PANORÁMICA GENERAL DE LOS AÑOS 450 AL 750


A grandes rasgos, se podría decir que los trescientos años que comprende este último período están enmarcados entre dos grandes oleadas de invasiones, las de los pueblos bárbaros y la del Islam.

En efecto, el período se abre sobre el trasfondo de las invasiones bárbaras, que tendrán un especial impacto en Occidente; allí producirán la fragmentación del poder político aunque sin romper la continuidad cultural y social, aspectos básicos que sólo lentamente irán evolucionando hacia nuevas formas.

El final del período lleva en cambio la marca de la invasión del Islam, portador de una cultura que no será asimilada sino asimiladora. El Islam se extenderá por las tierras de la mitad sur del Mediterráneo; tendrá una influencia determinante, tanto en el cambio de ambiente que nos introduce ya de lleno en la edad media, como en la rotura de la unidad cultural mediterránea: las tierras de esa cuenca evolucionarán ahora en direcciones distintas, y se comenzarán a dibujar Europa y África como dos realidades culturales diversas.

Durante estos años, Bizancio representa un resto del Imperio romano, progresivamente alejado de Roma y separado de Occidente, tanto por la presencia musulmana en el mar, como por aquella cuña eslava en los Balcanes de que ya hemos hablado.


Las invasiones bárbaras

El empuje de los hunos de Atila, responsable en parte de las primeras invasiones bárbaras por la presión que ejerció sobre los pueblos germánicos, se rompe con la batalla de los Campos Cataláunicos del 451, y el pueblo huno desaparece políticamente; pero las invasiones, en marcha desde mucho tiempo atrás, no se detienen, y es ahora cuando se notarán más sus efectos.

El asentamiento final de los invasores va a quedar como sigue. Los vándalos establecen su reino en Africa (429 a 534), con el dominio de las islas y ataques sobre la misma Roma; son arrianos y persiguen cruelmente a los católicos. Los visigodos se establecen en el sur de la Galia (419-507) y luego en España (507-711), donde en el 585 se anexionarán el reino occidental de los suevos. Mientras tanto, los burgundios se han instalado en el valle del Ródano (443-534) y los ostrogodos en Italia (493-553). Durante estos años, los francos han ido ensanchando su reino, a costa de las tierras aún dominadas por los romanos entre el Somme y el Loira (486), de los dominios visigodos en la Galia (507) y del reino de los burgundios (534).

Bajo el emperador Justiniano I, los romanos del Imperio de Oriente destruirán el reino vándalo (534) y el reino ostrogodo (549), reconquistando las tierras de ambos, e invadirán el sur de España (551). Entre el 568 y el 650, los lombardos echarán a los bizantinos de gran parte de Italia, afincándose fundamentalmente en el valle del Po y en las tierras que se encuentran a caballo de la cadena de los Apeninos, y serán echados a su vez por los francos de Carlomagno en el 774, ya fuera de nuestro período.

En todos estos lugares y en diferente proporción, los bárbaros son sólo una minoría que domina militar y políticamente; el principal efecto de las invasiones ha sido el fraccionamiento del poder imperial en Occidente: el poder político está ahora en muchas manos, y en manos que son bárbaras. Pero el substrato social de la sociedad romana o romanizada permanece: subsisten sus instituciones, lengua, costumbres, economía; será sólo de manera paulatina como los diferentes reinos bárbaros, al principio en un estado de fluidez, se irán diferenciando; al mismo tiempo, también la capa numéricamente débil de la minoría dominadora irá siendo absorbida por la cultura superior de los dominados. Es, en líneas generales, la misma transformación que experimentará el lenguaje: el latín se fragmenta en un mosaico de lenguas romances, distintas pero emparentadas entre sí, y en las qué la influencia germánica es casi inexistente.

 

La conversión de los pueblos bárbaros

Con la excepción ya dicha de los vándalos, los bárbaros serán por lo general respetuosos con la religión católica de las poblaciones dominadas, y no harán tampoco proselitismo entre ellas. También con la excepción de los vándalos y, en cierta manera de los ostrogodos, acabarán todos siendo católicos.

Tanto la cristianización como la conversión son en definitiva personales; nunca alcanzan súbitamente a todo un grupo social, que necesita un período más o menos largo de evangelización. Sin embargo, las fechas que señalan la aceptación oficial del catolicismo por parte de los grupos dirigentes de los distintos pueblos bárbaros pueden dar una idea, siquiera aproximada, del momento en que se convirtieron estos pueblos.

Estas fechas un tanto simbólicas de su conversión al catolicismo son: hacia el año 500 para los francos, desde el paganismo; desde el arrianismo, el 517 para los burgundios, el 563 para los suevos y el 589 para los visigodos; cuando el reino ostrogodo fue destruido por los bizantinos, el año 549, los ostrogodos como tal pueblo no se habían aún convertido; finalmente lo harían en el año 671 los lombardos, arrianos pero todavía con muchos paganos.

