MENSAJE
Al p. José Agustín Orbegozo, superior general de los pasionistas, con ocasión
de su XLIV capítulo general
Estáis llamados a ser maestros de oración y testigos especiales de Cristo crucificado
La Congregación de la Pasión de Cristo (pasionistas), fundada en el siglo XVIII por san Pablo de la Cruz con el fin de difundir la devoción a la pasión de Cristo mediante su vida y apostolado, está celebrando su XLIV capítulo general en Itaicí, Estado brasileño de Sáo Paulo. Con este motivo, el Santo Padre ha enviado al superior general, p. José Agustín Orbegozo Jáuregui, el mensaje que publicamos a continuación, traducido del italiano.
Al
reverendísimo padre
JOSÉ AGUSTÍN ORBEGOZO
Superior general de los pasionistas
1. Me alegra dirigirle este mensaje con ocasión del XLIV capítulo general de la Congregación de la Pasión de Cristo, que se está celebrando en Itaicí, en el Estado brasileño de Sáo Paulo. Le dirijo mi cordial saludo, que con afecto hago extensivo a los padres capitulares, comprometidos, juntamente con usted, en un esfuerzo de reflexión y planificación de gran importancia para la familia espiritual pasionista.
El capítulo general es siempre un acontecimiento de gracia y constituye una fuerte invitación a buscar las auténticas raíces del instituto, garantizando así la fidelidad al propio carisma. Para vuestra congregación se trata de profundizar más en cómo vivir hoy la valiosa herencia confiada a todos sus hijos por san Pablo de la Cruz. Para hacerlo, es necesario ponerse humildemente a la escucha del Espíritu Santo con amorosa atención a los signos de los tiempos, verificando, adaptando e impulsando el singular don que Dios ha concedido a la Iglesia y al mundo a través de vuestro santo fundador.
2. Vuestra asamblea capitular tiene lugar durante el gran jubileo del Año santo 2000. Por primera vez se ha reunido en el continente latinoamericano, lejos de la casa general de San Juan y San Pablo, en el Celio, que mi predecesor Clemente XIV os confió en 1773. Con esta elección habéis querido rendir homenaje a ese gran continente en el V centenario de su evangelización, subrayando la índole misionera y universal de vuestra congregación y, al mismo tiempo, mostrando solidaridad con las regiones más marcadas, desgraciadamente, por la pobreza y la injusticia. Con esta significativa «peregrinación de la caridad» queréis, además, corresponder a cuanto expresé en la bula de proclamación del gran jubileo: «La entrada en el nuevo milenio alienta a la comunidad cristiana a extender su mirada de fe hacia nuevos horizontes en el anuncio del reino de Dios» (Incarnationis mysterium, 2) y estimula a los discípulos de Cristo a realizar con fervor «la tarea misionera de la Iglesia ante las exigencias actuales de la evangelización» (ib.).
¡Cómo no poner de relieve que, desde los orígenes, los jubileos han constituido para los pasionistas etapas significativas de renovada entrega al servicio de la Iglesia! En el Año santo 1725, vuestro fundador, en su peregrinación a Roma, obtuvo de mi predecesor Benedicto XIII la primera aprobación oral de la nueva familia religiosa y, en el Año santo 1750, con algunos de sus religiosos, predicó con fervor la misión jubilar en la iglesia romana de San Juan de los Florentinos, recibiendo elogios del Papa Benedicto XIV.
3. La reflexión teológica y el clima espiritual de este jubileo, año de «glorificación de la Trinidad» y «año intensamente eucarístico» (cf. Tertio millennio adveniente, 55), ofrecen una providencial oportunidad de enriquecimiento espiritual a vuestra familia religiosa, que, nacida en la Iglesia para «promover la grata memoria de la santa Pasión de nuestro Señor Jesucristo» (Reglas de san Pablo de la Cruz, de 1775), suprema y definitiva revelación del misterio trinitario, halla, en la Eucaristía la energía necesaria para que toda la vida sea memoria y seguimiento de Cristo resucitado.
Esa sintonía con el acontecimiento jubilar se refleja también en el tema del capítulo: «Pasión de Jesucristo, pasión por la vida», que quiere subrayar cómo, a la luz del Crucificado, el sentido de la existencia es entregar la vida al servicio de los hermanos, «porque el Hijo del hombre ha venido para servir y dar su vida en rescate por muchos» (Mc 10, 45):
La muerte de Jesús en la cruz constituye la máxima expresión de la vida que se entrega. Abre la entrada a la plenitud de la vida sin fin que el Padre concede al Hijo, aceptando su total sacrificio: «La cruz es la sobreabundancia del amor de Dios que se derrama sobre este mundo» (Vita consecrata, 24). -
La vida entregada por nosotros en la cruz se nos ofrece en alimento en la Eucaristía. Es vida humano-divina: es la vida que el Verbo tomó de la Virgen María, en el momento de la encarnación; es la vida glorificada en la resurrección y en la ascensión al cielo; es la vida que el Hijo recibe del Padre en la eternidad.
