SÍMBOLOS DE LA FE
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La Iglesia usa tradicionalmente en su liturgia profesiones de fe o símbolos de fe, o sencillamente símbolos. Aquí estudiaremos el origen y estructura de estas fórmulas, para mostrar su alcance y significación teológica.

1. La palabra symbolum aparece primeramente en la Iglesia latina (en particular en África: Tertuliano, Cipriano). El oriente usa primeramente términos como pístis, mathema, písteos (exposición de la fe); la palabra symbolon aparece a mediados del s. IV (concilio de Laodicea, can. 7). Los autores que explican la palabra la entienden como «signo de reconocimiento», «fórmula de iniciación»: el s. es la fórmula por la que los cristianos se inician en el misterio de la fe y el signo por el que puede reconocerse que profesan la fe verdadera. Otras interpretaciones (AGUSTÍN, Sermo 213, 1) ven en el s. un resumen de la verdadera fe.

Ya en el NT se hallan diversas fórmulas de profesión de fe. Las más sencillas y acaso también las más primitivas parecen ser las profesiones de fe en Jesucristo, Hijo de Dios y Señor (1 Cor 12, 3: Kyrios Iesous; Rom 10, 9; Heb 4, 14; 1 Jn 4, 15; cf. Act 8, 37: texto occidental). Esta profesión de fe va a menudo acompañada de la mención de algunos hechos de la historia de Jesús, siempre los mismos: nacimiento virginal, crucifixión bajo Poncio Pilato y resurrección (ya 1 Cor 15, 3-5; IgnEph 18, 2; IgnSm 1; IgnTrall 9, 1; IgnMagn 11).

Por otro lado, se conocen fórmulas con dos partes, que se dirigen a Dios Padre y a Jesucristo (1 Cor 8, 6; 2 Tim 4, 1), y también fórmulas ternarias (2 Cor 13, 13; y también 1 Clem 58, 2; IgnMagn 13, 1.2, etcétera), que recuerdan el mandato de Jesús de bautizar «en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28, 19), fórmula sin duda acuñada ya por el uso litúrgico.

Se hallan luego (en Justino, Ireneo, Tertuliano) fórmulas más desarrolladas que exponen el contenido de la verdadera fe dentro del marco de una fórmula trinitaria, en que se inserta la confesión de Cristo, unida a la mención del Espíritu Santo (JusTINO, 1 Apol. 61; IRENEO, Adv. Haer. 110, 1; etc.), o a la del Hijo (TERTULIANO, Virg. vel. 1). Se trata de textos teológicos ya más elaborados; pero conocemos, desde el s. fórmulas más breves fijadas ya por el uso litúrgico. P. ej., en la Epistula Apostolorum (apócrifa; Asia Menor 160-170):

-«Creo en el Padre, dominador del universo,

-y en jesucristo salvador nuestro

-y en el Espíritu Santo Paráclito, en la santa Iglesia y en el perdón de los pecados.»

O bien el formulario litúrgico del papiro de Dér-Balizeh, que puede representar un ritual egipcio del s. II:

Así, pues, el credo del s. II es eco de las confesiones de fe primitivas, que se remontan al kerygma apostólico y a la revelación de Jesucristo mismo. De ahí se derivarán todos los s. posteriores, lo mismo en oriente que en occidente.

2. El símbolo romano o apostólico. A principios del s. III el s. romano aparece fijado ya en la forma que, con algunas adiciones, será definitiva. La Tradición apostólica de Hipólito, que puede en efecto representar el uso romano de comienzos del s. III (sobre el 215), describe el rito del bautismo y cita la triple pregunta dirigida al candidato:

«¿Crees en Dios, padre omnipotente? ¿Crees en Cristo Jesús, Hijo de Dios, que nació por obra del Espíritu Santo de María virgen, y fue crucificado bajo Poncio Pilato, murió y fue sepultado y resucitó al tercer día vivo de entre los muertos, y subió a los cielos, y está sentado a la diestra del Padre, y vendrá a juzgar a vivos y muertos?

¿Crees en el Espíritu Santo, en la santa Iglesia y en la resurrección de la carne?»

