Los
catequistas y profesores de religión celebraron su jubileo los días 9 y 10 de
diciembre. Comenzaron congregándose en la plaza que se halla delante de la basílica
de San Pablo extramuros. Los acogió el cardenal Darío Castrillón Hoyos,
prefecto de la Congregación para el clero, de la que depende el Consejo
internacional para la catequesis. A las ocho y media de la mañana, inició la
procesión hacia la basílica, el paso por la Puerta santa y la celebración de
la Eucaristía, presidida por el cardenal James Francis Stafford, presidente del
Consejo pontificio para los laicos. Por la tarde, en la sala Pablo VI,
comenzaron los trabajos, que abrió mons. Csaba Ternyák, arzobispo titular de
Eminenziana, secretario de la Congregación para el clero. Siguió una reflexión
del cardenal prefecto sobre las perspectivas de la nueva evangelización para la
catequesis en el tercer milenio. A las nueve de la noche, en la basílica de
Santa María la Mayor, hubo una demostración práctica del modo de utilizar la
música como medio de comunicación catequética.
El
domingo día 10, el Papa presidió en la plaza de San Pedro una misa, en la que
participaron no sólo los ocho mil catequistas y profesores de religión que habían
venido a Roma con motivo de su jubileo, sino también una gran asamblea de
fieles de todo el mundo. Al comienzo de la celebración, el cardenal Castrillón
Hoyos dirigió al Vicario de Cristo unas palabras de saludo y agradecimiento;
después de él hablaron una catequista y un profesor de religión, ambos
romanos; una catequista alemana encendió la lámpara de la corona de Adviento,
colocada en la escalinata de la basílica para recordar que nos hallamos en la
segunda semana de preparación a la venida de Cristo. La primera lectura se
proclamó en español; la segunda, en inglés; el salmo responsorial y el
evangelio, en italiano.
Concelebraron los cardenales Castrillón Hoyos y Camillo Ruini, vicario del Papa para la diócesis de Roma; dieciséis arzobispos y obispos y doscientos veinte presbíteros. El Papa pronunció la homilía que publicamos. Llevaron las ofrendas varios catequistas, entre ellos un matrimonio con sus cinco hijos pequeños; la religiosa Feist, de origen alemán, catequista en Kazajstán, donde hasta hace poco estaba prohibido transmitir la fe e incluso poseer libros religiosos (algunos heroicos catequistas escribieron las verdades de la fe en cuadernillos, que pasaban de mano en mano; ella recibió uno de una mujer, que fue descubierta y expulsada de la nación); otro catequista que llevó las ofrendas fue Juan, campesino pobre de Guatemala, con cuatro hijos, que desde los once años recorre cada semana senderos tortuosos por entre las montañas durante cinco horas para anunciar al Señor en poblados aislados: sólo se lamenta de no haber podido estudiar más. La oración de los fieles se hizo en polaco, francés, alemán, portugués, árabe e italiano.
Al final de la misa, el Santo Padre, renovando el gesto significativo que había
hecho el domingo 26 de noviembre durante el jubileo de los laicos, entregando el
texto del concilio Vaticano II a parejas de los cinco continentes, entregó a
diez catequistas de los cinco continentes el Catecismo de la Iglesia católica,
con la exhortación a "vivir la fe que profesan, celebrar con alegría los
divinos misterios, ser testigos de la vida nueva, fecundar con la oración su
ministerio de catequistas, y difundir en el mundo la doctrina y la vida del
Evangelio confiada al magisterio y al testimonio de la Iglesia". Antes de
rezar el Ángelus e impartir la bendición, pronunció la alocución que
ofrecemos en la página 1.