de igual dignidad, para construir un mundo más humano.

55. Semejante plan podría aparecer como irrealizable en las regiones donde las familias se ven limitadas a la única preocupación de prepararse la diaria subsistencia y que, por lo tanto, difícilmente pueden concebir un trabajo que les prepare para un porvenir de vida, que pudiera parecer menos miserable. Mas precisamente a estos hombres y mujeres es a los que se ha de ayudar, convenciéndoles primero de la necesidad de que ellos mismos pongan mano al trabajo y adquieran gradualmente los medios necesarios para ello. Ciertamente esta obra común sería imposible sin un esfuerzo concertado, constante y animoso. Pero, sobre todo, quede bien claro para todos y cada uno que se trata del peligro en que se hallan la vida misma de los pueblos pobres, la paz civil en los países en desarrollo y aun la misma paz mundial.

2. LA EQUIDAD EN LAS RELACIONES COMERCIALES

56. Mas todos los esfuerzos, aun los ciertamente no pequeños, que se están haciendo financiera o técnicamente para ayudar a los países en vías de desarrollo serán falaces e ilusoros, si su resultado es parcialmente anulado en gran parte por la variabilidad en las relaciones comerciales mantenidas entre los pueblos ricos y los pobres. Porque éstos perderán toda esperada confianza desde el momento en que teman que los otros les quitan con una mano lo que con la otra se les ha ofrecido.

57. Las naciones altamente industrializadas -en número y en productividad- exportan principalmente sus manufacturas, mientras las economías poco desarrolladas no pueden vender sino productos agrícolas o materias primas. Gracias al progreso técnico, los primeros rápidamente aumentan su valor y encuentran fácilmente su colocación en los mercados, mientras, por lo contrario, los productos primarios procedentes de países en desarrollo sufren amplias y bruscas variaciones en los precios, que se mantienen siempre a gran distancia de la progresiva plusvalía de los primeros. De aquí las grandes dificultades con que han de enfrentarse las naciones poco industrializadas cuando deben contar con las exportaciones para equilibrar su economía y realizar sus planes de desarrollo. Así, los pueblos pobres continúan siempre aun más pobres, mientras los pueblos ricos cada vez se hacen aun más ricos.

58. Claro, pues, aparece que la llamada ley del libre cambio no puede, ella sola, seguir rigiendo las relaciones públicas internacionales. Puede, sin embargo, aprovechar bien cuando se trata de partes no muy desiguales en potencia económica: es un estímulo del progreso y una recompensa a los esfuerzos. Por eso, las naciones muy industrializadas juzgan que en dicha ley existe clara la justicia. Pero de otro modo se ha de pensar cuando se trata de condiciones muy desiguales entre los países: los precios formados "libremente" por los negociadores pueden conducir a resultados totalmente injustos. Ha de reconocerse, por lo tanto, que el principio fundamental del liberalismo, como norma de los intercambios comerciales, se halla aquí en no recta posición.

59. Luego la doctrina de León XIII en su Rerum novarum mantiene toda su validez, aun en nuestro tiempo: el consentimiento de las partes, cuando se hallan en situaciones muy desiguales, no basta para garantizar la justicia del pacto; y entonces la regla del libre consentimiento queda subordinada a las exigencias del derecho natural[58]. Mas lo que allí se enseña como justo sobre el salario de los individuos, debe acomodarse a los pactos internacionales, porque una economía de intercambio no puede fundarse tan sólo en la ley de la libre concurrencia, que, a su vez, con demasiada frecuencia conduce a una dictadura económica. Por lo tanto, el libre intercambio tan sólo ha de ser tenido por justo cuando se subordine a las exigencias de la justicia social.

60. Por lo demás, esto lo han comprendido muy bien los países mismos más desarrollados económicamente, puesto que se esfuerzan con medidas adecuadas en restablecer, aun dentro de la propia economía de cada uno, el equilibrio que los intereses encontrados de los concurrentes perturban en la mayoría de los casos. Esta es la razón de que estas naciones frecuentemente favorezcan a la agricultura a costa de sacrificios impuestos a los sectores económicos que mayores incrementos han logrado. E igualmente, para mantener bien las mutuas relaciones comerciales, principalmente dentro de los confines de un mercado común y asociado, su política financiera, fiscal y social se esfuerza por procurar, a industrias concurrentes de prosperidad desigual, oportunidades semejantes para restablecer la competencia.

