MENSAJE "URBI EL ORBI"  DEL PAPA JUAN PABLO II EN EL DOMINGO DE RESURRECCIÓN DEL GRAN JUBILEO DEL AÑO 2000

Cristo es la Puerta de la vida

1. «Mors et vita duello conflixere mirando;
dux vitae mortuus regnat vivus...».
«Lucharon vida y muerte
en singular batalla
y, muerto el que es la vida,
triunfante se levanta» (Secuencia de Pascua).
Hoy la Iglesia se detiene,
atónita una vez más,
junto al sepulcro vacío.
Igual que María Magdalena y las otra mujeres,
que llegaron para ungir con aromas
el cuerpo del Crucificado;
igual que los apóstoles Pedro y Juan,
que acudieron por las palabras de las mujeres,
la Iglesia se inclina sobre la tumba
en la que fue depositado su Señor
después de la crucifixión.
Hace un mes, como peregrino en Tierra Santa,
recibí la gracia de arrodillarme
ante la losa
que indica el lugar donde fue sepultado Jesús.
Hoy, domingo de Resurrección,
hago mío el anuncio del mensajero celestial:
«¡Ha resucitado, no está aquí!» (Mc 16, 6).
Sí, la vida y la muerte lucharon
y la Vida triunfó para siempre.
Todo está orientado nuevamente a la vida,
¡a la Vida eterna!

2. «Victimae paschali laudes
immolent christiani...».
«Ofrezcan los cristianos
ofrendas de alabanza
a gloria de la Víctima
propicia de la Pascua.
Cordero sin pecado
que a las ovejas salva,
a Dios y a los culpables
unió con nueva alianza».
Las palabras de la Secuencia pascual
expresan admirablemente el misterio
que tiene lugar en la Pascua de Cristo.
Indican la fuerza renovadora
que fluye de su resurrección.
Con las armas del amor,
Dios ha vencido el pecado y la muerte.
El Hijo eterno, que se despojó de sí mismo
para hacerse siervo obediente
hasta la muerte en cruz (cf. Flp 2, 7-8),
venció el mal en su raíz,
abriendo a los corazones arrepentidos
la senda del retorno al Padre.
Cristo es la Puerta de la Vida,
que en Pascua triunfa sobre las puertas del infierno.
Es la Puerta de la salvación abierta para todos,
la Puerta de la divina misericordia,
que proyecta nueva luz sobre la existencia humana.

3. Cristo resucitado muestra
senderos de esperanza
por los que debemos avanzar juntos
hacia un mundo más justo y solidario
donde el ciego egoísmo de pocos
no prevalezca sobre el grito de dolor de muchos,
reduciendo a pueblos enteros
a condiciones de miseria degradante.
Que el mensaje de vida, transmitido por el ángel
junto a la piedra removida del sepulcro,
venza la dureza de los corazones,
lleve a la superación de barreras injustificadas
y favorezca un encuentro fecundo
de pueblos y culturas.
Que la imagen del hombre nuevo,
que resplandece en el rostro de Cristo,
impulse a todos a reconocer
el valor intangible de la vida humana;
que suscite respuestas adecuadas
a la exigencia, cada vez más sentida,
de justicia e iguales oportunidades
en los diversos ámbitos de la vida social;
que lleve a los individuos y a los Estados
al pleno respeto
de los derechos esenciales y auténticos
arraigados en la naturaleza misma del ser humano.

4. Señor Jesús, nuestra Paz (cf. Ef 2, 14),
Verbo encarnado hace dos mil años,
que, al resucitar, venciste el mal y el pecado,
concede a la humanidad del tercer milenio
una paz justa y duradera;
haz que tengan éxito los diálogos entablados
por hombres de buena voluntad que,
aun entre tantas perplejidades y dificultades,
tratan de poner fin
a preocupantes conflictos en África,
a las luchas armadas
en algunos países de América Latina,
a las continuas tensiones que afligen
a Oriente Medio, a vastas zonas de Asia
y a algunas regiones de Europa.
Ayuda a las naciones a superar
antiguas y nuevas rivalidades,
rechazando sentimientos de racismo y xenofobia.
Que toda la tierra,
inundada por el esplendor de la resurrección,
se alegre porque «el fulgor del Rey eterno,
ha disipado las tinieblas del mundo» (Pregón pascual). Sí, Cristo ha resucitado victorioso,
y ha ofrecido al hombre,
heredero de Adán en el pecado y la muerte,
una nueva herencia de vida y de gloria.

5. «Ubi est mors stimulus tuus?».
«¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?» (1 Co 15, 55),
exclama el apóstol san Pablo,
deslumbrado en el camino de Damasco
por la luz de Cristo resucitado.
Su clamor resuena por los siglos
como anuncio de vida
para toda la civilización humana.
También nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI,
estamos invitados a tomar conciencia
de esta victoria de Cristo sobre la muerte,
revelada a las mujeres de Jerusalén
y a los Apóstoles,
cuando llegaron asustados al sepulcro.
La experiencia de estos testigos oculares,
a través de la Iglesia, ha llegado hasta nosotros.
Se manifiesta especialmente
en el camino de los peregrinos que,
en este año del gran jubileo,
cruzan la Puerta santa
y regresan con más valentía
para construir sendas de reconciliación
con Dios y los hermanos.
Que en el corazón de este Año de gracia
resuene más fuerte el anuncio
de los discípulos de Cristo,
un anuncio común,
por encima de cualquier división,
con el deseo ardiente de una comunión plena:
«Scimus Christum surrexisse a mortuis vere».
«Sí, lo sabemos: Cristo resucitó realmente.
Rey vencedor, da a tus fieles
parte en tu victoria santa».
«Tu nobis, victor Rex, miserere».
Amén.