OFICIO Y CARISMA
SaMun

En la interpretación de lo que es la Iglesia, no es infrecuente mirar como antagónicos el o. y el carisma. Los representantes del o. pueden mirar tan rígidamente su función, que en cierto modo no entiendan lo carismático; y, a la inversa, los carismáticos no pocas veces se sienten tentados a ver en los representantes del o. sus enemigos natos. La consideración teórica de la Iglesia ha establecido a veces el principio de que una Iglesia caracterizada por el o. repugna a la naturaleza espiritual y carismática de la comunidad de Cristo; en cambio, una eclesiología de orientación jurídica tiende a excluir lo carismático de la noción de Iglesia. Ahora bien, según la Escritura, la Iglesia descansa «sobre el fundamento de los apóstoles y profetas» (Ef 2, 20); y sin duda estamos autorizados a ver en los «apóstoles» el comienzo de lo que pervive en la Iglesia como o., y en los «profetas» un elemento de aquella acción de lo alto (c.) que, juntamente con el o., define la realidad de la Iglesia.

En lo que sigue vamos a mostrar primeramente cómo los o. y los c. son dos rasgos esenciales de la Iglesia (1). Seguidamente, hay que interpretar su relación mutua por de pronto como recíproca interdependencia (2), la cual, sin embargo, por la naturaleza misma de la cosa, entraña también una relación de tensión (3).

1. La exposición del hecho de que o. y c. pertenecen ambos a la vida de la Iglesia ha de partir primeramente de la exposición de la naturaleza a la vez institucional y carismática de la Iglesia, y mostrar seguidamente qué significa el o. y qué el c. en la realidad de esta Iglesia.

a) La Iglesia vive hic et nunc en el punto de intersección de dos líneas, que han de tomarse igualmente en serio, si se quiere determinar el puesto y la realidad de la Iglesia. Una de esas líneas, la horizontal, es la procedencia de la Iglesia apostólica y, por ende, de Cristo mismo, su fundador. La «sucesión apostólica» que así se indica ha de entenderse no sólo como transmisión sacramental del o. espiritual, sino también como la propiedad o nota apostólica de la Iglesia en general. La Iglesia es apostólica no sólo porque su fe y su vida corresponden a la norma del tiempo apostólico, sino también porque procede de él en el curso ininterrumpido de la historia. Esta linea horizontal histórica de la existencia institucional de la Iglesia está fundada sacramentalmente. En el sacramento del bautismo la Iglesia adquiere constantemente nuevos miembros en el curso de la historia. Y en el sacramento del orden se transmite de generación en generación el o. apostólico.

Pero esta marcha de la Iglesia institucional sobre la línea horizontal a lo largo de la historia debe entenderse como una coordenada que, juntamente con la línea vertical carismática, determina la situación y realidad de la Iglesia. Esa linea vertical es la acción del Señor glorificado por medio de su -> Espíritu Santo, acción que incide desde arriba en la institución que peregrina por la historia, la llena carismáticamente y la hace propiamente Iglesia.

b) De ahí que o. y c. tienen ambos derecho y razón de ser en la Iglesia no sólo por proceder los dos de Cristo — de su fundación histórica el o., de su acción desde arriba el c. —, sino también por su íntimo parentesco en el contenido. Este parentesco no excluye la tensión; pero funda, por la distinta manera como cada uno representa el mismo contenido, un mutuo complemento fecundo y necesario. Ese contenido común a ambos, pero realizado de distinto modo, es la presencia de Cristo en su Iglesia.

1.° El sentido y contenido del o. espiritual es la representación visible y personal de Cristo en el ámbito social de su Iglesia. Aunque la presencia espiritual que el Señor glorificado ejerce en la Iglesia por medio de su Espíritu Santo es objetivamente más real que pudiera ser nunca su presencia corporal, tiene, sin embargo, menos realidad para la experiencia de los hombres cuya salvación eterna ha de operarse por esta presencia de Cristo. Ésa es la razón de que Cristo instituyera el o. espiritual en su Iglesia, que él fundó como realidad visible y hasta social. Esta interpretación sostiene Pablo cuando dice: «Hacemos, pues, de embajadores en nombre de Cristo, siendo Dios el que por medio de nosotros os exhorta» (2 Cor 5, 20). Cuando ese o. espiritual ejerce en la comunidad el servicio de la -> palabra y el del -> culto sacramental, el encuentro de Cristo glorificado con la Iglesia de aquí abajo, que se realiza en la dimensión vertical carismática, se desplaza en cierto modo hacia el plano horizontal e histórico, no para ser suplantado por éste, sino para tener forma corpórea y garantía sacramental.

2.° La representación institucional de Cristo por el o. espiritual está totalmente al servicio de la presencia carismática del Señor glorificado. Por lo demás, hay que entender el c. en toda la amplitud de su acepción, y no precipitarse a restringirlo a las operaciones extraordinarias del Espíritu de Dios en la Iglesia. La palabra c. se refiere a todo el ámbito de la gratuita comunicación de Dios mismo en la Iglesia y en sus miembros. El c. comprende así tanto la gracia salvífica personal — el obrar salvífico de Dios en las acciones humanas y la permanente presencia divina en los justos —, como también las facultades especiales y los efectos extraordinarios que el Espíritu de Dios produce en individuos aislados o en corporaciones para el servicio de la comunidad.

