HOMILÍA Durante la santa misa con ocasión de la VII Jornada mundial de la vida consagrada, sábado 1 de febrero

Libres para amar, libres para servir siguiendo a Cristo, crucificado y resucitado

 

El sábado 1 de febrero, por la tarde, primeras vísperas de la fiesta de la Presentación del Señor en el templo, en la que se celebra la VII Jornada mundial de la vida consagrada, instituida por Juan Pablo II en 1997, tuvo lugar en la basílica de San Pedro en el Vaticano una misa, a la que asistieron miles de religiosos, religiosas y laicos consagrados.

El sagrado rito se desarrolló en tres momentos:  comenzó con la liturgia de la luz, dirigida por el Santo Padre:  bendición de las candelas en el inicio de la nave central de la basílica, aspersión de los fieles con agua bendita y procesión hasta el altar, encabezada por representantes de quince congregaciones masculinas y quince femeninas; el segundo momento lo constituyó la liturgia de la palabra, durante la cual Juan Pablo II, que se hallaba en la tribuna de Longinos, pronunció la homilía que publicamos en esta misma página; siguió la acción de gracias al Señor por el don de la vida consagrada y el compromiso de fidelidad en el seguimiento de Cristo y en la misión apostólica:  la introdujo el Papa y continuaron, alternándose, hombres y mujeres consagrados (la asamblea respondía con las palabras:  "Gloria y alabanza a ti, Señor"); y la presentación de las ofrendas para el sacrificio. El tercer momento fue la liturgia eucarística, presidida por el cardenal Eduardo Martínez Somalo, prefecto de la Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica. Concelebraron con él:  mons. Piergiorgio Silvano Nesti, c.p., secretario del citado dicasterio; el p. Jesús Torres Llorente, c.m.f., subsecretario del dicasterio; los jefes de oficina, p. Diego Di Odoardo, c.p., y p. Eusebio Hernández, o.a.r.; los oficiales de la Congregación:  p. Anselmo Malvestio, o.f.m., y p. Marian Babula, c.s.m.a.; entre los concelebrantes estaban representadas también las siguientes órdenes o congregaciones religiosas:  verbitas, marianistas, claretianos, escolapios, viatores, picpus, pasionistas, rogacionistas y oblatos de María Inmaculada.
Asistieron  también  los  cardenales Camillo Ruini, vicario  del Papa para la diócesis de Roma, y Andrzej Maria Deskur, algunos arzobispos y obispos; los miembros de la Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica.
La ceremonia se concluyó con la bendición del Santo Padre y el canto:  "Alma Redemptoris Mater".

El Vicario de Cristo recorrió el pasillo central y en la capilla de la Piedad saludó a todos los concelebrantes.

1. "Cuando llegó el tiempo de la purificación (...), llevaron a Jesús a Jerusalén, para presentarlo al Señor" (Lc 2, 22). El Niño Jesús entra en el templo de Jerusalén en los brazos de la Virgen Madre.

"Nacido de mujer, nacido bajo la ley" (Ga 4, 4), sigue el destino de todo primogénito varón de su pueblo:  según la ley del Señor, debe ser "rescatado" con un sacrificio, cuarenta días después del nacimiento (cf. Ex 13, 2. 12; Lv 12, 1-8).

Aquel recién nacido, externamente en todo semejante a los demás, no pasa inadvertido:  el Espíritu Santo abre los ojos de la fe al anciano Simeón, que se acerca y, tomando al Niño en sus brazos, reconoce en él al Mesías y bendice a Dios (cf. Lc 2, 25-32). Este Niño -profetiza- será luz de las naciones y gloria de Israel (cf. v. 32), pero también "signo de contradicción" (v. 34) porque, según las Escrituras, realizará el juicio de Dios. Y a la Madre, asombrada, el piadoso anciano le predice que eso sucederá a través del sufrimiento, en el que participará también ella (cf. v. 35).

