UNIVERSIDADES
SaMun
 

El espíritu y la historia del espíritu influyen en el destino de los pueblos y de la humanidad entera en todos sus dominios y formas de vida, e incluso lo determinan decisivamente. Esta historia del espíritu humano, como acción creadora de individuos y también de grupos que viven simultáneamente o se suceden en el tiempo, muestra la necesidad inextinguible y la tarea esencial para el espíritu de fundamentar y transmitir toda su herencia, y además, en una dinámica constante, de someterla a discusión, de explicarla, de ampliarla, de profundizarla, de enriquecerla por todos lados, de comunicarla a todos y hacerla operante. La conservación y transmisión del saber requiere sujetos adecuados, así como determinadas formas, ya libres, ya institucionalizadas en mayor o menor grado, las cuales son descritas por la historia de la enseñanza y de las escuelas en los distintos pueblos y épocas. La más importante y general de estas formas es la universidad. Nosotros nos limitamos aquí fundamentalmente a las u. de la Iglesia católica; la historia y la problemática de las otras u. sólo se tocarán aquí en cuanto inmediata o mediatamente se relacionan con las de las eclesiásticas, cosa que en el transcurso de la historia de las u. ha sucedido muchas veces.

I. Preparación

Con las escuelas de catecúmenos de la primera Iglesia cristiana están vinculadas de múltiples maneras las escuelas superiores, didaskaleía, en las cuales hombres importantes, que en escuelas profanas habían aprendido también el saber humano y se distinguían por su especial agudeza y capacidad de espíritu, investigaban las verdades de fe y cultivaban las ramas de la ciencia requeridas para ello, y transmitían su ciencia a discípulos capacitados y ansiosos de saber. Esta actividad científica de algunos individuos condujo en distintos lugares a instituciones docentes con carácter permanente, como, p. ej., en la escuela teológica de > Alejandría, en Cesarea (que poseyó hasta su destrucción por los árabes la biblioteca más rica de oriente), en la escuela teológica de -> Antioquía, en Edessa, en Gaza (para filosofía y teología) y en parte también en Constantinopla y en Roma. De estas organizaciones docentes como tales hay que distinguir las escuelas, en el sentido de determinadas orientaciones doctrinales, las cuales se formaron y propagaron en iglesias particulares, en monasterios y también en los mencionados centros docentes. Naturalmente, éstos últimos no pueden equipararse a las u. de la edad media, pero pueden considerarse como las primeras formas de enseñanza superior y de investigación científica en la Iglesia primitiva. Junto a ellos surgieron aquellos círculos que, sin conducir a escuelas institucionalizadas, se formaron alrededor de hombres sobresalientes, las cuales irradiaron su saber no sólo por su labor literaria, sino también por los discípulos que vivían a su lado. A ellos pertenecen los padres de la Iglesia, ante todo Agustín y otros grandes obispos de oriente y de occidente.

Después de una época de decadencia de dichos centros, condicionada por las circunstancias políticas, durante la cual especialmente los monasterios conservaron y transmitieron la herencia espiritual de la antigüedad pagana, así como el saber teológico de los padres y de los escritores eclesiásticos; a través de la reforma intraeclesiástica (los esfuerzos de Carlomagno y de su escuela cortesana: -> reforma carolingia) se preparó un renacimiento del interés por la formación superior. Los centros de irradiación eran las escuelas catedralicias y las monacales. Aun cuando en general sólo fueron centros de una formación que corresponde a la enseñanza media actual, sin embargo, algunos de ellos se elevaron, especialmente por medio de maestros sobresalientes que se dedicaban también a escribir, hasta un nivel más alto de creación y de reelaboración del saber recibido. Estos hombres intentaban comprender personalmente lo transmitido, esclarecerlo, seguir pensándolo, adelantar hacia terrenos nuevos y solucionar satisfactoriamente las cuestiones nuevas que surgían por doquier. Para este trabajo espiritual se ofreció como medio más apropiado el método dialéctico, por el que la comprensión y penetración racional de la verdad se consigue a través de determinadas formas técnicas externas, mediante las cuales se ofrecen todas las posibilidades de una exposición adecuada tanto en el orden del análisis como en el de la síntesis.

Así, junto a la autoridad de la tradición, depositada especialmente en la sagrada Escritura y los padres, surge la autoridad de los maestros, que abren y promueven la comprensión racional. Este empuje del conocimiento parte originariamente del dominio propio de las artes liberales, y exige por ello el aprendizaje de las mismas, pero penetra después en todas las demás ramas de la ciencia, a saber, en la teología, en el derecho civil, en el derecho canónico e incluso en la medicina. Entre los precursores de esta actividad espiritual más alta, la cual desemboca en la forma institucional de 1as u., en cuanto hombres que buscan el saber se unen en torno a doctrinas, concepciones, métodos y bases de trabajo, y a obras directivas, habría que citar: Bec con Lanfranco y Anselmo de Cantórbery, Laón con Anselmo y Radulfo, Chartres con Gilberto de la Porrée, Juan de Salisbury y Alanus ab Insulis, y sobre todo París con Guillermo de Champeaux, Abelardo, Hugo de San Víctor, Pedro Lombardo. En Italia sobresale Bolonia, con Pepo, Irnerio y Graciano; así como Salerno, con Constantino Africano y sus sucesores. En Inglaterra merece mencionarse Oxford, con Robertus Pullus y Vacario. En Alemania descuella Colonia, con Ruperto von Deutz.

Las obras que determinan esta actividad científica son ante todo las traducciones nuevas de los escritos de Aristóteles, las Sentencias de Pedro Lombardo, los Digestos recién descubiertos, el Decretum Gratiani, y la ciencia médica y la literatura de los árabes (cf.  escolástica, B y C).

II. Las universidades de la edad media

Por más que estos maestros y escuelas fueran precursores y pioneros efectivos y necesarios de los centros de enseñanza e investigación que luego pasaron a ser las u., por más que el fundamento último de la existencia de esos hombres radicara en el afán de saber y conocer; sin embargo, la forma auténtica de las u. medievales sólo se da con el peculiar orden constitucional y de estudios y con su paulatina institucionalización. De lo dicho se desprende claramente que estas u. surgieron no como lugares de formación profesional, si bien en el derecho civil y la medicina el interés práctico se hizo sentir más que en otros dominios del saber, sino esencialmente como lugares de cultivo de la ciencia. En realidad, la formación profesional de los clérigos anduvo en gran parte por otros caminos.

