EÓN
SaMun

 

E. es la transcripción de la palabra griega aión, que a su vez corresponde al hebreo ólám. Estas dos expresiones originales son traducidas con razón mediante diversos conceptos. Por ello, para lograr una inteligencia completa del sentido de e. hay que atender a la historia del concepto.

I. La terminología

1. En los primeros libros del Antiguo Testamento ólám significa un tiempo lejano y oculto, cuyo --> «principio y fin» se pierden en la obscuridad; por esto ólám puede significar tanto tiempo «pasado» como «futuro», y así, en general, significa un tiempo largo, pero absolutamente limitado. A veces `óldm designa un tiempo percibido como muy largo, como una «eternidad», pero que en realidad es tan breve como la vida de un hombre (p. ej., Dt 15, 17; Sal 37, 12). La duración del `ólám, se orienta, de acuerdo con la concepción hebrea del tiempo, según la conciencia del que lo vive y habla de él, o sea, según la experiencia del tiempo finito del hombre. El concepto griego de -> eternidad (eterno = infinito; temporal - finito) es todavía extraño al Antiguo Testamento. Por primera vez en los escritos más tardíos - no antes del Deuteroisaías -, `ólám toma el sentido de «tiempo infinitamente largo», de «eternidad» (Is 40, 28). Puesto que `ólám (= aión) es un concepto verdaderamente temporal, la traducción griega del Antiguo Testamento pudo reforzar el singular de aión, que paulatinamente se iba desvaneciendo: a) por la repetición del singular (como, p. ej., en Sal 44, 7); b) por el uso frecuente del plural; c) más raramente, por la combinación de los dos procedimientos: así en el giro del Sal 83, Tob 14, 15.

2. El Nuevo Testamento recoge el uso terminológico del Antiguo Testamento. En consecuencia sólo del contexto puede deducirse si se trata de « un largo tiempo» o de «la eternidad»: «desde tiempos primitivos» (Lc 1, 70), «desde antiguo» (Act 3, 21), «para siempre» (Jds 13 ), «para la eternidad» (Jn 4, 14; 6, 51 entre otros). El giro tan frecuente en los LXX, eis tous aionas, se encuentra mucho en fórmulas doxológicas. Principalmente Pablo y el Apocalipsis usan con preferencia la fórmula ascendente «eternamente», o «por toda la eternidad». Por más que este giro referido al futuro quiera acentuar la superioridad de Dios y de los esjata (en sentido estricto) sobre el tiempo, sin embargo él confirma a la vez que también en el Nuevo Testamento el concepto de « eternidad» conserva su ordenación al tiempo (al mundo), y que el pensamiento bíblico no llega a conocer la eternidad atemporal de los griegos.

II. El eón de Dios

Análogamente al cambio de significado pasando de «tiempos remotos» a «eternidad», se modifica también la representación del eón de Dios. El «Dios antiquísimo» (Gén 21, 33) es conocido como el «Dios eterno» (Is 40, 28; 2 Mac 1, 25). Esta propiedad de la -> esencia de Dios es afirmada claramente en el NT (Rom 1, 20; 16, 26), y en los escritos tardíos se aplica también al Cristo glorificado (Heb 13, 8; Ap 1, 18 entre otros).

Así, pues, el pensamiento bíblico mide el e., la «eternidad» de Dios en el e. o tiempo del mundo. Dios existe antes de la creación del mundo (Sal 90, 2; 102, 25-29; Gén 1, 1; Jn 17, 24; Ef 1, 4), pero existirá también después de finalizar este mundo (Sal 102, 27; Ap 21, lss); por consiguiente el e. de Dios es temporal y también cualitativamente superior al del mundo. Rica en consecuencias es la doxología de 1 Tim 1, 17: después de «rey de los eones» está la antigua denominación de Dios como «rey eterno» (Jer 10, 10). Pero tan pronto como e. tiene una significación espacial (mundo, espacio del mundo; especialmente Heb 1, 2; 11, 3) o puede revestir un sentido tanto temporal como espacial (Mt 13, 39s; 24, 3; 28, 20; cf. 1 Cor 10, 11; Heb 9, 26), se cambia con ello la designación de Dios. Dios es el rey de «los tiempos del mundo», el que con su gracia y juicio hace que se sucedan las épocas. Por tanto, el e. de Dios no sólo es más largo que el e. del mundo; sino que, además, Dios está preordenado y supraordenado como dominador al e. mundano.

En consonancia con todo esto, en el NT, «eterno» significa también la «peculiaridad del auténtico mundo salvífico, de los bienes escatológicos y de la condenación escatológica» (A. DARLAP 365).