Acogiendo con fe, por medio del Hijo, la vida del Padre, con la fuerza del Espíritu Santo, en la Eucaristía el creyente se sitúa en el centro mismo del misterio trinitario.
4. Esta es una profunda realidad de fe a la que cada uno de vosotros, queridos pasionistas, seguramente vuelve con frecuencia en la oración y en la meditación, con una actitud de humilde adhesión a la voluntad salvífica de Cristo. En la Eucaristía Jesús llama a cada uno de sus discípulos a ser, como él y con su ayuda, «pan partido» y «vino derramado» en favor de los hermanos, manteniendo siempre fija la mirada en el misterio de su muerte y resurrección.
En efecto, desde sus orígenes, los pasionistas han prestado a los fieles el valioso servicio de enseñar a contemplar la pasión de Cristo, que vuestro venerado fundador definía «la más grande y estupenda obra del amor de Dios». Muchos pasionistas lo han testimoniado hasta el martirio, como el obispo búlgaro Eugenio Bossilkov, Inocencio Canoura Arnau, Nicéforo Díez y sus veinticinco compañeros, a los que tuve el gozo de elevar a la gloria de los altares.
Contemplando el bien realizado, ¡cómo no pediros que continuéis siendo maestros de oración y testigos especiales de Cristo crucificado, sacando del misterio de la cruz la fuerza para cultivar generosamente la pasión por la vida, sobre todo a través del diálogo y, el compartir en vuestras comunidades! ¡Cómo no recordaros que esa misión exige valor y gozo al afrontar el peso de los problemas de la vida religiosa en cada momento histórico particular! Para el creyente, el momento vivido reviste siempre las características de un «camino de éxodo», en el que «se contiene inevitablemente lo que pertenece al mysterium crucis» (Vita consecrata, 40).
El Crucificado nos ha amado «hasta el fin» (Jn 13, 1), más allá de la medida y las posibilidades humanas del amor. He aquí el manantial del cual el pasionista, de un modo muy particular, debe sacar la propia espiritualidad: amar donde es más difícil amar; amar donde hay más necesidad de amor. La sociedad actual ofrece inmensos espacios para este apostolado especial.
En ese marco se sitúa también la predicación de las misiones al pueblo, apostolado tradicional de vuestra congregación desde los tiempos del fundador. A través de este singular método de apostolado podéis propagar la devoción a la pasión de Cristo entre la gente y en todos los ambientes. Ciertamente, a veces será necesario buscar nuevos métodos pastorales según las diversas culturas y tradiciones, pero vuestra atención primaria ha de continuar siendo siempre el anuncio de Cristo que, desde la cruz, renueva al hombre de todos los tiempos su invitación a seguirlo con fiel y dócil entrega. A ejemplo de san Pablo de la Cruz; el pasionista debe sentir como deber especial el ofrecer al pueblo cristiano esta ocasión excepcional de evangelización y conversión. Las misiones populares, entre otras cosas, se presentan sumamente oportunas también en el marco del Año jubilar. Además de ese compromiso, no descuidéis nunca los ejercicios espirituales al clero y al pueblo, al contrario, intensificadlos, ayudando a cultivar el espíritu de recogimiento y oración. Todas vuestras casas religiosas, a las que desde el principio se ha dado el nombre significativo de retiro, han de ser lugares de contemplación y silencio, para favorecer el encuentro con Cristo, nuestro divino Redentor.
5. En el programa de los trabajos capitulares habéis reservado un espacio especial para la reflexión acerca de cómo compartir el carisma pasionista con los seglares. Se trata de «uno de los frutos de la doctrina de la Iglesia como comunión», madurado en tiempos recientes y que constituye «un nuevo capítulo, rico de esperanzas, en la historia de las relaciones entre las personas consagradas y el laicado» (Vita consecrata, 54). Esto representa un signo de crecimiento de la vitalidad eclesial que urge acoger y desarrollar. Deseo de corazón que todos aquellos a quienes el Espíritu llama a acudir a las mismas fuentes de vuestro carisma encuentren en vosotros hermanos y sobre todo guías capaces no sólo de compartir con ellos el carisma, sino, principalmente, de formarles en una auténtica espiritualidad pasionista.
Encomiendo de buen grado los trabajos capitulares y todos vuestros generosos propósitos a la santísima Virgen, a san Pablo de la Cruz y a los numerosos santos y beatos que enriquecen la historia secular de vuestro instituto, para que os ayuden a volver a proponer hoy el carisma de los orígenes como fermento eficaz de fecundidad evangélica en el mundo actual.
Con estos deseos, a la vez que os aseguro mi recuerdo en la oración por cada uno de vosotros, por toda la familia pasionista y por aquellos con quienes entráis en contacto en vuestro ministerio apostólico diario, de corazón imparto a todos una especial bendición apostólica.
Castelgandolfo, 21 de agosto de 2000