La afluencia de tantos hombres ansiosos de saber y entregados a la investigación libre promovió relaciones sobre todo con la población y las corporaciones del lugar, llegándose con frecuencia a conflictos por los que se veían amenazados los intereses vitales de maestros y alumnos. Esto llevó a una asociación de los hombres dados a la ciencia para defender sus intereses de cara al mundo exterior. Pero también internamente exigieron aquéllos un orden seguro, y tanto más cuanto mayor era su independencia. Sobre la base común de los gremios medievales y de su autonomía, ese interés condujo en una evolución natural y orgánica a formas de organización parcialmente diversa en los distintos lugares. Los dos tipos fundamentales aparecen en las dos u. madres de Bolonia y de París, donde los fenómenos descritos se diseñaron ejemplarmente, se desarrollaron y se fortalecieron.

En Bolonia los discípulos y los maestros elegidos por ellos formaban una sociedad (societas), creada por un pacto formal entre ambas partes, en el cual se fijaban la suma que cada discípulo debía abonar al maestro y las obligaciones de éste para con los discípulos. Así hay que entender también el famoso privilegio de Federico r, fijado en la auténtica Habita (1158), por el que se concedía a los maestros jurisdicción sobre los alumnos extranjeros, excepto en las causas criminales, en concurrencia con la jurisdicción del obispo. A este privilegium fori se añade todavía la liberación de las contribuciones a las que estaban obligados los nativos, y el derecho a defenderse mediante la huelga o la emigración contra perjuicios graves, especialmente contra el juramento impuesto por las autoridades locales a los maestros de enseñar sólo en Bolonia. Una cuestión ulterior es la unión de todos los estudiantes según las regiones a que pertenecían. Así se organizaban por «naciones», que variaban en número, para ayudarse mutuamente bajo la dirección de procuradores, para defenderse contra las autoridades locales y contra los maestros, para resolver sus disputas y para cultivar una vida de compañerismo. De cara a los intereses comunes a todo el ordo scholasticus o status studentium, ya hacia finales de siglo (1200) se unieron todos los estudiantes en la universitas, la cual representó un status jurídico autónomo, pronto reconocido por el derecho, frente a las autoridades civiles, las eclesiásticas y, sobre todo, las municipales. Por consiguiente, el sentido de la palabra universitas es el de universitas studentium, no litterarum. A su cabeza está el rector, que los estudiantes eligen entre sus filas, y al que pasa la jurisdicción de los maestros. Por tanto, también éstos están sometidos a los estudiantes, aunque pronto fundan también un collegium doctorum propio o una universitas prof essorum para la defensa de sus intereses de estamento contra los alumnos y las autoridades locales. A causa de la oposición con los nativos del lugar, la universitas studentium, originariamente única, se escindió pronto en dos, la de los citramontani y la de los ultramontani, cada una con su rector propio. Al rector incumbe ahora no sólo la defensa y dirección de toda la u. ad extra, sino también la ordenación y la vigilancia de la docencia interna y de las relaciones con los profesores.

Los elementos constitutivos de la escuela superior de París se desarrollaron en formas parcialmente distintas, y sobre todo en un período de tiempo más largo. La universitas se constituye aquí por unión de los profesores de todas las disciplinas (artes, teología, derecho, medicina) a partir del último cuarto del s. xii, para asegurar con ello su derecho consuetudinario, principalmente en el examen para la concesión de grados y para la admisión de profesores nuevos. Esta u. fue reconocida jurídicamente hacia el 1215 como fecha más tardía, y en la lucha con el canciller no sólo quedó solidificada, sino que en parte también se transformó: el enlace con los estudiantes organizados en cuatro naciones (galli, con todos los países latinos, picardi, normanni, anglici, entre los que se contaban todos los pertenecientes a los demás países) sobre todo a través de los numerosos magistri artiuna, que al mismo tiempo eran estudiantes de otras facultades, llevó a que los estudiantes no sólo fueran incluidos en la universitas de los profesores, sino que, además, en un lento desarrollo posterior (hasta mediados del s. xiv), los artistas, que dominaban las naciones, extendieran el rectorado nacido entre ellos (el rector se elegía por tres meses) también a los otros estudiantes y profesores, y así asumieron la dirección de toda la universitas magistrorum et scholarium. El reconocimiento jurídico de la corporación autónoma fue fomentado en París por la concesión de privilegios tanto eclesiásticos como civiles. Así Celestino iir acentuó en 1194 el fuero eclesiástico de los estudiantes, Felipe Augusto concedió, por su parte, un privilegio parecido al otorgado en Habita de Federico I, y Gregorio ix consolidó definitivamente los privilegios claves con su célebre bula Parens scientiarum (1231).

Como demuestra esta evolución, se trató en las dos u. madres de organismos crecidos espontáneamente, cuya importancia está en su propia obra y en el reconocimiento y atención que se les otorgó en todas partes. Pero la legitimación que de ahí surgía, fundada en el derecho consuetudinario, para impartir una enseñanza reconocida en todas partes, debía ser confirmada expresamente por una autoridad universal. En la situación del mundo de entonces, esa autoridad universal correspondía a la Iglesia en su más alto representante, el papa, y al imperio, por lo menos dentro de los límites de su esfera de influencia reconocida prácticamente. En realidad la expresión studium generale, que muy pronto se hizo usual para las u., originariamente tiene ese sentido: una escuela superior que es reconocida por una potestas generalis y que, por ello, puede facultar para la enseñanza en todas partes. Sin embargo, se establecieron excepciones limitativas para determinadas u. Por tanto, también las u. que se formaron espontáneamente se esforzaron por el reconocimiento papal o imperial. En consecuencia, el canciller en París, como representante del papa y de la Iglesia, tuvo un papel central en la concesión de grados; y también en Bolonia el arcediano, que ejercía la misma función en nombre de la Iglesia y del papa, fue reconocido sin dificultad por todas las disciplinas.

Las otras u. que van surgiendo en todas partes, imitan en forma ya (más o menos) pura ya mixta la organización de Bolonia o de París. Por lo que se refiere a su situación jurídica, las más antiguas se apoyaron, lo mismo que Bolonia y París, en el reconocimiento consuetudinario, que luego fue confirmado implícita o expresamente por la Iglesia o por el imperio. Pero pronto comenzaron a surgir u. sólo por una carta fundacional del papa o del emperador, o de ambos. Es significativo que las u. erigidas por una sola de estas autoridades se esforzaron pronto por el reconocimiento adicional de la otra potestad. Esto fue necesario, naturalmente, para las u. fundadas sólo por el príncipe de una región, ya que su competencia se extendía únicamente a su territorio, y un verdadero estudio general sólo podía lograrse mediante una autoridad universal. Encontramos este fenómeno sobre todo en las u. de España. También las autoridades de una ciudad interesadas en tener una u. debían apoyarse, según esto, en el derecho consuetudinario o en un reconocimiento expreso por parte del papa o del emperador. Por lo demás, las relaciones entre la u. y las autoridades de la ciudad fueron muy estrechas, porque había una dependencia mutua y ambas partes esperaban ventajas de la otra. Finalmente, la ciudad otorgó repetidamente a la u. los privilegios necesarios, especialmente en lo tocante a vivienda, posibilidades de vida, protección, etc.; esto último a través de magistrados propios.

