REDESCUBRIR LA FAMILIA

CARTA PASTORAL DE LOS OBISPOS VASCOS


III

LA FAMILIA CRISTIANA AL SERVICIO DE LA EVANGELIZACIÓN

70. En las páginas precedentes os hemos ofrecido la hermosa función que corresponde desempeñar a la familia, en cuanto realidad natural y universal que ella es, tanto en relación con los miembros que la integran como en relación con la sociedad. Pero no se agota ahí la misión de la familia vista desde una perspectiva estrictamente cristiana. La familia participa también en la misión propia y específica de la Iglesia, que es la evangelización. Lo hace a partir de la condición de bautizados de cada uno de sus miembros y con el dinamismo propio del carácter sacramental del matrimonio cristiano. «La responsabilidad de la evangelización recae sobre todos los creyentes», os decíamos en nuestra Carta Pastoral de Pascua del pasado año, antes citada (n° 31). Y añadíamos: «La familia de padres cristianos puede y debe ser un espacio donde el Evangelio es transmitido y desde donde éste se irradia» (n° 84).

Este será el contenido de este capítulo de nuestra Carta Pastoral.

Matrimonio religioso y familia cristiana

* Originalidad del matrimonio cristiano

71. La riqueza e identidad del matrimonio y de la familia cristianos no se agotan en su visión puramente natural. Enraizados en una humanidad que es fruto del amor originario del Padre y que ha sido «salvada» en Jesucristo, ellos se abren a nuevas perspectivas que solamente pueden ser percibidas y vividas desde la fe. Esta ilumina el misterio de la vida y del amor, y nos ayuda también a descubrir con mayor claridad lo que solamente a tientas puede intuirse en la llamada a la plenitud que está arraigada en el ser humano. Queremos ayudaros a descubrir la hermosura y el gozo propios del matrimonio y de la familia cristianos, en los que se pone también de manifiesto la «nueva» vida en Jesucristo, fruto del Espíritu y de la regeneración bautismal. La experiencia nueva de lo que son el amor y la fecundidad vividos a partir de un matrimonio que quisisteis contraer ante la Iglesia y celebrarlo como verdadero sacramento, puede ser además una magnífica oportunidad para encontraros a vosotros mismos como cristianos, incorporados a Cristo e insertos en una Iglesia amada por El con un amor esponsal que alcanza su más bella expresión y signo en el matrimonio por vosotros celebrado.

Somos sabedores de que la forma actual de celebrarse el matrimonio entre los cristianos no asegura, sin más, la percepción consciente de estas hermosas realidades humanas y sobrenaturales. El matrimonio celebrado en nuestras iglesias es un rito social y público. Así lo exige, es verdad, su propia naturaleza de institución portadora de funciones estrechamente unidas al bien de la comunidad humana. Pero el lugar de la celebración no garantiza automáticamente la verdad de los valores religiosos y cristianos que el mismo parece sugerir. No olvidemos tampoco que el clima de increencia nos afecta también a los cristianos y especialmente a quienes habiendo sido bautizados en su infancia, han vivido distanciados de las comunidades cristianas.

* Proyecto cristiano del matrimonio y la familia

72. Cuantos formamos parte de la comunidad cristiana y particularmente quienes habéis contraído vuestro matrimonio ante la Iglesia, hemos de enfrentarnos con esta importante tarea: hacer que los matrimonios y las familias de los cristianos sean, cada vez más, matrimonios y familias cristianos. Este objetivo tropieza con dificultades reales. Hay bautizados que ignoran su fe, carecen de una viva experiencia religiosa individual y comunitaria, o viven alejados de la Iglesia. Ello impide, por necesidad, la automática vinculación del matrimonio celebrado en la Iglesia con la realización de una vida familiar identificada como cristiana. Tampoco son infrecuentes los casos en los que la condición de creyente de uno de los cónyuges no es compartida por el otro. En ocasiones, la fe sembrada con ilusión por los padres en la infancia de sus hijos sufrirá más tarde el acoso de influjos externos a la familia, lo que hará más difícil la armonía familiar y la comunicación en el nivel religioso. ¿Puede tener sentido y contenido real seguir hablando, hoy en día, de familias cristianas y de la vocación de los cristianos a realizarlas? Sin ignorar tales realidades, sigue siendo válido y necesario presentar el proyecto del matrimonio y de la familia cristianos como un objetivo referencial, inspirador de los comportamientos individuales y comunitarios de la familia. Un proyecto cuya realización habrá de adaptarse a las circunstancias particulares y concretas de cada situación. Sin olvidar ni ignorar tampoco que existen familias cristianas, existen padres que se esfuerzan en crearlas y existen también esposos que no renuncian a sus mejores aspiraciones por realizar un proyecto de vida amorosamente concebido. También en el contexto social en el que hoy vivimos debe ser posible vivir una vida matrimonial y familiar inspirada por el Evangelio de Jesús.

Carácter teologal y eclesial de la familia cristiana

* Matrimonio y familia cristianos en la totalidad de la vida

73. La vida matrimonial y familiar de los cristianos es, toda ella, vida «cristiana» en la medida en que ella esté inspirada por los valores evangélicos y animada por las virtudes teologales de la fe, la esperanza y la caridad. Siendo ello así, carece de sentido todo intento por separar lo humano de lo cristiano, lo natural de lo sobrenatural, en la única realidad familiar hecha a partir de lo cuotidiano. Toda la vida está dentro del ámbito de la unidad existencial, animada por el Espíritu que permanentemente está realizando la «nueva» humanidad salvada en Jesucristo. Entenderlo así es motivo de particular alegría para los cristianos dispuestos a vivir en las diversas manifestaciones humanas del amor y de la vida conyugal y familiar, la fuerza santificadora de su consagración bautismal.

* Misión evangelizadora de la familia cristiana

74. Hay también otra perspectiva que debe ayudarnos a descubrir más plenamente la entidad y las funciones de la familia cristiana. Es su participación en la vida y en la misión evangelizadora de la Iglesia. El Conc. Vatic. II dijo de ella que era una «especie de Iglesia doméstica» (Lumen gentium, nº 11). Una expresión que ha sido utilizada posteriormente por los Papas Pablo VI y Juan Pablo II, para explicar cómo la familia cristiana constituye, a su manera, una imagen viva y una representación histórica del misterio mismo de la Iglesia.

De la Iglesia hemos oído decir frecuentemente que ha de ser la gran familia de los hijos de Dios, el sacramento o signo de la unidad de todo el género humano (Gaudium et spes, nº 40; Lumen gentium, nº 1), la realización incipiente pero real de la vocación de todos los seres humanos a vivir unidos con vínculos de verdadera y auténtica fraternidad. Pero quizás no hayamos reparado tanto en que podemos entender mejor la misión de la familia desde la perspectiva inversa, es decir, la de ver realizada en ella una imagen más próxima y una representación más cercana del misterio de la Iglesia.

75. Os invitamos a seguir, con nosotros, esta reflexión para conocer mejor la realidad de la familia cristiana y, a la vez, para estrechar más los vínculos de afinidad y comunión existentes entre la comunidad eclesial y la comunidad familiar. Las familias cristianas podréis así sentiros más dentro de la Iglesia que lo que pudiera dar a entender el mero hecho de haber contraído en ella vuestro matrimonio o de haber bautizado en ella a vuestros hijos.

Al mismo tiempo, la misma Iglesia y, más en concreto, las comunidades parroquiales y la misma Iglesia diocesana habrán de sentir la necesidad de teneros más presentes, valoraros más y contar más con vosotros en el cumplimiento de su misión y razón de ser que no es otra que la evangelización (Carta Pastoral, Evangelizar en tiempos de increencia, nº 1).

