CARIDAD, PRÁCTICA DE LA
SaMun


I. Esencia y concepto de la caridad

La c. es una de las maneras cómo bajo la forma de un signo se puede conocer la presencia de Dios en este mundo a través del protosacramento de la Iglesia. Esta manifestación esencial de la vida de la -> Iglesia apunta, por encima de sí misma, hacia la realidad de Dios, que en su esencia y vida trinitaria es la c. misma. Ese misterio y lo relacionado con él, a saber, el hecho de que Dios ama a los hombres y entrega a su Hijo unigénito para redimirles, es el misterio central de nuestra fe, por medio del cual estamos prometidos con Dios. Este misterio se ha manifestado en la encarnación y por el evangelio de Jesús. En la última cena Jesús proclamó el mandatum novum, y nos dio el encargo y la potestad de amarnos mutuamente como él nos ha amado. Las relaciones entre los hombres redimidos están ahora total y plenamente introducidas en la comunidad de vida de Cristo con Dios.

Caritas (que se deriva del latín carus = querido, amado, y se encuentra por primera vez en Cicerón (De Republica 2, 14], donde significa el amor noble entre el señor y sus subordinados) es desde las versiones latinas más antiguas de la Biblia la traducción de agape (--> amor), una expresión que, como nombre substantivo se encuentra por primera vez en el NT, y concretamente porque su contenido, aquel amor que tiene en Dios su origen, que aparece corporalmente en el Hijo y que es infundido por el Espíritu Santo en nuestros corazones, no podía ser traducida suficientemente con ninguna otra palabra de la lengua griega. Los cristianos también eligieron acertadamente este término para designar la manifestación de su amor mutuo, la cual consistía en una comida fraterna, al principio estrechamente unida a la eucaristía, pero más tarde independiente de ella. A partir de aquí se ha introducido en los idiomas modernos: en el italiano (caritá), en el castellano (caridad), en el francés (charité) y en el inglés (charity); en alemán se ha hecho usual por el nombre y la acción de la organización Caritas. C. significa hoy en el uso común eclesiástico aquel cristiano amor fraterno que se dirige a los que sufren y tienen necesidad de ayuda. La c. no sólo es un alto deber y un distintivo de todo cristiano verdadero, sino también un distintivo y una manifestación vital de la Iglesia. Es una realidad decisiva que está presente en todas las comunidades animadas por el espíritu de Cristo.

II. La Iglesia como ecclesia caritatis

El Vaticano II ha puesto con gran insistencia la c. en el centro de las reflexiones teológicas y de la conciencia cristiana. Por primera vez en la historia de las declaraciones conciliares se ha hablado de la acción caritativa de la Iglesia y de los fieles, y no sólo de la c. como actitud cristiana. Esto es una alusión muy clara al hecho de que la iniciativa apostólica del pueblo de Dios al iniciarse una nueva era dei mundo ha de mostrarse con todo poderío en el amor práctico a Cristo por parte de los creyentes, tanto en su postura y comportamiento personal cuanto en sus obras, como acontecimiento que brota del origen de la Iglesia y transforma el mundo.

La ecclesia caritatis, tono fundamental de toda la Constitución dogmática sobre la Iglesia, es, según la alocución de Pablo m en la apertura del segundo período de sesiones, el punto de confluencia de todos los afanes del concilio. La -> Iglesia, que según la Constitución es «en Cristo como el sacramento, o sea, el signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano», no sólo es el Cristo que sigue viviendo, sino, junto con eso, el Cristo que sigue amando, qui pertransiit benefaciendo (Act 10, 38). Y como todos los miembros de ese cuerpo sacramental son conjuntamente Iglesia, el cuerpo entero de Cristo debe actualizar dicha realidad óntica, concretamente en el amor practicado comunitariamente y en las «obras» comunitarias, sobre todo cuando se trata de obras que sólo pueden producirse en común y sólo en la comunidad tienen asegurada su constante presencia.