2. Cuarenta días después de la Navidad, la Iglesia celebra este sugestivo misterio gozoso, que de algún modo anticipa el dolor del Viernes santo y la alegría de la Pascua. La tradición oriental llama a esta fiesta la "fiesta del encuentro", porque, en el espacio sagrado del templo de Jerusalén, tiene lugar el abrazo entre la condescendencia de Dios y la espera del pueblo elegido.

Todo ello cobra significado y valor escatológico en Cristo:  él es el Esposo que viene a realizar la alianza nupcial con Israel. Muchos son los llamados, pero ¿cuántos están efectivamente dispuestos a acogerlo, con la mente y el corazón vigilantes? (cf. Mt 22, 14). En la liturgia de hoy contemplamos a María, modelo de los que esperan y abren, dóciles, el corazón al encuentro con el Señor.

3. Desde esta perspectiva, la fiesta de la Presentación de Jesús en el templo resulta particularmente adecuada para que las personas consagradas eleven a Dios su acción de gracias, y con mucha razón, desde hace algunos años, se celebra precisamente en esta fecha la Jornada de la vida consagrada. El icono de María, que en el templo ofrece a Dios a su Hijo, habla con elocuencia al corazón de los hombres y mujeres que se han ofrecido totalmente al Señor mediante los votos de pobreza, castidad y obediencia por el reino de los cielos.

El tema de la ofrenda espiritual se funde con el de la luz, introducido por las palabras de Simeón. Así, la Virgen se presenta como candelabro que lleva a Cristo, luz del mundo. Juntamente con María, miles de religiosos, religiosas y laicos consagrados, se reúnen hoy en todo el mundo y renuevan su consagración, teniendo en las manos los cirios encendidos, expresión de su existencia ardiente de fe y amor.

4. También aquí, en la basílica de San Pedro, se eleva esta tarde una solemne acción de gracias a Dios por el don de la vida consagrada en la diócesis de Roma y en la Iglesia universal.

Saludo muy cordialmente al señor cardenal Eduardo Martínez Somalo, prefecto de la Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, y a sus colaboradores. Con afecto os saludo también a vosotros, hermanos y hermanas, religiosos, religiosas y laicos consagrados. Con vuestra presencia numerosa, devota y alegre, imprimís a esta asamblea litúrgica el rostro de la Iglesia-esposa, completamente dispuesta, como María, a cumplir sin reservas la palabra divina.

Desde lo alto de sus hornacinas, a lo largo de las paredes de esta basílica, los fundadores y fundadoras de muchos de vuestros institutos velan sobre vosotros. Recuerdan el misterio de la comunión de los santos, en virtud del cual, en la Iglesia peregrinante se renueva de generación en generación la opción de seguir a Cristo con una especial consagración, según los múltiples carismas suscitados por el Espíritu. Al mismo tiempo, esas veneradas figuras invitan a dirigir la mirada a la patria celestial, donde, en la asamblea de los santos, muchas almas consagradas alaban en plena bienaventuranza al Dios uno y trino, al que en la tierra amaron y sirvieron con corazón libre e indiviso.

5. Pobreza, castidad y obediencia son caracteres distintivos del hombre redimido, liberado en su interior de la esclavitud del egoísmo. Libres para amar, libres para servir:  así son los hombres y las mujeres que renuncian a sí mismos por el reino de los cielos. Siguiendo las huellas de Cristo, crucificado y resucitado, viven esta libertad como solidaridad, llevando sobre sus hombros las cargas espirituales y materiales de sus hermanos.

Es el multiforme "servitium caritatis", que se realiza en la clausura y en los hospitales, en las parroquias y en las escuelas, entre los pobres y los emigrantes, y en los nuevos areópagos de la misión. De mil maneras la vida consagrada es epifanía del amor de Dios en el mundo (cf. Vita consecrata, cap. III).

Con el alma llena de gratitud, bendigamos hoy a Dios por cada uno de ellos. Que el Señor, por intercesión de la Virgen María, enriquezca cada vez más a su Iglesia con este gran don. Para alabanza y gloria de su nombre, y para la difusión de su reino. Amén.