Una realidad comunitaria, santa y santificadora

* Santificada por el Espíritu y los sacramentos

76. Inserta en el misterio de la Iglesia santa, la familia cristiana es también una realidad santificada por el Espíritu que la habita. Así es en realidad, aunque esta forma de hablar pueda parecer sorprendente en el ambiente secularizado en el que nos movemos. También en esta sociedad debe haber lugar para lo santo y para lo sagrado, puesto que debe haber lugar para Dios. El creyente y, en particular, el cristiano no necesita alejar a Dios de las realidades seculares para reconocer a éstas su propio valor. La belleza y la consistencia de lo creado y lo finito no entra en competencia con quien es su fuente inagotable. La belleza del amor y la alegría de vivirlo no son bienes usurpados a Dios. Son, por el contrario, don y manifestación de su amor y así han de ser vividos por quienes los comparten con El. Estas realidades humanas nos refieren a lo Absoluto de lo divino y en él adquieren su más alta dignidad y también su última plenitud.

77. E1 matrimonio y la familia son realidades humanas santificadas por la unión inseparable de lo humano y lo divino consumada en Jesucristo, actualizada por la presencia eficaz del Espíritu Santo y expresada eficazmente por los sacramentos, especialmente por el Bautismo y el Matrimonio.

La dignidad y la belleza humanas del matrimonio y de la donación propia del amor conyugal adquieren su más plena significación y su más firme consistencia en el hecho de que el Señor hiciera del matrimonio de los cristianos el signo sacramental de su indisoluble unión de amor con la Iglesia (Ef. 5, 25-32). Unión ésta, santa y santificadora, que se proyecta como luz que ilumina la verdadera naturaleza del amor entre los esposos y como fuerza para vivirlo con fidelidad aun en los momentos más oscuros y difíciles. Es hermoso descubrir la sombra divina que cobija y ennoblece a las personas, hombres y mujeres, precisamente en la intimidad de una forma de relación humana que, por su propia naturaleza, exige la mas plena donación de sí y paradójicamente ofrece también la posibilidad de la instrumentalización cosificadora más inhumana.

* La «sacralidad» de la vida y la persona humanas PERSONA/SACRALIDAD

78. En la familia la persona humana es sentida en su máxima indigencia desde el momento de su concepción, y, a la vez, es acogida como la forma de vida más noble, por su apertura a lo infinito. ¿No necesita nuestra sociedad un nuevo descubrimiento del valor «sagrado» de la vida humana, de toda vida humana, no sólo como expresión retórica sino como referencia fundante de su dignidad y de su valor? ¿No ha de ser la familia el lugar privilegiado para el encuentro con lo divino en la asombrosa maravilla que es la vida engendrada en ella?

La familia habría de ser el lugar humano privilegiado para descubrir la dimensión religiosa de toda relación de alteridad y de comunicación social interpersonal, a partir de la experiencia de la comunidad íntima de vida y de amor que en ella ha de desarrollarse. Santificados por el Bautismo y por el Matrimonio sacramental, unidos por los lazos de un amor que lleva el germen y la promesa de eternidad, los miembros de la familia están llamados a vivir y a crecer en la santidad.

* El proyecto de la gran familia humana

79. El descubrimiento de la «sacralidad» de la vida y de la persona hecho en la familia, tiene que ser el fundamento más sólido para que también todos los hombres y mujeres de la humanidad entera sean conocidos y aceptados como portadores de la vocación a ser miembros de la gran familia humana. Quizás no seamos conscientes de la gran pérdida de humanidad y del deterioro social que arrastra consigo la pérdida de la capacidad de la familia, para descubrir el valor y la dignidad de toda persona humana, independientemente de lenguas, razas, culturas y religiones. La percepción de lo divino, propia de una familia santificada por Dios, da así a la fraternidad universal una consistencia que no puede asegurar la mera comprensión de la persona cerrada en sí misma y en su propia finitud.

* Comunidad edificada en el amor

80. Apoyada en esta visión religiosa de todas las personas integrantes de la familia y en la vocación de cada una de ellas al encuentro con Dios, toda la vida familiar se irá configurando a la manera de una comunidad santa y santificadora, edificada en el amor. Un amor que será natural y sobrenatural a la vez, hecho de espíritu y de carne, de entrega generosa en el don de sí acogido en la confianza, de gozo y alegría unas veces, de oscuridad y sacrificio otras, sostenido por la fe en el amor de Dios y en el de las personas a las que El ama, purificado por las renuncias sin las cuales no es posible reconocer y respetar al «otro» en su propia identidad y en el respeto a la vocación que la naturaleza y la experiencia vayan descubriendo a cada uno de sus miembros. La familia, comunidad de vida y de amor, habrá de adecuar los vínculos de la comunión afectiva a los diversos momentos de un desarrollo dinámico y enriquecedor, según los ritmos impuestos por el crecimiento de la personalidad propia de cada uno de sus miembros y por el ejercicio de la propia libertad y responsabilidad.

* En las relaciones conyugales y paterno-filiales

81. Las relaciones entre los esposos estarán apoyadas en la reciprocidad que las purifique de cualquier forma de dominación posesiva, y en la complementariedad que irá más allá de una mera distribución de funciones impuesta por la fría racionalidad pragmática. También las relaciones paterno-filiales han de expresar e intensificar los vínculos comunitarios propios de la familia. Los conflictos que puedan surgir no han de debilitar ni quebrar los lazos de un amor «hasta el fin», que siempre ha de ser posible. Será necesario, en todo caso, aprender permanentemente a amar en el respetuoso reconocimiento de la llamada de cada uno a ser el sujeto activo del propio proyecto personal, aunque ello pueda ser doloroso para quienes desearían que las personas y las situaciones no cambiaran. Todos los miembros de la familia estáis llamados a descubrir vuestra vocación a crear en el amor esta célula de vida comunitaria eclesial, que reproduzca en su seno a una Iglesia que es comunidad de amor, unida por la fuerza del Espíritu.

* Una comunidad unida y abierta

82. Es cierto que para que sea así, la familia habrá de protegerse frente a la fuerza disgregadora de múltiples factores englobantes, económicos y sociales, ideológicos y culturales. Pero sin caer en el peligro de hacer de sí misma un mundo estrecho y vuelto sobre sí mismo, contrario a la apertura social que sus propias limitaciones le irán descubriendo. Desde la peculiaridad de su modo de ser y actuar, como Iglesia que es, prestará así su propio servicio al mundo y a la Iglesia y, en particular, el servicio de la procreación. «De esta manera, a la vez que es fruto y signo de la fecundidad sobrenatural de la Iglesia, la familia cristiana se hace símbolo, testimonio y participación de la maternidad de la Iglesia» (enc. Familiaris consortio, n° 49).

La familia cristiana al servicio del anuncio y de la educación de la fe

* La familia espacio para una «fe confesante»

83. La proclamación explícita de Jesucristo es parte integrante e imprescindible de la misión evangelizadora de la Iglesia. En El se ofrece a todos los hombres la salvación, como don de la gracia y de la misericordia de Dios. Así lo recordábamos en nuestra Carta Pastoral Evangelizar en tiempos de increencia. Y añadíamos, «hemos de recuperar para la evangelización este anuncio explícito de la salvación en toda su riqueza y la fe en la Palabra de Dios, anunciada como don liberador hecho a los hombres» (nº 44). La misión de anunciar el Evangelio de Jesús alcanza a todos los que formamos la Iglesia. La familia es el lugar privilegiado en el que vosotros, los seglares, podéis cumplir la exigencia bautismal de vivir una «fe confesante» que anuncie, testifique, eduque y consolide la fe. Así lo recordábamos en esa misma Carta Pastoral: «A pesar del cambio profundo del clima familiar, la familia sigue siendo un lugar privilegiado para la comunicación entre las generaciones, para la expansión y desarrollo de la persona y también, por tanto, para la transmisión de la fe» (n° 84).

* Primera «escuela» de educación en la fe

84. Os invitábamos más arriba a recuperar la confianza en la capacidad educativa de las familias y en la eficacia de su acción. Solamente a partir de esta convicción, añadimos ahora, podrán arraigar en vosotros la voluntad y el compromiso de que vuestras familias dejen de ser el lugar del silencio y del abstencionismo religiosos, para convertirse en la primera y más fundamental «escuela de fe».