III. Concepciones falsas de la caridad

Por esto hay que rechazar tres concepciones falsas, por desgracia muy extendidas, en parte también entre el clero: 1) La interpretación exclusivamente individual y ética de la c.; 2) la opinión espiritualista según la cual en la Iglesia, en cuanto es «cuerpo de Cristo», ciertamente opera siempre la c. como estructura de su esencia anclada en la gracia, y opera en el ámbito litúrgico y en el servicio pastoral, pero las instituciones y organizaciones de orden caritativo, no siendo cuando tienen su sede en los conventos, en los grupos obligados a la -> pobreza, constituyen un mezquino paliativo y un substitutivo remunerado de la auténtica c. cristiana; 3) la concepción, desacertada desde la perspectiva de una visión crítica del presente, así como desde un punto de vista antropológico y eclesiológico, según la cual la c. eclesiástica hizo cosas imponentes en pasadas situaciones de indigencia y sigue estando obligada en países cuya población carece del mínimo material para la existencia; pero, en una sociedad industrialmente desarrollada, con conciencia social y política y con un cierto bienestar, apenas tiene un título legítimo para seguir existiendo, de modo que sería más propio que la Iglesia dejara al estado o a las instituciones propulsoras del progreso general, en las cuales, desde luego, deben colaborar los católicos capacitados, la superación de la miseria que todavía existe, limitándose ella a sus auténticas e importantes tareas: el culto, la predicación, la pastoral y el apostolado.

IV. Necesidad de la c. cristiana

En contra de esto hemos de acentuar que, a juzgar precisamente por los actuales matices de la teología, condicionados por la hora del mundo, la actividad caritativa de la Iglesia es inalienable; sus restantes tareas fundamentales, a saber, la celebración de los misterios litúrgicos, la proclamación de la palabra de Dios, su afán y esfuerzo apostólico, no se harían fidedignos si ella no fuera también refugio de los afligidos, de los abandonados, de los necesitados. El lugar, la manera y la forma de la c., como acercamiento a los hombres en situaciones angustiosas de la vida, varían con el cambio de formas en la --> sociedad. La transición de la vida campesina y artesana a la industrial ciertamente cambia la posición de la c., pero en el fondo le confiere un valor más alto. No sólo los enfermos momentáneos, sino, sobre todo, los enfermizos y los incurables tienen necesidad de cuidado y asistencia; los impedidos en su vida corporal o en la espiritual necesitan de un cuidado cristiano, sobre todo los segundos; las familias que se hallan en una especial situación vital requieren el apoyo de la comprensión. Es necesario guiar a los desorientados y proteger con amplitud de miras a la juventud en momentos difíciles de transición. Los que ejercen su profesión lejos de su patria, entre ellos hoy especialmente los obreros y obreras extranjeros, necesitan una asistencia amistosa y un cuidado adecuado a ellos. A los que se hallan en peligro y a los maniáticos hay que liberarlos de sus peligros y de sus propias redes psicológicas. Los penados deben ser rehabilitados convenientemente para la vida, y a sus familiares, que con frecuencia sufren mucho sin culpa propia, hay que llevarles una, mitigación de su dolor. Es necesario dar nuevo hogar a niños, ancianos y hombres que, por circunstancias especiales, se ven forzados al aislamiento, a la soledad y al abandono, e incluso a veces están sometidos a malos tratos.

En armonía con las circunstancias concretas de cada lugar se debe crear y sustentar: hospitales, sanatorios, casas de convalecencia, asilos de ancianos con secciones para enfermos, asesorías, talleres benéficos, hogares abiertos a todos, instituciones educadoras de niños y jóvenes especialmente difíciles, internados escolares para jóvenes impedidos corporalmente y para niños subnormales, casas para hombres adultos que necesiten de un cuidado permanente, escuelas ante todo e institutos para formarse en las múltiples profesiones pedagógicas y de asistencia social (para asistentas sociales, educadores domésticos, pedagogía sanitaria, cuidadoras de niños y de lactantes, guarderías infantiles, directoras de la juventud, asistentas familiares en la ciudad y en el campo, asistentas para ancianos, enfermeras, hermanas y superioras), finalmente centros y secretariados de ayuda.

