E) MOVIMIENTO SOCIAL CRISTIANO

Un movimiento social cristiano no existe de muy atrás, pues los problemas sociales en el sentido actual de la palabra sólo muy tardíamente han entrado en el círculo visual de los hombres. Aristóteles definió al hombre como animal político, que solemos traducir generalmente por ens sociale; en realidad sólo conoció él (y sólo conocieron dos milenios tras él) la societas politica: s. y Estado fueron para ellos una sola y misma cosa. Hasta la edad moderna no aprende el hombre a distinguir claramente entre s. (cf. antes en A) y -» Estado, y sólo partiendo de aquí aparecen ante los ojos los problemas sociales a diferencia de las cuestiones políticas. Se reconoce más y más hasta qué punto la forma y el orden de la convivencia humana están determinados no sólo por el orden jurídico establecido por el Estado, sino también por las fuerzas sociales no estatales, que, en este sentido, pueden llamarse libres. ¿Qué importancia tienen los poderes sociales junto con y hasta contra la autoridad o el poder político para el bien y para el mal; cuántas funciones no deben ir a cargo del Estado, sino de estructuras sociales libres, a veces asociaciones libres creadas ad hoc, o por lo menos, pueden ser cumplidas por ellas mejor que por el Estado? Tales asociaciones y la vida que palpita en ellas se denominan «movimientos» y, en cuanto brotan de la imagen del mundo propio de la fe cristiana, hablamos de movimiento social cristiano, que encontramos tanto dentro de la cristiandad católica como fuera de ella.

El movimiento social cristiano goza hoy día en la Iglesia católica de pleno derecho de ciudadanía. Desde León XIII los papas se han puesto a su cabeza; sin embargo, las resistencias que desde el principio se le opusieron no están aún hoy completamente vencidas. Un primer obstáculo que se hace sentir todavía es una interpretación individualista de la obra salvadora de Cristo. La vida sobrenatural de la gracia que él da a los redimidos por su muerte de cruz es algo personalísimo de cada redimido; la sociedad humana no es siquiera capaz de ello y no ha sido, por ende, redimida por Cristo. En un tiempo en que la -> Iglesia era entendida casi exclusivamente como societas perfecta en sentido organizatorio y jurídico, y en calidad de tal se oponía al Estado, concebido igualmente sobre todo como aparato de poder; cuando la relación entre -> Iglesia y Estado se entendía no como relación entre dos comunidades de personas, sino entre dos poderes (potestas spiritualis et temporalis); tal visión unilateral era perfectamente comprensible, e incluso hoy día, cuando ya hemos aprendido otra vez a ver la Iglesia como populus Dei y como Christus totus, dicho enfoque no está aún superado del todo. Se apela a que Cristo mismo renunció resueltamente a actuar como reformador social; su buena nueva no contenía un programa de reforma social; por eso la primitiva Iglesia aceptó sencillamente los hechos sociales tal como los halló, con lo que dio a entender que no tenía conciencia de ninguna misión social. Por más que Pío xi atribuye a la Iglesia una misión social y Pío xii califica la opinión opuesta de falso -> espiritualismo y -> supranaturalismo, el pensamiento y todavía más la acción de muchos se cierra aún a esta idea.