La docencia se extendía preferentemente a cuatro dominios: las artes liberales (con las asignaturas del trivium y del quadrivium, y con una acentuación cada vez más fuerte de la filosofía propiamente dicha), la teología, el derecho (civil y canónico) y la medicina. Estos dominios particulares del saberse desarrollaron especialmente por la unión y la colaboración de los profesores en «facultades». Había u. que no tenían todas las facultades. Las más extendidas fueron las artes liberales, porque éstas tenían la misión de preparar para el estudio en las facultades superiores; y las facultades de derecho, por su utilidad práctica. La teología no se impartía en muchas u., porque la Iglesia, especialmente en tiempos movidos, estaba interesada en poder controlar y dirigir más eficazmente el estudio teológico en unos pocos centros. Algunas u. se distinguieron por el cuidado especial de determinadas facultades; así descollaban, p. ej., París y Oxford en las artes y la teología, Bolonia y Orleáns en el derecho, Salerno y Montpellier en la medicina. Mención especial merece Sevilla, donde Alfonso el Sabio, edificando sobre la tradición de los dominicos, erigió en 1254 un studium generale litterarum para el cultivo de las lenguas latina y árabe.

La duración del estudio hasta su conclusión definitiva era distinta en cada facultad; para los artistas era generalmente de cuatro a seis años, que después fueron reducidos diversamente según los sitios. La teología se estudiaba durante ocho años, con la tendencia posteriormente a prolongarlos. Para el derecho civil se necesitaban siete u ocho años, y para el canónico seis o siete; y para el estudio de ambos derechos se requerían por lo menos diez años. Los tres grados académicos eran el bachillerato, la licenciatura y la laurea (el doctorado). Pocos alcanzaban el doctorado, debido al largo tiempo que exigía y a los cuantiosos gastos del estudio y de la promoción. Eran más los estudiantes que alcanzaban la licenciatura; y todos procuraban obtener el bachillerato.

Lo mismo que el' deseo de saber, unía también a todas las ramas de la ciencia o facultades un mismo método en la enseñanza y en el desarrollo ulterior de la propia disciplina. El método dominante durante los dos siglos de mayor florecimiento de las u. medievales fue el de la dialéctica escolástica. En las lecciones (lecturae) se explicaban los textos (Boecio y Aristóteles en las artes, la sagrada Escritura y las Sentencias de Pedro Lombardo en teología, el Corpus iuris civilis y los Libri feudorum en derecho civil, y las partes, surgidas poco a poco, del Corpus iuris canonici en derecho canónico). En concreto, primero se daba una visión general sobre el contenido y las partes, seguía luego la lectura del texto mismo, con el fin de fijarlo exactamente, y a continuación venía la explicación del texw, con las consecuencias y dificultades que de él se desprendían, las cuales eran tratadas más o menos ampliamente según el tiempo, el contenido y el auditorio. Las lecciones se dividían en ordinarias y extraordinarias. Las primeras eran impartidas por los doctores legentes, generalmente por la mañana (donde había doble cátedra también por la tarde); las segundas estaban confiadas principalmente a los legentes non doctores, que las daban por la tarde o en los días libres. Los libros ordinarios por lo general estaban reservados a los doctores. Los legentes non doctores eran o bien bacalarii o bien licenciati. Es digno de notarse que en París toda la actividad de las lecciones pronto fue confiada a los non doctores, mientras que los doctores se limitaban a los exámenes y a los actos representativos.

Junto a las lecciones existían las repetitiones, en las que partes o cuestiones especiales eran tratadas con más detalle por doctores y non doctores; luego había exercitia, o sea, discusiones vivas bajo la dirección del maestro, las cuales eran consideradas como grado previo a las disputationes. Éstas representaban una actividad académica típica, y eran sostenidas por los profesores ordinarios en los días libres de lección, con gran participación de la totalidad del profesorado y del alumnado. El objeto de las disputationes eran las cuestiones discutidas, que se debatían y solucionaban hasta el fondo con un método auténticamente dialéctico. Esa actividad académica se conservó largo tiempo sobre todo en la facultad de artes.

Los estudiantes no sólo debían asistir en una medida fijada exactamente a las clases y actividades docentes, sino que poco a poco eran introducidos en la docencia misma (lecciones y repeticiones), que ellos habían de ejercer obligatoriamente, bajo la dirección del maestro, para la obtención de los grados. Además de estos ejercicios había exámenes especiales sobre todo para la licenciatura y el doctorado. Los exámenes propiamente dichos se hacían en privado ante los maestros; los exámenes públicos eransólo solemnidades más o menos formales. En los exámenes de los doctores o de los candidatos a una cátedra normalmente se sostenían disputaciones. En general hay que notar cómo en toda la actividad docente y la discente correspondía una función fundamental a la memoria.

Las lecciones se daban en casas privadas en locales alquilados. Sólo desde el s. xv empiezan a construirse edificios propios para las u. El año escolar duraba de octubre a octubre, con espacios intercalados de vacaciones: en navidad, carnaval, pascua y, especialmente, verano. Pero durante las vacaciones sólo cesaban las lecciones ordinarias, no las extraordinarias, que se podían, debían, dar siempre. El horario de clases se acomodaba a las distintas épocas del año, pero estaba estrictamente regulado desde primeras horas de la mañana hasta al anochecer.

Aunque cuando, en las distintas u., en los distintos países y épocas, y especialmente en las distintas facultades, había diferencias más menos grandes, sin embargo, la organización y la duración de los estudios, el método de enseñanza, los exámenes y la concesión de grados eran en todas partes idénticos en lo esencial, o por lo menos muy parecidos.

