TÉCNICA
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I. Noción general

El sentido de la téjne griega comprende (ARISTÓTELES, Met. 1070a) todo lo que el hombre produce «artificialmente» en oposición al desarrollo «natural» de las cosas. Desde este punto de vista t. equivale por de pronto a «-> arte» en el sentido más lato de la palabra, como específica oposición polar con «naturaleza». Es una de las formas fundamentales de transformar, libre y científicamente, el mundo de la -> naturaleza en mundo humano; es decir, una forma de realizar la -> cultura, aquella señaladamente que se representa esencialmente en obras materiales. Dentro de esta forma que opera artificialmente está también, sobre todo respecto de la progresiva diferenciación de la cultura en sus «terrenos» relativamente autónomos, la producción técnica en sentido estricto: la t. y sus obras («instrumentos») con significación funcional e instrumental (a diferencia del arte y sus obras con significación simbólica y representativa). De esta noción previa se deducen también más o menos las definiciones más precisas de la t. en la discusión del s. xix y comienzos del xx: la t. como proyección orgánica, es decir, como prolongación de los órganos corporales en instrumentos; la t. como aprovechamiento de las materias y fuerzas naturales según ciertas reglas, adquiridas por la experiencia (t. tradicional) o por experimento científico (t. moderna); t. moderna como ciencia natural «aplicada», como sistema de medios para fines humanos, económicos, etc.

II. La técnica moderna

El hecho de que la t. aparezca cada vez más en el primer plano de los temas filosóficos (dentro de la historia de la filosofía y de la antropología filosófica) tiene primeramente su razón de ser en las múltiples experiencias de la tantas veces citada «crisis», uno de cuyos factores determinantes se ha visto en el creciente influjo del pensamiento científico-técnico y de la acción económico-técnica sobre la vida social de todos, sobre las relaciones de los pueblos entre sí, y sobre su actitud respecto de su propia tradición histórica común. En esa revolución parecieron vacilar los fundamentos del ordenamiento vital que venían de una tradición occidental europea, y no se había logrado aún plena claridad teórica sobre las fuerzas destructoras o también transformadoras, que ahora, en una visión retrospectiva, aparecen como operantes desde mucho antes. En todo caso, al unir el problema de la t. con el problema de la historia europea occidental y de la historia universal, que sólo ahora es posible y empieza realmente, se demostró ser insuficiente un enfoque hasta entonces usado: el que supone que la moderna t. en cuestión sólo pueda entenderse como continuación rectilínea, como ascensión intensiva y extensiva de la habilidad artesana propia del hombre en todo espacio y en toda etapa de la civilización. «Técnica» en este sentido generalísimo (que sólo tiene en cuenta las diferencias históricas como «etapas de evolución» de un proceso único) y que realmente no dice gran cosa, la ha habido realmente siempre, desde que existe el hombre.

Ahora bien, con el punto de vista exclusivo de la evolución de los procedimientos, etc., en particular y su suma, se pasa precisamente por alto la diferencia epocal de lo que es la t. en conjunto, en su naturaleza de cada tiempo, y en particular lo que es la t. moderna. Pues estos procedimientos con sus correspondientes instrumentos y saberes naturales no sólo tienen un determinado «valor» en una línea abstracta de desenvolvimiento. Qué sea y signifique naturaleza y conocimiento de la naturaleza, qué instrumento y producción de instrumentos, qué trabajo en general en su esencia concreta (y no sólo en su definición más formal), se determina por el modo cómo el hombre de un tiempo se entiende históricamente y quiere realizarse a sí mismo.

