REDESCUBRIR LA FAMILIA

CARTA PASTORAL DE LOS OBISPOS VASCOS



INTRODUCCIÓN

1. En distintas ocasiones nuestras Cartas Pastorales de los últimos años han incorporado diversas referencias a la familia. Ello pone de manifiesto que es ésta una realidad humana que toca muy de cerca la existencia de las personas en múltiples facetas de sus vidas. Ciertamente las personas y la sociedad tienen mucho que ver con el modo de ser y vivir la realidad familiar.

* Actualidad permanente de la familia

2. Ahora queremos ocuparnos directamente de esta realidad humana tan importante, para ofreceros la visión de la Iglesia acerca de la familia y del matrimonio en el que ésta se fundamenta y adquiere su consistencia. La salvación de Jesucristo, liberadora y plenificadora del ser humano, tiene también que ver con el matrimonio y la familia. Lo natural y lo sobrenatural se funden en el hombre en una sola realidad existencial. La Iglesia está persuadida de que la salvación de la persona y de la sociedad humana está estrechamente ligada a la solidez de la comunidad conyugal y familiar.

* Familia y cambio social

3. Los profundos cambios sociales de nuestro tiempo afectan también de modo importante a la familia. El cristiano ha de enfrentarse con el fenómeno del cambio, para situarse en medio de él sin renunciar a la fidelidad debida a los valores humanos permanentes, derivados de la fe y de la concepción cristiana de la existencia, y sin pretender vivir al margen de la historia. La fidelidad al mensaje del Evangelio no ha de impedir la necesaria adecuación a los cambios históricos, a fin de que los valores evangélicos puedan inspirar, purificar y estimular la auténtica realización del hombre en cada tiempo y cultura, concretamente en cuanto se refiere a la familia.

* Esquema de la Carta Pastoral

4. Nuestra reflexión será, en primer lugar, una aproximación a los aspectos de la vida familiar que se ven más profundamente afectados por el cambio cultural de nuestro tiempo. Trataremos de identificar las causas que inciden especialmente en el cambio familiar y las consecuencias del mismo en las relaciones familiares (cap. 1). Ofreceremos, en segundo lugar, la visión cristiana del matrimonio y la familia como una aportación clarificadora, en medio de los cambios, de los valores profundos y permanentes de estas realidades humanas. Nuestro propósito es ayudar a percibir los rasgos y exigencias que los cristianos descubrimos inscritos en la naturaleza humana, en cuanto al matrimonio y la familia se refiere (cap. II). Después os propondremos el significado propio de la familia cristiana como una tarea a realizar al servicio de la evangelización, no sólo de sus propios miembros, sino también como testimonio y acción transformadora en medio de la sociedad (cap. III). Finalmente nos referiremos a los servicios y ayudas que las comunidades cristianas hemos de promover especialmente en el campo de la pastoral matrimonial y familiar (cap. IV).

I

FAMILIA Y CAMBIO CULTURAL

5. El matrimonio y la familia son instituciones básicas en la configuración de la cultura de los pueblos. El modo de entender y vivir la vida familiar toca a las raíces más hondas del ser humano y de los comportamientos personales y sociales. Por ello mismo, los cambios culturales tienen también una gran influencia sobre la familia. El cambio cultural vivido a lo largo de los últimos años ha afectado también a nuestras familias. No faltan quienes hablan de crisis de la familia e incluso de la desintegración de la misma institución familiar. Las reflexiones que hagamos sobre la familia y sobre el matrimonio que está en su origen, no pueden ignorar este cambio social. Trataremos, por ello, de hacer una rápida aproximación a las referencias sociológicas especialmente significativas para el objeto que pretende esta carta pastoral.

Referencias sociológicas significativas

* Subjetividad e institución

6. Comenzaremos señalando la prioridad y prevalencia que se da actualmente a los aspectos subjetivos y personales del matrimonio y de la familia sobre sus elementos objetivos y jurídico-institucionales . El matrimonio y la familia, se dice, los hacen las personas que los viven, mucho más que las normas jurídicas o éticas que institucionalmente los configuran. Cada vez se cree menos en el valor del matrimonio y de la familia configurados y sostenidos por factores externos, distintos de la voluntad y de los sentimientos de las personas. La adecuación a normas externas o a imposiciones éticas que no respondan a los sentimientos subjetivos de las personas es interpretada como hipocresía y mentira social.

7. No es extraño que el conflicto derive espontáneamente en ruptura. Se hace, incluso, difícil de entender que puedan existir principios o normas capaces de configurar el ser del matrimonio y de la familia, al margen del amor entendido y vivido desde la propia subjetividad y forma peculiar de ver las cosas que cada uno pueda tener.

Matrimonio y familia, asuntos privados

8. Desde esta perspectiva, la tendencia a considerar el matrimonio y la familia como un asunto puramente privado es inevitable. El derecho al ejercicio de la sexualidad y el dominio sobre el propio cuerpo, unidos a la capacidad que cada uno ha de tener de disponer de su afectividad, llevan a subrayar el carácter puramente privado de esta esfera de la vida humana, en detrimento de la dimensión social que ella ha tenido hasta tiempos muy recientes.

9. La existencia de parejas de hecho, sin ninguna forma de reconocimiento o formalización pública, sea civil o religiosa, es una manifestación clara del fenómeno que constatamos. Son parejas que reivindican para sí y para los hijos que puedan engendrar, los mismos derechos que la sociedad ha venido atribuyendo a las personas unidas por un matrimonio legalmente reconocido y a sus hijos.

10. No puede extrañar que haya experimentado una fuerte quiebra la unión conyugal mantenida por encima de las alternancias y avatares propios de las relaciones interpersonales. Se ha difundido así, también entre nosotros, una cultura «divorcista» contraria a la firme persuación anteriormente arraigada, de la indisolubilidad del vínculo matrimonial. De hecho, el reconocimiento legal del divorcio ha supuesto un factor de cambio importantísimo en el modo de entender y de vivir las relaciones conyugales. La inestabilidad del matrimonio ha traído consigo en la misma medida la inestabilidad de las familias. La pertenencia simultánea de hijos de la misma pareja, menores de edad, a más de una familia, independientemente de las soluciones jurídicas que se den a los problemas que puedan surgir de ahí, es un hecho de graves consecuencias personales y sociales.

* Procreación, fecundidad y cambio cultural

11. La procreación de nuevas vidas y la fecundidad de los matrimonios ha sido un elemento de gran importancia para la configuración de la familia en nuestro contexto cultural. Y ello desde un doble punto de vista: el del reconocimiento social del matrimonio como único lugar propio para la generación de nuevas vidas humanas y, a la vez, el del valor y la estima del hijo como un don para la familia y también para la sociedad. Actualmente existe, con mayor o menor aceptación social, la procreación de la persona al margen del matrimonio o de la convivencia en pareja. Llega incluso a plantearse la legitimidad de familias de «padres» homosexuales. Por otra parte, a la espontaneidad natural ha sucedido el cálculo premeditado en la transmisión de la vida, con el consiguiente efecto de una gran reducción de la natalidad, hecho éste de graves consecuencias sociales.

* El paso a la familia «nuclear»

12. Se da también otra realidad que, aunque puede pasar inadvertida, es importante recoger por sus efectos en la concepción de la familia y en la misma vida familiar. Se trata del paso de la familia plurigeneracional a la familia «nuclear», formada exclusivamente por los padres y los hijos. Los abuelos parecen no tener sitio en las familias modernas y frecuentemente cuando viven en ellas, «estorban». Este dato, unido al de la limitación de la natalidad anteriormente analizado, da lugar socialmente a una familia reducida o empequeñecida en el número de sus miembros, independientemente del juicio de valor que sobre ello haya de hacerse.

