AMBIENTE
SaMun


I. Concepto

Se entiende por a. la totalidad de factores de carácter natural y social (cosas, contorno, mundo de valores) que, actuando a manera de impresión o por vía inconsciente, obran sobre el hombre, cuya respuesta vuelve a repercutir en ellos. En contraste con un «espacio vital social», como totalidad de vida configurada, el a. se describe como una suma de condiciones del medio circundante en estado muerto, informe y carente de una estructura interna llena de sentido (O. v. NellBreuning). En una sociedad pluralista, el a. merece creciente atención, sobre todo por su poder desorientador y desorganizador.

Cabe distinguir las siguientes clases de a.: el natural (el contorno material, sobre todo los factores geográficos, como el espacio, las vías de comunicación, el clima); el social (los elementos específicamente humanos y espirituales, como normas, ideas, valores y su precipitado en usos y costumbres, cultura y civilización, en que es introducido el joven por la así llamada socialización); el local (familia, escuela, grupo, aldea, ciudad); y el psicológico (hombres separados en el espacio coinciden espiritualmente, p.ej., miembros de un partido, de una orden religiosa).

La idea de a. es antigua en su contenido: medius locus. El concepto mismo fue introducido en la sociología por Taine y de ella pasó a otras disciplinas, sobre todo a la investigación acerca de la juventud (estudio pedagógico del medio circundante, investigación de la juventud, sociología de la juventud). Como idea pedagógica el a. aparece ya en J: J. Rousseau y J. H. Pestalozzi.

II. A. y persona

Teóricamente hemos de afirmar que, a diferencia del animal con sus «órganos de percepción y acción», el hombre no tiene un «ambiente» insuperable (J.v. Uexküel), sino que está «abierto al mundo», goza de libertad respecto al a., no se halla fijado. De donde resulta que, por su individualidad (de acuerdo con la disposición y de la edad), el hombre determina su a. La solución del problema de la relación entre persona y a. está en la interdependencia: del mismo modo que el a. determina a la persona (sobre todo bajo el aspecto de las disposiciones hereditarias), así también la persona configura el a. La aplicación concreta de este principio requiere las siguientes matizaciones:

1. Respecto de la repartición de peso entre persona (con disposiciones hereditarias y con libertad) y a., aparecen diferencias entre individuos y tipos. A través de la gradación de la edad, en el sistema persona-medio el centro de gravedad se desplaza (a consecuencia de la educación) de las circunstancias externas (perístasis) al hombre (idióstasis).

2. La persona posee disposiciones que son estables respecto al ambiente (entre las disposiciones de la especie: reflejos, instintos, ciertos impulsos o estímulos elementales; entre las disposiciones individuales: movilidad, actividad sensorial, vitalidad, temperamento. Como la forma de crecimiento corporal, pertenecen a la constitución individual), y posee otras que son inestables o lábiles (funciones intelectuales, dotes especiales, resortes espirituales). «Las más profundas capas anímicas son estables y las superiores lábiles respecto al a.» (H. Remplein). Como también el carácter y las actividades personales ante los valores son lábiles con relación al a., dado el influjo del a. de grupos y del espíritu del tiempo, salta a la vista la importancia del a. para la --> educación y la -> pastoral.

3. La paradoja del a. (bajo el presupuesto de la transcendencia sobre el a., o sea, del hecho de que la vida en general y sobre todo el hombre pueden superar los obstáculos de su a.) dice que el hombre se educa mejor (relativamente a sus disposiciones, modelos y estímulos) en medio de un a. adverso, pues al crecer las exigencias se intensifican los impulsos educativos (de ahí la importancia del cambio de a. y la terapia de a. ). Por lo demás, el a. óptimo está entre el más favorable (que fomenta las formas de lujo y la evolución temprana) y el demasiado desfavorable (que produce el retardo exógeno).

Para explicar como adaptación al a. determinados fenómenos de carácter psíquico, cultural o social se desarrollaron las así llamadas teorías del a. (primero por obra de Compte y Taine). Estas teorías se fundan en gran parte en generalizaciones exageradas de conclusiones en sí rectas de la investigación, y carecen casi de valor por su apriorismo antropológico (p. ej., por su dependencia poco crítica de Darwin).

III. A. y pastoral

El hombre como ser social se encuentra en un a. de grupos y, como ser histórico, se halla en una época con el espíritu de su tiempo. El a. de grupos, lo mismo que el espíritu del tiempo, puede tanto obstaculizar como fomentar la obra pastoral. Para descubrir, más allá «de una teología desmundanizada del alma» (V. Schurr), el recto punto de apoyo para una acción pastoral con esperanzas de éxito, hay que estudiar a fondo el a. con un nuevo análisis (por investigaciones sociológicas) y desarrollar una topología del a. (y, a este respecto, seguramente, en el comportamiento religioso influye más el a. del lugar donde se vive que el a. de trabajo).

Las conclusiones ya logradas por estos estudios rezan así: mientras un a. social uniforme y cerrado, impregnado de fe, favorece la conducta religiosa y hace que ésta se convierta en norma general, un a. cerradamente hostil a la Iglesia y a la fe puede perjudicar de manera esencial a la conducta religiosa. En cambio, un a. social que lleve el sello religioso en su tendencia fundamental, será favorable - no obstante el pluralismo de religiones y mentalidades - a la conducta religiosa.

El estudio del a. da la siguiente explicación de la crisis religiosa en la actualidad: El a. de la era industrial, ideológicamente pluralista, secularizado en su tendencia fundamental, « no está orientado hacia salvadores» (K. Kindt). Por eso el actual a. hace comprender la tendencia de la religión a aclimatarse en sociedades menores (familia y grupos escogidos) y a una mayor interioridad de la conducta religiosa, con cierta independencia del a. (J. Hóffner). En estas tendencias se supera el llamado «catolicismo del a.» (G. Amery). Está todavía sin desarrollar una teología del a., en que se tome en serio la idea de la Iglesia en el mundo, y una pastoral del a.

Roman Bleistein