Con el método de docencia y de trabajo en las u. están relacionadas las distintas formas literarias que adoptan las obras científicas. El estudio analítico-exegético de los textos condujo a las glosas, características especialmente de los juristas. La tendencia sistemático-sintética promovió las sumas, las sentencias y los comentarios a las sentencias. El desarrollo posterior de ambas formas de exposición son los grandes comentarios exegéticos y sistemáticos. Las disputaciones crearon el género literario de las quaestiones disputatae, una expresión especial de la dialéctica escolástica en juristas, teólogos (ordinariae y de quolibet o quodlibetales) y artistas. Producto de los medios auxiliares, objetivos y didácticos, son las colecciones de distinctiones, casus, notabilia, brocarda, repetitiones, concordantiae, tabulae, abbreviationes, etc. A fines más prácticos o a dominios más parciales sirven las colecciones de sermones, los consilia, los tratados monográficos... Especial mención merece la forma literaria de la reportatio, es decir, los apuntes de las lecciones académicas tomados por los oyentes.

La parte económica de las u. desempeña un papel importante. Sólo los profesores ordinarios recibían retribución, que al principio les daban sus discípulos mismos, mientras que los legentes non doctores generalmente no sólo no estaban remunerados, sino que incluso debían pagar, ya que su actividad lectiva tendía a la propia formación. El peso de la remuneración se desplaza lentamente de los alumnos a la Iglesia (mediante la concesión de las prebendas correspondientes, las cuales eran concedidas para la dotación de cátedras, o por la dispensa de la obligación de residencia para los prebendados entregados a la docencia) y también a las corporaciones municipales o estatales, que se interesaban por la erección y conservación de escuelas superiores. Así, desde la segunda mitad del s. xizi establecen los honorarios fijos que las corporaciones deben pagar a los profesores remunerados. Los estudiantes, lo mismo que los maestros, estaban favorecidos económicamente por privilegios eclesiásticos, gracias a los cuales podían estudiar hijos de familias con pocos medios económicos. Ya desde el s. xii los prebendados de una catedral o colegiata, y más tarde incluso el clero parroquial, eran dispensados regularmente de la obligación de residencia durante cinco o siete años para que pudieran estudiar en los studia generalia; la dispensa se concedía por un decreto general pontificio, por disposiciones especiales, o por cláusulas de los estatutos capitulares. Los que ya estaban estudiando podían recibir beneficios para sus estudios; con este fin las u. enviaban cada año a Roma los rotuli nominatorum, en los que los estudiantes necesitados y dignos de ser recomendados eran propuestos a la Santa Sede para la concesión de las prebendas correspondientes. Otra institución importante fueron los collegia, con un determinado número de becas, que se erigieron en las u. importantes. Se trataba aquí de fundaciones para profesores y alumnos pobres, por las cuales éstos recibían gratuitamente comida, vivienda, enseñanza, utilización de libros, etc. En parte los collegia eran centros de actividad docente. Entre los colegios más importantes hay que citar la Sorbona y el colegio de Navarra en París, el colegio español en Bolonia y los colegios, florecientes todavía hoy, de las dos u. inglesas de Oxford y Cambridge. Estos colegios eran los núcleos dela vida científica, espiritual y moral en las u. y, con ello, en el conjunto de la época, y todavía en los tiempos siguientes desempeñaron una función importante.

Con la parte económica de las u. se relacionan los préstamos de dinero, que se vieron fomentados por la lejanía de los estudiantes de sus ciudades nativas y del lugar donde recibían sus ingresos, así como por las lentas comunicaciones en aquella época. Aquí hay que incluir también la producción, copia, venta y prestación de libros en las ciudades universitarias; todo eso estaba en manos de un estamento especial, los stationarii, que eran también responsables del texto. La copia profesional de los textos se hacía por el sistema de las peciae, es decir, de ediciones parciales sometidas a determinadas normas. Las ganancias de los escribanos y los precios de los libros estaban bajo vigilancia de las autoridades. Por primera vez a finales del s. xiii se inicia la instalación de bibliotecas en los colegios, casas de estudios y facultades. Desde aquí se tiende el puente hacia la impresión de libros y hacia las bibliotecas de los siglos posteriores. Ambas cosas, pero especialmente la impresión de libros, se desarrollaron en relación estrecha con las escuelas superiores.

La importancia de las u. es profunda y amplia. En el dominio social producen una nivelación fundamental de las diferencias de estamentos. Los hijos de nobles, de burgueses, de comerciantes, de artesanos y de campesinos eran admitidos por igual, y convivían entre sí en el mismo nivel como estudiantes. La distinción entre pobres y ricos quedó también nivelada en las u. por las mencionadas prebendas y becas. La exención de las tasas (privilegium paupertatis) fue una medida consciente de la u. y de la ciencia para con los pobres, para promover sin discriminación las capacidades espirituales y el afán de saber allí donde se encontraran. Incluso la diferencia entre clérigos y laicos se borraba en la u., puesto que, por la recepción de la tonsura y de las órdenes menores, las cuales no obligaban definitivamente al servicio eclesiástico, se hacía posible a éstos últimos el disfrute de bienes eclesiásticos. También los profesores laicos recibían dotaciones eclesiásticas para la docencia. Clérigos y laicos podían participar de los privilegios eclesiásticos, tan importantes para la universidad. Eso posibilitó, por otro lado, el acceso de laicos a cátedras de ciencias puramente eclesiásticas, como la teología y, sobre todo, el derecho canónico. En este contexto se explica sin dificultad que se impusiera la obligación del celibato también a maestros de disciplinas puramente profanas, incluso a los de medicina, e igualmente a las autoridades académicas, p. ej., los rectores; práctica que en parte perdura hasta el s. xv. Incluso el uniforme especial unía a estudiantes y clérigos.

La pertenencia a una nación no tuvo un papel separador, sino, más bien, ordenador. Las «naciones» deben entenderse como instituciones no nacionalistas, sino en primera línea geográficas, puesto que ponen bajo una misma tutela a los miembros de las distintas naciones. El puesto de maestro en las u. de la edad media no estaba ligado ni a un estamento determinado, ni a los recursos económicos, ni a lazos nacionales. Por el contrario, el estudio y los grados y capacidades con él adquiridos borraban todas las diferencias sociales y posibilitaban el ascenso a los estrados más altos, incluso a las más altas cumbres sociales, tanto en la Iglesia como en la sociedad profana. La fuerza socialmente niveladora de la ciencia nunca se manifestó con tanta fuerza como en la sociedad medieval, orientada precisamente por los estamentos separadores y condicionantes.

