PUEBLO DE DIOS
SaMun
 

1. P. de D. es una denominación bíblica, puesta de nuevo en primer plano por el concilio Vaticano II (Lumen gentium, cap. 1, 2), para caracterizar la relación entre Dios y un grupo determinado de hombres (Israel, la Iglesia, la humanidad). Evidentemente, «pueblo» es ante todo una realidad profana que pertenece al orden de la creación y ha sido creada por Dios (como todas las realidades humanas originarías). Pero eso solamente no permite todavía el uso del concepto «pueblo de Dios» (en la Escritura y en el lenguaje eclesiástico y religioso). Por tanto, en la expresión «pueblo de Dios» la palabra «pueblo» se usa en un sentido metafórico, lo cual no puede olvidarse cuando de este concepto se quiere deducir conocimientos ulteriores. Así, p. ej., no es necesario que al aplicar la expresión «pueblo de Dios» a la Iglesia se deduzca de estas palabras o se introduzca en ellas todo lo que debe afirmarse sobre la -> Iglesia. Ya por ello es en último término superflua la discusión de si (y cuáles de) los muchos conceptos metafóricos con los que se puede esclarecer la esencia de la Iglesia (especialmente pueblo de Dios y cuerpo místico) tienen una preeminencia teológica como conceptos claves.

2. En el AT Israel se llama a sí mismo pueblo de Yahveh (de Dios), porque según su experiencia de fe (por la salvación en el mar Rojo y el pacto de la alianza) agradece a Yahveh, a la acción histórica de éste (y no a un hecho meramente natural), su existencia nacional y religiosa, y por ello es su propiedad y creación. El genitivo «de Dios» es un genitivus auctoris (por su acción histórica y reveladora) y possessoris. Esa relación expresada en las palabras p. de D. fundamenta la obligación de fidelidad del pueblo a este Dios «concreto» de su historia (-> decálogo como estatuto de la alianza) y la esperanza en su promesa de mantenerse siempre fiel a la acción histórica de la creación del pueblo y al pueblo mismo. Puesto que la comunidad de fe en Jesús como nueva alianza, fundada en la sangre de Jesús, se conoce como nuevo Israel en el Pneuma, al cual se han transferido las promesas hechas a los patriarcas; esta comunidad se explica a sí misma como el p. de D. propiamente dicho, verdadero y definitivo, que ahora ciertamente no está reducido a una nación, sino que quiere abarcar todos los pueblos, y que está fundamentado, no en un parentesco «carnal», sino en el ->.Espíritu Santo y en la -> fe.

Este p. de D. se concibe a sí mismo, no como una mera «fundación nueva», sino como descendencia legitima del antiguo p. de D., que respecto de él se comporta como una promesa a manera de sombra (Typos) frente a la realidad definitiva (cf. Mc 14, 24; Act 3, 25; Rom 1, 7; 4, 16ss; 9, 6 27; 1 Cor 1, 21; 2 Cor 6, 6 18; Gál 3, 7; 4, 24; 6, 16; Ef 1, 18; 2, 21; 5, 27; Heb 2, 16; 8, 8ss; 13, 15; 1 Pe 2, 9; Ap 1, 6; 1, 9; 7, 4ss; 13, 7; 14, Iss). A partir de aquí son comprensibles algunas (no todas las) las imágenes, que, usadas primero para Israel, el antiguo p. de D., se trasladan ahora a la Iglesia, p. ej.; la «Jerusalén nueva» como «ciudad santa» (Gál 4, 26; Flp 3, 20; Heb 11, 10; 12, 22; 13, 14; Ap 3, 12; 11. 2; 20, 9; 21, 2ss; 22, 19) o «novia» (Mt 9, 15; Jn 2, Iss; 2 Cor 11, 2; Ef 5 30ss; Ap 19, 7ss; 21, 2 9; 22, 17; porque el pueblo de la alianza del AT tenía una relación «nupcial» con Yahveh). Lo mismo sucede en el uso tipológico de experiencias histórico-salvíficas de Israel que se aplican a la Iglesia (1 Cor 10, 1-12 18; Gál 4, 21-31, etc.). Análogamente a la existencia de Israel en el desierto, también la Iglesia aparece como p. peregrinante de D. (Heb 4, 9).

