Los salmos
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1. La denominación «salmos», que aparece repetidamente en el NT (Lc 20, 42; Act 1, 20; 13, 33), se debe a la septuaginta, donde psalmoí encabeza como título el libro de los s., mientras que en la Biblia hebraica no hallamos ningím título conjunto para esta parte de la Escritura. Psalmos es sin duda la traducción del hebreo hizmór, antepuesto a modo de lema al s. 57, que significa «canción» (para instrumento de cuerda). Los 150 salmos se dividen en cinco libros. La tendencia elohísta o yahvista en el uso del nombre de Dios indica la existencia de anteriores colecciones parciales; y lo mismo se deduce de las inscripciones antepuestas a los s. (p. ej., «de David», «de Asaj», «de Qóraj»). Pero el sentido de estas inscripciones es muy discutido. Junto a esto se encuentran también indicaciones musicales, litúrgicas e históricas.

En el texto hay muchos lugares oscuros. Apenas es posible la reconstrucción de un texto original, pues los s. fueron cambiados frecuentemente en el curso de su historia y acomodados a las circunstancias del momento. A la misma conclusión nos llevan las diversas traducciones (p. ej., la de los LXX), las cuales con frecuencia son defectuosas y se basan en distintas variantes del texto. Bajo el aspecto de la historia de las' formas, dentro del libro de los s. cabe distinguir diferentes géneros, cuyas características nos permiten sacar conclusiones sobre las circunstancias, el lugar y el tiempo del nacimiento y del uso del cántico. Así podemos distinguir las siguientes clases de s.: himnos, súplicas, quejas, maldiciones, canciones de gratitud, salmos reales, doctrinales y sapienciales. También es importante la distinción entre los s. de devoción colectiva y los de devoción individual, entre los que eran usados en la liturgia y los que se usaban fuera de ella.

2. Poco podemos decir sumariamente acerca del origen y del autor de los salmos. Estas preguntas sólo pueden ser tratadas en la exégesis de cado uno en particular. Pero no es posible sostener, como antes se hacía sin ningún espíritu crítico, que su autor sea David, ni la opinión defendida hacia finales del s. xix, según la cual los salmos en su conjunto son postexílicos o proceden del tiempo de los Macabeos. Sin duda algunos s. se remontan a la época de los reyes. Los s. constituyen el libro de canciones del judaísmo postexílico hasta la destrucción del templo en el año 70 d.C.

3. Hoy día, lo mismo que en los orígenes del cristianismo (Act 4, 25; 16, 25; Ef 5, 19; Col 3, 16;,Ap 15, 3), la colección de los 150 salmos es para la Iglesia el libro privilegiado de su oración. En la liturgia de la misa y en el culto en general, particularmente en el --> breviario, se hace abundante uso de ellos. No pocos salmos expresan lo que sienten los sacerdotes y levitas, portavoces de la comunidad de los «pobres». La comunidad, privada de su rey, sin independencia política, lucha por su fe y pone su confianza sólo en Yahveh, Dios de los padres de la alianza. A pesar de sus pruebas, espera el advenimiento del reino de Dios y de su representante, el rey-mesías, hijo de David, salvador de Israel y vencedor del mal (cf. Sal 2, 18, 72, 110, 144).

Ya sean himnos de alabanza que celebran los atributos de Yahveh (sobre todo su amor y su verdad), sus obras en la creación y en la historia sagrada, o acciones de gracias por los beneficios recibidos (salida de Egipto, don de la ley en el Sinaí, conquista de Canaán, liberación de Jerusalén, etc.), o expresiones de fe serena y humilde, o canciones de queja (el. grupo más importante); todos estos géneros literarios emplean palabras e imágenes sencillas, subrayadas por un ritmo suave y por el uso poético del paralelismo. El tono es a veces el de un sabio que enseña el camino de la verdad y de la dicha. Generalmente, los salmistas explotan los escritos antiguos (códigos de leyes, sobre todo el Deuteronomio, oráculos, poemas, narraciones, escritos didácticos), haciendo alusiones implícitas, consistentes en usar sus formulaciones en un nuevo contexto (estilo «antológico»). El salterio es así la encrucijada de todos los libros y tradiciones bíblicas, cuya síntesis hace en forma lírica.