61. No está bien usar aquí dos pesos y dos medidas. Lo que vale en un mismo campo, dentro de una economía nacional, lo que se admite entre países desarrollados, vale también en las relaciones comerciales entre países ricos y países pobres. No se trata de abolir el mercado de concurrencia; quiere decirse tan sólo que ha de mantenerse dentro de los límites que lo hagan justo y moral y, por lo tanto, humano. En el comercio entre las economías desarrolladas y las infradesarrolladas, las situaciones iniciales fundamentalmente son muy distintas, como están también muy desigualmente distribuidas las libertades reales. La justicia social impone que el comercio internacional, si ha de ser humano y moral, restablezca entre las partes por lo menos una relativa igualdad de posibilidades. Claro que esto no puede realizarse sino a largo plazo. Mas, para lograrlo ya desde ahora, se ha de crear una real igualdad, así en las deliberaciones como en las negociaciones. Materia en la cual también serían convenientes convenciones internacionales de una geografía suficientemente vasta: podrían establecer normas generales para regularizar ciertos precios, garantizar ciertas producciones y sostener ciertas industrias en su primer tiempo. Todos ven la eficacia del auxilio que resultaría de semejante esfuerzo hacia una mayor justicia en las relaciones internacionales para los pueblos en vías de desarrollo, un positivo auxilio que tendría resultados no tan sólo inmediatos, sino también duraderos.

62. Pero hay todavía otros obstáculos que se oponen a la estructuración de un mundo más justo, fundado firme y plenamente en la mutua solidaridad universal de los hombres: nos referimos al nacionalismo y al racismo. Todos saben que los pueblos que tan sólo recientemente han llegado a la independencia política son celosos de una unidad nacional aún frágil y se empeñan en defenderla a toda costa. Natural es también que naciones de vieja cultura estén muy orgullosas del patrimonio que su historia les ha legado. Pero sentimientos tan legítimos han de ser elevados a su máxima perfección mediante la caridad universal, en la que caben los miembros todos de la familia humana. El nacionalismo aisla a los pueblos, con daño de su verdadero bien; y resultaría singularmente nocivo allí donde la debilidad de las economías nacionales exige, por lo contrario, mancomunidad en los esfuerzos, en los conocimientos y en la financiación, para poder realizar los programas del desarrollo e intensificar los cambios comerciales y culturales.

63. El racismo no es propio tan sólo de las naciones jóvenes, en las que a veces se disfraza bajo el velo de las rivalidades entre los clanes y los partidos políticos, con gran perjuicio para la justicia y con peligro para la misma paz civil. Durante la era colonial multiplicó a veces las diferencias entre colonizadores e indígenas, suscitando obstáculos para una fecunda inteligencia recíproca y provocando odios como consecuencia de reales injusticias. También constituye un obstáculo a la colaboración entre naciones menos favorecidas y un fermento generador de división y de odio en el seno mismo de los Estados, cuando, con menosprecio de los imprescriptibles derechos de la persona humana, individuos y familias se convencen de estar sometidos a un régimen de excepción, por causa de su raza o de su color.

64. Semejante situación, tan saturada de peligros para lo futuro, Nos aflige profundamente. Pero aún conservamos la esperanza de que una necesidad más sentida de colaboración, un sentimiento más agudo de solidaridad terminarán venciendo las incomprensiones y los egoísmos. Esperamos que los países de menos elevado nivel de desarrollo sabrán aprovecharse de las buenas relaciones de vecindad con los otros limítrofes, para organizar entre sí, sobre áreas territoriales más vastas, zonas de desarrollo bien concertado; estableciendo programas comunes, coordinando inversiones, distribuyendo las zonas de producción, organizando los cambios. Esperamos también que las organizaciones multilaterales e internacionales encuentren, mediante una reorganización que se impone, los caminos que permitan a los pueblos, todavía infradesarrollados, salir de los puntos muertos en que parecen cerrados y descubrir por sí mismos, con la fidelidad debida a su índole nativa, los medios para su progreso humano y social.

