EXÉGESIS
SaMun

 

I. Antiguo Testamento y judaísmo

La interpretación de la Biblia comienza ya con el AT, en que autores posteriores, particularmente los profetas y algunos salmos, exponen teológicamente la historia de Israel consignada en escritos más antiguos (Ez 38, 7; Dan 9; Eclo 44ss y particularmente la elaboración de la materia de los libros de Samuel en las Crónicas, y el midras sobre la más antigua historia de Israel en Sab 10ss). La interpretación de la torá fue sobre todo necesaria en el tiempo postexílico, por razón de su importancia como base de toda la vida religiosa y social de la comunidad. Esdras pasa por su primer intérprete (Esd 7, 10; Neh 8, 8). Posteriormente asumieron esta función los escribas fariseos, que trataban de sacar nuevas leyes por la e., como lo pedía el perpetuo cambio de las condiciones de vida. De la mención en Eclo 51, 23 de la «casa de la enseñanza» se sigue que la institución se remonta por lo menos al tiempo de Sirá. Las reglas exegéticas de los rabinos antiguos, de los tanaím, que primero sólo se transmitían oralmente, fueron sistemáticamente consignadas por escrito hacia fines del siglo II d.C., en la misná, en forma de comentarios al Éx y Dt en los más antiguos midrasim. Los amoraím, a su vez, consideraron como función suya la explicación de la misná. El resultado de su actividad quedó consignado en el Talmud. Una e. semejante, actualizadora, encontramos en la secta de Qumrán.

Tras un largo período de esterilidad, Sadaya inicia en el siglo x un nuevo estudio del Antiguo Testamento y viene a ser el pionero de la filología judaica. Pero no halló sucesores en oriente. En cambio, en España surgió un nuevo centro de intenso estudio de la Biblia y del hebreo. Los sabios judíos de la edad media crearon un gran número de comentarios a la Escritura y de obras gramaticales y lexicográficas, que han influido también sobre la ciencia bíblica cristiana. A la fuerte dependencia de la tradición se ha debido que los sabios judíos sólo con vacilación hayan aceptado los métodos y problemas de la moderna ciencia bíblica cristiana (Moisés Mendelssohn 1786). También hallamos ya una interpretación de la Escritura en los targumim, traducciones arameas del AT, que se hicieron necesarias cuando el hebreo fue desplazado como lengua popular por el arameo; pero los targumim son en gran parte paráfrasis, reproducción libre del texto hebreo. Con ellos pueden también compararse los LXX, la versión griega del AT, que fue hecha cuando la mayoría de los judíos de Egipto no entendían ya más que el griego. Pero la versión de los LXX además de traducción es interpretación del original, trasladado al pensamiento griego (cf. G. BERTRAM, ZAW 54 [19361 277-296). En mayor grado acontece esto en los escritos de Filón de Alejandría, que fue sin duda un judío creyente en la Biblia, pero que estuvo a la vez influido por la filosofía de Platón y por el estoicismo. Filón quiso hacer ver que la Biblia y la filosofía griega eran perfectamente armonizables y que la sabiduría griega está contenida en la tórá. Por su método alegórico, que tomó de la interpretación griega de Homero, Filón, ha ejercido la influencia más duradera sobre la e. cristiana a partir de los alejandrinos. Los padres latinos la transmitieron luego a la e. de la edad media.

II. La comunidad primitiva

La comunidad primitiva, salida del judaísmo, aceptó la herencia judía del AT como Sagrada Escritura, y la interpretó escatológica y cristológicamente, refiriéndola a la obra salvadora de Cristo, mientras entendía a la Iglesia como el verdadero Israel. El influjo del método exegético del judaísmo palestinense es particularmente claro en Pablo, que fue discípulo de los rabinos (cf. teología de -> Pablo).