Esas conversiones acentuarán el carácter de continuidad de la cultura. La Iglesia por su parte seguirá penetrandomás y más en todas las capas de la sociedad y en el mundo rural, y se convertirá también poco a poco en el lugar de refugio del saber profano, al mismo tiempo que sus autoridades tendrán con frecuencia que asumir responsabilidades, incluso políticas, que en sí mismas les son extrañas. Estas autoridades, aunque en comunicación unas con otras, tenderán a un cierto aislamiento dentro de los difeferentes cuadros estatales nuevos que se van formando; y el Oriente, aun cuando sigue dotado del inmenso prestigio del Imperio romano que perdura, y aunque será visitado con frecuencia, se irá haciendo más remoto en todos los sentidos.


El Imperio de Oriente

Ya hemos hecho alguna alusión a cómo el emperador Justiniano (527-565) emprendió una reconquista de Occidente, que resultó ser efímera; a él se debe también el principal esfuerzo que se hizo por la codificación del derecho. El emperador Mauricio (582-602) rechazó los ataques eslavos y conquistó Armenia.

El emperador Heraclio (610-641) derrotó definitivamente a los persas, pero sólo para tener que enfrentarse casi enseguida con los árabes, que les sucedieron en su espacio político y resultaron más agresivos y peligrosos; ante su empuje, no tuvo más remedio que ceder en la otra frontera, la occidental, y abandonar prácticamente los Balcanes a los eslavos. Los árabes llegarán a sitiar Constantinopla en 674 678 y de nuevo en 717-718, aunque siempre infructuosamente. En el año 751 se perderá Rávena, la última posesión bizantina en la Italia central.

Como ya hemos dicho repetidamente, los eslavos que penetraron a través del bajo Danubio y se establecieron en la península de los Balcanes, donde experimentaron una evolución en cierto modo paralela a la de los reinos bárbaros de Occidente, serán un elemento más que contribuirá a separar Constantinopla de Roma, con consecuencias a la vez políticas y religiosas.

 

Las controversias religiosas

En Occidente, la presencia de los bárbaros hacía que mantuvieran una cierta actualidad las controversias antiarrianas que ya habían sido resueltas en los concilios de la época anterior; también seguían vivas las que versaban sobre la gracia. Pero las controversias principales estuvieron localizadas fundamentalmente en Oriente; muchas fueron consecuencia más o menos directa del monofisismo y, en relación con tiempos pasados, el debate fue ahora menos especulativo y estuvo más influido por vinculaciones regionales y de escuela.

Después de la condenación del monofisismo en el concilio de Calcedonia (451), éste no desapareció; por el contrario, se atrincheró de manera especial en algunas regiones del Imperio alejadas de Constantinopla y que tenían personalidad propia.

Estas regiones fueron Siria y, sobre todo, Egipto; los monjes, numerosos en estas regiones y con gran influencia en el pueblo, eran en su mayoría monofisitas. En Alejandría, desde mediados del siglo siguiente, coexistieron un obispo monofisita y un obispo ortodoxo, con sus respectivos patriarcados; a este último le seguía tal vez menos del cinco por ciento de la población cristiana; se trataba en general del grupo más culto, pero también del más forastero, y era conocido con el nombre significativo de melquita, es decir, imperial. También en Antioquía se daba este problema, aunque en menor grado.

El esfuerzo de los emperadores estuvo dirigido durante doscientos años a eliminar esta fuente de disensiones del interior del cuerpo social. Así, haciendo una breve relación, el año 482 se promulgó el edicto imperial del Henoticón, que trataba de suavizar algo la doctrina de Calcedonia, aunque sin serle infiel. Este edicto fue rechazado en Occidente y provocó una ruptura entre Roma y Constantinopla que duró más de treinta años y se conoce como el cisma de Acacio, del nombre del patriarca de Constantinopla que inspiró el decreto.

La reconciliación entre Oriente y Roma tuvo lugar bajo el papa Hormisdas, a quien secundaron los obispos orientales; éstos reconocieron expresamente el primado del obispo de Roma, y el papa aceptó considerar Constantinopla como la segunda sede de la Iglesia.

Más tarde, el emperador Justiniano promulgó un decreto condenando como nestorianos a autores especialmente ingratos a los monofisitas, a quienes quería apaciguar. Se trataba de autores que habían muerto hacia muchos años y que gozaban de un gran prestigio y aprecio: Teodoro de Mopsuestia, Teodoreto de Ciro e Ibas de Edesa. Ésta es la cuestión famosa de los Tres Capítulos, dedicados uno a cada autor, y que, con algunas reservas, fueron aprobados por el papa Vigilio y por el concilio II de Constantinopla del año 553, quinto de los ecuménicos. Sin conseguir atraer a los monofisitas, estos tres capítulos produjeron una reacción adversa en Occidente que llevó a un cisma en el norte de Italia, el cisma de Aquileia.