Sobre todo en el dominio del espíritu y de la cultura apenas puede ponderarse suficientemente la importancia de la u. medieval. Prescindiendo de los efectos «prácticos» secundarios, como la preparación de hombres competentes para los puestos estatales y eclesiásticos, las u. promueven decisivamente la vida espiritual de la edad media y la cultura de occidente en todas sus manifestaciones. Su efecto en profundidad y extensión es el factor más poderoso de enlace, mezcla y universalización del saber de la humanidad entonces conocida; la escuela superior se convierte en expresión de la universalidad del saber. Con ello constituye un arma de primer orden para el saber, la fe, el poder y su realización política. Junto al sacerdotium y al regnum surge, como tercer poder director, el studium. Aunque más tarde se abusara de él como factor de poder, por su esencia fue, después de la religión e incluso por encima de ella, un factor de reconciliación y de unión en el sentido

III. La universidad de la edad moderna

El desarrollo ulterior de las u. se realizó necesariamente sobre la base orientadora de esta creación de la edad media, que en manera tan universalmente válida había fundamentado, desarrollado y extendido una forma científica de hallazgo y transmisión del saber. Pero la u. de la edad moderna está condicionada por los muchos y variados hechos históricos de la nueva época. Éstos intervienen tanto en los componentes internos como en los externos de la u. La fuerza disolvente del ->nominalismo y la exageración del método escolástico abrieron las puertas al -> humanismo y a su método filológico e histórico, lo cual trajo consigo un cultivo especial de las lenguas clásicas y orientales. Las oposiciones doctrinales, cada vez más fuertes, convirtieron progresivamente la u. en campo de batalla, en fortalezas de la ortodoxia o de la heterodoxia, en organizaciones policiales e ideológicas del saber. La creciente dependencia económica del cuerpo docente, de los estudiantes y de toda la organización respecto de los organismos seculares, y la vinculación a posesiones propias fijas, a edificios y a bibliotecas, conducen al vaciamiento y a la pérdida de la autonomía real de la organización corporativa, y con frecuencia degradan las u. a la condición de instrumentos de intereses estatales y territoriales. Esto va de la mano con un alejamiento progresivo de la autoridad eclesiástica. Los movimientos de reforma del s. xvi traen una disolución todavía mayor de la unidad y un crecimiento de los llamados fenómenos de decadencia (cf. -> reforma protestante). La confesionalización, nacionalización y secularización de las u. no sólo despojan a éstas de su cometido más noble, a saber, el servicio a la verdad objetiva y común a todos, sino que destruyen también el universalismo interno y externo del saber mismo. Las u. descienden a la condición de escuelas especializadas bajo control estatal, lugares de formación para los servidores y especialistas de los intereses territoriales que las dominan. Maestros y estudiantes se convierten en una inteligencia académica privilegiada, la cual se distingue consciente y voluntariamente del pueblo pobre y no formado. Así la u. pierde también su función social de nivelar los estamentos y de enlazar los pueblos; y el pueblo mismo pierde su interés por ella. Como substitución de la falta de investigación, cada vez más notoria de estas escuelas superiores, surgen las academias.

La Iglesia reacciona de diversas maneras contra esta decadencia y ante la situación nueva. Es fundamental el enlace, entendido y querido positivamente, entre escolástica y humanismo en filosofía y teología. Construyendo sobre este enlace, especialmente las antiguas y nuevas u. españolas desarrollan una actividad de profundo y amplio alcance, que no sólo irradia en Europa entera, sino que repercute también en los países de ultramar. Esta nueva teología sustituyó a París, donde penetraron el -> conciliarismo, el -> jansenismo y el -> galicanismo, y dominó ampliamente la doctrina tridentina. E igualmente condicionó la posición directiva de las u. fundadas por los jesuitas en la -> reforma católica y contrarreforma. Por todas partes surgen nuevas escuelas superiores teológicas y filosóficas, influyendo decisivamente en las ya existentes; merece mencionarse especialmente Lovaina. Pero su doctrina e investigación científicas, así como su organización, están condicionadas esencialmente por la respectiva posición contra las correspondientes instituciones heterodoxas. Desde ahí se explican también la erección y el florecimiento de las escuelas superiores romanas en la segunda mitad del s. xvi (Sapienza, Angelicum, Collegium Romanum = universidad gregoriana). Son importantes las realizaciones en el dominio de la controversia apologética, de la teología sistemático-especulativa, de la exégesis y de los estudios histórico-patrísticos. Pero sólo en parte son fruto de la actividad docente y de la investigación en las universidades.

Por lo que atañe a los estudiantes debe acentuarse que también en las escuelas superiores eclesiásticas, frente a la finalidad preferentemente científica de las u. medievales, está en primer plano la formación específica del clero. Los seminarios tridentinos, al servicio de esa formación, especialmente en Alemania quedan unidos como «colegios» con la u. local, y subrayan así la orientación práctica de las escuelas superiores. Por lo que toca a las facultades jurídicas, el antiguo método exegético (mos italicus)se ha mantenido junto al humanístico (mos gallicus) y ha llevado a un florecimiento de la canonística en las u. postridentinas.

La ola humanística en las escuelas superiores estatales, que en muchos aspectos había promovido el progreso científico mediante el método filológico-histórico, quedó pronto superada por la tendencia a las ciencias naturales y a las matemáticas, la cual iba de la mano con las corrientes racionalistas, que a su vez desembocaron en la -> ilustración (cf. también -> racionalismo). Estas corrientes iban acompañadas por la filosofía del Estado y del derecho propio del -> absolutismo. Toda la u. del s. xvii se ve afectada por ello: la organización democrático-corporativa y la libertad académica sufren todavía pérdidas más esenciales; la antigua facultad de artistas se transforma en su esencia por lo que se refiere a su objeto, método y función frente a las facultades superiores; la facultad de teología pierde su posición central en las u. estatales; la unidad de las cuatro facultades se disuelve; la lengua latina es abandonada en la enseñanza de las facultades, a excepción de la facultad de teología. Al particularismo regional externo se añade cada vez más la escisión interna del saber en dominios parciales separados entre sí, en ciencias particulares especializadas sin ningún nexo con las otras disciplinas.