* Cambio en las relaciones internas a la familia

13. Ha cambiado, en buena parte, el modo de entender y vivir las mutuas relaciones tanto en la misma pareja como entre padres e hijos. La promoción cultural y laboral de la mujer ha introducido un talante más igualitario en la relación entre los esposos y la distribución de las tareas del hogar. Por otra parte, la comunicación entre padres e hijos se desarrolla en un marco menos autoritario y más dialogante. El conflicto intergeneracional se ha ido suavizando durante estos últimos años, tal vez porque los padres han renunciado a imponer a sus hijos determinadas pautas de comportamiento. E1 desacuerdo se mantiene, sobre todo, en el campo de lo sexual y en las cuestiones políticas.

* Los «roles» en la familia

14. Particular importancia tiene, desde todos los puntos de vista, el cambio que la familia ha experimentado en lo que se refiere a los «roles» o funciones que ella desarrolla en la sociedad y a los que ésta le atribuye como algo propio que a ella toca desempeñar. El cambio experimentado afecta muy particularmente a su función educativa, entendida como influencia y acompañamiento a realizar para la formación de la persona y su socialización.

Pero no se limita a esto el cambio experimentado en la función y el papel que la familia juega en la sociedad. No parece desacertada la visión de quienes afirman que, por diversas razones socio-políticas y culturales y en general, el rol de la familia se ha reducido notablemente, cediendo el campo a factores externos y sociales que han irrumpido en el ámbito de lo que hasta ahora había venido siendo propio de la intimidad y la competencia de las familias.

* Dependencia y dispersión en la vida familiar

15. Queremos constatar finalmente un hecho que aparentemente es contrario a lo que acabamos de afirmar. Se trata de un fenómeno relativamente reciente entre nosotros. Podríamos definir como el de un crecimiento de la dependencia de los hijos respecto de los padres y de la familia a la que pertenecen. Incluso se ha llegado a sugerir que la familia es actualmente la verdadera «Seguridad Social» de los hijos. Su emancipación económica e incluso afectiva se está retrasando o retardando más allá de lo que cabría esperar del espontáneo deseo de libertad e independencia propio de la juventud actual. Junto a esto se puede observar, en general, una disminución clara de la comunicación familiar, debido, sobre todo, a la irrupción de la televisión en el hogar y a la dispersión de los miembros de la familia por razones de trabajo, estudios o diversión.

Causas que han podido influir en este cambio

16. El cambio social relativo a la familia y a la vida familiar no es una realidad que nos deja indiferentes. Percibimos que son muchos y muy importantes los valores humanos que están implicados en él. Nos preguntamos con razón qué es lo que está pasando y cuáles son sus causas y motivaciones. Nos interesa también hacer una primera valoración de todo este proceso de cambio, para no ser meros espectadores del mismo y para no ceder pasivamente a la acción de los mecanismos que lo originan. Solamente si lo situamos en un cambio cultural más amplio y englobante, puede sernos comprensible el cambio familiar. La familia no es una realidad cerrada en sí misma, que existe al margen de lo que sucede en la cultura en la que ella está inmersa.

* La estima de lo inmediato placentero

17. El valor dado a lo inmediato, a lo actual de cada momento y a su capacidad de producir satisfacción y bienestar, adquiere una particular importancia en una cultura que desconfía de valores y principios absolutos y, por ello, fijos y consistentes. Lo importante es vivir y la vida, se dice, es el fruto de lo inmediato y de lo concreto. Los principios y las normas generales son menos fiables que las ofertas de lo actual y de lo concreto. Los proyectos de futuro no merecen la confianza suficiente para exigir compromisos firmes y definitivos. Se vive desde la provisionalidad de cada momento y en tanto esa provisionalidad perdura.

18. Ni siquiera realidades tan comprometedoras, con exigencias y promesas de perennidad, como pueden ser el amor, la fidelidad a la palabra dada y otras análogas, pueden pretender crear compromisos estables y definitivos en un mundo en el que todo cambia. «Eso era antes; ahora todo es distinto» es la explicación fácil y legitimadora de lo que sucede. El cambio se justifica por sí mismo o, mejor, en razón del bienestar, la felicidad o el placer inmediato que genera.

* El individuo, medida de la existencia

19. En este contexto cultural, la individualidad adquiere una preeminencia tal en la vida de la persona que su dimensión social y las dependencias que de ella espontáneamente se derivan, pasan a un lugar muy secundario y menos significativo. La conciencia subjetiva, la libertad, el placer individual o compartido, tienden a convertirse en la medida de todas las cosas. Existe así una peculiar interpretación de lo que es el hombre considerado como medida del vivir y de los comportamientos. La individualidad viene a ser la nueva lectura de la personalidad. De ahí deriva espontáneamente una peculiar manera de entender la igualdad de todas las personas, sin atender a la edad, el sexo, la función social o cualquier otra consideración que pudiera modular la radical e inalienable igualdad de todos los individuos.

20. Esta privatización del ser humano, fruto de una percepción radicalmente individualista de lo que es la persona, desfigura realidades tan profundamente humanas, tales como la sexualidad, la procreación, la convivencia conyugal y otras que están en la base de la institución familiar. El individuo llega a afirmarse como dueño de sí mismo, de su sexo y de su corporeidad. Ni siquiera el respeto a la vida propia o a la ajena se consideran como límites válidos a la actualización de la propia libertad.

* Profesionalización de la mujer

21. El reconocimiento de la dignidad de toda persona humana y de cada individuo en particular, constituye una innegable adquisición de la cultura actual. Merece aquí una especial atención el fenómeno del «feminismo», por sus consecuencias en la concepción de la relación matrimonial y familiar. Se han visto alterados ciertos modos tradicionales de definir los roles del hombre y de la mujer en la realización del común proyecto familiar. La profesionalización de la mujer y la sustitución que, en no pocos casos, ella hace del hombre en la función de asegurar los ingresos económicos necesarios para el sostenimiento de la comunidad familiar, no son ajenas a la plena equiparación social del hombre y de la mujer. Se alteran así ciertos modos de comportamiento antes habituales, considerados ahora injustamente discriminatorios. Tampoco pasa inadvertido el hecho de la creciente presencia y participación de la mujer en la vida pública. La idea de que ha de ser el hogar el lugar propio de la mujer, esposa y madre, en contraposición al del hombre, marido y padre, al que habría de reservarse el ámbito de la vida profesional y pública, no es admitida en la actualidad.

* De la tolerancia al permisivismo

22. La consolidación de la libertad individual en la vida social lleva consigo el clima de tolerancia y deriva fácilmente a la indiferencia ante las valoraciones éticas de los comportamientos. El discernimiento entre el bien y el mal queda relegado al ámbito de la pura intimidad de las conciencias. Surge así una forma de convivir que se apoya en la permisividad.

La autoridad, se dice, no puede hacer otra cosa que recoger y transformar en normas de convivencia lo que se piensa que la mayoría de la población desea. Se pierde así la fuerza y el valor normativo de una visión plenamente humana del matrimonio y de la familia, orientadora y estimulante para los comportamientos personales, familiares y sociales. Paralelamente existe el riesgo de una mimética configuración de la vida familiar según el estilo y los patrones propios de la sociedad democrática, sin atender debidamente a la propia peculiaridad de la familia, a sus funciones características y, en definitiva, a su propia identidad.

* Influencia de los medios de comunicación social (M.C.S.):MASS-MEDIA

23. Es característica de la cultura actual la enorme importancia que han adquirido los medios de comunicación social, en la configuración de las ideas, los juicios de valor, la modulación de los sentimientos y, en definitiva, en los comportamientos de las personas y de los grupos. Ellos transmiten permanentemente mensajes, imágenes, modelos de comportamiento.

