REPRESENTACIÓN
SaMun


Una de las raíces de este concepto está en el órden jurídico, en que r. significa el obrar en lugar de otro. La reflexión sobre este dato de la acción humana jurídica remite a contextos metafísicos (-> persona, comunidad, -> sociedad), que explican también la primigenia significación religiosa del concepto.

Según demuestra la historia de las religiones, la idea de r. no se halla solamente en el estadio mágico (posterior: totemismo primitivo), sino también en los ritos sacrificiales de estratos étnicos más antiguos y en las consagraciones incruentas de hombres o en los sacrificios humanos cruentos de las culturas superiores. Aun cuando en Israel halla algún eco el motivo de la r. expiatoria mediante sacrificios cruentos (Lev 16, 3.5.9) o incruentos (Lev 16, 8.20.26) de animales (macho cabrío propiciatorio), sin embargo la r. no puede deducirse aquí de la historia general de la religión.

En el Antiguo Testamento la r. se sitúa en un horizonte histórico-teológico y viene además determinada por notas éticas y personales. Ya el documento de la creación muestra al hombre, en su inmediatez respecto de Dios, como mandatario de toda la creación (Gén 1, 26ss), y en una comunidad de destino con el cosmos, la cual tiene efecto funesto en la caída o pecado original (Gén 3, 1-24; Rom 8, 20ss). También dentro de la humanidad, Adán obra en r. de todos (-> pecado original), como se ve por la transmisión del destino de muerte (Rom 5, 12-21). Sin embargo, la idea de r. (que aparece bajo diversas formas en el AT: como mera relación pragmática de sustitución [Caín-Abel, Esaú-Jacob, Saúl-David], como obrar «en favor de otro» y como actuar y padecer formalmente «en lugar de otros»), no se entiende allí en forma puramente jurídica, sino que se funda en un solidarismo óntico («personalidad corporativa»). Así el padre representa a toda su casa (Noé: Gén 7, 1), el profeta a la comunidad (Jer 11, 14; 18, 20) y el rey a su pueblo (3 Re 14, 16). El empleo «jerárquico vertical» de la idea se completa por un uso «horizontal» de la misma, en que un igual obra para provecho o desdicha de sus semejantes (Rahab: Jos 6, 23.25; Judit: Jdt 13, 4; Datán y Abirón: Núm 16, 27).

Pero, en el AT, la idea no posee sólo validez casual, sino que, en unión con la idea de elección, aparece como ley estructural constante de la historia de la -> salvación. Así, en Abraham «son bendecidas todas las familias de la tierra» (Gén 12, 3; 18, 18; 22, 18), y la elección de Israel acontece para salvación de todos los pueblos, y hasta su caída se torna estímulo para los gentiles (Rom 9,11). Al rechazar Israel en su conjunto el mandato salvífico, éste pasa a un «resto santo» (Is 1, 9; 10, 21), cuyo llamamiento se condensa cada vez más en las figuras mesiánicas: el «siervo de Dios» (Is 42, 1-4; 53, 11) y el «hijo del hombre» (Dan 7, 13ss), figuras que hallan su realización en -> Jesucristo. Así la historia de la salvación nos muestra la imagen de una progresiva reducción de los mediadores representativos de la salvación al único representante perfecto de la humanidad.

Esta ley estructural constante no puede perder su validez después de Cristo, aunque, precisamente por la absoluta preeminencia de Jesús, haya de cambiarse su aplicación. La función sustitutiva formal de Cristo no puede ya, después de él, ser asumida por un particular. De ahí que la evolución hacia el fin de los tiempos ostenta a su vez una progresión cuantitativa de los llamados a la sustitución; así los -> apóstoles representan a toda la -> Iglesia, ésta a toda la humanidad redimida y por redimir, la humanidad por su parte a todo el cosmos (incluso material), que ella debe hacer partícipe de la transfiguración.

La teología tradicional al principio sólo usó soteriológicamente la idea de la r., y luego la trasladó a María. En el primer caso, la idea de la r. halló en la fórmula de la satisfactio vicaria una expresión puramente jurídica, que no permitió una inteligencia orgánica y óntica de la -> redención (cf. también, -> sacrificio, -> mediación). Esta inteligencia sólo se logra si la r. va unida con la idea de la inclusión de la humanidad en Cristo (1 Cor 6, 15; 10, 16s; 12, 12-27; Col 1, 18; 2, 19; Ef 1, 22s; 5, 23), de forma que la acción salvífica de Cristo no sólo se aplique moralmente en sus resultados a la humanidad, sino que ésta tome íntimamente parte en ella y quede óntiamente afectada por ella (aunque la eficacia efectiva en el individuo no se dé sin el libre asentimiento de éste).

La función representativa de -> María es distinta; pues, como se ve claro por la anunciación, sólo le compete una causalidad receptiva. La continuación de la función representativa de Cristo por parte de la Iglesia concede a ésta en todo su obrar (-> palabra, -> sacramentos, -> eucaristía) una importancia absoluta para la vida del mundo, que no queda menguada ni siquiera por el decreciente número de cristianos que caracteriza nuestra situación. Pero la salvación eterna de muchos depende también del obrar de cristianos particulares (enc. Mystici corporis). Ya la doctrina tradicional de la gracia sabe que el justificado puede merecer (de congruo) para otros la primera gracia auxiliante y la gracia de la conversión. Esta verdad merece ser profundizada en el sentido de que el cristiano, cooperando a la obra de la redención, puede en principio intervenir en favor de los no-cristianos. Claro que no puede sustituirlos formalmente en el deber de operar su salvación eterna y servir a Dios, pero puede representar sus intereses delante de Dios y lograr fruto por su intercesión; como, a la inversa, en la imagen del no-cristiano puede experimentar con gratitud su propio llamamiento y las obligaciones que éste le impone.

La nueva interpretación — intentada por una teología no teísta — del pensamiento de la r., que ve en Cristo al representante de un Dios ausente del mundo e inoperante en él, fracasa ante la inteligencia bíblico-cristiana de la - revelación y ante un concepto contradictorio de - Dios.

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Leo Scheffczyk