TRANSMITIR HOY LA FE

 

Extractos de la Carta pastoral de los obispos de Pamplona y Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria (España). Cuaresma-Pascua 2001

Fuente Web Xaveriana

     

  1. La crisis en la transmisión de la fe.

     

       

    1. En la enseñanza religiosa escolar.

       

       

      ...La enseñanza religiosa escolar —que sólo está reglada en la educación infantil, primaria y parte de la secundaria— es una apuesta por la integración de la cultura religiosa en el conjunto de las ciencias humanas, y no debe confundirse con la catequesis. Tiene como condición la libre opción de quienes participan en ella, cuenta con un profesorado específico entregado a su labor y con recursos pedagógicos actualizados. A cuantos participan de ella con interés les ofrece la oportunidad de adquirir los conocimientos y descubrir los valores y actitudes propios de la tradición religiosa cristiana. Pero sufre, en muchos casos, el menosprecio que la cultura religiosa experimenta entre los conocimientos científicos y sociales de este tiempo. Por sí sola, especialmente en las actuales circunstancias, siendo importante, es insuficiente para transmitir la fe...

       

       

    2. En la catequesis

       

       

      ...La catequesis es un proceso de profundización en el conocimiento y vivencia de la fe, que se desarrolla a partir de una adhesión fundamental a Jesucristo, a quien se ha llegado a descubrir al menos inicialmente como revelación de Dios y centro de unificación para nuestra vida...

       

      ...Quienes trabajan en la catequesis con los niños y los jóvenes destacan la dificultad que encuentran para contribuir eficazmente con estos procesos a la deseada iniciación cristiana. En el origen de esa dificultad está la relación entre los procesos de catequesis y la celebración de los sacramentos. La Iglesia celebra un sacramento que supone, expresa y acrecienta la fe y, en consecuencia, ofrece un serio proceso de formación, mientras que muchos convocados desean principalmente el rito sacramental por el relieve social que este conserva todavía. Este desajuste entre el ofrecimiento de la Iglesia y la expectativa de los candidatos, constituye un serio problema para pastores y catequistas...

       

       

    3. Ante esta situación

       

       

      ...En distintos sectores eclesiales percibimos: por un lado, actitudes de pesimismo desesperanzado ante las dificultades de la transmisión de la fe en el tiempo presente y, por otro lado, actitudes de confianza en un futuro de mayor autenticidad y profundidad de vida cristiana que resultará purificada en las pruebas y las búsquedas de esta situación.

       

      Hay muchos que en esta situación presente buscan algo que les ayude a encontrar el sentido de la vida, la integridad de la fe, buscan autenticidad y desean algo más que ritos, algo más que normas. Es lo que tienen derecho a encontrar en los creyentes y en la Iglesia de Jesucristo.

       

      Para cada uno de los creyentes y para nuestra Iglesia es, pues, el momento de preguntarnos de nuevo qué es aquello en lo que creemos. Es el momento de recuperar la fe que subyace a los ritos, normas y compromisos, y de reactivar el sentido del misterio que late en los más auténtico y profundo de nuestra vida creyente. Es el momento de reconsiderar nuestro lugar en el mundo de hoy como testigos y mensajeros de la fe...

       

       

    4. Creer y transmitir la fe.

       

 

Los creyentes que vivimos con gozo nuestra fe cristiana tenemos conciencia de que otros, en la familia y en la Iglesia, por diversos medios nos han ayudado a encontrarla y a crecer en ella. Les estamos sinceramente agradecidos porque nos han transmitido lo más valioso que poseemos. Pero en lo más profundo de nuestra experiencia creyente hemos llegado a descubrir que la fe es para nosotros un don, una gracia de Dios. Sabemos que desde nuestra libertad, en ocasiones con esfuerzo y dificultad, y con la ayuda de los demás, hemos llegado a reconocer y acoger el don de la fe. Pero estamos convencidos, sobre todo, de haber llegado a conocer a quien, a través de otros creyentes y desde lo más intimo de nuestro ser, nos estaba llamando a un encuentro personal con él: el mismo Dios.

 

Por ello, reconocemos que transmitir o comunicar la fe consiste fundamentalmente en ofrecer a otros nuestra ayuda, nuestra experiencia como creyentes y como miembros de la Iglesia, para que ellos, por sí mismos y desde su propia libertad, accedan a la fe movidos por la gracia de Dios. Transmitir la fe es, pues, preparar o ayudar a otros a creer, a encontrarse personalmente con Dios.

 

Nuestro servicio a la fe de los demás no tiene como efecto directo e inmediato —ni siquiera necesario— una respuesta creyente en el otro. En la tarea de comunicar la fe no nos encontramos, sin embargo, solos, abandonados a nuestras propias fuerzas y apoyados únicamente en nuestra capacidad o creatividad. Somos conscientes de que, antes y por encima de todo, actúa la gracia de Dios, que ofrece a todos el don de la fe. Pero ni el mismo Dios con ese don priva a nadie de la libertad personal de creer o no creer, ni nos exime a nosotros de la responsabilidad de comunicar activamente la fe que hemos recibido.

 

 

     

  1. ¿Qué es creer en Dios?

     

 

       

    1. Creer no es saber, pero... también

       

 

La fe no consiste en un saber intelectual, ni siquiera en un saber acerca de Dios. El contenido fundamental de la fe no es un conjunto de ideas o conocimientos sobre el misterio de Dios o sobre el sentido de nuestra propia existencia. Por ello, no basta transmitir a otro nuestro conocimiento para comunicarle la fe. Precisamente porque la fe no consiste principalmente en un saber, puede ser accesible a todos, tanto a los humildes como a los más sabios. En la fe de los más sencillos, la dimensión intelectual es limitada, pero no por ello su fe es más débil o menos auténtica.

 

Comunicar ideas o conocimientos no es suficiente para transmitir a otro la fe, aunque tampoco es posible hacerlo sin su ayuda. Es necesario poseer algunas ideas fundamentales y claras que sirvan de vehículo a nuestra comunicación, pero sobre todo es necesario que estemos convencidos de ellas en lo más profundo de nuestra alma. La vida nos enseña, a veces sorprendentemente y no sólo en cuestiones religiosas, que lo que es evidente para el alma humana no requiere verificación científica. Creer algo es saber que es verdad, no en nuestras mentes, sino en lo más íntimo de nuestro ser, en el centro de nuestra alma. Por ello decimos que la fe supera la razón; no es contraria a los hechos, pero va más allá de ellos, los trasciende y los sitúa en una nueva perspectiva.