Por esta razón, la esencia de la t. moderna — de la t. de la era de los autómatas y de los reactores atómicos que eleva a su perfección la era de las máquinas — no puede explicarse por un proceso acumulativo de conocimientos, medios y métodos. Esta enorme acumulación y expansión cuantitativa — por lo que a la realidad externa de la t. se refiere — hay que entenderla, más bien, precisamente como realidad externa y tangible, por el origen histórico (y, consiguientemente, por la peculiaridad «cualitativa») del mundo moderno y de la manera cómo se entiende el hombre a sí mismo, es decir por nuestra cultura. Ahora bien, esto quiere decir que la t. moderna no es algo que puede ocurrir, entre otras muchas cosas, en este mundo moderno como fenómeno importante e incluso como el más importante; no, el mundo moderno es más bien, desde su fondo mismo, mundo técnico; la moderna cultura misma es cultura técnica, y sólo en la medida (incluso geográfica) que se extiende esta tecnificación del mundo, domina lo «moderno», el «hoy», la actualidad. Si cultura es mediación del hombre consigo mismo en el mundo para lograr su esencia y realidad, eso significa que la t. es el acto y forma fundamental de ese logro. Ideas de cuño técnico, formas de comportamiento y producción marcadas por la t., se hallan hoy día no sólo en el sector estricto de instalaciones técnicas, laboratorios de investigación y centros de producción; pero su fuerza mayor, que hoy apenas se oculta ya, se muestra en que todas esas ideas y formas han empezado ya a invadir las diversas dimensiones del vivir humano en la sociedad y hasta en lo hondo del orden familiar y privado. Ahora bien, con esta invasión cambia la totalidad del orden y sentido de las cosas, el «mundo» mismo en que la vida humana vive por la inteligencia y la acción.

Así, el «fin de la edad moderna» (R. Guardini) significa a la vez el nuevo estadio, que tal vez dure mucho, en que se consuma la moderna relación fundamental del hombre con el mundo, determinada por el saber y el poder positivos. Es la época del completoabrirse de la tierra a la realidad técnica (Alfred Weber), en un proceso «que no dejará intacto ningún sector de la cultura y ningún nervio del hombre» (A. Behlen). Porque la realidad técnica, la producción técnica y su producto en las distintas escalas del sistema dirigido desde fuera y que, en último término, se regula a sí mismo, presentará ahora el modelo o tipo de lo que es y acontece en absoluto, de lo no-humano y de lo humano, el criterio de lo que haya de pasar como verdadero y real. Así, pues, bajo este criterio cambian también la realidad misma de la vida humana y los modos de concretarse: saber y ciencia, -> trabajo y profesión, -> tiempo libre y recreación, etc., quedan insertos en la pretensión de una realización sin límites, o se legitiman por la medida en que se ajustan como medios para lograr esa ambición de poder. La naturaleza (como reserva de materia y energía), el trabajo (como colaboración dirigida de todos, que es a la vez el tipo de conducta que determina como norma la vida en su totalidad) y el hombre (como miembro de esta sociedad moderna, así caracterizada, con división del trabajo) se aúnan en un sistema cerrado de acción del mundo técnico (Max Müller).

Así, yendo más allá de su estricto terreno, la t. pasa a ser un fin fundamental que especifica cada vez más la actitud del hombre frente al mundo. Esa actitud se caracteriza por el hecho de que, en la estructura del saber (p. ej., según la terminología de M. Scheler), la ciencia relativa al dominio no es ya sólo un rasgo esencial e integrante junto con y bajo la voluntad de «formación» y de salvación religiosa, sino que este saber de dominio, de producción y de trabajo (único que, con razón, puede estar seguro de su éxito) pretende ahora validez exclusiva y, por eso, trata de invadir todos los órdenes del vivir humano en el mundo. Las grandiosas realizaciones técnicas y su significación preeminente para la conciencia pública han de entenderse partiendo, no de una noción formal indiferente de habilidad manual y «técnica», sino de esta concreta esencia histórica de la t. moderna, que penetra la actual realidad del hombre, la vida y el mundo y, como tal, quiere apoderarse de ella. Y sólo partiendo de ahí son también comprensibles los fenómenos de muchos modos investigados como determinados también técnicamente en su mutua referencia, fenómenos que muestran ciertamente su máxima tangibilidad y visibilidad allí donde han desarrollado todas sus consecuencias en la organización social total, pero que, como tendencias eficaces, transcienden en oriente y occidente la oposición entre las constituciones políticas: como, p. ej., la tendencia (que apremia hacia la perfección) a la especialización y a la simultánea centralización para automatizar la producción; la creciente burocratización, organización y uniformización de los actos de la vida y de las relaciones de los hombres entre sí; la funcionalización de esos actos y relaciones, que, en la medida de su funcionalización, quedan vacíos de significado propio, y se reducen a su producto para el fin colectivo planeado; la factibilidad y la disponibilidad por principio de todas y cada una de las cosas, que se dan de antemano por supuestas; la voluntad (aunque por lo general inconsciente) de consumar la historia (consumación que es entendida como superación lograda de toda resistencia material y de toda diferenciación social, etc.).

