SUPERSTICIÓN
SaMun


I. Concepto

Por s. se entiende primariamente una fe «falsa», y luego también una actitud «inauténtica», deficiente, de la fe. Lo que en un caso particular se señale como s. depende de la orientación ideológica del que juzga. En principio toda religión o toda ideología corre el riesgo de descalificar como s. las manifestaciones de una «fe» que se oponga a sus normas o a su conciencia creyente. Desde el punto de vista de una imagen del mundo establecida absolutamente como «científica», cualquier religión aparece como s. Prescindiendo de que tal suposición de una explicación totalmente racional del mundo debería ser juzgada ella misma como s., puesto que una respuesta a la pregunta sobre el sentido de la vida trasciende las posibilidades de una ciencia particular, precisamente este «presupuesto» trae consigo una y otra vez formas supletorias de «religión». Dentro del cristianismo la s. consiste primero en entender mal, mágicamente, afirmaciones fundamentales del mensaje cristiano, o sea, en un aferrarse inexplicablemente a elementos paganos (de una religión natural) dentro de la realización cristiana de la fe; y luego consiste en el abuso «poscristiano» de contenidos y formas cristianos de fe para escapar a la inseguridad de la vida y para defenderse contra la exigencia de decisión en algunas de sus situaciones.

Momentos «supersticiosos» son inevitables en toda religión por cuanto la religiosidad trascendental (y, por tanto, también la fe cristiana) tiene que objetivarse necesariamente en un mundo categorial que, por ser en principio inadecuado a su esencia, debe superarse continuamente y, sin embargo, nunca puede ser abandonado totalmente (-> analogía del ser; ->misterio). S. sería, pues, primero la renuncia a este trascender constantemente exigido y el aferrarse (consciente o inconscientemente) a un mundo categorial de lo religioso que ya no «transparente» (es decir, que ya no intente despojarse de sí mismo).

II. Historia de las religiones

La s. presupone una imagen mágica del mundo o restos de tal imagen, es decir, la creencia en fuerzas y poderes que no se explican por leyes naturales (prescindiendo de cómo se conciban en cada caso particular), y de los cuales el hombre se siente dependiente, intentando manipularlos mediante una acción mágica. Observaciones hechas por la ciencia comparada de las religiones han mostrado el carácter ahistórico de la s. y de sus formas de expresión (p. ej., adivinación, oráculos, interpretaciones populares de sueños, importancia de determinados tiempos y días, entre otras cosas). El conocimiento de la -> magia y de la s. exige una distancia consciente respecto de la experiencia mágica del mundo, la cual se debe al logro de un grado más alto y cultivado de religión o al progresivo estudio racional-científico del mundo. Acreditan esto, p. ej., los textos clásicos griegos y latinos sobre la s. (deisidaimonía — temor servil ante los dioses, en lugar de veneración racional): HIPÓCRATES, Morb. sacr. I; PLATÓN, Rep. 364B-365A; TEOFRASTO, Char. 16; PLUTARCO, De superstitione; CICERÓN, Div. 2, 148; PLINIO EL VIEJO, Hist. nat.

El Antiguo Testamento rechaza rigurosamente cualquier forma de s. (p. ej., Éx 22, 18; Lev 19, 26.31; 1 Sam 28; Is 8, 20; Ter 27, 9; Dan 2, 27s), ya que ésta revela una fe deficiente en Yahvéh, único Dios, y le ofende. El Antiguo Testamento conoce la amenaza constante a que la fe revelada se halla expuesta por causa de la s., amenaza proveniente ante todo del encuentro del mundo judío con la fe natural de los cananeos. El mensaje del Nuevo Testamento es el juicio sobre toda s,, sobre todo diablo y demonio (Mc 1, 25ss par; 3, 15; 5, 13; 6, 7 par; Mt 12, 28 par; Lc 8, 29; cf. Act 13, 10ss; 19, 13-19). La idolatría pertenece, según Pablo, a las obras de la carne (Gál 5, 20; cf. 1 Cor 10, 14; Col 3, 5).