No llegamos a creer como resultado de un esfuerzo intelectual, ni por medio del estudio, ni sólo por el razonamiento o el debate se llega a alcanzar la fe, aunque pueden disponer a ella. Creer y saber son dos experiencias diferentes, pero no necesariamente opuestas, que se combinan en una relación muy original. Todo creer requiere un mínimo saber y se apoya en él. «No hemos de olvidar que la fe implica siempre un contenido. No es posible creer en Dios sin creer en lo que Dios nos revela. Por eso, el creyente va configurando su adhesión a Dios, su concepción del hombre y de la historia, y su visión del mundo a la luz de la revelación de Dios en Jesucristo» (Al servicio de una fe más viva, carta pastoral Cuaresma-Pascua de 1997, n. 49). Como creyentes estamos llamados «a dar razón de nuestra esperanza a todo el que nos la pida» (1 P 3, 15), y sólo podremos hacerlo si a preguntas razonables ofrecemos respuestas razonables y no simples opciones «voluntaristas».

 

Creer no es tampoco dejarse llevar de la fantasía o abrir las puertas a la irracionalidad. El mismo acto de fe se apoya en las razones que tenemos para creer sin reducirse a un simple asentimiento mental. Porque el acto de fe supera a las razones que se tienen para creer, y a los indicios o señales que nos mueven a creer. Con todo, la fe ha de ser razonable para ser auténticamente humana; la fe ha de poseer unas razones para acoger y afirmar lo que trasciende los límites de la misma razón. «Una fe sobre la cual no se reflexiona, deja de ser fe» (san Agustín).

 

2.2. Creer es buscar

 

Creer es abrirse al misterio profundo e íntimo que habita en cada uno de nosotros. Es buscar el sentido radical y último de nuestra existencia, tratar de alcanzar lo que vale por sí mismo y da valor a todo lo que somos y tenemos. Es preguntarse por la realidad definitiva o absoluta frente a la cual todas las cosas son relativas o «penúltimas». No es evadirse de la realidad que vivimos, sino profundizar en ella. Las cuestiones últimas, y entre ellas el problema de Dios, se insertan en lo más cotidiano de nuestra vida, aunque sólo sea en forma de frustración o de vacío. La experiencia humana, la de todos y cada uno de nosotros, es el punto de partida del creer, de la búsqueda de la fe, porque Dios, «no se encuentra lejos de cada uno de nosotros, pues en él vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17, 27-28).

 

Decir «creo» es abrir mi existencia al misterio que habita dentro de mí, decir sí al misterio de la vida. «Creer en Dios, significa mantener la inquietud por la verdad última sin contentarse con la apariencia empírica de las cosas, buscar la salvación total sin quedarse satisfecho con una vida fragmentada, amar la vida hasta el final religándola con el Trascendente» (Creer en tiempos de increencia, carta pastoral Cuaresma-Pascua de 1988, n. 52)...

 

2.3. Creer es encontrar o mejor, «encontrarse»

 

Creer es encontrarse personalmente con Dios. Un encuentro sólo es posible como auténtica relación entre personas. Dios no es algo abstracto, confuso o informe, de lo que sólo se puede tener una idea más o menos precisa. Dio es un Ser personal, por muy grande que sea, con quien podemos relacionarnos en un verdadero encuentro. Este es el Dios que nos ha revelado Jesucristo, el centro de la fe de la Iglesia y el fundamento de nuestra vida creyente.

 

El encuentro con Dios, como todo verdadero encuentro entre personas, no consiste en un contacto ocasional o superficial; no es una relación distante o fría. Se trata de una presencia cercana y profunda que me afecta en lo más íntimo y de forma permanente, que requiere toda mi atención. En este encuentro podemos llegar a situarnos ambos en una relación tan cercana y especial que puedo decirle «Dios mío». Esto no significa afán de posesión o dominio, porque descubro que Dios me trasciende como persona y me respeta como persona. En el Dios que encuentro en lo más profundo de mi vida y la llena de sentido, al mismo tiempo que la trasciende, descubro al Dios «que lo trasciende todo, lo penetra todo y lo invade todo» (Ef 4, 6).

 

No es un verdadero encuentro de fe aquella relación interesada en la que sólo se busca a Dios para ponerlo simplemente al servicio de nuestras necesidades o intereses. Esto sería utilizarlo más que llegar a encontrarse personalmente con él. En el auténtico encuentro de fe descubro el respeto de Dios a mi libertad y me comprometo a no instrumentalizarlo, a dejarle ser Dios. Experimento que, al descubrirlo y acogerlo a él, estoy descubriendo el sentido de mi propia vida. Por eso despierta en mí un gran interés, veo que afecta a lo esencial de mi vida y me dispongo a abrirle mi existencia. No se trata de una relación de intercambio, comercio o compensación; es un compartir más íntimo y estable; se trata de una verdadera relación de comunión...

 

2.4. Creer es confiar (incluso arriesgar)

 

La fe religiosa es la confianza total del hombre en Dios con el que se ha encontrado personalmente. La verdadera cuestión de la fe no consiste sólo en creer que Dios existe, sino en descubrir que nuestra vida está íntimamente unida a la vida de Dios. Es llegar a descubrir una forma diferente y nueva de vivir, desde el encuentro y la relación con él. Dios es quien da solidez y consistencia al hombre.

 

En la fe, como en otras formas de relación interpersonal, hay una confianza en el otro que va más allá de lo puramente racional, que es intuitiva y constituye una convicción razonable. Creer en Dios es, sobre todo, confiar en él. Confiar significa creer en su fidelidad. Por eso, la fe hace referencia a la fidelidad de un Dios que siempre cumple sus promesas y merece nuestra confianza. Yo sé de quien me he fiado» (2 Tm 1, 12).

 

Creer significa confiar libremente y no inclinarse sin más ante unos argumentos contundentes. La confianza que otorgamos al creer no es ciega, sino iluminada por el apoyo de unas «razones para creer». Por esto, la comunicación de la fe que proponemos a los demás tiene la forma de un testimonio que invita a los otros a una actitud de confianza.

 

La confianza de la fe es finalmente confianza en Dios; pero en el camino de acceso a la fe la confianza encuentra apoyo en el testimonio de quienes nos transmiten la Palabra: Jesucristo, los Apóstoles, los creyentes y la comunidad cristiana, la Iglesia...

