Fábulas

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Juan Eugenio Hartzembuc (1806-80)

 

El águila y el caracol

Vio en la eminente roca donde anida
el águila real, que se le llega
un torpe caracol de la honda vega,
y exclama sorprendida:
-¿Cómo, con ese andar tan perezoso,
tan arriba subiste a visitarme?
-Subí, señora, contestó el baboso,
a fuerza de arrastrarme.

 

El árabe hambriento

Perdido en un desierto
un árabe infeliz, ya medio muerto,
de sed, hambre y fatiga,
se encontró un envoltorio de vejiga.
Lo levantó, le sorprendió el sonido,
y dijo de placer estremecido:
-Ostras deben de ser. -Mas al verterlas,
-¡ay!, exclamó, son perlas.

En ciertas ocasiones
no le valen al rico sus millones.

 

El cuadro del burro

Pintó el insigne Don Francisco Goya
con tan rara verdad y valentía
un burro de la casa en que vivía,
que el cuadro borrical era una joya.
Mister qué sé yo quién, inglés muy rico,
veinte mil reales por el lienzo daba;
Goya, que a la sazón necesitaba
un estudio bien hecho de borrico,
tenaz a enajenarlo se negaba.
Oyendo al fin un día
el asno vivo discutir el trato,
exclamó sollozando de alegría:
-¡Mil duros da el inglés por mi retrato!
Por el original, ¿qué no daría?

 

El jumento murmurador

-Señor, es fuerza que la sangre corra,
dijo al león solícita la zorra.
Sin cesar el estúpido jumento
de ti murmura con furor violento.
-¡Bah!, respondió la generosa fiera,
déjale que rebuzne cuanto quiera.

Pecho se necesita bien mezquino
para sentir injurias de pollino.

 

La O entre números

D. Pedro Calderón de la Barca

De una dama era galán
un vidriero que vivía
en Tremecén, y tenía
un grande amigo en Tetuán.
Rogó al vidriero la dama
que al amigo le escribiera
que una mona remitiera;
y como siempre quien ama
quiere con garbo cumplir,
a fin de que a su capricho
la ninfa escogiera el bicho,
tres o cuatro envió a pedir.
El tres o cuatro escribió
en números el vidriero;
y cátate que en un cero
vino a trocarse la O.
Y sin más antecedente
sobre el extraño pedido
el de Tetuán sorprendido
leyó del tenor siguiente:
«Amigo: Para personas
de toda mi estimación,
mándame sin dilación
trescientas y cuatro monas.»
Hallóse apurado el tal;
pero harto más se apuró
el vidriero cuando vio
contra su frágil caudal
dentro de muy pocos días
apearse con estruendo
trescientas monas haciendo
millares de monerías.
Y costó al mal escritor
su ortográfico delito
ver hecho trizas todito
el vidrio de su obrador.

Tales yerros cometer
suele en materia más grave
quien manda mal a quien sabe
malamente obedecer.

 

La prudencia humana

Cayó en la red del pescador artero
un barbo jovencito.
¡Allí fue trabajar el prisionero
para romper el cáñamo maldito!

Chupa, muerde, batalla,
deshilacha el torzal, quiebra una malla,
y al fin se libra del peligro fiero.
-¡Caramba!, prorrumpió, ¡de buena escapo!

Viviré en adelante sobre aviso.
Quien me pesque otra vez, ya ha de ser guapo,
Mas una cosa de comer diviso,
que a merced de las olas sobrenada,
por un hilo sutil a un palo atada.

Es, si no me equivoco,
pan, y buena ración; pues me la emboco.
Tírase al cebo el pez sin más recelo,
y al salir de la red, tragó el anzuelo.

Así, con sus propósitos ufana,
se arroja en pos del apetito loco
de yerro en yerro la prudencia humana.

 

El pájaro y el niño

Un pajarillo
dieron a Blas,
niño travieso,
buen perillán.
Átale un hilo,
le echa a volar,
y el prisionero
quieto se está.
Blas le decía:
-Torpe animal,
goza el permiso
que hoy se te da.
Largo de sobra
es el torzal:
vuelos bien altos
puedes echar.
-No, dice el ave,
que en realidad
ese bien luego
tórnase mal.
Tú de la pata
me tirarás,
siempre que el vuelo
quiera yo alzar.

No hay servidumbre
que aflija más,
que una con visos
de libertad.

 

Tal para cual

De Lope de Vega

Cuentan que dos se casaron,
y la noche de la boda,
ya en quietud la casa toda,
de tal manera se hablaron.
Él dijo: -Ya no hay que hacer
secretos impertinentes:
postizos traigo los dientes;
paciencia: sois mi mujer.
Dijo ella: -Perdón os pido.
Postizo traigo el cabello:
no hay que reparar en ello;
paciencia: sois mi marido.

Es muy justo y natural,
cuando hace un engaño alguno,
que encuentre con otro tuno
y queden tal para cual.

 

 

 

IRIARTE (1750-91)

 

El burro flautista

  Esta fabulilla,
salga bien o mal,
me ha ocurrido ahora
por casualidad.

  Cerca de unos prados
que hay en mi lugar,
pasaba un borrico
por casualidad.

  Una flauta en ellos
halló, que un zagal
se dejó olvidada
por casualidad.

  Acercóse a olerla
el dicho animal,
y dio un resoplido
por casualidad.

  En la flauta el aire
se hubo de colar,
y sonó la flauta
por casualidad.

  «iOh!», dijo el borrico,
«¡qué bien sé tocar!
¡y dirán que es mala
la música asnal!»

  Sin regla del arte,
borriquitos hay
que una vez aciertan
por casualidad.

 

 El galán y la dama

Cierto galán a quien París aclama,
petimetre del gusto más extraño,
que cuarenta vestidos muda al año
y el oro y plata sin temor derrama,

celebrando los días de su dama,
unas hebillas estrenó de estaño,
sólo para probar con este engaño
lo seguro que estaba de su fama.

«¡Bella plata! ¡Qué brillo tan hermoso!»,
dijo la dama, «¡viva el gusto y numen
del petimetre en todo primoroso!»

Y ahora digo yo: «Llene un volumen
de disparates un autor famoso,
y si no le alabaren, que me emplumen.»

 

El ricote erudito

Hubo un rico en Madrid (y aun dicen que era más necio que rico), cuya casa magnífica adornaban muebles exquisitos
«¡Lástima que en vivienda tan preciosa», le dijo un amigo,
«falte una librería!, bello adorno, útil y preciso.»
«Cierto», responde el otro. «Que esa idea no me haya ocurrido!...
A tiempo estamos. El salón del Norte a este fin destino.
Que venga el ebanista y haga estantes capaces, pulidos, a toda costa. Luego trataremos de comprar los libros.
Ya tenernos estantes. Pues, ahora», el buen hombre dijo, «¡echarme yo a buscar doce mil tomos! ¡No es mal ejercicio! Perderé la chaveta, saldrán caros, y es obra de un siglo...
Pero ¿no era mejor ponerlos todos de cartón fingidos?
Ya se ve: ¿por qué no?
Para estos casos tengo yo un pintorcillo
que escriba buenos rótulos e imite pasta y pergamino.
Manos a la labor.»
Libros curiosos modernos y antiguos mandó pintar,
y a más de los impresos, varios manuscritos.
El bendito señor repasó tanto sus tomos postizos
que, aprendiendo los rótulos de muchos, se creyó erudito.

Pues ¿qué más quieren
los que sólo estudian títulos de libros,
si con fingirlos de cartón pintado, les sirven lo mismo?