V. Caridad y beneficencia

La relación entre c. y beneficencia ha sido caracterizada del siguiente modo por una persona competente (G. Hüsslerx, secretario general del Deutscher Caritas Verband): así como la Iglesia es «el signo sacramental de la salvación para el mundo», igualmente la c., como función diaconal de esta Iglesia, es el signo sacramental de la santificación de la beneficencia. La beneficencia es bajo múltiples formas expresión del deseo de ayudar que tiene la sociedad actual. Nunca hubo tantas manos y tantos corazones entregados a la ayuda, nunca se prestó auxilio en forma tan ordenada y bien estudiada como en la actualidad. Esta voluntad de ayudar, consciente o inconsciente, es un evangelio vivido, y Cristo la valora y recompensa como un servicio prestado a él mismo. Dentro de este afán general de ayuda, la presencia de la Iglesia en su cáritas, tanto en la de cada fiel como en la de la sociedad eclesiástica, es indispensable. Así la fuerza de la palabra y de los sacramentos de Cristo irradia en el deseo general de ayudar y, por cierto, santificando, roborando, animando y creando modelos. La Iglesia, del mismo modo que toma en serio el mundo y considera sus valores como creación de Dios, así también toma en serio la beneficencia, su experiencia, su legislación y sus posibilidades. Y en consecuencia ella misma debe esforzarse concienzudamente para que su ayuda sea objetivamente justa; más elevada por la actitud; y un verdadero auxilio para la naturaleza entera del hombre, admirablemente creada a imagen del Dios trino y más admirablemente restaurada.

VI. Dirección y ordenación de la caridad

En principio la dirección y la ordenación de la c. de una diócesis competen al obispo, que junto con las demás funciones de su alto ministerio asume también, a semejanza del Espíritu Santo, la de ser el pater pauperum en su obispado, el que se entrega bondadosa y misericordiosamente a todos los pobres, a los necesitados de ayuda y a los extraños. La edad media, tiempo en que se creó esta fórmula, entendió por pobres a los hombres sin propiedades, a los jornaleros en la inseguridad de su existencia, y por necesitados a todos aquellos que no podían valerse por sí mismos: las viudas, los huérfanos, los enfermos, los enfermizos, los débiles, los achacosos. El extranjero, el hombre de fuera del país y sin hogar, era el «miserable» por antonomasia. La misma obligación que por oficio tiene el obispo en su diócesis tiene el párroco en su parroquia (ICJ 467). Forman parte de la c. eclesiástica las diversas órdenes, las hermandades, los institutos seculares, y también las asociaciones benéficas y las instituciones especializadas en ayuda social, con tal actúen desde el espíritu de la c. de Cristo y estén aprobados por la autoridad eclesiástica. El Espíritu sopla donde quiere. A la dimensión carismática, lo mismo que a la organizadora y a la oficial, corresponde una alta importancia en el desarrollo de la c., importancia que con frecuencia no es suficientemente estimada ni aprovechada para la comunidad.

