ECLESIOLOGÍA

El tratado sobre la Iglesia aparece tardíamente en la historia del pensamiento cristiano. Tuvo sus primeras manifestaciones al fin de la edad media y su coronamiento en el concilio Vaticano ir. En este desenvolvimiento eclesiológico, distinguimos tres fases orgánicamente ligadas entre sí: i. padres y teólogos de la edad media, ri. constitución del tratado De ecclesia, iii. actual renovación teológica.

I. De la eclesiología patrística a la de la edad media

Ni los padres de la Iglesia ni los teólogos de la edad media construyeron un tratado de eclesiología. Ello depende de la naturaleza de la revelación y del desenvolvimiento dogmático: antes de ser objeto de una doctrina, la realidad de la Iglesia constituye ya un presupuesto de la proclamación del evangelio; como fundamento de todo el edificio dogmático, la Iglesia va indisolublemente unida a él. Por esta razón, la experiencia de la Iglesia regenerada por el Espíritu (dada como don del Padre por el Hijo resucitado) condiciona toda la reflexión cristiana. Edificada sobre «el fundamento de los apóstoles y profetas» (con la función especial de Pedro), la Iglesia congrega a los discípulos en Cristo; ella se entiende a la luz de la revelación entera, especialmente a la luz de la vida y obra de Cristo, actualizadas en el Espíritu Santo, que hace de la comunidad de los creyentes el lugar de una existencia totalmente nueva y el signo del cumplimiento del designio de Dios sobre el mundo.

Desde los padres -> apologistas, la Iglesia se presenta al mundo como anuncio y presencia de la salvación traída por Cristo. En ella se da la participación de la vida nueva en el Espíritu, y en su -> tradición se hace presente la fe apostólica. En cuanto signo eficaz de la resurrección de Cristo, la Iglesia se entiende a sí misma como principio de salvación, en virtud de su relación a Dios a través de la misión del Hijo, y como meta de la salvación gracias al don del Espíritu. Determina su relación a judíos y gentiles proclamando la potestad que se le ha dado en el Espíritu de interpretar la Escritura por encargo de Cristo, y su poder de comunicar el Espíritu a todos los hombres. Así, de la reflexión sobre la salvación eterna comunícada por el Espíritu en la Iglesia, surge toda la dogmática católica. Para defender su propio misterio, la Iglesia desenvuelve el contenido de la fe; y la e. es así un presupuesto de la cristología explícita y de la doctrina sobre la Trinidad. A partir de la experiencia eclesiológica la teología patrística, reflexionando sobre la historia de --> salvación con ayuda del principio hermeneútico que se le ha dado en la «palabra viva de Dios», en Cristo, llega a conocer la dinámica de dicha historia, la cual sale de Dios y a través de Cristo llega a la Iglesia. Tomando origen en el poder fundador de la «Palabra» y alcanzando su plenitud en los sacramentos, particularmente en la -> eucaristía, la Iglesia (protosacramento de la @e¿waiS) se revela como comunidad de los llamados en el pneuma a la sabiduría, en espera de la manifestación de la gloria. La Iglesia, dentro de la línea de la -> encarnación y vista desde pentecostés, es el despliegue del misterio pascual. En los sacramentos se sabe incorporada a la muerte y resurrección de Cristo; en ellos se le transmite la fuerza del Pneuma. En su condición humana participa dinámicamente de la unión de la humanidad de Jesús con Dios. Puesto que representa a la humanidad, en cuanto ésta tiene en Cristo su cabeza y está vivificada por el Espíritu, la  Iglesia no es extraña a la vida del mundo y de los hombres; ella es la humanidad constituida en Cristo y salvada en esperanza.