La familia no es ajena a esa influencia. La intimidad familiar sufre la agresión de los MCS y la de los modos de vivir y de convivir que ellos transmiten. Los MCS son los «extraños » que conviven con la familia o, más aún, los distintos «huéspedes» a los que se invita a entrar, según el gusto particular de cada uno. De manera especial ha de tenerse en cuenta el influjo de la televisión, por la imagen ofrecida de unas relaciones de pareja «cosificadas», especialmente lesivas de la dignidad de la mujer. La cultura actual sobre la familia no se entiende sin la influencia de estos medios. Tampoco se entendería, para bien o para mal, la vida de cada una de las familias. Los modos de convivencia y su misma cohesión están fuertemente influidos por ellos.

* Factores económicos y consumismo en la vida familiar

24. Los factores económicos, en su gran complejidad, influyen también fuertemente en la configuración del modelo familiar, en la determinación de sus valores, en la organización de su funcionamiento y en la definición del mismo proyecto familiar. Los ingresos que se quieren asegurar, los gastos que se consideran indispensables para satisfacer las necesidades o los niveles de bienestar que se quieren conseguir o mantener, la plaga social del paro que afecta tanto a los cónyuges como a los hijos, condicionan y, en cierto modo, determinan gran parte de la vida de las familias. Son igualmente económicos los mecanismos que crean el clima de consumismo en el que están sumergidas las familias. Desde él se definen muy frecuentemente los parámetros de la felicidad. Son factores económicos los que definen también algo tan importante como es el «espacio» familiar, es decir, el tamaño de las viviendas y la posibilidad de acceder a ellas. Son ellos los que frecuentemente asignan sus roles a los miembros de las familias y las funciones que éstas han de cumplir.

* La familia, recinto de libertad

25. Sería equivocado, con todo, atribuir todo lo que de bueno o de malo sucede en las familias, a causas externas a ellas mismas y a las personas que las forman. Los miembros de la familia, padres e hijos, son, de hecho, sujetos activos en el proceso continuado de la creación de la propia familia. La familia puede hacer su propia vida, a partir de sus aspiraciones, criterios y posibilidades reales. La familia es un lugar en el que individualmente y comunitariamente es posible el ejercicio de la propia libertad. Por múltiples e intensas que sean las influencias provenientes del medio social y por fuertes que sean los condicionamientos y presiones nacidos de él, de la familia debe decirse que es también un recinto de libertad en el que caben las opciones personales y comunitarias.

Dentro del mismo clima o medio socio-cultural, se puede vivir y, de hecho, se vive de manera distinta la vida familiar. La familia puede elaborar su propio proyecto de vida. Ella es, además, una plataforma válida para actuar, incluso asociativamente, sobre la misma sociedad que la configura. Hay que constatar, sin embargo, que el asociacionismo familiar y la actuación de las familias de forma asociada es muy deficiente entre nosotros. Una deficiencia cuyas consecuencias habrá que valorar en su justa medida.

* Religiosidad y valores éticos en la familia

26. Aun previamente a la valoración que sobre él pueda hacerse, es necesario finalmente constatar otro hecho de influencia innegable en el cambio de la familia y en la vida familiar. Nos referimos a la pérdida en el ámbito de la vida familiar, de las referencias religiosas y de los valores éticos que de ellas se derivan. El debilitamiento de la fe y el fenómeno de la increencia, tienen también, a nuestro juicio, una gran influencia en el cambio de la familia. En concreto, los preceptos divinos y la enseñanza moral de la Iglesia han ofrecido durante mucho tiempo, en nuestra cultura, la base sobre la que se han apoyado el matrimonio y la vida familiar. Ahí ha encontrado nuestra sociedad la referencia objetiva para discernir y valorar los comportamientos relativos a ellos. El cambio de la mentalidad social respecto de la vigencia y la actualidad de los valores religiosos no ha sido indiferente para la institución familiar y para el proceso de cambio que en torno a la misma se ha venido dando.

Las familias ante la realidad del cambio social

* Aproximación a la experiencia de la vida en familia

27. El cambio socio-cultural y las condiciones socio-económicas afectan al ser histórico y a las funciones que desempeña la institución familiar. Repercuten también en el modo de vivir y de sentir la experiencia familiar de las personas. Por ello es justo que nos preguntemos cómo viven y se sienten hoy las familias, sumergidas en el ambiente social en el que ellas viven y que, en gran manera, es ajeno a su voluntad. Tampoco las familias que desean vivir un proyecto familiar inspirado por los valores explícitamente cristianos, son ajenas a las influencias del ambiente general. No pretendemos ofrecer una imagen de familia en la que todas se sientan reflejadas de la misma manera. Cada familia vive su propia y peculiar identidad. Nuestro deseo es mucho menos ambicioso. Solamente queremos señalar algunos rasgos en los que las familias puedan verse identificadas en mayor o menor medida, para ayudarles así a vivir más conscientemente su propia realidad. Queremos, a partir de ahí, ofrecerles la posibilidad de actuar más coherentemente con los que, a nuestro juicio, son los auténticos valores humanos y cristianos inspiradores de su más plena realización.

28. Este intento de describir lo que es la vida familiar y de analizar las actitudes desde las que ella se vive, puede parecer una indebida intromisión en el ámbito de su intimidad. Somos conscientes de ello. Por esto, nos adelantamos a decir que cuanto pueda recogerse a continuación, está dicho con el máximo respeto debido a las personas y a su vida privada. Sólo una expresa voluntad de servicio y, en su caso, de clarificación, es el móvil de nuestras afirmaciones y reflexiones.

29. Queremos recoger, ya de entrada, el hecho de la existencia de numerosas familias que son capaces de vivir, con serenidad y con paz, todo el proceso y el recorrido propio de la vida familiar, inspirado por el auténtico amor humano y cristiano, aun en medio de las inevitables tensiones originadas por la dinámica de cambio de la sociedad en que vivimos. Es esto para nosotros un motivo de esperanza y de gozosa alegría. Pero ello no impide que recojamos otros aspectos que, a primera vista al menos, parecen reflejar una imagen más oscura de la vida familiar.

* El riesgo de la insolidaridad

30. En esta sociedad en la que vivimos, la familia podría pretender ser un recinto de tranquilidad, de bienestar y de paz, protegido por la intimidad y el aislamiento. El anonimato propio de las concentraciones urbanas puede favorecer y ocultar la falta de relación con el contexto social, que derive hacia el mutuo desconocimiento. La familia vuelta y cerrada sobre sí misma se convierte así en una especie de refugio ante un mundo hostil al que se quisiera ajeno y fuera del recinto familiar. Esta manera de entender y de vivir la familia puede tener importantes consecuencias en el modo de ser y de relacionarse de los miembros que la constituyen. El desarrollo de la afectividad de los hijos sufrirá también los efectos de este aislamiento social. Y cabría decir que la misma familia puede convertirse en una especie de correa transmisora de insolidaridad.

* Realización progresiva del proyecto familiar

31. Las familias no son ajenas a las tensiones y a los conflictos que se viven en la sociedad. Con frecuencia no ofrecen ellas el clima de serenidad y de armonía en el que sus miembros pudieran hallar lo que, en no pocas ocasiones, les niega la sociedad. Una visión realista de la familia ha de llevarnos a constatar realidades menos gozosas, aunque éstas, paradójicamente, pueden llevar dentro de sí el germen de realizaciones más maduras y también más gratificantes.