III. La doctrina de los dos eones

1. En el judaísmo tardío

La distinción entre el e. de Dios y el e. del mundo condujo a la doctrina de los dos eones, que a partir del siglo I a.C. fue elaborada por la -> apocalíptica judía y se hizo usual entre los rabinos. Como, según Dan 7, los imperios que se van sucediendo son enemigos de Yahveh y se oponen al reino de Dios, el cual al fin los substituirá, en principio con este apocalipsis clásico (cf. también Dan 2) se ha dado ya el paso hacia la distinción radicalmente dualista de dos únicos eones, a saber, «este e.» (`ólám ha-zeh) y el «e. venidero» (`ólám ha-bá'). Estos dos eones se oponen diametralmente por su contenido, oposición que -por lo menos- queda reforzada bajo el influjo del -> dualismo iranio. «Este e.» es el siglo de la injusticia y del pecado, de los trabajos y de la caducidad. Como tiempo del mundo actual está, a la postre, bajo el influjo de Satán. En cambio, el «e. venidero» pertenece por completo a Dios, es esencialmente bueno, está lleno de intensa vida y felicidad; y es difícil decidir hasta qué punto algunos escritos sitúan este e. venidero en el cielo (en lugar de situarlo en la tierra renovada). Como tiempo y mundo nuevo, que en último término introduce Dios mismo, este e. venidero es necesariamente el eskhaton absoluto. La contraposición de los dos eones está muy acentuada en la comunidad de --> Qumrán.

2. En el Nuevo Testamento

a) Sin duda, Jesús no tomó la contraposición entre «este e.» y el «e. venidero» como punto central de su predicación. E incluso resulta problemático si él la usó alguna vez. Sin embargo, algunas palabras de Jesús transmitidas en los sinópticos hablan con fundamento de «este e.» (Mt 12, 32; Lc 16, 8; 20, 34) y de «aquel e.» (Lc 20, 35), del «e. venidero» (Mc 10, 30 = Lc 18, 30), o del «e. futuro» (Mt 12, 32); pues la proclamación del -> reino de Dios por parte de Jesús presupone claramente la distinción de dos eones esencialmente distintos. Cuando Jesús promete la entrada en el cielo o reino de Dios («la entrada en la vida»), etc., al oír la expresión «reino de los cielos» (= «reino de Dios»), los judíos tuvieron que pensar en el «e. venidero», en el todavía futuro mundo consumado de Dios. A pesar de todo, Jesús tuvo sobradas razones para tomar el concepto abstracto «reinado de Dios» como idea clave en que se resumían la predicación y realización de la salvación escatológica. Con ello acentuó que el mundo venidero se realizará única y exclusivamente por voluntad y obra de Dios, y además que el estado final no tiende « primariamente a una transformación puramente externa del mundo», sino a imponer por completo los derechos soberanos de Dios sobre el poder del milagro (F. SCHIERSE 681). Y sobre todo, el uso del concepto de reino de Dios como idea central hizo posible la modificación e incluso ruptura del esquema de los dos eones por parte de Jesús. Mientras que para la expectación contemporánea del e. venidero el reinado escatológico de Dios, o bien es todavía puro futuro o bien ha llegado simplemente, está presente; Jesús se alza con la pretensión inaudita de que el e. venidero irrumpe con él en este e., pues en su persona y en sus palabras y acciones, entendidas como una unidad, se ha hecho experimentable la voluntad de Dios como definitiva oferta de gracia y exigencia ética, ha hecho su irrupción el reinado escatológico de Dios.

b) La primitiva predicación cristiana habla reiteradamente de «este e.»; el mismo sentido tienen las expresiones «este mundo», «el presente tiempo» (kairós) y la construcción en singular, preferida por las cartas pastorales, «el presente e.». Este e. está en oposición a la voluntad de Dios (Rom 12, 2); su sabiduría es necedad ante Dios (1 Cor 1, 20; 3, 18); su «dios» obstaculiza la fe (2 Cor 4, 4). Las «fuerzas rectoras de este e.» (1 Cor 2, 6ss) son poderes supraterrestres y opuestos a Dios, poderes de ángeles (-> demonios), a los cuales está sometido el viejo mundo. Juan en armonía con el acercamiento del concepto de e. a su idea de kosmos, habla de «este mundo» (Jn 8, 23, etc.). Por tanto, en la primitiva predicación de la Iglesia este e. es entendido como un poder demoníaco, que domina el mundo no redimido e incrédulo y quiere arrastrar a los hombres hacía la perdición; pero ese poder está consagrado ya a su aniquilación. El Apocalipsis de Juan usa temáticamente la idea de este e. que se halla bajo el dominio de poderes satánicos, que se precipita hacia su final entre terribles tribulaciones; y la usa para hacer comprensible la terrible persecución de las comunidades de Asia Menor y para anunciar plásticamente la victoria final de Dios y de su Cristo. Sorprende que la predicación neotestamentaria hable tan pocas veces del e. futuro (Ef 1, 21; cf. 2, 7), a pesar de que los creyentes se saben redimidos por Cristo «del perverso e. actual» (Gál 1, 4) y, según Heb 6, 5, han experimentado ya las fuerzas del «e. venidero». Pablo mismo no usa jamás esta expresión. Son ideas antitéticas de «este e.» sus enunciados sobre Dios, Cristo, el Espíritu y los bienes escatológicos de la salvación. Lo dicho manifiesta cómo en el Nuevo Testamento se rompe decisivamente la doctrina judía de los eones, e igualmente el pensamiento terreno y eudemonista del judaísmo.

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Anton Vtigtle