1. Para los padres, la Escritura entera habla de Cristo y de la Iglesia, a la que ellos ven a través de las imágenes bíblicas (pueblo, cuerpo, templo, casa, esposa, rebaño, viña, ciudad, reino, campo, red) y de las interpretaciones tipológicas del AT. Siendo conscientes de la eterna y escatológica realidad salvífica, que está presente y actúa en cada una de las Iglesias parciales, los padres centraban su atención en los siguientes temas: 1.°, Espíritu y eucaristía; 2 °, la maternidad de la Iglesia entera por la fe, el amor, la oración, la penitencia, el testimonio; 3 °, amor y paz, la concordia entre las Iglesias locales; 4.°, la colegialidad del episcopado; 5 °, el papa como custodio de la caridad de la Iglesia universal. En los padres hallamos también importantes principios eclesiológicos: apostolicidad y sucesión apostólica (Ireneo); episcopado (Cipriano); catolicidad, validez de los actos sacramentales independientemente de la santidad personal del ministro (Agustín), etc. Además, desde los siglos iii-v, los papas reivindican su papel de cabeza en el cuerpo de la Iglesia y sus prerrogativas en el campo del magisterio y de la jurisdicción (cf. León Magno).

2. Los teólogos de la edad media permanecen aún fieles a esta visión patrística, centrada en la historia de la salvación y la eucaristía. Tomás trata de la Iglesia dentro del misterio de Cristo. La Iglesia participa del misterio de Cristo y de la Trinidad; en virtud de esa participación se realiza la imagen de Dios en nosotros, a través de la encarnación y resurrección y en el Espíritu. Con la idea del carácter instrumental de la humanidad de Cristo, Tomás desarrolla una teología de Cristo como cabeza de su Iglesia y de la Iglesia como cuerpo de Cristo. La e. permanece así en una perspectiva teológica, cristológica,pascual y escatológica. Aunque los teólogos de la edad media vean en la Iglesia ante todo una sociedad espiritual de comunión con Dios en Cristo, fecundada por el Espíritu Santo, una congregatio fidelium, sin embargo ellos no desconocen la forma de existencia visible e institucional de esta sociedad espiritual, su dimensón sacramental y su ministerio. Pero en diversos puntos, en la concepción del tratado sobre los sacramentos y sobre el sacerdocio, se nota que los medios salvíficos requieren un análisis más preciso. Esta visión patrística y teológica significa para la e. la primacía del Espíritu y de la ontología de la gracia. La Iglesia procede del designio eterno del Padre, de la misión del Hijo y de la del Espíritu Santo, que se dirigen a la humanidad entera.

II. La constitución del tratado sobre la Iglesia

Puesto que la Iglesia era para los padres la salvación eterna misma y, bajo el aspecto visible, la comunión de las diversas Iglesias locales, ellos no insistieron mucho en su estructura de cuerpo universal. Pero no la desconocían, pues el segundo concilio de Nicea (del año 687) afirmó que un sínodo ecuménico no puede reunirse sin consentimiento del papa, y testimonios orientales atestiguan la imposibilidad de legislar en materia eclesiástica sin la conformidad del papa.

Mas, por una parte, la reforma gregoriana, que estuvo ligada a la crisis de las relaciones entre la Iglesia y el Estado, y confirmó la libertad de éste y, por otra parte, la ruptura con el oriente, pusieron de manifiesto el hecho de que Dios ha dotado a la Iglesia universal con una suprema autoridad ecuménica. La Iglesia universal depende inmediatamente no sólo de la caridad, sino también de la autoridad y potestad de la Iglesia de Roma. Vive y se construye partiendo de la sede del sucesor de Pedro, y tiene por regla primera ser «unius sententiae cum Apostolico» (Juan viii a sus legados [Mansi 17, 469]). La Iglesia de Roma representa en cierto modo la Iglesia entera: ella es Ecclesia urciversalis, Ecclesia mater, fons, origo, cardo, fundamentum, basis; y el papa es el Vicarius Christi. Es una doctrina dogmática el hecho de la constitución de la Iglesia como sociedad única bajo la monarquía del poder papal del sucesor de Pedro, fundada sobre la soliditas del princeps apostolorum. Así lo atestiguan los primeros tratados titulados: De ecclesia Catholica Romana, De primatu Romance Ecclesiae. Gracias al derecho canónico, elaborado para servir al poder pontificio y promover la liberación de la Iglesia de la influencia secular, así como su independencia incluso con relación al poder imperial, se desarrolló por lo menos en germen la idea de la Iglesia. Como societas perfecta. Al concebirse la unidad de la Iglesia a semejanza de una ciudad o de un reino, las categorías jurídicas y sociológicas se introducen en el pensamiento eclesiológico.

