TENTACIÓN
SaMun


1. La
esencia de la t. ha de entenderse partiendo de que el hombre, como ser deficiente, está ordenado a una perfección que lo transciende. El impulso a la perfección personal y, por tanto, moral, es su orientación — debida a su propio espíritu y a la gracia — hacia sus prójimos y hacia Dios (-> acto moral; -> amor al prójimo). Tal impulso o tendencia sólo se realiza en la medida de la apertura a la trascendencia, al misterio de Dios experimentado, pero incomprensible; cosa que sucede en la ordenación de todos los actos categoriales al fin del -> hombre. Esta ordenación del hombre a la perfección está expuesta a múltiples riesgos, pues él une en sí una multitud de tendencias que, en fuerza de la afectividad que les es propia, empujan de suyo con relativa autonomía al cumplimiento inmanente, si no son ordenadas por el obrar racional y libre del hombre a las exigencias del desarrollo de la -> persona hacia algo que la trasciende. La necesidad de una integración consciente de los distintos apetitos particulares resulta de que, como consecuencia de la inseguridad instintiva y de la constitución concupiscente, la tendencia a la realización de apetitos particulares puede pasar unilateralmente a primer plano de la conciencia y de la sensibilidad. De aquí proviene la posibilidad de la t. Según eso, en definitiva la t. consiste siempre en el peligro de perturbar la ordenación óptima y dinámica al perfeccionamiento constante por medio de acciones que atentan contra esta aspiración.

La razón de tales t. pueden ser en primer lugar causas exógenas, p. ej., modificaciones endocrinas, fantasías y recuerdos no dominados, estados de excitación afectiva como consecuencia de represiones, etc.; pero también desilusiones por causa del prójimo, la experiencia de los propios límites, falsas estimaciones de la voluntad de Dios y otros datos del super-yo y del mundo circundante, que no son inmediatamente dirigibles.

El hombre no es inmediatamente responsable de esas t., que son más bien un hecho forzoso, el cual va anejo a nuestra dependencia respecto de estructuras dadas y realidades exteriores. Hay que distinguirlas en principio del conflicto de conciencia, en que se da una pugna entre varios deberes objetivos aceptados por la conciencia (cf. sistemas morales [-> moral, B]). En la t., por lo contrario, en oposición a un valor que corresponde a la persona en su totalidad, pasa a primer plano un valor moral particular y, por ende, sólo condicional, cuya realización (por lo menos en la manera como aparece en el momento de la t.) es reconocida como contraria al bien de la persona.

Para que pueda hablarse, pues, de t., el valor particular no debe aparecer de tal forma en el primer plano de la conciencia que no sea ya posible una elección entre él y el valor personal. Tal sería, de una parte, el caso si, por ignorancia o error, no fuera posible la reflexión sobre la significación del valor particular, o se diera, de otra parte, una fijación forzosa de carácter neurótico o psicopatológico sobre el valor particular, y así se suprimiera la libre elección (-> enfermedades mentales, -> psicopatología). En tales circunstancias, consiguientemente, no puede hablarse de pecado al seguir semejantes apetitos (que contradicen al bien de la persona). Según eso, hay una responsabilidad inmediata limitada cuando el impulso de que procede la t. es tan fuerte — por los motivos que fuere —, que queda disminuida la visión del alcance de la t. y entorpecida o paralizada la fuerza de voluntad para resistirla. En el consentimiento a tales t., se habla de pecados de flaqueza (peccata infirmitatis).

Estas t. provenientes de causas exógenas pueden provocar, por su parte, tendencias endógenas dañosas al mejor desenvolvimiento de la persona, las cuales son capaces de influir también en la aspiración cognoscitiva por represiones. Tal es el caso cuando el hombre consciente voluntariamente a las t. o sucumbe a ellas llevado por sus tendencias (p. ej., sucumbe a influencias dañosas en la educación). En la medida que estas tendencias nacen instintivamente, el hombre tampoco es responsable de las t. que de ellas resultan. Pero en cuanto han sido originadas por el consentimiento voluntario a t. exógenas, el hombre es responsable de ellas, pues fueron libremente queridas in causa (p. ej., en fenómenos maníacos, complejos de odio acumulado, etc.). Ello quiere decir que la posibilidad de t. endógenas resulta a la postre de la vinculación del hombre a estructuras previas de ordenación, de naturaleza transcendental o categorial, y también de su individual desarrollo personal.