III. Era patrística

La más antigua e. cristiana en la época posterior al NT está caracterizada por la controversia con el judaísmo (carta de Bernabé, Justino), por una parte, y con la gnosis, por otra. El punto de partida para toda la e. posterior vino a ser la escuela de Alejandría (Clemente, Orígenes), junto a la cual Hipólito de Roma, algo anterior, alcanzó escasa importancia. De los alejandrinos, Orígenes fue el más importante de los expositores bíblicos de la antigüedad cristiana, tanto por la extensión de su obra literaria, que consta en general de comentarios bíblicos de muy diversa especie, como por el influjo que ejerció con su método alegórico en toda la patrística y sobre todo en la escuela de -> Alejandría, por lo menos indirectamente. Para Orígenes los hechos salvíficos atestiguados en la Escritura no tienen tanta importancia como la verdad suprahistórica que en ellos se revela. Junto a la escuela alejandrina y en consciente oposición a ella está la escuela antioquena, fundada por Luciano de Antioquía (+ 312), cuyos representantes más destacados son Diodoro de Tarso, Teodoreto de Ciro y, sobre todo, Teodoro de Mopsuestia, el «bienaventurado exegeta» de los nestorianos; a ellos hay que añadir al gran homileta Juan Crisóstomo. En cambio los grandes capadocios, principalmente Gregorio de Nisa, están bajo el influjo de Orígenes. A la vez que rechazaban resueltamente la alegoría, los antioquenos insistían en el sentido tipológico de la Escritura, en la visión salvífica de la revelación bíblica. Del siglo vi proceden los dos únicos comentarios al Apocalipsis de Juan, que desde Dionisio de Alejandría ya nunca llegó a ser escritura indiscutiblemente aceptada entre los griegos; sus autores fueron el severiano Ecumenio y su contrario ortodoxo Andrés de Cesarea. En conjunto, sin embargo, el siglo vi marca en la Iglesia griega el fin de la bíblica independiente. En su lugar se inició la época de las cadenas, que había de durar durante toda la edad media bizantina, después que el segundo concilio trulano (692) aprobó este género de comentarios bíblicos y recomendó que, renunciando a trabajos propios, se reunieran trozos de los exegetas clásicos para formar comentarios seguidos. Una vez que el mismo concilio trulano (692) declaró obligatorias las exposiciones de los padres, aparte de un comentario del patriarca Focio (siglo ix) sobre Pablo, ya no hallamos producciones independientes, pues aun los comentarios de Eutimio Zigabeno y de Teofilacto (siglos xi y xii) no son más que extractos libres de Juan Crisóstomo y otros exegetas antiguos.

El primer exegeta latino que conocemos es el comentarista del Apocalipsis Victorino de Pettau (f 314). También en la Iglesia latina predominó el método alegórico. Lo aceptaron Ambrosio, Jerónimo en sus primeros años, lo mismo que Agustín y, por influencia de éste, también Gregorio Magno (+ 604), al final de la era patrística. Influencia permanente ejerció también el donatista Ticonio, al que estimó altamente el mismo Agustín, primero por su comentario al Apocalipsis y luego por su Liber regularum, en cuyo espíritu compuso Agustín su obra De doctrina christiana, manual de hermenéutica. Como exponentes del método exegético antioqueno tenemos el importante comentario sobre Pablo, obra de un desconocido, el llamado Ambrosiaster, y los comentarios de Pelagio y su secuaz Julián de Eclana. Isidoro de Sevilla es ya mero compilador.