 

Los dos conejos 

Por entre unas matas,
seguido de perros,
no diré corría,
volaba un conejo.

De su madriguera
salió un compañero
y le dijo: «Tente,
amigo, ¿qué es esto?»

«¿Qué ha de ser?», responde;
«sin aliento llego...;
dos pícaros galgos
me vienen siguiendo».

«Sí», replica el otro,
«por allí los veo,
pero no son galgos».
«¿Pues qué son?» «Podencos.»

«¿Qué? ¿podencos dices?
Sí, como mi abuelo.
Galgos y muy galgos;
bien vistos los tengo.»

«Son podencos, vaya,
que no entiendes de eso.»
«Son galgos, te digo.»
«Digo que podencos.»

En esta disputa
llegando los perros,
pillan descuidados
a mis dos conejos.

 Los que por cuestiones
de poco momento
dejan lo que importa,
Llévense este ejemplo.

 

Los dos loros

De Santo Domingo trajo
dos loros una señora.
La isla en parte es francesa,
y en otra parte española.
Así, cada animalito
hablaba distinto idioma.
Pusiéronlos al balcón,
y aquello era Babilonia.
De francés y castellano
hicieron tal pepitoria,
que al cabo ya no sabían
hablar ni una lengua ni otra.
El francés del español
tomó voces, aunque pocas;
el español al francés
casi se las toma todas.
Manda el ama separarlos,
y el francés luego reforma
las palabras que aprendió
de lengua que no es de moda.
El español, al contrario,
no olvida la jerigonza,
y aun discurre que con ella
ilustra su lengua propia.
Llegó a pedir en francés
los garbanzos de la olla,
y desde el balcón de enfrente
una erudita cotorra
la carcajada soltó,
haciendo del loro mofa.
Él respondió solamente,
como por tacha afrentosa:
«Vos no sois más que PURISTA».
Y ella dijo: «A mucha honra».
¡Vaya, que los loros son
lo mismo que las personas!

 

 

 

Jean-Pierre Claris de FLORIAN (1755-94)


EL LEÓN Y EL LEOPARDO 
Un león valeroso, rey de una inmensa llanura, 
Quería dominar una parte más grande, 
Y quiso conquistar un próximo bosque, 
Herencia de un leopardo. 

Atacar no era muy difícil para él; 
Pero el león temió a las panteras y osos, 
Por lo que el monarca diestro resolvió debidamente la cuestión. 
Al leopardo joven, bajo el pretexto de honor, 
le delega a un embajador: 
Era un zorro viejo, hábil y popular.
En primer lugar, del leopardo joven exalta su prudencia, 
Le alaba en son de paz, su bondad, su dulzura,
su justicia y su beneficencia; 
Entonces, en nombre del león una alianza propone 
Para limpiar a todo el vecino que no valore su fuerza. 
El leopardo acepta; y desde el día siguiente, 
Nuestros dos héroes, en sus fronteras, 
Comen a los mejores osos y panteras; 
Fue hecho pronto; pero cuando los reyes amigos, 
Compartiendo el país conquistado, 
fijan sus miradas en sus nuevos límite, 
Allí sobrevinieron algunas riñas. 
El leopardo perjudicado se quejó al león; 
Este mostró su dentadura postiza para demostrar quién mandaba; 
Para abreviar la historia, fueron varios los golpes. 
Al final de la aventura llegó la muerte del leopardo: 
Éste aprendió un poco tarde 
Que contra los leones las verjas más buenas 
son los Estados pequeños de osos y panteras.

 

Los dos viajeros

Compadre Tomás y su amigo Lubín  
iban los dos a pie a la ciudad vecina.

Tomás halla, en el camino,  
una bolsa llena de monedas.

La mete en su bolsillo. Lubín, con gran contento,  
le dice : "¡Qué suerte hemos tenido!".

No - responde fríamente Tomás - ;  
"hemos " no está bien dicho, "he" es más correcto.

Lubín no se atreve a chistar. Mas, al dejar el llano,  
encuentran a unos ladrones en el bosque escondidos.

Tomás, temblando y no sin causa,  
dice : "Estamos perdidos". No - contesta Lubín-  
"estamos" no es muy lógico ; "estás" es otra cosa.

Dicho esto, se escapan a través de los bosques.

Atenazado por miedo, Tomás pronto es alcanzado  
y tiene que entregar la bolsa.

 

 

Félix María Samaniego (1745-1801)

 

La gallina de los huevos de oro

Érase una Gallina que ponía
un huevo de oro al dueño cada día.
Aun con tanta ganancia mal contento,
quiso el rico avariento
descubrir de una vez la mina de oro,
y hallar en menos tiempo más tesoro.
Matóla; abrióla el vientre de contado;
pero, después de haberla registrado,
¿qué sucedió? que muerta la Gallina,
perdió su huevo de oro y no halló mina.

¡Cuántos hay que teniendo lo bastante,
enriquecerse quieren al instante,
abrazando proyectos
a veces de tan rápidos efectos,
que sólo en pocos meses,
cuando se contemplaban ya marqueses,
contando sus millones,
se vieron en la calle sin calzones!

 

 

El águila y los animales

Todos los animales cada instante
se quejaban a Júpiter Tonante
de la misma manera
que si fuese un alcalde de montera.
El Dios (y con razón) amostazado,
viéndose importunado,
por dar fin de una vez a la querella,
en lugar de sus rayos y centellas,
de receptor envía desde el cielo
al águila rapante, que de un vuelo
en la tierra juntó a los animales,
y expusieron en suma cosas tales:
pidió el león la astucia del raposo;
éste de aquél lo fuerte y valeroso;
envidia la paloma al gallo fiero;
el gallo a la paloma en lo ligero;
quiere el sabueso patas más felices,
y cuenta como nada sus narices;
el galgo lo contrario solicita;
y en fin (cosa inaudita),
los peces de las ondas ya cansados,
quieren poblar los bosques y los prados;
y las bestias dejando sus lugares,
surcar las olas de los anchos mares.
Después de oírlo todo:
-¿Ves, maldita caterva impertinente,
que entre tanto viviente
de uno y otro elemento,
pues nadie está contento,
no se encuentra feliz ningún destino?
Pues, ¿Para qué envidiar al del vecino?
Con sólo este discurso,
aún el bruto mayor de aquel concurso
se dio por convencido.

De modo que es sabido
que ya sólo se matan los humanos
en envidiar la suerte a sus hermanos.

 

El león y la zorra

Un león, en otro tiempo poderoso,
ya viejo y achacoso,
en vano perseguía hambriento y fiero
al mamón becerrillo y al cordero,
que, trepando por la áspera montaña,
huían libremente de su saña.

Afligido del hambre a par de muerte,
discurrió su remedio de esta suerte:
Hace correr la voz de que se hallaba
enfermo en su palacio y deseaba
ser de los animales visitado.

Acudieron algunos de contado:
mas como el grave mal que le postraba
era un hambre voraz, tan sólo usaba
la receta exquisita
de engullirse al Monsieur de la visita.

Acércase la zorra, de callada,
y a la puerta asomada
atisba muy despacio
la entrada de aquel cóncavo palacio.

El león la divisa, y al momento
le dice: "¡Ven acá;
pues que me siento
en el último instante de mi vida!
Visítame, como otros, mi querida."

"¿Cómo otro? ¡Ah, señor! He conocido
que entraron sí, pero que no han salido.
¡Mirad, mirad la huella,
bien claro lo dice ella!
Y no es bien el entrar do no se sale."

La prudente cautela mucho vale.

