Gracias por vuestro testimonio

Palabras del Papa a la Custodia franciscana

 

Padre ministro general; queridos amigos:

Aquí, en las alturas del monte Nebo, comienzo esta etapa de mi peregrinación jubilar. Pienso en la gran figura de Moisés y en la Alianza que Dios estableció con él en el monte Sinaí. Doy gracias a Dios por el don inefable de Jesucristo, que selló la nueva Alianza con su sangre y llevó a su plenitud la Ley. A él, que es «el alfa y la omega, el primero y el último, el principio y el fin» (Ap 22, 13), le dedico todos los pasos de este viaje, que realizo a través de la Tierra que fue suya.

En este primer día, me complace de manera especial saludarlo a usted, padre ministro general, y agradecerle el magnífico testimonio que han dado en esta tierra los hijos de san Francisco mediante el fiel servicio de la Custodia en los santos lugares en el decurso de los siglos.

Asimismo, deseo expresar mi gratitud al gobernador de Madaba y al alcalde de la ciudad. Que las bendiciones de Dios todopoderoso desciendan sobre el pueblo de esta región. Y que la paz del cielo llene el corazón de todos los que me acompañan a lo largo de mi peregrinación.


Aquí dejó Dios su huella

Palabras del Santo Padre en su visita a Jericó

Excelencia; queridos amigos:

Agradezco esta oportunidad de visitar un lugar tan impregnado de historia. Durante miles de años, esta área en torno a Jericó ha sido una región habitada. Cerca de aquí encontramos huellas de la ciudad más antigua del mundo. Sin embargo, su recuerdo resulta aún más rico si nos referimos a la Sagrada Escritura, que describe a Jericó como un lugar donde no sólo hay huellas del hombre, sino también de Dios mismo.

Con los ojos del alma veo a Jesús que se acerca a las aguas del río Jordán, no lejos de aquí, para ser bautizado por Juan Bautista (cf. Mt 3, 13); veo a Jesús que pasa de camino hacia la ciudad santa, donde morirá y resucitará; lo veo abrir los ojos del ciego a su paso (cf. Lc 18, 35-43).

Hoy Jericó se ha convertido en un florido oasis en medio del desierto. Ojalá que esta ciudad, tan rica en recuerdos, sea también rica en promesas. Que su desarrollo anuncie la esperanza del futuro más pacífico que los habitantes de este lugar y todos los pueblos de esta tierra desean desde hace tanto tiempo.

¡Dios os bendiga a todos!