Un segundo obstáculo, muy grave, para la penetración de un movimiento social cristiano lo constituyó por mucho tiempo y lo constituye aún hoy día — por extraño que parezca — la gloriosa tradición de la beneficencia cristiana (-> caridad). Ya en tiempo de los apóstoles, el ejercicio de la benericencia por medio de las obras de misericordia, espirituales y corporales, era incumbencia de la Iglesia; y se practicó en todos los tiempos bajo la dirección responsable de los obispos. Así se explica que los primeros pasos de un movimiento social se entendieran en muchos casos como un intento de prestar esta ayuda benéfica no sólo en casos de necesidad individual, sino de extenderla también a situaciones de necesidad social. En este sentido, documentos oficiales eclesiásticos hablan del movimiento social como de un movimiento caritativo; el ya muy ramificado árbol de la beneficencia parecía echar una nueva rama. Ahora bien, si es cierto que la caritas theologica pudo haber dado el impulso, y que sus esfuerzos, sobre todo a los comienzos, pudieron ser en gran parte obras de misericordia en favor de grupos de población necesitados, sin embargo, al ver las cosas así se desconocía completamente la naturaleza del movimiento social cristiano. Todos los movimientos sociales, y, por ende, también el cristiano, tratan (ex definitione) de crear un orden social insto y de ayudar a que se haga justicia a las legítimas aspiraciones de individuos o grupos sociales mermados en sus derechos. La caridad (-> amor) entra aquí sin duda para perfeccionar la obra (Quadragesimo anno, n.° 137); pero, en su substancia, se trata de una obra de -> justicia. Es incluso una obra de todo punto profana, pues tiene por fin crear un -> orden social — en cuya creación quiere cooperar el movimiento social cristiano — no sólo para los miembros del corpus Christi mysticum, sino para todos los hombres sin excepción. Todos han de gozar en el orden social de sus derechos y hasta hallar en él una patria. Sin duda también un movimiento social dirigido por la jerarquía eclesiástica podría influir beneficiosamente más allá de los sectores creyentes (a la manera como un hospital católico atiende también a enfermos no católicos). Una actividad de los avanzados del movimiento social cristiano como la que Pío xi ensalza en Quadrag. anno, n.° 19ss supone necesariamente que estos hombres y mujeres los cuales sacan de la doctrina de la Iglesia los rectos principios y de sus medios de gracia ánimo y fuerza en su trabajo, aparecen y actúan en los parlamentos y en las demás plataformas adecuadas (hoy sobre todo en la Organización Internacional del Trabajo); pero hacen eso por razón de su legitimación objetiva, y no como emisarios de la jerarquía.

En los más recientes documentos papales el movimiento social cristiano se distingue claramente de las obras de misericordia practicadas por motivo de caridad; en la práctica, sin embargo, la distinción no se ha impuesto completamente. Ello se explica no sólo por la tenacidad con que algunos se aferran a su postura, sino también porque en ambos campos, a despecho de la distinción teórica, existen suaves transiciones, y un mismo fenómeno puede ser, como caso y, como violación de la justicia, objeto de medidas de reforma social. Precisamente a los comienzos se daba ese caso casi regularmente. Así, todavía para León xiii el trabajador era, al mismo tiempo, el pobre, la clase trabajadora, miserum vulgus, multitudo egens (Rerum novarum, n.° 29); Pío xi, en cambio, distingue ya claramente entre la situación de la clase proletaria, que no significa forzosamente pauperismo, y la miseria del proletariado, difundida señaladamente en los países subdesarrollados (Quadrag. anno, n.° 59).

El polo realmente opuesto a la misericordia cristiana lo forma el movimiento social «desde abajo», es decir, el movimiento de ayuda por sí mismos de quienes se sienten perjudicados en el actual orden social. Ese movimiento no mendiga compasión, sino que tiene conciencia de su fuerza y está resuelto a aplicarla, para lograr aspiraciones justificadas; es más, para ese fin se construyen posiciones propiamente de poder. Esta resolución combativa de tomarse, si es menester, la justicia por su mano, supuesto que no sea concedida voluntariamente, no puede integrarse en el concepto de «caridad social»; es más, a muchos les pareció declaradamente anticristiana. Esto hay que decir sobre todo del movimiento obrero. Por no haber los cristianos conocido los signos de los tiempos y no haber actuado oportunamente, surgió primero un movimiento de signo materialista y ateo, que arrastró a una gran parte de las clases trabajadoras. Cuando luego se decidieron los trabajadores cristianos a oponerle un movimiento obrero de inspiración cristiana, costó amargas luchas hasta que se reconoció que esto era también rama legítima del movimiento social cristiano. Ni la fe cristiana, ni el amor cristiano, ni la moral cristiana mandan que se aguante sin resistencia la injusticia social; es antes bien de todo punto «cristiano» luchar, aun empleando la fuerza en caso de necesidad, por el derecho propio y el de los compañeros de destino, y hasta es prueba heroica de espíritu cristiano despojar a esta lucha del veneno del odio y de la envidia, mantener las pretensiones dentro de los límites trazados por la justicia y el -> bien común y, además, hacer la guerra, en otro frente, contra el movimiento materialista y ateo que priva al obrero de su fe. Sólo muy lentamente fue visto todo esto. Durante decenios no pudo dominar la teología -> moral católica las cuestiones de principio planteadas por el movimiento social cristiano desde abajo, tales como la justificación de la organización sindical y aun de medidas sindicales de lucha, como la huelga y otras, y no digamos de la diversidad de opiniones sobre la rectitud de estos y otros fines e intentos de solución en particular.