VII. La «ecclesia caritatis» en la historia

La prueba del origen divino de la Iglesia incluye el hecho de que ella, fiel al encargo del Señor, de acuerdo con su naturaleza visible, con las estructuras de cada época y con la fisonomía de los diversos países, pueblos y formas de sociedad, ha cumplido siempre el testamento y la delegación de Cristo por los cuales él le encomendó que diera testimonio de su bondad y filantropía, así como de su voluntad salvífica. La Iglesia nunca se ha detenido plenamente satisfecha en lo ya conseguido, sino que se ha mostrado constantemente dispuesta a irrumpir siempre de nuevo en la tierra desconocida, en el país que Dios dará. En la historia de la c. cada época está conscientemente en continuidad con el esfuerzo anterior, aunque, evidentemente, cada época tiene una relación inmediata con Dios. En la acción del amor no sólo se da la grandiosa solidaridad en la yuxtaposición de épocas, sino también la solidaridad en la sucesión de las mismas, pues lo temporal se ha hecho eterno y, así, lo pasado permanece inmediatamente presente. La actividad del amor en la Iglesia apostólica, que como c. de la comunidad decía una relación estrecha a la celebración eucarística, y cuya ordenación se puso en manos de diáconos y viudas, ha entrado como palabra de Dios en la sagrada Escritura, cuya lectura ha sido llamada con razón el «octavo sacramento». De esa manera se ha convertido en fuente incomparable de gracia, que ha seguido obrando como ejemplo y manantial de gracia, lo mismo que la gran y bien organizada colecta de Pablo, por la cual las comunidades pudientes ayudaron a las más pobres, y en la que con alegría se contribuyó, no sólo según las posibilidades, sino por encima de ellas. Surgieron hospitales y asilos, creados en la época de los padres más antiguos de la Iglesia, especialmente en las sedes episcopales; y fundaciones semejantes en los monasterios de oriente y de occidente adquirieron en la communio sanctorum el carácter de modelos obligados y patrocinados por santos. Los primeros ejemplos de c. parroquial en la Galia del s. v incitan a una imitación adecuada a cada época. En las ciudades de la edad media se produjo un verdadero connubio entre la c. de los miembros de la Iglesia y la administración mundana, con lo cual se nos muestra cuán variadas pueden ser las formas de una recta colaboración, aunque también se nos recuerda cómo nos amenaza constantemente una secularización, ora en lo político, ora en toda la forma de comportamiento.

VIII. Exigencias actuales

Los cambios en la concepción de la sociedad y la creciente capacidad de acción de los organismos sociales condujeron ya en pocos decenios, desde el cuidado de los pobres a cargo de las autoridades, completado por la beneficencia privada, a una asistencia pública y libre, con un matiz marcadamente social y ético, y a una copiosa beneficencia, la cual despertó una mayor conciencia de la responsabilidad y por así decir de la obligación frente a grupos socialmente débiles y a sus miembros. Esta evolución ha llegado en algunos países hasta el reconocimiento legal del derecho a la ayuda social.

Ante las recientes reformas, la actividad caritativa de la Iglesia se encuentra en una nueva situación. Su preocupación por los necesitados y la ayuda al prójimo por parte de los fieles deben adoptar una forma adecuada a esta avanzada legislación social, fomentándola y cooperando en ella. Y hemos de preguntarnos realmente si la c. eclesiástica está suficientemente extendida, estructurada y cualificada para que pueda recurrirse a su asistencia y consejo en situaciones especiales de la vida. ¿Se esfuerza al menos por continuar la gran tradición de la Iglesia en los casos más difíciles de asistencia, p. ej., en lo relativo a los paralíticos, a los sordos, a los epilépticos, a los maniáticos, a los apestados, ámbitos en los que no es simplemente suficiente hacer lo humanamente posible, sino que debe intentarse lo cristianamente posible? A este respecto son decisivos tres factores: primero y ante todo el número de profesiones sociales que ven aquí una tarea vitalicia. Los pastores han de despertarlas y fomentarlas con todo cuidado a base de su conocimiento del alma cristiana. En segundo lugar el alcance de la libre voluntad de ayudar, la cual es un carisma dado por Dios a la comunidad, carisma que es necesario conocer, desarrollar con tacto y usar desinteresadamente. Y, finalmente, la cantidad de medios económicos, pero reafirmando aquí el principio de que mil piezas de una peseta (entre las cuales se halla el óbolo de los pobres) valen más que un billete de mil pesetas. Son ante todo las aportaciones voluntarias las que aseguran la libertad de la Iglesia y manifiestan que el dinero de las colectas está realmente incluido en el «cosmos sacramental», con tal se vea y crea con suficiente realismo. Colecta significa primordialmente la congregación de los fieles para la celebración eucarística y la procesión penitencial, y además la recapitulación de las plegarias de cada uno por la oración del sacerdote en el sacrificio de la misa, y también la reunión de sus dones pecuniarios en un todo, de tal modo que el dinero (a causa del cual Cristo fue entregado) bajo una nueva forma se convierte en símbolo de la sangre de Cristo, que como ésta debe penetrar allí donde es útil a los pobres. En este sentido exige insistentemente Pablo vi: «Es incondicionalmente necesario que los fieles hagan más aportaciones económicas que hasta ahora para el servicio de los pobres.»