III. El fenómeno

La s. aparece especialmente en las situaciones límite de la vida, en el nacimiento, el amor, la enfermedad, la muerte, en situaciones de angustia espiritual o en decisiones difíciles del destino (magia de la fertilidad, de la dependencia del hombre, respecto de la ->. trascendencia. Pero la s. obstruye la mirada al Dios absolutamente soberano, pues el hombre en ella cree que mediante sus propias palabras y acciones rituales puede hacerse propicios a los dioses, virtudes y potestades de los que se sienten dependientes de la existencia impenetrable. Con este egocentrismo el hombre impide la posibilidad de una confianza religiosa que lo espere todo de la bondad y del poder absolutamente libres de Dios. La s. y la magia, entre otras cosas, pueden proporcionar una seguridad aparente en la que enmudecen las cuestiones propiamente vitales antes de haberse planteado. Esto explica también por qué hoy tantas personas son aficionados a la s. (p. ej., al horóscopo).

El mundo, en sus entrelazamientos económicos, sociales y científicos, se ha hecho inabarcable para el hombre particular. Esta falta de transparencia produce la sensación de estar entregado a poderes anónimos, la conciencia de ser sólo un factor intercambiable en el gran proceso de los acontecimientos sociales que transcurren con aparente necesidad. Esta conciencia tiene como consecuencia una pasividad que recurre con agrado a las explicaciones de la s. Se acepta la idea de que todo depende de un destino inexplicable, que, sin embargo, lo abarca todo y da también significado a lo que no lo tiene. Esa actitud ahorra el esfuerzo intelectual, así como el compromiso de la libertad y responsabilidad. Así la s. es uno de los factores que dificultan, o incluso hacen imposible, la formación de la personalidad religiosa, moral y social del bombre. Es siempre síntoma de una crisis de la existencia. La actitud de aceptar pasivamente el estado de cosas, la satisfacción que hoy siente el hombre comercialmente dirigido (junto con otras causas, que aquí no hay que discutir más de cerca, como el escepticismo general, la saciedad económica, etc.), seguramente no permitirán que esa s., dada la pobreza de sus explicaciones sobre los trasfondos de la existencia humana, se purifique para llegar a la fe verdadera (aunque esta posibilidad en principio existe), pues precisamente su superficialidad obstaculizará el riesgo de la verdadera fe, y con ello la superación creyente de la angustia, de la duda y de la desesperación.

IV. Superstición y fe cristiana

Para la fe cristiana se plantea el problema de la frontera (que debe trazarse siempre de nuevo) con la superstición. Los usos y la fe de la Iglesia corren siempre el riesgo de convertirse en magia y s. Esto puede tener diversas causas. Los usos y la fe que los fundamente pueden: a) ser restos de una mentalidad pagana, a los cuales la fe cristiana no pudo dar ninguna legitimación seria; pero también pueden ser b) reliquias de grados anteriores y de fe y saber hoy superados (p. ej., creencia en las -> brujas, -> astrología); y finalmente, c) un uso legítimo puede convertirse en s. a causa de una fe entendida falsamente (p. ej., la señal de la cruz como conjuro mágico, la recitación mecánica de cadenas de oraciones, ciertas representaciones sobre el sacrificio de la misa y la comunión, etc.). Puesto que el hombre, como ser corporal y espiritual, tiene la tendencia a expresarse y comunicarse no sólo en palabras, sino también en símbolos e imágenes, ciertos usos asimilados pueden justificarse, con tal que en la fe y en la práctica no contradigan al espíritu de aquélla, según el cual la salvación se da solamente en Jesucristo y en la decisión permanente personal por él. Obscurecer esto es el peligro de un cristianismo que se agote en el cultivo rutinario de tradiciones (gravosas y perjudiciales), puesto que también esos hábitos crean aquella seguridad aparente que se quiebra rápidamente ante conflictos serios, y, ciertamente, no siempre a favor de una más profunda comprensión de la fe y de una realización de la libertad y de la responsabilidad propias. Por ello es tarea de la Iglesia educar en un constante control de sí mismo para una fe consciente, la cual conozca la esencia de la existencia cristiana y a partir de esta fe sea capaz de soportar y transformar la angustia y la desesperación. En los casos particulares, la pastoral sólo logrará superar la s. si no se limita a descubrirla y condenarla, sino que la esclarece también como signo de necesidades humanas más profundas, que ante todo deben tomarse en serio y entenderse, para poderlas curar luego (cf. acomodación; -> usos religiosos).

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Bonaventura Kloppenburg