Desde la -> revolución francesa, en lucha con sus consecuencias y bajo el signo de los esfuerzos de renovación, en Alemania da cauces concretos a la reacción contra ese concepto de universidad, destructor de la ciencia, especialmente Guillermo de Humboldt. Conscientemente se buscó apoyo de nuevo en el clásico concepto medieval de universidad, y por ello se tendió de nuevo a la unidad orgánica de todas las ciencias; sin embargo, el denominador común ya no fue la teología, sino la -> filosofía en el sentido moderno de la palabra. Sobre esta base el estudiante, partiendo de una visión de conjunto, debía adquirir la comprensión adecuada de su estudio especial; con lo cual la u. ya no había de ser escuela especializada para una formación profesional, sino lugar de una más alta formación común del espíritu. En correspondencia con ello, los profesores debían ser los transmisores del saber existente, pero también, como investigadores, los promotores del progreso cientítico, despertando y formando a los alumnos para esta tarea. Así se unen renovadamente la libertad en la enseñanza y la investigación; y para todas las decisiones, así como para la propia administración, se exige libertad, como expresión de la autonomía de la ciencia y de sus cultivadores. Una vez que en las guerras de la revolución sucumbieron la mayoría de las u. en Alemania, aquí la renovación de las mismas se emprendió según el espíritu descrito. Otros países europeos siguieron este ejemplo. En Francia se erigieron las academias, pero sin facultad teológica; mientras que en Inglaterra sobrevivió el antiguo sistema de colegios. Las u. españolas no tienen facultad de teología; y en Italia las facultades teológicas fueron suprimidas en 1873.

La Iglesia queda afectada por estas circunstancias en las u. estatales en cuanto, por una parte, sus u., en tanto permanecen en unión con aquéllas, se hallan más o menos influidas por ellas en el dominio de la organización académica, del método y de la doctrina misma; pero, por otra parte, intenta desarrollar sus propias escuelas superiores según las posibilidades dadas. Mientras que la tendencia filológica y neohumanista fomenta poderosamente también la teología positiva e histórica en el campo católico y, mediante una sana reflexión sobre la época clásica de la escolástica, comunica nueva vida a los antiguos valores, el retorno de la u. estatal a la unidad sobre un fundamento puramento filosófico y racionalista promueve una concentración teológica, que encuentra su expresión más significativa en el reconocimiento — acentuado incluso oficialmente — del tomismo en la segunda mitad del s. xix (-> escolástica, G). Allí donde las u. estatales han conservado la facultad de teología, esta tendencia repercute fructíferamente en la enseñanza y en la investigación; pero en la mayoría de los casos la Iglesia se ve obligada a crear sus propios centros. Estos centros son las instituciones docentes para filosofía y teología de los seminarios, las escuelas superiores de órdenes religiosas, los liceos y las academias. Allí donde estas instituciones eclesiásticas mismas están dominadas por los organismos del Estado absolutista, la libertad eclesiástica de enseñanza queda más limitada, y la influencia de las ciencias profanas se hace más fuerte en sentido negativo. Pero debe acentuarse siempre que en estas escuelas, a pesar de las importantes realizaciones científicas de muchos profesores activos en ellas, en lo esencial se da a los estudiantes sólo una formación profesional; y el auténtico interés capital de las u. sólo tiene vigencia en las facultades teológicas existentes para los candidatos especialmente capacitados. De cara a la investigación actúan, al lado de los centros docentes en el sentido expuesto, las instituciones científicas, como, p. ej., bibliotecas eclesiásticas, sociedades investigadoras, centros de trabajo científico. Pero, ante la situación de las ciencias profanas y de sus centros de formación, la -> restauración católica urge cada vez más la instauración de escuelas superiores propias para la formación no sólo del clero, sino también de los laicos en todas las ramas del saber.

Bajo el signo de estas aspiraciones se da nueva vida a antiguas u. eclesiásticas (p. ej., Lovaina en 1834-1835); pero en los distintos Estados de Europa, e incluso en Estados no europeos, como los EE.UU., Canadá y el Líbano, pronto se fundan también u. católicas con todas las facultades, y no sólo con las cuatro facultades clásicas. Se busca con ello estar a la altura de las exigencias académicas modernas y, a la vez, fortalecer y expresar la unidad de la ciencia por la inclusión de la teología como fundamento y corona de la misma. Son significativas a este respecto las reflexiones de Newman sobre las u. católicas con motivo de la fundación de la de Dublín (1854). Estas escuelas superiores, instituidas por la Iglesia o aprobadas posteriormente, que tienen como fin la formación, enseñanza e investigación en todos los dominios del saber según el espíritu del catolicismo, han seguido promoviéndose, y existen y actúan hoy en Europa, en América del Norte y del Sur, en Asia y en África; no todas tienen las facultades eclesiásticas, pero muchas tienen todas las disciplinas modernas o algunas de ellas. Por lo que toca a la administración, organización, enseñanza e investigación, a los exámenes y grados, se tienen ampliamente en cuenta las exigencias locales, puesto que los estudios aspiran también al reconocimiento estatal. Naturalmente, la Iglesia ha mantenido al lado de estas u. también las antiguas u. eclesiásticas en Roma, con las tres facultades clásicas de teología, derecho canónico y filosofía, añadiendo además otras. Fuera de Roma hay numerosas facultades filosófico-teológicas para las disciplinas eclesiásticas, incorporadas en parte a las u. estatales. Estas facultades se rigen fundamentalmente por leyes eclesiásticas propias, pero respetando las exigencias estatales, materia que a veces está regulada por un concordato (cf. -3 Iglesia y Estado).

IV. En la actualidad

Una nueva ordenación total de las u. eclesiásticas, es decir, de las disciplinas eclesiásticas, se debe a la constitución apostólica Deus scientiarum Dominus (24-5-193].), con las normas para su ejecución del 12-6-1931. Aquí la dirección y la administración están orientadas jerárquicamente, pero tienen en cuenta las peculiaridades del derecho particular en lo que se refiere a los sujetos del oficio y a los deberes y potestades del mismo. Los profesores pueden ser ordinarios, extraordinarios, o simplemente encargados temporalmente; pero también para estas categorías de docentes y para su nombramiento se reconoce el derecho consuetudinario vigente. En la constitución se precisa ante todo la esencia de las u. y de las facultades eclesiásticas, consistente en que éstas son erigidas por la Santa Sede para la enseñanza y la investigación en las disciplinas eclesiásticas y en las emparentadas con ellas, con el derecho de conceder los grados académicos: el bachillerato (facultativo) capacita sólo para proseguir los estudios eclesiásticos; la licenciatura faculta para enseñar en centros docentes que no confieran grados académicos; y el doctorado autoriza para ejercer la docencia incluso en u. y facultades. Se conservan fundamentalmente las tres facultades clásicas: teología, derecho y filosofía. Para otros dominios, como ciencias bíblicas, estudios orientales, arqueología, música sacra, etc., se erigen solamente institutos con derecho de promoción, los cuales, sin embargo, están equiparados a las facultades.