3. Por ello el contenido dogmáticamente seguro de la expresión p. de D. para los cristianos puede determinarse con relativa facilidad mediante los usuales conceptos eclesiásticos. Dios ha elegido hombres para la -> salvación (->, predestinación); si tales hombres son pocos, muchos o todos en comparación con el número total de hombres,es una cuestión que aquí reviste poca importancia. Dios, en su voluntad salvífica (-> salvación), ha llamado a estos hombres no como personas privadas y aisladamente, sino en medio de sus lazos históricos y sociales y de sus relaciones reciprocas; lazos y relaciones que (por lo menos a causa de la unidad entre el amor a Dios y el amor al prójimo) tienen también una función mediadora de la salvación. Esos hombres, además de esta unidad histórica y social, tienen una unidad interna en la comunicación de -> Dios mismo en la -> gracia, libremente aceptada por ellos. Esta unidad ha aparecido históricamente y se ha hecho irreversible en -» Jesucristo y en su resurrección, con lo cual la autodonación divina que une a los hombres y la unidad misma de éstos son histórica y socialmente palpables, aun cuando para nosotros el grupo de los llamados y unidos por el Espíritu de Dios no sea claramente delimitable frente a los demás hombres.

4. Más difícil es determinar la relación entre Iglesia y p. de D. Lo mismo que ocurre en el concepto de Iglesia y de miembro de la -> Iglesia, se trata aquí de un problema de precisión terminológica.

Se puede (para el tiempo neotestamentario de salvación) entender el p. de D. como una realidad constituida socialmente (en el sentido de una societas perfecta), y entonces identifican simplemente el p. de D. con la Iglesia (materialmente hablando). Esto tiene la ventaja de la simplicidad y claridad de la terminología. Pero tiene el inconveniente de que realidades que son teológicamente importantes, pero no coinciden con el concepto de la Iglesia constituida jerárquicamente como sociedad, han de renunciar a una expresión terminológica tradicional y kerygmáticamente disponible. Además, actualmente en el campo profano se distingue entre pueblo y Estado (pueblo constituido socialmente) como dos magnitudes relacionadas mutuamente, pero formal y materialmente distintas. Así es natural que también al trasladar estas palabras a otro campo se mantenga análogamente esa distinción.

Parece obvio y es posible entender por p. de D. la suma, unida espiritualmente, de todos aquellos que están justificados, entre los cuales se hallan también los que no son miembros en sentido «pleno» de la unión social de la Iglesia jerárquica. Este p. de D. así entendido encuentra ciertamente en la Iglesia jerárquica y visible su «visibilidad» plena y su constitución social, pero habría que incluir también en el p. de D. a aquellos que no están todavía plenamente «incorporados» a la Iglesia. Según esta terminología, lo dicho también se podría formular así: pertenecen (en formas distintas) al p. de D. todos aquellos que pertenecen de algún modo (graduado) a la Iglesia. Con ello se distinguiría entre p. de D. e Iglesia y evitarían las muchas dificultades que todavía van inherentes a esta terminología. Así, p. ej., el pecador bautizado pertenece a la Iglesia corpore (como dice el Vaticano II, Lumen gentium, n.° 14), pero no corde. Expresado de otra manera: puesto que hay una sola pertenencia a la Iglesia, graduada bajo distintos aspectos, y en correspondencia un concepto graduado (un concepto amplio y otro estricto) de la Iglesia, cuando se habla simplemente de la «Iglesia» se deberá pensar en el concepto pleno y estricto de la misma (de acuerdo con la terminología católica, en Lumen gentium n.° 8, según la cual la Iglesia «subsiste» en la Iglesia católica). Por tanto sería totalmente recomendable designar con la expresión p. de D. aquello que incluye el concepto más amplio de Iglesia. Sin embargo, incluso así queda abierta la cuestión de si también el -> bautismo cuenta entre los elementos necesarios para la pertenencia a la Iglesia en sentido amplio, o sólo la -> justificación, la cual es posible sin el agua bautismal.