Con su razón limitada, sólo limitadamente puede el hombre dominar de una ojeada las posibilidades concretas de realizarse a sí mismo. De ahí que su decisión de un acto determinado en orden a la propia realización sea siempre arriesgada, en cuanto el hombre sólo limitadamente puede calcular los efectos de tal decisión para la propia perfección, v puede consiguientemente fracasar en ella. Una decisión moral óptima se da cuando el riesgo se calcula de manera que se equilibren el factor de seguridad y el de inseguridad en el obrar. Desde el punto de vista de la psicología profunda, una t. se da siempre que la integración de los instintos no está garantizada y surge la tendencia a intentar esa integración en forma demasiado tímida o demasiado ligera. En el primer caso, por querer proceder con demasiada seguridad, el hombre fracasaría por no aprovechar plenamente sus posibilidades; en el segundo, porque procede arrogantemente y obra a la ligera contra estructuras previas de ordenación y anula así aquellas posibilidades. Según esto, en la t. se pone en peligro la relación trascendente de la acción humana. Por su superación, tal relación queda liberada de nuevo y a su vez profundizada. Según que las t. amenacen al hombre en el núcleo de su existencia sólo periféricamente o lesionen su mayor perfeccionamiento, los actos morales resultantes serán más o menos graves, independientemente de que el grado diverso de lesión se deba a la importancia del objeto para el tentado o bien a la intensidad de la relación libre con la acción.

2. Bíblicamente, la t. se interpreta: a) como prueba de Dios. Así, según afirmaciones del AT, sobre todo en los primeros libros, Dios quiere adrede poner a prueba la fidelidad de su pueblo, del pueblo de su alianza (Éx 15, 25; 16, 4; 20, 20; Jn 2, 22; 3, 1.4), y de creyentes particulares, así Abraham, cuya t. es aducida constantemente como ejemplo (Gén 22, 1; Eclo 44, 20; 1 Mac 2, 52; Heb 11, 17), o Job, cuyo temor de Dios permite el Señor que sea probado por Satán con sufrimientos (Job 1, lls; 2, 5; él permite también las t. que de ahí resultan: Job 7, 1; 10, 17; 16, 10; 19, 12). En la literatura sapiencial posterior, por influjo helenístico, aparece más fuertemente la idea de t. como medio de purificación y educación (Sab 3, 5; 11, 9; cf. 2, 1-6; 4, 17; 33 [36], 1; cf. Sant 1, 2.12; Heb 11, 17.37).

b) Como seducción por los poderes del mal. Así la t. diabólica de los primeros padres (Gén 3, 1-7). En este punto, el pensamiento judaico ve claro que, por encima de las malas inclinaciones del hombre, las t. son obra del diablo y sus espíritus, y sólo pueden vencerse con la ayuda de Dios.

Esta idea del - diablo como gran tentador gana importancia en el NT. La supone la petición del padrenuestro (Mt 6, 13 = Lc 11, 4) y el aviso de Jesús a sus discípulos en Getsemaní (Mc 14, 38 par). También Pablo ve en la t. la acción de Satán (1 Tes 3, 5; 1 Cor 7, 5), pero atestigua a la vez que Dios da fuerza para resistirla (1 Cor 10, 13). De manera semejante, el Apocalipsis atribuye la t. a Satán (12, 9; 13, 14; 19, 20; 20, 3.8.10); y Sant 1, 13s resalta expresamente que la t. no viene de Dios. En la literatura apocalíptica la t. es mirada como característica de las tribulaciones escatológicas (Dan 12, 10; 1 Pe 1, 6; 4, 12; 2 Pe 2, 9; Ap 3, 10), y particularmente en Heb es vista como superable en Cristo (cf. 4, 15; 2, 18; cf. también Ap 3, 10). Porque en Cristo es vencido el imperio de Satán sobre este -> eón.

3. Puesto que, en último término, las t. consisten en el peligro de cerrar al hombre el camino de su ordenación a la perfección, para vencerlas moralmente son necesarios sobre todo el deseo de la perfección y, consiguientemente, la apertura a la -> gracia, que se manifiestan en el amor a la virtud en general y en particular. Así se produce la integración de las tendencias particulares en el servicio a la perfección del hombre.

Comoquiera que la razón inmediata de las t. son primeramente causas exógenas, el esfuerzo moral debe concentrarse en dominar esas causas. Sin embargo, hay que tener de antemano en cuenta que la posibilidad de ser tentados va necesariamente aneja a nuestra condición de criaturas. La gracia no suprime esa condición, aunque nos da serenidad frente a todas las t. por la confianza en la ayuda de Dios, de suerte que, a la postre, la t. efectiva debe soportarse con humilde resignación. Dadas las múltiples causas de las t., son realmente posibles muchos medios para vencerlas. En casos extremos, se puede recurrir a tratamiento médico y a la psicoterapia. Pero siempre, estimando prudentemente la propia debilidad y sintiendo la responsabilidad de nuestros deberes, habremos de evitar ocasiones innecesarias de pecado (Ef 5, 15). A menudo la mejor manera de evitar la t. es una adecuada distracción. Pero lo que importa sobre todo es un constante esfuerzo por corregir prejuicios y predecisiones ajenos a la realidad que están fijados en el super-yo. Para ello es tan necesario un amor lo más incondicional posible a la verdad y al bien, como una confrontación paciente y sin prejuicios con los datos empíricos (-> higiene mental).