Desde esta perspectiva, la familia es vista como una meta u objetivo a realizar permanentemente, y los bienes que de ella hayan de esperarse, serán objetivos a conquistar tras un esfuerzo continuado, arduo y esperanzado. La familia no se hace espontáneamente por sí misma; ha de ir haciéndose en el empeño de cada día. También la familia es una realidad social vivida en medio de las tensiones naturales propias de las relaciones humanas y de la convivencia comunitaria. El clima social puede hacer que esas tensiones se ahonden más o menos y lleguen a convertirse en auténticos conflictos. La dificultad de la comunicación humana es algo natural y hay que contar con ella. La estrecha proximidad entre las personas, llamada a intensificar la cercanía y la comunión espiritual y afectiva entre ellas, puede convertirse en ocasión para originar divisiones y enfrentamientos.

* Por la vía de la comunicación y el diálogo

32. La comunicación y el diálogo es la vía natural que debe conducir al entendimiento entre las personas y a superar los motivos de distanciamiento y la disparidad de los criterios y puntos de vista. Cabe preguntarse, con todo, en qué medida la vida actual, en la complejidad de sus llamadas, ocupaciones y centros de interés, ofrece el espacio sicológico y la quietud necesarios para dialogar y comunicarse. Quizás hay demasiado ruido para oírse y demasiada prisa para poder escucharse. Es posible que dentro del recinto familiar se oigan más las voces entrometidas y se vean más imágenes interpuestas, que las palabras y los rostros de quienes son de casa. Y quizás no sea ésta la única dificultad para el diálogo. La falta de una base común de ideas, criterios y sentimientos puede hacer más difícil la comunicación respetuosa y el diálogo. La discusión o el «silencio» pueden ocupar su lugar.

* La «paz» de un «resignado» silencio

33. Si, en ocasiones, esta comunicación y diálogo entre los cónyuges se hace difícil, no lo es menos cuando se trata de las relaciones entre los padres y los hijos. La diferente manera que tienen las diversas generaciones de enfrentarse con la vida, se convierte frecuentemente en un conflicto intergeneracional que hace sufrir a las familias. Los padres y los hijos no piensan ni actúan de la misma manera en cuestiones que para unos y otros están muy lejos de ser intrascendentes. Lo que es bueno o, por el contrario, lo que debe considerarse rechazable no es apreciado de la misma manera por unos y otros. El mundo del sexo y de las relaciones afectivas es causa de duros enfrentamientos. La reivindicación de la propia libertad puede chocar con lo que los mayores consideran ser una espontánea y evidente exigencia del orden familiar y de la honestidad moral. El futuro incierto por causa del paro hace más difícil en los jóvenes la elaboración de un proyecto de vida propio que habría de «normalizar» muchas situaciones. El tema religioso y también las opciones ideológicas y políticas son portadores de una especial carga de agresividad que puede hacer imposible todo intento de diálogo.

Un «resignado» silencio puede ser el único camino ofrecido para asegurar «la paz de la familia». Un silencio que parecería exigir como precio amargo el sentimiento de una cómplice «permisividad».

* Un injustificado sentido de culpa

34. «Qué debíamos haber hecho que no hicimos», os preguntáis algunos padres que habéis vivido dentro de vuestros hogares la experiencia dolorosa de la drogadicción, el desorden moral o la falta de fe religiosa. Sería falso y además injusto atribuir a la falta de interés y, por ello, de amor de los padres, los desajustes que puedan existir en las familias. Sería igualmente equivocado atribuirlos, sin más, a la inexperiencia o irresponsabilidad de los hijos. No sería tampoco camino acertado el de buscar y asignar ajenas «culpabilidades» tranquilizadoras. El dolor es frecuentemente la expresión espontánea de un amor que no ha visto realizadas sus mejores aspiraciones y deseos, precisamente en las personas a las que más se quiere. En casos extremos, ese dolor puede ser consecuencia de un sentimiento oscuro de frustración y de fracaso.

* El amor al servicio del proyecto familiar

35. La fe firme en el gran potencial de amor existente en el corazón humano, vivido particularmente en el ámbito de las relaciones entre los esposos y entre los padres y los hijos, nos mueve a querer compartir con vosotros, en la esperanza, esta hermosa tarea de crear y consolidar la familia a partir de sus más auténticas y profundas raíces humanas. Somos conscientes de que ello será posible solamente desde la intensidad humana y afectiva que vuestra propia experiencia dará a lo que aquí os podamos decir o sugerir. Tenemos la firme persuasión de que también en el contexto sociocultural que hemos descrito como primer paso de esta Carta Pastoral, la familia sigue siendo un proyecto de vida al que merece la pena dedicar lo que de más noble y creador existe en el corazón humano.

II

VISIÓN CRISTIANA DE LA FAMILIA

La visión cristiana del matrimonio y de la familia, al servicio del hombre y de la sociedad

* Dignidad humana de la familia

36. Después de haber recogido algunos aspectos de lo que es la realidad de la familia actual, queremos ofreceros a continuación la visión cristiana acerca de lo que son el matrimonio y la familia. La realización de la persona humana y el mismo bien de la sociedad tienen mucho que ver con el reconocimiento práctico de su dignidad y de sus funciones naturales.

La Iglesia presta un importante servicio a la humanidad al defender lo que ella cree ser la verdadera naturaleza de la institución familiar, coherente con la natural dignidad y plena comprensión del ser humano, abierto a Dios y a su proyecto sobre la humanidad.

* Lectura de la naturaleza con la ayuda de la fe

37. La Iglesia lee ese proyecto divino sobre el hombre ahondando en el conocimiento de la naturaleza humana. Pero actúa también iluminada por la fe cristiana que nos dice lo que el hombre es y está llamado a ser, como proyecto existencial, en la mente divina. De esta manera, la salvación liberadora y plenificante del ser humano anunciada y realizada en Jesucristo, alcanza también al matrimonio y a la familia. Es en El en quien «los anhelos de vida, justicia, liberación y felicidad que se encierran en la humanidad se van a hacer realidad» (Carta Pastoral, Evangelizar en tiempos de increencia, Pascua de Resurrección, 1994, n° 35).

El Concilio Vaticano II afirmó expresamente que «la salvación de la persona y de la sociedad humana está estrechamente ligada a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar» (Gaudium et spes, nº 47). El hombre y su realización en la sociedad siguen siendo el núcleo central del interés del mensaje cristiano y de la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia. En la misma línea, el Papa Juan Pablo II afirmaba en su enc. Familiaris consortio (n° 1) que «la Iglesia, consciente de que el matrimonio y la familia constituyen uno de los bienes más preciosos de la humanidad, quiere hacer oír su voz y ofrecer su ayuda a todo aquel que, conociendo ya el valor del matrimonio y de la familia, trata de vivirlo fielmente; a todo aquel que, en medio de la incertidumbre o de la ansiedad, busca la verdad, y a todo aquel que se ve injustamente impedido para vivir con libertad el propio proyecto familiar».

* Sentido de la palabra de la Iglesia sobre la familia

38. No interpretan bien la mente de la Iglesia cuantos creen que su voluntad de anunciar públicamente y de hacer socialmente eficaz su doctrina acerca del matrimonio y de la familia, es el fruto de una intromisión indebida en el ámbito de realidades ajenas a ella y a su misión evangelizadora. La Iglesia no puede renunciar a aportar a la sociedad lo que ella cree ser el camino para la más plena realización de la persona humana.

La familia, comunidad de amor

* Opción de amor en libertad e igualdad

39. La familia se realiza en la comunidad de amor y de vida del hombre y de la mujer, que hunde sus raíces en la sexualidad humana, diferenciada y complementaria tanto fisiológicamente como psicológicamente. La totalidad del ser humano está impregnada por su sexualidad, con las riquezas y las limitaciones propias de cada sexo. En la diversidad se oculta la llamada natural a la complementariedad y a la mutua donación, que llevan consigo una vocación de totalidad y de permanencia.