 

2.5. Creer es acoger

 

El que busca abiertamente a Dios puede llegar a descubrir que, a su vez, incluso con anterioridad, es buscado por el mismo Dios. Él ha puesto en nuestra vida diversos signos de su cercanía; ha sembrado nuestra existencia de señales de su presencia. Dios no irrumpe ordinariamente con estrépito en nuestra historia personal, está presente discretamente en los acontecimientos cotidianos y nos sale al paso a través de nuestras relaciones con otras personas. Dios nos llama incluso desde nuestro propio interior, desde lo más íntimo de la conciencia.

 

El que llega a encontrarse con Dios reconoce que ese acontecimiento no es fruto de su esfuerzo, sino gracia. La experiencia de la fe es, al mismo tiempo, experiencia de la gracia. El acto de creer es fruto de una experiencia religiosa enteramente original. Se trata de acoger un don gratuito ofrecido por Dios, un don que se acepta con toda libertad.

Un don no es gratuito porque sea ofrecido sólo a unos pocos. Un don no es menos gratuito porque sea ofrecido a todos. Pero son muchos los factores derivados de la historia y situación personales, influidos por la familia y el ambiente social, que pueden ayudar o impedir el acoger el don de Dios. El ofrecimiento de Dios se dirige a nuestra libertad y se sitúa en nuestra historia personal. El don gratuito de la fe no es selectivo por parte de Dios, es ofrecido a todos, si bien no todos, desde su libertad personal y las condiciones sociales, deciden creer.

 

El conocimiento de Dios, el encuentro personal con él, es, sobre todo, fruto del Espíritu Santo. El Espíritu de Dios se hace presente en nuestro espíritu para iluminarnos, no coarta ni suprime nuestra libertad. Y no actúa normalmente de una forma sobrecogedora o con una luz deslumbrante y cegadora. La influencia del Espíritu es una iluminación que pone en marcha en nosotros motivaciones o despierta mecanismos psicológicos por los que percibimos de un modo nuevo lo que ya teníamos ante nuestros ojos sin darnos cuenta.

 

El encuentro de la fe necesita de la plegaria; debemos pedir el don de la fe. Como mejor se llega a conocer a Dios es situándonos confiadamente ante él y pidiendo su ayuda...

 

2.6. Creer es compartir

 

El encuentro personal del creyente con Dios es la experiencia fundamental de la vida de fe. Ese encuentro requiere ciertamente momentos de cercanía e intimidad con Dios, pero no hace del creyente un ser aislado de los demás. La fe no se puede vivir en solitario.

 

Una fe auténtica, hecha vida, afecta a todas las dimensiones de la persona humana, también a su ser social. Quien experimenta a Dios como Padre reconoce, al mismo tiempo, a todos los hombres y mujeres como hermanos e hijos del mismo Dios. «Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos» (Ef 4, 5-6).

 

La fe se recibe, se alimenta, se purifica, se prueba, se fortalece, se celebra y se comunica compartiéndola. En la familia, en la comunidad, en la Iglesia, mi fe es, a la vez, nuestra fe. Esto no significa que todos seamos iguales, ni que tengamos las mismas experiencias o vivencias de la fe. Pero todos nos necesitamos para vivir la fe y nos ayudamos a crecer en ella. La fe, como el amor, es uno de estos bienes que aumentan cuando se comparten...

 

2.7. Creer es comprometerse

 

La fe es, sobre todo, vida, y no un simple conocimiento, por lo que sólo podremos comprobar la verdad de la fe tratando de vivirla. Por ello, es preciso comprometerse. Decir «creo en Dios» significa que me comprometo a hacer de Dios una presencia que ocupe el centro de mi corazón en la vida de cada día con sus luces y sus sombras. Apoyado en él, guiado por él, comprometido con él, voy verificando paso a paso, por mi propia experiencia, todo su valor y su verdad.

 

Para un creyente lo esencial no es lo que puede «decir» de su fe, sino lo que vive y experimenta interiormente, aunque tenga dificultades en expresarlo con palabras. Creer es experimentar personalmente una realidad que me supera y que además me llena plenamente porque me supera y me transforma. El compromiso libre ayuda a aclarar desde la experiencia vivida la verdad de la propia fe...

 

 

 

2.8. Creer es adorar

 

Creer es reconocer a Dios como el único absoluto. Ante él todo lo demás que conocemos se vuelve «penúltimo» y relativo. Por él todo llega a adquirir y tener un nuevo sentido. De ahí el carácter unificador y central que la fe tiene para el conjunto de la vida del creyente. Pero no son las ideas ni las normas religiosas las que se convierten en el centro de nuestra vida, es el mismo Dios al que aquellas sólo sirven como cauce de relación o camino de acceso. La fe en Dios consiste en reconocerlo como eje y centro de toda mi existencia. Esta es la forma esencial de adorar a Dios: vivir ante él sin construir ni aceptar ningún ídolo.

 

Descubrir a Dios como el único absoluto me impulsa a consagrarle mi vida como una ofrenda personal de lo que soy y lo que tengo, entregándome a él por entero. Esto no constituye ninguna forma de alienación, pues mi vida centrada y apoyada en él la experimento más libre y, al mismo tiempo, más segura. Desasido de la esclavitud de todo lo demás, soy más dueño de mí mismo. Me descubro más grande cuando me inclino en su presencia...

 

2.9. Creer es amar, servir

 

Quien conoce de verdad a Dios, el Dios de Jesucristo, ha conocido el amor, «porque Dios es amor» (1 Jn 4, 8). Quien llega a conocer el amor de Dios responde con amor, pero no sólo a Dios, sino también a los hermanos. De tal modo que la verdad de Dios se prueba por el amor a los hermanos, «no de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad» (1 Jn 3, 18).

 

Un verdadero creyente no puede vivir su relación con Dios de forma individual, intimista o solitaria. Hacer de Dios el centro de nuestra vida nos exige vivir abiertos a los demás. Creer es relacionarse con los otros en actitud de servicio: solidarios en sus necesidades, cercanos a sus sufrimientos, unidos en sus gozos, disculpando las debilidades y perdonando las ofensas... Este amor de servicio no conoce límites de cercanía, afinidad o reciprocidad, porque «si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? (Lc 6, 32)...

 

 

     

  1. ¿Qué es transmitir la fe?