Esos aspectos son factores estructurales de una inteligencia del mundo, tal como la ha puesto de relieve H. Freyer, entre otros. Hoy es ampliamente reconocida la unidad de estos y otros fenómenos derivados del hecho de que la t. pretende validez exclusiva como forma fundamental de verdad y realidad respecto del mundo y del hombre. Divergen en cambio las interpretaciones en la cuestión del origen de este hecho: ¿Ha de buscarse, teológicamente, en el mandato que recibe el hombre al ser creado (F. Dessauer), o sólo, antropológicamente, en la ilimitada voluntad de señorío y dominio del hombre, que excluye todo lo casual e indisponible (M. Scheler), o, dentro de la «historia del ser», en aquel «destino» que por primera vez posibilita y provoca la ilimitada voluntad de disponer (M. Heidegger) y que le adviene a la humanidad actual a partir de la historia de occidente?

Una reflexión filosófica que ve la esencia de la t. moderna en el acontecer fundamental de la actualidad tal como lo hemos descrito, no implica necesariamente que este acontecimiento esencial haya asido y penetrado sin reservas nuestra realidad actual, ni que la moderna inteligencia técnica del mundo y del hombre haya impuesto ya definitivamente la pretensión de exclusividad que entraña (ni siquiera que semejante asidura e imposición consumada y sin reservas sean posibles). Pero sin duda se afirma en esa visión que tal proceso y primacía de esencial tecnificación de la vida es lo que caracteriza históricamente nuestra actualidad. Todo pensar y obrar no técnico en su esencia, en cuanto pertenece aún a nuestra actualidad, sólo logra su realidad actual en confrontación con la actitud fundamental técnica y su configuración del mundo, aprovechando sus posibilidades (y estando así por lo menos en su campo de atracción) o distanciándose conscientemente en lo particular. Allí, finalmente, donde una sociedad, por vincularse a fines fundamentales tradicionales (-> tradición), quiere oponerse a la total organización de todas sus fuerzas, está bajo la presión de la posibilidad — y hoy de la realidad — de una sociedad que está dispuesta por su parte a sacar las últimas consecuencias de la tecnificación de la vida entera, y puede suscitar así la apariencia de ser en principio superior en eficiencia, precisamente por su concepción técnica del mundo. Eso tiene validez independientemente de si la tecnificación se ha llevado ya efectivamente a cabo, o de si se ha alcanzado ya o pueda alcanzarse una superioridad en dicha eficiencia.

III. Problemas de la técnica moderna

Por el dominio de la tierra ha logrado el hombre liberarse de la presión de la naturaleza (y de sí mismo en cuanto es naturaleza) en medida nunca antes soñada. El aumento de bienes y la disminución del tiempo de trabajo, los progresos en todos los campos de la medicina, los medios de comunicación que vencen las barreras del tiempo y del espacio, y tantas cosas más, alivian su existencia y le dan la posibilidad de una subida intensidad de vida. Esto supuesto, lo que importa luego decisivamente es qué haya de entenderse por intensidad, cumplimiento y plena realidad de la vida humana. Si, partiendo de un determinado proyecto o esquema no técnico del ser humano, se ve en la t. un peligro precisamente para la existencia humana (a pesar de la seguridad que aquélla presenta para la misma existencia, y que no es posible ni deseable hacer reversible), ello no se debe a que la cultura técnica no deje que la «naturaleza» (humana o no-humana) sea naturaleza. Dondequiera el hombre vive como hombre, aun en las civilizaciones más primitivas, la naturaleza se inserta y se transforma siempre dentro del pensar, querer y obrar humanos, o se reduce a lo totalmente extraño, amenazante y antihumano. El peligro mentado no radica tampoco en que los medios técnicos modernos se «levantan» contra sus creadores. Tal peligro, que va anejo al carácter instrumental mismo y que, a la verdad, crece con la complicación de los medios y la magnitud de las energías ligadas a ellos, por lo menos en principio debe remediarse por la t. misma. Ni el romanticismo, con su cansancio de la cultura, que afirma la «innaturalidad» (no discutida) de la t., ni la exigencia de quitar a la t. su carácter demoníaco, que en su punto de partida acepta la hipostatización de los medios técnicos, dan en el clavo del problema.

