PEREGRINACIONES
SaMun


I. El concepto

El concepto de p. abarca tres pensamientos fundamentales: 1. Dios permite que se le hable en determinadas circunstancias de manera especial. 2. El hecho de una acción peculiar de Dios o de la divinidad es especialmente claro en determinados lugares, que por ello se convierten en sitios de peregrinación. 3. Para participar de este favor especial de Dios, o bien de determinados héroes o santos, se debe peregrinar a ese «lugar de gracia o de salvación», se debe emprender un viaje hacia allí, el cual constituye una unidad con el acto de entrar o permanecer en el santuario, de modo que K. Nitzschke pudo dar la definición: p. es un «viaje hacia un lugar santo; en ella la visita al santuario correspondiente forma una acción cultual junto con el viaje» (EKL III 1729; cf. también -. tiempos y lugares sagrados).

Esta fuerza salvadora de Dios o de la divinidad, que en el cristianismo se consigue especialmente por la intercesión de los santos y, sobre todo, de la virgen María, se traduce en una ayuda palpable en casos de enfermedad o tribulación. Otras veces el hombre en decisiones importantes quiere tener seguridad de acierto, y la suplica en el lugar de p. A veces también oprime al hombre la incertidumbre del destino después de la muerte; eso le lleva a determinados lugares santos para encontrar allí certeza sobre su vida del más allá. En ocasiones emprende una p. para agradecer un favor alcanzado anteriormente, para recibir la bendición divina mediante una visita periódica a los lugares sagrados (cf. B. TING, Peregrinatio religiosa [Mr 1950] 12).

II. Peregrinaciones en el ámbito no cristiano

1. Antigüedad grecorromana

En la cumbre de los lugares de p. están sin duda los de los dioses salvadores, pues dentro de la fe en los milagros destacó el milagro de la curación, que no se esperaba de todas, sino sólo de determinadas divinidades. El caso más conocido es el de Esculapio, con sus santuarios en Cos, Epidauro, Pérgamo, Trica, Atenas y Roma (RAC 1795-799). Precisamente en el tiempo del nacimiento de Cristo fueron muy populares las p. a los santuarios de esta divinidad, de manera que B. Kötting llega a la conclusión: «El que las p. a esos lugares de salvación y los santuarios mismos se multiplicaran tanto..., puede estar en relación con el hecho de que el estado de salud de la humanidad antigua hubiera empeorado considerablemente en esta época. Se confiaba sin medida en las orientaciones divinas a través de sueños, y aunque no todos los peregrinos se comportaran como algunos..., parece sin embargo que una gran carencia de energía vital y un cansancio de la vida, condicionado psíquicamente, se habían extendido en tal grado, que se debe aceptar la explicación de que la constitución de una gran parte de la humanidad había empeorado mucho por neurastenia y otras enfermedades cuyo influjo repercutía en el estado de ánimo. Como consecuencia de la pasividad general incluso en las cosas más mínimas se quiso recurrir a la ayuda y a la decisión divinas» (ibid., 430ss).

La p. fue por ello — al menos en este estadio — un signo de debilidad y cobardía religiosas, y se distinguió por ello de la actividad peregrinante en el cristianismo, la cual empezó pronto y, por lo menos al principio, fue señal de entusiasmo religioso. Los cristianos de la primera época opusieron a Esculapio su verdadero Asclepios: Cristo; y los primeros en hacerlo fueron los apologistas, especialmente Justino, que escribe: «Si decimos que Cristo ha curado paralíticos, sanado enfermos de nacimiento y resucitado muertos, esto ha de considerarse como semejante e incluso igual con los prodigios que se narran como obra de Esculapio» (Apología, 1 22, 6; F.J. DörGER, Der Heiland: AuC v1 4 241-272).

Los angustiados por el futuro consultaban al dios Apolo en los lugares de oráculo de la antigua Grecia, en Dodona y Delfos; se ponían bajo la protección de sibilas, augures y horóscopos, bajo la de pronosticadores y profetas romanos que actuaban en ciertos lugares. Otros, a su vez, se dirigían a santuarios para obtener una bendición terrena o para asegurarse una suerte especial después de la muerte (Eleusis), peregrinaban al santuario de Artemisa en Éfeso «de la que procede todo bien», o visitaban lugares en los que se veneraban sepulcros de héroes, reliquias y estatuas de «hombres prodigiosos».

2. Lugares judíos de peregrinación

Junto a varios lugares de culto a Jahveh (Siló, Betel, Gilgal, Beerseba), los cuales por circunstancias religiosamente inadmisibles fueron combatidos por los profetas (Am 5, 5), y a determinados lugares de salvación (piscina probática, piscina de Silbé en Jerusalén [Jn 9, 7], fuentes en Tiberfades [la fuerza del agua está relacionada con un ángel enviado por Dios] y a sepulcros de santos (TH. Ki usxit, Christlicher Martyrerkult, heidnischer Heroenkult und spät-jüdische Heiligenverehrung [Kö-Opladen] 1960, destaca el templo de Jerusalén. Éste era a los ojos de los judíos, que desde los doce años debían peregrinar a él, el centro de todo el mundo, al cual peregrinarán también los paganos al fin de los tiempos (Is 2, 2ss). Al mismo tiempo esta peregrinación era la confesión de un solo Dios, y tenía también gran significación social.

