Celebración de la jornada jubilar de los enfermos del 9 al 13 de febrero

Los enfermos y los agentes de la pastoral de la salud celebraron su jubileo en Roma del 9 al 13 de febrero. Se congregaron en la ciudad eterna procedentes de varias partes del mundo. Muchos de los enfermos estaban en sillas de ruedas o en camillas (2.400). Los acompañaban familiares, enfermeras, médicos, voluntarios, etc. El centro del jubileo lo constituyó la Jornada mundial del enfermo, el día 11 de febrero, memoria de la Virgen de Lourdes, que se celebró en esta ocasión en Roma. El sentido de esta jornada en la mente del Santo Padre es poner de retiene la importancia fundamental del enfermo y del agente pastoral sanitario en el Año santo.

El jubileo tuvo tres partes: estudio, celebración y fiesta.

El estudio se lleva a cabo los días 9 y 10 en la sala del Sínodo. Consistió en una reflexión sobre la identidad de los agentes de la sanidad: obispos responsables de la pastoral de la salud, enfermeros y farmacéuticos (alrededor de cincuenta personas por cada grupo), y sus desafíos al comienzo del tercer milenio. Huba conferencias magistrales, reflexiones por grupos y puestas en común.

Otro momento fue el de la celebración: se trató de un momento fuerte de oración con, por y para los enfermos. Se inició ya el mismo día 10 por la tarde con una misa de acogida y bienvenida para todos los enfermos y agentes sanitarios en la basílica de San Pablo extramuros a las cinco de la tarde y la presidió mons. Javier Lozano Barragán, arzobispo emérito de Zacatecas (México), presidente del Consejo pontificio para la pastoral de la salud. Concelebró con él el secretario de dicha dicasterio, mons. José Luis Redrado Marchite, o.h., y otros veintitrés arzobispos y obispos, así como más de cien sacerdotes procedentes de diversas partes del munda. Hubo gran participación, de forma que no todos pudieron entrar en el templo.

El día 11 fue propiamente el día específico de la Jornada jubilar. A las diez de la mañana, el Papa presidió la celebración eucarística con administración del sacramento de la unción en la plaza de San Pedro; asistieron mas de treinta mil personas. Concelebraron con Su Santidad el cardenal Roger Etchegaray, presidente del Comité para el gran jubileo del año 2000, juntamente con el secretario de dicho organismo, el arzobispo mons. Crescenzio Sepe; el presidente del Consejo pontificio para la pastoral de los agentes sanitarios, y el secretario de dicho Consejo pontificio; el presidente de la Unitalsi, mons. Alessandro Plotti, arzobispo de Pisa (Italia), y cuarenta y siete arzobispos y obispos, encargados par las Conferencias episcopales de la pastoral sanitaria; concelebraron asimismo trescientos veinte sacerdotes de todo el mundo, que trabajan en el campo de la salud.

Mientras los concelebrantes se dirigían al altar, el cora cantaba el "Salve Mater". Después del saludo litúrgico del Santo Padre, mons. Lozano Barragán pronunció unas palabras. Durante la liturgia de la Palabra, la primera lectura se hizo en español, la segunda en inglés, el salmo responsarial y el evangelio fueron en italiano. Juan Pablo II pronunció la homilía que ofrecemos en esta misma pagina. Siguió una plegaria litánica y la imposición de las manos sobre los enfermos: el Papa las impuso a diez, y otros ocho cancelebrantes las impusieron a ciento noventa enfermos. Después, Su Santidad pronunció la oración de acción de gracias sobre el óleo ya bendecido y, mientras la asamblea cantaba el Salmo 22, el Señor es mi Pastor, ungió con él la frente y las manos de algunos enfermos, ayudado par los arzobispos Lozano Barragán y Sepe; entre los otros concelebrantes que administraban el sacramento de la unción se hallaban fray Pascual Piles Ferrando, superior general de la orden hospitalaria de San Juan de Dios, y el p. Angelo Brusco, superior general de los Clérigos Regulares Ministros de los Enfermos (camilos). La oración de los fieles se hizo en portugués, árabe, polaco, suahili y francés. Fueron dieciséis los enfermos que presentaron las ofrendas entre estas, tres proyectos de estructuras sanitarias para algunas países del tercer mundo, un cirio, un centro de flores y las ofrendas para el sacrificio eucarístico; mientras tanto, el cora y la asamblea cantaban sucesivamente el Ave María en latín y "Tú, fuente viva" en italiano. Durante la comunión se entonó el «Magníficat» y «Señor, tú eres nuestro pan» en diferentes lenguas. Al final, el romano Pontífice se dirigió a los presentes en inglés, francés, español, alemán, portugués y polaco, con las palabras que ofrecemos en esta pagina. Luego impartió la bendición a todas los presentes, a sus familiares y a cuantos estaban en conexión con la plaza de San Pedro. Asistían a la misa los cardenales Menri Schwery, obispo emérito de Sion; Vincenzo Fagiola, presidente emérito del Consejo pontificio para la interpretación de los textos legislativos; y Dino Monduzzi, prefecto emérito de la Casa pontificia; así como el arzobispo Oscar Rizzato, limosnero de Su Santidad; y los obispos Harvey y Dziwisz, prefecto y prefecto adjunto, respectivamente, de la Casa pontificia. Lugares reservados ocupaban la ministra de Sanidad, Rosy Bindi, y otras autoridades. Sirvieron al altar religiosos camilos y hospitalarios, y alumnos del Pontificio Colegio Urbano de Propaganda Fide. Terminada la celebración, el Vicario de Cristo subió al coche descubierto y recorrió la plaza para saludar, confortar y bendecir a los enfermos.