     

     

    3.1. Transmitir la fe es ofrecer un testimonio cercano de vida creyente

     

    ...La comunicación de la fe se da en distancias cortas, requiere presencia y cercanía. La proximidad consiste en compartir las situaciones de la vida. Estar afectado por las mismas condiciones o circunstancias en que transcurre la existencia cotidiana. En esa proximidad se descubre la fuerza del testimonio que ofrece quien actúa motivado por la fe. «Supongamos un cristiano o un grupo de cristianos que, dentro de la comunidad humana donde viven, manifiesten su capacidad de comprensión y de aceptación, su comunidad de vida y de destino con los demás, su solidaridad en los esfuerzos de todos en cuanto existe de noble y bueno. Supongamos además que irradian de manera sencilla y espontánea su fe en los valores que van más allá de los valores corrientes, y su esperanza en algo que no se ve ni osarían soñar. A través de este testimonio sin palabras, estos cristianos hacen plantearse a quienes contemplan su vida interrogantes irresistibles: ¿por qué son así?, ¿por qué viven de esa manera?, ¿qué es o quién es el que los inspira?, ¿por qué están con nosotros?... Surgirán otros interrogantes, más profundos y mas comprometedores, provocados por este testimonio que comporta presencia, participación, solidaridad y que es un elemento esencial, en general el primero absolutamente en la evangelización. Todos los cristianos están llamados a este testimonio y, en este sentido, pueden ser verdaderos evangelizadores» (Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi de Pablo VI, 8 de diciembre de 1975, n. 21)...

     

    3.2. Transmitir la fe es provocar preguntas

     

    Para disponer a la fe es necesario ayudar a cada uno a vivir su existencia con profundidad. Ayudarle a superar los límites de una vida de horizontes recortados a lo más inmediato. Invitarle a tomar conciencia de las grandes incógnitas del ser humano. Inquietarle por las cuestiones trascendentes. Quien vive instalado y satisfecho en la superficie de la vida nunca llegará a plantearse ni a descubrir el verdadero valor y sentido de la fe.

     

    La inconsciencia y la superficialidad impiden muchas veces llegar a formularse las preguntas fundamentales sobre uno mismo y el valor y sentido de su propia existencia. «De hecho, la persona que no tiene valor para preguntarse de dónde viene y a dónde va, quién es y qué ha de hacer en la vida, termina distanciándose de Dios» (Al servicio de una fe más viva, carta pastoral Cuaresma-Pascua de 1997, n. 13). Quien no se hace preguntas no necesita ni acoge respuestas. Sólo tiene sentido la respuesta de la fe para quien la busca con sus preguntas, aunque no acierte a formularlas adecuadamente.

     

    Además de ofrecer un testimonio de vida que, como ya hemos recordado, puede llegar a suscitar profundos interrogantes, podemos interpelar a otros respetuosamente sobre sus propios motivos, actitudes y compromisos en la vida. Es una forma de ayudarles a abrir horizontes más amplios en los que situar la posible respuesta de la fe. Compartir con los demás las preguntas que nosotros mismos nos hacemos en la búsqueda de la fe puede motivar en ellos el interés por las mismas cuestiones...

     

    3.3. Transmitir la fe es narrar la propia experiencia personal

     

    «En el fondo, ¿hay otra forma de comunicar el Evangelio que no sea la de transmitir a otro la propia experiencia de la fe?» (Evangelii nuntiandi, 46).

     

    Nuestro mejor servicio a la transmisión de la fe no consiste en ofrecer complejas reflexiones sobre los misterios de la religión, ni en ofrecer una exposición racional de los contenidos de la fe. Hemos de comunicar nuestra experiencia personal, como los discípulos de Emaús, que «contaron lo que les había sucedido por el camino» (Lc 24, 35). Lo más valioso consiste precisamente en referir con sencillez las situaciones y experiencias de nuestra vida personal en las que hemos descubierto a Dios como alguien especialmente cercano. Y ese relato de nuestra experiencia lo ofrecemos con el lenguaje humilde de quien trata de compartir lo que ha vivido, pues sabemos que «el hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escucha a los que enseñan es porque dan testimonio» (Evangelii nuntiandi, 41).

     

    Narrar nuestra experiencia de Dios es manifestar cómo vivimos su presencia en nuestras alegrías o en las penas, cómo recurrimos a él en nuestras necesidades, cómo confiamos y esperamos en él en la dificultad, cómo buscamos su luz en la oscuridad, cómo encontramos su paz en la zozobra... En la vida cotidiana es donde mejor puedo experimentar y compartir con los demás que hay «Alguien», más allá de nosotros y mayor que nosotros, que nos llama a un encuentro con él...

     

     

     

    3.4. Transmitir la fe es dar a conocer el verdadero rostro de Dios

     

    Si queremos ayudar a un encuentro personal con Dios, hemos de presentarlo, darlo a conocer, ayudando a descubrir su verdadero rostro. Sólo una imagen auténtica y limpia de Dios lo hace atractivo e interesante. «En Jesús se nos ha revelado que el misterio último del mundo no lo hemos de buscar en la fuerza, el poder, el orden o la arbitrariedad, sino en el amor de un Padre. Ese Padre es el horizonte último desde el que hemos de comprendernos a nosotros mismos y hacia el que hemos de orientar nuestra existencia entera» (Creer en el Dios de Jesucristo, carta pastoral Cuaresma-Pascua de 1986, n. 39).

     

    No necesitamos buscar complicados retratos de Dios, fruto de la imaginación o la creatividad; nos basta con dar a conocer a Jesús como revelación del Padre. Ël mismo nos asegura: «El que me ha visto a mi ha visto al Padre» (Jn 14, 9). Juan Pablo II afirma que «los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no sólo "hablar" de Cristo, sino en cierto modo hacérselo "ver"» (Novo millennio ineunte, 16).

     

    En no pocos casos, es necesario deshacer falsas imágenes de Dios que nosotros mismos poseemos y que no hacen justicia al verdadero rostro de Dios. Algunos rechazan acercarse a un Dios al que sólo conocen de lejos, de oídas, pero que no les ofrece ningún interés y, en algunos casos, les repele. Hay que limpiar el auténtico rostro de Dios de maquillajes deformadores si estamos de verdad convencidos del atractivo de su verdad y belleza. Es muy importante «no hacer» a los demás, especialmente a los más sencillos, evitando ofrecerles imágenes falsas, parciales o interesadas, de Dios...