Conocemos las particulares dificultades, añadidas a las inherentes a la educación en general, con las que tropieza la educación religiosa en las familias. En lugar de ser ésta el centro sereno de irradiación de una fe vivida y confesada espontáneamente, parece ser más bien el objeto de una agresión exterior por parte de los aires de increencia dominantes en la sociedad actual. La presencia de los medios de comunicación social en la intimidad del hogar tiene también efectos contrarios a la deseada transmisión de la fe y a la educación cristiana. Las familias se sienten demasiado débiles ante la presión de influencias ajenas a ellas. El sentimiento de impotencia y de frustración está, con frecuencia, en la raíz de un sufrimiento no confesado de los padres, que no acaban de comprender por qué hallan tan poco aprecio en sus hijos las creencias y los valores cristianos que han ido configurando su propia existencia. Pero aun siendo todo ello verdad, habríamos de preguntarnos si en la raíz de este fenómeno que analizamos, no está también la debilidad de la experiencia creyente de los padres y en su falta de preparación para hacer de la propia fe, el objeto de una fácil y pacífica comunicación.

* Sin aplazamientos injustificables

85. No suelen faltar tampoco otras razones, aparentemente más justificables, que bloquean la educación religiosa. Tal sería la idea de que la fe religiosa de los hijos ha de ser el fruto de una opción libre que ellos mismos habrán de ir haciendo en momentos posteriores del desarrollo de su personalidad. Una opción que ellos, los padres, no deberían condicionar prematuramente.

La indigencia espiritual del niño que, lo quieran o no lo quieran así sus progenitores, comienza a configurar su propia personalidad ya desde la más tierna infancia, exige adoptar posturas más activas de las que parece sugerir esta aparentemente respetuosa neutralidad. Quien reconozca que la vida del recién nacido es confiada a los padres en su totalidad, material y espiritual, y quien sepa también que la fe o la falta de fe religiosa es estructurante de la personalidad y modeladora de las convicciones y de los sentimientos, no podrá eludir, ante la ineludible tarea de acompañar y ayudar a los hijos en el desarrollo integral de su personalidad, la necesidad de hacer una opción educativa que abarque también la dimensión religiosa.

* Compartiendo la misión evangelizadora de la Iglesia

86. La familia cristiana está así llamada a ser una pequeña comunidad de fe en la que se haga presente el encargo dado por Jesús a la Iglesia, de anunciar su Evangelio a toda criatura (Mt 28, 19). La fe de la Iglesia es incorporada así, por voluntad de los padres, a la función educativa que la familia ha de cumplir como institución humana básica y fundamental. Siendo la familia «una comunidad creyente y evangelizadora» (enc. Familiaris consortio, nº 51), se sentirá también más estrechamente unida a la gran comunidad cristiana, cuya fe tratará de vivir y transmitir.

* Una fe que se va haciendo vida

87. La educación en la fe realizada en la familia no queda reducida a una mera transmisión de conocimientos. Su objetivo es ayudar a los hijos, a lo largo de su proceso evolutivo, a ir haciendo la vida desde la fe y desde los valores evangélicos que han de inspirarla. Una ayuda prestada en la cercanía de un amor personalizado, en la concreción de lo cotidiano y en la naturalidad de lo diario, sencillo y normal. Por ello mismo, «el ministerio de evangelización de los padres cristianos es original e insustituible» (enc. Familiaris consortio, n° 53).

La modulación creyente de la personalidad de los hijos, en la que la madre juega un papel de primerísimo rango, comienza mucho antes de lo que pudiera considerarse una formación religiosa formalizada. Los hijos necesitan tener la experiencia del sentimiento de seguridad y confianza, alimentado por un trato afectuoso y positivo, básico para el correcto desarrollo de la propia identidad personal. Ello les capacitará para establecer relaciones positivas y fecundas con los demás y les permitirá abrirse al descubrimiento de Dios y orientar hacia El la mente y el corazón (cfr. Mensaje de Juan Pablo II, para la Jornada Mundial de la Paz, 1 enero 1995, n° 6).

* En un proceso continuado

88. El acompañamiento hecho a los hijos en su caminar hacia la maduración de la fe y la vida cristiana, no debe interrumpirse en los difíciles momentos de la adolescencia y de la juventud. Es ése un tiempo de sorpresas y descubrimientos capaces de crear ilusiones y aspiraciones, pero también rupturas, oscuridades y abandonos de experiencias pacíficamente vividas hasta entonces. La paciencia, la confianza renovada, el tacto exquisito para conciliar las primeras y sucesivas experiencias de libertad y autonomía con la presencia y el acompañamiento que todavía ellos necesitan, serán también expresiones de un amor sin fisuras que hagan posible la educación religiosa.

* Evangelizadora y permanentemente evangelizada

89. «El testimonio de una vida de seguimiento fiel a Jesucristo constituye ya por sí una proclamación silenciosa, pero también muy clara y eficaz de la Buena Nueva», decíamos el pasado año siguiendo al Papa Pablo VI (Carta Pastoral, Evangelizar en tiempos de increencia, nº 45). Esto es especialmente válido para la educación familiar. La proximidad del trato en la familia descubrirá incoherencias que difícilmente podrán pasar inadvertidas. Sin el testimonio personal, el principio de autoridad cede y se quiebra. No es fácil para los padres, exigir de los hijos lo que ellos mismos renuncian a dar. También la familia, como la Iglesia, si quiere evangelizar ha de ser permanentemente evangelizada. Por otra parte, la responsabilidad de la educación puede ser una buena ocasión para ayudar a los padres a tomar conciencia de la propia situación religiosa y puede convertirse en una llamada urgente a ser ellos mismos evangelizados.

* Sentido vocacional de la vida familiar

90. La familia se deja evangelizar en la medida en que ella siente la llamada permanente a vivir un proyecto de vida elaborado desde una actitud creyente, iluminada por la fe. Toda la vida familiar adquiere así un sentido vocacional que alcanza a la comunidad familiar y a cada uno de sus miembros. Los esposos, llamados por Dios al matrimonio, siguen siendo llamados por El en el matrimonio, a través de los acontecimientos, los problemas, las dificultades y las alegrías de cada día. También los hijos, traídos a la vida por la voluntad y la colaboración responsable de los padres, son portadores de una llamada radical del mismo Dios. Ellos han de tratar de descubrirla en la esperanza y en la confianza hecha al Dios de la vida y del amor.

En estos tiempos coloreados por una inconfesada tristeza y por la inconsistencia de la falta del sentido originada por la pérdida o la lejanía de Dios, las familias cristianas están llamadas a prestar un gran servicio a la evangelización. Ellas pueden dar el testimonio de la radical actitud obediencial de quienes se saben llamados por Dios al amor, al servicio de la comunidad humana y cristiana y, en definitiva, a la plenitud de la vida, en conformidad con la propia y personal vocación. Por ello mismo, la vocación a la vida sacerdotal o a la vida religiosa no puede ser algo olvidado o excluido del proyecto familiar. Dios llama ordinariamente a los hijos e hijas de familias en las que esta llamada ha sido tenida en cuenta y debidamente valorada.

La familia cristiana, una comunidad que ora

91. La familia que ha descubierto el carácter vocacional de su proyecto de vida, hace sitio a la oración. La vocación es una llamada que da a la vida un sentido dialogal. En el creyente este diálogo se traduce en oración. La familia, comunidad de vida y de amor, se hace así una comunidad que ora, y ora en común. La oración en familia es una expresión más de la vida compartida, y es también fuerza que le ayuda a permanecer unida y a hacer más consistente su unidad.