65. Porque ésta es la meta a la que ha de llegarse. La solidaridad mundial, cada día más eficiente, debe lograr que todos los pueblos por sí mismos, sean los artífices de su propio destino. Los tiempos pasados se han caracterizado, con frecuencia mayor que la debida, por la fuerza violenta en las relaciones mutuas entre naciones: alboree, por fin, la serena edad en que las relaciones internacionales lleven la impronta del mutuo respeto y de la amistad, de la interdependencia en la colaboración y de la promoción común bajo la responsabilidad de cada uno. Los pueblos más jóvenes y los más débiles reclaman la parte activa que les corresponde en la construcción de un mundo mejor, más respetuoso de los derechos y de la vocación de cada uno. Su llamada es justa: luego todos y cada uno deben escucharla y responder a ella.

3. LA CARIDAD UNIVERSAL

66. Gravemente enfermo está el mundo. Su mal está menos en la dilapidación de los recursos o en su acaparamiento por parte de algunos que en la falta de caridad entre los hombres y entre los pueblos.

67. Por ello, nunca dejaremos de aconsejar bastante sobre el deber de la hospitalidad -deber de solidaridad humana y de caridad cristiana-, que corresponde tanto a las familias como a las organizaciones culturales de los países que acogen a extranjeros. Sobre todo, para acoger a los jóvenes, deben multiplicarse hogares y residencias. Ante todo, para protegerles contra la soledad, el sentimiento de abandono y la angustia que destruyen todo resorte moral; pero también para defenderlos contra la situación malsana en que se encuentran, por la que se ven forzados a comparar la pobreza de su patria con el lujo y derroche que a menudo les rodea. Más todavía: para ponerlos a buen recaudo de doctrinas subversivas y de las tentaciones agresivas, a las que les expone el recuerdo de tanta miseria inmerecida[59]. Sobre todo, en fin, para ofrecerles, con el calor de una acogida fraternal, el ejemplo de una vida sana, el goce de una caridad cristiana, auténtica y eficaz, el estímulo para apreciar los valores espirituales.

68. Gran dolor Nos causa el pensamiento de que numerosos jóvenes, venidos a países más avanzados para aprender la ciencia, la preparación y la cultura que les hagan aptos para servir a su patria, en no pocos casos terminan perdiendo el sentido de los valores espirituales que con frecuencia estaban presentes, cual precioso patrimonio, en las civilizaciones que les habían visto nacer.

69. La misma acogida debe dispensarse a los trabajadores emigrados, que viven en condiciones frecuentemente inhumanas, obligados a ahorrar su propio salario, para poder remitirlo a fin de aliviar un poco a las familias que quedaron entre miserias en su tierra natal.

70. También dirigimos Nuestra exhortación a todos aquellos que, en virtud de su actividad económica, acuden a países entrados recientemente en industrialización: industriales, comerciantes, jefes y representantes de las grandes empresas. Y tratándose de hombres que en su propio país no están desprovistos de sentido social, ¿por qué retroceden a los principios inhumanos del individualismo cuando trabajan en países menos desarrollados? Precisamente su propia condición de superioridad en la fortuna, debe, por lo contrario, moverles a hacerse iniciadores del progreso social y de la promoción humana, también allí donde sus negocios les conducen. Su mismo sentido de la organización deberá sugerirles la mejor manera para valorizar el trabajo indígena, para formar operarios cualificados, para preparar ingenieros y dirigentes, dejar espacio a su iniciativa, introducirlos gradualmente en los puestos más elevados, preparándolos así a condividir, en un tiempo no lejano, las responsabilidades en la dirección. Que por lo menos la justicia regule siempre las relaciones entre jefes y subordinados, que han de sujetarse a contratos regulares con obligaciones recíprocas. Finalmente, que nadie, cualquiera que sea su condición, quede injustamente sometido a merced de la arbitrariedad.

71. Cada vez son más numerosos, y Nos alegramos de ello, los técnicos enviados en misión de desarrollo por instituciones internacionales o bilaterales o por organismos privados: "Han de portarse no como dominadores, sino como auxiliares y cooperadores"[60]. Toda población percibe en seguida si los que vienen en su ayuda lo hacen con o sin benevolencia, si se hallan allí tan sólo para aplicar métodos técnicos o también para dar al hombre todo su valor. Su mensaje peligra con no ser acogido, si no va acompañado por un espíritu de amor fraternal.

72. A la competencia técnica indispensable han de juntar, pues, señales auténticas de un amor desinteresado. Libres tanto de todo orgullo nacionalista como de cualquier apariencia de racismo, los técnicos han de aprender a trabajar en colaboración con todos. Sepan bien que su competencia no les confiere superioridad en todos los campos. La civilización en que se han formado contiene indudablemente elementos de humanismo universal, pero no es única ni exclusiva y no puede ser importada sin conveniente adaptación. Los responsables de estas misiones deben preocuparse por descubrir, junto con su historia, las características y riquezas culturales del país que los acoge. Surgirá así una aproximación que resultará fecunda para ambas civilizaciones.