     

    3.5. Transmitir la fe es respetar la libertad

     

    El hombre que se abre a Dios ha de ser libre y descubrirá más plenamente el sentido de su vida cuanto más receptivo sea a la «vida» radicalmente distinta del Dios que lo sostiene y lo trasciende. La fe es una aceptación personal de la Palabra ofrecida y escuchada, sin imposiciones. Sólo un hombre dotado de libertad puede acoger la palabra libre de Dios que se revela. Puede haber una fe condicionada sociológicamente, por la cual aceptamos lo que se nos dice que hay que creer. Pero la fe propiamente se da en el fondo de las conciencias libres capaces de aceptar o rechazar la Palabra escuchada.

     

    Es el mismo Dios quien busca al hombre y quiere ser encontrado y acogido libremente por él. Es el mismo Dios –por la acción de su Espíritu– quien ofrece, como don y como gracia, la luz necesaria para descubrir en nuestra vida su presencia cercana. Es el mismo Dios «que hace salir el sol sobre buenos y malos y envía la lluvia sobre justos e injustos» (Mt 5, 45) quien ofrece a todos ese don. Cada uno desde su propia libertad personal puede acogerlo o rechazarlo, aceptarlo o negarlo; lo importante es estar bien dispuesto para reconocerlo y «abrirle apenas venga y llame» (Lc 12, 36)...

     

    3.6. Transmitir la fe es presentarla como camino de salvación

     

    La fe cristiana es la fe en Cristo y fe también en el Dios que resucitó a Jesucristo. La fe establece una comunión de vida del creyente con Cristo y con el Dios de la resurrección y la vida. La fe suscita en nosotros una comunión de vida con Dios, una sincera aceptación de su presencia e intervención en nuestra vida, la gozosa sintonía entre Dios y el creyente.

     

    Por todo esto, se convierte en camino de salvación para el creyente. Dios quiere seriamente su salvación, nos da su Espíritu y nos invita a entrar en el abismo de su vida inmortal, santa y dichosa. Creer en él es dejarle actuar en nosotros, aceptar sus dones, recibir ya desde ahora en el fondo de nuestro corazón la verdad de la vida eterna, que se manifestará después de la muerte y llegará a su plenitud el día de la resurrección universal.

     

    Transmitir la fe es invitar a esperar y aceptar la salvación que viene de Dios por medio de la fe «tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos» (Flp 3, 11). La fe en Cristo nos hace ser con él verdaderos hijos de Dios y, por ser hijos, alcanzamos la posibilidad de heredar y recibir sus promesas de vida y de salvación. La fe en el Dios de Jesucristo abre las puertas de la salvación eterna...

     

    3.7. Transmitir la fe es ayudar a dialogar

     

    En toda relación de encuentro es imprescindible la comunicación, el diálogo; también en el encuentro con Dios. En ocasiones, incluso antes de producirse un encuentro, hay una llamada que lo provoca y lo prepara. Pero no siempre la comunicación se reduce a palabras; también se desarrolla por signos o se expresa con símbolos. En la comunicación con Dios, el diálogo se establece a través de la escucha de la Palabra y de la oración desde la vida.

     

    Dios nos habla a través de los acontecimientos de la vida y por medio de quienes están a nuestro alrededor. En sus necesidades, en sus demandas, en sus preguntas, en su fuerza o su debilidad, hemos de identificar la llamada que Dios nos hace. La Palabra, especialmente a través de la Sagrada Escritura, nos ayuda a iluminar la vida para descubrir en esta las llamadas y proyectos de Dios. Es una Palabra que requiere reflexión; no puede ser interpretada de forma superficial. Toda ella tiene unidad sin contradicciones, por lo que no puede utilizarse fragmentándola interesadamente. La tradición de la Iglesia nos ayuda a comprender su sentido más profundo. Pero cada uno de nosotros hemos de confrontarla con la vida para buscar en ella lo que Dios nos dice. Acompañar en la escucha atenta de la palabra de Dios, que ilumina los acontecimientos de nuestra historia personal y social es una forma de preparar el encuentro personal con él, un modo de transmitir la fe...

     

    3.8. Transmitir la fe es proponer la fe de la Iglesia

     

    Siendo la fe una opción libre y personal, sin embargo nadie la recibe, la comunica ni la vive de forma individual y aislado de los demás creyentes. La fe que recibimos, comunicamos y vivimos es la fe de la Iglesia, la que hemos recibido de nuestros mayores transmitida ininterrumpidamente desde los tiempos apostólicos. Esa fe la hacemos propia y personal cada uno de nosotros con ayuda de la Iglesia. Es la comunidad eclesial, depositaría de la fe, quien nos garantiza su autenticidad cristiana. La experiencia personal de fe de todos los creyentes enriquece la fe de la Iglesia, dándole vida, adaptándola a las diversas situaciones...

     

    3.9. Transmitir la fe es acompañar en la búsqueda

     

    Nos toca vivir en una época de profundos cambios. Entre ellos, el paso de una sociedad donde todo parecía cooperar a la transmisión de la fe a otra donde se experimenta una crisis generalizada en su transmisión. En esta nueva situación, es necesario valorar todo lo que constituye una atención directa y personalizada a quienes sienten inquietudes, plantean cuestiones y se esfuerzan en la búsqueda de la fe. Hoy no son pocos los que se interesan por reencontrar una fe que han descuidado o perdido, nunca han llegado a conocer. Nuestras comunidades se encuentran todavía bastante escasas de experiencias y espacios de acogida que ofrecerles.

     

    Para poder ofrecer este servicio de acogida y acompañamiento, es fundamental desarrollar la empatía, saber ponerse en la piel del otro, situarse en su lugar para comprender desde dentro las dificultades que le impiden acceder a la fe y ayudarle a descubrirlas, precisamente para neutralizarlas o debilitarlas. Sólo así se puede llegar a comprenderle, y sólo desde la comprensión se le puede ofrecer una ayuda consistente. Este servicio se desarrolla, al menos inicialmente, desde la comunicación y el contacto personal, mejor que en los encuentros o reuniones de grupo. Pero la experiencia de un grupo será necesaria para vivir y expresar la dimensión comunitaria y eclesial de la fe...