Otro obstáculo, no completamente superado hasta hoy, señaladamente para un movimiento social cristiano «desde abajo», está en la tendencia a mirar la estructura jerárquica de la Iglesia, que es de derecho divino, como ejemplar también para la estructura social profana; tendencia que ha dado ocasión a falsas conclusiones no sólo en la teoría política, sino también en cuestiones de orden social, y más aún a falsas actitudes. En el terreno de la teoría del Estado, el hecho está superado desde Pío xii (alocución de navidad de 1944; alocución a la Rota de 1946). Sin embargo, esa misma mentalidad falsa parece estar en juego cuando, p. ej., representantes destacados de la doctrina social católica sólo pueden imaginar la cooperación del -> trabajo y del capital en la empresa de forma que los trabajadores estén en relación de sumisión con los propietarios de los medios objetivos de producción, dotados de autoridad originaria y de facultades de dirección; aunque, evidentemente, exigen que se dé forma humana a esa relación. Por eso se oponen luego con una actitud negativa a otras soluciones que quieren hacer mejor justicia al principio, tan enérgicamente propugnado por la doctrina social católica, de que el trabajo humano no es una mercancía. A ello se añade la circunstancia agravante de que el clero, señaladamente el alto clero, pertenece en varios países por su procedencia a la capa social superior, se siente solidario con ella — por lo general, seguramente sin saberlo — es prisionero de una mentalidad local y socialmente ligada. Así, a pesar de la clara doctrina de los papas, el movimiento social cristiano sigue siendo impugnado en principio aun por los católicos, y tiene que luchar todavía contra la pereza de los corazones y contra opiniones preconcebidas, sobre todo de quienes tienen los órdenes tradicionales por buenos y evidentes porque corresponden, y en la medida que corresponden, a su propio interés. De ahí la necesidad de demostrar, aun hoy día, por argumentos objetivos el derecho a la existencia y la necesidad de un movimiento social cristiano. Para ello hay que exponer: 1º., qué tiene que ver la Iglesia y la fe cristiana en general con la s. humana y su orden existente (principium vitale [Pío xii, 20-2-1946, UTZGRONER 4106]; veluti anima societatis bumanae [Conc. Vat. ir, Gaudium et Spes, n.° 401); 2°, qué es lo específicamente «cristiano» del movimiento social cristiano, en cuya virtud puede realizar algo distinto o mejor que cualesquiera otros movimientos sociales; 3°, que dicho movimiento y sus realizaciones son una necesidad.

1. La Iglesia se entiende a sí misma como «el principio vital de la s. humana» (Pío XII, 20-2-1946). La Iglesia no es sólo una estructura social entre muchas otras, todas las cuales constituyen la s. humana, sino que debe y quiere penetrar en cierto modo como alma a todo ese conjunto social con sus fuerzas de vida sobrenatural. Si la s. es «la conexión dada previamente de la acción humana para la realización de los valores objetivos de la cultura», en consecuencia la Iglesia quiere y debe dirigirla desde dentro hacia ese valor último y sumo que es el Dios que se revela y comunica a sí mismo a la humanidad redimida. Como proclamadora e intérprete incluso de la ley natural, la Iglesia tiene que medir y juzgar (ratione peccati) con arreglo a esta ley tanto las instituciones y los estados sociales como los modos de conducta y procedimiento. Y si, según palabras de Pío xi, «las circunstancias sociales y económicas de la actualidad hacen a un enorme número de hombres extraordinariamente difícil conseguir su salvación eterna» (Quadrag. anno, n.° 130), síguese que para la Iglesia es un apremiante deber pastoral desplegar todo su influjo a fin de que cambien estos estados de cosas, para lo cual no basta predicar un cambio de mentalidad, sino que se requieren reformas institucionales.