En el origen de la familia está la donación libre y espontánea que hacen de sí mismos quienes desean amarse a través de la capacidad de entrega mutua que contiene su comunicación sexual. La familia es fruto del amor interpersonal, vivido desde la entrega hecha en virtud de una opción de libertad, apoyada en la natural igualdad y dignidad humana del hombre y de la mujer.

* Amor y sexualidad

40. La unión interpersonal que está en la base de la familia nace de la convergencia de dos personas sexualmente distintas. Con todo, la mera unión sexual no asegura la existencia de un amor verdaderamente humano. Enraizado en la sexualidad, el amor conyugal exige niveles más altos de comunicación y de ternura que alcanzan al espíritu, y ha de regirse también por las leyes del espíritu. Por esto, la unión sexual plenamente humana no puede limitarse a ser una mera experiencia de placer compartido. Lleva en sí la promesa de una llamada a la felicidad, fruto de la total comunicación hecha en una entrega de amor.

Esta lectura humana de la vocación del hombre y de la mujer a la intercomunicación sexual y al amor está presente en la mente y el proyecto originario de Dios. Dios creó a la mujer para que el hombre no estuviera solo y, al imprimir en ellos su imagen, los hizo capaces para el diálogo y la comunicación que hallaran su plena expresión en la mutua donación sexual en el cuerpo y en el espíritu, haciendo de ellos una sola carne (Gn 1, 27; 2, 18. 24). La capacidad del hombre y de la mujer para comunicarse y amarse, adquiere en la vida compartida y en las múltiples manifestaciones propias de la sexualidad humana, una expresión particularmente intensa y llena de promesas de realización personal.

* Con exigencia de permanencia y totalidad

41. La donación sexual vivida en el amor tiene en sí misma la llamada y la exigencia de la permanencia y la totalidad, en las que está comprometida la igual dignidad del hombre y de la mujer. Un amor de totalidad coherente con la totalidad de la entrega que arrastra consigo la donación sexual. La persona es dueña de su sexualidad, pero ha de vivirla en coherencia con la función personal, interpersonal y social que a ella le es connatural. La pérdida de esta perspectiva integralmente humana de la sexualidad conduce a una deshumanizadora trivialización del sexo, que paradójicamente puede conducir a una idolización esclavizadora.

* Matrimonio y familia

42. Por la formalización y reconocimiento públicos del matrimonio, la sociedad trata de dar solidez y consistencia a la comunidad de amor nacida de la mutua entrega y del pleno ejercicio de la sexualidad humana. Trata de proteger así la dignidad de la persona humana, fuertemente comprometida por la relación sexual. Establece, además, la base firme de la comunidad familiar que posteriormente adquirirá su plena realización en la generación de nuevas vidas humanas.

* El matrimonio cristiano, sacramento

43. Solamente el matrimonio monogámico e indisoluble es capaz de asegurar la riqueza humana, personal y social, de la comunidad de vida instaurada a partir de él. Así lo entiende la Iglesia desde la comprensión de lo que es la naturaleza y el sentido humano del amor conyugal y del compromiso de vida que el mismo lleva consigo. Lo cree también así a la luz de la lectura que ella hace, en cumplimiento de su misión de «conservar e interpretar la palabra de Dios» (Dei Verbum, n° 12), de las palabras de Jesús. Es El quien ante el recurso a la legislación del repudio autorizado por Moisés, manda que «lo que Dios unió, no lo separe el hombre» (Mc 10, 9), restableciendo la situación originaria, ya que «al principio no fue así» (Mt 19, 6). Desde esta visión del matrimonio, éste se convierte para los cristianos en el signo sacramental de la unión indisoluble de Cristo con su Iglesia. El carácter sacramental del matrimonio ratifica y consolida su original exigencia de unidad e indisolubilidad.

44. Esta concepción del amor y del matrimonio no es fácilmente aceptada hoy en día por la sociedad. Es, más bien, objeto de un positivo rechazo. Los matrimonios cristianos y los jóvenes que se disponen a recibirlo no son ajenos a la influencia de esta manera de pensar que se respira en la sociedad. Es importante, por ello, que los valores humanos y evangélicos del amor y del matrimonio sean conocidos, apreciados y vividos por ellos como camino y expresión de una plena realización humana y religiosa del amor conyugal. Y no solamente como una mera obligación legal o moral, juzgada arbitraria y contraria a la dignidad y libertad humana, impuesta por la Iglesia.

* El amor, un objetivo permanente

45. La vida matrimonial y, dentro de ella, la relación sexual están ordenadas a la creación continuada de una auténtica comunidad de amor. El matrimonio, es por su propia naturaleza una comunidad de amor. Cualquier forma de separar estas dos realidades, sexo y amor, va en contra de su más íntima naturaleza. Pero, no hay que ignorarlo, la mera realización del acto conyugal y el placer que va unido al mismo no aseguran la existencia de la relación de amor. Esto que es verdad fuera del matrimonio, puede serlo también en el ámbito de la relación conyugal. De ahí la necesidad de que los cónyuges alimenten de una manera consciente y permanente en la totalidad de la vida matrimonial la dimensión comunicativa del amor. El amor ha de ser una meta a alcanzar, por medio de un proceso en el que pueden darse momentos e incluso etapas más o menos duraderas, de oscuridades y retrocesos e incluso de crisis.

Quizás una excesiva confianza que desgraciadamente no es corroborada por la experiencia, pueda hacer creer que el amor irá creciendo y purificándose dentro del matrimonio de manera espontánea. Por el contrario, los esposos deben saber defender el amor que está en la base del matrimonio. Han de estar también dispuestos a aceptar la disciplina y negación de sí, necesarias para superar las dificultades que puedan sobrevenir. Sólo así podrán evitar que se convierta en insoportable servidumbre el vínculo matrimonial que fue asumido como expresión natural de una promesa de amor total y definitivo.

* Fortaleza y debilidad del amor conyugal

46. En ocasiones, los esposos pueden encontrarse en situaciones de «debilidad» anímica y afectiva que les incapacite para enfrentarse con dificultades que, por otra parte, habrían de considerarse normales y naturales en el proceso evolutivo de la dinámica del amor. La opinión más o menos generalizada de que el matrimonio solamente existe mientras perdure el amor ha de ser contrarrestada con la convicción de quien sabe que el matrimonio tiene una consistencia institucional que está por encima de las alternancias de los estados anímicos subjetivos.

Corresponde a los mismos cónyuges buscar, defender y consolidar permanentemente, con la ayuda de Dios y sin excluir ayudas externas a ellos mismos, la plena coherencia entre las exigencias de la institución y los sentimientos personales. La fidelidad en el amor es la más fuerte afirmación de la libertad. No deberían tampoco olvidar en sus momentos de dificultad y ante las posibles grietas producidas en la natural llamada a la mutua fidelidad, que su vida de amor interesa también a los hijos. La presencia de éstos les recordará que el amor conyugal no es una cuestión que interesa en exclusiva a los esposos.

Al servicio de la vida

* Amor conyugal y fecundidad

47. La relación conyugal y su plena expresión en la comunicación y mutua donación sexual están ordenadas por su propia dinámica interna a la fecundidad. Esta intencionalidad natural se manifiesta en la realidad física de la unión de los sexos. La revela también la unión espiritual de los esposos cuyo amor busca trascenderse en la originalidad de un nuevo ser humano. Por ello la apertura de la sexualidad a la fecundidad no debe considerarse como algo añadido, arbitrario y extrínseco, dependiente de la mera voluntad de los esposos e incorporado desde fuera a la entidad propia del acto sexual.

