1. La voz de los profetas -como la de Isaías, que acabamos de escuchar- resuena repetidamente para recordarnos que debemos comprometernos para liberar a los oprimidos y hacer que reine la justicia. Si falta este compromiso, el culto dado a Dios no le agrada. Es una llamada intensa, expresada a veces de forma paradójica, como cuando Oseas refiere este oráculo divino citado también por Jesús (cf. Mt 9, 13; 12, 7): "Yo quiero amor, no sacrificio, conocimiento de Dios, más que holocaustos" (Os 6, 6).
También el profeta Amós presenta con gran vehemencia a Dios apartando su
mirada pues no acepta ritos, fiestas, ayunos, músicas, súplicas, cuando fuera
del santuario se vende al justo por dinero y al pobre por un par de sandalias y
se pisotea contra el polvo de la tierra la cabeza de los pobres (cf. Am
2, 6-7). Por eso, hace esta firme invitación: "Que fluya el juicio
como agua y la justicia como arroyo perenne" (Am 5, 24). Así pues,
los profetas, hablando en nombre de Dios, rechazan un culto aislado de la vida,
una liturgia separada de la justicia, una oración sin un compromiso diario, una
fe sin obras.
2. El grito de Isaías: "Desistid de hacer el mal, aprended a
hacer el bien, buscad lo justo, dad sus derechos al oprimido, haced justicia al
huérfano, abogad por la viuda" (Is 1, 16-17), resuena en la enseñanza
de Cristo, que nos advierte: "Si, al presentar tu ofrenda en el
altar, te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu
ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano;
luego vuelve y presenta tu ofrenda" (Mt 5, 23-24). Al concluir la
vida de todo hombre y al final de la historia de la humanidad, el juicio de Dios
versará sobre el amor, sobre la práctica de la justicia, sobre la acogida dada
a los pobres (cf. Mt 25, 31-46). Frente a una comunidad lacerada por
divisiones e injusticias, como la de Corinto, san Pablo llega incluso a
exigir la suspensión de la participación eucarística, invitando a los
cristianos a examinar antes su propia conciencia, para no ser reos del
cuerpo y la sangre del Señor (cf. 1 Co 11, 27-29).
3. El servicio de la caridad, coherentemente vinculado a la fe y a la
liturgia (cf. St 2, 14-17), el compromiso por la justicia, la lucha
contra toda opresión y la defensa de la dignidad de la persona no son para el
cristiano expresiones de filantropía motivada sólo por la pertenencia a la
familia humana. Al contrario, se trata de opciones y actos que brotan de un
sentimiento profundamente religioso: son auténticos sacrificios en
los que Dios se complace, según la afirmación de la carta a los Hebreos (cf. Hb
13, 16). Particularmente incisiva es la advertencia de san Juan Crisóstomo:
"¿Quieres honrar el cuerpo de Cristo? No lo descuides cuando se encuentra
desnudo. No le rindas homenaje aquí en el templo con vestidos de seda, para
luego descuidarlo fuera, donde sufre frío y desnudez" (In Matthaeum hom.
50, 3).
4. Precisamente porque "el sentido de la justicia se ha despertado a
gran escala en el mundo contemporáneo (...), la Iglesia comparte con los
hombres de nuestro tiempo este profundo y ardiente deseo de una vida justa bajo
todos los aspectos y no se abstiene ni siquiera de someter a reflexión los
diversos aspectos de la justicia, tal como lo exige la vida de los hombres y de
las sociedades. Prueba de ello es el campo de la doctrina social católica,
ampliamente desarrollada en el arco del último siglo" (Dives in
misericordia, 12). Este compromiso de reflexión y acción debe recibir un
impulso extraordinario precisamente a partir del jubileo. En su matriz bíblica,
es una celebración de solidaridad: cuando resonaba la trompeta del Año
jubilar, cada uno "recobraba su propiedad, y regresaba a su familia",
como reza el texto oficial del jubileo (cf. Lv 25, 10).
5. Ante todo los terrenos perdidos por diversas vicisitudes económicas y
familiares eran restituidos a los antiguos propietarios. Así, con el Año
jubilar se permitía a todos volver a un punto ideal de partida, a través de
una atrevida y valiente obra de justicia distributiva. Es evidente la dimensión
que se podría llamar "utópica", propuesta como remedio concreto
contra la consolidación de privilegios y prevaricaciones: es el intento
de impulsar a la sociedad hacia un ideal más alto de solidaridad, generosidad y
fraternidad. En las modernas coordenadas históricas la vuelta a las tierras
perdidas podría expresarse, como he propuesto en varias ocasiones,
mediante una condonación total, o al menos una reducción, de la deuda externa
de los países pobres (cf. Tertio millennio adveniente, 51).
6. El otro compromiso jubilar consistía en hacer que el esclavo volviera
libre a su familia (cf. Lv 25, 39-41). La miseria lo había arrastrado
hasta la humillación de la esclavitud, pero ahora se abría ante él la
posibilidad de construir su futuro en libertad, en el seno de su familia. Por
este motivo, el profeta Ezequiel llama al Año jubilar "año de la liberación",
es decir, del rescate (cf. Ez 46, 17). Y otro libro bíblico, el
Deuteronomio, augura una sociedad justa, libre y solidaria con estas palabras:
"No debería haber ningún pobre junto a ti, (...) si hay junto a ti algún
pobre de entre tus hermanos (...) no endurecerás tu corazón ni cerrarás tu
mano" (Dt 15, 4. 7).
También nosotros debemos orientarnos hacia esta meta de solidaridad.
"Solidaridad de los pobres entre sí, solidaridad con los pobres, a la que
los ricos están llamados, y solidaridad de los trabajadores entre sí y con los
trabajadores" (Instrucción de la Congregación para la doctrina de la fe
sobre Libertad cristiana y liberación, 89). El jubileo que acabamos de
concluir, vivido así, seguirá produciendo abundantes frutos de justicia,
libertad y amor.