3. Islam, hinduismo, budismo

Aquí se pueden mencionar los lugares árabes preislámicos, a los que se peregrinaba para rendir culto a dioses y venerar sepulcros, y los lugares de p. del hinduismo (las siete ciudades sagradas) y del budismo (lugares del nacimiento, iluminación, predicación y muerte de Buda).

III. Peregrinaciones en el mundo cristiano

Al principio las p. no aparecieron en el ángulo visual del cristianismo. Como las p. habían florecido tanto en el paganismo, en el cristianismo no se buscó esta forma de expresión religiosa. A ello se añadió la falta de una centralización del culto, en oposición a los judíos, así como la expectación próxima de la parusía; ambas cosas hicieron aparecer como superflua una p. a las ciudades terrestres por donde había caminado el Señor. Finalmente, al principio no se observa una veneración de -> santos y de mártires, la cual hubiera podido motivar una p. a sus sepulcros. Muy pronto, sin embargo, se superaron los escrúpulos frente al paganismo y sus formas; la venida del Señor se hacía esperar; la veneración de los mártires y santos, así como las formas litúrgicas comenzaron a desarrollarse. A ello se añadió la seguridad jurídica del cristianismo, la cual ofrecía un presupuesto importante para el desarrollo de las p. Muy pronto se desarrollaron entonces los distintos motivos y metas de p., entre los cuales B. Kötting enumera ocho para el cristianismo primitivo: sepulcros y lugares memoriales como meta de p., visitas a personas vivas, el peregrinar como forma ascética de vida, el sitio de p. (sepulcro de mártires) como lugar de sepultura cristiano, p. de súplica (curación, ayuda y consejo como deseos de los peregrinos), p. de devoción, de penitencia y de reliquias.

Aparece como especialmente importante la peregrinación a los santos lugares de Palestina (Elena, la madre del emperador; después del 324: el Itinerarium Burdigalense, 333; Peregrinatio ad loca sancta de la peregrina Eteria, hacia el 400). A eso se debe la importante influencia de Jerusalén sobre los ejercicios litúrgicos y los usos festivos en otros países: la procesión de las palmas, la Adoratio Crucis en el viernes santo, así como el hecho de que ahora Roma recibiera «su Jerusalén» (Sta. Croce) y «su Belén» (Sta. Maria Maggiore). También adquirió importancia la p. a los sepulcros de los santos (principalmente al del príncipe de los apóstoles, al de Sergio en el desierto de Siria, al de Tecla en Seleucia, al de Menas en el desierto Mareótide, al de Demetrio en Tesalónica, al de Félix en Nola y al de Martin en Tours).

En el siglo iv todavía no oímos nada de p. marianas, pero es posible que éstas empezaran poco después en los lugares de Palestina que habían estado en contacto estrecho con la vida de María (D. BALI», 1 santuari mariani in Terra Santa en «Studi biblici franciscani» 3 [1952-53] 219-269). Con toda seguridad surgieron en Constantinopla numerosas iglesias de p. marianas (iconos marianos y restos de vestidos de Maria: iglesia de Blachernas, mitad del siglo v; Calcopratea, mitad del siglo v). En la edad media el sistema penitencial tuvo un papel muy importante en la promoción de p. a Jerusalén, Roma y Santiago de Compostela. «Estas p. a sitios lejanos — nota H. F. Huffer — con frecuencia tienen por finalidad, junto a la acción piadosa en cuanto tal, alejar al penitente (especialmente en crímenes de sangre) durante largo tiempo de los que habitualmente le rodeaban y ponerlo así a salvo de los usos jurídicos primitivos de la venganza de sangre» (V. y H. HELL, Die grosse Wallfahrt des Mittel-alters [T 1964] 14). A ello se añadieron las p. a sitios donde había imágenes famosas de Cristo (Volto Santo en Luca) o reliquias (p. a Aquisgrán, Colonia y Tréveris en busca de curación), o bien a los lugares en los que se conservaban las llamadas «hostias sangrientas» (Seefeld, junto a Innsbruck), así como a centros vinculados a María y a otros santos (Matías en Tréveris; Francisco y Antonio en Asís, Padua y Alverna).

En los tiempos que van desde la reforma católica hasta la actualidad dominan las p. a lugares marianos. Especialmente Austria fue un país con abundantes centros marianos de p. durante la época del barroco (Mariazell). Modernamente han adquirido gran importancia Lourdes, Fátima, la Salette, etc. Precisamente en relación con las p. en la actualidad, los papas (Pío xII: Her Korr 6 [1925] 17ss) y los obispos han resaltado el profundo sentido de esta práctica.