Hay que hacer aquí dos observaciones importantes:

a)El s. no es primeramente una regla de fe (cf. después), sino una profesión de fe bautismal. Cipriano habla (Epist. 69, 7) de «bautizar con el s.» (symbolo baptizare) y pone la fórmula del s. (legem symboli) en relación con la interrogación bautismal. El s. es la profesión de fe que emite el catecúmeno en el momento de su bautismo. En el s. IV, la catequesis bautismal se organizará según cl plan del s. (Cirilo de Jerusalén, Teodoro de Mopsuestia). Ambrosio y Agustín explican el s. a los catecúmenos durante la solemne traditio simboli.

b) Esta triple interrogación nos instruye sobre la estructura y el sentido del s.; éste es una fórmula con tres partes y una profesión de fe trinitaria (symbolum TrinitatiS, FIRMILIANO DE CESAREA, en CIPRIANO, Ep. 75, 11), en la que se ha integrado una profesión de fe en Cristo, cuya vida, muerte y resurrección fueron causa de nuestra salvación. Tertuliano notaba ya que el s. bautismal es un desarrollo de «lo que el Señor enseñó en el Evangelio» (De corona, 3).

El texto del s. romano se nos ha conservado, en griego, en una carta de Marcelo de Ancira al papa Julio (hacia el 340, en EPIFANIO, Haer. 72, 3, 1). El original parece ser griego, lo que nos autorizaría a remontarnos hasta mediados del s. III:

-«Creo en Dios Padre omnipotente;

-y en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, que nació de María Virgen por obra del Espíritu Santo, fue crucificado bajo Poncio Pilato y sepultado, al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos, está sentado a la diestra del Padre, desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos; y en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna.»

Así, desde el s. III, existe en Roma una fórmula de s. (R), que, aunque un poco menos desarrollada, es substancialmente idéntica con el texto recibido (T), que aparece en su forma actual en Cesáreo de Arles (+ 542).

Esta fórmula más corta (R) es el punto de partida de todos los s. occidentales que están atestiguados en otras partes (Galias, Hispania, África, Bretaña). La fórmula más larga (T) no se formó en Roma, y nació sin duda en las Galias, enriqueciéndose tal vez con aportaciones orientales. Terminó por imponerse en todo el occidente y hasta retornó a Roma (en la época carolingia), donde había sido suplantada, en la liturgia bautismal, por el símbolo llamado nicenoconstantinopolitano.

No es posible, pues, mantener la leyenda, que aparece ya en el s. IV (Ambrosio, Rufino) y puede remontarse hasta Siria en el s. III, según la cual el s. habría sido redactado por los apóstoles mismos (la atribución de cada uno de los doce artículos a cada uno de los apóstoles aparece en el s. vi en las Galias). Pero la doctrina misma del s., cuyos enlaces con el NT acabamos de mostrar, se remonta sin duda alguna a la predicación apostólica.

Aparte de la profesión de fe de Gregorio Taumaturgo, obispo de Neocesarea del Ponto (+ hacia el 270), que no se presenta como fórmula litúrgica (bautismal), la forma oriental del s. sólo está atestiguada a partir del s. iv, en fórmulas más desarrolladas. Pero todo lo que antes hemos dicho nos permite afirmar que también eila se remonta a las profesiones de fe trinitaria y cristológica. Según la forma en que se nos han transmitido, credo de Jerusalén, de Cesarea, de Antioquía, de Chipre, de Mopsuestia), los credos orientales presentan más diversidad que los s. occidentales y una redacción más desarrollada, sin duda por reacción contra las herejías. Cuando, en Nicea, la Iglesia querrá definir su fe contra la herejía de Arrio, lo hará con la adición de fórmulas técnicas (ómooúsios) dentro del marco de un credo bautismal (el de Cesarea o de Jerusalén). Lo mismo acaecerá con todas las fórmulas que serán elaboradas sucesivamente durante las controversias trinitarias del s. Iv. «Los antiguos credos eran para los catecúmenos; los nuevos credos son para los obispos» (C.H. Turner).