IV. La edad media latina

La e. de la alta edad media estaba enteramente orientada a la práctica, a la predicación y a la liturgia. Los más antiguos comentarios fueron compilaciones a manera de cadenas de textos patrísticos, principalmente de Ambrosio, Jerónimo, Agustín y Gregorio Magno, y por tanto predominó la interpretación alegórica, que correspondía también al fin práctico de estas obras. El primer autor de tales comentarios que alcanzó prestigio secular fue Beda el Venerable (t 735). En Alcuino y Teodulfo de Orleáns hallamos el primer intento de unificar el texto de la Vulgata, fuertemente corrompido. Semejantes a los de Beda son los comentarios de Rabano Mauro, mientras que los de Pascasio Radberto, Christián de Stablo y, señaladamente, los de Juan Escoto Erígena y Remigio de Auxerre (todos del siglo ix) ya aspiran más a la independencia. En el siglo xz se convirtieron en centros de estudio bíblico las escuelas de Laón (Anselmo) y de Utrecht (Lamberto). En la glossa creada por Anselmo y sus colaboradores llegó a una conclusión provisional la elaboración de la tradición exegética de los siglos precedentes. En la glossa se añadían al texto bíblico, ora entre líneas (glossa interlinearas), ora al margen (glossa marginalis), breves observaciones tomadas de los padres de la Iglesia o de comentaristas anteriores. Para los libros más generalmente tratados: los Salmos y Pablo, la obra de Anselmo fue mejorada sobre todo por Pedro Lombardo y de esta forma vino a ser el «manual exegético» normativo para toda la edad media posterior. Fue importante para el desarrollo de la teología medieval la formación de las quaestiones, en que se trataban por extenso pasajes particularmente importantes. Roberto de Melún (+ 1167) dio luego el paso decisivo, desprendiendo la glossa de las quaestiones, con lo cual la -->dogmática se liberó de la sacra pagina y se convirtió en disciplina independiente. Sin embargo, aun la alta -->escolástica (D) del siglo xiii mantuvo todavía la glossa como base para tratar la materia bíblica en lecciones y disputaciones. Teólogos importantes del siglo XIII que produjeron también obras considerables de e. fueron Buenaventura, Alberto Magno y, sobre todo, Tomás de Aquino. En esta época cae también la 'reanudación de los trabajos de Alcuino y Teodulfo para unificar el texto bíblico en correctorios y concordancias, por obra principalmente de Hugo de San Caro. Éste fue también el que empleó por vez primera la denominación de postilla para el comentario del texto bíblico en forma continua. Como obra más importante de este género es considerada la postilla de Nicolás de Lyra (t 1349). Con Lorenzo Valla y G. Mannetti el humanismo comienza a ocuparse de la Biblia y su texto, y se anuncia una nueva época de la ciencia bíblica.

V. Del humanismo a la actualidad

La e. católica de esta época puede dividirse en tres períodos, el último de los cuales no se ha cerrado aún: 1) La edad de oro de la e. católica, entre 1500 y 1650, caracterizadas por el gran número de exegetas, particularmente -españoles e italianos, y por la importancia de sus obras; 2) el período desde 1650 hasta fines del siglo XIX, en que decae la ciencia bíblica en parangón con otras disciplinas; 3) la época contemporánea.

Con el ->humanismo se inició una nueva época de la historia espiritual europea, que tuvo por consecuencia un cambio en el estudio de la Biblia y su método exegético. El humanismo consistió en el despertar del interés por la historia, sobre todo de la antigüedad y de su literatura. Esto significó a la vez una repulsa a la especulación de la filosofía escolástica y el abandono, no muy rápido desde luego, de la alegoría. En cambio, comienzan a interesar las cuestiones de introducción y las ciencias bíblicas auxiliares (geografía y arqueología bíblica, historia antigua), y se reconoce la importancia que para la inteligencia del texto bíblico tiene el estudio, hasta entonces tan descuidado, de las lenguas originales. La inseguridad del texto corriente de la Vulgata la había reconocido ya la edad media, pero sin lograr remediar eficazmente este defecto. Ahora, la invención de la imprenta crea una nueva posibilidad para establecer un texto bíblico unitario y para su difusión. A todo ello se juntó la reforma protestante, que declaró la Biblia fuente única de la fe, y le reconoció así una importancia eminente. El hecho no podía menos de repercutir en la ciencia bíblica católica. A la verdad, la impugnación de la e. protestante fue a su vez dañosa para la interpretación católica de la Biblia, pues por ambos bandos se buscaba, en primer término, sacar de ella dicta probantia para la dogmática, la apologética y la polémica. Típicos son en este sentido los comentarios de G. Seripando. Todavía se requirió largo tiempo hasta que los nuevos métodos e ideas hallaran aceptación general.