 

La lechera

Llevaba en la cabeza
una lechera el cántaro al mercado
con aquella presteza,
aquel aire sencillo, aquel agrado
que va diciendo a todo el que lo advierte:
¡"Yo sí que estoy contenta con mi suerte!"

Porque no apetecía
más compañía que su pensamiento,
que alegre, le ofrecía
inocentes ideas de contento;
marchaba sola la feliz lechera
y decía entre sí de esta manera:

"Esta leche vendida,
en limpio me dará tanto dinero,
y con esta partida
un canasto de huevos comprar quiero,
para sacar cien pollos que al estío
me rodeen cantando el pío, pío.

Del importe logrado
de tanto pollo, mercaré un cochino;
con bellota, salvado,
berza, castaña, engordará sin tino;
tanto, que puede ser que yo consiga
ver cómo se le arrastra la barriga.

Llevarélo al mercado;
sacaré de él sin duda buen dinero;
compraré de contado
una robusta vaca y un ternero,
que salte y corra toda la campaña,
hasta el monte cercano a la cabaña."

Con este pensamiento
enajenada, brinca de manera
que, a un salto violento,
el cántaro cayó. ¡Pobre lechera!
¡Qué compasión! Adiós leche, dinero,
huevos, pollos, lechón, vaca y ternero.

¡Oh, loca fantasía,
qué palacios fabricas en el viento!
Modera tu alegría;
no sea que saltando de contento,
al contemplar dichosa tu mudanza,
quiebre su cantarillo la esperanza.

No seas ambiciosa
de mejor o más próspera fortuna;
que vivirás ansiosa,
sin que pueda saciarte cosa alguna.
No anheles impaciente el bien futuro:
mira que ni el presente está seguro.

 

Las moscas

A un panal de rica miel
dos mil moscas acudieron
que, por golosas, murieron,
presas de patas en él.

Otra dentro de un pastel
enterró su golosina.

Así, si bien se examina,
los humanos corazones
perecen en las prisiones
del vicio que los domina.

 

EL CUERVO Y EL ZORRO

En la rama de un árbol,
bien ufano y contento,
con un queso en el pico
estaba el señor Cuervo.

Del olor atraído
un Zorro muy maestro,
le dijo estas palabras,
o poco más o menos:

"Tenga usted buenos días,
señor Cuervo, mi dueño;
vaya que estáis donoso,
mono, lindo en extremo;
yo no gasto lisonjas,
y digo lo que siento;
que si a tu bella traza
corresponde el gorjeo,
junto a la diosa Ceres,
siendo testigo el cielo,
que tú serás el Fénix
de sus vastos imperios."

Al oír un discurso
tan dulce y halagüeño,
de vanidad llevado,
quiso cantar el Cuervo.

Abrió su negro pico,
dejó caer el queso;
el muy astuto zorro,
después de haberlo preso,
le dijo : "Señor bobo,
pues sin otro alimento,
quedáis con alabanzas
tan hinchado y repleto,
digerid las lisonjas
mientras yo como el queso".

Quien oye aduladores,
nunca espere otro premio.

 

La zorra y las uvas

 

Es voz común que a más del mediodía,

en ayunas la zorra iba cazando;

halla una parra; quédase mirando

de la alta vid el fruto que pendía.

 

Causábale mil ansias y congojas

no alcanzar a las uvas con la garra,

al mostrar a sus dientes la alta parra

negros racimos entre verdes hojas.

 

Miró, saltó y anduvo en probaturas;

pero vio el imposible ya de fijo.

Entonces fue cuando la zorra dijo:

--No las quiero comer. No están maduras.

 

EL LEÓN Y EL RATÓN

Había una vez un ratón que estaba preso entre las garras de un león. El ratoncillo no estaba así por haberle robado comida al león, sino porque estaba jugando y merodeando por donde el león estaba durmiendo, y claro, éste, molestado, por no poder descansar, apresó al ratón.

El ratón, al verse preso, le pidió disculpas al león por haberle molestado, y éste, conmovido, lo perdonó.

Pasado un tiempo, estando el león cazando, cayó en una trampa: una gran red que había escondida entre la maleza. Quiso salir, pero la red se lo impedía ; entonces, empezó a rugir con fiereza pidiendo auxilio. El ratón, al oír sus rugidos, sin pensarlo dos veces, fue hacia el sitio donde se hallaba el león preso y comenzó a roer la red. Así consiguió romperla y pudo liberar al león.
(adaptación)

 

 

 

 

JEAN DE LA FONTAINE (1621-95)

 

DOS AMIGOS

En el mundo en que vivimos la verdadera amistad no es frecuente.

Muchas personas egoístas olvidan que la felicidad está en el amor desinteresado que brindamos a los demás.

Esta historia se refiere a dos amigos verdaderos. Todo lo que era de uno era también del otro; se apreciaban, se respetaban y vivían en perfecta armonía.

Una noche, uno de los amigos despertó sobresaltado. Saltó de la cama, se vistió apresuradamente y se dirigió a la casa del otro.

Al llegar, golpeó ruidosamente y todos se despertaron. Los criados le abrieron la puerta, asustados, y él entró en la residencia.

El dueño de la casa, que lo esperaba con una bolsa de dinero en una mano y su espada en la otra, le dijo:

-Amigo mío: sé que no eres hombre de salir corriendo en plena noche sin ningún motivo. Si viniste a mi casa es porque algo grave te sucede. Si perdiste dinero en el juego, aquí tienes, tómalo...

...Y si tuviste un altercado y necesitas ayuda para enfrentar a los que te persiguen, juntos pelearemos. Ya sabes que puedes contar conmigo para todo.

El visitante respondió:
-Mucho agradezco tus generosos ofrecimientos, pero no estoy aquí por ninguno de esos motivos...

...Estaba durmiendo tranquilamente cuando soñé que estabas intranquilo y triste, que la angustia te dominaba y que me necesitabas a tu lado...

...La pesadilla me preocupó y por eso vine a tu casa a estas horas. No podía estar seguro de que te encontrabas bien y tuve que comprobarlo por mí mismo.

Así actúa un verdadero amigo. No espera que su compañero acuda a él sino que, cuando supone que algo le sucede, corre a ofrecerle su ayuda.

La amistad es eso: estar atento a las necesidades del otro y tratar de ayudar a solucionarlas, ser leal y generoso y compartir no sólo las alegrías sino también los pesares.

 

La zorra y la cigueña

Sintiéndose un día muy generosa, invitó doña zorra a cenar a doña cigüeña. La comida fue breve y sin mayores preparativos. La astuta raposa, por su mejor menú, tenía un caldo ralo, pues vivía pobremente, y se lo presentó a la cigüeña servido en un plato poco profundo. Esta no pudo probar ni un sólo sorbo, debido a su largo pico. La zorra en cambio, lo lamió todo en un instante.

Para vengarse de esa burla, decidió la cigüeña invitar a doña zorra.

-- Encantada -- dijo --, yo no soy protocolaria con mis amistades.

Llegada la hora corrió a casa de la cigüeña, encontrando la cena servida y con un apetito del que nunca están escasas las señoras zorras. El olorcito de la carne, partida en finos pedazos, la entusiasmó aún más. Pero para su desdicha, la encontró servida en una copa de cuello alto y de estrecha boca, por el cual pasaba perfectamente el pico de doña cigüeña, pero el hocico de doña zorra, como era de mayor medida, no alcanzó a tocar nada, ni con la punta de la lengua. Así, doña zorra tuvo que marcharse en ayunas, toda avergonzada y engañada, con las orejas gachas y apretando su cola.

Para vosotros escribo, embusteros: ¡ Esperad la misma suerte !