El verdadero peligro está más bien en que la t., la cual, por la superación de la resistencia de la naturaleza, libera posibilidades reales para una realzada realidad del hombre, impide a la vez esta realización. La disminución de horas de trabajo aporta más tiempo libre. Pero el «mundo técnico» de la vida permanece «mundo del trabajo» y pasa, consiguientemente, a determinar el sentido del tiempo libre como tiempo de «pausa», de «recreación» del trabajo y para el trabajo y de diversión, que cae a su vez bajo la planificación y organización (por oposición al ocio creador). La t. de noticias, tráfico y cooperación abre nuevos ámbitos de comunicación, que debieran significar a la vez la intensificación de ésta; pero lo que sea comunicación, cae a su vez en el campo de fuerza de una teoría y práctica que sólo pueden entenderla y ejecutarla como información, como nivelación y orientación de la conciencia. Los medios técnicos de investigación pueden servir al logro del conocimiento en el sentido del más alto saber por razón de la verdad en sí misma, de la theoria; pero, de hecho, esta finalidad ha quedado inmersa en la realidad social de la investigación y de la voluntad que la empuja, que sólo quiere conceder realidad al saber y a la -› ciencia en la medida que sean positivos y aplicables, por razón del poder, como teoría para una práctica así entendida. La -> filosofía ha de reducirse a fundamentar científicamente la inteligencia técnica y positiva del mundo y de la sociedad. La -> educación pierde su preeminencia a favor de una instrucción que aparece necesaria y digna de fomentarse. El -> arte se torna fenómeno marginal, o, como instrumento ideológico, queda encajado dentro de la finalidad técnica. La -> religión es un desperdicio de fuerzas, a no ser que aparezca como medio provisional de orden, de rendimiento y de tranquilización.

El verdadero peligro de la t. y de su mundo, que quiere propagarse como el único válido, está, pues, en que en la planificación y realización de este mundo se inserta el planificador y realizador mismo, y ello de forma que, en esa inserción, en esa objetivación (cosificación) de la naturaleza, del hombre y de las relaciones entre los hombres, la -> persona humana adquiere desde luego poder enorme, libertad y realidad, pero lo adquiere precisa y solamente como miembro del sistema social de producción, no ya como «ella misma». Sólo esta realidad puramente social y funcional puede ser reconocida como decisiva, y ya no queda apenas espacio para la realidad no funcionalizable, ni objetivable, del individuo y de sus relaciones inmediatas con otros, para la persona en la -> comunidad. Con las crecientes tareas de índole funcional, se cierra al hombre la mirada para la única tarea incondicional de su libertad, para la tarea que le ha sido personalmente encomendada y nadie le puede quitar en vida y muerte (como fin y término de toda esa disposición, y momento definitivo de toda mediación consigo mismo). Es decir, la tecnificación completa del mundo, con su fascinación de logros indiscutiblemente grandes, significaría, a la vez, la deshumanización del hombre, no la reconciliación consigo mismo, sino la fijación de su enajenación en la naturaleza y en el proceso de la superación de su resistencia. La experiencia histórica de la objetivabilidad y manejabilidad técnicas y científicas de todas las cosas, una vez acontecida, empuja luego, tras su fijación, a no permitir experiencias repetidas o nuevas experiencias originarias de sentido.