* Esposos que oran juntos

92. Los esposos que contrajeron su matrimonio «delante de Dios» necesitan de tiempos adecuados para comunicarse entre sí en la presencia de ese mismo Dios. El se sigue ofreciendo como don de amor, como lo hiciera cuando los esposos realizaron el sacramento. Vivir la experiencia cristiana de la oración en la reserva de la incomunicación, no sería coherente con la aspiración a la total comunión de vida que está en la raíz misma del matrimonio. La sinceridad y la autenticidad de quien descubre a Dios su propia verdad, hará de esta verdad objeto de espontánea comunicación mutua entre los esposos que oran juntos.

No estará mal que los esposos se pregunten si la rapidez y superficialidad de las formas de relación habituales en la sociedad actual, no afectan también a sus relaciones mutuas, haciendo más difícil la profunda intimidad a la que aspiran. Hallarse juntos ante Dios y comunicarse con él puede ser también un camino válido para ahondar en la propia comunicación.

* También con los hijos

93. La comunión de vida propia de la familia no ha de reflejarse solamente en la oración de los esposos. También los hijos han de ser parte activa de la comunidad familiar que ora en común. Quizás no seamos conscientes del profundo significado y contenido que para la oración hecha en familia, tienen estas palabras de Jesús: «Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,20). Sabemos que no es ésta una aspiración fácil. La falta de experiencia religiosa y oracional de los mismos esposos, no es la menor de las dificultades. Con frecuencia sucede que no es la misma la sensibilidad con que viven los esposos su propia vida de fe. Se debe evitar además que los hijos perciban como imposición autoritaria una oración en familia que debería ser expresión normal de la fe. Pero ¿puede todo ello justificar la renuncia a algo que habría de ser parte importante del proyecto común? ¿No necesita la familia experimentar la presencia de signos y manifestaciones religiosas precisamente en una sociedad que parece querer encerrarnos en el clima de una fría y cerrada secularidad?

* A partir de la vida

94. La oración en familia «tiene como contenido original la misma vida de la familia, que en las diversas circunstancias es interpretada como vocación de Dios y es actuada como respuesta filial a su llamada» (enc. Familiaris consortio, nº 59). En ella han de tener cabida las experiencias ordinarias de la vida cotidiana y también los acontecimientos, situaciones, conmemoraciones, que van tejiendo el entramado de la historia familiar. Habrá momentos en los que hayan de tomarse decisiones importantes que interesen a sus miembros. La misma fidelidad y lealtad que éstos se deben entre sí, pueden pasar por tiempos, más o menos prolongados, de oscuridad y de dificultad. La oración abre el camino a la ayuda cercana del Dios que está amorosamente comprometido en la realización del proyecto de vida de los esposos.

* Una oración que educa en la fe

95. La práctica de la oración ha de ser una parte importante de la educación cristiana que los padres han de transmitir a sus hijos. La oración sencilla, adecuada a cada momento de su proceso evolutivo, puede ser el camino más adecuado para ayudar a los hijos a descubrir el misterio de Dios y para introducirlos en él. La oración hace posible vivir una forma de amorosa dependencia y de confiado abandono en El, semejante a la experiencia vivida con los mismos padres. La plegaria en la familia es así una vía natural para facilitar el despertar religioso que condicione fuertemente el futuro religioso. Sobre esas primeras experiencias podrá configurarse posteriormente la sólida estructura de una personalidad creyente que, sin ellas, será más difícil de alcanzar.

Es cierto que el lenguaje religioso se hace actualmente más difícil que en épocas pasadas no tan remotas, sobre todo si se quiere que la oración sea algo más sentido y sincero que el mero aprendizaje y la mecánica recitación de las formas oracionales aprendidas. Con todo, seguirá siendo verdad que solamente los que saben orar pueden ser capaces de enseñar a orar. Quizás sea esto algo que también los adultos hemos de aprender.

* Participación en la oración litúrgica de la comunidad

96. La oración litúrgica es la forma más noble y más elevada de la oración de los cristianos. Ella es de manera muy particular la oración de la Iglesia y a ella, especialmente a la Eucaristía, han de orientarse y han de conducir las demás formas, privadas y públicas, de oración. La oración de la familia prepara para la oración litúrgica. Es, además, en la participación de la oración y la celebración litúrgicas de la comunidad cristiana donde la familia, pequeña «iglesia doméstica», se puede sentir y manifestar mejor como parte viva de la gran comunidad cristiana que es la Iglesia. Por ello, «una finalidad importante de la plegaria de la iglesia doméstica es la de constituir para los hijos la introducción natural a la oración litúrgica propia de toda la Iglesia» (enc. Familiaris consortio, n° 61). De ahí la necesidad de que los padres se incorporen a los procesos preparatorios de los sacramentos de la iniciación cristiana y participen en su celebración.

97. Hemos llamado la atención sobre el riesgo de que estas celebraciones se conviertan en actos sociales, cuyo contenido religioso y específicamente cristiano se oculta detrás de los elementos festivos incorporados a ellos artificialmente y, en no pocas ocasiones, superfluos. Cabría hablar también de una cierta interesada complicidad económico-social, que desvía las celebraciones de su verdadera naturaleza e intencionalidad.

Los padres cristianos deberíais ser los primeros interesados en defender la identidad propia de estas celebraciones, a las que está estrechamente ligada la identidad de la familia cristiana, frente a las agresiones de una sociedad que es capaz de devorarlo todo, incluso lo más sagrado. El carácter festivo de estas celebraciones será tanto más rico cuanto mayor sea la sintonía de todos los miembros de la familia con su verdadero sentido religioso original. La fiesta no debe engullir la celebración.

98. Conocemos, finalmente, la inquietud y el dolor que origina en tantos padres la escasa o nula participación de sus hijos en las acciones litúrgicas y, en particular, en la Eucaristía dominical. Queremos enviarles una palabra de esperanza. La simiente de fe y de vida religiosa depositada en los hijos, a través de una educación esmerada, no será estéril. Dios conoce, no menos que los padres naturales, el secreto de la conciencia de quienes son también sus hijos, a los que sigue acompañando con amor a lo largo de sus vidas.

La familia cristiana una comunidad de amor abierta a la sociedad

99. La familia cristiana, como la Iglesia, ha de ser también ella una comunidad de amor que sin quedar encerrada en sí misma, se abre a la sociedad y a las exigencias universales de1 amor cristiano. Quien en la familia haya aprendido a amar de verdad, se sentirá llamado a participar en la apasionante tarea de crear la gran familia humana, de la que la Iglesia es un signo sacramental (cfr. Lumen gentium, n° 1). En la Iglesia y en la sociedad, la familia está llamada a ser un núcleo capaz de vivir e irradiar formas de relación social propias del amor cristiano. La familia cristiana es así iglesia santificada y santificadora evangelizada y evangelizadora «Animada y guiada por la ley nueva del Espíritu y en íntima comunión con la Iglesia, pueblo real, es llamada a vivir su «servicio» de amor a Dios y a los hermanos» (enc. Familiaris consortio, n° 63).

* Despertar una mirada de amor y de compromiso sobre la humanidad

100. La primera y más fundamental aportación que la familia cristiana presta a la sociedad es la de ayudarle a descubrir teórica y prácticamente la vocación de todos los hombres a formar la gran familia de los hijos de Dios. El despertar a la experiencia de la paternidad de Dios, a través de las relaciones vividas en la familia, ha de ser la base de la percepción de que todo hombre es un hermano, en el que se refleja el rostro de Jesucristo, especialmente en el pobre y en el necesitado. Se supera así la oscura orfandad de una humanidad que se empeña en hacer una familia sin la necesaria referencia a un Padre común.

Abierta a la sociedad en el amor, la familia cristiana ofrecerá así el clima humano y cristiano necesario para que la persona vaya descubriendo y afirmando en su proceso evolutivo, los valores de «la verdad, la justicia, la libertad y el amor» en que ha de fundamentarse una convivencia político-social auténticamente humana. Por el contrario, el amor centrado y polarizado solamente en los intereses familiares, por muy legítimos que éstos puedan ser, no sólo carece de una dimensión social que le es esencial sino que está en sí mismo internamente viciado. La recta comprensión de las dimensiones sociales del amor cristiano es el antídoto del egoísmo compartido de la familia que no es capaz de trascenderse a sí misma y a su propio interés particular.