Además de los oyentes ordinarios, que aspiran a los grados académicos, se admiten también oyentes extraordinarios, que buscan sólo la adquisición de saber. Es requisito para la admisión de alumnos haber terminado los estudios de enseñanza media. En el método se unen armónicamente tradición y progreso, el método escolástico especulativo con el positivo histórico. Bajo este punto de vista se da valor especialmente al método propio de cada ciencia, perfeccionado según los conocimientos modernos. Las lecciones abarcan disciplinas principales, disciplinas auxiliares y disciplinas especiales; éstas últimas están orientadas sobre todo a las exigencias locales y a dominios especiales de la ciencia. La formación para el trabajo independiente de investigación es acentuada en cuanto, junto a las lecciones, se introducen bajo el nombre de exercitationes los ejercicios de «seminario» típicos de las u. nórdicas. Ya para la licenciatura se exige un breve escrito de investigación científica; y sobre todo para el doctorado se exige un trabajo independiente, que por lo menos en parte debe publicarse para la concesión del título pleno de doctor. También las antiguas disputaciones han de seguir cultivándose en filosofía y teología. La duración de los estudios es de cinco años para la teología y de cuatro para la filosofía; en el resto de las facultades o de los institutos especiales, que presuponen los estudios filosófico-teológicos, por lo común la duración es de tres años. Además de los exámenes de cada disciplina, para la concesión de los grados académicos se exigen exámenes especiales, escritos y orales.

Aunque esta reforma ha sido beneficiosa para la enseñanza académica y especialmente para la investigación, sin embargo no ha colmado todos los deseos. Y éste es uno de los motivos de que también las u. eclesiásticas se vean afectadas por la necesidad urgente de una nueva ordenación, que hoy se hace sentir en las u. estatales de casi todos los países.

Los problemas capitales de las u. estatales sin duda nacen también del súbito aumento del número de oyentes, con la consiguiente escasez de espacio, profesores y medios docentes y económicos; pero provienen especialmente de una tensión interna. La ordenación democrática de la sociedad actual, frente a la vigente constitución y administración jerárquica, reclama un retorno a la organización asociativa de la u. medieval, con participación, sobre una base amplia, de todos los que participan en la vida de la u., principalmente de los estudiantes mismos. Además, se deja sentir negativamente la orientación dada a la u. en el s. xix, por la que la simple formación profesional adquirió la primacía sobre la verdadera formación académica y, con ello, sobre la capacitación para una responsabilidad consciente y propia. El punto de gravedad de la crisis radica, sin embargo, en la posición de la u. de hoy frente a la -> ciencia misma, cuyo cultivo es su cometido más originario. Las ciencias particulares se especializan cada vez más, y con ello se diferencian e incluso llegan a aislarse entre sí. Tal tendencia se ha fortalecido con la fundación de facultades cada vez más cerradas en sí. La falta de una visión unitaria del mundo, con la consiguiente imposibilidad de hallar un denominador común que una frente al pluralismo ideológico, dificulta gravemente la tarea de la formación académica, exigida por la naturaleza de la cosa y necesaria para que la juventud quede satisfecha, mediante la oferta y el fomento del saber y de la verdad, mediante la transmisión de una imagen segura y universal del mundo. Ese problema no puede solucionarse a base de nuevos planes o métodos de enseñanza, tanto menos por el hecho de que también los profesores están sobrecargados por la conjugación de una enseñanza y una investigación cualificadas. Si ha de mantenerse esta antigua unión — vital para la u. — de docencia e investigación, la solución de la crisis no puede lograrse por el camino de la separación, propuesta por algunos, de ambas tareas en escuelas superiores profesionales e institutos de investigación. Ahora bien, mediante un retorno a experiencias antiguas de las u. y de su desarrollo en el curso de la historia, sería posible enfrentarse fructíferamente con las exigencias actuales de la ciencia y de la juventud estudiantil.

El concilio Vaticano II se ocupó de estos problemas, en cuanto afectan a la Iglesia, y preparó esquemas especiales para sus escuelas superiores: para la formación científica profesional de los clérigos, para las escuelas superiores eclesiásticas, para las u. católicas. Pero, debido a la densidad de los trabajos del concilio, sus orientaciones en este punto sólo se han sedimentado en ciertas partes — a veces apenas perceptibles — del decreto sobre la formación de los sacerdotes (Optatam totius) y de la declaración sobre la educación cristiana (Gravissimum educationis). Disposiciones ulteriores sobre el tema se encuentran en la constitución Gaudium et spes (n°s 53-62) y en otros documentos del concilio. Con todo, estos textos permiten reconocer los aspectos principales y los intentos de solución de la problemática de las u. eclesiásticas: el gravamen para la formación académica por causa de la formación profesional debe superarse mediante una división clara entre el curso general filosófico-teológico y el posterior estudio especializado. Para éste se reconoce como incondicionalmente necesaria la especialización científica, que abarca los distintos dominios de la teología y del saber eclesiástico en toda su amplitud. En qué medida estos dominios especializados constituyen facultades propias, junto a las clásicas, o sólo institutos, es una cuestión que permanece abierta. Para impedir la diferenciación, el aislamiento, y la disolución del saber espiritual, que amenazan por la especialización, se insiste en que el curso general orgánico transmita ante todo una visión de conjunto como fundamento. Y luego se resalta la necesidad de colaboración entre las disciplinas particulares dentro de la facultad, entre las secciones de ésta, entre las distintas facultades, e incluso entre las u. mismas. Se destaca expresamente la necesidad de unidad en todo el saber, incluido el profano, y para ello se señala como medio la síntesis consciente y la colaboración entre la ciencia religiosa y la profana, así como la cooperación entre sus representantes e instituciones.

En forma explícita o tácita se confirma repetidamente el principio fundamental de la u. como unión de enseñanza e investigación, p. ej., cuando se alude a la formación para el trabajo científico en el plan docente y en los ejercicios, haciendo referencia a esto en relación con las obligaciones de los profesores, con su número y cualificación; y especialmente cuando se recomienda cálidamente la fundación de institutos de investigación en las u. y facultades, o la unión de los ya existentes con ellas. También la atención especial que se dedica al método permite reconocer esta preocupación. Asumiendo y desarrollando las determinaciones de la constitución apostólica Deus scientiarum Dominus, se aborda ante todo el problema del método como principio del estudio científico de las disciplinas particulares y como medio para superar las importantes deficiencias de que hoy adolece el cultivo de las ciencias eclesiásticas. Para elevar los estudios de la formación profesional y para la preparación correspondiente a los estudios especiales, se recomienda la afiliación de los centros docentes eclesiásticos a las facultades y a las u. Se conservan los clásicos títulos académicos, pero se alarga el tiempo sobre todo para la filosofía y la teología por la distinción de los estudios especiales subsiguientes, para los cuales se prevén tres años como término medio. Los textos destacan en especial el hecho de que precisamente la teología en sentido estricto, en comparación con otras especialidades, que se cursaban siempre después de los estudios fundamentales de filosofía y teología, ha desempeñado un papel subordinado en el mundo académico por la unión hasta ahora de estudios fundamentales y especiales. También a las u. católicas se les recomienda la visión de conjunto y la unidad orgánica del saber, así como la colaboración entre las facultades y entre las u., e incluso la cooperación con centros docentes e investigadores no católicos. Se recomienda igualmente la institución de facultades e institutos teológicos, o por lo menos de cátedras en determinados centros. Y se establece que en todas las ciudades universitarias se erijan colegios para atender y ayudar especialmente a los estudiantes extranjeros.