Para vencer las t. que dependen de causas exógenas, es menester una constante formación de la conciencia. Para reducir o superar las t., esa formación ha de tender a un equilibrio lo más ponderado posible entre la satisfacción y sublimación de las tendencias, pues sólo así se mantiene el equilibrio, necesario para la perfección, entre la apertura a la transcendencia y la dependencia de lo inmanente, y puede tenerse debidamente en cuenta el carácter dinámico e histórico del deber moral, singular en cada caso. Sólo así, en efecto, se evita el sobrestimar o subestimar las propias posibilidades y se ponen de manera óptima al servicio de la perfección de la persona nuestras vinculaciones a estructuras previas de ordenación.

De ahí se sigue además que las t. procedentes de causas endógenas sólo pueden eliminarse en la medida en que se corrijan, dentro del marco de lo posible, falsas actitudes voluntarias por medio de posiciones tan prudentes como decididas respecto de las causas.

4. Una equilibrada educación pastoral tendrá que evitar la tendenciosa simplificación en la visión de los dones y tareas «tentadores». Pues en tal simplificación la realidad acostumbra a interpretarse mediante una proyección ficticia de la misma, desplazando o suprimiendo uno o varios de sus aspectos y, por tanto, tergiversándola. La oración recomendada por la Escritura (Mc 14, 38), la constante vigilancia (Lc 8, 13; 21, 36) y sobre todo la firmeza en la virtud (Lc 22, 28; cf. Mc 13, 13 par; Ap 2, 10), que opera constancia (Sant 1, 2s), serán la mejor ayuda para ello, si buscan natural y sencillamente lo verdadero y bueno en cuanto es concretamente cognoscible y realizable, y así tratan de dominar la vida con la confianza en Dios, que en la t. no quiere nuestra caída, sino nuestra prueba (Ap 3,5).

5. Tentar a Dios consiste: a) bíblicamente, en la provocación osada de la ira de Dios, que radica en la desconfianza de la providencia de Dios; así cuando en el desierto se amotinó el pueblo y dudó de la voluntad salvadora de Dios (Éx 17, 2.7; De 6, 16; 9, 22; Sal 95, 8-11; Heb 3,8s), o cuando en el NT Jesús rechaza como un tentar a Dios la sugerencia de que entienda mundanamente su misión mesiánica (Mt 4,7 par). En 1 Cor 10, 9 y Act 3 se amonesta a los creyentes a que no tienten a Dios como los antiguos israelitas. En Act 5, 9 el intento de engañar a la Iglesia es mirado como un tentar al Espíritu del Señor, y en 15, 10 Pedro califica de t. de Dios el intento de cargar sobre los gentiles el yugo de la ley.

b) Moralmente, el tentar a Dios ha de mirarse como una provocación a Dios que traiciona la -» esperanza, pues quien así procede no espera de Dios la salvación, sino que quiere dominar el destino humano por la propia fuerza y la propia voluntad. La t. de Dios puede manifestarse en las más diversas formas, desde el cálculo temerario de la disposición de Dios al perdón, de suerte que ya no se espera la salvación eterna «con temor y temblor» (Flp 2, 12), hasta los juicios supersticiosos de Dios, y en último término se funda siempre en una falsa idea de Dios, que niega e idolatriza el soberano misterio del Dios que nos ama libremente.

6. La t. de Jesús narradas en Mc 1, 12s; Mt 4, 1-11 y Lc 4, 1-13 requieren una exégesis matizada bajo la perspectiva de la historia de las formas, la cual ponga de relieve la idea mesiánica de Cristo que late en los relatos. Según esa exégesis, Jesús habría traicionado su misión mesiánica si hubiera caído en la t. de no presentarse, a pesar de su dignidad mesiánica, como el «siervo» obediente de Dios y como el segundo Moisés que resiste a la murmuración de Israel. Las t. de Jesús por parte de los fariseos (Mc 8,11 par; Mc 10, 2 par; 12, 15 par; Mt 22, 35; Lc 10, 25) tienen también por fin poner a prueba la misión mesiánica del Señor. En contraste con ello, la t. de Jesús en Getsemaní (Mc 14, 32-42 par) tiene por objeto expreso la posibilidad de que Jesús sea tentado, la cual en Heb 2, 18; 4, 15 es interpretada como signo de su semejanza con nosotros en todo, excepto en el pecado. Jesús vence la t. por la aceptación de la pasión (cf. Heb 5, 7-9) — la posibilidad de la derrota queda evidentemente descartada —y así se hace nuestro modelo, que nos capacita para seguirle.

BIBLIOGRAFÍA: H. Seesemann: ThW VI (1954) 23-33; P. Valloton, Essai d'une doctrine de la tentation (P 1954); I. Owen, Temptation and Sin (Evansville 1958); K. P. Köppen, Die Auslegung der Versuchungeschichte (T 1961) (bibl.); La Tentation: Lumiere et Vie 10 (1961) fase. Nr. 53; Häring I (Fr 71963) 386-389 (hihi.); N. Brox - F. Scholz: HThG II 778-786 (hihi.); E. Grünewald, Tiefenpsychologische Aspekte zur Situation der V.: Rahner GW II 568-578; Mons de Ségur, Las tentaciones y el pecado (Ed Paul B Aires); 1. B. de Lucas, Las tentaciones (Nacional Ma 1964).

Waldemar Molinski