APÓSTOL
SaMun


I. Enfoque del tema

Vamos a considerar aquí el oficio apostólico no sólo en su institución histórica, sino también en su presencia permanente dentro de la Iglesia. La consideración histórica debe partir de un intento de conocer la primitiva naturaleza del oficio apostólico. Para esto, debemos tener en cuenta tanto la intención de jesús respecto a la misión que encomendó a los apóstoles como la importancia que el oficio apostólico tuvo en la constitución de la Iglesia. Por la dinámica que encontramos en el documento constituyente de la Iglesia primitiva: el NT, dinámica que procede del oficio apostólico, y también por la presencia de este oficio en la historia de la Iglesia se puede deducir con cierta seguridad la importancia que el oficio apostólico tuvo en la constitución de la Iglesia primitiva. Por el contrario, para saber las intenciones que jesús tuvo respecto a los a., el único camino es comparar los textos paralelos que nos informan de las palabras y de las obras de jesús.

Además, al delimitar el concepto de «apóstol» que aparece en el NT, es difícil decir si las acciones de los a. proceden siempre de su oficio o si son acciones de carácter meramente personal. Tampoco el oficio se reduce a lo institucional, y por esto resulta complicado el delimitarlo. Además de esto, en los diferentes escritos del NT se van sobreponiendo diferentes etapas por las que ha pasado la formación del concepto de a. y de oficio apostólico.

II. La historia del concepto «apóstol»

1. El concepto de ápostolos en el NT procede de la idea del judaísmo posterior sáliah. Equivalentemente el concepto está ya atestiguado en el tiempo de Jesús (Jn 13, 16), pero, formalmente, no lo está hasta el s. II d.C. Este concepto enlaza con el derecho semita de los enviados y significa representación de un particular o de una comunidad en asuntos jurídicos o también religiosos. La dignidad y el prestigio del representante dependen totalmente de la autoridad del que lo envía. Los LXX traducen saliah por ápostolos (1 Re 14, 6; el profeta como enviado de Dios).

2. El concepto de a. que encontramos en las primeras epístolas paulinas, tiene para nosotros una importancia especial, pues estas cartas son los documentos más antiguos donde aparece el título de a. y a la vez son anteriores a toda disputa sobre el oficio apostólico. En 1 Tes 2, 7, Pablo se designa a sí mismo, junto con Silvano y Timoteo, como apóstol de Cristo. Esto demuestra claramente que en un principio el apostolado no se basaba necesariamente en el hecho de haber visto al Kyrios. No era necesario que fuera encomendado directamente por el Resucitado; el encargo apostólico podía provenir de otra persona. El encuentro con el Resucitado fue importante para Pablo por el hecho de que, en virtud de eso, él se convirtió en testigo inmediato de la --> resurrección de Jesús (1 Cor 15, 8). También de 1 Cor 15, 6 (aparición del Resucitado a quinientos hermanos) se puede deducir que según las primeras cartas paulinas no es sólo el encuentro con el Resucitado lo que fundamenta el apostolado. Es verdad que más tarde la Iglesia primitiva tendió más y más a convertir en criterio para el título de a., junto con la vocación, el hecho de ser testigo de la resurrección.

Por el contrario, lo constitutivo del concepto de a. en las primeras epístolas paulinas es que los a. proclaman el evangelio por encargo de Cristo. Los a. sólo son responsables ante Dios (Rom 2, 4). En cuanto Dios habla a través de ellos el Espíritu de Cristo se hace presente en la comunidad. Del hecho de aceptar o rechazar el mensaje apostólico depende la salvación o la perdición del hombre (Rom 2, lls). El servicio de enviado por encargo de Cristo (cf. Gál 2, 7ss) fundamenta tanto el oficio apostólico de los primeros a., que se quedaron en Jerusalén, como el de Pablo y sus acompañantes, misioneros que van caminando de una parte a otra.

3. La síntesis entre la concepción paulina del oficio apostólico y el concepto de a. usado en los evangelios (que luego veremos), la hallamos en los Hechos de los apóstoles. Según Act 1, 2s y 1, 21 son tres cosas las que caracterizan al a.: a) Debe haber sido discípulo de Jesús. b) Sólo un testigo fidedigno de las obras, de los sufrimientos y de la resurrección de Jesús puede actuar como a. El testimonio apostólico debe basarse en el hecho de haber «visto» al Resucitado y de haber recibido el Espíritu Santo. Act 14, 14 parece que recoge una tradición más antigua cuando llama a. no sólo a Bernabé sino también a Pablo, el cual no fue testigo de la vida pública de Jesús. c) Sin embargo, el criterio decisivo para el apostolado es la misión encomendada por Jesús de proclamar el evangelio (Act 1, 8; 10, 42). Esta misión es indispensable, universal y definitiva. Por tanto, según el libro de los Hechos de los apóstoles, en el sentido estricto de la palabra sólo se puede llamar a. a los doce y a Pablo.

4. Ahora bien, ¿hasta qué punto el concepto de a. que aparece en los Hechos, y que es decisivo para el desarrollo ulterior, responde a la intención de Jesús referente a la misión de los a.? De lo que no se puede dudar es de que Jesús llamó a unos hombres para que le siguieran (Mc 1, 16-20), de un modo especial a los doce (Me 3, 14: «Constituyó a doce»). En cambio el uso de la palabra apostolos en el tiempo de la vida pública de Jesús parece ser retrotracción de los sinópticos. Pero sí está fuera de duda que Jesús, al menos de vez en cuando, encomendó a sus discípulos la misión de proclamar el reino de Dios con palabras y signos (1 Cor 9, 14; cf. Mt 10, 10 - Lc 10, 7; Lc 9, ls). Esta misión temporalmente limitada que tuvo lugar durante la actividad docente de Jesús, a partir de la resurrección, por la donación del Espíritu se convirtió en un oficio (Mt 28, 18ss). Según las palabras de Lc 10, 16, que parecen ya palabras de Juan: «Quien a vosotros escucha a mí me escucha, quien a vosotros desprecia a mí me desprecia; pero quien me desprecia a mí, desprecia a aquel que me envió», los a. participan del poder para salvar y perder que posee Jesús.