Casi un siglo después, el emperador Heraclio, agobiado primero por los persas y luego por los árabes, y en busca de la adhesión de Egipto y Siria, publicó otro edicto, la Ecthesis (638), en que imponía una fórmula que le proporcionó el patriarca de Constantinopla Sergio.

La fórmula había comenzado estableciendo que en Cristo hay una sola actividad (energeia) divino-humana (monoenergismo) y se había luego suavizado diciendo que en Cristo hay una sola voluntad (telos) divino-humana (monotelismo). Contaba con un consentimiento en términos generales del papa Honorio, y se pensaba que era compatible con la declaración de Calcedonia sobre la existencia de las dos naturalezas en Cristo, y que la haría más aceptable a los monofisitas al subrayar la perfecta unidad de su persona. Pero fue tan grande la oposición a este decreto, tanto en Oriente como en Occidente, que el emperador siguiente publicó otro, el Typos (648), en que prohibía cualquier discusión sobre el tema.

El papa Martín I (649-655), en el sínodo de Letrán del año 649, se manifestó en contra de aquella fórmula, y en favor de la que en Cristo hay dos modos de obrar y dos voluntades, que consideraba que era la única que era fiel a lo definido en Calcedonia. Martín murió desterrado en Crimea por esa actitud sin compromiso que adoptó frente al monotelismo.

Por fin, en el año 681, y con una intervención del papa Agatón semejante a la que León Magno había tenido en el concilio de Calcedonia, el concilio III de Constantinopla, sexto de los ecuménicos, completó el símbolo de Calcedonia, definiendo explícitamente la existencia en Cristo de dos actividades y, en concreto, de dos voluntades, una divina y otra humana.

En la convocación del concilio había intervenido el emperador Constantino III, entonces bajo una fuerte presión de los árabes y los ávaros. El concilio, además de condenar expresamente la doctrina monotelista, condenó también a sus autores; entre ellos, al papa Honorio, a causa de su negligencia en suprimir la herejía. La adhesión a este concilio de los obispos de Occidente fue obra de los papas siguientes a Agatón y causa de un malentendido, que no tuvo consecuencias, con los obispos de Hispania.

A comienzos del siglo vii comenzó a agitarse otra cuestión, esta vez sobre las imágenes sagradas. Los iconoclastas (destructores de imágenes) querían que se prohibiera su veneración, por interpretar falsamente que era una auténtica idolatría o, al menos, para lograr así una mayor espiritualidad del culto. Las luchas, limitadas en principio a Oriente, fueron enconadas y, después de muchas vicisitudes, no se resolvieron definitivamente hasta mediados del siglo ix.

 

El Islam

Como hemos dicho, el período lo cierra el Islam. Nos limitaremos a señalar algunos hitos cronológicos de su expansión: entre 635 y 642 conquista Siria, Palestina, Persia y Egipto; en el 698 conquista Cartago; entre el 705 y el 715, al mismo tiempo que en Oriente conquista la Transoxania y la región del Indus, inicia (711) y completa también la conquista de España, con incursiones duraderas por el sur de Francia.

La rotura de las comunicaciones marítimas con el Imperio de Oriente causada por la expansión del Islam producirá una creciente paralización del intercambio mundial, y éste se hará cada vez más regional. Por otra parte, las calzadas romanas, vías de comunicación militar pero también usadas por el comercio, irán decayendo y borrándose, hasta que nos encontremos en la Europa medieval, políticamente muy fraccionada y que el feudalismo compartimentará aún más. Junto con esto, las ciudades se despueblan y la vida se desplaza hacia el mundo rural, fenómeno que ya había comenzado a manifestarse en los últimos tiempos del Imperio romano. Y sin embargo, a pesar de todo, continúa viva una unidad cultural superior, expresada en el mantenimiento del latín como vehículo de comunicación y como lengua de cultura, junto con la organización universal de la Iglesia que, aunque limitada de por sí a lo espiritual, es un recuerdo de la organización universal del imperio.

Aunque el Islam no persiguió oficialmente a la Iglesia en los países que invadió, su dominación política y cultural no dejó de afectarla profundamente y de manera negativa. La evolución no fue la misma en todas partes; así, mientras en África y en la España musulmana la Iglesia sobrevivió unos siglos para acabar a la larga por desaparecer prácticamente, en Egipto y en partes de Siria siguió existiendo hasta nuestros días, a los que han llegado comunidades cristianas numerosas.

En cuanto a los escritores cristianos, la floreciente Iglesia de la España visigótica aún produciría algunos autores de cierta importancia; y en Damasco, un siglo después de la conquista nos encontramos todavía con la figura de un Juan de Damasco, juez de los cristianos, que muere en el año 749. Pero con él se cierra tradicionalmente la serie de los Padres y de la patrología. Los centros culturales del cristianismo, cuando reaparezcan con fuerza, lo harán ya lejos del Mediterráneo, en el interior de las tierras del norte.

ENRIQUE MOLINÉ
LOS PADRES DE LA IGLESIA