La misma experiencia familiar nos ayuda también a comprender mejor y a sentir con más hondura y verdad lo que queremos significar cuando afirmamos que toda la comunidad cristiana confiesa ser una familia que explícitamente acepta al Padre-Dios.

* Proyecto familiar y amor a los pobres

101. No faltan matrimonios que al hacer su propio proyecto de vida familiar no quieren ignorar la dimensión de solidaridad social y de sensibilidad cristiana frente a las múltiples formas de necesidad, pobreza y marginación que la sociedad actual parece segregar espontáneamente. Ellos saben que al tomar sus decisiones habrán de comprometer también a los hijos que la naturaleza, según los planes de Dios, pondrá en sus manos. Les deseamos que permanezca en ellos viva la alegría de saber que el Evangelio, que para sí mismos es fuente de vida y de plenitud, lo será también para los hijos a quienes ayudarán a descubrir esos mismos valores.

* Familia y compromiso político-social

102. La familia tiene también la hermosa función de alimentar y sostener las vocaciones y los compromisos derivados de la forma concreta de amar a las personas que es el compromiso social. Así lo hace frecuentemente pero es también cierto que las múltiples formas en que ese compromiso se realiza en el actual contexto socio-cultural, pueden dar pie a distanciamientos y ausencias entre los miembros de la familia que poco ayudan a la adecuada y necesaria convivencia familiar. La dedicación, demasiado absorbente en ocasiones, puede llegar a ser un factor de dispersión familiar. Puede hacerse difícil la armónica integración de la doble perspectiva, privada y pública, del amor cristiano. En tales situaciones será necesario buscar, en un clima de mutua comprensión y confianza y por medio de la leal comunicación, las fórmulas adecuadas para salvar la identidad y totalidad de lo que significa ser una familia vivida como «comunidad de amor».

* Al servicio de la paz

103. En el contexto de la sociedad conflictiva que nos toca vivir, las familias cristianas tienen la inapreciable misión de ser, de manera especial, comunidades pacificadas y pacificadoras. Los conflictos de toda clase que sacuden a la sociedad no quedan fuera de los hogares ni se detienen ante el umbral de sus puertas. En el seno de las familias se dejan sentir también las diferencias, los enfrentamientos y las divisiones que se perciben en la sociedad. También, con frecuencia, la necesidad de la reconciliación. Vivir la experiencia de una comunidad familiar en la que sus miembros saben comunicarse por medio del diálogo respetuoso, en la tolerancia de la diversidad y en la búsqueda de la convergencia en los valores comunes, no renunciar al valor supremo del amor ni sacrificarlo a otros intereses, tratar de proyectar esa experiencia de paz a la convivencia político-social, constituye una eficaz aportación de las familias a la causa de la paz.

Quizás haya quienes crean ver en esta forma de actuación de las familias, especialmente en relación con los jóvenes, una manera de poner freno a la «acción eficaz» que de ellos podrían y querrían esperar las diversas organizaciones y grupos político-sociales. Cabría preguntarse, con todo, si el objetivo buscado por éstos no puede ser, en ocasiones, la estudiada y estratégica creación de una dependencia más férrea que la que se rechaza respecto de las familias.

* El compromiso de servicio eclesial

104. También la misma comunidad cristiana es el lugar en el que pueden hacerse eficaces el amor y el compromiso. La comunidad cristiana necesita, cada vez más, de la participación activa de los seglares y, por ello, de su dedicación más o menos duradera o permanente. Como «iglesia doméstica» que son, enraizadas en el Bautismo y en el Matrimonio, las familias cristianas son campo apropiado para que salgan de ellas las personas capaces de prestar los servicios que la Iglesia necesita para intensificar su acción evangelizadora.

Posibilitar, fomentar, sostener a los cristianos que desean servir así a su Iglesia, es una tarea que la familia realizará con amor cristiano y eclesial. En ese contexto puede entenderse mejor todo el valor que tiene una vida llamada y entregada al ministerio del servicio sacerdotal o a la consagración religiosa, que son para toda la vida.

IV

EL SERVICIO PASTORAL A LA FAMILIA

105. Hemos presentado la visión cristiana de la familia y os hemos ofrecido como tarea a los creyentes la construcción del proyecto familiar cristiano. Nuestro propósito, ahora, es ayudaros en esa tarea promoviendo y animando en nuestras Iglesias diocesanas el servicio pastoral a la familia. Forma parte de nuestra responsabilidad pastoral el ofreceros, desde la comunidad cristiana, los recursos que os capaciten y animen en la realización y desarrollo del proyecto familiar cristiano.

Atención a la realidad familiar en la pastoral evangelizadora de nuestras comunidades cristianas

106. En la Carta Pastoral Evangelizar en tiempos de increencia, invitábamos a las comunidades cristianas a «centrar todos los esfuerzos en una pastoral de evangelización» (nº 6). Ahora, dentro de esa llamada, queremos invitaros a tener especialmente presente la realidad o condición familiar de todos aquellos a los que ofrecemos nuestro servicio evangelizador.

En palabras del Papa Pablo VI: «Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad, ... transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad» (Evangelii nuntiandi, nn. 18 y 19).

* La familia, ámbito singular de evangelización

107. La Iglesia ve en la familia un ámbito de singular importancia para su misión evangelizadora. La familia es la principal transmisora de la cultura de una generación a otra y en esa transmisión han de integrarse la concepción religiosa de la vida y los valores evangélicos. Ninguna estructura o grupo social puede actuar tan profundamente desde dentro, por sus propios miembros, como la familia que acoge en sí misma la Buena Noticia. Por ello, toda la acción pastoral de las comunidades cristianas ha de tener en cuenta la realidad familiar de sus destinatarios.

Niños, adolescentes, jóvenes, adultos y mayores, forman de un modo u otro parte de una familia. Viven la experiencia de las relaciones filiales, fraternales, matrimoniales o de parentesco, como parte importante de su propia personalidad. Por ello es necesario que todas las actividades pastorales tengan en cuenta esa realidad propia y común de las personas a las que se dirigen. La predicación, la celebración de la fe y los sacramentos, la catequesis, la atención a los enfermos, la vida comunitaria y el servicio de la caridad que la Iglesia ofrece a cada persona, no pueden ignorar la dimensión familiar de sus vidas. Incluso para aquéllos que se ven privados de toda relación familiar, esta carencia ha de modelar el mismo servicio que se les ofrece para compensar su deficiencia. Precisamente porque «la evangelización lleva siempre un mensaje explícito, adaptado a las diversas situaciones y constantemente actualizado, sobre los derechos y deberes de toda persona humana, sobre la vida familiar, sin la cual apenas es posible el progreso personal» (Evangelii nuntiandi, n. 29), toda nuestra pastoral debe incorporar una referencia a la condición familiar de las personas, sea cual sea su edad y situación.

* La pastoral del matrimonio

108. A pesar de su importancia, esa atención prestada en la pastoral general de la Iglesia, a la dimensión familiar de la vida de las personas, no es por sí sola suficiente. Nuestras comunidades cristianas han de ofrecer a la familia diversos servicios específicos en relación con el matrimonio y la familia misma. Siendo el matrimonio el origen y fundamento de la familia cristiana, tiene una gran importancia cuanto de modo especial se refiere a la preparación de los novios para el compromiso matrimonial, así como el acompañamiento a los esposos en las diferentes etapas de su vida en común.

a) La pastoral-prematrimonial

* Necesidad de una previa preparación al matrimonio

109. Una tarea importante a realizar por las comunidades parroquiales es la acogida y preparación de los novios que van a contraer el matrimonio cristiano. Dada la importancia de la relación que se establecerá entre el hombre y la mujer, por el vínculo del matrimonio, es necesario ofrecerles la formación previa adecuada para vivir el compromiso mutuo que van a contraer. Un proyecto de vida común, sellado por el compromiso de fidelidad permanente, requiere, por parte de los contrayentes, una madurez humana personal y un profundo conocimiento mutuo y de la realidad que juntos van a vivir. Esa madurez y ese conocimiento no pueden darse por supuestos ni improvisarse. Además, el carácter sacramental del matrimonio cristiano requiere en los contrayentes una fe viva que los haga capaces de expresar, mediante su amor y entrega mutua, el amor de Dios.

