DISCURSO
A los capitulares de la orden de Frailes Menores
Conventuales, en la sala Clementina, sábado 17 de febrero
La orden de Frailes Menores Conventuales ha celebrado su 198° capítulo general en Ariccia (Italia) del 30 de enero al 28 de febrero. Durante los trabajos el p. Joachim Anthony Giermek ha sido elegido 118° sucesor de san Francisco.
El sábado 17 de febrero el nuevo ministro general, con los definidores y capitulares, procedentes de las 56 circunscripciones de la orden, presente en 665 casas distribuidas en 60 naciones, vinieron a Roma, a la basílica de San Pedro, donde concelebraron la eucaristía y renovaron su fidelidad al Vicario de Cristo, así como su amor y obediencia a la Iglesia, siguiendo el espíritu del "Poverello" de Asís. Luego, fueron recibidos por Juan Pablo II en la sala Clementina. El Santo Padre, después de escuchar las palabras que le dirigió el nuevo ministro general, pronunció el discurso que publicamos a continuación, traducido del italiano.
Amadísimos Frailes Menores Conventuales:
1. Es para mí una gran alegría encontrarme con vosotros hoy, con ocasión de vuestro capítulo general. Dirijo un saludo especial a fray Joachim Anthony Giermek, nuevo ministro general, 118° sucesor de san Francisco, y le agradezco las palabras que ha querido dirigirme en nombre de todos vosotros. Extiendo mi saludo cordial al nuevo consejo general, así como a fray Agostino Gardin, que ha guiado la orden en el sexenio pasado: le expreso mi aprecio y mi gratitud por cuanto ha hecho durante estos años al servicio de la Iglesia no sólo como ministro general de su familia religiosa, sino también como presidente de la Unión de superiores generales.
Queridos
hermanos, a través de vosotros quisiera enviar un saludo lleno de estima y
afecto a todas vuestras comunidades esparcidas por los diversos continentes. Al
nuevo ministro general y a su consejo les deseo de corazón un generoso y
fecundo servicio en la guía de toda vuestra comunidad religiosa durante este
comienzo del tercer milenio cristiano.
Dirigir
la mirada al futuro
2. El capítulo general, celebrado pocas semanas después de la conclusión
del gran jubileo, refleja de modo significativo el actual momento histórico. En
la vida de un instituto religioso la asamblea capitular constituye una ocasión
importante de reflexión y programación, que impulsa a sus miembros a dirigir
la mirada especialmente al futuro. Al encontrarme con vosotros, deseo repetiros
la invitación que en la carta apostólica Novo millennio ineunte dirigí a todas las
comunidades eclesiales: "Es, pues, el momento de que cada Iglesia,
reflexionando sobre lo que el Espíritu ha dicho al pueblo de Dios en este año
especial de gracia, más aún, en el período más amplio de tiempo que va desde
el concilio Vaticano II al gran jubileo, analice su fervor y recupere un nuevo
impulso para su compromiso espiritual y pastoral" (n. 3).
Fidelidad
a la oración personal y comunitaria
3. "Recomenzar desde Cristo" (cf. ib., cap. III) debe ser vuestro primer compromiso,
queridos Frailes Menores Conventuales. Sólo apoyándoos firmemente en Cristo os
será posible llevar a la práctica las diversas indicaciones operativas que habéis
identificado durante los trabajos capitulares para responder a desafíos
urgentes y prioridades apostólicas. Este amor a Cristo debe expresarse, en
primer lugar, con la fidelidad a la oración personal y comunitaria,
sobre todo la litúrgica, que ha caracterizado a vuestra orden desde los
comienzos. San Francisco, dirigiéndose al capítulo general y a todos los
frailes, escribió: "Por eso insto como puedo al ministro general, mi
señor, a que haga que todos observen inviolablemente la Regla, y que los clérigos
recen el oficio con devoción ante Dios, sin preocuparse de la melodía de la
voz, sino de la aplicación de la mente, de modo que la voz esté en sintonía
con la mente y la mente, por su parte, en sintonía con Dios, para que, mediante
la pureza del corazón, agraden a Dios" (Carta al capítulo general y a
todos los frailes, 6, 51-53, en: Fuentes Franciscanas, 227).
Vuestra vida fraterna y vuestra misión evangelizadora darán frutos abundantes
si brotan de una "comunidad orante", que en el encuentro con Dios
halla el sentido y las energías interiores para la fidelidad diaria a sus
compromisos.
La
vida fraterna
4. La intensa relación con el Señor os dará vigor espiritual para
cultivar la vida fraterna. A este respecto, debéis ser
fieles a vuestro carisma franciscano conventual específico, que siempre ha
considerado el compartir el camino comunitario como su característica peculiar
dentro del vasto movimiento franciscano. Que os aliente cuanto escribí, a este
propósito, en la exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata,
subrayando la dimensión teológica de la vida fraterna vivida con espíritu de
auténtica comunión: "La comunión
fraterna, antes de ser instrumento para una determinada misión, es espacio
teologal en el que se puede experimentar la presencia mística del Señor
resucitado (cf. Mt 18, 20)" (n. 42).
