ESPACIO-TIEMPO
SaMun

 

El e. y el t. desempeñan funciones ordenadoras en el contacto directo del hombre con la realidad: todas las cosas y acontecimientos que se nos presentan están ordenados en el e. y en el t.; con otras palabras: tienen un lugar en el e. y una situación en el t. En este sentido se habla de un esquema espacial y temporal, como un universal previamente dado de manera general y necesaria, en el que está ordenado lo que en cada caso acontece y nos sale al encuentro en forma singular e individual. Esta es la situación que describe Agustín en las Confesiones - aunque hablando sólo del t.-, a saber, que mientras no se le pregunta qué es el tiempo, lo sabe, pero tan pronto como se le pregunta, no lo sabe.

En el transcurso del pensar occidental, el carácter ordenador del e. y del -> tiempo con Kant pasó a primer plano en la historia del pensamiento. Para él, el e. es la forma de intuición del sentido externo y el t. es la forma de intuición del sentido interno. Kant se vio inducido a formarse esta idea, no tanto por su postura filosófica, cuanto por el modo como Newton trataba el e. y el t. en la física y en la mecánica celeste. Según Newton, el espacio es el sensorium Dei, algo existente realmente en todas partes en lo que «está» todo lo demás, y el tiempo es una realidad que va fluyendo uniformemente, en la cual se inserta consecutivamente todo lo que sucede. Si se renuncia a esa representación realista sobre el e. y el t., queda su esquema como función ordenadora, según lo entendió Kant.

Aquí se plantea la cuestión de si hay que contentarse con esto, de si ese esquema responde a todo el contenido experimental sobre el e. y el t. El idealismo alemán, en particular la escuela de Marburgo, lo sostuvo apasionadamente lo cual dio lugar a que su línea de pensamiento se hallara ante graves dificultades cuando se desarrolló la teoría de la relatividad a base del experimento de Michelson. E. Cassirer, bajo el impacto de esta situación, concedió -aun permaneciendo en el marco de las concepciones idealistas- que Kant no podía ser la última palabra en la problemática del e. y del t.

La posición filosófica contraria a las posiciones idealistas está caracterizada por el pensar de Aristóteles y de Tomás. Aquí se considera el e. como el lugar de los cuerpos, o sea que, contrariamente a Newton, el e. no se separa de lo que hay en él. Esto, desde luego, está integrado en la concepción geocéntrica del universo, pero tal circunstancia no afecta lo más mínimo a la importancia filosófica de la aserción. De lo dicho se desprende la consecuencia, no deducida por los antiguos, de que carece de sentido hablar de e. sin cuerpos. Aquí está el contraste con Newton y con las soluciones idealistas de Kant y de sus continuadores.

Palabras análogas hallamos en Agustín acerca del t. Según él, el t. no fue creado por Dios con anterioridad a las cosas, sino junto con ellas. Por consiguiente, el t. es siempre «t. de algo», y así queda nuevamente resaltada la diferencia con relación a Newton y al idealismo. Mientras que Agustín deja pendiente el problema del t. (cf. antes), Tomás, siguiendo a Aristóteles, formula el tiempo como un número, distinguiendo entre numerus numerans y numerus numeratus. El primero es, por decirlo así, el número puro, en sí y para sí, mientras que el segundo es el número referido a los objetos en la numeración, en los casos en que se numera o se puede numerar. Lo numerado en el orden del antes y del después y en la sucesión es para Tomás el tiempo.