73. Entre las civilizaciones, como entre las personas, un diálogo sincero de hecho es creador de fraternidad. La empresa del desarrollo acercará a los pueblos en las realizaciones proseguidas mancomunadamente si todos, comenzando por los gobiernos y sus representantes, hasta el más humilde técnico, se hallaren animados por un espíritu de amor fraterno y movidos por el sincero deseo de construir una civilización fundada en la solidaridad mundial. Un diálogo, centrado sobre el hombre y no sobre los productos y las técnicas, podrá abrirse entonces, siendo fecundo cuando traiga a los pueblos que de él se benefician los medios de elevarse y de alcanzar un más alto grado de vida espiritual; si los técnicos supieren también hacerse educadores y si la enseñanza transmitida llevare la señal de una cualidad espiritual y moral tan elevada que garantice un desarrollo, no tan sólo económico, sino también humano. Pasada ya la fase de asistencia, las relaciones así establecidas perdurarán, y nadie deja de ver la importancia que tales relaciones tendrán para la paz del mundo.

74. Nos consta que muchos jóvenes han respondido ya con ardorosa solicitud al llamamiento de Pío XII para un laicado misionero[61]. También son numerosos los jóvenes que espontáneamente se han incorporado a organismos, oficiales o privados, de colaboración con los pueblos en vías de desarrollo. También Nos alegra grandemente saber que en algunas naciones el "servicio militar" puede cambiarse en parte con un "servicio civil", un "servicio puro y simple"; bendecimos tales iniciativas y las buenas voluntades que a ellas responden. ¡Ojalá que todos cuantos se dicen "de Cristo" obedezcan a su ruego! Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era extranjero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; preso, y vinisteis a verme[62]. Porque a nadie le es lícito permanecer indiferente ante la suerte de sus hermanos que todavía yacen en la miseria, son presa de la ignorancia o víctimas de la inseguridad. Que el corazón de todo cristiano, imitando al Corazón de Cristo, ante miserias tantas se mueva a compasión y exclame con el Señor: Siento compasión por esta muchedumbre[63].

75. Que la oración suplicante de todos ascienda a Dios Padre omnipotente para que la humanidad, consciente de tan grandes males, con inteligencia y con corazón se dedique a abolirlos. Mas con la oración constante de todos ha de corresponder la firme resolución de cada uno, en la medida de sus fuerzas, en la lucha contra el subdesarrollo. ¡Ojalá que los hombres, los grupos sociales, las naciones todas se den fraternalmente las manos, ayudando los fuertes a los débiles, poniendo en esto toda su competencia, su entusiasmo y su amor desinteresado! El animado por la verdadera caridad es más ingenioso que todo otro en descubrir las causas de la miseria, en encontrar los medios para combatirla, en vencerla resueltamente. Siendo colaborador de la paz, él recorrerá su camino, encendiendo la antorcha de la alegría e infundiendo luz y gracia en los corazones de todos los hombres por toda la superficie de la tierra, ayudándoles a descubrir, una vez pasadas todas las fronteras, y sin cesar, rostros de hermanos y rostros de amigos[64].

"DESARROLLO" ES EL NUEVO NOMBRE DE LA "PAZ"

76. Las tan grandes desigualdades económicas, sociales y culturales entre los diversos pueblos provocan tensiones y discordias y ponen en peligro la paz misma. Como decíamos a los Padres Conciliares, a la vuelta de Nuestro viaje a la ONU: "La condición de las poblaciones en vías de desarrollo debe formar el objeto de nuestra consideración, digamos mejor, nuestra caridad hacia los pobres que se encuentran en el mundo -y son legión infinita- debe tornarse más atenta, más activa, más generosa"[65]. Combatir la miseria y luchar contra la injusticia es promover, junto con la mejora de las condiciones de vida, el progreso humano y espiritual de todos y, por lo tanto, el bien común de toda la humanidad. La paz no se reduce a una ausencia de guerra, fruto del equilibrio siempre precario de las fuerzas. La paz se construye día a día, prosiguiendo aquel orden querido por Dios, que lleva consigo una justicia más perfecta entre los hombres[66].