No engañes a otros, pues bien conocen tus debilidades y te harán pagar tu daño en la forma que más te afectará.

 

LA MOCHILA
Cuentan que Júpiter, antiguo dios de los romanos, convocó un día a todos los animales de la tierra.

Cuando se presentaron les preguntó, uno por uno, si creían tener algún defecto. De ser así, él prometía mejorarlos hasta dejarlos satisfechos.

-¿Qué dices tú, la mona? -preguntó.
-¿Me habla a mí? -saltó la mona-. ¿Yo, defectos? Me miré en el espejo y me vi espléndida. En cambio el oso, ¿se fijó? ¡No tiene cintura!

-Que hable el oso -pidió Júpiter.
-Aquí estoy -dijo el oso- con este cuerpo perfecto que me dio la naturaleza. ¡Suerte no ser una mole como el elefante!

-Que se presente el elefante...
-Francamente, señor -dijo aquél-, no tengo de qué quejarme, aunque no todos puedan decir lo mismo. Ahí lo tiene al avestruz, con esas orejitas ridículas...

-Que pase el avestruz.
-Por mí no se moleste -dijo el ave-. ¡Soy tan proporcionado! En cambio la jirafa, con ese cuello...

Júpiter hizo pasar a la jirafa quien, a su vez, dijo que los dioses habían sido generosos con ella.
-Gracias a mi altura veo los paisajes de la tierra y el cielo, no como la tortuga que sólo ve los cascotes.

La tortuga, por su parte, dijo tener un físico excepcional.
-Mi caparazón es un refugio ideal. Cuando pienso en la víbora, que tiene que vivir a la intemperie...

-Que pase la víbora -dijo Júpiter algo fatigado.
Llegó arrastrándose y habló con lengua viperina:
-Por suerte soy lisita, no como el sapo que está lleno de verrugas.

-¡Basta! -exclamó Júpiter-. Sólo falta que un animal ciego como el topo critique los ojos del águila.

-Precisamente -empezó el topo-, quería decir dos palabras: el águila tiene buena vista pero, ¿no es horrible su cogote pelado?

-¡Esto es el colmo! -dijo Júpiter, dando por terminada la reunión-. Todos se creen perfectos y piensan que los que deben cambiar son los otros.

Suele ocurrir.
Sólo tenemos ojos para los defectos ajenos y llevamos los propios bien ocultos, en una mochila, a la espalda.

 

La cigarra y la hormiga

Cantó la cigarra durante todo el verano, retozó y descansó, y se ufanó de su arte, y al llegar el invierno se encontró sin nada: ni una mosca, ni un gusano.

Fue entonces a llorar su hambre a la hormiga vecina, pidiéndole que le prestara de su grano hasta la llegada de la próxima estación.

-- Te pagaré la deuda con sus intereses; -- le dijo --antes de la cosecha, te doy mi palabra.

Mas la hormiga no es nada generosa, y este es su menor defecto. Y le preguntó a la cigarra:

-- ¿ Qué hacías tú cuando el tiempo era cálido y bello ?

-- Cantaba noche y día libremente -- respondió la despreocupada cigarra.

-- ¿ Conque cantabas ? ¡ Me gusta tu frescura ! Pues entonces ponte ahora a bailar, amiga mía.

No pases tu tiempo dedicado sólo al placer. Trabaja, y guarda de tu cosecha para los momentos de escasez.

 

El gato y los ratones 

Un gato, llamado Rodilardo,

causaba entre las ratas tal estrago

y las diezmaba de tal manera

que no osaban moverse de su cueva.

 

Así, con tal penuria iban viviendo

que a nuestro gato, el gran Rodilardo,

no por tal lo tenían, sino por diablo.

 

Sucedió que un buen día en que Rodilardo

por los tejados buscaba esposa,

y mientras se entretenía con tales cosas,

reuniéronse las ratas, deliberando

qué remedio tendrían sus descalabros.

 

Habló así la más vieja e inteligente:

-Nuestra desgracia tiene un remedio:

¡atémosle al gato un cascabel al cuello!

Podremos prevenirnos cuando se acerque,

poniéndonos a salvo antes que llegue.

 

Cada cual aplaudió entusiasmada;

esa era la solución ¡estaba clara!

 

Mas poco a poco reaccionaron las ratas,

pues ¿cuál  iba a ser tan timorata?

¡Quién iba a atarle el cascabel al gato!

 

Así he visto suceder más de una vez

-y no hablo ya de ratas, sino de humanos-:

¿a quién no lo han golpeado los desengaños?

Tras deliberaciones, bellas palabras,

grandes ideas... y, en limpio, nada.

 

 

El león y el ratón  

Debemos ser generosos con todos, pues en cualquier momento necesitamos la ayuda de alguien más humilde que nosotros. De esta verdad estas fábulas darán fe en un instante.

Saliendo de su agujero harto aturdido, un ratoncillo fue a caer justo en las garras del león. El rey de los animales, demostrando su poder, le perdonó la vida. Su generosidad no fue en vano, porque ¿ quien hubiera creído que el león pudiera necesitar un día de la gratitud de un sencillo ratoncillo ?

Sucedió que en cierta ocasión en que el león salió de su selva, cayó en unas redes, de las cuales no podía librarse con sus fuertes rugidos. Lo oyó el ratoncillo, y acudió al sitio. Trabajó tan bien con sus pequeños dientes, que una vez roída una malla, el león terminó de desgarrar la trama entera.

En ciertos casos pueden más la paciencia y el tiempo que la ira y la fuerza.

 Y una buena acción, en algún momento tiene su recompensa.

 

 

El maestro y el niño

En esta fábula intento demostrar la presunción vana de un necio:

Cuando estaba jugando a las orillas del Sena, un niño cayó al agua, mas por gracia divina se hallaba allí un sauce con cuyas ramas se salvó el pequeño. Pasó por allí un maestro de poco entendimiento, y el infante gritó:

-- ¡ Auxilio que me ahogo !

Ante dichos gritos, el maestro se volvió, e imprudentemente y fuera de situación, empezó a sermonear al infante:

-- ¡ Mira qué travieso, a dónde le ha llevado su locura !
¡ Gasta tus horas cuidando esta clase de prole !
¡ Desdichados padres, pobre de ellos velando a todo momento por esta turba inmanejable ! ¡ Cuánto deben padecer, y cómo lamento su destino !

Después de tanto hablar, saco al niño de las aguas.

Censuro aquí a muchos más de lo que se imaginan. Habladores y criticones y pedantes pueden reflejarse en el escrito anterior; cada uno de ellos forma un pueblo numeroso; sin duda el Creador bendijo esa prolífica casta.
¡ No hay tema sobre el que no piensen ejercer su habladuría! ¡Siempre tienen una crítica que hacer! ¡Pero amigo, líbrame del apuro primero, y después suelta tu lengua !

Antes de señalar los errores del prójimo, mejor primero ayúdalos a mejorar su situación.

 

El ratón del campo y el ratón de la ciudad

Invitó el ratón de la corte a su primo del campo con mucha cortesía a un banquete de huesos de exquisitos pajarillos, contándole lo bien que en la ciudad se comía. Sirviendo como mantel un tapiz de Turquía, muy fácil es entender la vida regalada de los dos amigos.

Pero en el mejor momento algo estropeó el festín:
En la puerta de la sala oyeron de pronto un ruido y vieron que asomó el gato. Huyó el ratón cortesano, seguido de su compañero que no sabía dónde esconderse.

Cesó el ruido; se fue el gato con el ama y volvieron a la carga los ratones. Y dijo el ratón de palacio:

-- Terminemos el banquete.