Muchos comentadores (p. ej., Salmerón y Cornelio a Lápide) siguieron afanándose por proporcionar material a la homilética y a la ascética. En su decreto sobre la Escritura el concilio de Trento declaró la Vulgata texto oficial de la Iglesia latina, y con ello dio un fuerte impulso a la crítica textual. Si los humanistas cultivaron principalmente el estudio del griego y latín, ahora se comenzó a reconocer más imperiosamente la importancia del hebreo, por influjo, particularmente, del judío Elías Levita. Como conocedores eminentes del hebreo hay que citar en Francia a Frangois Vatable, en Alemania a Johannes Reuchlin, en Italia a Santes Pagnini y Egidio de Viterbo, discípulo de Elías Levita. En la universidad de Lovaina se fundó por este tiempo el Collegium trilingue. Lutero se distanció de la edad media por el hecho de abandonar el sentido múltiple de la Escritura y distinguir solamente el sentido espiritual, es decir, cristológico, del literal. Teológicamente fue importante su división de los libros bíblicos según el grado en que se ocupan de Cristo, mientras que Calvino y sobre todo Zuinglio estuvieron fuertemente influidos por el humanismo. De lado católico, los primeros que defendieron un nuevo modo de e. bíblica fueron: en Italia el cardenal Cayetano, en Holanda, Erasmo de Rotterdam, y en Francia, Jacobo Faber Stapulensis. De ellos, principalmente Cayetano desencadenó una tempestad de contradicción por sus principios extrañamente modernos, con los que se ponía en oposición no sólo con la escolástica, sino también con los padres de la Iglesia. Él propugnaba que, para luchar eficazmente con los protestantes, en lugar de la Vulgata, era necesario interpretar la Biblia a base del texto original; y en vez de indagar el sentido místico, se debía preguntar por lo que las palabras dicen realmente (cf. TH. COLLINS, CBQ 17 [19551 363-378). También Erasmo quería liberar la e. de la escolástica, pero pensaba que, por lo menos en el AT, había que mantener el sentido alegórico. Frente al exagerado dogmatismo de muchos representantes de la ortodoxia protestante, que, como M. Flacio, tenían por inspiradas no sólo cada palabra de la Biblia, sino también las vocales de los masoretas en el texto hebreo, católicos como S. Masius, B. Pererius, J. Bonfrére y J. Morino adoptaron una actitud más despreocupada ante el texto masorético. Entre los numerosos comentadores de aquella época descuellan los dos españoles J. Maldonado y F. de Ribera y el holandés W. Estius.

A este período floreciente siguió otro aún más largo en que la teología católica se volvió con preferencia a otros terrenos, y produjo poco en ciencia bíblica, sobre todo para el progreso de los métodos. Su cerrazón, que la distanció de las múltiples tendencias y escuelas de la e. protestante contemporánea, no estaba fundada solamente en el dogma, sino también en un tradicionalismo hostil a las nuevas ideas. Por eso nada pudo oponer, que fuera metódicamente mejor y más eficaz, a las hipótesis de los deístas ingleses, de los enciclopedistas franceses y de los protestantes racionalistas del siglo xviii. El siglo xviii puede presentar algunas realizaciones interesantes en el campo de la arqueología bíblica y de la crítica textual (la obra de la Vetus Latina del maurino P. Sabatier). La figura descollante de este tiempo fue el oratoriano francés Richard Simon (t 1712), que, adelantándose buen trecho a su tiempo, y combatido y perseguido por ello desde todos los frentes, fue el verdadero creador del método histórico-crítico. El hecho de que el primero que aceptó sus principios, rechazados por la mayoría, fuera el racionalista J.S. Semler, los hizo todavía más sospechosos y les quitó por mucho tiempo su efecto, para daño de la ciencia bíblica católica. Entretanto, la ciencia bíblica protestante no sólo produjo un gran número de comentarios, como los de H. Grotius, Clericus, C. Vitringa y J.J. Wettstein, sino también valiosos instrumentos filológicos (John Lightfoot, Ch. Schüttgen), así como la gigantesca colección de variantes de John Mill (+ 1707) sobre el texto del NT. Con Semler (+ 1791) se inicia en la investigación protestante la emancipación de la ciencia bíblica respecto de la dogmática, y desde entonces hasta la actualidad la lucha entre. el ->racionalismo y el -+ supranaturalismo omina la investigación protestante, siendo de notar que, en el método, la tendencia conservadora se ha aproximado cada vez más a la racionalista. En el siglo xix dominó en el trabajo exegético la crítica del --> Pentateuco (en -+ Antiguo Testamento, B i) y la historia de la religión veterotestamentaria, cuya discusión alcanzó un punto culminante por obra de J. Wellhausen, y, respecto del NT, la crítica literaria de los evangelios sinópticos y, en conexión con ella, los estudios sobre la vida de -> Jesús. Fuerte efecto logró el ensayo de F.Ch. Baur, bajo el influjo de la filosofía de la historia de Hegel, de presentar los escritos neotestamentarios como documentos de la lucha entre el judeocristianismo originario y el cristianismo paulino de la gentilidad, emancipado de la ley, y de la síntesis de ambos en la Iglesia católica. Como resultado permanente de esta controversia en pro y en contra de la «tendencia crítica de Tubinga», ha quedado la conclusión de que los escritos particulares del NT deben entenderse históricamente, es decir, desde una determinada situación histórica propia de cada uno de ellos. También el estudio de la historia del texto neotestamentario fue impulsado casi exclusivamente por investigadores protestantes (Tischendorf, Tregeless, Westcott y Hort), demostrándose que el textus receptus, hasta entonces casi intangible, en conjunto representa una estrato reciente. Hacia fines del siglo xix ejerció un fuerte influjo la escuela de la historia de las religiones, con relación al AT por obra de H. Gunkel, y en lo relativo al NT a través de W. Bousset, W. Heitmüller, el filólogo R. Reitzenstein y otros. Su programa fue explicar genéticamente, llegando hasta sus últimas raíces, que se buscaban en el sincretismo del mundo circundante, el origen de la religión judía del AT y de la cristiana.