III. Visión sistemática

Ya en tiempo de los a., la Iglesia veía en la apostolicidad uno de sus distintivos esenciales (Ef 2, 20; Ap 21, 14), pero el caIificativo de «apostólica» que la Iglesia se da a sí misma en el Credo procede del s. iv (Dz 14, 11). La apostolicidad es la garantía de la verdad de la Iglesia frente a las otras comunidades cristianas. Por un lado, la apostolicidad implica ciertas verdades, tratadas en la -->teología fundamental, que se refieren a la autenticidad y extensión de la -->revelación (Dz 783 1836 2021; -> canon) y, por otro lado, determinadas consecuencias eclesiológicas en lo relativo a la unidad y visibilidad de la Iglesia. Pero el aspecto jurídico e institucional que la Iglesia ve también incluido en la idea de a., no puede deducirse solamente de Jn 21, 15-18, donde por tres veces consecutivas se comisiona a Pedro ante testigos. Más bien, el apostolado como oficio está atestiguado por la tradición, donde se presenta como una consecuencia de la fundamental estructura encarnacionista de la Iglesia. El autor del Evangelio de Juan es el que mejor ha visto y desarrollado una teología del apostolado que parte del misterio de la encarnación (si bien en Juan el concepto &nóa-roaos aparece una sola vez [ 13, 16] ).

La encarnación nos constituye una revelación que lo abarca todo y que se dirige a todos los hombres. Con la encarnación del Verbo, el lógos preexistente se ha sometido a las condiciones de la existencia humana. Y para que, a pesar de eso, la universalidad de su mensaje no sufra menoscabo, Jesús tiene que servirse de delegados humanos. Como la encarnación es una unión por la que Dios se hace visible en forma fija bajo las categorías del espacio y del tiempo, después de Cristo, los doce juntamente con Pablo se convierten en mediadores y testigos de la revelación, dentro de un orden concreto y hasta cierto punto jerárquico. Ellos participan de la autoridad de Cristo (Jn 20, 21; cf. 17, 18), la cual, a su vez, procede de la autoridad del Padre (Jn 12, 44). Según Juan, lo esencial del apostolado es que: a) La unidad con Jesús asegura a los discípulos el amor entrañable del Padre (Jn 1, 12s; 16, 27). b) La unión con Cristo está garantizada por el don del Espíritu. El Espíritu ilumina a los discípulos para que su doctrina sea verdadera (Jn 14, 16s; 16, 13 ). c) La elección de los discípulos desemboca en la misión de los mismos: Cristo constituye a los discípulos en representantes suyos, en sus apostoloi. En sus manos deposita la plenitud de poderes que él ha recibido del Padre (Jn 14, 27; 15, 15; 17, 2. 14. 18. 22. 26), o sea, la misión, que tiene su origen en el Padre. Por esto resulta comprensible que el mundo trate a estos enviados tal como antes trató al Hijo (Jn 15, 19s).

A la unión indisoluble con Cristo se debe el que, en su Iglesia: 1 °, el mensaje de los apóstoles sea la palabra misma, que a su vez es la sabiduría inconmensurable del padre (Jn 21, 15); 2 °, los apóstoles sean testigos fidedignos de Cristo - la revelación es un acto de la gracia de Dios al que sólo se puede responder con la fe -; 3º, los apóstoles sean delegados de Cristo, cuyos poderes mesiánicos de pastor, sacerdote y maestro les han sido transmitidos (el número doce, destacado por los sinópticos, significa también que Jesús exige que sus apóstoles sean escuchados como enviados del Mesías). Esos poderes fueron transmitidos «realmente», para que la obra salvadora de Cristo tuviera una prosecución visible, pero a la vez lo fueron a título de « representación» y para que no quedara lesionada la unidad de la misión, que está reservada al único mediador entre Dios y los hombres. Por consiguiente, puesto que la transmisión del oficio fue real, el oficio apostólico significa la presencia invisible de Cristo en su Iglesia.

La unión de la Iglesia fundada sobre los a. con la ekklesía es tan estrecha, que la sagrada Escritura atribuye la fundación de la Iglesia unas veces a Cristo (1 Cor 10, 14) y otras veces a los a. (Mt 16, 18; Ef 2, 20). La fundación apostólica de la Iglesia tiene un carácter actual en todos los siglos, pues el mensaje apostólico actúa constantemente en la Iglesia a través de la Escritura. Pero esta confrontación constante de la Iglesia con los apóstoles en calidad de plenipotenciarios de Cristo no sólo se produce a través de la Escritura, la cual adquiere incesantemente una nueva actualidad, sino que está además perennemente garantizada en virtud del --> episcopado, que es la última consecuencia de la encarnación y la institución nacida del oficio apostólico con el fin de que, junto a la transmisión de la palabra, estuviera también asegurada la transmisión de los sacramentos (-> sucesión apostólica). Por esto, 1 Clem 42 complementa la concepción del Evangelio de Juan a base del esquema: el padre envía a Jesús, Jesús envió a los a. y éstos transmitieron su oficio a sus sucesores.

William Dych