Estas ideas, desarrolladas por los antiguos en sus rasgos esenciales, no niegan que el e. y el t. sean un esquema para ordenar la realidad. Pero no lo separan de ésta, sino que lo dejan en ella como una relación real. Tampoco ha de olvidarse la antigua distinción entre eternidad y t. infinito. Tomás, siguiendo a Boecio, que define la -> eternidad como la perfecta y total posesión simultánea de la vida interminable, distingue rigurosamente entre la eternidad y el t. sin fin. Éste, en tanto que numerus numeratus, es divisible en intervalos, por lo cual pertenece, como caso límite, al esquema del orden espacial y temporal, mientras que la eternidad no tiene estructura mensurable y, por consiguiente, tampoco es divisible. Así la eternidad y el tiempo sin fin pueden hallarse yuxtapuestos, y la eternidad de Dios no se vería afectada, en modo alguno, por un mundo que existiera sin fin. Más bien, éste habría sido creado por Dios de tal manera que pudiera dividirse sin fin en intervalos de antes y después. A este respecto Tomás hace la profunda observación de que, a base de los datos presentes, no se puede deducir si la realidad fue creada con un t. limitado o ilimitado. La importancia filosófica está aquí en que la eternidad es sustraída al esquema espacial y temporal.

Las ciencias físicas y matemáticas han ampliado considerablemente el contenido experimental en lo relativo al e. y al t., exigiendo así una reflexión cada vez más profunda por parte de la filosofía.

En la física de Galileo el e. y el t. muestran toda su importancia para el conocimiento de la realidad, y por cierto en la forma de un esquema espaciotemporal. El desplazamiento de acentos aquí emprendido en la manera de preguntar sobre el movimiento -concediendo la primacia al cómo y no a la esencia del mismo - induce a Galileo a utilizar medidas (para medir caminos) y divisiones del t. (para medir los tiempos de los caminos recorridos), a constituir un esquema espaciotemporal euclidiano (un ilimitado e. tridimensional en el sentido de Euclides y una ilimitada escala de t.), en el que se puedan ordenar los procesos físicos. Con esto no se pregunta ya por el e. y el t., que son usados simplemente a través de las unidades de medida. Lo sorprendente es que algo así sea siquiera posible y que de esa manera se produzca la multitud de conocimientos que representa la física clásica. La idea de no utilizar ya el e. y el t. sino como esquema en que encuadrar los datos, fue muy fomentada por la geometría analítica de Descartes (representación de curvas en el sistema euclidiano de coordenadas, representando, p. ej., un eje el lugar y otro el t.).

Esta situación que caracterizó las ciencias físicas y matemáticas hasta el s. xviii, quedó radicalmente modificada con el descubrimiento de la geometría no euclidiana por Gauss y Lobatschewski. Según esta nueva geometría, actualmente llamada hiperbólica, por un punto exterior a una recta puede pasar más de una paralela a dicha recta. Con esto se abrió una brecha en el esquema espaciotemporal que hasta entonces había servido de base a todas las consideraciones físicas y filosóficas; y de ahí vienen algunas razones importantes del choque entre la filosofía idealista y las modernas ciencias físicas y naturales. Aquélla ha tenido que apearse en parte de su kantismo, y actualmente las diferencias entre idealismo y realismo en lo referente al e. y al t. ya no son más que graduales. El e. y el t. deben considerarse como realidades, pero su auténtico papel en el proceso del conocimiento sólo lo obtienen mediante el entendimiento que conoce, el cual constituye el esquema espacial y temporal. Parece como si aquí se representaran misterios del ser que no podemos esclarecer; y quizá este aspecto explique la oposición entre los esfuerzos mentales del idealismo y los del realismo.

Inmediatamente después de descubrirse la geometría no euclidiana, Gauss emprendió la tentativa de establecer mediante medidas practicadas sobre grandes distancias si el espacio dado inmediatamente es o no euclidiano. Los resultados de sus experimentos, dentro del marco de precisión de las mediciones, fueron favorables al euclidianismo. Contra la importancia de tales mediciones se han formulado constantemente objeciones por parte del idealismo. Se decía que el euclidianismo se daba ya por supuesto al emplear medidas euclidianas, ya que no se dispone de otras. Independientemente de la problemática aquí latente en el campo filosófico de la teoría de la ciencia, en todo caso no puede comprobarse que el fenómeno del e. se desvíe del euclidianismo.