2. A la conexión entre o. y c. apunta ya el hecho de que el o. se transmite en la Iglesia por medio de un -* sacramento. De este modo, la marcha de la Iglesia y de su o. por el camino de la sucesión apostólica a través de la historia se presenta como permanente expresión sacramental de la promesa del Señor de enviar de lo alto su Espíritu para llenar la acción del o. La relación mutua entre o. y c. puede determinarse de triple modo.

a) La acción del o. produce primeramente en los fieles la disposición para la realidad de la gracia del Espíritu Santo. La instrucción y exhortación ministerial ayuda a los creyentes a que abran su corazón a Dios, que está dispuesto a obrar por la gracia y, en este sentido, carismáticamente sobre ellos. Este obrar puede tener en sí mismo carácter carismático, en cuanto confiere, además de la potestad del o., también la fuerza y urgencia profética de un c. dado por el Espíritu de Dios. Sin embargo, esta manera dispositiva de la acción ministerial, de suyo sólo está en conexión indirecta con la vida carismática de la Iglesia.

b) Pero la acción materialmente idéntica que tiene ese sentido preparatorio y dispositivo es también carismática en un sentido mucho más profundo. La acción ministerial de la Iglesia es una encarnación sacramental de la acción misma de Dios por la gracia, que viene de lo alto. Cuando el o. de la Iglesia en virtud de su potestad proclama la palabra de Dios y celebra el culto sacramental, se pone un signo y una prenda de la acción del Señor glorificado.

c) Pero no sólo es carismático el efecto de la acción ministerial; el o. mismo tiene en la Iglesia una naturaleza carismática. En efecto, no sólo su acción es prenda de la comunicación carismática del Señor por la gracia, sino que el o. espiritual mismo es representación de la más carismática de todas las realidades, a saber, de Cristo, que por su Espíritu Santo está presente en la Iglesia. «En los obispos, a quienes asisten los presbíteros, está presente, en medio de los creyentes, el Señor Jesucristo, pontífice supremo», se dice en la Constitución sobre la Iglesia del concilio Vaticano II (n.° 21).

3. La estrecha unión y mutua trabazón entre o. y c. — entendido éste en sentido estricto — aparece a menudo también como relación dolorosa de tensión. Cada polo ha de cuidar de que el otro se mantenga puro en la vida de la Iglesia.

a) El o. como realidad institucional pertenece al ámbito del mundo. De ahí que corra peligro de tomar la forma del mundo, dejarse guiar por las leyes y medios del mundo y dar valor absoluto a lo que sólo tiene valor de servicio. A este endurecimiento y secularización de lo ministerial se opone entonces lo carismático, en la forma particular de súbita irrupción del Espíritu de Dios en la vida de la Iglesia mediante llamamientos particulares de hombres o comunidades individuales. Tales complementos o correcciones del o. en peligro pueden a su vez tomar forma permanente, y así ciertos c. del cristianismo primitivo determinaban la vida de la Iglesia casi como un o. cf., p. ej., 2 Cor 8, 23; Flp 2, 25; Rom 16, 1); y en los -> consejos evangélicos como estado de vida se hicieron institución vocaciones francamente carismáticas. En esta acción carismática el Cristo glorificado se acredita una y otra vez como el verdadero señor de la Iglesia.

b) A la inversa, desde los primeros tiempos cristianos incumbe al o. la vigilancia sobre los c. (cf. 1 Cor 1, 10ss; 14, 37s). El o. tiene que preservar al c. del peligro de los falsos c. y de fenómenos patológicos, y ha de mantener el orden de la Iglesia, a servicio del cual debe estar también el c. (1 Cor 14, 33). Esta función puede hacer surgir en el representante del o. una actitud atlticarismática, que haga subir la tensión a grados innecesarios. El auténtico c., superará estas exageraciones ministeriales; pero el o. ha de tener presente la admonición del apóstol: «No extingáis el espíritu. No despreciéis la profecía» (1 Tes 5, 19s).

BIBLIOGRAFIA: Plo XII, encfcl. «Mystici Corporis»: AAS 35 (1943) 193-248; J. Brosch, Charismen und Ämter in der Urkirche (Bo 1951); H. Schlier, Die Zeit der Kirche (Fr 1956); K. Rahner, Lo dinámico en la Iglesia (Herder Ba 21968); O. Semmelroth, Das geistliche Amt (F 21965); H. Kling, La estructura carismática de la Iglesia, «Concilium», n.° 4 (1965) 44-65; Vaticanum II, Const. De Ecclesia: AAS 57 (1965) 5-67; LThK Vat 1137-347; Baraúna passim, espec. 1494-519 (H. Schürmann, Die geistl. Gnadengaben).

Otto Semmelroth