48. La complejidad de las cuestiones relativas al control de la natalidad y a la moralidad de los medios utilizados para lograrlo, no debe desviar la atención de esta verdad fundamental, necesaria para comprender toda la riqueza humana del matrimonio y de la comunidad de amor propia de los esposos. El amor conyugal, que es esencialmente don de sí, no se agota dentro de la misma pareja. Busca su realización ulterior, más allá de ésta, en la realidad del hijo, «reflejo viviente de su amor, signo permanente de la unidad conyugal, síntesis viva e inseparable del padre y de la madre» (enc. Familiaris consortio, nº 14).

La renuncia al hijo, los aplazamientos de su concepción derivados de cálculos egoístas, el temor a la procreación, son realidades que reflejan actitudes contrarias a la plena expresión y expansión del amor conyugal, y llevan en sí mismas el germen de una eventual frustración. Comportamientos de esta naturaleza impiden el pleno despliegue de la realidad humana y cristiana del amor conyugal (1).

* Egoísmo y deterioro del amor

49. La intención más o menos explicitada de disfrutar del amor conyugal sin el estorbo de los hijos que pudieran venir, difícilmente puede eludir la sombra de un egoísmo compartido y puede fácilmente derivar hacia el hastío y el sueño engañoso de nuevas experiencias. El mandato de Dios «sed fecundos y multiplicaos» es portador, en sí mismo, de una bendición anterior al imperativo de «llenar la tierra» (cfr. Gn 1, 28). Así como el placer de la unión sexual carente de la comunicación de amor arrastra consigo la depreciación humana del «conocimiento» mutuo de los esposos, de la misma manera la separación artificial de principio, entre la donación amorosa y la fecundidad, implica la ruptura de la dinámica estructural del amor sexual entre los esposos.

La desfiguración del amor del matrimonio tiene además innegables consecuencias en la genuina comprensión de lo que es el amor humano en la rica variedad de sus manifestaciones. La pérdida del sentido de la gratuidad en las relaciones humanas, la conversión de lo más íntimo y personal en una mercancía de uso, la inconfesada persuasión de que todo puede convertirse en algo que se puede comprar y vender, son indicadores de la pérdida cualitativa de lo que es el auténtico amor humano. Estas realidades no son ajenas a la pérdida de la gozosa experiencia de un amor conyugal que se trasciende a sí mismo en la generosa aceptación de los hijos.

50. Quienes, aun en medio de las contradicciones de nuestra cultura, aspiran a vivir en plenitud la riqueza del matrimonio inspirado en los valores cristianos, no deben perder de vista estas perspectivas individuales y sociales, que le son propias. Lo decimos sin ignorar el peso de los condicionamientos socio-económicos y de otra índole que pueden actuar en contra de las mejores aspiraciones de los esposos (cfr. Gaudium et spes, n° 50). Las innegables conquistas de la mentalidad actual en favor de la igual e inalienable dignidad de la persona del hombre y de la mujer dentro del matrimonio, así como el reconocimiento de los irrenunciables valores inherentes a la racionalidad humana, no deben ocultar los valores positivos de la natural conexión existente entre el amor y la fecundidad. Es equivocado confundir lo «natural» con lo puramente «espontáneo» y «ciego». Pero tampoco sería acertado ignorar la deshumanización generada por una cultura unidimensional que insensiblemente va privando a la naturaleza humana de sus más puras y ennoblecedoras capacidades, en aras de un consumismo egoísta y sin sentido.

* Función social de la transmisión de la vida

51. Esta visión profundamente humana que descubre la riqueza propia de la vida matrimonial y de la familia, se enriquece y consolida desde una perspectiva más marcadamente social. El matrimonio y la familia es el lugar querido por Dios y por la naturaleza para asegurar la continuidad de una humanidad que no puede tolerar su desaparición por la vía de una autodestrucción colectiva. Ella lleva inserta en sus propias entrañas la llamada a sobrevivir, aunque racionalmente no pueda demostrar por qué ello tiene que ser así. La misma naturaleza ha puesto en el hombre y en la mujer la llamada a quererse y amarse por la vía de un amor que tiende a trascenderse en el hijo. Ignorarlo equivaldría a ir en contra de la realidad y tratar de re-crearla en la aventura de una artificialidad cuyas consecuencias pueden ser imprevisibles.

Dios y la naturaleza han confiado al amor de los esposos y de la comunidad familiar la noble tarea de transmitir la vida que la humanidad necesita, aunque la ciencia pueda ofrecer la posibilidad de hacerlo de otra manera y por otros caminos. Esa ciencia no lleva en sí misma la «razón» de lo verdaderamente humano o, dicho en otras palabras, el criterio ético inspirador de los comportamientos. Recordarlo no debe considerarse, sin más, como regresión a un pasado ya superado ni como expresión de un espíritu reacio a los progresos de una sana modernidad.

52. Los esposos sois quienes mejor conocéis vuestra trascendental misión de ser generadores de una vida humana, que solamente en el calor de la familia halla el «hogar» adecuado para acogerla. El valor y la dignidad de la persona humana, de cada persona humana, exigen mantener la debida cautela ante «experimentos» audaces de cuyas consecuencias sociales no podemos tener «experiencia» y que apenas somos capaces de imaginar.

Desde esta visión natural y cristiana de lo que es la comunidad familiar en su más íntima realidad humana, no tiene sentido hablar de otros modelos válidos de matrimonio y de familia, en los que no se respete la originaria dualidad hombre-mujer y la comunicación sexual y afectiva que está en la base de la generación de la persona humana. Solamente el amor mutuo de los esposos, hombre y mujer, puede ofrecer el clima humano adecuado para llamar a la vida a un nuevo ser humano y para acogerlo tras haberlo concebido.

* La presencia enriquecedora de los hijos

53. La existencia de la nueva vida engendrada por el amor de los esposos, introduce una nueva realidad, enriquecedora de la relación familiar. Lejos de ser un factor desestabilizador de la armonía antes vivida, debe ser recibida como portadora de una nueva manera de vivir en familia, más intensa y enriquecedora, creadora de una responsabilidad compartida y llamada a ahondar y consolidar el amor conyugal. No sólo los esposos, también los hijos ya nacidos han de prepararse a recibir la nueva vida que la naturaleza y Dios mismo, en una visión religiosa de la existencia, han puesto en sus manos. El mayor o menor conocimiento científico de los procesos conducentes a la existencia de una nueva persona, no debe ocultar y mucho menos excluir la maravillosa realidad de que el hombre y la mujer han sido incorporados por Dios al proceso que lleva a la creación de un nuevo ser humano. A los esposos creyentes queremos invitaros a que redescubráis la sorprendente y maravillosa experiencia de haber sido capacitados por Dios para transmitir el don de la vida.

54. También los matrimonios que, en contra de su voluntad, se ven privados de los hijos que habrían deseado, pueden dar a su amor conyugal la proyección de fecundidad que la naturaleza les niega. La adopción de niños necesitados de hogar y de calor humano, la dedicación a obras de iniciativa social y el mismo compromiso apostólico ejercido con especial entrega, son algunos de los múltiples modos con los que estas parejas pueden hacer fecundo el amor que gozosamente comparten, superando así la frustración que en ellos pudiera originarse.

La educación de los hijos, una nueva generación espiritual

* Indigencia del hijo y amor familiar

55. La persona humana ve la luz en una condición de radical indigencia, que es compensada por el «exceso» de amor que le ofrecen los padres. Los hijos son amados desde el principio y en el amor hallan el cobijo protector que hace posible su existencia. Es la totalidad de la persona la que está en una pobreza radical que, sin embargo, lleva consigo el germen de un progresivo desarrollo hacia la plena realización personal en la autonomía y la libertad. El hijo está pidiendo el acompañamiento de la familia que lo ha engendrado, para alcanzar el desarrollo físico, pero también el anímico y espiritual. El matrimonio y el amor conyugal están ordenados, por su propia naturaleza, no solamente a la procreación sino también a la «educación» de los hijos. La familia no se limita a ser un mero mecanismo de reproducción de la especie humana.