También de la contienda en torno a esta escuela y sus métodos ha quedado como resultado permanente la conclusión, admitida también por la actual e. científica católica, de que la religión bíblica no puede ser entendida sin el estudio de las varias corrientes religiosas de su mundo circundante, aunque no es necesario llegar a una explicación sincretista. La escuela de la historia de las religiones ha sido sustituida por el estudio de la historia de las -a formas y de la tradición de los escritos bíblicos, aplicado por H. Gunkel al AT, por K.L. Schmidt, M. Dibelius, R. Bultmann y otros al NT, principalmente a los evangelios sinópticos. Al llegarse a la conclusión de que los evangelios tienen su fundamento en la primitiva predicación cristiana y son por ende testigos de la primigenia fe en Cristo, por eso mismo se plantea la cuestión de hasta qué punto podemos también llegar por esta imagen de Cristo al Jesús histórico. Con ello está dicho el principal problema que inquieta hoy a la investigación sobre el NT; y, por cierto, no sólo a la protestante. Como instrumentos de importancia señera e influjo universal para el estudio del NT hay que citar expresamente el Kommentar zum NT aus Talmud and Midrasch, creado por el párroco protestante Paul Billerbeck y el Theologisches Wórterbuch zum NT, surgido bajo la dirección de G. Kittel.

En el siglo xix la e. católica siguió siendo preferentemente apologética, para impugnar el racionalismo, y de muy fuerte tendencia tradicional. Sólo a fines del siglo xix se inicia en Alemania, Francia y Bélgica un resurgimiento que puede realmente calificarse de comienzo de una nueva época. El camino fue abierto por la fundación de la École Biblique en Jerusalén por M: J. Lagrange (1890), destinada primero al fomento de la investigación de la geografía y arqueología sobre suelo palestino; y ese camino fue abierto sobre todo por el hecho de que Lagrange se declaró resueltamente a favor del método histórico-crítico, que, según él, es requerido por la cosa misma y es el único capaz de discutir seriamente los resultados de la investigación protestante y de reconocer lo que ellos contienen de valioso. El órgano de la École Biblique fue la «Revue Biblique» (1892ss), junto a la cual aparecieron desde 1900 los «Études Bibliques». Pero la conferencia de Lagrange en el congreso internacional católico de Friburgo (1899) y su libro La méthode historique (1903), encendieron una larga contienda entre la école large y una tendencia conservadora de orientación estrictamente tradicional (L. Méchineau, J. Brucker, A. Delattre, L. Fonck) sobre la compatibilidad del método histórico-crítico con la idea católica de inspiración. Con el mismo espíritu que Lagrange trabajaron en Francia F. Prat, en Bélgica (Lovaina) A. van Hoonacker, en Alemania la «Biblische Zeitschrift» (1903ss) - editada por J. Goettsberger y J. Sickenberger -, N. Peters, K. Holzhey, A. Schulz y otros. La contienda no estaba aún decidida cuando el modernismo, entre cuyos campeones se contaba el exegeta francés A. Loisy, y su impugnación produjeron un retroceso, pues ahora se hizo sospechosa de modernismo a la tendencia progresista. La pontificia comisión bíblica, fundada ya por León xiii, emitió desde 1906 varias decisiones en cuestiones discutidas. El pontificio instituto bíblico, fundado en 1909 por Pío x, tenía por fin asegurar la formación en sentido eclesiástico de los futuros profesores de sagrada Escritura.

