MESÍAS, EXPECTACIÓN MESIÁNICA
SaMun

 

En la teología fundamental y en la apologética se incluye a menudo bajo la rúbrica de mesianismo todo lo que se refiere a la promesa y a la espera de la -> salvación, ya que todo esto preparó la venida de Jesús; tanto más cuanto que el título de «Cristo» (equivalente griego de Mesías, Jn 1, 41), es decir, ungido, ha absorbido prácticamente en el lenguaje cristiano todos los otros títulos. Sin embargo, en todo el rigor del término, el nombre de Mesías designa a aquel que por la unción es consagrado para una función especial en el pueblo de Dios. El mesianismo así definido ocupa un puesto limitado en las promesas proféticas y en la esperanza fundada en ellas.

1. El mesianismo real

La unción de los reyes era un rito usual en el antiguo oriente (cf. Jue 9, 8.15). Sirvió a Samuel para consagrar a Saúl (1 Sam 10, 1), y por este rito también David vino a ser rey de Judá (2 Sam 2, 4) y de Israel (2 Sam 5, 3). Sin embargo, el reinado de David marca un avance en la revelación, puesto que su dinastía se ve definitivamente ligada a la esperanza de Israel por el oráculo de Natán (2 Sam 7, 8-18). A partir de este momento la designación del heredero davídico por la unción consagrante (1 Re 1, 39) hará de él el representante y el hijo adoptivo de Yahveh (Sal 2, 6-9). Así el rey ocupa ya desde ahora un puesto importante en la teología del pueblo de Dios. Ya se puede hablar de esperanza mesiánica (cf. Gén 49, 10; Núm 24, 17), en cuanto que el ungido de Yahveh desempeña en ella un papel esencial (Sal 89, 4s.17s; 132, 10ss.17s). Sin embargo, se trata todavía de un mesianismo dinástico, abierto ciertamente al futuro, pero ligado al depositario actual de las promesas divinas.

Esa situación se modifica en los oráculos escatológicos de los profetas. Éstos, anunciando la ruina inminente de las instituciones nacionales, trasladan a los últimos tiempos la realización de las promesas. Isaías, heredero de la tradición judía, evoca en esta perspectiva al Rey ideal nacido del linaje de David (Is 9, 1-6), al que la consagración conferirá la plenitud del espíritu divino (11, Iss); a él se refiere probablemente bajo el nombre simbólico de Emmanuel: «Dios con nosotros» (7, 14). Esta nueva forma del mesianismo aparece en Miqueas (5, 1-5), Jeremías (23, 5-6), Ezequiel (34, 23s), en el mensaje de consolación (Is 55, 3), y en ciertas adiciones tardías como Am 9, 11s, Os 3, 5, Jer 30, 8s, etc.

Es cierto que inmediatamente después de la cautividad las esperanzas se centran durante algún tiempo en Zorobabel: Zacarías lo saluda con el título mesiánico de «Germen» (Zac 3, 8-10; 6, 12). Pero este ensayo de restauración monárquica no va muy lejos. Ya no queda sino esperar, para un futuro indeterminado, la venida del Hijo de David. Si bien la idea dinástica domina todavía el pensamiento (1 Par 17, 11-14), ahora se piensa en un Mesías personal (Za 9, 9s); los textos antiguos, particularmente los salmos reales (Sal 2; 46; 72; 110), reciben una nueva interpretación bajo esta perspectiva, que fija su sentido definitivo. Sobre esta base el judaísmo elaborará una teología del Mesías davídico que constituirá el trasfondo del Nuevo Testamento.

2. El mesianismo sacerdotal

Paralelamente a este desarrollo se observa una ampliación progresiva del empleo de la palabra «Ungido». Se aplica a veces al pueblo de Israel (Hab 3, 13; Sal 28, 8), a los profetas (cf. Is 61, 1), a los patriarcas (Sal 105, 5), hasta a Ciro (Is 45, 1). Pero el punto más importante está ligado a la evolución en el ámbito ritual. Después de la cautividad, la unción hecha con el crisma sirve para la consagración de los sumos sacerdotes, cuyo tipo es Aarón (Éx 20, 22-30; Lev 8, 12; cf. Sal 133, 2). Ahora que ya no hay rey, éstos desempeñan una función de jefes en el pueblo de Dios. Así la esperanza nacional, estrechamente ligada con el culto del templo, que es privilegio de la casta sacerdotal, se traslada a la dinastía de los sacerdotes descendientes de Aarón, como antes de la cautividad estaba ligada a la dinastía de los reyes descendientes de David. Es digno de notarse que en el libro de Zacarías figuran uno al lado del otro los dos «hijos del óleo» (4, 13): Zorobabel, jefe civil, y Josué, sumo sacerdote (6, 9-13).

