SACRIFICIO DE CRISTO
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1. a Que Cristo nos redimió por un sacrificio (s.), cuyo sentido «litúrgico» es caracterizado como s. expiatorio por el hecho de que la vida y muerte de Jesús se presentan como obediencia al Padre y, porque él se entregó por los pecados de los hombres, dentro del NT está atestiguado de la manera más expresa en la carta a los Hebreos. En otros lugares del NT se hace referencia al s. de Cristo en cuanto se habla de su muerte expiatoria, que fue aceptada vicariamente por «los muchos» (Mc 14, 24; 10, 45; Rom 3, 25; 4, 25). En estos pasajes no se habla expresamente de s., pero implícitamente se evoca en ellos la sangre derramada de la alianza. Además, el s. está por lo menos insinuado mediante la comparación de Jesús con el cordero de -> pascua (1 Cor 5, 7; Jn 1, 29.36; 17, 19; 1 Pe 1, 19; Ap 5, 8.12; 7, 14; 13, 8) y con Isaac como tipo (Rom 8, 32), y mediante su designación como oblación (Ef 5, 2). La carta a los Hebreos explica el s. de la cruz, objeto de escándalo para los destinatarios de la epístola, como cumplimiento y superación del s. del AT, al que puso fin la muerte de Cristo, que es el verdadero s. y el único al que podían aludir los s. veterotestamentarios.

Decir que Cristo nos redimió por su s. de la cruz, es un enunciado que necesita ser complementado. Si la idea de s. ha de ser aplicable a la economía de salvación del NT y al obrar salvífico de la Iglesia, es menester que no se desprenda de una interpretación ritual demasiado estrecha y se tome en un sentido más amplio. El s. como acto de culto es una alusión simbólica al s. de naturaleza existencial que ofreció Cristo. Esta significación del s. cultual está contenida como predicción simbólica, sin plenitud de fuerza propia, en los s. de la antigua alianza o también en las religiones paganas, o en la representación simbólica, sacramentalmente eficaz, por la que en el banquete eucarístico de la Iglesia del NT conmemora la acción de Cristo. Esta celebración cultual y litúrgica del s. es provisional, no sólo porque lleva en sí misma «la figura de este mundo que pasa» (Vaticano ii, Lumen gentium, n.° 48), sino también porque apunta más allá de sí misma, hacia el s. existencial de Cristo, que está contenido en ella con la realidad propia del sacramento.

Si se habla de la muerte de Cristo en la cruz como s., tal afirmación requiere un doble complemento. En primer lugar este s. no estuvo aislado al término de la vida de Cristo, sino que comprendió la vida entera del Señor, determinada por la obediencia, y la llevó a la plenitud de su sentido (cf. Flp 2, 8; Act 5, 8). Además, no hay que atribuir a la -> encarnación el mero significado de una preparación de la -> redención, como si en ella el redentor hubiera entrado en la historia con el fin de redimir luego a los hombres en un sacrificio aislado de todos los demás actos; más bien, la encarnación, que fue prolongada y desplegada por el anuncio profético de Jesús sobre el Padre, es también un elemento esencial de la obra redentora. Por eso, el s. como entrega al Padre tiene un sentido de respuesta, que deja a Dios la iniciativa de la obra redentora.

b) Si se quiere describir el s. sólo como acción litúrgico-cultual por medio de dones materiales, la muerte redentora de Cristo no podría llamarse propiamente s. De hecho, la aplicación de ese concepto a la muerte de Cristo en la cruz se funda más bien en que esta muerte misma no es una celebración litúrgica de un s. como oblación de dones materiales, sino cabalmente aquella entrega total para la redención de los hombres a que apunta toda acción sacrificial litúrgica, bien en las figuras veterotestamentarias, o bien en la conmemoración sacramental del NT. La designación de la muerte de Cristo sobre la cruz como s. más que caracterizar la propiedad de esta muerte misma, la define como cumplimiento y contenido de la representación ejecutada en los ritos sacrificiales de culto. Partiendo de ahí puede llamarse s. la muerte de Cristo en la cruz, aun cuando en ella no se encuentran inmediatamente una serie de elementos que pertenecen propiamente al s. Así, en la muerte de Cristo en la cruz no hay una formal acción sacrificial visible. El acto de matar sobre la cruz sólo viene a ser acción sacrificial por el hecho de que, en el interior de Jesús, que se expresa en sus palabras, se transforma en entrega sacrificial aquello que los ejecutores no entendían en modo alguno como tal. Tampoco hay aquí una ofrenda distinta del oferente, por cuyo uso simbólico se expresara la entrega a Dios. Finalmente, no hay ahí una acción sacrificial hecha por un sacerdote oficial a la cabeza de una comunidad. El carácter comunitario de la entrega de Cristo consiste en que se realiza expiatoria y vicariamente por los hombres pecadores, como cabeza de los cuales Cristo sufre la muerte y recibe la glorificación para sí mismo y para la comunidad del pueblo de Dios redimido. En conclusión, la noción de s. solo analógicamente puede aplicarse a la muerte de Cristo. El derecho para hacerlo consiste en que aquí se cumple aquello que se indica en las acciones sacrificiales figuradas del AT y en la conmemoración sacramental de la Iglesia.