77. Siendo los pueblos, cada uno, los artífices de su propio desarrollo, los pueblos son sus primeros responsables. Mas no podrán realizarlo, aislados unos de otros. Los acuerdos regionales entre los pueblos débiles a fin de apoyarse mutuamente, los acuerdos más amplios para venir en su ayuda, las convenciones más ambiciosas entre unos y otros para establecer programas concertados, son los jalones de este camino del desarrollo que conduce a la paz.

78. Esta colaboración internacional, en plano de vocación mndial, pide instituciones que la preparen, la coordinen y la rijan, hasta que se llegue a constituir un orden jurídico universal. Con todo corazón Nos animamos a las organizaciones que han emprendido esta colaboración en el desarrollo, y deseamos que su autoridad se acreciente. "Vuestra vocación -decíamos a los representantes de las Naciones Unidas, en Nueva York- es hacer que fraternidad no sólo unos pocos pueblos, sino todos los pueblos... ¿Quién no ve la necesidad de llegar así progresivamente a la instauración de una autoridad mundial que esté en condiciones de actuar eficazmente en el plano jurídico y político?"[67].

79. Quizá algunos crean utópicas tales esperanzas. Bien pudiera suceder que su realismo pecase por defecto y que ellos no hayan percibido el dinamismo de un mundo que quiere vivir más fraternalmente y que, a pesar de sus ignorancias, de sus errores y aun de sus pecados, de sus recaídas en la barbarie y de sus alejados extravíos fuera del camino de la salvación, se va acercando lentamente, aun sin darse cuenta de ello, a su Creador. Este camino hacia una mayor humanidad en la vida requiere esfuerzos y sacrificios; pero aun el mismo sufrimiento, aceptado por amor de los hermanos, es portador de progreso para toda la familia humana. Los cristianos saben que la unión con el sacrificio del Salvador contribuye a la edificación del Cuerpo de Cristo en su plenitud: el Pueblo de Dios reunido[68].

80. En este camino todos somos solidarios. Por ello, a todos hemos querido recordar la amplitud del drama y la urgencia de la obra que se ha de realizar. Ha sonado ya la hora de la acción: la supervivencia de tantos niños inocentes, el acceso a una condición humana de tantas familias desgraciadas, la paz del mundo, el porvenir de la civilización, están en juego. A todos los hombres y a los pueblos todos corresponde asumir sus responsabilidades.

LLAMAMIENTO FINAL

81. Nos conjuramos, ante todo, a Nuestros hijos. En los países en vías de desarrollo, no menos que en los otros, los seglares deben tomar como su tarea propia la renovación del orden temporal. Si es oficio de la Jerarquía enseñar e interpretar en modo auténtico los principios morales que en este terreno hayan de seguirse, a los seglares les corresponde, por su libre iniciativa y sin esperar pasivamente consignas o directrices, penetrar con espíritu cristiano la mentalidad y las costumbres, las leyes y las estructuras de sus comunidades de vida[69]. Necesarios son los cambios, indispensables las reformas profundas: deben emplearse en infundirles resueltamente el soplo del espíritu evangélico. A Nuestros hijos católicos pertenecientes a los países más favorecidos, Nos les pedimos que aporten su activa participación en las organizaciones oficiales o privadas, civiles o religiosas, que se dedican a vencer las dificultades de las naciones en vía de desarrollo. Estamos muy seguros de que tendrán empeño en hallarse en la primera fila entre los que trabajan para traducir en hechos una moral internacional de justicia y de equidad.

82. Todos los cristianos, nuestros hermanos, Nos estamos seguros de ello, querrán ampliar su esfuerzo común y concertado a fin de ayudar al mundo a triunfar sobre el egoísmo, el orgullo y las rivalidades, a superar las ambiciones y las injusticias, a abrir a todos los caminos para una vida más humana, en la que cada uno sea amado y ayudado como su prójimo y su hermano. Y, todavía conmovidos por el recuerdo del inolvidable encuentro de Bombay con nuestros hermanos no cristianos, Nos les invitamos de nuevo a laborar con todo su corazón y toda su inteligencia, a fin de que todos los hijos de los hombres puedan llevar una vida digna de los hijos de Dios.