Esta exigencia es al mismo tiempo una llamada urgente a la renovación del espíritu de pobreza, de la* mortificación, del ayuno, y a la parquedad en los gastos personales, para ayudar con lo ahorrado a los hermanos necesitados. El papa afirma explícitamente que es el más íntimo afán de la Iglesia poner en juego todos sus resortes para despertar en sus fieles el verdadero amor al prójimo.

IX. Caridad y pastoral (caridad parroquial)

Para ello es necesario que en todas partes el amor al prójimo descanse en obras, instituciones y grupos de ayuda de la c. parroquial, y que sea recapitulado en una junta parroquial de c. Lo personal es un especial signo distintivo de la c. parroquial. Precisamente aquí lo institucional y lo personal pueden y deben desarrollarse en perfecta armonía. En el centro de la ayuda parroquial deberá permanecer siempre la idea de conferencia, tal como la concibió Vicente de Paúl. Una conferencia que merezca realmente tal nombre muestra cómo es necesaria la unidad en la libertad, y a la vez cómo en medio de la unidad debe haber libertad. En relación con esto el papa concede singular importancia al hecho de que los padres cristianos, con paciencia y de una manera práctica, eduquen a sus hijos ya desde pequeños en la ayuda al prójimo. Los padres deben, por tanto, esforzarse en que la familia sea una fuente de c. y también es muy de desear que el mayor número posible de fieles colaboren directamente como miembros de la organización parroquial de la c.

X. Cáritas Internacional

En la alocución a los representantes de la c. internacional, el papa consideraba incondicionalmente necesario < aprovechar en mayor medida que hasta ahora los métodos de organización y los medios de ayuda que ofrece nuestro tiempo para las instituciones caritativas, con el fin de estar en condiciones de atender rápida y eficazmente a las necesidades del mundo moderno tan pronto como se presenten». Montini mismo contribuyó a que la c. internacional, la cual se organizó desde 1924, especialmente por iniciativa de Cuno Jürger, secretario general del Deutscher Caritasverband, y desde 1951 tiene su sede en Roma, pudiera emprender una obra de envergadura. La c. internacional abarca actualmente las asociaciones nacionales de c. de todos los continentes, y ha podido fundar organizaciones caritativas incluso en tierras de misión y en los países subdesarrollados. En Europa, por su constitución y su manera de trabajar, representan en cierto modo dos polos opuestos el Deutscher Caritasverband, cuyo modelo han seguido, p. ej., ciertas asociaciones caritativas de Suiza, Austria, Luxemburgo y de otros países, y el Secours Catholique en Francia. El primero es federalista y está ampliamente organizado; el segundo trabaja en forma centralista y a base de acciones diferentes en cada caso. Carácter centralista tiene también la institución italiana Pontificia opera di Assistenxa, lo cual se debe en buena parte a la estructura política del país, a la preponderancia de Roma y a la presencia del papa. Ha surgido por los problemas de asistencia que originó el tiempo de la guerra. En Bélgica, como fruto de la actividad de la acción católica belga, existe la Caritas Catholica Belgica, en la cual colaboran hábilmente los seglares. Holanda tiene una asociación de c. correspondiente a la peculiaridad del país.

Las obras de ayuda cristiana al prójimo no sólo ocupan el puesto principal, sino que, como dice el papa, se necesitan con una urgencia que no admite demora. En el pontificado de Pablo vi los conceptos Caritas et Pax han quedado enlazados en una nueva forma y se han convertido en motivo fundamental de la actividad papal. Con motivo del concilio se fundó una comisión pontificia con ese nombre para estudiar los problemas de la verdadera justicia social en el mundo. Esta comisión y la cooperación de la comunidad de trabajo para el desarrollo social-económico (con sede en Bruselas), en la que, por estímulo de la organización Misereor, se unieron las acciones episcopales católicas de Europa occidental y de Norteamérica por el ayuno contra el hambre en el mundo, han dado ya nuevos impulsos a la c. internacional.

Erich Reisch