     

     

     

  2. Corresponsables en la transmisión de la fe

     

     

    Transmitir o comunicar la fe no es misión o tarea reservada a los pastores y catequistas de la comunidad cristiana. Es responsabilidad propia de todos los creyentes de cualquier edad y condición. Para quien de verdad ha llegado a descubrir con gozo el valor de su propia fe, esta no resulta responsabilidad gravosa, no es una carga. Todo el que hace de la fe el eje y centro de su vida no puede menos de sentir el deseo de compartir con los demás, especialmente los más cercanos, aquello que reconoce como un verdadero tesoro. Cada uno de los creyentes estamos llamados a comunicar a otros la fe a través de todas las relaciones en que se desenvuelve nuestra vida cotidiana...

     

    4.1. La comunicación de la fe en la familia

     

    ...No debemos pensar que en relación con la transmisión de la fe en la familia todo se reduce a la tarea de desarrollar por los padres la educación cristiana de sus hijos. También debemos subrayar la extraordinaria importancia que tienen las relaciones de carácter horizontal, las de los esposos entre sí o las de los hermanos, en relación con la fe. Incluso no podemos ignorar el papel tan activo que los hijos, sean niños o jóvenes, pueden llegar a ejercer ante sus padres en cuestiones de fe.

     

    4.1.1 El diálogo sobre la fe entre los esposos

     

    ...Muchas veces, incluso entre esposos creyentes, no se llega a compartir en diálogo abierto y sincero la experiencia de la fe. Si la fe es auténtica, constituye un alimento vital inseparable de la vida cotidiana, de las opciones y compromisos que vamos asumiendo en ella, especialmente en las cuestiones de mayor proyección en nuestra vida, como son las que se comparten en la vida conyugal. Comunicar la fe entre los esposos no consiste esencialmente en razonar juntos sobre verdades o contenidos religiosos, sino más bien en manifestar con sencillez el uno al otro la fuerza o debilidad de las propias convicciones, en expresar sinceramente los sentimientos religiosos, en descubrir las dudas o seguridades como petición u oferta de ayuda, en buscar y acoger juntos la presencia de Dios en las realidades cotidianas de la vida compartida. En el contexto de la vida matrimonial...

     

    4.1.2. La educación en la fe de los hijos

     

    ...Hoy es más necesario que antes cuidar en las familias el despertar religioso de los hijos en sus primeros años y acompañar adecuadamente los pasos sucesivos en el crecimiento de la fe. Los padres cristianos son los primeros educadores de la fe de sus hijos. Las primeras experiencias de vida del niño con la protección y ayuda de sus padres deben ayudarle a situar en la visión del mundo, que va poco a poco descubriendo, la imagen de un Dios que trasciende y da sentido a todo lo existente. No es necesario dar complicadas explicaciones acerca de Dios, sino sencillamente dejar ver el lugar singular que él ocupa en nuestra vida cotidiana. Más que ideas o razonamientos, el niño asimila con naturalidad las actitudes y sentimientos religiosos que ve en sus padres. Después irá formulando sencillas preguntas que le ayuden a comprender y expresar mejor la vivencia religiosa que viene compartiendo en el seno de familia...

     

    ...Tiene un particular significado en el despertar religioso infantil la iniciación en la experiencia de oración. Hablar a Dios, o con Dios, es ponerse ante él sabiéndolo presente aunque invisible en nuestra vida, es empezar a identificarlo como Alguien con quien es posible entablar una relación personal. Pedir su ayuda o darle gracias en las distintas situaciones es reconocerlo cercano y comprometido con nosotros, sus hijos. Es muy importante orar junto a los niños con sencillez hablando con Dios desde las situaciones y necesidades de la vida de cada día...

     

    4.1.3. Cuando los hijos crecen

     

    El paso de la infancia a la adolescencia no viene marcado solamente por unos cambios físicos en el desarrollo, sino sobre todo por una búsqueda y afirmación de la propia identidad personal que se manifiesta especialmente en la reivindicación de unos espacios de libertad y en la progresiva maduración de una personalidad cada vez más autónoma.

     

    En este proceso, los padres han de mantener tan vivo el interés por sus hijos como activa su paciencia con ellos. Son observados atenta y silenciosamente, con sentido crítico, por unos adolescentes a los que han de ofrecer, sobre todo, comprensión y testimonio de coherencia con sus propias convicciones. No deben sustraerse nunca el diálogo, en ocasiones difícil, acogiendo sus interpelaciones y ofreciendo respuestas razonables. En actitud de ayuda y con suavidad, hay que hacer ver a los adolescentes sus propias limitaciones y contradicciones, anticipándose a reconocer también las de los adultos. Por encima de todo, es necesario confiar con amor y esperanza en que lo que honradamente se ha sembrado en ellos madure y fructifique...

     

    ...Nunca termina el compromiso familiar en la transmisión de la fe. Cuando los hijos lleguen a la juventud y alcancen su emancipación, los lazos familiares irán adquiriendo nuevas formas y posibilidades de comunicación. Y cuando los más jóvenes lleguen a vivir las situaciones y compromisos de sus mayores rememorarán sus propias experiencias para intentar asumir con acierto sus nuevas responsabilidades, también en relación con la fe. Tratarán de repetir los aciertos y enmendar los errores que descubrieron en sus mayores...

     

    4.2. Transmitir la fe en los diversos ambientes

     

    Además de la vida de familia, todos participamos con mayor o menor intensidad de otras situaciones que nos relacionan con determinados ambientes. El ejercicio de la vida profesional o laboral, los compromisos ciudadanos y de vecindad, las inquietudes políticas y sociales, las actividades o aficiones en el tiempo libre, ...son el origen de una relación frecuente y estable con muchas personas. En medio de esas relaciones, se llega a constituir un circulo de amistades más cercano, con el que se comparten, y a veces se debaten, convicciones e ideas y experiencias de la vida cotidiana personal o social.

     

    También en esos ambientes los creyentes estamos llamados a transmitir a los demás nuestra fe. No se trata de hacer proselitismo, de atraerlos hacia nosotros, sino de ofrecerles lo que consideramos puede ser valioso para ellos.

     

    4.2.1. El testimonio personal de vida

     

    ...La primera condición de un creyente responsable de su fe es vivir enraizado en la realidad de su ambiente y comprometido con ella sin evasiones ni ambigüedades. Desde ese compromiso, dejará traslucir los valores que le impulsan y motivan a través de sus actitudes personales, especialmente desde su solidaridad, espíritu de servicio, capacidad autocrítica, paciente esperanza, actitudes de concordia y respeto a la diferencia. Manifestará con los hechos, antes que con palabras, el atractivo y el valor radical de la razón que alienta y unifica su vida. Podrá llegar a despertar interés y suscitar preguntas acerca de aquello que le impulsa a vivir y ser feliz de esa manera...