* Contenido de esa preparación

110. Además de una preparación remota para el matrimonio, que ha de iniciarse en los procesos de catequesis de infancia y pastoral de juventud, es necesaria una preparación próxima y específica, ofrecida a los novios por la comunidad cristiana. Esta formación ha de contemplar los aspectos humanos, sociales, jurídicos y culturales que afectan al matrimonio, a la relación íntima entre los esposos y a su futura condición de padres y madres. Pero sobre todo ha de ofrecer los medios para actualizar y enriquecer la fe de los novios. Debe ayudar a la pareja a redescubrir la realidad de su amor, de su matrimonio y de su futura familia desde la luz de la fe y con la fuerza del amor de Dios; tal y como van a expresarlo en la celebración sacramental del matrimonio. Esta preparación, difícilmente podrá ofrecerse en un corto período de tiempo. Es conveniente que la formación de los novios se desarrolle con amplitud y profundidad, de modo que llegue a constituir un verdadero proceso de maduración cristiana que les capacite para asumir consciente y responsablemente su nuevo estado de vida.

* Acogida y atención personal

111. En la acogida a los novios y en su formación ha de atenderse a la diversidad de motivaciones y de situaciones de fe de cuantos soliciten la celebración del matrimonio cristiano. Una actitud cordial y una relación personalizada, un diálogo abierto y sin prejuicios, es el primer paso de un proceso que no puede ser igual para todos ni pretender conducir a todos a un determinado nivel de fe o de madurez personal. La misma autenticidad del sacramento, requiere de parte de los contrayentes la fe suficiente para llegar a percibir el significado trascendente de su enlace matrimonial, que les haga conscientes, de alguna manera, de los dones con los que Dios enriquece su compromiso de amor mutuo. Será necesario, por ello, articular en la formación, la atención personal a los contrayentes con su participación en actividades de grupo. La celebración litúrgica del sacramento del matrimonio se ve condicionada en nuestros días por un conjunto de elementos sociales que desfiguran u ocultan su verdadera imagen. Con ayuda de los contrayentes y sus familiares, ha de procurarse la mayor autenticidad y transparencia de los signos propios de la celebración cristiana.

* Colaboración de los matrimonios

112. Es obvio señalar que en esta tarea de acogida y formación prematrimonial, han de tener un papel insustituible algunos matrimonios de la comunidad parroquial, especialmente llamados a este servicio, que aporten, previa una preparación adecuada, y desde su propia experiencia de vida, su orientación y testimonio a las nuevas parejas. Donde este servicio no es posible en el ámbito de la propia parroquia, ha de plantearse conjuntamente entre diversas parroquias de una misma zona.

b) Acompañamiento a los matrimonios

113. La formación de los esposos no termina con la celebración del matrimonio, es una tarea permanente. Han de seguir creciendo en el amor a través de las diversas etapas y en medio de las distintas circunstancias de su vida familiar. La comunidad cristiana parroquial ha de procurar la existencia de unos espacios de encuentro y apoyo mutuo entre los matrimonios cristianos. La formación de algunos grupos, según las diversas características o situación de las familias, ayudará a los matrimonios a compartir experiencias e inquietudes, a contemplarlas iluminadas por el Evangelio y a encontrar los estímulos y orientaciones que les guíen en las responsabilidades que han de ir asumiendo en su vida familiar. En los grupos matrimoniales se ha de cultivar la espiritualidad propia del sacramento, que capacita a los esposos para llenar de sentido trascendente las realidades humanas, en las que se teje diariamente la relación de los esposos y la vida de la familia.

* Grupos y movimientos matrimoniales

114. El trabajo de estos grupos y la reflexión desarrollada en ellos pueden ayudar a la parroquia a tener más presente en todo su quehacer pastoral la realidad de las familias. Las cuestiones de interés o actualidad, planteadas en estos grupos, pueden originar el estudio más amplio de algunos temas en el marco de unas jornadas o ciclos de charlas sobre el matrimonio y la familia.

La implantación en las comunidades parroquiales de grupos animados por los movimientos matrimoniales y familiares, puede constituir una ayuda importante para impulsar y encauzar este acompañamiento pastoral de los matrimonios.

Ayuda a la vivencia y educación de la fe en la familia

115. La responsabilidad de los padres cristianos en la educación en la fe de sus hijos es insustituible. No es algo separado del resto de su función educadora, sino integrado en ella. A1 igual que la educación humana, no puede dejarse a la improvisación ni a la espontaneidad. Ha de tener una intencionalidad, un proyecto, y buscar los mejores cauces y momentos para su desarrollo.

* Transmisión de la propia fe

116. Los padres no han de situarse ante sus hijos principalmente como maestros o como catequistas, sino sencillamente como padres. Sus medios de enseñanza no son esquemas ni libros. Lo que han de saber comunicar es, ante todo, sus propios valores y creencias, sus convicciones y actitudes. Han de hacerlo, de modo reflexivo y explícito, en las ocasiones que ofrece el contacto de la vida familiar y también por el testimonio silencioso de una conducta coherente con su fe. Esta tarea de los padres tiene una importancia especial en lo relativo al «despertar religioso» de los niños. Cuando los hijos pequeños van abriendo los ojos a la vida y descubriendo el mundo que les rodea, han de encontrar al Dios cercano a su propia existencia. Sólo los padres a través de las manifestaciones de ternura y protección pueden hacer este servicio fundamental en la educación en la fe. Queremos animaros a que no dejéis pasar, por negligencia o indiferencia, esta irrepetible oportunidad para transmitir a vuestros hijos esa experiencia altamente enriquecedora de su personalidad.

El nombre de Dios, su rostro bondadoso, la gratitud hacia él, la necesidad de su ayuda, se van transmitiendo de padres a hijos con toda naturalidad en la vida de un creyente.

* Participación de los padres en la catequesis parroquial

117. Cuando por su edad los hijos llegan a incorporarse a la catequesis de la comunidad cristiana y a la formación religiosa escolar, la responsabilidad de los padres no cesa por delegación. Han de tomar parte activa desde su propio papel en el desarrollo de estas nuevas etapas.

La parroquia convoca a los padres al seguimiento de los procesos de catequesis de sus hijos: informándoles de la progresión de sus objetivos y contenidos, dándoles a conocer los métodos pedagógicos aplicados, invitándoles a compartir algunas celebraciones y ofreciéndoles oportunidades de actualizar su propia formación para poder acompañar y complementar la acción de los catequistas de la comunidad. Los catequistas de la comunidad parroquial buscarán el modo de relacionarse con frecuencia con los padres, especialmente en los procesos de infancia y adolescencia, pues la labor de unos complementa la de los otros.

Es especialmente relevante el papel de los padres en la preparación y celebración de los sacramentos por parte de sus hijos. De ellos depende principalmente que esos momentos de especial significado para la iniciación cristiana del niño y para la experiencia religiosa de la familia, no queden ahogados o diluidos en una fiesta social. Recuperar la sencillez y la austeridad de estas celebraciones y vivirlas con gozo en el marco de la comunidad parroquial es algo que entre todos hemos de intentar.

* Los hijos «educadores» de sus padres

118. La participación de los hijos en los procesos de catequesis de la comunidad cristiana va consolidando en ellos un desarrollo progresivo de su madurez cristiana de modo que pueden llegar a interpelar el compromiso cristiano de sus mismos padres. Especialmente en la adolescencia y juventud los hijos pueden llegar a descubrir con ilusión el proyecto cristiano de vida según el evangelio, y adquirir un sentido crítico hacia actitudes y comportamientos de los mayores. Particularmente la sensibilidad de los jóvenes cristianos de hoy ante las realidades de la pobreza y la marginación social del tercer mundo o las exigencias de la justicia, llega a interpelar en estas cuestiones a los padres que, por la formación recibida en otros tiempos, viven una fe menos comprometida socialmente.