2. Mientras que otros movimientos sociales, p. ej., puramente humanitarios (filantrópicos), se limitan a la realización de un orden justo o de lo que ellos ven como tal en el ámbito temporal y terreno y por tanto sólo de este ámbito pueden tomar sus criterios, el movimiento social cristiano ve siempre sus fines terrenos en conexión y subordinación respecto del fin último del -> hombre, y sabe que sus criterios están asegurados por la -> revelación divina y (dentro de la Iglesia católica) por el -> magisterio eclesiástico. Si otros movimientos sociales hallan en muchos casos sus más fuertes impulsos en el interés de un grupo particular (grupo de presión), el movimiento social cristiano saca sus impulsos últimos de la fe y del amor cristianos. Con ello está eficazmente a salvo de unilateralidad y exageraciones, y particularmente del peligro de identificar falsamente el interés particular con el interés general. Eso le asegura además el realismo, que no le deja soñar con un mesianismo escatológico, en el sentido de que las medidas de reforma social puedan traer mágicamente un paraíso en la tierra.

3. Todo movimiento social tiene un fundamento ideológico; no existe, ni puede tampoco existir, un movimiento social ideológicamente indiferente. Esto afecta inmediatamente a la conducta social del individuo, al que impulsa a obrar su conciencia de responsabilidad social; de ahí que el obrar social del cristiano como tal sea ya siempre una parte de «movimiento social cristiano» anónimo. Sobre todo la contribución que los cristianos en su conjunto hacen a las tareas sociales de la actualidad, es necesariamente movimiento social; y a esta cooperación de los cristianos no cabe renunciar aunque sólo fuera por la razón de su gran número.

No puede demostrarse a priori con igual evidencia que se necesiten estructuras organizadas de un movimiento social cristiano institucionalizado, es decir, que los cristianos (católicos) sólo puedan prestar su contribución a las tareas sociales de la actualidad dentro de organizaciones propias (instituciones o asociaciones). Sólo hay necesidad de crear esos organismos cuando hemos dejado que se nos adelantaran por otro lado, p. ej., de lado del -liberalismo humanitario o del -> socialismo, y se diera a estructuras de esta especie un sello ideológico que no es el nuestro o es inaceptable para nosotros. Si a ello se ha llegado por nuestra negligencia, no nos queda a veces otro remedio que dar vida a organizaciones concurrentes que operen en el sentido de nuestras creencias o que por lo menos no operen contra ellas. Aun entonces, en la medida en que otros afirman los mismos valores y fines fundamentales que nosotros, es siempre posible una acción concertada de organizaciones ideológicamente distintas, y hasta una cooperación en organizaciones comunes dentro de una recíproca -> tolerancia; esta cooperación no sería, sin embargo, posible con los comunistas, pues faltan en ellos valores fundamentales comunes (-> comunismo), como tampoco en general con toda clase de tendencias totalitarias, pues son por principio intolerantes. En contraste con la anterior reserva meticulosa, Juan XXIII y el concilio Vaticano II han animado recientemente a los católicos a cooperar con hombres de otra confesión y hasta con no cristianos. Prácticamente se puede decir que, en las actuales circunstancias, se requieren en todo caso instituciones cristianas (católicas) propias para la formación y educación en orden a la actuación social. Hasta qué punto haya de decirse lo mismo respecto de la acción social en asociaciones, sindicatos e incluso en partidos políticos, habrá de juzgarse diferentemente de país a país.