     

    ...A pesar de la diversidad de ambientes en que participamos unos cristianos y otros, cabe señalar algunas actitudes y compromisos comunes a los que no puede sustraerse ningún creyente en nuestra sociedad y nuestro tiempo. En medio de un contexto social donde prima la utilidad y la eficacia, es necesario apostar por la supremacía y dignidad de las personas y rechazar cualquier instrumentalización, sea cual sea la causa que pretenda justificarla...

     

    ...En medio de la llamada sociedad del bienestar, la existencia de grandes bolsas de pobreza y exclusión requieren a los cristianos el alinearse con Jesús, en un compromiso liberador, del lado de los más débiles y desfavorecidos. Los enfermos, los inmigrantes, los ancianos, todos los que experimentan en su propia carne alguna forma de pobreza o marginación, han de ver hecha realidad, ya ahora, en la vida de los creyentes, la afirmación evangélica: «Los últimos serán los primeros».

     

    Azotados duramente por la violencia terrorista que quiebra la vida social de nuestro pueblo, hemos de continuar incansables y activos en el compromiso por la defensa de la vida como derecho fundamental de toda persona, la libertad, la paz y la justicia. Desde nuestra propia identidad cristiana, con esperanza, y fieles a las exigencias del Evangelio de la paz, hemos de trabajar y orar por la pacificación y la reconciliación social...

     

    ...Los movimientos apostólicos y las diversas asociaciones de laicos son los cauces eclesiales más apropiados para suscitar y acompañar en los creyentes su compromiso y presencia en los ambientes. En ellos puede encontrar la formación y metodología necesarias para actuar desde las motivaciones y la identidad cristianas.

     

    4.2.2. Dar razón de nuestra esperanza

     

    Las preguntas que despierta el testimonio comprometido de la fe en ocasiones llegan a expresarse como interpelaciones directas a quien las provoca con su modo de vivir. Entonces el creyente está llamado a manifestar sus motivos y razones para creer y para vivir. Es la ocasión de descubrir abiertamente a los demás nuestra perspectiva de la vida, dar a conocer lo que nos hace felices, responder con sencillez desde las convicciones profundas que inspiran nuestras opciones y compromisos.

     

     

     

  3. La acciones de la comunidad eclesial

     

 

5.1. El anuncio misionero del Evangelio

 

Es toda la comunidad eclesial, la Iglesia, quien tiene la responsabilidad de hacer llegar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, que participan de una cultura determinada, el Evangelio de Jesucristo como fuente y cimiento de la fe. Actualmente son muchos los bautizados que necesitan redescubrir el Evangelio con toda la fuerza que posee como auténtica buena nueva para su vida. Creen conocerlo, pero es «sólo de oídas». No han descubierto en él el anuncio de un Dios que nos llama a ser felices, más humanos y más libres, dueños de su propia vida en una perspectiva nueva, desde la experiencia de la fe. Otros muchos, cuyo número crece en nuestra sociedad en los últimos tiempos, no han llegado siquiera a recibir por vez primera el anuncio de Jesucristo...

 

...Todos los miembros de la comunidad han de contribuir a la fe en una auténtica acción misionera en su vida cotidiana a través del testimonio y la comunicación personal. En esta tarea, el compromiso activo de los laicos cristianos es insustituible. Todos ellos necesitan poseer una madurez como creyentes que la comunidad cristiana ha de ayudarles a alcanzar. Precisan también el apoyo de la comunidad a la hora de ejercer esa responsabilidad en la familia, en los ambientes, en la vida pública o en la propia Iglesia.

 

5.2. La acogida y el acompañamiento de los que buscan la fe

 

Es preciso crear o impulsar en las comunidades cristianas espacios de acogida para ayudar y acompañar en su itinerario de búsqueda a quienes se interesan por la fe. Van siendo cada vez más los casos de personas que desde experiencias e inquietudes personales están en actitud de búsqueda, algunos después de un pasado inicialmente creyente y un posterior alejamiento de la vida y la comunidad cristiana. Desde actitudes de respeto y comprensión hemos de acoger sus planteamientos y preguntas, sus dudas y reservas. Se trata de una labor de atención individual y directa o, a lo sumo, de encuentros en pequeños grupos, pues requiere un acompañamiento personalizado...

 

5.3. La evangelización de la cultura

 

...Nuestras Iglesias particulares deben impulsar también manifestaciones de la fe cristiana en diversos ámbitos de especial relieve en el mundo de la cultura. Especialmente desde las universidades católicas, las facultades de teología, los institutos diocesanos de ciencias religiosas, de pastoral o de vida religiosa, es necesario promover diversas formas de encuentro y diálogo fe-cultura, en torno a cuestiones concretas de especial actualidad e interés. Tales espacios de diálogo ofrecen a personas alejadas, pero inquietas, una oportunidad para valoración de la fe cristiana y para purificar y enriquecer su imagen y su valoración de la fe cristiana y para descubrir con mayor claridad la inconsistencia de algunas de sus resistencias a creer.

 

La presencia del pensamiento cristiano en los medios de comunicación social de tan amplia difusión e influencia en la cultura de nuestro tiempo es también una forma valiosa de contribuir a la transmisión de la fe. No se trata tanto de la información sobre la vida y la actualidad de la Iglesia, cuanto de la comunicación de valores cristianos inherentes a las situaciones y realidades humanas más diversas...

 

5.4. La iniciación cristiana y la catequesis

 

«La iniciación cristiana se realiza mediante el conjunto de tres sacramentos: el bautismo, que es el comienzo de la vida nueva; la confirmación, que es su afianzamiento, y la Eucaristía, que alimenta al discípulo con el Cuerpo y la Sangre de Cristo para ser transformado en él» (Catecismo de la Iglesia católica, n. 1275). Esta inserción en el misterio de Cristo va unida a un itinerario catequético que ayuda a crecer y madurar la vida de la fe... Mediante la catequesis, que precede, acompaña o sigue a la celebración de los sacramentos, el catequizando descubre a Dios y se entrega a él; alcanza el conocimiento del misterio de la salvación, afianza su compromiso personal de respuesta a Dios y de cambio progresivo de mentalidad y de costumbres; fundamenta su fe acompañado por la comunidad eclesial...