83. Finalmente, Nos nos dirigimos a todos los hombres de buena voluntad, conscientes de que el camino de la paz pasa por el desarrollo. Delegados en las instituciones internacionales, hombres de Estado, publicistas, educadores, todos, cada uno en vuestro sitio, vosotros sois los constructores de un mundo nuevo. Nos suplicamos al Dios Todopoderoso que ilumine vuestras inteligencias y os dé nuevas fuerzas y aliento para poner en estado de alerta a la opinión pública y comunicar entusiasmo a los pueblos. Educadores, a vosotros os pertenece despertar ya desde la infancia el amor a los pueblos que se encuentran en la miseria. Publicistas, os corresponde poner ante nuestros ojos el esfuerzo realizado para promover la mutua ayuda entre los pueblos, así como también el espectáculo de las miserias que los hombres tienen tendencia a olvidar para tranquilizar sus conciencias: que los ricos sepan, por lo menos, que los pobres estan junto a su puerta y que esperan las migajas de sus banquetes.

84. Hombres de Estado: os incumbe movilizar vuestras comunidades en una solidaridad mundial más eficaz, y, ante todo, hacerles aceptar las necesarias disminuciones de sus lujos y de sus dispendios para promover el desarrollo y salvar la paz. Delegados de las Organizaciones Internacionales, de vosotros depende que el peligroso y estéril enfrentamiento de fuerzas deje paso a la colaboración amistosa, pacífica y desinteresada para lograr un progreso solidario de la humanidad: una humanidad, en la que todos los hombres puedan desarrollarse.

85. Y si es verdad que el mundo se encuentra en un lamentable vacío de ideas, Nos hacemos un llamamiento a los pensadores y a los sabios, católicos, cristianos, adoradores de Dios, ávidos de lo absoluto, de la justicia y de la verdad, y a todos los hombres de buena voluntad. A ejemplo de Cristo, Nos nos atrevemos a rogaros con insistencia: Buscad y encontraréis[70], emprended los caminos que conducen a través de la mutua ayuda, de la profundización del saber, de la grandeza del corazón, a una vida más fraterna en una comunidad humana verdaderamente universal.

86. Vosotros todos, los que habéis oído la llamada de los pueblos que sufren; vosotros, los que trabajáis para darles una respuesta; vosotros sois los apóstoles del desarrollo auténtico y verdadero que no consiste en la riqueza egoísta y deseada por sí misma, sino en la economía al servicio del hombre, el pan de cada día distribuido a todos, como fuente de fraternidad y signo de la Providencia.

87. De todo corazón Nos os bendecimos, y Nos hacemos un llamamiento a todos los hombres para que se unan fraternalmente a vosotros. Porque si el desarrollo es el nuevo nombre de la paz, ¿quién no querrá trabajar con todas sus fuerzas para lograrlo? Sí, Nos os invitamos a todos para que respondáis a Nuestro grito de angustia, en el nombre del Señor.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 26 de marzo, fiesta de la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, año cuarto de Nuestro Pontificado.

Paulus PP. VI


48 Alloc. ai Rappresentanti delle religioni non cristiane, 3 dic. 1964. A. A. S. 57 (1965), 132.

49 Iac. 2, 15-16.

50 Cf. MM l. c. 440 ss.

51 Cf. Rm. Nav. 1963 A. A. S. 56 (1964), 57-58.

52 Cf. Osserv. Rom. 10 febr. 1966. Enc. e Disc. di Paolo VI, vol. 9. Roma, Ed. Paoline, 1966, 132-136.

53 Cf. Luc. 16, 19-31.

54 GS n. 86, l. c. 1109.

55 Luc. 12, 20.

56 Messagio al mondo affidato ai giornalisti, 4 dic. 1964. A. A. S. 57 (1965), 135.

57 Cf. A. A. S. 56 (1964) 639 ss.

58 Cf. AL 11 (1892) 131.

59 Cf. ibid. 98.

60 GS n. 85, l. c. 1108.

61 Cf. e. FD l. c. 246.

62 Mat. 25, 35-36.

63 Marc. 8, 2.

64 Cf. Alloc. di Giovanni XXIII per la consegna del "Premio Balzan", 10 mag. 1963. A. A. S. 5 (1963), 455.

65 A. A. S. 57 (1965) 896.

66 Cf. e. PT l. c. 301.

67 A. A. S. 57 (1965) 880.

68 Cf. Eph. 4, 12; LG n. 13 A. A. S. 57 (1965) 17.

69 Cf. AA n. 7. 13. 24. A. A. S. 58 (1966) 843. 849. 856.

70 Luc. 11, 9.