El tratado sobre la Iglesia, dado en germen con la concepción de la reforma gregoriana, fue tomando consistencia progresivamente bajo la presión de dos series de acontecimientos que se condicionan mutuamente: 1º. los conflictos entre la Iglesia y los poderes políticos (que comienzan con Felipe el Hermoso y llegan a su punto culminante en los siglos xix y xx) obligan a la Iglesia a definirse desde su propia naturaleza; 2º. las críticas ponen en tela de juicio la estructura concreta de la Iglesia y su fin sobrenatural. Las herejías espiritualistas y dualistas del siglo xii - de los valdenses, albigenses, etcétera- fomentan la crítica a la Iglesia por su vinculación a intereses temporales y su poder político, y ponen en duda radicalmente la función mediadora de la Iglesia (el tema del papa como anticristo está presente desde el siglo xii; la impugnación del sacerdocio jerárquico por los valdenses, la cual llega a su punto cumbre en la -> reforma protestante y luego en el -> racionalismo). En Adversus Catharos et Valdenses, de Moneta de Cremona, se trasluce la imposibilidad de determinar la naturaleza de la Iglesia prescindiendo de las dimensiones concretas de su existencia terrestre. El estudio de la economía positiva de la gracia divina es el comienzo de una evolución que, con Canisio y Belarmino, llevará a incluir en la definición de la Iglesia su condición de «Iglesia romana». Ya en el siglo xii se constituyen los tratados sobre los sacramentos y el sacerdocio; pero lo que provoca la elaboración de los primeros tratados De ecclesia es la aparición del galicanismo regalista (conflictos entre Felipe el Hermoso y Bonifacio viii, y luego entre Juan xxii y los secuaces de Felipe de Baviera). Esos tratados versan sobre la potestas papalis, sobre la autoridad y el derecho de la Iglesia; así lo indican sus títulos: De regimine christiano, de Jacobo de Viterbo (1301-02) considerado como el primer tratado sobre la Iglesia; De ecclesiastica potestate, de Egidio Romano; De potestate regia et papali, de Juan de París; De potestate papae, de H. Nedellac.

La relatividad de la realidad eclesiástica y social del cristianismo propugnada por el espiritualismo de Hus y de Wiclef, que se apoya en una interpretación unilateral de temas agustinianos, como el de la Ecclesia praedestinatorum, electorum o canctorum, el de la gracia, ete., desvirtúa la pertenencia al organismo visible e histórico de la Iglesia, pero a la vez hace posible un mejor análisis de la posición eclesiástica en relación con la pertenencia de los miembros al cuerpo de Cristo. El desarrollo de las ideas conciliaristas, las cuales, en dependencia de tendencias individualistas y bajo el influjo del concepto de representación, entendieron la Iglesía como congregatio f idelium, tuvo como consecuencia las grandes obras de Juan de Torquemada (Summa de Ecclesia, 1436) y de Juan de Ragusa, que fueron los primeros tratados sistemáticos sobre la Iglesia; pero en ellas se acentuaron excesivamente las nociones de reino y de poder. El Solstitium de 1440 (M. Ourliac) constituye un giro decisivo en la evolución de la eclesiología.

La reforma protestante puso en tela de juicio toda la mediación eclesiástica (primado del papa, poderes de obispos y sacerdotes, autoridad de la tradición, del magisterio, del sacerdocio y de los sacramentos); y ello condujo a que los teólogos en la definición de la Iglesia resaltaran ante todo la dimensión jurídica y visible, y relegaran a segundo plano la realidad de la gracia. El poder del papa entra con Belarmino en la definición de la Iglesia, y el magisterio pasa a ser elemento constitutivo de la tradición; pero ya no se dice nada de la relación de la eucaristía con la Iglesia. El jansenismo tuvo como consecuencia que se acentuaran más los poderes y derechos del romano pontífice; el febronianismo y el laicismo obligaron a desarrollar la idea de Iglesia como sociedad perfecta, dotada de derechos y medios, de una jerarquía, de poderes de jurisdicción, legislativos y coercitivos. E1 protestantismo liberal y el modernismo obligaron a los teólogos a insistir en el hecho de que Cristo fundó una sociedad visible, jerárquica y dotada de una constitución jurídica.