De las tres encíclicas papales relativas a los estudios bíblicos (Providentissimus Deus de León XIII [18931, Spiritus Paraclitus de Benedicto xv [1920], Divino afflante Spiritu de Pío xii [1943], la última citada, la encíclica de la liberación, que declaró el método histórico-crítico como apropiado y necesario para la Biblia, ha abierto libre vía a la actual ciencia bíblica católica y le ha dado así un poderoso impulso. Los obstáculos con que ésta se debatió todavía en las primeras décadas del siglo xx y que la obligaron a formulaciones excesivamente cautas y a refugiarse en cuestiones inocuas, si no quería verse reducida al silencio total, se han eliminado por lo menos en principio, aunque no hayan terminado todavía los ataques del lado conservador. Ahora puede tratar con mayor libertad problemas como la cuestión del Pentateuco, o la cuestión sinóptica, o la historia de las formas y de la tradición, y tomar igualmente posición ante los métodos, problemas y resultados de la investigación protestante. Su actitud respecto de ésta ha pasado cada vez más «de una crítica negativa a la discusión respetuosa» (W. MICHAELIS; RGG2 i 1084), y en muchos campos se ha iniciado una colaboración entre los exegetas de ambas confesiones. Si se puede hoy afirmar con buenas. razones que la ciencia bíblica católica ostenta un vigor nunca conocido anteriormente, esto se debe a que ella goza ahora de una libertad de movimiento que antes no tenía, con la posibilidad de estudiar los multiformes problemas de la Biblia y concretamente la -> revelación contenida allí en su desarrollo histórico, en lugar de buscar en la Escritura únicamente dicta probantia para la dogmática. Así y sólo así, en constante y fecunda discusión con la ciencia bíblica protestante, la e. católica puede investigar cada vez más profundamente el pensamiento de la Biblia. Sólo si puede llevar a cabo esta labor, cumple su misión real como ciencia teológica y tienen consistencia sus conclusiones.

BIBLIOGRAFÍA: G. Bardy, Commentaires Patristiques de la Bible: DBS 11 73-103; DBS IV 561-646; W. Kamlah, Apk und Geschichtstheologie (B 1935); F. Stegmüller, Repertorium Biblicum medii aevi, 7 vols. (Ma 1940-61); F. M. Braun, L'oeuvre exégétique du P. Lagrange (Fri 1943); C. Spicq, Esquisse d'une histoire de l'exégése latine au Moyen-Age (P 1944); J. Daniélou, Sacramentum futuri (P 1951); B. Smalley, The Study of the Bible in the Middle Ages (0 1952); H. J. Kraus, Geschichte der historisch-kritischen Erforschung des AT (Neukirchen 1956); RGG3 V 1513-1535; J. Steinmann, Richard Simon (P 1957); W. G. Kümmel, Das NT. Geschichte der Erforschung seiner Probleme (Fr-Mn 1958); LThK2 III 1273-1293; H. de Lubac, Exégése Médiévale, 4 vols. (P 1959-64); G. Fohrer, Tradition und Interpretation im AT: ZAW 73 (1961) 1-19.

Josef Schmid