El hijo no es un producto fabricado por los padres, destinado a ser puesto en manos de la sociedad para que sea ésta quien lo configure en sus ideas y en sus sentimientos, en función de intereses, proyectos u objetivos ajenos a la voluntad de los padres que lo engendraron. La total indigencia de la nueva vida creada, pide de los padres una respuesta en totalidad para llevar así a término la función que la naturaleza les ha confiado.

56. De esta manera se prolonga en el hijo la presencia paterno-materna que tuvo su origen en la procreación. Los padres no pueden permitir pasivamente que la sociedad les «robe», para configurarlos a su agrado, los hijos que Dios les ha dado. Los padres tenéis así, como fruto de la gran confianza depositada en vosotros por quien os hizo el don de una nueva vida, la inapreciable tarea de configurarla también en el espíritu. De vosotros dependerá, en gran manera, no sólo el «ser» de vuestros hijos sino también la «calidad» humana de quien siempre será algo de vosotros mismos.

* Radicalidad de la educación familiar

57. Somos conscientes de la enorme dificultad que, en el contexto socio-cultural en el que nos movemos, encierra la realización de esta vuestra misión educativa. No somos ajenos al sufrimiento que frecuentemente produce en vosotros, la impotencia que experimentáis al tratar de llevar a cabo vuestros mejores proyectos sobre vuestros hijos. Aun siendo ello así, queremos animaros a que no renunciéis a vuestra misión de hacer de vuestras familias el núcleo originario del proceso de la formación personal de vuestros hijos. Tened confianza en la eficacia de vuestro esfuerzo y no dejéis de apreciar en su justo valor el influjo real que vuestra actuación ha de tener en la configuración de su personalidad.

La modelación de sus sentimientos, el desarrollo de su afectividad, las persuasiones más hondas y los valores, también religiosos, que han de inspirar sus vidas, están fuertemente ligados a las experiencias originales de la infancia, incluso de la más temprana. Los niños necesitan la insustituible experiencia del amor, de la entrega gratuita y de la acogida confiada de los padres, a los que nadie puede sustituir adecuadamente. La familia es, por ello, el espacio natural en que ha de actualizarse la primera forma de socialización de la persona.

* Una misión irrenunciable

58. No renunciéis, pues, las familias a esta misión que os es propia y originaria. Ni siquiera en razón de las nuevas circunstancias económico-sociales que la puedan hacer más difícil. Tenedla en cuenta los padres en el momento de hacer la distribución de vuestro tiempo y de vuestras ocupaciones, a la luz de una acertada jerarquía de valores. No estaría tampoco fuera de lugar que os preguntarais más de una vez cuál es el proyecto de vida que deseáis para vuestros hijos, en medio de esta sociedad en la que el éxito o fracaso se miden desde parámetros económicos impuestos por las exigencias de una fría competitividad.

Los jóvenes necesitan descubrir que existen valores superiores a los puramente económicos y que el ejercicio de las actividades profesionales tiene también una función social que han de saber desarrollar en la solidaridad. Es tarea propia de la familia alimentar este espíritu y sostenerlo, sin que una equivocada apreciación del natural deseo de querer «lo mejor» para los hijos, obstaculice o ahogue en éstos la realización de sus más nobles deseos.

* Educar para la libertad responsable

59. Pero los hijos no son posesión de los padres. También ellos están llamados a ser sujetos libres y responsables de la propia existencia. Son ellos quienes han de hacer la propia vida, abiertos a una sociedad que, desbordando el círculo familiar, les ofrece un complejo mundo de relaciones que trascienden a la familia. No raras veces esta exigencia de la vida es motivo de dolorosos conflictos internos a las familias. ¿Cómo conciliar el derecho de los hijos a realizarse desde su libertad, con la responsabilidad de los padres de acompañarlos en su natural proceso de maduración?

Con frecuencia los padres tienen la impresión, no carente de fundamento, de que son «otros», sean personas, grupos ideológicos, instituciones, corrientes de opinión, medios de comunicación social, los que tienen en sus hijos la influencia que ellos desearían retener. Los hijos, por su parte, atribuyen a una indebida e intolerable intromisión generadora de dependencias insoportables, la presencia aun legítima de los padres en sus vidas. Intromisión que, a su juicio, retrasaría indebidamente el logro de la emancipación que, en todo caso, habrá de llegar. La familia se convierte así en lugar natural de resonancia de las tensiones o los conflictos intergeneracionales. En la medida en que ello sea real, la familia tratará de ser también, por la vía del sincero amor mutuo y del diálogo, el lugar de una superación, mutuamente enriquecedora, de tales situaciones.

* El amor mutuo, base de la comunicación en la dificultad

60. La llamada a seguir amándose en la familia, no obstante las tensiones y conflictos que en ella puedan originarse, no es un sueño irrealizable. Confirma esta apreciación la experiencia de las familias que así lo hacen, incluso en situaciones en las que las divisiones han cristalizado en formas de comportamiento asumidas no sin dolor. Los procesos vividos sin renunciar al amor mantienen dentro de sí el germen de un futuro posible entendimiento, sea cual fuere el nivel al que éste pueda llegar.

Ese amor es el fundamento sólido del diálogo y la comunicación en un clima de serenidad y de mutua estima. Un diálogo que evite caer en la silenciosa y pasiva tolerancia incapaz de satisfacer a nadie. Quizás sea ésta una de las tareas de mayor urgencia para las familias: hacer de ellas un lugar humano y humanizador para el diálogo y la comunicación, un lugar en el que sea posible hablar sin bloqueos y sin agresividades, en el que sea posible la escucha mutua sostenida por la paciencia. Esto pedirá seguramente que en las familias haya un poco más de silencio y de quietud frente a la irrupción de voces venidas del exterior. Pero sobre todo será imprescindible que cada uno sea capaz de hablar, con paz, desde la propia verdad.

* Familia y pacificación

61. Queremos subrayar aquí, finalmente, el valor social que esta forma de pacificación en la familia, puede tener en orden a lograr una más plena pacificación político-social en nuestro pueblo. En la familia ha de aprenderse que el amor ha de estar en la base del respeto mutuo y de la valoración de la original dignidad de las personas. El verdadero amor es, además, capaz de purificar la mirada proyectada sobre el «tú», liberándole del velo interpuesto por los propios y exclusivos puntos de vista.

Familia y sociedad

* Defensa pública de la familia 62. La trascendental misión propia de la familia en la generación de nuevas personas humanas, en su educación y en su progresiva socialización, obliga a que la sociedad no pueda limitarse a ver en ella y en el matrimonio, sobre el que se fundamenta y consolida, una realidad y un bien puramente privados. La familia es la «célula primera y vital de la sociedad» (enc. Familiaris consortio, n° 42) y constituye en sí misma un bien social que la sociedad ha de proteger.

No es, por ello, comprensible que estando la familia estrechamente unida al bien de la sociedad entera, sea ella objeto de múltiples acosos por parte de agentes muy influyentes en la creación de la opinión colectiva. Así sucede en aras de una supuesta libertad sexual, considerada como patrimonio exclusivo del individuo, o en razón de planteamientos ideológicos de diversa naturaleza.

63. Posibilitar y potenciar la unidad y la estabilidad del vinculo matrimonial debe ser la primera aportación que la sociedad ha de hacer al bien de la familia. Es cierto que el amor mutuo de los esposos ha de ser lo que, antes que otra cosa, asegure el clima de íntima y permanente comunión de vida, requerida por el bien de los mismos esposos y de los hijos. Pero también la sociedad debe asegurar las condiciones económicas y sociales en las que puedan alcanzarse los objetivos que, por su propia naturaleza, corresponde asegurar a la institución familiar. Sólo desde una visión integral, en la que se conjuguen el bien de los esposos y de la familia, de una parte, y el bien de la sociedad, de la otra, puede entenderse a la familia en su plena y total realidad humana.

