ALOCUCIÓN
«URBI ET ORBI» DEL PAPA JUAN PABLO II EN LA MEDIANOCHE DEL 31 DE DICIEMBRE, AL FINAL DE
LA VELADA
Me gustaría llamar a la puerta
de vuestra casa para desearos:
¡Feliz año!
Los servicios de pastoral juvenil del Comité para el gran
jubileo, de la Conferencia episcopal italiana y del vicariato de Roma organizaron una
velada en la plaza de San Pedro para recibir al año nuevo. Participaron en ella
doscientos mil muchachos y muchachas de todos los continentes, con espíritu de oración y
de comunión con los coetáneos del mundo entero. Comenzó a las diez de la noche y
fue transmitida por mundovisión. Según iba transcurriendo el tiempo, miles y miles de
personas se iban agregando a los jóvenes y fueron llenando los alrededores de la
plaza; se veían incluso familias enteras. «Alegría» y «paz» fue el hilo conductor de
los momentos de reflexión, testimonio y música que se intercalaron durante toda la
velada, guiada por el cardenal Camillo Ruin¡, vicario del Papa para la diócesis de Roma
y presidente de la Conferencia episcopal italiana, que hizo una breve reflexión. Los
cinco mil «pueri cantores» procedentes de quince países cantaron el «Te Deum»; el
cantautor romano Claudio Baglione interpretó algunas canciones de su repertorio,
alternándose con los «gospel» del grupo «Harlem Singers». Con el himno de la próxima
Jornada mundial de la juventud, que se celebrará en la ciudad eterna del 15 al 20 de
agosto, la multitud recibió la antorcha que, procedente de Tierra Santa, había recorrido
1.250 km, siguiendo los pasos de san Pablo: una luz encendida como símbolo de comunión,
reconciliación, alegría y perdón. El repique de las campanas y los fuegos artificiales
anunciaron la llegada del nuevo año. El Papa se asomó a la ventana de su despacho y,
cuando concluyeron los fuegos artificiales, antes de dar la bendición «Urbi et orb¡»
pronunció las siguientes palabras:
En el gran reloj de la historia suena una hora importante: inicia
en este momento el año dos mil, el año que nos introduce en un nuevo milenio. Para los
creyentes es el año del gran jubileo.
¡Felíz año nuevo a todos vosotros, hombres y mujeres de todos
los lugares de la tierra!
Al cruzar el umbral del nuevo año, me gustaría llamar a la
puerta de vuestras casas para expresar a cada uno mi más cordial felicitación: ¡Feliz
año a todos, en la luz que desde Belén se irradia a todo el universo!
Os deseo un año lleno de paz: la paz anunciada por los ángeles
en la noche santa de Navidad; la paz de Cristo que por amor se ha hecho hermano de todo
ser humano.
Os deseo un año sereno y feliz: que os acompañe la certeza de
que Dios nos ama. Hoy, como hace dos mil años, Cristo viene a orientar con su evangelio
de salvación los pasos inciertos y titubeantes de los pueblos y naciones hacia un futuro
de auténtica esperanza.
A Cristo le pido que bendiga este momento de fiesta y de
felicitaciones, para que sea el comienzo prometedor de un nuevo milenio lleno de gozo y de
paz. Entramos en el año 2000 contemplando fijamente el misterio de la Encarnación.
Cristo, ayer, hoy y siempre.
Suyos son el tiempo y la eternidad.
A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
Os doy las gracias. ¡Feliz año a todos! ¡Alabado sea Jesucristo.