La familia es un ámbito de interacción entre sus miembros, donde unos influyen y educan a los otros en todas sus relaciones mutuas. Las generaciones más jóvenes también aportan una gran riqueza a los mayores incluso en su dimensión religiosa y de fe. «Los padres no sólo comunican a sus hijos el Evangelio, sino que pueden, a su vez, recibir de ellos este mismo Evangelio profundamente vivido» (Evangelii nuntiandi, n. 71).

* Oración en familia

119. La oración ocupa un lugar importante en la vivencia familiar de la fe y forma parte también de ese proceso de educación al que nos estamos refiriendo. Es deseable que los padres inicien a sus hijos, desde los primeros años, en el diálogo con Dios. Hay momentos y oportunidades en la vida familiar en los que la sugerencia de una expresión de gratitud o de petición de ayuda a Dios son la mejor manera de enseñar al niño a orar. Los hechos de la vida cotidiana familiar, con sus alegrías y sus preocupaciones, han de llegar a ser los contenidos de la oración con los hijos. No se trata sólo de transmitir fórmulas de plegaria, sino también de educar una actitud de confianza y un deseo de comunicación con Dios.

Este estilo de oración, cultivado en los momentos en que la familia se reúne, puede arraigar tan hondamente que perdure con naturalidad cuando los hijos ya han crecido, y que llegue a constituir una expresión significativa de los fuertes lazos familiares.

* Ayuda de la comunidad cristiana 120. Los padres tienen derecho a esperar una ayuda y orientación por parte de la comunidad cristiana para el desarrollo de esta responsabilidad educativa. Invitamos a las parroquias a sensibilizar a los padres ante esta responsabilidad y a prepararlos y ofrecerles los recursos necesarios para el desempeño de esta importante tarea en el seno del hogar.

El ejercicio de esta tarea resulta hoy especialmente difícil para muchos padres. No es sólo por falta de tiempo para la relación con sus hijos, ni la salida temprana de éstos del hogar al jardín de infancia. El cambio cultural ha dejado a muchos padres sin la armonía y el equilibrio interior para acertar a comunicar a sus hijos más pequeños las claves religiosas de la vida. Necesitan ayuda para saber decirse a sí mismos las certezas fundamentales de su fe, y necesitan descubrir el modo y el lenguaje para compartirlas con los suyos en la vida familiar.

Hemos de ofrecer a las familias sugerencias concretas y sencillos materiales que ayuden a los padres a hacer presentes en el hogar algunos símbolos religiosos, a desarrollar momentos de oración en familia, a preparar algunos temas de reflexión. También la comunidad parroquial ha de favorecer las oportunidades de preparación y asistencia conjunta de la familia a algunas celebraciones.

Corresponsables en una formación integral de los hijos

* Competencia y responsabilidad de los padres

121. La formación de los hijos en los elementos básicos de su personalidad, que en otros tiempos se desarrollaba de forma más completa en el seno de la familia extensa, constituía un complejo proceso de socialización que hoy se desarrolla, de modo compartido, entre la familia nuclear, la escuela y otros ámbitos educativos. Cuantos intervienen en esa educación integral lo hacen por verdadera delegación de los padres y en necesaria corresponsabilidad con ellos. Por esta razón los colegios cristianos, las asociaciones de tiempo libre,... han de incorporar activamente a los padres en la definición de sus objetivos educativos, en el seguimiento de sus actividades y en la evaluación de sus metas.

* Los padres en la comunidad educativa

122. La comunidad educativa integrada por padres, hijos y educadores ha de ser una realidad construida mediante la participación activa de todos ellos. Esto requiere una dinámica de relación personal que no se consigue automáticamente por la mera existencia de las asociaciones de padres.

Es sumamente interesante que los padres tomen parte activa en las oportunidades que ofrecen las actividades extraescolares y de tiempo libre de sus hijos. Pueden encontrar en ellas una oportunidad de vivir un estilo de familia más abierto, y brindar su ayuda a otras familias menos sensibilizadas ante la responsabilidad educativa integral de sus hijos. Los centros educativos y los cristianos presentes en el mundo de la enseñanza o en otras actividades educativas de la infancia o la juventud, especialmente si son religiosos, han de impulsar la participación y colaboración de los padres con verdadero sentido de corresponsabilidad en el ejercicio de su tarea.

* Escuelas de padres

123. Un servicio de gran interés es la promoción de las llamadas «Escuelas de padres»; en ellas se puede potenciar el sentido de la corresponsabilidad en la educación de los hijos, desde la diversidad y complementariedad de la función educativa de la familia, el colegio y la parroquia. Ellas pueden ser el lugar adecuado para preparar, orientar y fomentar la colaboración de los padres y los otros educadores en la educación afectivo-sexual de sus hijos, como parte importante de su formación integral. Es deseable la colaboración de los centros educativos cristianos y de las parroquias en la promoción de estas escuelas.

Solidarios con las familias en sus problemas y necesidades

124. Cada familia experimenta en su historia particular todo tipo de situaciones. En su interior se comparten gozos y penas, esperanzas y frustraciones, con intensidad y muchas veces en el silencio y en la soledad. Existe un legítimo pudor que vela la intimidad familiar a los extraños y se hace especialmente opaco en sus circunstancias difíciles. Ante esa situación hay que proceder con profundo respeto, pero nunca con indiferencia o en actitud de evasión.

* Cercanía a las familias que sufren

125. La comunidad cristiana ha de estar especialmente atenta a los hechos y situaciones que introducen en la vida familiar un desequilibrio o dificultad. La enfermedad y la muerte, el desempleo, la privación de libertad, el fracaso escolar, la carencia de recursos y otras semejantes, son circunstancias de profundas repercusiones en la vida familiar. En ellas, los cristianos hemos de hacer sentir nuestra disponibilidad y cercanía con respeto y delicadeza.

Son también especialmente delicadas las situaciones en las que la vida familiar se ve afectada directamente en el tejido de sus relaciones internas: soledad, incomunicación, malos tratos, abandono, separación o divorcio,... En estos casos la comunidad cristiana ha de ofrecer a las personas que las sufren, una atención primaria y directa, de acogida incondicional. Y en muchos casos habrá de buscar también la ayuda de personas o centros especializados según los problemas y circunstancias.

* Atención a las personas mayores y a las personas viudas

126. Merecen una particular atención las personas mayores y su entorno familiar. El crecimiento progresivo de la longevidad supone un aumento significativo de este sector de población en nuestra sociedad, y conlleva la aparición de situaciones de soledad y desamparo. Muchos de los mayores, después de haber creado y sostenido con ilusión y esfuerzo una familia, experimentan en la sociedad de hoy el desconcierto que les produce la rápida evolución de las formas de vida familiar y social.

La ayuda de las comunidades cristianas a los mayores, además de la preocupación por su salud y condiciones materiales de vida, ha de atender a la creación de grupos o relaciones personales que rompan el cerco de su posible soledad. Así les ayudarán a comprender e integrar en su visión de la vida, las nuevas realidades que se van presentando en su entorno y vida familiar.

127. Una situación especialmente dolorosa, que rompe el proyecto familiar y pone en peligro el futuro de los hijos, surge cuando uno de los cónyuges muere. Es un golpe que interrumpe el diálogo conyugal, hace imposible la paternidad-maternidad compartida y puede amenazar la misma estabilidad del hogar. El cónyuge viudo experimenta la soledad afectiva, sexual y parental. En estos momentos vive el sufrimiento de un modo intenso y necesita el apoyo del propio entorno y de la misma comunidad cristiana para afrontar la situación con fortaleza y madurez, aun en medio del dolor.