 

...La iniciación cristiana, tal y como se desarrolla entre nosotros en la mayoría de los casos, presenta múltiples lagunas y deficiencias. La dispersión a lo largo de amplias etapas de la vida de la celebración de los tres sacramentos de iniciación: bautismo, confirmación y Eucaristía, dificultan la unidad del proceso. La fragmentación del proceso catequético propio de la iniciación y su reducción en algunos casos a meras catequesis presacramentales, contribuyen a su desarticulación y empobrecimiento. Las connotaciones sociales que rodean la celebración de estos sacramentos desvirtúan con frecuencia su más profundo significado. El resultado es que muchos bautizados crecen sin alcanzar una mínima madurez personal de su fe; no llegan a adquirir siquiera la condición de verdaderos iniciados en la vida cristiana.

 

...La catequesis está llamada a desarrollar hoy en día en nuestras Iglesias particulares una función importante especialmente en el ámbito de los adultos. Gran parte de los bautizados tienen la necesidad de resituar su fe en el contexto de su vida personal y social. Necesitan redescubrir vitalmente su condición de creyentes con todas sus consecuencias. Tal vez muchos de ellos aprendieron un día las fórmulas y las normas de la fe, pero necesitan vivirla y experimentar el gozo del encuentro personal con el Dios vivo. Sin la ayuda de la catequesis no llegarán a estar sensibilizados ni capacitados para transmitir o comunicar a otros su fe...

 

...En cualquiera de sus formas, la catequesis tiene que acertar a transmitir una síntesis adecuada y actualizada del mensaje cristiano y, sobre todo, integrar la experiencia en el proceso de maduración y crecimiento cristiano; adaptar el lenguaje de la fe a la capacidad de comprensión y comunicación, e iniciar en el significado de las expresiones tradicionales y comunitarias de la Iglesia; ayudar al conocimiento y escucha de la palabra de Dios, en la experiencia de oración personal y compartida y en la participación de la celebración litúrgica de la Eucaristía y los sacramentos; orientar y animar el progresivo compromiso de vida cristiana.

 

Para mejorar la calidad de la iniciación cristiana en su forma actual, es necesario resaltar la importancia fundamental del bautismo en la vida cristiana y, en consecuencia, el compromiso de los padres en garantizar realmente una verdadera educación en la fe de sus hijos...

 

...Los catequistas tienen, pues, confiada una tarea delicada e importante que afecta de modo directo a la calidad y coherencia de su vida como creyentes. Además del servicio de enseñar, deben ofrecer el testimonio de su propia vida de fe. Su misión consiste en saber llevar la vida a la catequesis, atendiendo las situaciones y circunstancias personales y grupales de aquellos a quienes ofrece su servicio en nombre de la comunidad cristiana. Debe ser capaz de integrar en su actividad la comunicación de conocimientos, el despertar de actitudes, la experiencia de oración y escucha de la Palabra, el desarrollo de compromisos de vida cristiana...

 

5.5. En el mundo de la enseñanza

 

...En los centros educativos de enseñanza primaria y secundaria la enseñanza religiosa escolar contribuye a que todos los que voluntariamente optan por ella puedan llegar a adquirir una síntesis, adecuada a cada nivel, de los conocimientos fundamentales de la teología católica. Es una forma de integrar la religión en el conjunto de los saberes culturales y sociales de nuestro tiempo. A lo largo de diversos cursos, se da la posibilidad de conocer la Biblia, la historia de la Iglesia y la figura de los grandes testigos de la fe. También se facilita la comprensión del lenguaje y las diversas expresiones artísticas de la tradición cristiana. Se presentan también los valores cristianos, especialmente aquellos que tienen un mayor significado para el hombre y la cultura de nuestro tiempo. No equivale ni sustituye a la catequesis de la comunidad sino que la complementa...

 

5.6. La pastoral de juventud

 

...Para llegar a una gran parte de los jóvenes que se encuentran alejados de la vida de la comunidad eclesial, será necesario impulsar una verdadera acción misionera en la que los jóvenes creyentes han de asumir una responsabilidad y un protagonismo especiales. Nadie como ellos mismos podrá ofrecer un testimonio vivo del significado que el Evangelio tiene par la sensibilidad, las inquietudes y los problemas de la juventud actual...

 

...Hemos de procurar ofrecer a los jóvenes el conocimiento y, en la medida de lo posible, el contacto personal con testigos de la fe que puedan ser atrayentes por su compromiso de vida al servicio de los demás. Necesitados de modelos concretos de referencia pueden descubrir en ellos el atractivo de una fe vivida con intensidad...

 

...Hemos de favorecer la creación y animación de grupos donde los jóvenes puedan compartir entre ellos sus experiencias de vida cristiana. Y, al mismo tiempo, hemos de trabajar por la incorporación de esos grupos a la comunidad cristiana más amplia, en la que distintas generaciones de creyentes se apoyan y se interpelan mutuamente. Los grupos de jóvenes deben participar activamente en la necesaria renovación de nuestras comunidades cristianas. «Pero, además, es necesario que los jóvenes, bien formados en la fe y arraigados en la oración, se conviertan cada vez más en los apóstoles de la juventud» (Evangelii nuntiandi, 72)...

 

...Entre las debilidades de la fe juvenil que hemos de subsanar figura, en primer lugar, el déficit de experiencia orante. Iniciar a los jóvenes de manera intensa, sistemática y pedagógica a la oración individual y comunitaria resulta capital para su fe. Es preciso ayudarles a pasar de la relación intimista con un Dios que acaricia su sensibilidad, a la relación estimuladora con un Dios que interpela su vida entera y motiva su compromiso.

 

5.7. Una celebración renovada de la fe

 

...Una auténtica celebración de la fe nunca puede convertirse en refugio o huida ante los retos y dificultades de la vida cotidiana. Es precisamente nuestra propia vida la que ha de servir de plataforma de encuentro con Dios y los hermanos en la fe. Nuestras celebraciones litúrgicas necesitan hoy incorporar más activamente las realidades de la vida de cuantos toman parte en ellas. Sólo de este modo la experiencia de encuentro con Dios podrá resultar significativa para una fe constituida en eje y centro de toda nuestra existencia...

 

Tomado de "Osservatore Romano", Nos. 3, 4 y 6 de 2002.