-- No. Basta -- responde el campesino --. Ven mañana a mi cueva, que aunque no me puedo dar festines de rey, nadie me interrumpe, y podremos comer tranquilos. ¡ Adiós pariente ! ¡Poco vale el placer cuando el temor lo amarga !

No quieras vivir rodeado de bienes, si ellos van a ser la causa de tu desdicha.

 

 

 

LEONARDO DA VINCI (1452-1419)

 

EL AVE EXTRAORDINARIA

Hubo una vez un viajero que recorrió medio mundo en busca del ave extraordinaria.

Según los sabios, lucía el plumaje más blanco que se pueda soñar.
 Decían además que sus plumas parecían irradiar luz, a tal punto que nunca nadie había visto su sombra.

¿Dónde encontrarla? Lo ignoraban. Ni siquiera sabían su nombre.
El viajero recorrió el bosque, la costa, la montaña.

Un día, junto al lago, vio un ave inmaculadamente blanca.
Se acercó con sigilo, pero ella sintió su presencia y levantó vuelo.

Su sombra voladora se dibujó sobre las aguas del lago.
"Es sólo un cisne" se dijo entonces el viajero, recordando que el ave extraordinaria no tenía sombra.

Tiempo después, en el jardín de un palacio, vio un ave bellísima.
Estaba en una gran jaula de oro y su plumaje resplandecía en el sol.

El guardián del jardín adivinó lo que pensaba y le advirtió:
-Es sólo un faisán blanco, no es lo que buscas.

El viajero incansable recorrió países, continentes...

Llegó hasta el Asia y allí, en un pueblo, conoció a un anciano que dijo saber dónde se encontraba el ave extraordinaria.

Juntos escalaron una montaña.
Cerca de la cumbre, vieron al gran pájaro.
Sus plumas, esplendorosamente blancas, irradiaban una luz sin igual.

-Se llama Lumerpa -dijo el anciano-. Cuando muere, la luz de su plumaje no se apaga. Y si alguien le quita entonces una pluma, ésta pierde al momento su blancura y su brillo.

Allí terminó la búsqueda.
El viajero volvió a su tierra, feliz como si una parte de aquel resplandor lo iluminara por dentro.
Y aseguró que el plumaje de Lumerpa era como la fama bien ganada y el buen nombre...

...que no pueden quitarse a quien las tiene y que siguen brillando aún después de la muerte.

 

 

 

FÁBULA DE ESCANDINAVIA

 

RAYO DE FUEGO

Esto sucedió hace tiempo, en un lejano país del norte donde los hombres eran grandes y fuertes como gigantes.

El rey, Erico el Viejo, se sintió un día muy cansado y buscó un sucesor.
Llamó entonces a los máximos héroes de su país y les pidió que contaran sus hazañas para saber cuál de ellos merecía ser el nuevo rey.

Primero habló Trym, el de la barba roja:
-Un día, para salvar mi barco en una tormenta, me zambullí en el mar, lo alcé con una mano y, nadando con un brazo, lo llevé hasta la costa.
-¡Formidable! -dijo el rey.

Y escuchó a otro de los héroes:
-Mi tormenta fue aún peor -dijo Trom, el de la barba negra-. El viento era tan fuerte que de nada sirvió zambullirme y tratar de sostenerlo con una mano...

¿Qué hiciste? -preguntó Erico el Viejo.
-Lo sostuve con las dos manos y me mantuve a flote pataleando hasta llegar a la costa.
-¡Qué notable! -se admiró el rey.

Le tocó el turno al último aspirante al trono.
Este era Trum, el más ambicioso de los tres.
-A mí también me sorprendió el temporal -afirmó-. Pero mis manos no bastaban porque yo comandaba toda una flota.

Trym, Trom y Erico el Viejo lo escucharon con atención:
-¿Qué hice entonces? Llamé a Rayo de Fuego, mi caballo que anda por la tierra y el mar...

...Lo monté y recorrí con él el fondo del mar, hasta llegar a la costa. Entonces tomé las raíces de todos los árboles, hice una trenza con ellas, las até a la cola de mi caballo y remolqué al país entero hasta donde estaban los barcos.

-¡Increíble! -se sorprendió el rey.
-Así es señor; puesto que las naves no podían llegar a la costa, yo acerqué la costa hasta ellas.
-¡Extraordinario!

Trum miró a su alrededor, seguro de haber ganado el derecho al trono.
Pero no encontró caras felices; el pueblo sabía que era prepotente y ambicioso.

Erico el Viejo supo interpretar el sentimiento de su gente y dijo sabias palabras:
-Tu hazaña es muy grande pero hay alguien que demostró ser más fuerte que tú.
-¿Quién?

-Tu caballo Rayo de Fuego -afirmó el rey-. ¡Salvó a toda la flota y merece ser el rey!
El pueblo aplaudió, feliz de haberse librado de Trum.
Dicen que el caballo gobernó muy bien. Rápido como el rayo, viajó por todo el país, se enteró de los problemas y cuidó la paz.

Algunos dirán:
-¿Rey un caballo?
Por qué no. Es mejor que un tirano.

 

 

FÁBULA DE LA INDIA

 

EL ORO Y LAS RATAS

Había una vez un rico mercader que, a punto de hacer un largo viaje, tomó sus precauciones.

Antes de partir quiso asegurarse de que su fortuna en lingotes de oro estaría a buen recaudo y se la confió a quien creía un buen amigo.

Pasó el tiempo, el viajero volvió y lo primero que hizo fue ir a recuperar su fortuna.
Pero le esperaba una gran sorpresa.

-¡Malas noticias! -anunció el amigo-. Guardé tus lingotes en un cofre bajo siete llaves sin saber que en mi casa había ratas. ¿Te imaginas lo que pasó?

-No lo imagino -repuso el mercader.
-Las ratas agujerearon el cofre y se comieron el oro. ¡Esos animales son capaces de devorarlo todo!

-¡Qué desgracia! -se lamentó el mercader-. Estoy completamente arruinado, pero no te sientas culpable, ¡todo ha sido por causa de esa plaga!

Sin demostrar sospecha alguna, antes de marcharse invitó al amigo a comer en su casa al día siguiente.

Pero, después de despedirse, visitó el establo y, sin que lo vieran, se llevó el mejor caballo que encontró.
Cuando llegó a su casa ocultó al animal en los fondos.

Al día siguiente, el convidado llegó con cara de disgusto.

-Perdona mi mal humor -dijo-, pero acabo de sufrir una gran pérdida: desapareció el mejor de mis caballos.

-Lo busqué por el campo y el bosque pero se lo ha tragado la tierra.
-¿Es posible? -dijo el mercader simulando inocencia-. ¿No se lo habrá llevado la lechuza?

-¿Qué dices?
-Casualmente anoche, a la luz de la luna, vi volar una lechuza llevando entre sus patas un hermoso caballo.
-¡Qué tontería! -se enojó el otro. ¡Dónde se ha visto, un ave que no pesa nada, alzarse con una bestia de cientos de kilos!

-Todo es posible -señaló el mercader-. En un pueblo donde las ratas comen oro, ¿porqué te asombra que las lechuzas roben caballos?

El mal amigo, rojo de vergüenza, confesó que había mentido. El oro volvió a su dueño y el caballo a su establo.
Hubo disculpas y perdón.
Y hubo un tramposo que supo lo que es caer en su propia trampa.