El primer biógrafo del Poverello de Asís, fray Tomás de Celano, presenta el cuadro de referencia, en cierto sentido ideal, de la orden, describiendo al grupo de los primeros compañeros de san Francisco como rebosantes de un amor no sólo gozoso, sino también animado por un verdadero afecto fraterno (cf. Vida primera de san Francisco de Asís, 38, en: Fuentes franciscanas, 387. 393). No olvidéis que "la Iglesia tiene urgente necesidad de semejantes comunidades fraternas. Su misma existencia representa una contribución a la nueva evangelización, puesto que muestran de manera fehaciente y concreta los frutos del "mandamiento nuevo"" (Vita consecrata, 45; cf. Novo millennio ineunte, 43-45).
Testigos
y maestros de auténtica espiritualidad
5. En vuestro capítulo a menudo se ha manifestado la llamada a una espiritualidad sencilla e intensa;
en una palabra, franciscana. Si sois hombres de profundo diálogo con Dios,
también seréis testigos y maestros de auténtica espiritualidad. Por tanto,
salvaguardad y promoved la vida espiritual, mostrándoos dispuestos a
guiar por este camino a los fieles para quienes sois punto de referencia.
Nuestro tiempo muestra signos cada vez más evidentes de una profunda sed
de valores, de itinerarios y de metas del espíritu. En la citada carta
apostólica Novo millennio ineunte escribí: "¿No es acaso un
"signo de los tiempos" el hecho de que hoy, a pesar de los vastos
procesos de secularización, se detecte una generalizada exigencia de
espiritualidad, que en gran parte se manifiesta precisamente en una renovada
necesidad de oración?" (n. 33).
Este renovado anhelo del mundo del espíritu debería encontrar una respuesta válida
y fecunda en vuestras comunidades franciscanas. Mediante la escucha dócil de la
palabra de Dios, acogida personalmente y compartida en la práctica tradicional
de la lectio divina, y mediante el ejercicio de la oración personal y
comunitaria, llegaréis a ser valiosos compañeros de viaje para mucha gente
deseosa de seguir a Cristo y su Evangelio sine glossa. Así responderéis
a las peticiones que, de diversas formas, os llegan de los hombres y las mujeres
de nuestro tiempo, y podréis atraer eficazmente a las almas hacia itinerarios
de crecimiento espiritual y de nueva vitalidad interior.
Hacer
palpable el amor de Dios
6. Son múltiples las ocasiones que os brinda la Providencia. Basta
recordar el ministerio de acogida en los diversos santuarios confiados a vuestra
orden. Pienso, por ejemplo, en la basílica de San Francisco de Asís, que he
tenido la alegría de visitar muchas veces, donde se comprueba que el Poverello sabe también hoy fascinar y
llevar hacia Dios a multitud de devotos.
Pienso, asimismo, en la basílica de San Antonio de Padua, gran hijo espiritual
de san Francisco de Asís. No puedo olvidar el valioso servicio pastoral de los
beneméritos penitenciarios de la basílica vaticana, que, especialmente durante
el jubileo, se prodigaron con empeño y dedicación loables en la acogida de
innumerables penitentes procedentes de todas las partes del mundo. Sé que
muchos religiosos de la orden vinieron a Roma desde diferentes países para
colaborar con sus hermanos, que desempeñan ordinariamente este ministerio tan
oculto como necesario para el bien de las almas.
Amadísimos Frailes Menores Conventuales, continuad vuestra acción con el estilo popular que os distingue. El pueblo, a cuyo servicio os envía Dios, os dirige la misma petición que hicieron al apóstol Felipe los griegos que acudieron a Jerusalén para la Pascua: "Queremos ver a Jesús" (Jn 12, 21). A vosotros corresponde hacer visible y, diría, casi palpable el amor misericordioso de Dios: amor que acoge y reconcilia, que perdona y renueva el corazón de los creyentes, estrechando en un abrazo consolador a cada hombre y a cada mujer, hijos todos del único Padre celestial.
El
ejemplo heroico de vuestros mártires
7. Las indicaciones que han surgido de las reflexiones de estos días
ayudarán ciertamente a la orden a proseguir en el camino trazado por el
fundador, secundando fielmente sus intuiciones evangélicas. Con discernimiento
profético sabréis adoptar, a la luz del Espíritu, "el modo adecuado de
mantener y actualizar el propio carisma y el propio patrimonio espiritual en las
diversas situaciones históricas y culturales" (Vita
consecrata, 42), sin faltar jamás a la Regla de vida que os legó san Francisco.
Tenéis ante vosotros el ejemplo heroico de varios hermanos vuestros, que en el siglo pasado dieron la vida por Cristo y por su Iglesia. Me refiero a los siete hermanos polacos, algunos de los cuales fueron colaboradores de san Maximiliano María Kolbe, víctimas de la ideología nazi. Tuve la alegría de proclamarlos beatos durante el sexenio pasado. Al contemplar la luminosa multitud de santos y beatos de vuestra orden, no temáis seguir al Señor con entrega total. Que os proteja la Virgen María, "Señora santa, Reina santísima y Madre de Dios" (Saludo a la Virgen, 1, en: Fuentes franciscanas, 259), y os ayude a cumplir los propósitos de vuestro capítulo general.
Con estos deseos, os imparto de buen grado a cada uno de vosotros, a vuestras comunidades de proveniencia y a todos los Frailes Menores Conventuales esparcidos por el mundo, así como a los laicos que colaboran con vosotros en vuestras diferentes actividades, una especial bendición apostólica.