MEDIADOR, MEDIACIÓN
SaMun

1. El contenido significado con la palabra mediación es de capital importancia para la fe cristiana acerca de la salvación. Ya el pueblo veterotestamentario de Dios se sentía en una relación mediadora respecto de Dios, si bien la figura del m. fue cambiando en su historia, y así en los patriarcas, en caudillos del pueblo como Moisés y Josué, en los reyes, en los profetas y los sacerdotes levíticos se realizó de maneras distintas. La figura religiosa del m. recibió su acuñación más perfecta en el Hijo de Dios hecho hombre, hasta el punto de convertir la fe del pueblo neotestamentario de Dios simplemente en la religión del mediador.

Mediación significa una posición y la función de ahí derivada, por la que se establece la unión entre dos personas diferentes o incluso enfrentadas, unión que éstas no tenían, aunque tendieran a ella. Porque «no hay mediación cuando se trata de uno solo» (Gál 3, 20). En lo que sigue consideramos la m. no tanto de forma general y teórica, cuanto mirando a Cristo, en quien se realiza de la manera más perfecta la naturaleza de la m., y cuya posición y función en la economía de la salvación se caracterizan óptimamente en su peculiaridad como mediación.

2. La fe cristiana está centrada en torno a la figura y obra de Cristo, porque él, como mediador entre Dios y los hombres, es el fundamento de nuestra existencia en orden a la salvación eterna.

a) Puede parecer en cierto modo sorprendente que, siendo tan decisiva la importancia de la m. de Cristo, sólo en cuatro pasajes del NT se aplique explícitamente a él el concepto de m. (1 Tim 2, 5; Heb 8, 6; 9, 15; 12, 24). También en el magisterio de la Iglesia es escasa la aplicación de este concepto. Sólo se encuentra en León i (Dz 143) y en los concilios de Florencia (Dz 711) y Trento (Dz 790). Sin embargo, la cosa misma significada por la m. domina desde distintos puntos de vista toda la doctrina de fe sobre Cristo y su obra redentora. Si se considera el asunto más detenidamente, puede también decirse que este concepto caracteriza de la manera más específica la función de Cristo. El concepto — mucho más corriente en el vocabulario eclesiástico — de redentor o salvador para caracterizar la función salvadora de Cristo, no individualiza tan claramente el papel de Cristo en la economía de la salvación. El concepto de salvador o redentor (sóter) se aplica también al Padre (1 Tim 2, 3). Mediador, empero, es una designación exclusiva del papel de Cristo; y cuán central sea ésta, muéstralo precisamente su aplicación en Heb, donde se habla del m. en relación con la nueva y mejor alianza. Ahora bien, la nueva alianza (Lc 22, 20; 1 Cor 11, 25) es la designación esencial de la nueva relación con Dios, en la que alcanza su plenitud la economía salvífica del Antiguo Testamento.

b) En la tradición patrística, y sobre todo en la escolástica, la m. de Cristo se considera ónticamente y, por tanto, de manera aparentemente estática ( –> cristología, -> soteriología). El hecho de que en el Dios-hombre estén hipostáticamente unidas la divinidad y la humanidad parece fundar la m. Pero detrás hay en realidad una concepción dinámica bajo un doble aspecto. Se considera el ser del Dios-hombre en Cristo como resultado y, por ende, como fruto de un acontecimiento que ha llevado a la unión de la divinidad y de la humanidad. O se entiende — así desde la escolástica medieval — el ser del Dios-hombre en Cristo como condición de la posibilidad de una intercesión mediadora en favor nuestro delante de Dios, pues por la unión hipostática es tan precioso su sacrificio por los hombres, que nos merece ante Dios la salvación eterna. Estos dos modos de ver deben complementarse mutuamente.

3. La designación «mediador» da a la acción salvadora de Cristo un carácter dialogístico. El m. que antes de comenzar su obra está aún del lado de Dios, en una primera fase debe venir a los hombres pecadores, para dar respuesta en una segunda fase a este movimiento por la entrega a Dios.

a) Esa doble función dialogística está expresada en los oficios de Cristo, que aparecen en la tradición como tríada de rey (o pastor), profeta y sacerdote. Ello implica una dualidad, tal como corresponde ala m. de Cristo en su obra salvadora. La realeza o el oficio pastoral de Cristo debiera considerarse como función universal que se ejerce por su acción profética y sacerdotal. Igualmente regio es su oficio profético y sacerdotal. Cristo hace de mediador del reino de Dios para los hombres en una acción dialogística como profeta y sacerdote.

b) El Hijo de Dios ejerce su mediación por el hecho de que, habiendo sido enviado por el Padre, viene a los hombres como palabra reconciliadora; acción que él continúa en su predicación acerca del Padre, en la cual urge los derechos de Dios sobre los hombres e invita a éstos a que se congreguen en torno a él por su respuesta de fe; esta respuesta la da Cristo por todos los hombres como cabeza sacerdotal del género humano, y la da a través de la obediencia de su vida hasta la muerte de cruz. Ambas cosas juntas constituyen su acción dialogística y mediadora.

4. La m. de Cristo es calificada de m. única «entre Dios y los hombres» (1 Tim 2, 5). Mas con ello no se excluye una m. dentro de la comunidad de los hombres. Pero al decir esto no nos referimos precisamente a la acción mediadora del ministerio espiritual de la Iglesia, pues éste no es m. propiamente dicha, sino representación sacramental de Cristo, el único mediador. Como m. propiamente dicha aparece más bien la que en la comunidad de los hombres ejerce uno en favor de otro. Aquí hemos de considerar sobre todo la posición de María, que «es invocada en la Iglesia bajo los títulos de abogada, auxiliadora, socorro y mediadora» (Vaticano ii, Constitución dogmática sobre la Iglesia, nº. 62). No contradice a la m. exclusiva de Cristo el ver en María como una figura que sintetiza la comunión de los creyentes, pues ella pronunció su «sí», por el que concibió creyendo, no sólo en provecho propio, sino además en bien de toda la comunión de los redimidos, y así vino a ser mediadora para los otros hombres en un sentido verdadero, aunque no esté propiamente «entre» Dios y ellos. En el fondo, todas las decisiones salvíficas de los hombres tienen algún sentido de mediación para la comunidad unida con ellos, aunque no sea posible medir la cuantía de esta m. En comparación con la m. de Cristo, esta otra es derivada y analógica. Pero queda completada en su realidad por la acción de la gracia redentora de Cristo, que no es recibida por el hombre de manera meramente pasiva, sino que capacita a éste para participar activamente en la obra salvadora de Cristo (cf. también –> representación).

BIBLIOGRAFIA: P. Rupprecht, Der M. und sein Heilswerk (Fri 1934); E. Brunner, Der M. (Z 41947); A. Oepke, µesítes: ThW IV 602-629; K. Th. Schaefer - J. Ratzinger: LThK2 VII 498-502; Rahner VIII 218-235 (Der eine M. und die Vielfalt der Vermittlungen); Haag BL2 1159-1161; H. Geiler, Die Interpretation der kirchlichen Lehre vom Gottmenschen bei K. Rahner: KuD 14 (1968) 307-330; J. Ratzinger, Einführung in das Christentum (Mn 1968).

Otto Semmelroth