 

 

Francisco Eiximenis (1330-1409)

 

La zorra y el león

Había una vez un león que tenía hambre, y queriendo encontrar ocasión para comer, preguntó a la oveja cómo era su aliento. Y la oveja respondió la verdad, diciéndole que muy apestoso. El león, fingiéndose entonces ofendido, le dio un fuerte golpe en la cabeza y la mató diciéndole : - ¡Ahí va! porque no has sentido vergüenza de ofender a tu rey. ¡Ahora recibe eso!

Después preguntó el león lo mismo a la cabra , es decir, si su aliento olía bien. Y la cabra, viendo cuán mal lo había tomado con la oveja, le contestó que su aliento era maravilloso y olía muy bien.

Entonces el león le pegó un fuerte golpe en la cabeza y la mató exclamando : - ¡Ahí va! porque me has adulado con falsedades. ¡Ahora toma eso!. Y después hizo aquella misma pregunta a la zorra, pidiéndole cómo tenía el aliento. Pero la zorra se alejó de él, recordando lo mal que les había ido a las otras y le contestó : - ¡De buena fe, señor , le digo que no le puedo responder a su pregunta, puesto que me hallo resfriada y nada percibo de su aliento!.

Y así se escapó del león. Y los demás animales que se pusieron en el peligro, sin provecho murieron, ya que no supieron evadirse y alejarse de la respuesta.

 

 

Fedro (I d.C.)

 

EL CABALLO Y EL JABALÍ

Todos los días el caballo salvaje saciaba su sed en un río poco profundo.

Allí también acudía un jabalí que, al remover el barro del fondo con la trompa y las patas, enturbiaba el agua.

El caballo le pidió que tuviera más cuidado, pero el jabalí se ofendió y lo trató de loco.
Terminaron mirándose con odio, como los peores enemigos.

Entonces el caballo salvaje, lleno de ira, fue a buscar al hombre y le pidió ayuda.

-Yo enfrentaré a esa bestia -dijo el hombre- pero debes permitirme montar sobre tu lomo.
El caballo estuvo de acuerdo y allá fueron, en busca del enemigo.

Lo encontraron cerca del bosque y, antes de que pudiera ocultarse en la espesura, el hombre lanzó su jabalina y le dio muerte.

Libre ya del jabalí, el caballo enfiló hacia el río para beber en sus aguas claras, seguro de que no volvería a ser molestado.

Pero el hombre no pensaba desmontar.
-Me alegro de haberte ayudado -le dijo-. No sólo maté a esa bestia, sino que capturé a un espléndido caballo.

Y, aunque el animal se resistió, lo obligó a hacer su voluntad y le puso rienda y montura.

Él, que siempre había sido libre como el viento, por primera vez en su vida tuvo que obedecer a un amo.

Aunque su suerte estaba echada, desde entonces se lamentó noche y día:

-¡Tonto de mí! ¡Las molestias que me causaba el jabalí no eran nada comparadas con esto! ¡Por magnificar un asunto sin importancia, terminé siendo esclavo!

A veces, con el afán de castigar el daño que nos hacen, nos aliamos con quien sólo tiene interés en dominarnos.

 

 

 

 

Esopo (620-560 a.C.)

 

El asno juguetón

Un asno se subió al techo de una casa y brincando allá arriba, resquebrajó el techado. Corrió el dueño tras de él y lo bajó de inmediato, castigándolo severamente con un leño. Dijo entonces el asno:

 -¿Por qué me castigan, si yo vi ayer al mono hacer exactamente lo mismo y todos reían felizmente, como si les estuviera dando un gran espectáculo?

 

El asno y la perrita faldera

Un granjero fue un día a sus establos a revisar sus bestias de carga: entre ellas se encontraba su asno favorito, el cual siempre estaba bien alimentado y era quien cargaba a su amo. Junto con el granjero venía también su perrita faldera, la cual bailaba a su alrededor, lamía su mano y saltaba alegremente lo mejor que podía. El granjero revisó su bolso y dio a su perrita un delicioso bocado, y se sentó a dar ordenes a sus empleados. La perrita entonces saltó al regazo de su amo y se quedó ahí, parpadeando sus ojos mientras el amo le acariciaba sus orejas.

El asno celoso de ver aquello, se soltó de su jáquima y comenzó a pararse en dos patas tratando de imitar el baile de la perrita. El amo no podía aguantar la risa, y el asno arrimándose a él, puso sus patas sobre los hombros del granjero intentando subirse a su regazo. Los empleados del granjero corrieron inmediatamente con palos y horcas, enseñándole al asno que las toscas actuaciones no son cosa de broma

 

El asno y la zorra encuentran al león

El asno y la zorra, habiéndose unido para su mutua protección, salieron un día de caza. 

No anduvieron mucho cuando encontraron un león.

La zorra, segura del inmediato peligro, se acercó al león y le prometió ayudar a capturar al asno si le daba su palabra de no dañarla a ella. 

Entonces, afirmándole al asno que no sería maltratado, lo llevó a un profundo foso diciéndole que se guareciera allí.

El león, viendo que ya el asno estaba asegurado, inmediatamente agarró a la zorra, y luego atacó al asno a su antojo.

 

El asno que cargaba una imagen

Una vez le correspondió a un asno cargar una imagen de un dios por las calles de una ciudad para ser llevada a un templo. Y por donde él pasaba, la multitud se postraba ante la imagen. 

El asno, pensando que se postraban en respeto hacia él, se erguía orgullosamente, dándose aires y negándose a dar un paso más. 

El conductor, viendo su decidida parada, lanzó su látigo sobre sus espaldas y le dijo: 

-¡Oh, cabeza hueca, todavía no ha llegado la hora en que los hombres adoren a los asnos!

 

EL MOLINERO, EL NIÑO Y EL ASNO

Un buen día, el viejo molinero y su nieto iban camino al pueblo; los acompañaba el asno, trotando alegremente.

Habían andado un corto trecho cuando se cruzaron con un grupo de muchachas.
-Miren eso -dijo una de ellas, riendo-. ¡Qué par de tontos! Tienen un burro y van a pie...

El viejo entonces le pidió al nieto que montara en el animal y siguieron viaje.
Más adelante, pasaron junto a unos ancianos que discutían acaloradamente.

-¡Aquí está la prueba de que tengo razón! -dijo uno de ellos señalando al molinero y compañía-. Ya no respeta a los mayores. ¡Miren si no a ese niño, tan orondo sobre el burro, y el pobre viejo camina que te camina!

Entonces el molinero hizo bajar al nieto y se acomodó sobre el asno.
Al rato, se toparon con un grupo de mujeres y niños. Y escucharon un coro de protestas:

-¡Dónde se ha visto!
-¡Qué viejo perezoso y egoísta!
-Él va muy cómodo, mientras al pobre niño no le dan las piernas para seguir el trote del burro...

El molinero, con santa paciencia, le dijo al chico que se acomodara detrás de él, en la grupa del animal.
Cerca del pueblo, un hombre le preguntó:
-Ese burro, ¿es suyo?

-Así es, señor.
-Pues no lo parece, por la forma en que lo ha cargado. Más lógico sería que ustedes dos cargaran con él, y no él con ustedes.

-Trataremos de complacerlo -dijo el molinero.
Desmontaron ambos, ataron las patas del asno con unas cuerdas, las ensartaron con un palo y, sosteniendo el palo sobre sus hombros, siguieron camino.

La gente jamás había visto algo tan ridículo y empezó a seguirlos.
Al llegar a un puente, el ruido de la multitud asustó al animal que empezó a forcejear hasta librarse de las ataduras.

Tanto hizo que rodó por el puente y cayó en el río.
Cuando se repuso, nadó hasta la orilla y fue a buscar refugio en los montes cercanos.