2. Sólo se hace justicia al s. de Cristo, si se toma en serio su unicidad, hasta tal punto que, junto a él y fuera de él, no puede haber ya ningún s. en la economía de la salvación del NT. El «de una vez por todas» que la carta a los Hebreos predica del s. de Cristo, hace imposible una repetición del s. en la Iglesia neotestamentaria. Sin embargo, la Iglesia tiene conciencia de poseer en su -> eucaristía un s. que puede celebrar una y otra vez sin negar el s. de Cristo como valedero para siempre. Este misterio es posible porque el s. de Cristo, que en cuanto -> muerte mira a este mundo, como resurrección y ascensión halló aceptación consumadora por parte del Padre y, como s. numéricamente uno e igual, existe bajo triple modo de ser:

a) El acontecimiento del s. de Cristo pertenece primeramente a la historia del hombre. Como es esencial a la obra redentora de Cristo el hecho de acontecer en la misma historia en que los hombres se rebelan contra Dios por el pecado, en consecuencia el s. de Cristo deben verse necesariamente como acontecimiento de la historia, aunque en su forma histórica no se descubra que la muerte de Cristo fuera para la redención de los hombres. Sólo a la luz de pascua se hizo patente como tal la muerte del Maestro para la comunidad misma de sus discípulos.

b) Según el modelo del s. veterotestamentario, en el que el sumo sacerdote entraba con la sangre sacrificial en el sancta sanctorum, la carta a los Hebreos incluye en el proceso total del s. neotestamentario la entrada en la gloria del Cristo oferente por la resurrección y ascensión. Recurriendo a una representación humana, que sólo puede imaginar como existencia del sacrificado la continuación (eterna) de una acción sacrificial transitoria, acaecida una sola vez en el ámbito terreno, Ap 5, 6 habla del cordero como el sacrificado que contempla el vidente. Pero su significación intercesoria es expresada otras veces como una acción constante; así en Act 7, 25 donde se habla de la intercesión constante que Cristo, sumo sacerdote celeste ejerce por nosotros o en 1 Jn 2, 1 donde Cristo es designado como nuestro abogado ante el Padre. Lo mismo quería decir V. Thalhofer en su libro Dás Opfer des álten und des neuen Bundes (Rb 1870) al hablar del «s. celeste», que él entendía como «un s. de Cristo ofrecido en el estado de gloria», y que fue rechazado en algunos manuales dogmáticos sólo porque era entendido falsamente como nuevo acto sacrificial constantemente repetido. En realidad, hay que considerar que una «perduración» del acto histórico sacrificial de Cristo allá arriba, en la participación de la eternidad de Dios, ha de ser tenida en cuenta ya por la razón de que ningún hombre entra en la eternidad sin su propia historia. El que por la muerte entra en la eternidad lleva el cuño de toda su historia. Es más, toda la historia que aquí en la tierra está desmembrada por la sucesión de los momentos, entra con él en una eternidad donde no se da ya tal sucesión. «Sus obras les siguen» (Ap 14, 13). Así Cristo está junto al Padre en la eternidad con su s., que fue la consumación de toda su vida sellada por la obediencia (F1p 2, 8). Además de su ser histórico, el s. de Cristo tiene otro modo de ser suprahistórico, como s. numéricamente uno e igual.

c) El s. de Cristo se ofreció «por los hombres» no sólo en el sentido de que su oblación se hiciera en lugar de los pecadores, incapaces para ello y necesitados del s. expiatorio del Salvador. Cristo ofreció en la historia un s. que permanece actual más allá de la historia, a fin de que los hombres, congregados como Iglesia en torno a ese s., se lo apropiaran y, sin poner un nuevo s. propiamente dicho, pudieran, sin embargo, ofrecerlo al Padre como s. de la comunidad de salvación, que es la Iglesia. Esto acontece por un tercer modo de ser — el sacramental — del s. de Cristo. Este modo consciente en que Cristo está presente en la cena memorial fundada por él mismo, está como sacrificado en los dones transformados y como oferente celebrante, «que obra en persona de Cristo» (Vaticano II, ibid.); está, pues, presente él mismo con su s. En la celebración de la eucaristía «dejó Cristo a su esposa, la Iglesia, un s. visible» (Dz 438), sin que se atente con ello contra la unidad numérica de su s. Pues, en realidad, trata de un s. único que, ofrecido en la historia, vive en la presencia eterna de Dios, y es puesto en las manos de la Iglesia en la representación sacramental del banquete memorial de la eucaristía, para que ella lo ofrezca una y otra vez al Padre.

BIBLIOGRAFÍA: Cf. bibl. sobre –> redención, -> eucaristía, -> satisfacción, -> sacrificio. — V. Thalhofer, Das Opfer des alten und des neuen Bundes, mit besonderer Rücksicht auf den Hebräerbrief und die katholische Meßopferlehre exegetisch-dogmatisch gewürdiget (Rb 1870); F. J. Schierse, Verheißung und Heilsvollendung (Mn 1955); A. Darlap, Anamnese II: LThK2 483-486; B. Neunheuser, Opfer Christi und Opfer der Kirche (D 1960) (bibl.); L. Sabourin, Rédemption sacrificielle (Brujas 1961); W. Pannenberg, Grandzüge der Christologie (Gü 1964) 251-288; J. Galot, La rédemption, Mystere d'Alliance (P 1965); K. Rahner - A. Häußling, Die vielen Messen und das eine Opfer (Fr 21966); J. Betz, Der Opfercharakter des Abendmahls im interkonfessionellen Dialog: Theologie im Wandel, bajo la dir. de J. Ratzinger - J. Neumann (Mn - Fr 1967) 469-491; Ph. de la Trinité, La redención por la sangre (C i Vall And); A. Piolánti, El sacrificio de la misa (Herder Ba 1965); C. Vuilleumier, El sacrificio total de Cristo (Ed Paul Méx 1969); Lecuyer, El sacrificio de la nueva alianza (Herder Ba 1969).

Otto Semmelroth