El bautismo es el don más valioso
Homilía del Papa en la misa de la fiesta del Bautismo del Señor, domingo 7 de enero
La primera celebración litúrgica del Santo Padre, después de la clausura del Año jubilar, el domingo 7 de enero, fiesta del Bautismo del Señor, fue la santa misa con administración del sacramento del bautismo a dieciocho recién nacidos (doce niños y seis niñas): dieciséis italianos, uno francés y otro portugués. La ceremonia se celebró en el extraordinario marco de la capilla Sixtina del Vaticano.
Ayudaron al Vicario de Cristo en la administración del sacramento los
arzobispos mons. Oscar Rizzato, limosnero de Su Santidad, y mons. Paolo Sardi,
nuncio apostólico con encargos especiales.
Hicieron las lecturas y la oración de los fieles algunos padres de los recién
nacidos. Llevaron las ofrendas al altar seis hermanitos de los bautizados.
Durante el sacro rito, Juan Pablo II pronunció en italiano la homilía que
ofrecemos. El Santo Padre distribuyó la comunión a los padres de los
bautizados.
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. La fiesta de hoy, con la que concluye el tiempo navideño, nos brinda la
oportunidad de ir, como peregrinos en espíritu, a las orillas del Jordán, para
participar en un acontecimiento misterioso: el bautismo de Jesús por
parte de Juan Bautista. Hemos escuchado en la narración evangélica:
"mientras Jesús, también bautizado, oraba, se abrió el cielo, bajó el
Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y se escuchó una voz del cielo:
"Tú eres mi Hijo predilecto, en ti me complazco"" (Lc 3,
21-22).
Por tanto, Jesús se manifiesta como el "Cristo", el Hijo unigénito,
objeto de la predilección del Padre. Y así comienza su vida pública. Esta
"manifestación" del Señor sigue a la de Nochebuena en la humildad
del pesebre y al encuentro de ayer con los Magos, que en el Niño adoran al Rey
anunciado por las antiguas Escrituras.
2. También este año tengo la alegría de administrar, en una
circunstancia tan significativa, el sacramento del bautismo a algunos recién
nacidos. Saludo a los padres, a los padrinos y madrinas, así como a todos los
parientes que los han acompañado aquí.
Estos niños se convertirán dentro de poco en miembros vivos de la Iglesia. Serán
ungidos con el óleo de los catecúmenos, signo de la suave fuerza de Cristo,
que se les infundirá para que luchen contra el mal. Sobre ellos se derramará
el agua bendita, signo eficaz de la purificación interior mediante el don del
Espíritu Santo. Luego recibirán la unción con el crisma, para indicar que así
son consagrados a imagen de Jesús, el Ungido del Padre. La vela encendida en el
cirio pascual es símbolo de la luz de la fe que los padres, los padrinos y las
madrinas deberán custodiar y alimentar continuamente, con la gracia
vivificadora del Espíritu.
Por consiguiente, me dirijo a vosotros, queridos padres, padrinos y madrinas.
Hoy tenéis la alegría de dar a estos niños el don más hermoso y valioso:
la vida nueva en Jesús, Salvador de toda la humanidad.
A vosotros, padres y madres, que ya habéis colaborado con el Señor al
engendrar a estos pequeños, os pide una colaboración ulterior: que
secundéis la acción de su palabra salvífica mediante el compromiso de la
educación de estos nuevos cristianos. Estad siempre dispuestos a cumplir
fielmente esta tarea.
También de vosotros, padrinos y madrinas, Dios espera una cooperación
singular, que se expresa en el apoyo que debéis dar a los padres en la educación
de estos recién nacidos según las enseñanzas del Evangelio.
3. El bautismo cristiano, corroborado por el sacramento de la confirmación,
hace a todos los creyentes, cada uno según su vocación específica,
corresponsables de la gran misión de la Iglesia. Cada uno en su propio campo,
con su identidad propia, en comunión con los demás y con la Iglesia, debe
sentirse solidario con el único Redentor del género humano.
Esto nos remite a cuanto acabamos de vivir durante el Año jubilar. En él la
vitalidad de la Iglesia se ha manifestado a los ojos de todos. Este
acontecimiento extraordinario ha legado como herencia al cristiano la tarea de
confirmar su fe en el ámbito ordinario de la vida diaria.
Encomendemos a la Virgen santísima a estas criaturas que dan sus primeros pasos
en la vida. Pidámosle que nos ayude ante todo a nosotros a caminar de modo
coherente con el bautismo que recibimos un día.
Pidámosle, además, que estos pequeños, vestidos de blanco, signo de la nueva
dignidad de hijos de Dios, sean durante toda su vida cristianos auténticos y
testigos valientes del Evangelio. ¡Alabado sea Jesucristo!