El molinero se dio cuenta de que, en su afán por quedar bien con todos, había obrado como un tremendo tonto.

Y, lo que es peor, había perdido a su querido burro.

 

El caballo viejo

Un caballo viejo fue vendido para darle vueltas a la piedra de un molino. Al verse atado a la piedra, exclamó sollozando:

¡ Después de las vueltas de las carreras, he aquí a que vueltas me he reducido !

 

 

El caballo, el buey, el perro y el hombre

Cuando Zeus creó al hombre, sólo le concedió unos pocos años de vida. Pero el hombre, poniendo a funcionar su inteligencia, al llegar el invierno edificó una casa y habitó en ella.

Cierto día en que el frío era muy crudo, y la lluvia empezó a caer, no pudiendo el caballo aguantarse más, llegó corriendo a donde el hombre y le pidió que le diera abrigo.

Le dijo el hombre que sólo lo haría con una condición: que le cediera una parte de los años que le correspondían. El caballo aceptó.

Poco después se presentó el buey que tampoco podía sufrir el mal tiempo. Contestóle el hombre lo mismo: que lo admitiría si le daba cierto número de sus años. El buey cedió una parte y quedó admitido.

Por fin, llegó el perro, también muriéndose de frío, y cediendo una parte de su tiempo de vida, obtuvo su refugio.

Y he aquí el resultado: cuando los hombres cumplen el tiempo que Zeus les dio, son puros y buenos; cuando llegan a los años pedidos al caballo, son intrépidos y orgullosos; cuando están en los del buey, se dedican a mandar; y cuando llegan a usar el tiempo del perro, al final de su existencia, vuélvense irascibles y malhumorados.

 

El caballo y el palafrenero

Había un palafrenero que robaba y llevaba a vender la cebada de su caballo; pero en cambio, se pasaba el día entero limpiándole y peinándole para lucirlo de lo mejor.

Un día el caballo le dijo:

Si realmente quieres que me vea hermoso, no robes la cebada que es para mi alimento.

 

El caballo y el asno

Un hombre tenía un caballo y un asno. Un día que ambos iban camino a la ciudad, el asno, sintiéndose cansado, le dijo al caballo:

-- Toma una parte de mi carga si te interesa mi vida.

El caballo haciéndose el sordo no dijo nada y el asno cayó víctima de la fatiga, y murió allí mismo. Entonces el dueño echó toda la carga encima del caballo, incluso la piel del asno. Y el caballo, suspirando dijo:

¡ Qué mala suerte tengo ! ¡ Por no haber querido cargar con un ligero fardo ahora tengo que cargar con todo, y hasta con la piel del asno encima!

 

El caballo y el soldado

Un soldado, durante una guerra, alimentó con cebada a su caballo, su compañero de esfuerzos y peligros. Pero, acabada la guerra, el caballo fue empleado en trabajos serviles y para transportar pesados bultos, siendo alimentado únicamente con paja.

Al anunciarse una nueva guerra, y al son de la trompeta, el dueño del caballo lo aparejó, se armó y montó encima. Pero el caballo exhausto se caía a cada momento. Por fin dijo a su amo:

-- Vete mejor entre los infantes, puesto que de caballo que era me has convertido en asno. ¿ Cómo quieres hacer ahora de un asno un caballo?

 

El buey y la becerra

Viendo a un buey trabajando, una becerra que sólo descansaba y comía, se condolió de su suerte, alegrándose de la de ella.

Pero llegó el día de una solemnidad religiosa, y mientras al buey se le hacía a un lado, cogieron a la becerra para sacrificarla.

Viendo lo sucedido, el buey sonriendo dijo:

Mira becerra, ya sabes por qué tú no tenías que trabajar:
¡ es que estabas reservada para el sacrificio!

 

Los bueyes y el eje de la carreta

Arrastraban unos bueyes una carreta cuyo eje chirriaba ruidosamente. Se volvieron aquellos a la carreta diciendo:

-- Oye amiga --, somos nosotros quienes llevamos la carga. ¿ y eres tú quien se queja?

 

El buey y el mosquito

En el cuerno de un buey se posó un mosquito.

Luego de permanecer allí largo rato, al irse a su vuelo preguntó al buey si se alegraba que por fin se marchase.

El buey le respondió:

-- Ni supe que habías venido. Tampoco notaré cuando te vayas

 

Los bueyes contra los carniceros

Decidieron un día los bueyes destruir a los carniceros, quienes, decían los bueyes, estaban acabando con su gremio. 

Se reunieron entonces para llevar a cabo su objetivo, y afilaron finamente sus cuernos. 

Pero uno de ellos, el más viejo, un experimentado arador de tierras, les dijo: 

- Esos carniceros, es cierto, nos matan y destrozan, pero lo hacen con manos preparadas, y sin causarnos dolor. Si nos deshacemos de ellos, caeremos en manos de operadores inexpertos y entonces sí que sufriríamos una doble muerte. Y les aseguro, que aunque ya no haya ni un solo carnicero, los humanos seguirán buscando nuestra carne.

 

La cabra y el asno

Una cabra y un asno comían al mismo tiempo en el establo.

La cabra empezó a envidiar al asno porque creía que él estaba mejor alimentado, y le dijo:

-- Entre la noria y la carga, tu vida sí que es un tormento inacabable. Finge un ataque y déjate caer en un foso para que te den unas vacaciones.

Tomó el asno el consejo, y dejándose caer se lastimó todo el cuerpo. Viéndolo el amo, llamó al veterinario y le pidió un remedio para el pobre. Prescribió el curandero que necesitaba una infusión con el pulmón de una cabra, pues era muy efectivo para devolver el vigor. Para ello entonces degollaron a la cabra y así curar al asno.

 

Las cabras monteses y el cabrero.

Llevó un cabrero a pastar a sus cabras y de pronto vio que las acompañaban unas cabras monteses. Llegada la noche, llevó a todas a su gruta.

A la mañana siguiente estalló una fuerte tormenta y no pudiendo llevarlas a los pastos, las cuidó dentro. Pero mientras a sus propias cabras sólo les daba un puñado de forraje, a las monteses les servía mucho más, con el propósito de quedarse con ellas. Terminó al fin el mal tiempo y salieron todas al campo, pero las cabras monteses escaparon a la montaña. Las acusó el pastor de ingratas, por abandonarle después de haberlas atendido tan bien; mas ellas le respondieron:

Mayor razón para desconfiar de ti, porque si a nosotras recién llegadas, nos has tratado mejor que a tus viejas y leales esclavas, significa esto que si luego vinieran otras cabras, nos despreciarías a nosotras por ellas.

 

El águila, el cuervo y el pastor

Lanzándose desde una cima, un águila arrebató a un corderito.

La vio un cuervo y tratando de imitar al águila, se lanzó sobre un carnero, pero con tan mal conocimiento en el arte que sus garras se enredaron en la lana, y batiendo al máximo sus alas no logró soltarse.

Viendo el pastor lo que sucedía, cogió al cuervo, y cortando las puntas de sus alas, se lo llevó a sus niños.

Le preguntaron sus hijos acerca de que clase de ave era aquella, y les dijo:

 

El águila y el escarabajo

Estaba una liebre siendo perseguida por un águila, y viéndose perdida pidió ayuda a un escarabajo, suplicándole que le salvara. 

Le pidió el escarabajo al águila que perdonara a su amiga. Pero el águila, despreciando la insignificancia del escarabajo, devoró a la liebre en su presencia.

