TIEMPOS Y
LUGARES SAGRADOS
SaMun
 

1. Historia de las religiones

En contraposición con una confusión racionalista o pseudo idealista de lo -> santo, así como del espíritu en general, por la que lo divino se entiende sólo como una idea más allá de la realidad humano-histórica, cuyo carácter divino consiste precisamente en valer siempre y en todas partes sin relación con la realidad terrena; las religiones de la historia de la humanidad, a pesar de todas las diferencias en sus detalles, están persuadidas unánimemente de que lo santo tiene esencialmente su lugar y su tiempo en la historia humana real. En la hierofanía, atestiguada muchas veces como acontecimiento central incluso en religiones arcaicas y primitivas, la presencia de lo sagrado acontece en un lugar y tiempo perfectamente determinados. En virtud de ese acontecimiento un lugar queda sellado como sagrado entre todos los demás y se convierte en centro del paisaje, y finalmente pasa a ser orientación y fundamentación de la vida en su conjunto, representando cultualmente, en forma simbólico-real, el ser del cosmos; y al mismo tiempo esa representación (que hace presente) significa el tiempo sagrado en el que se recuerda el devenir del cosmos. Esta hierofanía, por la que se crean mitos corno historias del tiempo primitivo, se recuerda y renueva de manera permanente por la celebración cultual.

2. En el cristianismo

La constitución espacio-temporal de la hierofanía general religiosa y de su -> culto alcanza en el cristianismo su carácter definitivo, tanto histórica como metafísicamente. Para el cristiano, el tiempo en que Poncio Pilatos fue gobernador de Judea es el tiempo supremo como kairos de la historia universal; y en el Gólgota se decidió la salvación de esta historia, al entrar Dios mismo definitivamente en la historia de la humanidad en ese tiempo y lugar concretos mediante la muerte de su Hijo. De aquí recibe toda la historia su cambio de los tiempos, así como su centro orientador, y se capacita así para ser historia sagrada. A pesar de esta radicalización de la estructura local y temporal de la hierofanía universal religiosa en la encarnación histórica de Dios, hierofanía que parecía absolutizada históricamente por la muerte de Jesús, en la cual se extinguían la excelsitud y santidad divinas, pero que después volvió a atestiguarse en forma nueva — hasta entonces no imaginada — por su - resurrección; no obstante, por medio de esta extrema dialéctica vuelve a mediarse una vez más el carácter espacio-temporal de lo sagrado o de la -> revelación: la definitividad histórico-fáctica queda a su vez suprimida precisamente como tal. Esta supresión, que se anuncia ya en la vida de Jesús por el hecho de que él no hace suyos los lugares sagrados del pueblo de Israel, sobre todo su templo, y en lugar de ellos crea otros nuevos, hace posible una relativación y traslación de los lugares sagrados de la tierra prometida a los siguientes tiempos históricos y centros de la cristiandad, con sus nuevos templos de Dios y su nuevo tiempo litúrgico (-> año litúrgico).

A causa de esta dialéctica se hace posible y necesaria aquella constitución eclesiástica de lo sagrado que, por una parte, recibe una significación permanente por la historia fijada y localizada espacial y temporalmente de la aparición del Hijo de Dios en la tierra y de su vida en tierra santa, y, por otra parte, pone en marcha dicha traslación histórico-espiritual como vida de la -> Iglesia y, con ello, crea a ésta misma corno el nuevo lugar sagrado y su historia como el nuevo tiempo sagrado. Pero en cuanto la Iglesia adelanta hacia la expectación del nuevo cielo y de la nueva tierra, también esta realidad de lugares y tiempos sagrados queda superada una vez más al llegar a la Jerusalén celeste, en cuyo centro habita Dios corporalmente como el vivamente revelado. En esa promesa, se significa que la carencia de lugar del hombre, equivalente a carencia de salvación, y su vinculación al tiempo quedarán eliminadas para siempre. «En la casa de mi Padre hay muchas moradas. Y cuando me haya ido y tenga ya preparado un lugar para vosotros, de nuevo vendré para tomaros conmigo» (Jn 14, 2ss).

3. Reflexión sistemática.

Partiendo de esta dialéctica cristiana, que, por una parte, toma absolutamente en serio el lugar y el tiempo de la hierofanía, pero, por otra parte, los supera escatológicamente, se puede conocer la posición aparentemente paradójica del cristianismo frente a otras religiones, así como frente a algunas filosofías y concepciones del mundo. El cristianismo rechaza una fijación mágica y con ello la cosificación de lo sagrado, así como una idealidad que esté más allá de la historia; y eso aun cuando pone en forma permanente precisamente ambas cosas en su oposición, la historicidad real y la trascendencia absoluta. Pero con ello también está claro de antemano que la mediación verdadera y real entre esta oposición no siempre está a mano en forma terminada, sino que ella misma debe perfeccionarse a través del proceso histórico-salvífico y, según los términos de la promesa, sólo se consumará al final de los tiempos y del mundo. Hasta entonces esta dialéctica conoce su propia hermenéutica a la manera de una múltiple traslación de lugares y tiempos sagrados históricos en su mediación pneumática. En este sentido la mundanización del -> mundo, con frecuencia interpretada exclusivamente como -> secularización de lo religioso en verdad, no ha de valorarse sin más en forma meramente negativa, sino que debe verse también en su carácter de etapa de transición de la -> santidad de Dios, que cada vez presenta mayores dimensiones.

Frente a una concepción hierófana del mundo no dialéctica ni hermenéutica y, con ello, carente ingenuamente de mediación que se da en algunas religiones, y también frente a una espiritualidad abstracta que no toma en conocimiento la realidad histórica, el idealismo alemán y el existencialismo han desarrollado una concepción críticamente mediada sobre la dimensión corporal del lugar y del tiempo de la existencia humana. Para el idealismo alemán, en medio de todas sus diferencias, la verdad en su conjunto es concreta, corporal. La exigencia de la verdad en cuanto exigencia de Dios mismo, para poder ser fundamento de la persona, debe hacerse ella misma empírica, es decir, ha de expresarse y mediarse sensible y corporalmente en el tiempo y en el espacio. Más allá de esto, la filosofía existencialista muestra en el plano fenomenológico-hermenéutico que el carácter temporal y local del hombre es un existencial, es decir, una determinación fundamental constitutiva de la existencia humana. Bajo este aspecto la filosofía moderna se ha apropiado a su manera el sentido hierófano de las religiones y a la vez lo ha suprimido, supresión que corresponde a la hecha por la teología.

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Eberhard Simons