Escritura inspirada y palabra de Dios, el salterio anuncia a los judíos el misterio de la salvación eterna, que se realizará en Cristo (Lc 24, 44); nos transmite la oración de los hombres del AT, aquel largo tiempo de catecumenado en que Israel se preparó para la venida de su Mesías. Ningún otro libro del AT es tan frecuentemente citado en el NT a propósito de Cristo Señor, hijo de David (Mt 21, 16; Act 3, 34), hijo de Dios (Jn 10, 34) y de los principales episodios de su vida terrena. Jesús refiere los salmos a él mismo (35, 19; 69, 5 [Jn 15, 251; 110, 1 [Mt 22, 44]; 118, 26 [Mt 23, 38]; reza sobre la cruz el s. 22 (Mt 27, 46); su última palabra (Lc 23, 46), repetida por Esteban (Act 7, 59), está tomada del s. 30, 6. Los Hechos de los Apóstoles (1, 16; 2, 29; 4, 11; 13, 35) y las cartas de Pablo (así Heb 1, 5; 8, 12; 10, 5; 13, 6) se refieren con frecuencia a los s. Así como no hay más que un salvador, desde Yahveh hasta Jesús, desde Israel hasta la Iglesia, «así también es siempre "su pueblo" aquel al que Dios erige, congrega, libera y somete a prueba, es siempre su siervo paciente aquel al que él escucha y glorifica. Pero, después de la muerte y resurrección de Cristo, el pueblo de Dios no es ya el Israel carnal, sino su Iglesia universal; su templo no es ya el edificio de piedra de Jerusalén, ni Sión es ya el monte de Judea, sino el cuerpo de Cristo resucitado y toda la casa de los bautizados. Su siervo paciente y luego glorificado es Jesús y, en él, todos los que continúan su pasión. Los enemigos de su pueblo no son ya las naciones humanas o los pueblos vecinos, sino las potencias del mal que se oponen a su reino en el mundo y en cada uno de nosotros» (R. TOURNAY, Le Psautier de la Bible de Jérusalem, P 1961, p. 17-18).

Si los s. se han convertido en la oración cristiana por excelencia, la razón no está en que ellos son valiosas oraciones, sino en que van inseparablemente unidos a la única historia de la salvación y continúan enseñando a los creyentes el lenguaje del pueblo elegido, que expresó en los s. su experiencia de Dios. Nuestra inteligencia de los s. es incluso más perfecta que la de los antiguos judíos, pues supone el cumplimiento de lo que entonces era solamente esbozo y figura. Así, el comienzo del s. 23: « El Señor es mi pastor», adquiere su plena significación cuando se aplica a Cristo (Jn 10, 14) y a su obra salvífica. El conjunto de los s. ha de leerse bajo un enfoque cristiano. Compuestos hace tantos siglos por judíos que no barruntaban aún la vida futura y aplicaban todavía la ley del talión, estos poemas adquieren en labios cristianos un alcance nuevo. Cada cristiano es Israel, el pueblo escogido y sacado de la esclavitud en Egipto y del destierro en Babilonia, invitado a comer en el banquete pascual y a caminar por el desierto bajo la guía del buen Pastor hasta llegar al prometido país de la gloria. Es también el Israel infiel a la alianza, manchado por los ídolos, arrepentido y perdonado luego. Es finalmente el Israel despreciado, perseguido, molido por el sufrimiento, restaurado luego, renovado y tratado como esposa querida, como princesa admitida a las bodas reales (Sal 45).

Incluso en la nueva ley, que es ley de amor, las imprecaciones y maldiciones (Sal 109, etc.) siguen teniendo su razón de ser con relación al mal y al pecado. La Iglesia sostiene una lucha sin cuartel contra todas las formas de impiedad dentro y fuera de ella; y esta lucha se extiende a nuestro propio interior, pues nosotros con demasiada frecuencia somos todavía hombres del AT. Las maldiciones del salterio alimentan en nosotros el odio al pecado, la sensibilidad para la voluntad de Dios, el deseo de vencer la tentación, la certidumbre de la victoria futura. Por lo demás, el salmista, aunque no conoce todavía la esperanza de la retribución futura, sabe sin embargo que la unión del corazón con Dios es el bien supremo e insuperable del justo (Sal 73, 23ss; 119, 33, 112). Siguiendo al profeta jeremías, el padre de la piedad judía, el salmista no quiere verse separado de Dios. A través del s. 16, ligeramente cambiado en su versión griega. Pedro muestra cómo -el deseo del salmista está superado y colmado más allá de toda esperanza por la resurrección de jesús (Act 2, 25ss; 13, 35). Considerada a veces como inspirada, esta versión de los LXX representa una reelaboración judía del salterio, hecha en función de un estadio más avanzado de la revelación, que preludia así el NT.

Esa inteligencia cristiana de los s., lejos de infligirles violencia, descubre todas las riquezas contenidas en ellos. No desconoce su sentido propio y literal, sino que manifiesta la plena verdad cumplida en Cristo jesús (sentido alegórico de los padres); así nos permite reconocer en los s. nuestra propia historia (sentido moral o «tropológico»); y nos hace, en fin, presentir la consumación de la historia de la Iglesia (sentido «escatológico»).

Raymond J. Tournay