Desde entonces, buscando vengarse, el escarabajo observaba los lugares donde el águila ponía sus huevos, y haciéndolos rodar, los tiraba a tierra. Viéndose el águila echada del lugar a donde quiera que fuera, recurrió a Zeus pidiéndole un lugar seguro para depositar sus futuros pequeñuelos.

Le ofreció Zeus colocarlos en su regazo, pero el escarabajo, viendo la táctica escapatoria, hizo una bolita de barro, voló y la dejó caer sobre el regazo de Zeus. Se levantó entonces Zeus para sacudirse aquella suciedad, y tiró por tierra los huevos sin darse cuenta. Por eso desde entonces, las águilas no ponen huevos en la época en que salen a volar los escarabajos.

 

El águila de ala cortada y la zorra

Cierto día un hombre capturó a un águila, le cortó sus alas y la soltó en el corral junto con todas sus gallinas. Apenada, el águila, quien fuera poderosa, bajaba la cabeza y pasaba sin comer: se sentía como una reina encarcelada.

Pasó otro hombre que la vio, le gustó y decidió comprarla. Le arrancó las plumas cortadas y se las hizo crecer de nuevo. Repuesta el águila de sus alas, alzó vuelo, apresó a una liebre para llevársela en agradecimiento a su liberador.

La vio una zorra y maliciosamente la mal aconsejaba diciéndole:

--No le lleves la liebre al que te liberó, sino al que te capturó; pues el que te liberó ya es bueno sin más estímulo. Procura más bien ablandar al otro, no vaya a atraparte de nuevo y te arranque completamente las alas.-

 

El águila y la zorra 

Un águila y una zorra que eran muy amigas decidieron vivir juntas con la idea de que eso reforzaría su amistad. Entonces el águila escogió un árbol muy elevado para poner allí sus huevos, mientras que la zorra soltó a sus hijos bajo unas zarzas sobre la tierra al pie del mismo árbol.

Un día que la zorra salió a buscar su comida, el águila, que estaba hambrienta cayó sobre las zarzas, se llevó a los zorruelos, y entonces ella y sus crías se regocijaron con un banquete.

Regresó la zorra y más le dolió el no poder vengarse, que saber de la muerte de sus pequeños;
¿ Cómo podría ella, siendo un animal terrestre, sin poder volar, perseguir a uno que vuela? Tuvo que conformarse con el usual consuelo de los débiles e impotentes: maldecir desde lejos a su enemigo.

Mas no pasó mucho tiempo para que el águila recibiera el pago de su traición contra la amistad. Se encontraban en el campo unos pastores sacrificando una cabra; cayó el águila sobre ella y se llevó una víscera que aún conservaba fuego, colocándola en su nido. Vino un fuerte viento y transmitió el fuego a las pajas, ardiendo también sus pequeños aguiluchos, que por pequeños aún no sabían volar, los cuales se vinieron al suelo. Corrió entonces la zorra, y tranquilamente devoró a todos los aguiluchos ante los ojos de su enemiga.

 

El águila y los gallos

Dos gallos reñían por la preferencia de las gallinas; y al fin uno puso en fuga al otro.

Resignadamente se retiró el vencido a un matorral, ocultándose allí. En cambio el vencedor orgulloso se subió a una tapia alta dándose a cantar con gran estruendo.

Mas no tardó un águila en caerle y raptarlo. Desde entonces el gallo que había perdido la riña se quedó con todo el gallinero.

 

LA GALLINA DE LOS HUEVOS DE ORO

La avaricia rompe el saco. No necesito otro ejemplo que el de aquel hombre, que según cuenta la fábula, tenía una gallina que todos los días le ponía un huevo de oro.

El buen hombre pensó que la gallina tenía el tesoro dentro de su cuerpo y decidió matarla. ¡Cuál no sería su sorpresa cuando al abrirla vio que por dentro era igual que las gallinas que ponían huevos normales!. Él mismo había matado a quien le proporcionaba riqueza.

¡Hermosa lección para los avaros!

¿ A cuántas personas hemos visto, en los últimos tiempos, que de la noche a la mañana, se han visto pobres por querer tener demasiadas cosas?
(adaptación)

 

El gallo y la comadreja.

Una comadreja atrapó a un gallo y quiso tener una razón plausible para comérselo.

La primera acusación fue la de importunar a los hombres y de impedirles dormir con sus molestos cantos por la noche. Se defendió el gallo diciendo que lo hacía para servirles, pues despertándolos, les recordaba que debían comenzar sus trabajos diarios.

Entonces la comadreja buscó una segunda acusación: que maltrataba a la Naturaleza por buscar como novias incluso a su madre y a sus hermanas. Repuso el gallo que con ello también favorecía a sus dueños, porque así las gallinas ponían más huevos.

¡ Vaya -- exclamó la comadreja --, veo que bien sabes tener respuesta para todo, pero no por eso  voy a quedarme en ayunas! -- y se lo sirvió de cena.

 

Los gallos y la perdiz

Un hombre que tenía dos gallos, compró una perdiz doméstica y la llevó al corral junto con ellos para alimentarla. Pero estos la atacaban y la perseguían, y la perdiz, pensando que lo hacían por ser de distinta especie, se sentía humillada. 

Pero días más tarde vio cómo los gallos se peleaban entre ellos, y que cada vez que se separaban, estaban cubiertos de sangre. Entonces se dijo a sí misma:

-- Ya no me quejo de que los gallos me maltraten,  pues he visto que ni aun entre ellos mismos están en paz.

 

El cisne tomado por ganso

Un hombre muy rico alimentaba a un ganso y a un cisne juntos, aunque con diferente fin a cada uno: uno era para el canto y el otro para la mesa.

Cuando llegó la hora para la cual era alimentado el ganso, era de noche, y la oscuridad no permitía distinguir entre las dos aves. Capturado el cisne en lugar del ganso, entonó su bello canto preludio de muerte. Al oír su voz, el amo lo reconoció y su canto lo salvó de la muerte.

 

La golondrina y el hijo pródigo

A un hijo pródigo, habiendo derrochado su patrimonio, sólo le quedaba un manto. De repente vio a una golondrina que se había adelantado a la estación. Creyendo que ya llegaba la primavera, y que por lo tanto no necesitaría más del manto, fue también a venderlo. Pero regresó el mal tiempo y el aire se puso más frío. Entonces, mientras se paseaba, halló a la golondrina muerta de frío.

-- ¡ Desgraciada! -- le dijo -- nos has dañado a los dos al mismo tiempo.

 

El tordo

Un tordo picoteaba los granos de un bosquecillo de mirlos y, complacido por la dulzura de sus pepitas, no se decidía a abandonarlo. 

Un cazador de pájaros observó que el tordo se acostumbraba al lugar y lo cazó con liga. 

Entonces el tordo, viendo próximo su fin, dijo:

-Desgraciado! ¡Por el placer de comer me he privado de la vida!

 

El águila y la tortuga

Una tortuga que se recreaba al sol, se quejaba a las aves marinas de su triste destino, y de que nadie le había querido enseñar a volar. 

Un águila que paseaba a la deriva por ahí, oyó su lamento y le preguntó con qué le pagaba si ella la alzaba y la llevaba por los aires. 

- Te daré – dijo – todas las riquezas del Mar Rojo.

- Entonces te enseñaré al volar – replicó el águila. 

Y tomándola por los pies la llevó casi hasta las nubes, y soltándola de pronto, la dejó ir, cayendo la pobre tortuga en una soberbia montaña, haciéndose añicos su coraza. Al verse moribunda, la tortuga exclamó:

- Renegué de mi suerte natural. ¿Qué tengo yo que ver con vientos y nubes, cuando con dificultad apenas me muevo sobre la tierra?