También cabría llamar p. de D. simplemente a la humanidad, pues ella no sólo es el sustrato natural del p. de D., como quiera se determine éste; sino que además es una por su origen y por su configuración sobrenatural. A su única historia pertenece Jesucristo. Todos los hombres están envueltos por la universal voluntad salvífica de Dios (->. soteriología) y se hallan redimidos (como hecho previo para su justificación; cf. -> existencial ll). La humanidad está soportada por el ofrecimiento de la comunicación de -> Dios mismo. En su historia, que es una, ha sucedido ya en Jesucristo lo que predefine formalmente el final feliz de esta historia (como tal). Por tanto, la humanidad, que es una en su totalidad, es una magnitud constituida, mediante la acción de la gracia de Dios en Cristo, previamente a la decisión personal de sus miembros particulares y previamente también a la formación de la Iglesia, o sea: es «pueblo de Dios».

BIBLIOGRAFIA: Cf. las teologías del A y del NT: Eichrodt; Procksch; Köhler AT; Vriezen; Rad; Bultmann; Feine ThNT; H. Conzelmann, Grundriß der Theologie des NT (Mn 1967). — A. Vonier, The People of God (Lo 1937); M. D. Koster, Ekklesiologie im Werden (Pa 1940); Y. M.-J. Congar, Ensayos sobre el misterio de la Iglesia (Estela Ba 1964); N. A. Dahl, Das Volk Gottes (Oslo 1941, Darmstadt 21963); F. Asensio, Yahveh y au pueblo (R 1953); A. Oepke, Leib Christi oder Volk Gottes bei Paulus: ThLZ 79 (1954) 363-368; J. Ratzinger, Volk und Haus Gottes in Augustins Lehre von der Kirche (Mn 1954); idem, El nuevo pueblo de Dios (Herder Ba 1973); F. Schierse, Verheißung und Heilsvollendung (Mn 1955); H. J. Kraus, Das Volk Gottes im AT (Z 1958); A. Oepke, Das neue Gottesvolk (Gü 1959); Schmaus D8 I1I/1 204-239; P. S. Minear, Images of the Church in the NT (Filadelfia 1960); H. Wildberger, Jahwes Eigentumsvolk (A - St 1960); H. Asmussen - H. Gross - 1. Backes y otros, Die Kirche — Volk Gottes (St 1961); E. Kösemann, Das wandernde Gottesvolk (Gö 41961); F. B. Norris, God's Own People (Baltimore 1962); H. Schlier, Zu den Namen der Kirche in den paulinischen Briefen: Unio christianorum (homenaje a L. Jaerger) (Pa 1962) 147-159; U. Valeske, Votum Ecclesiae (Mn 1962) 201-209 237-250; J. Beumer, Die Kirche, Leib Christi oder Volk Gottes?: ThG153 (1963) 255- 268; F. Mußner, Volk Gottes im NT: 'IThZ 72 (1963) 169-178; W. Trilling, Das wahre Israel. Studien zur Theologie des Mt (Mn 31964); L. Cerfaux, La Iglesia en san Pablo (Desclée Bil 1965); M. D. Koster, Zum Leitbild von der Kirche auf dem II. Vatikanischen Konzil: ThQ 145 (1965) 13-41; Baraána; R. Böumer - H. Dolch (dir.), Volk Gottes (homenaje a J. Höfer) (Fr 1967); H. Kling, La Iglesia (Herder Ba 31970); Rahner VIII (1968) 329-444 (Das neue Bild der Kirche und andere Aufsätze zur Ekklesiologie); La Iglesia, pueblo de Dios (PPC Ma 1970); E. Meliá y otros, El pueblo de Dios (Mensaj Bil 1970); G. Philips, La Iglesia y su misterio, 2 vols, (Herder Ba 1970); J. Ruano, La Iglesia pueblo de Dios (Anaya Sal 1970).

Karl Rahner