Los modernos movimientos sociales fueron desencadenados por la irrupción del -> industrialismo en un mundo predominantemente agrario y tradicionalista. Los sectores de tipo conservador y restaurador (-> romanticismo) no fueron capaces de interpretar la novedad invasora, y así sólo vieron en ella la causa de los graves males que hubieron de sufrir labradores y artesanos. De ahí que defendieran el orden tradicional, que suponían de validez supratemporal, y trataran de restaurarlo donde se había quebrado. De entonces acá se sospecha del movimiento cristiano que se refugia en un mundo ilusorio de «romanticismo social», en lugar de luchar a brazo partido con la dura realidad. En verdad, el movimiento social cristiano reconoció demasiado tarde en la cada vez más poderosa clase asalariada el gran grupo de la s. humana a que pertenece el porvenir. Durante decenios el movimiento cristiano ha sido (y sigue siendo todavía en los países atrasados) no menos emocionalmente anticapitalista que el socialismo contemporáneo, aunque en dirección contraria. Mientras éste, yendo más allá del capitalismo, aspira en cierto modo a superarlo, aquél ha caído una y otra vez en el sueño de restaurar estados de cosas de tipo feudaloide y patriarcal. Prisioneros del espíritu individualista del s. xix, a sus promotores se les hizo cuesta arriba comprender que a las exigencias del bien común hay que sacrificar no sólo costumbres queridas, sino también derechos legítimos, pero trasnochados. Después que Pío xi (Quadrag. anno) atacó implacablemente el individualismo, Juan xxiii (Mater et Magistra) y el Vaticano ir (Gaudium et spes) han podido situar el bien común de toda la humanidad en el campo visual y plantear los problemas sociales de alcance universal que se derivan del hecho de que, junto a pueblos que han realizado gracias a su alta industrialización «el bienestar social» (affluent society), hay otros en los países en vías de desarrollo que sufren la más opresora miseria, y donde hoy día impera el mismo desenfrenado capitalismo (no templado aún socialmente) que imperó a su tiempo en los países (de antiguo capitalismo) que entre tanto han creado una alta industrialización.

Hasta entrado el s. xx, sólo en los países avanzados de Europa hubo un movimiento social cristiano digno de ese nombre. En los EE. UU. faltaron por mucho tiempo los supuestos para un movimiento social; la situación no cambió hasta la crisis económica mundial de 1929-33. En cambio, en algunos países subdesarrollados, en que las potencias colonizadoras europeas habían importado el industrialismo, surgieron movimientos sociales de tipo semejante al de los europeos. En la medida en que las misiones formaron por medio de sus escuelas una capa superior culta — no muy amplia —, pudieron también desarrollarse comienzos de un movimiento social cristiano. En todos los países latinos, y en los que se hallan en vías de desarrollo, el movimiento social cristiano se enfrenta directamente con la amenaza comunista. Así tiene que luchar simultáneamente en dos frentes. Para contrarrestar el comunismo, el movimiento cristiano tiene que adoptar gestos y posturas revolucionarios y francamente anticapitalistas, y ello le dificulta tanto más desarrollar un programa positivo con fines realizables.

También fuera de la Iglesia católica se dan movimientos sociales cristianos. A la verdad, en las Iglesias ortodoxas de oriente se hallan pocas huellas de tales movimientos. Si ya el tipo de su piedad mística y contemplativa es poco favorable al activismo social, a eso se añade que en la Rusia zarista antaño no quedó, ni queda hoy día en todo el bloque comunista-bolchevista, lugar para la actuación práctica. El movimiento social en el campo protestante, actualmente muy vivo, es aún sumamente joven (aparte de algunos precursores muy dignos de tenerse en cuenta). Hasta hace poco el protestantismo alemán, lo mismo que la alta Iglesia anglicana, por su estrecha vinculación al Estado (en el primero debe añadirse su «fe en el Estado» propia del carácter alemán y en el luteranismo además su «espíritu de sumisión»), se limitaron casi enteramente a la acción caritativa («amor que salva»). Una auténtica labor social («amor que forma») sólo fue posible gracias al cambio que trajo la primera guerra mundial. El trabajo fue acometido sin dilación y con gran fervor. Hoy día, todas las Iglesias comprendidas en el movimiento ecuménico (con la mentada excepción de las que viven bajo yugo comunista) muestran un fuerte y consciente movimiento social. Abrió el camino la conferencia mundial de las Iglesias de Estocolmo (1924) para el cristianismo práctico (Lif e and Work); el movimiento adquirió profundidad teológica por su enlace con la conferencia mundial de las Iglesias de Lausana (1927) para Faith and Order. Trabajo a fondo prestaron luego las conferencias de Amsterdam (1948), Evanston (1954) y Nueva Delhi (1961). A pesar de discrepancias teológicas considerables, hay, por lo que atañe a las cuestiones y finalidades prácticas, una coincidencia sorprendentemente grande entre las varias Iglesias protestantes y otras Iglesias, lo mismo que entre todas éstas y la Iglesia católica. Lo que nosotros entendemos por -> solidarismo, lo confiesan las Iglesias protestantes bajo el lema de «sociedad responsable».

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Oswald v. Nell-Breuning