IV. Valoración teológica de las peregrinaciones para la actualidad

Algunos tienden a localizar las p. en el «ámbito periférico de la piedad» (B. KöTTING: LThK2 x 945ss). En la misma dirección apunta la falta de una alusión a las p. en el nuevo catecismo. Parece sin embargo que este hecho, el cual se da en casi todas las religiones, también en el cristianismo de la actualidad debería ocupar un puesto importante, aunque, naturalmente, destacando puntos de vista que han quedado muy en segundo plano, motivo por el que ese fenómeno religioso apareció como algo «periférico».

Como impulso nuevo para las p. podría servir el pensamiento de la Iglesia, la cual peregrina en medio de tribulaciones, imperfecciones, inseguridades y perplejidades. Pero esta sociedad que está así en camino no carece de meta, y esta meta se llama salvación y redención en Cristo. Ahora bien, esa meta es todavía lejana, para la Iglesia en conjunto y para cada uno de sus miembros. El hecho de la lejanía y lo que aún queda por alcanzar inquietan a la Iglesia y, a veces, hacen que desaparezcan incluso la esperanza en lo prometido con certeza y la fe en que las promesas ya se han cumplido de forma imperecedera para los santos en la visión de Dios. Pero si la gran peregrinación de la Iglesia se expresa en formas concretas a través de las p., entonces el peregrinar eclesiástico en sus pequeñas manifestaciones será vivido como proceso vivo y no sólo como un quejumbroso estar lejos de la meta, es decir, de la perfección en Dios.

Los peregrinos experimentan en este camino que la meta, Cristo y sus santos, se acerca. Los santos aquí especialmente venerados, con Cristo como cabeza, fortalecen la fe en la presencia eficaz del redentor y en la intercesión eficaz de sus santos ante él. En el lugar de la p. la comunidad peregrina se experimenta a sí misma más fuertemente como una comunidad unida a su Señor y a la Iglesia ya glorificada, y toma conciencia de la proximidad entre Cristo y sus santos. Es decir, sabe que Cristo y los santos no están frente a una Iglesia que todavía peregrina en la tierra, sino que forman con ella la comunión de los santos, una comunidad de oración y de ayuda recíprocas. En la unidad aquí experimentada entre lo de «arriba» y lo de «abajo», la comunidad peregrinante toma también conciencia de que los santos, con Cristo, han llegado ya al final de su camino, al final del camino en el que ella se encuentra. Y presiente que la redención perfecta ya obra en ella misma, y así puede alegrarse de que esa meta, la cual ya ha sido alcanzada visible y anticipadamente en la p., es su propio fin aún no conseguido, a saber, al estar plenamente en y con Cristo.

BIBLIOGRAFIA: J. Gretser, De sacris et religiosis peregrinationibus (Ingolstadt 1606); J. Marx, Das Wallfahren in der kath. Kirche (Tréveris 1842); J. Zettinger, Berichte über Rompilger aus dem Frankenreich bis 800 (Fr 1900); A. Baumstark, Abendländische Palästinapilger des ersten Jahrtausends (Pa 1906); J. Schmitz, Sühne-Wallfahrten im MA (Bo 1910); St. Beissei, Wallfahrtsorte zu unserer Lieben Frau in Legende und Geschichte (Fr 1913); Schreiber; R. Bauerreiss, Sepulcrum Domizil. Studien zur Entstehung der christl. Wallfahrt auf deutschem Boden (Mn 1936); B. Kötting, Peregrinatio religiosa (Mr 1950); R. Kriss - L. Rettenbeck, Wallfahrtsorte Europas (Mn 1950); R. Roussel, Les pélerinages á travers les sibcles (P 1954); H. Dünniger, Volks-glaube und Wallfahrt (Wü 1954); DACL XIV 40-176; F. Auerbach, Die Feste im Alten Israel (El problema de las romerlas): VT 8 (1958) 14-18; M. Vieyra, Les pélerinages: Sources Orientales III (P 1960) 75-87; B. Kötting - F. Schmidt-Clausing, Wall-fahrt und Wallfahrtsorte RGG3 VI 1537-1542; Th. Klauser, Christlicher Martyrerkult, heidnischer Heroenkult und spätjüdische Heiligenverehrung (Kö-Opladen 1960); B. Kötting, Gregor v. Nyssas Wallfahrtskritik: Studia Patristica 5 (1962) 360-367; R. Kriss - L. Rettenbeck, Bilder und Zeichen rel. Volksglaubens (Mn 1963); V. u. H. Hell, Die große Wallfahrten des Mittelalters (T 1964); H. Reissner, Vom Sinn der Wallfahrt: Erbe und Auftrag NF 40 (1964) 25-33.

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