¿Puede decirse que en la línea de estos textos existió un mesianismo sacerdotal en el judaísmo postexílico? Sus vestigios en los libros canónicos son casi nulos (fuera de la supresión del «Ungido» en Dan 9, 26, que se refiere a Onías III). En cambio, la tradición esenia, fuertemente marcada por el influjo sacerdotal, concedió al Mesías de Aarón un puesto notable, e incluso le dio cierta preeminencia sobre el Mesías de Israel, descendiente de David (1 QSam H, 11-22; Doc. Damasco xrx, 35ss; 4 QFlor 2; TestLev 24).

3. El mesianismo real y los conceptos paralelos

En el AT junto a los textos que describen al mediador de la salvación como rey del linaje de David, hay otros que presentan a Dios mismo actuando en la historia (Is 40, 1-8; 60-62; 34-35; 24-27, etc.). En el Déutero-Isaías, el mediador de la alianza y de la redención es el Siervo de Yahveh (Is 42, 1-6; 49, 1-6; 50, 4-9; 52, 13-53, 12), sin indicios de que se identifique con el Mesías davídico. En Dan 7, 13s, el Hijo del hombre, personaje simbólico, contrasta con las figuras de animales, que simbolizan los grandes reinos de la tierra. Sea cual fuere el origen de esta imagen, no se refiere directamente al Mesías, sino al -> reino de Dios, que ocupará el puesto de los reinos terrestres (cf. Dan 2, 44s), y al «pueblo de los santos del Altísimo», que será su depositario (Dan 7, 27; cf. 12, 1-3). Todas estas representaciones escatológicas se desarrollan, pues, de manera independiente.

Sin embargo, una pequeña parte de la literatura judía no canónica tiende a armonizar tales representaciones. En las parábolas de Enok (Hen[et] 34-68), el Hijo del hombre como personaje individual es descrito con conceptos que son característicos del mesianismo real. Recibe el nombre de «elegido», lo mismo que el siervo de Yahveh; pero no aparece el sufrimiento redentorde Is 52, 13ss. En otras partes, en cambio, los rasgos del Hijo del hombre se aplican al Mesías davídico, para acentuar su grandeza supraterrestre (4 Esd 7, 27s; TargJ sobre Ex 12, 42). Del mismo modo el Targum sobre Is 52, 13 identifica al siervo de Yahveh con el Mesías, pero despojándolo de todos los rasgos de sufrimiento. En general el Mesías conserva sencillamente su carácter real (cf. SalSl 17 y 18): su función consistirá en llevar a cabo la liberación nacional a fin de preparar el mundo venidero. Permanece viva la expectación mesiánica, pero las representaciones sobre el Mesías en sus detalles cambian según las diversas tradiciones. Según los casos, la esperanza judía pone el acento sobre los combates o sobre el reino pacífico del Mesías (cf. TargJ acerca de Gén 49, 107), sobre su acción política o sobre su obra religiosa.

Esta ambigüedad explica que Jesús, sin rehusar los títulos de Hijo de David (Mc 10, 47), Mesías (Mc 8, 29), Rey de Israel (Jn 1, 49), se mostrara muy reservado sobre el particular. Se aparta de todo entusiasmo mesiánico con carácter político (Jn 6, 15), y sólo admite el triunfo del domingo de ramos sabiendo que se encamina a la muerte. Confiesa su mesianidad delante de Caifás, mas para reivindicar en seguida la gloria del Hijo del hombre (Mc 14, 62 par). Por su calidad de Hijo de Dios (Mt 11, 25ss; 21, 37ss) sobrepuja todas las promesas de las Escrituras; cumpliéndolas les da un sentido que la exégesis judía no podía presentir. Su destino histórico muestra cómo «el Mesías debía sufrir antes de entrar en la gloria» (Lc 24, 26). Desde entonces aparece clara la relación entre el Mesías davídico, el Siervo de Yahveh y el Hijo del hombre; al mismo tiempo las imágenes temporales ligadas al mesianismo real adquieren su sentido exacto como anuncio velado de la gloria de Cristo resucitado. La esperanza del Mesías queda, pues, así colmada más allá de toda medida. Cf. -> Jesucristo I.

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Pierre Grelot