Por la tarde, se organizó una procesión de antorchas a las cinco y media de la tarde, en la que participaron setenta mil personas. Comenzó en el «Castel Sant'Angelo», procedió por la vía de la Conciliación y finalizó en la plaza de San Pedro. La encabezaba una devota imagen de la Virgen de Lourdes y numerosos obispos; seguía una multitud de enfermos con sus acompañantes, médicos, enfermeros, voluntarios, familiares y otras muchas personas que quisieron unirse a este jubileo. Mientras tanto, se rezaban y meditaban los misterios del rosario, intercalando varios cantos marianos. Cuando la Virgen llegó al atrio, mons. Lozano Barragán pronunció las siguientes palabras: «Llega a su fin esta peregrinación mariana: en este Año santo ofrezcamos nuestras enfermedades para contribuir a la edificación de la civilización del amor.. Que María interceda ante su Hijo para que cesen las guerras y las aflicciones. Ella es la primera Puerta santa de la historia, porque a través de ella Cristo entró en el mundo». A las siete y media, el Santo Padre se asomó a la ventana de su despacho y pronunció la alocución que ofrecemos en la página 7.

El sábado día 12 por la mañana, se hizo un vía crucis en el Coliseo, al que debido al mal tiempo y a las dificultades del lugar no todos pudieron asistir y sustituyeron por la visita a las basílicas de Santa María la Mayor y San Juan de Letrán.

El tercer momento, el festivo, consistió en un espectáculo de luz y sonido en la plaza de San Pedro, concluida la procesión de las antorchas, a las ocho de la noche del día 11. Otro acto: «Luces de la esperanza», tuvo lugar el día 12 en la sala Pablo VI a las nueve de la noche con el testimonio de varios artistas enfermos, que han encontrado en Cristo su alegría y esperanza. Hubo también música, poesía y oración; entre los momentos más emotivos fueron filmaciones de intervenciones del Santo Padre en diferentes Jornadas de enfermos, y conexiones televisivas con Lourdes. Participaron más de seis mil personas.

El domingo día 13 varios enfermos, que todavía no habían regresado a sus casas, asistieron a la misa en la basílica de San Pedro, presidida por el cardenal Eduardo Martínez Somalo, prefecto de la Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica. En su homilía comentó las lecturas del día, deteniéndose sobre todo en la actitud del enfermo, que decide desafiar a la gente que lo rechaza porque se apoya en la certeza de que Jesús puede curarlo y ningún otro puede liberarlo de su terrible mal; la actitud de confianza firme, su humildad y esperanza. Tal vez había oído a Jesús decir -comentaba el cardenal- que no son los sanos los que necesitan médico, sino los enfermos... Este episodio prosiguió- nos hace comprender que cuando con humilde sinceridad y confianza queremos de verdad curar de nuestras miserias , y pecados, nos encontramos siempre con la misericordia de Dios, que marca el comienzo de una nueva vida. Todos necesitamos de la misericordia de Dios y sentir que se nos dirigen a nosotros las palabras de Jesús: «quiero, queda limpio»... Exhortó a todos a dirigirse a Dios guiados por su Palabra, que es la que nos indica el camino que debemos recorrer para regresar a él.