Aunque, como se ha dicho, los trabajos previos sólo en parte fueron recogidos expresa y detalladamente en los citados decretos conciliares, sin embargo, han constituido una base importante para la reforma posterior, estimulada e incluso mandada por el concilio mismo. En realidad estos trabajos previos han sido usados y elaborados en las Normae quaedam, publicadas el 20-5-1968, de la congregación romana para la formación católica. Esas normas enlazan expresamente con la constitución apostólica Deus scientiarum Dominus, y apelan a las decisiones del concilio Vaticano II y a las líneas directrices allí recomendadas y en parte mandadas. Es nueva en ellas la apertura a una participación más democrática de profesores y estudiantes en la dirección y administración de las facultades y de las u.; y también la fijación de los estudios en tres estadios: el primero debe proporcionar los conocimientos fundamentales generales, el segundo ha de introducir en los campos especiales y en los trabajos científicos, y el tercero tiene por objeto la madurez científica a través de amplios trabajos personales de investigación y a través de la práctica docente. A este respecto se exigen los siguientes semestres: en teología 10 (incluyendo los estudios filosóficos previos) + 4 + una duración indefinida; en filosofía 4 + 4 + una duración indefinida; en los otros estudios especiales 4 + 4 + una duración indefinida. Los cuadros de estudios comprenden asignaturas obligatorias y electivas de orden general y asignaturas especiales. Nueva es también la renuncia a la obligación de la lengua latina como idioma común de enseñanza en todas las facultades y disciplinas. Pero estas normas tienen un carácter sólo provisional y a través de los intentos y las experiencias correspondientes deben conducir a una nueva ordenación definitiva, que ha de fijar una constitución futura. Por tanto, también aquí, lo mismo que en las u. estatales, todo es un tanteo en busca de las soluciones adecuadas al tiempo. El conocimiento del pasado puede arrojar luz también sobre este problema.

BIBLIOGRAFÍA: 1. OBRAS GENERALES Y ESPECIALES: F. Paulsen, Geschichte des gelehrten Unterrichts auf den deutschen Schulen und Universitäten vom Ausgang des MA bis zur Gegenwart (L 1885); H. S. Denifle - G. Kaufmann, Geschichte der deutschen Universitäten, 2 vols. (St 1888-96); Grabmann SM; P. Simon, Die Idee der mittelalterlichen Universität und ihre Geschichte (T 1932); Grabmann G; S. d'Irsay, Histoire des Universités Francaises et Étrangeres, 2 vols. (P 1933-1935); R. Aigrain, Les Universités catholiques (P 1935); H. Rashdall - F. M. Powicke - A. B. Emden, The Universities of Europe in the Middie Ages, 3 vols. (0 '1936); Landgraf E; S. Stelling-Michaud, L'Université de Bologne et la pénétration des droits romains et canoniques en Suisse (G 1955); idem, L'Histoire des universités au moyen áge et ä la Renaissance au cours des vingt-cinq derniéres années: XI' CongrBs International des Sciences Historiques (Göteborg - Sto - Up 1960) Rapports I 97-143 (con abundante bibliografía), reseña en Diskussion verschiedener Autoren: Astes du CongrBs 257-262; Die Idee der deutschen Universität (Schelling, Fichte, Schleiermacher, Steffens, W. v. Humboldt) (Darmstadt 1956); J. H. Newman, On the Scope and Nature of University Education (1859); A. Jiménez, Historia de la Universidad Española, Alianza Editorial (Ma 1971); J. L. Oranguren, El problema universitario (N Terra Ba 1968); La crisis de la universidad católica (MIDEC Montevideo 1967); Problemas actuales de la universidad en diversos países (CSIC Ma 1967); F. Aguilar, Los comienzos de la crisis universitaria en España (M Español Ma 1967): F. C. Sáinz de Robles. Historia de las universidades españolas (Aguilar Ma 1944); G. Ajo y C. M. Sáinz de Zúñiga, Historia de las universidades hispánicas, 8 vols. (CSIC Ma 1968); J. Burillo, La universidad actual en crisis (M Español Ma 1968); F. Giner y otros, La cuestión universitaria, epistolario (Ternos Ma 1967); J. López Medel, La universidad española (CSIC Ma 1967r L. Díez del Corral. Problemas actuales de la cultura superior (CSIC Ma 1969); A. Garriga, La rebeldía universitaria (Guad Ma 1970); R. Gómez Pérez, Universidad, problema político (U de Navarra 1971); R. Zurita Cuenca, Soliloquios sobre la universidad (Studium Ma 1971); H. Grundmann, Vom Ursprung der Universität im MA (Darmstadt 1960); J. Le Gaff, Les Universités et les Pouvoirs Publics au Moyen Äge et ä la Renaissance: XII' Congrés International des Sciences Historiques (W 1965) Rapports III 189-206 (con bibl.), Diskussionsbeiträge verschiedener Autoren: Actes 457-467; R. Schwarz, Universität und moderne Welt, ein internationales Symposion: Bildung/Kultur/Existenz Í (B 1962); Die Artikel «Domschulen», «Hochschulen», «Klosterschulen», «Seminar», «Stiftsschulen», «Universitäten»: LThK2 (con Bibl.); LThK Vat III 702-708. — 2. DOCUMENTOS ECLESIÁSTICOS OFICIALES: Constitution apostolica «Deus scientiarum Dominus» del 24. 5. 1931: AAS 23 (1931) 241-262; Ordenaciones del 12. 6. 1931: AAS 23 (1931) 263-284; Normae Quaedam ad Constitutionem Apostolicam «Deus scientiarum Dominus» de studiis academicis ecclesiasticis recognoscendam (Cittä del Vaticano 1968), con un comentario de v. G. Baldanza: Seminarium NS VIII (R 1968) 740-764 (con la adición del texto 765-787); AnPont (cada año bajo el título «Istituzioni Culturali»).

Alfons M. Stickler