De la noción de cuerpo de Cristo se conserva sobre todo el aspecto exterior y propiamente social de la Iglesia. Pero, en comparación con la tradición patrística y medieval, esa concepción de la Iglesia se empobrece teológicamente, pues el tratado De Ecclesia queda prácticamente reducido a lo contenido en la ST ii-II q. 1 a. 10, es decir, a la cuestión de la potestad docente del papa. Los aspectos pneumatológicos, la vida del pueblo fiel, la eucaristía, la comunión de las iglesias locales entre sí quedan prácticamente silenciados.

III. La renovación teológica

Después de las grandes crisis del siglo xviii y de la revolución francesa, al lado de una corriente de restauración, orientada hacia la autoridad, que desemboca en el concilio Vaticano i, se desarrolla en el siglo xix una corriente de renovación de la e. por el retorno a las fuentes patrísticas y medievales. Esa corriente comenzó con la escuela de Tubinga (Drey, Mtihler, Hirscher, Kuhn), que, con la concepción de una teología del reino de Dios, revalorizó la idea del cuerpo de Cristo vivificado por el Espíritu. La Iglesia ya no aparece ahora primariamente como una sociedad visible y jerárquica, dotada de un magisterio, sino como una comunidad de vida orgánica con Cristo. A pesar de ciertos influjos románticos (idea de pueblo y organismo), que restaron valor a estos intentos, la Iglesia volvió a ser objeto de la teología en la totalidad de su realidad. Gracias a Passaglia, familiarizado con estas perspectivas, y a sus discípulos Franzelin y Schrader, la teología del cuerpo místico recuperó su vigencia. Introducida en el primer esquema De Ecclesia del Vaticano i, pareció romántica a la mayoría de los padres. Después de Franzelin, M: J. Scheeben desarrolló una teología inspirada en la idea de lo sacramental, que trataba de unir el aspecto de la autoridad con el del orgánico y de la vida. Como fruto de estos esfuerzos, la teología del cuerpo místico fue asumida en la incíclica de León x111, Satis cognitum, que entiende la Iglesia partiendo de la acción salvadora de Dios y de Cristo. Esta teología alcanzó su pleno desarrollo en la renovación que siguió a la primera guerra mundial. La Iglesia fue considerada esencialmente como la congregatio fidelium, como cuerpo místico penetrado por la vida divina que brota de la Trinidad. La encíclica Mystici corporis, de Pío xii, que vio en la Iglesia - la cual tiene en Cristo su cabeza, su autor y Señor, su columna angular - una realidad social, visible y orgánica, cuyo principio último de acción es el Espíritu Santo; dio valor oficial a este nuevo descubrimiento, con tan hondo alcance, de la concepción de la Iglesia como cuerpo de Cristo en el plan salvífico de Dios. Las investigaciones teológicas se desarrollaron luego en líneas complementarias: la Iglesia como sacramento, la Iglesia como comunidad, la Iglesia como misterio. Este proceso eclesiológico se desarrolló en relación con la renovación bíblica y litúrgica, con el ecumenismo, con la acción de los laicos, con la idea de misión, con reflexión sobre la evolución (J.H. Newman) y la historicidad de la Iglesia. Así se recuperó la idea de pueblo de Dios, el sentido del dinamismo misionero, la tensión hacia la escatología, la comprensión de la comunidad como comunión, la colegialidad, etc. En las obras de los teólogos modernos va apareciendo poco a poco una síntesis eclesiológica, orientada hacia la plenitud del misterio de Cristo y abierta enteramente al mundo. El concilio Vaticano ii (--> Iglesia) ha venido a coronar esta gran renovación eclesiológica y a reanudar la gran tradición patrística y teológica, manteniendo, no obstante, todo lo adquirido en los períodos de controversias. El tiempo está ya maduro para una síntesis eclesiológica armónicamente construida.

Marie-Joseph Le Guillou