ÁNGELUS

Meditación mariana del Papa el domingo 12 de marzo

La Iglesia perdona y pide perdón

 

El día 12 de marzo, I domingo de Cuaresma, se celebró en la Iglesia la Jornada del perdón. El Papa Juan Pablo II presidió, en la basílica de San Pedro, una solemne celebración eucarística, durante la cual se realizó la confesión de las culpas pasadas y presentes de la Iglesia y la petición de perdón a Dios, ante el gran crucifijo de la iglesia de San Marcelo, del siglo XIV. Asistieron a Su Santidad en el acto algunos de los jefes de dicasterios de la Curia: los cardenales Gantin, Ratzinger, Etchegaray, Cassidy y Arinze, y los arzobispos Fumio Hamao y Nguyén Van Thuán. En la meditación mariana a la hora del Ángelus, que ofrecemos a continuación, el Santo Padre explicó el sentido de este acto.


 

Amadísimos, hermanos y hermanas:

1. En el marco de fe del gran jubileo, celebramos hoy la Jornada del perdón. En la basílica de San Pedro he presidido esta mañana un sugestivo y solemne acto penitencial. En este primer domingo de Cuaresma, obispos y comunidades eclesiales de las diversas partes del mundo, en nombre del entero pueblo cristiano, se han arrodillado en presencia de Dios para implorar su perdón.

El Año santo es tiempo de purificación: la Iglesia es santa porque Cristo es su Cabeza y su Esposo, el Espíritu es su alma vivificante, y la virgen María y los santos son su manifestación más auténtica. Sin embargo, los,hijos de la Iglesia conocen la experiencia del pecado, cuyas sombras se reflejan en ella, oscureciendo su belleza. Por eso, la Iglesia no deja de implorar el perdón de Dios por los pecados de sus miembros.

2. No se trata de un juicio sobre la responsabilidad subjetiva de los hermanos que nos han precedido: esto compete sólo a Dios, que, a diferencia de nosotros, seres humanos, es capaz de «escrutar el corazón y la mente» (cf. Jr 20, 12). El acto que hemos realizado hoy es un sincero reconocimiento de las culpas cometidas por los hijos de la Iglesia en el pasado remoto y en el reciente, y una humilde súplica de perdón a Dios. Esto ayudará a despertar las conciencias, permitiendo a los cristianos entrar en el tercer milenio más abiertos a Dios y a su designio de amor.

A la vez que pedimos perdón, perdonamos. Esto es lo que decimos cada día rezando la oración que nos enseñó Jesús: «Padre nuestro, (...) perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden» (Mt 6, 12): Quiera Dios que el fruto de esta Jornada jubilar sea para todos los creyentes el perdón recíprocamente dado y acogido.

Del perdón florece la reconciliación. Esto es lo que deseamos para cada comunidad eclesial, para todos los creyentes en Cristo y para el mundo entero.

3. Los cristianos, perdonados y dispuestos a perdonar, entran en el tercer milenio como testigos más creíbles de la esperanza. Al cabo de siglos marcados por violencias y destrucciones, y después del último tan dramático, la Iglesia ofrece a la humanidad, en el umbral del tercer milenio, el evangelio del perdón y la reconciliación, como presupuesto para construir la auténtica paz.

¡Ser testigos de esperanza! Éste es también el tema de los ejercicios espirituales que comenzaré esta tarde con mis colaboradores de la Curia romana. Ya desde ahora doy las gracias a cuantos quieran acompañarme con su oración, e invoco a la Virgen, Madre de la divina Misericordia, para que nos ayude a todos a vivir con provecho el tiempo cuaresmal.