Se lograron experiencias completamente nuevas con relación al e. y al t. cuando Michelson, en 1895, mostró que la velocidad de la luz es independiente del estado de movimiento de la fuente luminosa. Más tarde, Minkowski logró en este punto una descripción matemática: el mundo espaciotemporal de cuatro dimensiones, en el que el t. ya no se distingue del e., y el conjunto es representado como una cuatridimensional geometría hiperbólica. En un principio se habló de unión real de e. y t. Sin embargo, no cabe la menor duda de que aquí se trata de un típico esquema espaciotemporal, en el que se pueden encuadrar los resultados físicos observados.

Es innegable la afinidad con la posición del idealismo. Pero también se puede demostrar matemáticamente que sólo el esquema espaciotemporal de la geometría hiperbólica es apropiado para la representación del experimento de Michelson. Ésta es a su vez una posición que tiene afinidad con el realismo y que está en marcado contraste con Kant; en efecto, según éste el esquema espaciotemporal sólo podría ser euclidiano, como forma del sentido interno o del sentido externo.

A partir del esquema espacio-temporal de Minkowski, Einstein desarrolló la teoría especial y (desde ella) la general de )a relatividad. La fundamental idea directriz es el intento de `hallar una formulación general de las leyes de la naturaleza, que sea independiente de los sistemas de coordenadas, es decir, de los especiales esquemas geométricos de e. y t. Halló tal formulación en el análisis tensorial. Físicamente se mantiene un esquema espaciotemporal, pero su geometría puede fijarse ad hoc, de lo cual resultan luego los diferentes modelos cosmológicos del mundo. Salta a la vista que esto va de nuevo más bien en el sentido de la posición idealista, pues el entendimiento se construye una geometría adecuada. Sin embargo, tiene importancia capital la referencia a la realidad, puesto que ésta debe conformarse con los modelos, cosa que hasta hoy no se ha logrado todavía en forma satisfactoria.

La que en astronomía se llama hoy edad del universo, fijada en 10 000 millones de años, directamente no tiene nada que ver con la problemática del esquema espaciotemporal. No se conoce objeto alguno que rebase esta edad y, como se puede demostrar, los 10 000 millones de años constituyen un límite temporal más allá del cual no se puede retroceder hacia el pasado con los actuales medios de conocimiento, pues se presentarían contradicciones insolubles entre leyes universalmente válidas y datos individuales de la materia.

Nótese además cómo dicha aserción no significa que el universo «comenzara» o «fuera creado» en aquel punto. Ni significa tampoco que el universo se pueda incluir en un número limitado de intervalos de t. Aquí topamos con una contradicción que no ha podido resolverse hasta hoy, con lo desconocido. A este respecto, ya Tomás señaló con toda precisión el límite cognoscitivo que hemos de reconocer en la actualidad.

BIBLIOGRAFÍA: cf. también la bibl. de Jr tiempo - H. Reichenbach, Philosophic der Raum-Zeit-Lehre (B-Mn 1928); A.-G.-D. Sertillanges, S. Tomás de A. (Fontis BA); N. Hartmann, Philosophic der Natur (B 1950); G. Jaffé, Drei Dialoge über Raum, Zeit und Kausalitát (B 1954); J. Meurers, Das Alter des Universums (Meisenheim 1954); E. J. Dijksterhuis, Die Mechanisierung des Weltbildes (B 1956); E. Cassirer, Zur modernen Physik (0 1957); E. Fink, Zur ontologischen Frühgeschichte von Raum, Zeit und Bewegung (La Haya 1957); F. Dessauer, Naturwissenschaftliches Erkennen (F 1958); W. Gent, Dio Philosophic des Raumes und der Zeit (Hildesheim 21962); M. Jammer, Das Problem des Raumes. Die Entwicklung der Raumtheorien (Darmstadt 21963); Die Problematik von Raum und Zeit (Naturwissenschaft und Theologie Heft 6) (Fr-Mn 1964); W. Büchel, Philosophische Probleme der Physik (Fr 1965) (bibl.); N. Schiffers, Preguntas de la física a la teología (Herder Ba 1972).

Joseph Meurers