Ahora bien, en cuanto las experiencias originarias se refieren a la asimilación de lo tradicional o bien a una nueva fundamentación histórica, el mundo totalmente tecnificado significa, a la vez, la afirmación de la actualidad sin tradición y propiamente sin futuro, la superación y, en principio, el cese de la historia. En lugar de la disposición para aceptar nuevas apariciones históricas, no calculables, ya no queda más que la fundada expectación del desenvolvimiento progresivo de lo que, implícitamente y en principio, ya está logrado. Su realización es ya sólo cuestión de tiempo calculable, no de historia imprevisible. Pero la inextirpable búsqueda del -> sentido inmediatamente personal de dolor y dicha, de vida, amor y muerte, etc., se desvanece en el vacío. La tecnificación del mundo, que quita terreno a esta inmediatez de la búsqueda y realización de un sentido personal, engendra luego el contrafenómeno de la soledad. La cuestión, a menudo planteada, sobre lo que haya de hacerse en esta situación, de antemano debe tomar conciencia de que el «mundo técnico» es una realidad humana, que se ha hecho y se está haciendo históricamente; y sobre esa realidad no es posible saltar ni hacia atrás ni hacia adelante. Por eso, todos los esfuerzos que tienden a conjurar los peligros de la t. para el hombre están siempre en la ambigüedad de aparecer ellos mismos como acciones de organización técnica; y de hecho llegan a ser tales acciones cuando, aunque sea por buena fe inconsciente, están sostenidos por la intuición de que la t. misma en su conjunto debe someterse a control (lo cual significa que debe ser dominada técnicamente).

Cierto que en nuestro mundo tecnificado hay problemas de vital importancia, p. ej., el de un «control de la producción» (sobre todo en el terreno de los armamentos atómicos). Pero igualmente decisivo es si la cuestión del sentido de lo que haya en absoluto de valer como de importancia vital, ha de responderse exclusivamente partiendo de la univocidad de la voluntad de dominio técnico (y de su sistema de producción y consumo, con un fin determinado y un funcionamiento sin roces); o si, por el contrario, el hombre, a despecho de toda la seguridad técnica, será aún capaz de experimentar una pobreza de la vida que no puede ser eliminada por el universal aseguramiento de los procesos vitales públicos, si será capaz, además, de pasar más allá de toda la perfección técnica y desear una necesidad y plenitud de sentido, deseo que no puede ser satisfecho en absoluto por la total apertura de las posibilidades técnicas.

Ahora bien, sólo partiendo de esta fundamental experiencia y exigencia de sentido totalmente diferente, puede salirse al paso en su totalidad a la pretensión de la esencia de la t. y de su promesa. Sólo así puede conocerse cómo y por qué, de una parte, en un mundo completamente tecnificado, por cuanto se niega la historicidad de su propio fundamento y tal mundo se concede a sí mismo un valor absoluto, puede pasarse por alto, p. ej., todo dolor que no se explique por la propia indigencia corporal, y que a lo sumo es visto como «perturbación» molesta, pero manipulable; y de otra parte, se comprende también cómo y por qué, en mundo semejante, todo pensar, obrar y configurar que no sirva originariamente al auge del poder y no produzca un efecto útil mediable, se desvirtúa como «improductivo» y queda relegado al margen extremo de la actividad pública, o ha de insertarse, en lo posible, en el sistema de fines. Filosofía y teología, medicina, educación y pastoral tienen que enfrentarse con este proceso fundamental y sus derivaciones. Si en este contexto se habla de «adaptación» necesaria, con ello queda indicada que se toma en serio lo que entretanto se ha hecho realidad (lo que significan y son aún en este mundo el trabajo y la vida, el hombre y la sociedad, la tradición y el futuro); pero se toma en serio con aquella contradicción, luminosa y auxiliadora, que da a esta realidad no sólo la confirmación de su existencia, sino también aquello que ella quiere excluir de su seno y que, sin embargo, es lo que de veras necesita.

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Alois Halder