64. No es coherente con esta visión del matrimonio y de la familia la equiparación jurídica y social de las parejas unidas de hecho o de las uniones de parejas homosexuales, con el auténtico modelo familiar ordenado, por su propia naturaleza, a la procreación y educación de los hijos.

* Una adecuada política familiar

65. La importancia dada a la defensa de la familia para bien de la sociedad, ha de propiciar una adecuada política familiar, inspirada en el reconocimiento no sólo teórico sino también práctico y real de los derechos que le son propios e inalienables. La Iglesia, por su parte, considera que es «parte de su misión proclamar a todos el plan de Dios intrínseco a la naturaleza humana sobre el matrimonio y la familia, promover estas dos instituciones y defenderlas de todo ataque dirigido contra ellas». Así lo afirma la Carta de los Derechos de La Familia elaborada por diversos organismos de la Sta. Sede y aprobada por el Papa Juan Pablo II, el 22.X.83. En ella se recogen los principios inspiradores mantenidos por la Iglesia, en esta materia relativa a la articulación social y jurídica que debe existir entre la familia y la sociedad.

No es éste el lugar más apropiado para transcribir el contenido de todas las afirmaciones de esta Carta. Pero sí queremos subrayar la importancia de que la actuación de las personas, públicas y privadas, y también la de los diversos grupos sociales recoja lo que de «saber humano», válido universalmente, se encierra en los derechos familiares en ella reconocidos.

Es especialmente importante que en una cultura obstinada en subrayar de forma tan marcada los derechos individuales de las personas, no sin detrimento de los intereses de los más débiles, se haga también oír con firmeza la voz que reivindica para todos, los derechos y las obligaciones derivados de una bien entendida solidaridad en el ámbito de la vida de las familias. No es coherente reconocer a la familia su importante función social y exigirle su cumplimiento, y, a la vez inhibirse ante la tarea común de crear el orden social y económico que lo haga posible.

* Protagonismo político-social de las familias

66. Las familias deben conocer y promover lo que ellas pueden y deben hacer en este ámbito de la vida pública que directamente les afecta. Por su actualidad en el contexto socio-político en el que nos encontramos, queremos recoger estas palabras del Papa Juan Pablo II en su enc. Familiaris consortio (n° 44). «Las familias deben ser las primeras en procurar que las leyes y las instituciones del Estado no sólo no ofendan, sino que sostengan y defiendan positivamente los derechos y los deberes de la familia. En este sentido, las familias deben crecer en la conciencia de ser "protagonistas" de la llamada "política familiar" y asumir la responsabilidad de transformar la sociedad». No creemos equivocarnos al decir que entre nosotros no se oye suficientemente la voz de las familias. Parece no estar de moda hablar de la familia, de sus funciones y de sus correlativos derechos. No faltan quienes ven en esta insistencia una reafirmación de posiciones retrógradas y ya superadas, contrarias a los logros ya adquiridos de libertad. Ante tales apreciaciones manifestamos nuestra persuasión de que la consolidación de las funciones de la familia y el reconocimiento de su genuina libertad implica también una manera eficaz de crear más amplios ámbitos de libertad social.

* Asociacionismo familiar

67. Habría de analizarse con lucidez cuáles son los sujetos sociales que se van apropiando, de hecho, de las competencias que en una concepción más libre y participativa de la sociedad, deberían corresponder a la familia. No creemos, por otra parte, que el asociacionismo familiar está debidamente desarrollado entre nosotros. Echamos de menos, en particular, la presencia de las asociaciones de padres en los Centros educativos, a pesar de la importancia que teóricamente reconocemos a la acción de los padres en el ámbito de la enseñanza. Las mismas familias, a través de sus asociaciones adaptadas a las actuales circunstancias históricas, deberían hacer oír su voz en la formación de una opinión pública, demasiado condicionada por la influencia predominante de los grupos políticos. Sin olvidar que «la función social de las familias está llamada a manifestarse también en la forma de intervención política» (enc. Familiaris consortio, n° 44).

Fidelidad a la propia conciencia y proyecto familiar cristiano

* Doctrina de la lglesia y conciencia subjetiva

68. Hemos venido ofreciéndoos hasta ahora la visión cristiana acerca de la familia. Hemos tratado de descubrir lo que ella ha de ser y la función que ha de cumplir. Siendo la familia una institución natural y, por ello, íntimamente ligada al ser y a la dignidad de la persona humana, hemos querido descubrir los planes de Dios sobre ella. En otras palabras hemos buscado la respuesta a dar a esta pregunta de gran importancia para la vida individual y social del ser humano: ¿Qué ha de ser la familia según los planes de Dios leídos en la misma naturaleza humana, con la ayuda de la fe cristiana? Hemos tratado de mostraros una visión del matrimonio y de la familia, válida también para el actual momento cultural, frente a las interpelaciones que a ella se le hacen desde los modos de pensar y de sentir extendidos en la sociedad en que vivimos. Esta comprensión cristiana del matrimonio no es, en ocasiones, aceptada en su totalidad por quienes se sienten cristianos e incluso miembros de la Iglesia católica.

* Fidelidad a las propias convicciones

69. Esta realidad no debe pasar inadvertida a cuantos tratáis de incorporar a vuestro proyecto de vida familiar los valores plenamente humanizadores del Evangelio. Los hábitos y las costumbres de la sociedad, incluso cuando son «legitimados» por las leyes humanas, no pueden ser, por sí mismos, las últimas referencias inspiradoras de los propios y personales comportamientos. El respeto debido a las conciencias y a las formas de pensar de los demás no debe confundirse con una fácil condescendencia y renuncia a las propias convicciones.

Ni debe tampoco extrañarnos el hecho de que entre los mismos cristianos y aun dentro de la comunidad cristiana se planteen problemas de no fácil solución, en los que entran en conflicto los postulados objetivos de lo que las cosas han de ser por su propia naturaleza y por exigencia del bien de la comunidad cristiana, de una parte, y la tolerancia y respeto debidos a situaciones particulares que no responden a esos postulados, de la otra. Con todo, la fidelidad a la verdad de la propia conciencia rectamente formada exigirá, en no pocas ocasiones, una gran dosis de firmeza y de sacrificio, no ajenos a la contradicción que en este campo, lo mismo que en otros muchos, habrá de experimentar el cristiano que quiera vivir el Evangelio de Jesús, según la mente de la Iglesia.


(1) El Conc. Vatic. Il. en su Const. Gaudium et spes, n. 50, recordaba a los esposos que en relación con su deber de transmitir la vida humana «ellos no pueden proceder según su arbitrio, sino que deben regirse siempre por la conciencia que ha de ajustarse a la misma ley divina, dóciles al Magisterio de la Iglesia, que interpreta auténticamente esta ley a la luz del Evangelio». En su enc. Familiaris consortio (n. 29), el Papa Juan Pablo II, siguiendo la doctrina del mismo Concilio, las enseñanzas de la encíclica Humanae vitae del Papa Pablo Vl y la doctrina del Vl Sínodo de los Obispos (1980), reafirmaba que «el amor conyugal debe ser plenamente humano, exclusivo y abierto a una nueva vida». Juan Pablo II legitima en su reciente enc. Evangelium vitae el recurso a los métodos naturales de regulaci6n de la fertilidad y reafirma la obligaci6n moral de los esposos de «respetar las leyes biológicas inscritas en sus personas» (n. 97).