* Ante los divorciados

128. Los cristianos no podemos cerrar los ojos ante el hecho, profundamente doloroso, de los divorciados que han contraído un nuevo matrimonio civil. Además del sufrimiento humano que, en ocasiones, han padecido en el proceso que les ha conducido a esta situación, pueden sentir también la amargura de no sentirse comprendidos por la Iglesia ni por las comunidades cristianas. Algunas de estas personas se esforzaron sinceramente por salvar su primer matrimonio o no tuvieron fuerzas para enfrentarse solas a su futuro tras el fracaso de una primera unión. La nueva situación ha podido originar también nuevas obligaciones morales.

El nuevo matrimonio contradice objetivamente a la indisolubilidad que el matrimonio ha de tener según la enseñanza de Jesús y la doctrina de la Iglesia. Los divorciados unidos en nuevo matrimonio no pueden acceder a la Eucaristía «ya que su estado y situación de vida contradicen objetivamente la unión de amor entre Cristo y la Iglesia, significada y actualizada en la Eucaristía» (enc. Familiaris consortio, n° 84).

Ello no significa, sin embargo, que estas personas hayan sido expulsadas de la Iglesia o estén excomulgadas. Forman parte de la comunidad cristiana y han de encontrar en ella la solidaridad y comprensión que necesitan para vivir su difícil situación de manera humana y cristiana, con exclusión de cualquier postura de desprecio o marginación. Por el contrario, el Papa Juan Pablo II exhorta vivamente «a los pastores y a toda la comunidad de los fieles para que ayuden a los divorciados, procurando con solícita caridad que no se consideren separados de la Iglesia, pudiendo y aun debiendo, en cuanto bautizados, participar de su vida» (ibid.). También ellos tienen derecho a escuchar la Palabra de Dios, tomar parte en la asamblea eucarística, recibir la ayuda que necesitan para mantenerse en la fe y la esperanza y para educar cristianamente a sus hijos, y a participar en las obras de caridad y en las iniciativas de la comunidad en favor de la justicia.

Los agentes de pastoral matrimonial y familiar

129. Aun cuando todos y cada uno de los cristianos hemos de ser los protagonistas de la evangelización de nuestras propias familias, el servicio pastoral de las comunidades cristianas a la familia requiere la existencia de personas especialmente vocacionadas y cualificadas.

* Obispos y presbíteros

130. Los obispos y los presbíteros dedicados por entero al servicio pastoral de las comunidades cristianas hemos de sabernos y sentirnos activamente responsables también de la pastoral del matrimonio y la familia. Ello exige de cada uno de nosotros una actitud de escucha ante las necesidades y problemas de la vida concreta de los matrimonios y familias de nuestro tiempo y de nuestro entorno. Nos pide además una actitud fiel y transparente al proponer las exigencias del evangelio y transmitir la concepción cristiana del matrimonio y la familia. Nos llama a defender y exigir ante la sociedad las condiciones que hagan viable el proyecto familiar cristiano. Nos impulsa a promover en nuestras comunidades cristianas los servicios que venimos proponiendo en estas líneas.

* Matrimonios cristianos

131. En la pastoral del matrimonio y la familia tienen un lugar irremplazable los laicos cristianos y particularmente los matrimonios. Ellos, por su condición y experiencia, pueden ofrecer un servicio fraternal y cercano en el que sus palabras y sus hechos sirvan de estímulo y ayuda a muchos otros ante problemas y situaciones similares. No bastan la mera experiencia ni la buena voluntad para asumir este servicio. Se requieren además una fe madura y una visión clara de la naturaleza y el significado del matrimonio y la familia cristianos, y una conciencia rectamente formada. Nuestras comunidades deben acoger a quienes se ofrecen para este servicio, llamar a quienes se les reconoce adecuados para el mismo y formarlos adecuadamente para este ministerio.

Estos matrimonios están llamados a formar parte de los equipos de acogida, a animar la formación prematrimonial y a impulsar los grupos parroquiales de matrimonios. Tienen ante sí un extenso campo de acción, lleno de retos y en verdad gratificante. En los agentes de pastoral matrimonial y familiar se requiere un decidido espíritu de trabajo en equipo, un talante apto para la comunicación fácil, una capacidad de empatía o comprensión del otro, optimismo realista y sentido de la esperanza. Estas cualidades se cultivan y adquieren progresivamente en el ejercicio del compromiso hecho servicio a los demás.

* Religiosos y religiosas

132. También los religiosos y religiosas, que han renunciado a formar su propia familia humana por el Reino, participan en la pastoral familiar. No sólo desde su interpelación hacia un modelo de vida más austero y solidario mediante el testimonio de la práctica de los consejos evangélicos. También sus compromisos en la educación, el trato directo con matrimonios y familias, la asistencia a enfermos, la acogida de ancianos, forman parte importante de su servicio eclesial a las familias.

Ámbitos y estructuras de la pastoral matrimonial y familiar 133. No pretendemos ahora plantear un diseño completo del servicio pastoral al matrimonio y la familia. No es éste su lugar. Pero sí deseamos sugerir algunas pistas de organización pastoral en este campo.

* Diócesis

134. Como pastores de las Iglesias diocesanas nos sentimos especialmente urgidos a impulsar desde los servicios diocesanos de pastoral del matrimonio y la familia, todo cuanto pueda contribuir al impulso, orientación y coordinación en este campo. Particularmente consideramos necesario atender desde la diócesis a la formación de agentes de pastoral y a los servicios de un Centro de orientación familiar. Cada una de nuestras Iglesias particulares ha de articular en este campo sus propias estructuras y proyectos, contando con la participación activa y corresponsable de los agentes de pastoral comprometidos al servicio del matrimonio y la familia.

* Movimientos

135. Hay entre nosotros, con diferente implantación, diversos movimientos de carácter matrimonial o familiar. Constituyen por su especialización y su metodología un elemento pastoralmente valioso en este campo. Un mayor acercamiento y colaboración mutuos entre estos movimientos y la pastoral parroquial, sería enriquecedor para ambos. Sabemos que estos movimientos han de preservar sus propias señas de identidad y organización, pero deseamos verlos integrados con su propio dinamismo en la pastoral de conjunto de nuestras Iglesias diocesanas.

* Parroquia

136. La parroquia como lugar de comunicación personal y directa con novios, matrimonios, jóvenes y niños, es el ámbito particularmente apropiado para promover las actividades pastorales relativas a la familia. En la comunidad parroquial tienen una gran importancia los servicios de acogida y formación prematrimonial, así como la ayuda primaria a familias con problemas y necesidades. Para impulsar y orientar toda la pastoral parroquial en esta área, tiene especial importancia la formación de un equipo parroquial de pastoral del matrimonio y la familia. De no ser viable en cada parroquia, debería constituirse al menos en el ámbito del arciprestazgo o zona pastoral.

CONCLUSIÓN

137. Deseamos que esta Carta Pastoral despierte en todos vosotros, queridos diocesanos, un creciente interés por esta realidad, humana y cristiana, tan importante cual es la familia. Tenemos la firme convicción de que la familia abierta, en actitud de sincera acogida, al Evangelio de Jesucristo y a los valores que el mismo propugna, se verá internamente renovada y enriquecida. Realizará así mejor su maravillosa misión de hacer los hombres y mujeres que necesita el momento histórico que nos toca vivir, portadores de esperanza y comprometidos por la creación de un mundo más humano y fraterno. Una familia que sea también anuncio y testimonio de una nueva humanidad, liberada, pacificada y salvada en Jesucristo.

Que María, madre de familia en Nazaret, inspire, aliente y sostenga nuestra reflexión y nuestro compromiso al servicio de la familia. Pamplona y Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria

16 de abril de 1995
Pascua de la Resurrección del Señor

+ Fernando, Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela
+ Luis María, Obispo de Bilbao
+ José María, Obispo de San Sebastián
+ José María, Obispo de Vitoria