Se discute el origen del credo «de Constantinopla». Es posible que su autor sea Epifanio, que en 374 cita ya este s. (Ancor. 118, 9-13). En ese caso el concilio de 381 se lo habría apropiado. El texto fue leido en el concilio de Calcedonia como s. del concilio de Constantinopla, y esta atribución se hizo tradicional. No se trata, en todo caso, de un desarrollo de la fórmula de Nicea, y la expresión «s. niceno-constantinopolitano» es inexacta.

Este acuerdo suplantó los otros s. bautismales de oriente y, por algún tiempo, también el de Roma. En el s. fue introducido en la liturgia eucarística de Siria; con la misma función se difundió luego en occidente, primero en Hispania, más adelante en la corte imperial y finalmente en Roma, desde 1014, a petición de Enrique II.

4. El s. Ouicumque, llamado de «Atanasio», no es un s. bautismal, sino una profesión de fe en la Trinidad y en Cristo. No tiene nada que ver con Atanasio y es de origen occidental. Se han propuesto muchos nombres como autores (Ambrosio, Vicente de Lérins, Fulgencio de Ruspe, Cesáreo de Arles), pero sin posibilidad de llegar a una certeza en este punto. Parece que fue redactado en la Galacia meridional por los s. v-vi. Se difundió en occidente en la época carolingia.

5. Símbolo y regla de fe. El s. es el resumen de la catequesis antes del bautismo (lo que explica, p. ej., que no se halle alusión alguna a la eucaristía, cuya enseñanza se reservaba a los «iniciados»), catequesis que se apoya en la predicación apostólica. En este aspecto, puede pasar por testigo de la tradición apostólica y goza de autoridad singular. Pero no expresa todo el contenido de la doctrina de fe; en la antigua literatura cristiana conocemos confesiones de fe más desarrolladas, las cuales resumen y explicitan la fe que la Iglesia recibió de los apóstoles y de sus discípulos (así IRENEO, Adv. Haer. i, 10, etc.; TERTULIANO, Praescr. 13; Virg. vel. 1; ORÍGENES, De Princ. I, Praef. 4).

Estas confesiones conservan las más de las veces la estructura trinitaria y no dejan de tener relación con la profesión de fe bautismal (Ireneo habla de la regla de la verdad recibida en el bautismo, I, 9, 4); pero no se identifican con el s. bautismal. Sería vano querer reconstruir a partir de ellas el «símbolo» de Ireneo o de Justino. Son exposiciones teológicas que no representan la fórmula ritual de la profesión de fe bautismal.

Dichos autores hablan a este propósito de «regla de fe», de «regla de la verdad» (HAHN, Bibliothek der Symbole, 366-369; VAN DEN EYNDE, Les normes..., 281-313). Estas expresiones significan por de pronto que la verdad misma de fe es una regla (IRENEO II 28, 11). Pero pronto se considerarán también las fórmulas de la fe como normativas. Así el s., que al principio no se identifica con la regla de fe, vendrá a ser «regla de fe.» Esta transformación perece haberse operado en el. concilio de Nicea, que formuló su fe dentro del marco de un s. bautismal. La «fe de Nicea», expresión de «la fe profesada por los padres según las Escrituras» (ATANASIO, Ad Epict., 1), es el distintivo de la ortodoxia.

En los concilios de Éfeso y Calcedonia, el «símbolo» de Nicea y el de «Constantinopla» son las normas a que se hace referencia para juzgar de la ortodoxia de un doctor y para expresar contra un hereje la fe católica. El s. bautismal se convirtió en regla de fe. Ciertamente corresponde al magisterio formular el s. de la fe, completarlo en un punto disputado (el ómoousios); pero el s. como expresión de la tradición apostólica es también la fórmula por la que el magisterio ha de orientarse. Dentro del marco del s., en los siglos posteriores se componen otras fórmulas de fe, ora oficiales (concilio de Toledo del año 400 6 447), ora privadas (Fides Damasi, Clemens Trinitas, Quicumque). La professo fidei tridentinae (Pío iv, 1564) se apoya en el «símbolo de Nicea». Recientemente (aparte de los esfuerzos por una «fórmula breve» de la fe) merece resaltarse la «profesión de fe del pueblo de Dios» de Pablo vi (1968).

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Pierre-Thomas Camelot