NOMINALISMO
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La mejor manera de describir adecuadamente el conjunto de problemas del n., tanto en el aspecto objetivo como en el dinámico e histórico, es partir de la génesis histórica y exponer luego la postura que se puede adoptar actualmente.

1. El término n. alude a la disputa en torno a la calificación ontológica o metafísica del concepto universal durante los siglos xi y xii (cf. disputa de los -> universales). En estas disquisiciones se planteó de nuevo una cuestión que Porfirio (+ 304) había dejado abierta en su Isagoge a las categorías de Aristóteles, obra accesible a la edad media en la traducción de Boecio (cf. PL 64, 84): ¿El genus y la species existen como realidades independientes o están sólo en el intelecto, se hallan separados de lo sensible o están en lo sensible? Es fácil reconocer que en esta cuestión se condensa toda la problemática de la filosofía platónica y aristotélica en su confrontación con las diversas formas de escepticismo. Aunque en las discusiones antes de Roscelin de Compigne, así como en éste mismo y, sobre todo, en Abelardo, aparecen en primer término los problemas de la lógica y del lenguaje, hay que reconocer, sin embargo, que la cuestión ontológica o metafísica, que representaba una crítica fundamental a la tradición filosófica y teológica, fue sentida como lo verdaderamente peligroso y sorprendente.

Sobre Roscelin no estamos informados con seguridad histórica. La idea corriente según la cual él defendió la opinión de que los universales no son más que flatus vocis (mera voz), está transmitida por su adversario Anselmo de Canterbury (De fide Trinitatis 2: PL 158, 265 A). Así, pues, aunque eso de ninguna manera sea motivo para considerar a Roscelin como representante principal de un n., sin embargo, su «antirealismo» puede entenderse como el ataque inicial dentro de la escolástica contra el réalisme outré de los «platónicos» (en el sentido más amplio de esta caracterización [M. de Wulf]). Un n. al estilo de la teoría radical del flatus vocis tampoco lo defendió Abelardo, que fue discípulo de Roscelin (cf. sobre todo su obra Nostrorum petitioni sociorum, ed. B. Geyer). Su fórmula: universale est sermo o nomen (pero no vox), significa un distanciamiento del sensualismo craso y apunta ya a un «conceptualismo» (así Reiners, Vignaux, Gilson), es decir, a una lógica y teoría del conocimiento, todavía fundada ontológicamente, en que se concede al papel activo y productivo del intelecto humano en el hallazgo y conocimiento de las ideas y de la verdad misma más espacio que en el «realismo» de orientación platónica, y en que, por otra parte, queda superada la simplificación extrema de la teoría del flatus vocis.

Con ello aparece ya en Pedro Lombardo una tendencia al aristotelismo critico o, si se quiere, una posición media, como la que también adoptó luego Tomás de Aquino (cf. De ente et essentia, c. 4). En Guillermo de Ockham hallamos ya claramente un conceptualismo (Böhner); el acento se pone sobre las cuestiones acerca del condicionamiento y de la actividad humana en el proceso del conocimiento, es decir, sobre el lado de la subjetividad en general. En los detalles particulares divergen aquí las interpretaciones.

El análisis de los datos históricos muestra que el término n. es vago y apenas puede utilizarse. Muy probablemente, el n. nunca fue defendido en forma radical; más bien los realistas lo estilizaron dándole el valor de un limite negativo. Mas precisamente como tal fantasma siempre amenazante, como quimera, «el nominalismo» influyó de manera persistente sobre la filosofía de la edad media e influye también sobre la moderna. Todo pensamiento moderno, que parte de un empirismo crítico, está necesariamente en el horizonte de la perspectiva nominalista, y a menudo está también expresamente en el terreno del n.; en tal caso, con este titulo se indica abreviadamente la impugnación de la prioridad ontológica de la –> esencia en general (o de la idea, de la forma) y, a la vez, de la metafísica.

Hay que mencionar en particular aquella ancha corriente filosófica y teológica de los siglos xiv y xv que, siguiendo las huellas de Ockham, se entendió a sí misma como via moderna y adquirió gran eficacia. También aquí se habla de n. en un sentido muy diferenciado (cf. p. ej., Nicolás de Autrecourt, Pedro de Ailly, Gabriel Biel; véase una exposición más amplia en J. AYER: LThK2 vii 1020-1023). La problemática de esta «escolástica nominalista», a la que como es sabido se sentía ligado Lutero, estaba fundada en la crítica (con motivación lógica y epistemológica) del lenguaje de la metafísica, de la bíblica y de la dogmática en general. Este lenguaje no fue interpretado ya como reproducción directa o por lo menos analógica de contenidos ontológicos, sino solamente como modo de hablar que corresponde más a la facultad cognoscitiva del hombre que al objeto mismo. Con ello se' alcanzaba una posición que había de hacer problemáticas las ideas tradicionales sobre la relación entre el pensar (hablar) y el ser, la ciencia y la fe, la filosofía y la revelación. La evolución condujo — en términos generales — a un realce más fuerte de la subjetividad, de la voluntad, de la libertad, y también de la experiencia y de lo positivamente dado (de lo particular), que de lo histórico.

2. La posición de los filósofos y teólogos católicos frente al n. ha sido hasta ahora predominantemente de repulsa (cf. Grabmann, Steinbüchel, Wust, v. Balthasar y otros). Ingenuamente se hace responsable al n. de la reforma protestante y de su teología («no ontológica») y, por añadidura, de la moderna filosofía crítica y antimetafísica, y hasta de la emancipación de la edad moderna en general. Consecuentemente, la llamada «resurrección de la metafísica» y el nuevo descubrimiento de los «valores» en la primera mitad del siglo xx fueron saludados como el esperado giro anticrítico y antinominalista. Frente a todo ello hay que comprobar desapasionadamente que aquella renovación de la filosofía tradicional, señaladamente de la alta escolástica, no logró imponerse más allá del recinto del «filosofar cristiano». La moderna filosofía del lenguaje, de tipo logístico y neopositivista, el existencialismo y también el marxismo están resueltamente del lado del nominalismo.

En cuanto el n. — no importa bajo qué variante — pone siempre sobre el tapete la problemática metafísica, y la metafísica acaba en sus aporías, en consecuencia la cuestión central del n., la cuestión del valor ontológico del concepto, no puede resolverse definitivamente. Si se mira, empero, a la marcha histórica del filosofar, no es difícil reconocer que el n. — aunque sea como un fantasma — ha sido y sigue siendo una fuerza estimulante y liberadora. De ahí la necesidad de llegar a una valoración positiva de la función del n. — o más exactamente, del conceptualismo — dentro de la historia del espíritu, sin interpretar negativamente el aporismo metafísico, ni entregar la teología a una «dialéctica» inmotivada «decisionista». Esto significa que la amplia problemática insinuada con la palabra n. conserva su actualidad, aunque el término n. se haya mostrado como histórica y objetivamente insuficiente.

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Heinz Robert Schlette